lunes, 30 de septiembre de 2019

En el día mundial de la No Violencia. A 150 años del nacimiento de Gandhi

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EL DIA DE GANDHI

Víctor Rey

El día 2 de octubre de 1869 es decir hace 150 años nació Mohandas Karamchand Gandhi.  Por esta razón se ha instituido este día como el Día de Gandhi.  El 30 de enero de 1948 a los 79 años fue asesinado por un radical hindú. El magnicidio a manos de uno de los suyos fue el paradójico epílogo a una vida dedicada a la no violencia, la noción incorruptible que había guiado a 255 millones de súbditos a rebelarse contra dos siglos de dominio británico. Ganada la independencia, el padre de India quiso afrontar los mayores retos del país: erradicar la tradición de los intocables y pacificar a musulmanes e hindúes. Ambos desafíos, imperdonables para sus enemigos, son todavía hoy empresas pendientes.
Rebautizado Mahatma —alma grande—, Gandhi transformó el anticolonialismo elitista indio en un movimiento de masas por la independencia. Tras vivir en Sudáfrica, a su regreso a India en 1915 dejó su traje de abogado londinense y se vistió con un humilde dhoti (el taparrabos tradicional) para viajar por el inabarcable subcontinente. El mensaje trascendió entonces las fronteras religiosas y cada tarde, durante tres décadas, sus mítines políticos se aderezaron con pasajes de los libros sagrados del hinduismo, islam, cristianismo y sijismo. Llamó así a los desapoderados de la sociedad, de todos los credos, a participar en una lucha librada hasta entonces entre escaramuzas intermitentes contra el poder británico y debates políticos.
Inermes ante la superpotencia del siglo XIX, Gandhi reforzó su mensaje con el arma moral de la satyagraha, la insistencia en la verdad. La resistencia pacífica, una estrategia política sin precedentes, imposibilitó la represión de los insurrectos. Se resalta el papel de las mujeres en las revueltas como protagonistas de piquetes contra el consumo de alcohol y el uso de textiles británicos en detrimento de la producción india, lo que al final desmanteló la economía colonial.
Así, el mensaje de Gandhi consiguió que mujeres y hombres de toda clase y condición contribuyeran al éxito de la independencia. Pero fracasó en su intento por eliminar la discriminación entre castas. En una sociedad dividida en cientos de lenguas, más de 4.000 etnias y un complejo sistema de segregación, Gandhi dignificó a los más parias de entre los pobres. Desde 1910, cuando forzó a que brahmines —castas altas— limpiasen letrinas, un trabajo impuesto hasta entonces a los dalits —intocables—. Además, en 1933 vivió con dalits y retó a que los brahmines demostrasen que las escrituras sagradas hindúes predicaban la marginación de las castas bajas.
Se enfrentó a Gandhi con vehemencia, defendiendo que los dalits eligiesen a sus representantes políticos con independencia del resto del electorado, un privilegio que el Raj Británico [la ley de la Corona en la India] había dado antes a los musulmanes indios. Gandhi abogaba por un modelo de escaños reservados para los representantes de los dalits, pero elegidos por todos los votantes.
La visión de Gandhi sobre los intocables, mientras, sigue siendo foco de dura crítica social. Unos le reprochan su conservadurismo, acusándole de plegarse a las castas dominantes. Otros entienden la postura del padre de la nación, quien vivía horrorizado con la idea de que la misma división política que alentó la dolorosa partición de India para crear la musulmana Pakistán acabase con la cultura hindú.
Así, inducidos por la estrategia británica de fragmentar India en sus diferentes identidades religiosas, los líderes musulmanes exigieron un Estado propio. La liberación colonial se transformó finalmente en la desmembración del subcontinente. En tres años, 14,5 millones de personas cruzaron las fronteras entre India y Pakistán en uno de los mayores éxodos de la historia. Medio millón de musulmanes e hindúes murieron asesinados.
Dirigentes de todo el país recurrieron al casi octogenario Gandhi para frenar las matanzas. Hasta ese momento, la voluntad inquebrantable del Mahatma y sus huelgas de hambre habían conseguido parar la violencia hasta en cuatro ocasiones.
Durante su último ayuno en Nueva Delhi, sin embargo, los radicales pedían dejarle morir de hambre. La capital de la India independiente se había convertido en refugio de un millón de hindúes llegados de Pakistán. Mientras, el primer conflicto en Cachemira se agravó por la controversia del reparto de bienes entre las dos nuevas naciones. Gandhi había prometido dividir la compensación económica británica con el vecino Pakistán, ahora enemigo de guerra.
Gandhi cumplió lo pactado —siete millones de euros—. Algo inaceptable tanto para brahmines, que se creían atacados por su ideario de respeto a los intocables, como para los radicales religiosos que ansiaban un Estado hindú alejado del secularismo. De las filas de estos grupos salió el hombre entre la multitud que disparó a Gandhi a la hora del rezo hace hoy 70 años. El precursor del activismo sin violencia no pudo pacificar a los suyos. Pero su asesinato originó una década sin hostilidades religiosas en India.

