viernes, 3 de mayo de 2013


Los sistemas totalitarios le dan mucha importancia a la palabra”

Por Gabriela Cabezón Cámara

Vladimir Sorokin, uno de los más famosos y más críticos escritores rusos de hoy, habla del poder absoluto, la religión y la censura.
Vladimir Sorokin. El escritor ruso, uno de los visitantes más rutilantes de la Feria, donde se presentó anteayer. Es un admirador de Gogol y León Tólstoi. LUCIA MERLE

El poder como algo absoluto y terrorífico: ese es el tema que le interesa a Vladimir Sorokin, recién llegado a Buenos Aires para presentarse en la Feria del Libro. Es un ruso alto, canoso y con una piel tersa que me lleva a volver a revisar mis apuntes: cuesta creer que haya nacido en 1955. Pero es así nomás, nació hace casi sesenta años en la entonces Unión Soviética, hoy la Rusia de Putin, y es por eso que le interesa el poder; lo ha padecido, como dirá varias veces durante la entrevista.
Acá se consiguen dos de sus novelas, traducidas por Alfaguara: El hielo, la historia de una secta totalitaria, y El día del oprichnick, esta última una distopía que relata la vida de un integrante de los oprichnicks, una especie de patota de elite y todopoderosa.
Oprichnicks se llamaban los guardias personales del fundador de Rusia, el zar Iván el Terrible, y eran unos carniceros al servicio de la tiranía y eso mismo son los oprichnicks de Sorokin, sólo que con tecnología del Siglo XXI. Por lo demás, son tan religiosos y bestiales como sus antecesores.
Leyéndolo, uno se siente transportado a una pesadilla: un aparato gubernamental de ideología y métodos medievales con tecnología de punta. El lo cuenta así: “Durante la época de Stalin no había ni disidentes ni oposición, porque había un miedo total y gobernaba una máquina del terror. Justamente quise describir la posibilidad de que, en el siglo XXI, en el siglo de altas tecnologías, volviéramos a ese terror. Ahora sería un regreso al medioevo, el comunismo ya es impensable. Yo quería, en mi literatura, construir ese modelo; ese era mi objetivo porque en la Rusia post soviética aun hay mucha gente que tiene la cabeza construida según ese modelo de obediencia y terror.” Cuando se le pregunta por la profunda religiosidad de sus oprichnicks, dice que no es la religion lo que él critica, que él mismo es cristiano y que lo que lo aterra “es a la Iglesia al servicio de fines estatales”.
Los primeros libros de Sorokin no se publicaron en su país porque no pasaron la censura comunista. Y en 1999 la ¿democracia? rusa le haría sentir miedo otra vez: un grupo de jóvenes ligados al partido de Putin, y muy cercanos al mismo líder, los “nashi” (“Nosotros”), quemó ejemplares de sus libros frente al Teatro Bolshoi.
Casi todo lo que dice está impregnado de política. Por ejemplo, define su infancia como “soviéticamente satisfactoria”.
-¿Qué significa eso?

-Mi papá era profesor, mi familia no tenía problemas económicos.
-Pero eso es bueno en cualquier sistema.

-Sí, pero no hay que olvidar que yo crecí en un país totalitario, en donde todo estaba impregnado en violencia y lucha. Y esa violencia sobre la persona, sobre el individuo, siempre la estuve sintiendo: era el aire que respirábamos.
-¿Hay algo que extrañe del mundo soviético?

-No, nada. Desde muy chico sentí que era un mundo antihumano, que siempre el que sufría era el hombre dentro de esa sociedad.
-¿Y ahora se vive mejor en su país?

-Por lo menos las fronteras están abiertas y uno puede salir y entrar al país. Y un escritor puede escribir para el público y no tiene que esconder sus textos en un cajón. Pero hay un resurgimiento de tendencias peligrosas; cada vez que me lo preguntan en Occidente digo que por ahora, en Rusia, no hay censura. Por ahora no.
-Sin embargo usted sufrió agresiones como la quema de sus libros.

-Sí, no hay censura por ahora, insisto, pero uno siente que va volviendo lentamente.
-Acá resulta impensable que se agreda a un escritor por sus libros. No solo porque no hay censura; sobre todo porque la literatura tiene muy poca incidencia social. ¿Los rusos son muy lectores?, ¿cómo es que un escritor pasa a ser del interés del gobierno?

-Sí, leen mucho. Pero, como siempre, la literatura es el espejo del país, eso es propio del logocentrismo: es muy importante la palabra en Rusia. Todos los regímenes totalitarios, también la monarquía, estaban sostenidos en alguna ideología. Se le daba mucha importancia a la palabra.
-¿Será por eso que tuvieron escritores tan grandes como Gogol, Dostoievsky, Tólstoi?

-No sé, pero de Gogol y Tólstoi aprendo todos los días.

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