viernes, 23 de mayo de 2014

Sociedad y religión

Soc. relig. vol.23 no.40 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jul./oct. 2013

 

RESEÑA DE LIBRO
Zuckerman, Phil (2011)
Faith no more. Why people reject religion
New York: Oxford University Press. ISBN: 978-0-19-974001-7
EzerRoboam May May
Facultad de Ciencias Antropológicas-
Universidad Autónoma de Yucatán (UADY)
Km. 1 Carretera Mérida-Tizimín, CholulCP 97305,
Mérida, Yucatán, México.


El Espíritu Santo ha dicho claramente que, en los últimos tiempos, algunas personas dejaran de confiar en Dios. Serán engañadas por espíritus mentirosos y obedecerán enseñanzas de demonios. Le harán caso a gente hipócrita y mentirosa, incapaz de sentir vergüenza de nada. (1 Timoteo, 4:1-2)
La existencia de Dios y el sentido del universo, siguen siendo temas polémicos para debatir pública y académicamente. El ejemplo reciente fue el debate realizado el 23 de febrero de 2012por la universidad de Oxford, entre Richard Dawkins y el arzobispo Rowan Williams. Sin embargo, la situación de creer y no creer no sólo afecta al conocimiento académico y teológico, sino también al personal e individual; por lo que el libroFaith No More de Phil Zuckerman es un buen referente sobre este aspecto
La obra de Phil Zuckerman extiende dos invitaciones: la primera, es estudiar y analizar la apostasía; la segunda es, reflexionar sobre si realmente sigue perviviendo el sentir religioso. Referente a ambas invitaciones podría decir que se resumirían en las siguientes dos oposiciones: conversiónvs apostasía; despertar religioso vsracionalización. Estas ideas remueven varias teorías clásicas de la sociología de la religión; las cuales, se derivan de la afirmación de Durkheim: la religión tiene algo de eterno, puesto que no está llamada a desaparecer, sino a transformarse. Zuckerman, pretende mostrarnos tendencias que indican lo contrario.
El libro se compone de 10 capítulos y las conclusiones. Para empezar, la virtud de este estudio es el rescate de la metodología cualitativa con la recolección -por medio de entrevistas- de historias de vida o autobiografías de 87 personas,que utiliza para el análisis de la apostasía. Por lo tanto, la lectura del libro permite conocer las experiencias de los entrevistados en sus propias voces. El autor afirma que la apostasía se da con más frecuencia en hombres que en mujeres, en personas con educación elevada, al igual que la posición ideológica más común entre éstos es la izquierdista.
En la introducción, el autor dirige al lector con datos estadísticos que avalan la hipótesis del autor, que es, el incremento de los apostatas, así como de la secularización en Norteamérica; ésta última, entendida como pérdida de lo religioso. Para Zuckerman, la secularidad se ve reflejada en la apostasía, más que en la presencia de los ateos; que si bien el autor alude que la apostasía no sólo se trata de la pérdida de la fe, sino también al rechazo de identificarse con cierta comunidad o grupo religioso determinado. El autor propone tres categorías de análisis de la apostasía; el primero es, cuando, temprano o tardío: la apostasía temprana refiere a que el sujeto socializó desde su infancia con la religión y la tardía, a que el sujeto socializó en su adultez con la creencia. El segundo es, superficial (shallow) o profundo (deep), los apostatas que se incluyen en el primero son aquellos que no han dejado de considerarse gente espiritual, o bien que ya no consideren a Jesús como el Mesías, pero sí como un buen ejemplo o guía. Mientras el segundo, es aquel que ni siquierase identificacomo una persona espiritual. El tercero es, moderado (mild)o transformativo (transformative), en el primero quiere decir que el apostata no era tan religioso; en el segundo caso, refiere que el apostata tenía tanta convicción, por lo que su deserción le fue algo trascendente.
En el primer capítulo relata la vida de dos muchachos que vivieron una intensa vida religiosa y supernatural, al ser su madre una exorcista. Pero que en el transcurso de sus vidas y circunstancias dejaron de creer en esas fuerzas sobrenaturales. En el segundo, toca uno de los puntos centrales del libro, al presentar la vida de un ex-Testigo de Jehová (TJ) y otros entrevistados que empezaron a perder la credibilidad en las historias bíblicas. Hasta este punto, el autor con base en lo encontrado en sus entrevistas, expresa su desacuerdo con la noción de que las personas religiosas son más morales quelas no-religiosas, ya que éstas últimas tienen un gran sentido del respeto, del orden moral y ético. Sin embargo, me parece necesario anotar que no se tratan de ateos de nacimiento, sino de ateos apostatas, en este sentido, damos cuenta de la posibilidad de estar conservando algunos sentimientos derivados de la religiosidad anterior.
El tercer capítulo se centra en la problemática del infortunio o desgracia. En el caso del primer entrevistado refiere a la infidelidad de un ex-TJ por parte de su esposa TJ; también expone la vida de un católico con una historia similar. En este capítulo, ronda una pregunta: ¿por qué me va mal si estoy cumpliendo con los mandatos y reglas religiosas? ¿Por qué Dios me castiga y no me premia, si le estoy obedeciendo? Luego, relata la experiencia de dos jóvenes para hablar de las 'oraciones sin respuesta', quea mi punto de vista, ambos casos me parecen ejemplos poco significativos o secundarios, por lo que hubiera sido mejor ofrecer ejemplos de eventos más trascendentales. Encontramos en este capítulo, que el tema de fondo es aquello que Weber llama, el problema de la teodicea. Según el autor, la falla de la teodicea, las oraciones sin respuesta, la muerte del ser amado son razones para que el creyente deserte. El cuarto capítulo,trata específicamente de los casos de dos ex-mormones. Ambos casos dirigen a inferir que ciertas experiencias de los entrevistados, conllevó a que la organización mormona los rechazara, y rompiera los vínculos con el grupo y por ende con la creencia. El primer caso, es de una mujer que siempre se encontraba dubitativa sobre ser o no mormona, pero que al transgredir cierta norma simbólica de castidad fue rechazada; el segundo, es de un hombre que hasta cierto punto no aguanto reprimir su homosexualidad.
El quinto capítulo toca un tema central en el mundo religioso y vida religiosa, la sexualidad y el acto sexual. Zuckerman comienza con dos casos particulares, la de un joven homosexual que mantenía cierto tipo de relaciones con otros hombres dentro de una escuela cristiana y la de una mujer que siempre deseaba tener relaciones sexuales. Resultan interesantes estos casos, porque comúnmente los religiosos que tienen relaciones sexuales pre-maritales lo mantiene en secreto para no ser rechazados por su comunidad de fe y seguir siendo parte de dicho grupo; pero los casos citados, el sexo ocasionó a que ya no se identifiquen como cristianos; es decir, el sexo jugaba un papel importante en su identidad cristiana. En suma, la batalla de los deseos sexuales y su prohibición se deja a un lado, al des-identificarse religiosamente. El sexto capítulo, habla sobre experiencias y razones variadas de apostasía, como lo fue la pederastia de la iglesia católica y el contacto con otras culturas y religiones. Actualmente, esto es común si consideramos a los innumerables grupos religiosos que han logrado internacionalizarse, gracias al internet, a la apertura política y económica. La parte interesante es el final, cuando el autor menciona que la fe se trata de voluntad y de algo deliberado; porque, creer implica esfuerzo. Claramente, el contexto plural permite el grado de voluntad que pueda tener el individuo, y cómo estos tienen que hacer más esfuerzo para creer, mientras, en un contexto con monopolio de una fe, es menos difícil esforzarse.