sábado, 21 de septiembre de 2019

En el día Mundial de la Paz



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EL EVANGELIO DE LA PAZ


Víctor Rey


El término “paz” aparece unas cien veces en el Nuevo Testamento.  Por ese solo hecho, nos muestra que es un concepto de importancia fundamental para la comprensión del Evangelio y la vida de las iglesias.

Las Escrituras nos dicen que Dios es un Dios de Paz; que Cristo es Señor de Paz.  El profeta le llamaba al Mesías esperado el “Príncipe de paz”; el fruto del Espíritu de Dios es paz y vivir en el Espíritu es justicia, paz, y gozo en el Espíritu Santo.

El Evangelio de Paz abre la posibilidad de una nueva relación con Dios, que se convierte en realidad en la medida en que vivimos en una nueva relación con nuestros semejantes.  En esta comunidad las diferencias y las barreras que separaran a los hombres son superadas: nacionalismos, racismos, prejuicios basados en diferencias de sexos, espíritu de competitividad económica, diferencias culturales, religiosas y sociales que contribuyen a actitudes de superioridad de parte de unos y de inferioridad de parte de otros.  Por lo tanto podemos decir que la paz está en el mismo corazón de la vida que vivimos y del mensaje que proclamamos los cristianos.

La Iglesia posee un legado de paz que nos dejó Jesucristo.  Las enseñanzas de Jesús, su vida y su muerte en la cruz, apuntan al Nuevo Mandamiento, la ley de amor, que no responde a la violencia con violencia sino que busca otros valores: la humildad, el servicio, la comunidad y la justicia.  El nacimiento de Cristo fue un mensaje de paz de Dios a los seres humanos (Lucas 2:14) y predicar la Palabra es “anunciar el evangelio de la paz” (Hechos 10:36).

En la Biblia la paz no es simplemente la ausencia de guerra o violencia.  Tampoco es el mero equilibrio entre partes encontradas, ni mucho menos el antiguo concepto romano de destrucción y exterminio de toda oposición.  La paz bíblica incorpora ideas positivas de salud, bienestar y prosperidad.  Se trata de un asunto cultural: una sociedad nueva, un mundo nuevo (1 Pedro 3:13), que se basa en la justicia, el respeto a los derechos humanos, la solidaridad, la democracia, la amistad, entre personas, comunidades, pueblos y naciones.