jueves, 15 de mayo de 2014

Martin Luther King y la desobediencia civil como medio de acción política

El pasado mes de abril, con motivo de un aniversario más de la muerte de dos profetas contemporáneos, Martín Luther King y Dietrich Bonhoeffer, la Comunidad de Reflexión y Espiritualidad Ecuménica (CREE) y la Fraternidad Ecuménica de Concepción, organizaron un acto de homenaje en la sede de la Asociación Cristiana de Jóvenes de esa ciudad. Me invitaron para hablar sobre la vida y la obra de este pastor bautista, y otro amigo luterano compartió sobre la vida y la obra del teólogo alemán. Cuando llegó el momento de las preguntas y comentarios estos se centraron en la participación política del cristiano.  Concluimos que la vida de Martín Luther King es el mejor ejemplo de dicha participación.
Lo que más se destacó  fue su actitud en relación con la desobediencia civil. Esta característica tiene que ver con su ejecución de forma consciente, pública pacífica y no violenta, manteniendo una actitud de protesta contra la autoridad con el fin de rectificar los errores que ésta hubiera cometido, a juicio de quienes protestan.
El ensayista norteamericano Henry David Thoreau, que influyó en Martin Luther King, León, Tolstoy y Ghandi describió estos principios en su obra Desobediencia Civil (1849). Thoreau era considerado como una persona excéntrica, de ácidas reflexiones e ingenio inagotable. Elaboró su reflexión a partir de su rechazo a pagar un impuesto del gobierno de la época destinado a financiar la guerra de Texas contra México; decisión por la cual fue encarcelado y de lo que se libró sólo cuando sus amigos pagaron la fianza en el verano de 1846.  Las ideas e intenciones de Thoreau iban más allá del egoísmo individualista (no se trataba sólo de no querer pagar ese impuesto), sino que cuestionaba la conformidad del gobierno para cobrar impuestos que financiaban una guerra que él consideraba injusta, máxime cuando ese mismo gobierno avalaba la esclavitud.
Thoreau creó un cierto tipo de resistencia no violenta pero contumaz, ni mucho menos pasiva, que tenía mucho de renuncia. Suya es la afirmación de que “Bajo un gobierno que encarcela a alguien injustamente, el lugar que debe ocupar el justo es también la prisión” (Thoreau, 1849). En fin, Thoreau es considerado actualmente como uno de los padres de la desobediencia civil. Sin embargo, no es precisamente innovador cuando reconoce que el gobierno puede estar equivocado y que es legítimo que el pueblo se rebele: El gobierno por sí mismo, que no es más que el medio elegido por el pueblo para ejecutar su voluntad, es igualmente susceptible de originar abusos y perjuicios antes de que el pueblo pueda intervenir
El término de desobediencia civil fue popularizado por el famoso ensayo de Thoreau; sin embargo, el concepto es el resultado de diferentes interpretaciones en la historia del pensamiento y de la acción del hombre. En el marco histórico de la humanidad se presentan tres desobedientes ilustres: Henry David Thoreau en Estados Unidos; Mahatma Gandhi en India y Nelson Mandela en Sudáfrica. Los tres tenían en común el objetivo de articular sus discursos y asumirlos como ejemplos de participación política y como movimientos de cambio social, tanto en sociedades no democráticas como democráticas, aunque no se consideren legítimas.
Mahatma Gandhi usó esta estrategia en la India siendo ésta todavía una colonia del Imperio Británico, con el objetivo de lograr la independencia de forma no violenta. Gandhi llamó a boicotear al gobierno colonial inglés, mediante huelgas, movilizaciones y violando la autoridad impuesta, para mostrar que de manera pacífica se obtendrían mejores resultados que con la violencia, en donde la superioridad británica aplastaría cualquier lucha armada. Gandhi se destaca en la historia de las campañas masivas. El primer movimiento de masas auténtico de la desobediencia civil, dirigido por Gandhi, fue la marcha al Transvaal en noviembre del 1913, para protestar contra leyes discriminatorias. Algunas de estas leyes eran, por ejemplo, el impuesto anual a todos los indios que permanecían en Sudáfrica después de finalizado el contrato de trabajo que les había llevado allí, así como la ley que invalidaba todos los matrimonios no cristianos.
Otro antecedente significativo lo ofrece el movimiento sufragista. En 1913 más de mil mujeres habían pasado por las cárceles inglesas acusadas de cometer actos ilegales, públicos y no violentos en el marco de la lucha por el sufragio femenino. Cientos de ellas realizaron huelgas de hambre. El Gobierno británico respondió con la alimentación forzosa, y con leyes que permitían el cumplimiento escalonado de las penas.
“El objetivo es crear una situación de crisis generalizada que abra inevitablemente la puerta a las negociaciones”. Así pudo resumir Martin Luther King su testamento de acción sociopolítica: encarar pacíficamente un contexto en el cual, a pesar de los elementos en contra, la movilización pueda desestabilizar el panorama hasta llegar a un punto de ebullición, pero sin permitirle estallar gracias al liderazgo y a las convicciones compartidas. Esta era una de las diferencias principales entre la no-violencia abogada por King y la violencia proactiva de su contemporáneo Malcolm X.  Mientras que el último no dudaba en acudir a la defensa propia para lograr sus cometidos, King, pastor bautista y fundador de la Southern Christian Leadership Conference, llevó los principios de Gandhi de no-cooperación hasta cada rincón del sur estadounidense. Las batallas de King comenzaron contra la segregación racial en autobuses, escuelas e instituciones públicas. Cuando Rosa Parks se negó a cederle su puesto a un blanco, como indicaba la ley, en diciembre de 1955, King organizó un boicot al sistema de autobuses de la ciudad de Montgomery que duró más de un año y que terminó en el veredicto de la Corte Suprema de eliminar la separación racial en los buses públicos.
Fue el primer éxito notable de King, quien continuó ejerciendo estrategias no violentas en Albany, Birmingham, Chicago y Washington.  Su modus operandiconsistía en organizar a los afroamericanos en forma regional en huelgas o paros civiles que presionaran a las autoridades locales que debían responder a las solicitudes hechas por King y la comunidad negra. Fue su primer éxito y continuó ejerciendo estrategias no-violentas en Albany, Birmingham, Chicago y Washington.
El éxito de esta estrategia fue diverso: mientras que el paro comercial y los arrestos masivos en Birmingham llamaron la atención del presidente Kennedy y eliminaron toda prohibición segregacionista en el pueblo, sus esfuerzos tras un año de movilización civil en Albany fueron un fracaso. Sin embargo, la reputación de King subió considerablemente y fue establecido como el rostro del movimiento por los derechos civiles.
Múltiples grupos radicales como el Ku Klu Klan atentaron contra la vida de martin Luther King y de los manifestantes en muchas manifestaciones a favor de los Derchos Civiles, lo cual elevó a nivel nacional el perfil de King y su apuesta pacífica.  La cúspide mediática vendría el 28 de agosto de 1963, con la marcha hacia Washington que reunió a más de 250.000 personas frente al Capitolio, donde emitió su más recordado discurso.  “I have a Dream”.  El año siguiente el movimiento recolectó recompensas aún mayores, con la firma del Acta de los Derechos Civiles por el presidente Johnson y la entrega del Premio Nobel de la Paz a Martin Luther King.
En el agitado clima de los años sesenta, Martin Luther King continuó luchando por una vida más justa y fraternal para los afroamericanos y los desvalidos en general, ampliando su discurso a los pobres de América y combatiendo la impopular guerra de Vietnam. En una década plagada de mártires estadounidenses, el asesinato de King a manos de James Earl Ray, un segregacionista blanco, clausuró una etapa – probablemente la más importante – en la histórica campaña afroamericana por la libertad y la calidad de vida.

La desobediencia civil sigue siendo la clave de la acción política de los cristianos que quieren involucrarse en esta área de la misión y para las iglesias que quieren asumir su rol profético en la sociedad.  Algo anda mal cuando los gobiernos de turno aplauden y se sienten complacidos con las iglesias. En este tiempo de acomodos políticos y búsqueda de privilegios de líderes cristianos el ejemplo de Martín Luther King está más vigente que nunca.