¿Qué es lo que contribuye a la paz?  Tenemos que reflexionar sobre las cosas que traen la paz.  Una de ellas es sin duda la justicia:  “El efecto de la justicia será la paz y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre” (Isaías 32:17).  La concepción bíblica de la paz (Shalom) se caracteriza por una relación de bienestar, respeto y justicia del ser humano con Dios, sus semejantes y la naturaleza, de acuerdo con la voluntad de Dios, el creador.  Sin embargo, la realidad concreta es experimentada como una ruptura de ese orden saludable.  El ser humano causa la ruptura, pero simultáneamente se convierte en víctima.  Institucionalizado un orden injusto y ausente de paz, la ruptura divide a las personas en beneficiarias y víctimas, en opresores y oprimidos.  El propio Dios se compromete a restablecer la paz en la historia de su pueblo, colocándose al lado de los que sufren y son marginados.  En Jesucristo se puso a nuestro lado y se hizo “nuestro hermano” de manera definitiva y suprema.  Al mismo tiempo, compromete a que quienes le sigan, guiados por la visión “utópica” de una paz plena, se transformen en personas “sedientas y hambrientas de justicia” y en “constructoras de la paz” (Mateo 5:6-9).  Un lugar privilegiado para luchar en pro de la paz, de la justicia y de la preservación de la naturaleza, está constituido por los crecientes movimientos sociales, ecológicos y populares.  Para las iglesias deriva de ahí, como prioridad, en su educación y práctica para la paz, la formación de la conciencia política, la elaboración de materiales de carácter popular y el apoyo a los movimientos con las finalidades delineadas.  En estos se insertan también, más allá de las fronteras eclesiásticas institucionales, los propios movimientos cristianos por la paz en la perspectiva del “shalom bíblico”.

En conclusión podemos decir que la vida es el bien mayor del ser humano, y que no se goza de ella sin la paz.  Es la Paz la que vialisa y solidifica la comprensión de Dios, como un Dios amoroso, que concedió a su Hijo para que aprendiéramos a ser hijos de Dios y colaboradores en la construcción del Reino.