miércoles, 7 de mayo de 2014

La depresión

En Chile medio mundo está deprimido. Un 60% de la población para más exactitud según algunas estadísticas.La depresión se traduce en descontento, agresividad, quejas cuando no en cosas mucho peores.
Para remediar esta depresión se acude a veces a médicos y farmacias, imaginando mil enfermedades, o bien se remedia el ánimo visitando psicólogos y siquiatras. Hay algunos incluso que piensan que algún curita como maestro espiritual, les podrá ayudar.
Yo no soy ni médico, ni siquiatra, tampoco me considero “maestro espiritual”, a pesar de ser curita, pero estoy informado de la doctrina de un maestro espiritual que se llamó Ignacio de Loyola. Éste fue el fundador de los jesuitas y fue maestro en temas como el resolver un problema u orientar la vida.
Más concretamente, enseñó cómo abordar situaciones como las que llamaba “desolación espiritual”. Situación que tendría alguna relación con la depresión espiritual. En todo caso, a partir de sus ideas contenidas en su obra “Los Ejercicios Espirituales” procuraré avanzar algunas sugerencias o respuestas para las situaciones de depresión.
Pero hay una diferencia muy esencial entre los “desolados” del maestro Ignacio de Loyola y los “deprimidos” de que estamos hablando. Los primeros están desolados porque al Dios que es como su centro y amor, lo sienten ausente. Nuestros deprimidos en cambio, están tristes y deprimidos porque lo que sienten como ausente no es ningún amor trascendente sino la satisfacción de su propio ego en que están centrados.Volveremos a tratar este punto.
Ahora, usando el discernimiento que nos enseñó el maestro Ignacio procuraré sugerir algunos caminos de solución para mis amigos deprimidos. El primero es que usen la razón para preguntarse por qué estamos deprimidos.
La depresión está en el ámbito de los sentimientos. Dios nos dio otra facultad, la razón, como conductor principal de nuestra vida. Usémosla pues para preguntarnos por qué estoy deprimido.
Y vamos a descubrir algo sorprendente, vamos a descubrir que estamos centrados en nosotros mismos y que la razón de nuestra depresión es porque nos falta algo, porque echamos de menos algo, porque tememos que nuestro ego no tiene todo lo que desearía tener, nos descubrimos como seres solitarios, egoístas, sin amor en esta vida, sin capacidad de sacrificarnos por otros.
No digo que todo deprimido sea un egoísta, sino que está deprimido por razones egoístas, es decir centradas en su ego.
Es natural que una desgracia personal nos cause tristeza, pero tendría que ser la ocasión para salir de nuestro pequeño mundo personal. Sentirnos parte de la sociedad, sustentados por ella. Pero, todo eso es recibido y hemos de disponernos a entregar todo lo que podríamos a los demás.
Pongamos algún ejemplo. Un deprimido podría buscar una familia más pobre que la suya, ayudar a un niño retardado a aprender sus tareas escolares, apoyar una organización popular del vecindario. Un preso superará su depresión encariñándose con un pajarito enjaulado y no porque le cante –esto sería quedarse siempre en su ego- sino por cariño… Cuidar, por ejemplo, a un pajarito con la patita rota, le abre al mundo del dolor ajeno.
Un ejercicio que el maestro Ignacio de Loyola recomendaría sería el siguiente.Recorrer el curso de mi vida viendo todo lo que he recibido de otros, beneficios de todo género, tanto individuales como colectivos… Mis padres, la sociedad en conjunto, la naturaleza misma, este país tan hermoso como es Chile.
Sentirme como centro de un conjuro de favores y cariños de la naturaleza y de la humanidad. Y, si tenemos fe, sentirnos hijos de un Dios que es padre, que nos ha acogido y nos acogerá por toda la eternidad.
En una palabra, la solución está en superar mi egocentrismo y poner amor en mi vida.
Alguno dirá, el amor ya está en mi vida, soy casado, tengo hijos, pero eso no me impide caer en la depresión. A lo que respondo que no todo amor es auténticamente un amor altruista. El mismo fenómeno del enamoramiento lleva a menudo características de una búsqueda de sí mismo. Hay que examinar la autenticidad de mi amor al otro.
Un segundo paso en este camino de liberación del enclaustramiento en el propio ego es “hacer efectivo” este “salir del propio amor, del propio querer, del propio interés” (palabras del maestro Ignacio). No basta discernir. Es imperativo “hacer”. Por lo general somos demasiado teóricos y pasivos. Es imperativo actuar “el “agere contra” ignaciano. Reaccionar contra la depresión volviendo efectivamente a algunas de las industrias señaladas y superando las rémoras que luego indicaremos.
Hablaré de dos obstáculos que se oponen a esta liberación. El primero es la adicción de la voluntad a atractivos absorbentes y esclavizantes como son la bebida, el alcohol, la droga, el goce sexual, el juego.
Segundo obstáculo que quisiera mencionar es el odio.
Las adicciones mencionadas son difíciles de superar. Pero ayudan a comprender su vinculación con la depresión. Ahora deberían tener un desafío mayor, un cambio radical, abrirse al amor y servicio.
En cuanto a la eliminación del odio digamos lo siguiente: hay que eliminar del corazón todo deseo de venganza, todo odio, todo resentimiento, y abrirse al perdón. Nada más irracional que guardar o cultivar resentimientos. El único perjudicado con esto es uno mismo.
El perdonar, libera. Libera ante todo a uno mismo, castigar el delito es necesario para la salud pública. Pero el castigo tiene que ser sin odio, sin venganza. Se trata de un castigo medicinal. Busca la rehabilitación del delincuente, el delincuente arrepentido y rehabilitado debe ser readmitido plenamente a la sociedad. El odio y el deseo de venganza deben ser eliminados de todo corazón y habremos eliminado una de las causas de la depresión.
No son las píldoras o recetas las que nos van a mejorar sino el esfuerzo personal de reaccionar contra la depresión y buscar todo aquello que puede llevarnos al amor, al servicio, a la generosidad, a la esperanza.

domingo, 4 de mayo de 2014

¿Y si la felicidad era otra cosa?


Por Sergio Sinay - La Nación

Son tiempos de crisis mundial, de modelos de vida frenéticos, de escasos espacios para el placer. "Debemos vivir de forma más simple para que, simplemente, los demás puedan vivir", decía Gandhi. Algunos hacen la prueba...

Creemos que las nubes reciben un trato injusto y que la vida sería infinitamente más pobre sin ellas." Así comienza el Manifiesto de la Sociedad de Observación de Nubes (Cloud Appreciation Society), una institución creada en 2004 por el diseñador y escritor inglés Gavin Pretor-Pinney (Londres, 1968). La asociación ya tiene más de 11.000 adherentes en todo el mundo (su sitio web eswww.cloudappreciationsociety.org ) y su manifiesto declara también lo siguiente: "Creemos que las nubes son para soñadores y que su contemplación beneficia el alma. De hecho, los que piensen en las formas que ven en ellas se ahorrarán la factura del psicoanalista". Y tras la enumeración de otros puntos concluye con esta propuesta: "Alza la vista, maravíllate ante su efímera belleza y vive la vida con la cabeza en las nubes".