sábado, 14 de septiembre de 2019

A casi 100 años de su nacimiento

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EN LOS 99 AÑOS DEL NACIMIENTO DE MARIO BENEDETTI 

  Víctor Rey

Hay ciudades que viven en nosotros antes que las conozcamos, porque las recorrimos antes de verlas. Eso me sucedió en mi vista a Montevideo, cuando caminaba por sus calles y me sentaba en un banco de alguna plaza a mirar la ciudad y conversar con algún uruguayo, siempre salía el recuerdo del escritor Mario Benedetti. Parecía que no había muerto y que nos estaba esperando en alguna esquina de la ciudad o sentado en algún café, leyendo los periódicos o escribiendo algún poema en su libreta. La ciudad me recordaba sus novelas y poesías como las películas que han hecho de su literatura. Hay ciudades que destilan literatura y nos atrapan en sus calles, una de ellas es Montevideo, y Mario Benedetti contribuyo para que así fuese.
Y qué decir de las frases de su prosa y verso. Se han vuelto universales y se distribuyen a través de las redes sociales. Aquí comparto alguna de las cuales me han acompañado y lo siguen haciendo y que muchas veces generan una linda conversación y una profunda reflexión: “Y aunque son siempre he entendido mis culpas y mis fracasos, en cambio sé que en tus brazos el mundo tiene sentido”; “Es lindo saber que usted existe”; “Me gustaría mirar todo de lejos, pero contigo”; “Compañera usted sabe que puede contar conmigo no hasta dos o hasta diez sino contar conmigo”; “Que alguien te haga sentir cosas sin ponerte un dedo encima, eso es de admirar”; “No me tientes, que si nos tentamos no nos podremos olvidar”; “Lo nuestro fue tan fugaz, que una estrella nos vio y pidió un deseo”; “Me gusta la gente capaz de entender que el mayor error del ser humano, es intentar sacarse de la cabeza aquello que sale del corazón”; “Mi estrategia que un día cualquiera, no sé cómo ni con que pretexto, por fin me necesites”: “Es casi ley, los amores eternos, son los más breves.”
Galardonado en 1999 con el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y en 2005 con el Internacional Menéndez Pelayo, Benedetti abordó todos los géneros literarios, en los que reflejó una mirada crítica de izquierdas que le llevaría al exilio y a ser, hasta sus últimos días, un firme detractor de la política exterior de Estados Unidos. Sus poesías fueron cantadas por autores como Joan Manuel Serrat, Daniel Viglietti, Nacha Guevara, Luis Pastor o Pedro Guerra, y sus novelas más famosas llevadas al cine, como La tregua (1974) o Gracias por el fuego(1985), a cargo del director argentino Sergio Renán.
Este exponente por antonomasia de la llamada generación uruguaya de 1945, la "generación crítica", nació el 14 de septiembre de 1920 en Paso de los Toros, en el Departamento de Tacuarembo. En 1928 comenzó sus estudios primarios en el Colegio Alemán de Montevideo, donde, según contaba el propio Benedetti, gustaba de escribir en verso las lecciones e incluso sorprendió a sus maestros con un primer poema en ese idioma.
Las dificultades económicas solo le permitieron cursar un año de educación secundaria en el Liceo Miranda y después tuvo que ser casi autodidacta, compaginando los estudios con el trabajo, que comenzó a los 14 años en un taller de repuestos de automóvil. Antes de dedicarse a la escritura, Benedetti hizo de taquígrafo, cajero, vendedor, librero, periodista, traductor, empleado público y comercial. Todos estos oficios supusieron un contacto con la realidad social de Uruguay que fue determinante a la hora de modelar su estilo y la esencia de su escritura.
Entre 1938 y 1941 residió en Buenos Aires y en 1945 ingresó en el semanario Marcha como redactor y publicó su primer libro, La víspera indeleble, de poesía. En 1949 Benedetti avanzó en su carrera periodística con su labor en la destacada revista literaria Número, compaginando al tiempo sus tareas de crítico con una carrera imparable como escritor. Así, en una década trepidante publicó obras como Esta mañana y otros cuentos (1949), Poemas de oficina (1956), Ida y vuelta (1958) y La tregua (1960).
Ya desde 1952 comenzó a implicarse de forma destacada en las protestas contra el tratado militar de Uruguay con Estados Unidos. Su primer viaje a Europa lo hizo en 1957, como corresponsal de Marcha y El diario. De 1961 data el libro Mejor es meneallo, que agrupa sus crónicas humorísticas, firmadas con el pseudónimo de Damocles. Residió en París entre 1966 y 1967, donde trabajó como traductor y locutor para la Radio y Televisión Francesa, y luego de taquígrafo y traductor para la UNESCO.
En 1968 fundó en La Habana el Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas, que dirigió hasta 1971, y encabezó el Departamento de Literatura Latinoamericana de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de Montevideo, entre 1971 y 1973. En los setenta desarrolló una intensa actividad política, como dirigente del Movimiento 26 de Marzo, del que fue cofundador en 1971 y al que representó en el Frente Amplio, coalición izquierdista que alcanzó el poder en 2005.
Mario Benedetti, poeta del amor y del exilio, murió en Montevideo el 17 de mayo del 2009 a los 88 años. Tras una larga enfermedad que amagó varias veces con llevarse a este best seller de las letras uruguayas, de los sentimientos, a este popularizador de la poesía en español como casi ningún otro. La muerte, es decir, esa enfermedad pulmonar crónica que padecía, se lo llevó por delante tras su cuarto ingreso en un año en el hospital Impasa, de Montevideo.