Se podría pensar que semejante invitación es ilusoria, ajena a las exigencias de la realidad, nada pragmática e impracticable. Puede ser. Mientras tanto, la Guía del observador de nubes, libro que escribió Pretor-Pinney y publicación oficial de la Sociedad, lleva vendidos casi 200.000 ejemplares (hay edición en castellano). Y no todo queda en la lectura. Se reproducen los observadores dispuestos a vivir con la cabeza en las nubes. Se trata, dicen quienes la experimentan, de una práctica inspiradora, que permite acceder a uno de los tantos maravillosos obsequios que nos brinda la naturaleza, que limpia la mente y el alma y que, por fin, es gratis.


Tiempos complicados


El presente no es el tiempo del cólera que quería Gabriel García Márquez para su novela. Es el tiempo de la gripe A, del dengue, de las candidaturas testimoniales, de la inflación real y las estadísticas irreales, del piquete constituido casi en profesión y en obstáculo cotidiano, de violencia en las calles, en las rutas, en las tribunas, en los atriles, de consumo desbocado de ansiolíticos, de inseguridades varias y crecientes (desde la física hasta la laboral), de apelación masiva a variadas terapias. Es el tiempo de la mayor crisis económica mundial y de la sonora ruptura de una burbuja, aquella en la que estaba envuelta la ilusión de una vida a todo consumo, rodeada de seguridades, acolchada en la creencia de que el progreso económico y el desarrollo tecnológico, unidos, casi podrían hacernos inmortales.

En semejante tiempo, ¿qué significa observar nubes? Si, además de ser una práctica concreta y al parecer fascinante, se la considera como una metáfora, acaso la invitación a observar las curiosas formas de cumulonimbos, estratos, nimbostratos, cirros, cirrostratos y demás sea una convocatoria a una nueva forma de vida, más simple, pero no menos significativa. Músicos, escritores, pintores, escultores, dramaturgos, actores pueden dar fe de cuánto arte hay en la simplicidad. Y esta experiencia es también la de quien, como espectador u oyente, recibe esa simplicidad y se siente enriquecido y transformado por ella.

El sociólogo polaco Zygmunt Bauman, que consagró categorías tales como amor líquido, vida líquida o posmodernidad líquida para describir la fugacidad, la inconsistencia en los compromisos y el relativismo en los vínculos que caracterizan esta etapa de la historia, aporta ahora, en El arte de la vida, la visión de la existencia como una obra de arte de la cual cada individuo es auctor (autor y actor). La hechura de esa obra comprenderá siempre la confrontación entre las condiciones externas y las potencialidades internas. El condicionamiento es a veces previsible y a veces no: incluye el imponderable, aquello que está fuera de toda previsión y control. Con eso se vive; contra eso no hay vacuna. Las promesas tecnológicas o científicas en sentido contrario generan luego estupor, estrés, desencanto, frustración y crisis. Al respecto, John Gray, un pensador original, fundamentado profesor de pensamiento europeo de la London School of Economics y autor de Contra el progreso y otras ilusiones, sostiene que "creer que se debe creer en el progreso porque de lo contrario ocurrirán desastres es creer en la creencia. Pero no habrá modelo económico ni desarrollo tecnológico que nos salve de la muerte".

Entonces, ¿cómo vivir? El actual ministro de Educación de España y rector de la Universidad Autónoma de Madrid, el filósofo y catedrático de metafísica Angel Gabilondo, propuso algunas ideas en una conferencia que tituló Artesanos de la belleza de la propia vida. Una vida bella, según Gabilondo, pasa por el camino de la sencillez. "La sencillez es un resultado; la simpleza, un estado primario. Hay que saber mucho para ser sencillo." Y continúa: "A la sencillez no se llega solo, porque uno solo se ensimisma, se enquista, se cree autosuficiente. Necesitamos de la presencia de los otros, de su irrupción, porque eso nos ayuda a vivir".

Diógenes (414-323 a.C.), filósofo griego que fundó la escuela cínica, que predicaba la ausencia de necesidades, solía vivir de la mendicidad, aunque no la veía como tal. "Simplemente, decía, pido que me devuelvan." Y cuando quienes lo observaban extendiendo su mano incluso ante las estatuas le advertían que de ellas no obtendría nada, él respondía: "Estoy practicando para no recibir". Sin duda, representaba un caso extremo de ausencia de necesidades, aunque un buen disparador para buscar respuesta a esta pregunta: ¿es lo mismo un deseo que una necesidad?





Primero, lo necesario


Una necesidad, dicen los filósofos, es aquello que no puede no ser. No podemos no alimentarnos, no podemos no respirar, no podemos no beber el agua que nuestro organismo necesita. Si eso ocurriera, moriríamos. Esas son necesidades. Como ser reconocido o ser amado, sin lo cual se produce nuestra muerte psíquica y emocional. El deseo, en cambio, está impulsado por la búsqueda del placer. El hambre manifiesta una necesidad: la de alimento. El apetito expresa un deseo: agnolotti de ricota y nuez a los cuatro quesos. A partir de la diferenciación, es posible una nueva pregunta: ¿una vida sencilla se basa en la atención de las necesidades o en la satisfacción de los deseos?

Antes de responder, conviene repasar la célebre pirámide de las necesidades humanas que en los años 40 del siglo XX diseñó el psicólogo humanista Abraham Maslow. En la base, las necesidades fisiológicas primarias; en el segundo escalón, las de seguridad física y emocional; en el tercero, las sociales (interacción con los otros, pertenencia a grupos de referencia, necesidad de amor entendido como interacción afectiva); en el cuarto, las del yo (reconocimiento, valoración, respeto, que refuerzan la autoestima), y en el quinto, las necesidades del ser, es decir, las de realizar las propias potencialidades, concretar nuestro sentido esencial, autorrealizarnos.

No son las necesidades, sino los deseos los que nos impulsan a endeudarnos, a correr detrás de cosas, de apariencias, de símbolos (de estatus, de poder). En La vida auténtica, el gran pensador alemán Erich Fromm advertía que el ser humano se había convertido, desde la mitad del siglo XX en adelante, en un desbocado productor y consumidor de cosas, en detrimento de otros propósitos e ideales. "Producimos máquinas que emulan al hombre y el hombre se convierte en máquina, en objeto", señalaba Fromm. Somos materialmente productivos, insistía, pero mientras ponemos el acento allí nos hacemos improductivos en nuestra relación con los demás, y en la satisfacción de nuestra necesidad de armonía, de unidad, de sentido.


Pequeño y hermoso


En esa dirección apuntaba hace 36 años el economista angloalemán Ernest Friedrich Schumacher (1911-1977). Discípulo de Keynes, Schumacher abandonó Alemania (había nacido en Bonn) en 1936 ante la amenaza nazi y se instaló en Inglaterra. Allí dirigió la poderosa Corporación del Carbón por veinte años, de 1950 a 1970. Comisionado en Birmania, su pensamiento se transformó al conocer en profundidad las ideas de Gandhi acerca del desarrollo sustentable. Tras fundar el ITDG (Intermediate Technology Develop­ment Group), un espacio de especialistas dedicados al desarrollo de tecnologías menos depredadoras del medio ambiente, publicó en 1973 Lo pequeño es hermoso, un libro que, con sólidos argumentos, gran conocimiento de la economía y notable poder de comunicación, proponía replantear la economía incluyendo al ser humano como elemento central.

Lo pequeño es hermoso se tradujo a una veintena de idiomas, circuló por millones, se reedita periódicamente sin perder vigencia y es considerado uno de los libros más vendidos y más influyentes del siglo XX. Hoy, el Instituto Schumacher continúa con sus ideas; es una usina de iniciativas de desarrollo destinado a simplificar y mejorar la vida, un espacio en el que descuellan célebres científicos, como James Lovelock (autor del concepto Gaia, según el cual la Tierra es un organismo vivo) y Stephen Harding. Su consigna es: no se trata de repoblar y maltratar la Tierra, sino de disfrutarla y amarla.

Lo pequeño no sólo es hermoso, sino que es condición necesaria de lo grande. Así como la suma de una célula más otra y más otra termina en la conformación de un organismo, el cambio de una actitud individual, la modificación de la vida de una persona o de una familia, más la de otra, más la de otra, pueden conducir a la transformación de un tipo de vida que se ha revelado en muchos aspectos (sobre todo emocionales, afectivos, espirituales) tan insatisfactoria como estresante. Es una vida iatrogénica.

La iatrogenia es el proceso por el cual lo que se considera un remedio genera enfermedad o empeora la condición de un paciente. La forma de vida que hoy está en crisis parece haberse originado en concepciones económicas, usos tecnológicos y vínculos humanos con alta dosis de iatrogenia. Pruebas al canto: las consecuencias obvias del cambio climático (que ya podemos percibir en nuestra vida y en escenarios cotidianos), el catastrófico derrumbe de un sistema económico basado en la codicia, la rapiña, la ambición, el egoísmo y el descontrol, la irrupción de nuevas pandemias sumada al regreso de enfermedades que se creían erradicadas, el malestar afectivo que tiñe las relaciones interpersonales en las que el otro (prójimo, semejante) aparece antes como objeto que como sujeto (pese a que han pasado quince siglos desde que Juan Crisóstomo, que fue obispo de Constantinopla, considerara pecado el tomar a una persona como medio o instrumento). Hay un tipo de vida que ya mostró sus características. Hay otro que espera para ser experimentado. Y esa experiencia puede empezar en cada persona, en cada familia, en cada hogar.


Una casa para el alma


¿Cómo acceder a la vida simple? En El reencantamiento de la vida cotidiana, el terapeuta y ex seminarista Thomas Moore propone ideas estimulantes en ese sentido. Una de ellas es que el alma tenga un espacio en el hogar que habitamos. Ello ocurre cuando podemos responder a estas preguntas: ¿vivo donde quiero o donde debo vivir? ¿Es éste el lugar adecuado para mí? ¿Estoy rodeado de la gente que me da sensación de pertenencia? ¿Estoy haciendo un trabajo apropiado, lo que puedo, lo que debo o lo que quiero? ¿Se están expresando en este trabajo mis potencialidades más profundas -emocionales, creativas, espirituales-? ¿Todo lo que hay en mi casa es necesario?, ¿responde a necesidades o a deseos?

"Tal vez no necesitamos tanto espacio como creemos en nuestras casas y en nuestros negocios, ni usar tanto de la naturaleza para nuestra recreación", dice Moore. También incita a que "dejemos a los niños vivir su infancia". Esto significa no rodearlos de entretenimientos tecnológicos que hacen todo por ellos, anulan su iniciativa y su imaginación. Los chicos, dice Moore, parecen pequeños empresarios con agendas llenas de actividades y todo tipo de artefactos electrónicos e informáticos a su alrededor. Serán adultos con alma si se les deja vivir con magia en vez de "con técnica y practicidad". Chicos que crecen con alma serán adultos capaces de vivir vidas más simples y profundas.