sábado, 7 de septiembre de 2019

A 140 años del hombre del sigloXX


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ALBERT EINSTEIN, UN HOMBRE LIBRE Y HUMANISTA

Víctor Rey

Albert Einstein fue a todas luces un ser humano excepcional. Si revisamos la historia contemporánea con detenimiento, es probable que no encontremos una figura que se le asemeje o que se le acerque siquiera a él, en su actitud para proyectarse a las cumbres más altas de la creatividad intelectual y a la vez a las alturas más reconfortantes de la ética personal y del esfuerzo por dignificar la condición humana.
La revista "Time" lo designó en el año dos mil, como la persona del siglo XX, y nadie se atrevería a poner en duda la legitimidad de esa elección.
Barry Parker, uno de sus biógrafos más recientes, se arriesga a decir que Einstein fue tal vez, el más grande científico de la historia humana; luego de recordar que tenía apenas veinticuatro años, cuando enunció en 1905, hace algo más de un siglo, su Teoría de la Relatividad ("Energía, igual a masa por velocidad de la luz al cuadrado"), que le cambió a los hombres, como tantas veces se ha dicho, la concepción tradicional del tiempo y el espacio.
Parker nos recuerda que Einstein pasó sus últimos treinta años, tratando de reunir todas las fuerzas de la naturaleza, en una teoría del todo , tarea que dejó inconclusa, dice el biógrafo, pero que está de alguna manera contenida o anticipada en su espléndido legado científico y moral.
Quienes han estudiado la trayectoria y la personalidad de Albert Einstein, aseguran que nadie en la historia llegó más lejos que él, en su afán por darle una dimensión de totalidad a la ciencia física, en su intento de diseñar una teoría unificada del universo.
Cuando exponía sus avances en esa dirección, solía repetir una frase que ha circulado mucho y que los biógrafos han ido rescatando, en sus distintas aproximaciones a su vida. Una frase que resume claramente su pensamiento: "Dios no juega a los dados con el Universo". Qué otra frase más elocuente, más profunda, podría haber elegido para transmitirnos su certeza de científico, su confianza en la previsibilidad total del universo.
Todos los biógrafos de Einstein parecen coincidir en que su genio intelectual, trasuntaba una concepción del mundo en la que confluían la verdad científica, el rumbo ético, la preservación obsesiva de la dignidad humana y hasta una pasión estética que no podía disimular.
Por eso dijo este genio alguna vez, "lo más hermoso que el alma humana puede experimentar es el misterio", y agregó: "En la emoción que suscita el misterio, está el origen del verdadero arte y de la verdadera ciencia; quien no lo siente así, pierde para siempre su capacidad de asombro. Y quien ya no se asombra de nada, quien ya no experimenta sorpresa alguna, es como si estuviese muerto".
Einstein tenía una idea clara del proceso de la mente humana y de su profunda integración con la totalidad, de los elementos que forman la trama psíquica y emocional del hombre.
Por eso se preguntó en cierta ocasión "¿De qué modo surge una idea nueva en la mente del investigador o del científico?" y él mismo dio la respuesta con estas palabras: "La idea nueva surge casi siempre en forma repentina y de una manera más bien intuitiva. Eso significa que la idea no llega a nosotros como una conclusión lógica consciente; pero si más tarde repasamos el proceso que hemos vivido, no tardamos en descubrir las razones que nos fueron conduciendo inconscientemente a esa nueva idea, a esa nueva conclusión".
Estas sabias palabras del maestro ayudan a entender el hecho admirable de que la primera revelación de la Teoría de la Relatividad le haya llegado a él, cuando sólo tenía veinticuatro años de edad. Creo que no está demás recordar que cuando Newton en 1666, formuló las leyes del movimiento y enunció la Ley de la Gravedad, tenía también esa misma edad.
La creatividad intelectual y el talento visionario, labrado a golpes de intuición, se abrieron paso en lo más profundo de estos espíritus superiores, que creaban desde la conciencia, pero también desde la intimidad de sus almas en ebullición.
Ese mismo proceso fue, seguramente, el que llevó a Einstein a postular, siendo aún muy joven, que la luz está compuesta de partículas, de la misma manera que la materia está compuesta de átomos.
Su portentoso trabajo sobre el efecto fotoeléctrico, fue el que determinó que se le otorgara el Premio "Nobel" (1921). Es cierto, que por entonces, la Teoría de la Relatividad ya estaba elaborada y ya se tenía la seguridad de que iba a revolucionar el pensamiento científico, pues determinaba que las dimensiones espaciales y temporales no son absolutas, según las concebía la física clásica, sino relativas al movimiento de los sistemas en que se encuentran.
Pero el "Nobel" le fue dado por su investigación sobre la luz, sobre el efecto fotoeléctrico, quizá, porque de las dos teorías, era la menos polémica, la que menos perturbaba o dividía a los científicos de la época.