Michael Simperl, un consultor publicitario alemán que a partir de una grave crisis profesional reorientó su vida en la dirección de la profunda simplicidad y recogió esa experiencia en el libro Menos es más, ofrece también su aporte. "Tratemos de adecuar nuestras tareas a nuestro tiempo, y no nuestro tiempo a nuestras obligaciones", propone. Sin duda, un cambio cuántico en una cultura basada en la creencia de que "el tiempo es oro" y que, como tal, es escaso. Simperl es impulsor del menosismo: hacer menos y mejor, tener menos y disfrutar más. "La alternativa menosista, dice, es aprender a no regirse por el número de tareas que se nos imponen o nos imponemos, sino en destinarle un tiempo fijo a cada una". Esto enseña a fijar prioridades. Siempre, lo que se necesita tiene prioridad sobre lo que se desea. Por lo tanto, es importante aprender a conocer las propias necesidades. Si éstas son atendidas, habrá armonía y satisfacción. Correr detrás de los deseos complica la vida. No tardaremos en encontrarnos sin tiempo, con deudas, con relaciones empobrecidas y con ansiedades constantes.

Otras experiencias de Simperl pueden ser iluminadoras. El aprendió a manejar sus frustraciones y bajones de una manera sencilla y creativa. En lugar de correr a comprar algo y anestesiar la tristeza con consumo (anestesia que, como todas, tiene un efecto temporario), sale a caminar, monta en su bicicleta, observa fenómenos naturales (el atardecer, lo que hacen los animales). "La frontera mágica es la hora y media", dice. En ese plazo se disipa el sentimiento de frustración o depresión que lo embarga. Y, en este caso, no vuelve, él queda en paz.

El menosismo recuerda también que no es necesario ser perfecto. En cierto modo, el perfeccionismo es padre de la frustración y de la inconformidad permanentes. Nunca hay satisfacción por el logro, pues siempre prevalece lo que falta. Otra consigna menosista es la de no quedar enredado en lucubraciones del tipo: ¿tendré dinero el año que viene?, ¿qué será de mis hijos cuando sean grandes?, ¿cómo saldrá este proyecto? En cuanto a esto, Dan Millman (que fue campeón mundial de atletismo y actualmente es entrenador en la Universidad de Stanford, además de conferencista y consultor en cuestiones de crecimiento personal) dice: "Nos complicamos seriamente la vida con temas que tememos y que finalmente nunca ocurren, como arrepentimientos respecto del pasado o temores con relación al futuro. «Debería haber hecho esto... Me abandonarán? Me quedaré sin un peso... Me equivoqué en aquello». Nadie vive, finalmente, en el presente. Hay que aprender a concentrarse en el hoy, que es cuando ocurre lo que ocurre".

Moore, regresemos a él, propone una manera siempre vigente de reencantar la vida, darle sencillez y profundidad. Invita a volver a los libros, o a ingresar en ellos. "Tengo mi casa llena de libros, cuenta, y es lo que más cuesta trasladar cuando me mudo. Al rodearnos de libros, nos rodeamos de la sabiduría, la imaginación y la memoria del mundo; nos integramos a él." Cuando nos protegen y nos abrazan los libros, en cada uno de ellos, en una página leída al azar, en un párrafo escogido por intuición, habrá la punta de un hilo que, si lo seguimos, nos llevará a ideas que nos ayudarán, a relatos que nos darán una nueva perspectiva, a compartir una experiencia propia que creíamos que nadie comprendería.

Si pretendemos ser protagonistas de nuestra vida y no meras víctimas de circunstancias que otros proponen y manejan, si hemos llegado a un punto de complicación que rompe nuestra armonía interior, acaso sea el momento de prestar atención a Giorgio Nardone, creador del Instituto de Terapias Estratégicas, de Arezzo, Italia, quien aplica exitosas prácticas basadas en las ideas de los antiguos sofistas griegos. "Cuando quiera resolver un problema, dice Nardone, empiece por preguntarse cómo puede hacer para empeorarlo. Así le será mucho más fácil descubrir la solución." Si queremos vivir una vida más sencilla, con más propósito y sentido, podemos empezar, entonces, por observar con absoluta sinceridad qué hacemos (y cómo lo hacemos) para hallarnos involucrados en una existencia complicada e insatisfactoria. ¿Estamos dispuestos a hacer más de lo mismo? Si no es así, acaso sea el momento indicado para empezar a observar las nubes.

Y para cuando no haya nubes, vale este milenario proverbio chino: "Sólo en un estanque en calma se refleja la luz de las estrellas".


Más simplicidad, más vida


No es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita. Esta es una de las convicciones en las que se apoya el Movimiento por el Decrecimiento, que viene ampliándose en el mundo a partir de los años 90 del siglo XX, y que nació al calor de las ideas de Nicholas Georgescu-Roegen (1906-1994). Este economista rumano publicó en 1971 un libro titulado La ley de la entropía y el proceso económico, en el que sostenía que las teorías económicas que proponen el crecimiento como modelo único y a cualquier precio son infundadas. Georgescu-Roegen se valía de argumentos no sólo económicos, sino también físicos y ecológicos.