Ninguna evocación acerca de Albert Einstein, estaría completa, sin una referencia a su condición de humanista, a su incansable militancia a favor de la paz.
Desde muy joven, fue un enemigo implacable de las guerras y de la violencia. El se distinguió por ser un intransigente defensor de los sistemas que privilegian la protección integral de la dignidad de la persona humana.
Si como científico anhelaba construir una teoría unificada del universo, cuanto más, quería incentivar una cultura fundada en la tradición del humanismo, quería contribuir a edificar un sistema de convivencia, que garantizara la paz duradera y trabajó siempre para llegar a construir una sociedad auténtica de hombres libres; tanto en su Europa natal como en Norte América, que fue finalmente su patria de adopción.
No había dos Einstein, uno comprometido con la ciencia y otro con el humanismo y con la paz. Había un único hombre, en el que convivían sólidamente entrelazadas como raíces, todas las vertientes del saber y de la responsabilidad ética.
Así como el universo podía y debía ser visto desde una perspectiva de unificación y de previsibilidad, la dignidad del hombre, como parte de ese mismo universo, debía tener asignada su mirada esencial y ser también un valor garantizado y previsible. El pacifismo de Einstein, fue transparente e indestructible, pero el ejercicio concreto de su militancia, estuvo sometido a duras presiones por las turbulencias trágicas del siglo XX.
En 1921, publicó un lúcido escrito para expresar su oposición a todo acto de guerra y para sostener que sólo se lograría un auténtico progreso social, el día en que los hombres se organizaran a escala internacional, para rechazar toda convocatoria a un servicio armado.
Más tarde, en 1930, pronunció un recordado discurso en el que afirmó que si sólo el 2% de los ciudadanos del mundo, convocados al servicio militar, proclamaran su negativa a enrolarse y exigieran que los conflictos internacionales, se resolvieran siempre en forma pacífica, los gobiernos quedarían impotentes para llevar a sus pueblos a la guerra. Ese noble discurso se publicó en el "New York Times", y alcanzó en su tiempo gran repercusión. 
En 1933, al llegar Hitler al poder determinó que Einstein se viera obligado a replantear en parte, su estrategia. Y cuando Bélgica afrontó la inminencia de la invasión del nazismo, no vaciló en firmar un texto que revisara su propia propuesta originaria, y escribió lo siguiente: "Bajo las condiciones actuales, si yo fuera belga no rechazaría el servicio militar, sino que lo abrazaría, para salvar a la civilización europea". El gran científico no renunciaba a sus principios, que se mantenían incólumes, pero comprendía que estaba llevando a los hombres libres, a una terrible encrucijada; les planteaba, paradójicamente, la necesidad de armarse, para defender a la paz.
Un conflicto de conciencia parecido se le planteó en 1938 cuando existía la sospecha de que científicos alemanes, estaban ya trabajando en la fabricación de armas atómicas. Ese hecho determinó que un grupo de hombres de ciencia de los países libres dirigieran una carta al Presidente Roosevelt, para pedirle que los Estados Unidos se movilizara a fin de impedirlo, y hasta le pedían al presidente norteamericano que previera la posibilidad de que las naciones democráticas desarrollaran estrategias, para neutralizar esa amenaza. Einstein firmó algunas de esas cartas al presidente Roosevelt. 
Años después, cuando la guerra estaba concluyendo y los Estados Unidos lanzaron bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki el gran científico manifestó públicamente su arrepentimiento, por haber firmado en alguna oportunidad esa petición.
Los movimientos del alma, también se revelaban relativos y adquirían diferente valor moral, según los desplazamientos derivados, según las imposiciones crueles de la historia. Pero por encima de los horrores que el nazismo le impuso a la civilización en el siglo XX, los grandes sueños y los grandes ideales de Albert Einstein, siguieron siendo los mismos.
El hombre de ciencia, el fervoroso defensor de la paz, el humanista inclaudicable y hasta el artista sensible, que encontró siempre su mejor refugio en el violín y en su amado Mozart, mantuvieron inclaudicables sus ideales hasta el fin de su vida.
Albert Einstein había nacido en Ulm, Alemania, el 14 de marzo de 1879, se doctoró en 1905 en la Universidad de Zürich, y en 1909 fue nombrado profesor de la misma. Él se sentía orgulloso de ser judío, fue activo en el movimiento sionista y miembro del Consejo de Gobernadores de la Universidad Hebrea de Jerusalem, en cuyo acto de fundación participó (1918). En 1952, luego del fallecimiento de Jaim Weizman, él rechazó la proposición de Ben Gurion de ser presidente del Estado de Israel.
A más de sesenta y dos años de su muerte, el 18 de abril de 1955, su ejemplo sigue siendo uno de los faros que iluminan la conciencia de los hombres libres.