El decrecimiento no es una teoría económica, sino una consecuencia inevitable de las leyes de la entropía aplicadas a nuestra realidad vital, según quienes adhieren a él (un número cada vez mayor de personas en todo el mundo). "Vivimos en un planeta finito y con una determinada capacidad para asimilar los procesos vitales de las especies que alberga. La civilización humana lo ha puesto en jaque", apuntan. Se trata de frenar el crecimiento por el crecimiento, que ?argumentan? enriquece a unos pocos, deteriora el planeta y lleva a la mayoría a vivir una vida infeliz. El decrecimiento propone un modelo de vida y de desarrollo basado en la eficiencia, la cooperación, la durabilidad y la simplicidad voluntaria. También insiste en redefinir los conceptos de poder adquisitivo y nivel de vida. Su lema es vivir mejor con menos, y rememora una consigna de Gandhi: "Debemos vivir de forma más simple para que, simplemente, los demás puedan vivir".

viernes, 2 de mayo de 2014

“La belleza salvará al mundo”: Dostoyevski nos dice cómo

Leonardo Boff

  Aprendimos de los griegos, y luego pasó a través de todos los siglos, que todo ser por diferente que sea tiene tres características trascendentales (están siempre presentes poco importa la situación, el lugar y el tiempo): es unum, verum et bonum, es decir, goza de una unidad interna que lo mantiene en la existencia, es verdadero, porque se muestra así como es en realidad, y es bueno porque desempeña bien su papel junto los demás seres ayudándolos a existir y coexistir.
Los maestros franciscanos medievales, como Alexandre de Hales y especialmente San Buenaventura fueron los que, prolongando una tradición venida de Dionisio Aeropagita y de san Agustín, añadieron al ser otra característica transcendental: lo pulchrum, es decir, lobello. Basados seguramente en la experiencia personal de san Francisco que era un poeta y un esteta de calidad excepcional, que “en lo bello de las criaturas veía lo Bellísimo,” enriquecieron nuestra comprensión del ser con la dimensión de la belleza. Todos los seres, incluso aquellos que nos parecen repugnantes, si los miramos con afecto, en los detalles y en el todo, presentan, cada cual a su modo una belleza singular, si no en la forma, en el modo en que todo viene articulado en ellos con un equilibrio y armonía sorprendentes.
Uno de los grandes apreciadores de la belleza fue Fiodor Dostoyevski. La belleza era tan central en su vida, nos cuenta Anselm Grün, monje benedictino y gran espiritualista, en su último libro Belleza: una nueva espiritualidad de la alegría de vivir (Vier Türme Verlag 2014) que el gran novelista ruso iba todos los años a contemplar la hermosa Madonna Sixtina de Rafael. Permanecía largo rato en contemplación delante de esa espléndida obra. Tal hecho es sorprendente, pues sus novelas penetraron en las zonas más oscuras e incluso perversas del alma humana, pero lo que en verdad lo movía era la búsqueda de la belleza. Nos legó esta famosa frase: “La belleza salvará al mundo”, escrita en su libro El idiota.
En la novela Los hermanos Karamazov profundiza la cuestión. Un ateo, Ippolit, pregunta al príncipe Mischkin: “¿cómo “salvaría la belleza al mundo?” El príncipe no dice nada pero va junto a un joven de 18 años que está agonizando. Y se queda allí lleno de compasión y amor hasta que muere. Con eso quiso decir que belleza es lo que nos lleva al amor compartido con el dolor; el mundo será salvado hoy y siempre mientras ese gesto exista. ¡Y que falta nos hace hoy!
Para Dostoyevski la contemplación de la Madonna de Rafael era su terapia personal, pues sin ella habría desesperado de los hombres y de sí mismo, ante tantos problemas como veía. En sus escritos describió a personas malas y destructivas y otras que se asomaban a los abismos de la desesperación. Pero su mirada, que rimaba amor con dolor compartido, conseguía ver belleza en el alma de los personajes más perversos. Para él, lo contrario de lo bello no era lo feo sino el utilitarismo, el espíritu de usar a los otros y así robarles la dignidad.
“Seguramente no podemos vivir sin pan, pero también es imposible existir sin belleza”, repetía. Belleza es más que estética; posee una dimensión ética y religiosa. Veía en Jesús un sembrador de belleza. “Él fue un ejemplo de belleza y la implantó en el alma de las personas para que a través de la belleza todos se hiciesen hermanos entre sí”. Dostoyevski no se refiere al amor al prójimo; al contrario: es la belleza que suscita el amor y nos hacer ver en el otro un prójimo al que amar.
Nuestra cultura dominada por el marketing ve la belleza como una construcción del cuerpo y no de la totalidad de la persona. Entonces surgen métodos y más métodos de plásticas y botoxs para hacer a las personas más “bellas”. Por ser una belleza construida, no tiene alma. Y si lo miramos bien, estas bellezas fabricadas hacen emerger personas con una belleza fría y con un aura de artificialidad, incapaz de irradiar. Ahí irrumpe la vanidad, no el amor, pues belleza tiene que ver con amor y comunicación. Dostoyevski en Los hermanos Karamazov observa que un rostro es bello cuando se percibe que en él litigan Dios y el Diablo en torno del bien y del mal. Cuando percibe que ha vencido el bien irrumpe la belleza expresiva, suave, natural e irradiante. ¿Qué belleza es mayor, la del rostro frío de una top model o el rostro arrugado y lleno de irradiación de la Hermana Dulce de Salvador de Bahía o de la Madre Teresa de Calcuta? La belleza es irradiación del ser. En las dos hermanas la irradiación es manifiesta, en la top model no tiene fuerza.
El Papa Francisco ha dado especial importancia en la transmisión de la fe cristiana a lavia pulchritudinis (la vía de la belleza). No basta que el mensaje sea bueno y justo. Tiene que ser bello, pues solo así llega al corazón de las personas y suscita el amor que atrae (Exhortación La alegría del Evangelio, n 167). La Iglesia no busca el proselitismo sino la atracción que viene de la belleza y del amor cuya característica es el esplendor.
La belleza es un valor en sí mismo. No es utilitarista. Es como la flor que florece por florecer, poco importa si la miran o no, como dice el místico Angelus Silesius. ¿Pero quién no se deja fascinar por una flor que sonríe gratuitamente al universo? Así debemos vivir la belleza en medio de un mundo de intereses, trueques y mercancías. Entonces ella hace realidad su origen sanscrito Bet-El-Za que quiere decir: “el lugar donde Dios brilla”. Brilla por todo y nos hace también brillar por lo bello.