miércoles, 31 de mayo de 2017

Hacia una definición de espiritualidad cristiana Por Víctor Rey


Imagen: Pixabay
La espiritualidad cristiana puede identificarse como el proceso del seguimiento de Jesucristo bajo el impulso del Espíritu, y en el contexto de la comunidad cristiana.

La espiritualidad cristiana involucra todos los aspectos de la vida.  Para comprender la espiritualidad es necesario superar esa dicotomía que nos divide en dos segmentos: la parte espiritual, interior y ultramundana y la parte material, exterior y mundana.  Los términos bíblicos “carne” y “espíritu” no se refieren a dos dimensiones de nuestra vida, una exterior y otra interior, sino a dos maneras de vivir, dos orientaciones, dos estilos de vida.  Ser espiritual es vivir todo aspecto de la vida inspirado y
orientado por el Espíritu del Cristo vivo.  Y ser carnal es orientarse por otro espíritu.   La espiritualidad bíblica no consiste de una vida contemplativa, en lugar de ser activa, ni de retiro, en contraste con una participación en la sociedad.  Es participar en todas las dimensiones de la vida orientado y energizado por el Espíritu de Jesús.

En el sentido en que la espiritualidad cristiana consiste del seguimiento del Jesús histórico bajo el impulso del Espíritu por él otorgado, existe una sola espiritualidad cristiana.  Por otra parte, en el sentido en que los cristianos le seguimos a este Jesús en nuestros contextos históricos particulares, puede haber diversas “espiritualidades cristianas”.  Estas diferencias radican en las modalidades históricas de seguirle a Jesús.

Así que una determinada espiritualidad no es otra cosa que una modalidad de vivir la fe cristiana.  Y esta varía de acuerdo con la cultura, la época histórica y la situación social.  Y aunque tengamos que reconocer diferencias evidentes en las varias expresiones de espiritualidad, esto no quiere decir que todas las espiritualidades sean igualmente auténticas.

Características de la espiritualidad cristiana

Las siguientes características que se desprenden de descripciones del Nuevo Testamento de espiritualidad ofrecen pautas para evaluar la autenticidad de una espiritualidad particular.

1.-  Una espiritualidad bíblica se basa en la promesa divina.  El Dios de la Biblia es el que promete la salvación a su pueblo, liberándolo de los poderes del mal.  Nuestro seguimiento de Jesús es siempre un anticipo del reino de Dios que viene.

2.-  Esta espiritualidad también se expresa en la esperanza.  Consiste en creer en aquello que parece ser imposible; la reconciliación de los seres humanos entre sí y con Dios en una familia caracterizada por la paz y la justicia.  Por eso el gozo es característica fundamental de la comunidad cristiana que confía más en el poder de Dios que en sus propias posibilidades.

3.-  Una espiritualidad cristiana implica solidaridad en el sufrimiento, la muerte y la resurrección de Jesús.  De la misma forma en que Jesús vivió y murió, así también la salvación de los opresores vendrá mediante el sufrimiento de los oprimidos.

4.-  Según la Biblia, la finalidad de la obra salvífica de Cristo es la restauración de la comunión entre la humanidad alienada y Dios.  La restauración de relaciones fraternales en las familias de Dios requiere la transformación de hombres y mujeres egoístas en hermanos y hermanas caracterizados por el amor.  Esta comunión se experimenta donde los bienes se comparten para el bienestar común y donde la autoridad se expresa en el servicio mutuo.

5.-  El amor caracteriza una espiritualidad auténticamente cristiana.  No sólo es cuestión de “no hacer mal al prójimo”, sino de buscar su bien.  Amar como Dios nos ha amado en Cristo implica ofrecer la vida por el hermano en formas concretas.  En el fondo es amar como Dios ama.  Es estar dispuesto a jugarse la vida por el prójimo, bien sea en un acto heroico y desprendido, o en el largo proceso de ir poniendo la vida poco a poco por él en las relaciones rutinarias del diario vivir.

6.-  La pobreza de espíritu es fundamental para toda espiritualidad cristiana.  Vivir en una dependencia radical de la providencia de Dios corta en su raíz todas esas actitudes y prácticas materialistas idolátricas.

7.-  Vivir los valores del reino de Dios en medio del mundo será motivo de solidaridad en el dolor, implicará una profunda simpatía por los que sufren.

8.-  La mansedumbre está íntimamente relacionada con la pobreza de espíritu.  Incluye la capacidad y la fortaleza para aguantar frente al mal sin ceder a sus reclamos.  Es renunciar a la violencia en la lucha por la justicia.  Lejos de ser una estrategia ineficaz, es realmente la estrategia de la cruz, encarnada en forma única por Jesús.

9.-  La justicia Bíblica implica relaciones sanas con Dios y entre los seres humanos en el contexto del pueblo que depende de la actividad salvífica de Dios, tanto para su convivencia como para su supervivencia.

10.-  La espiritualidad  cristiana se caracteriza por el énfasis en la Paz.  Los que trabajan por la paz son hijos de Dios, muy especialmente en el sentido en que se asemejan a su Padre en su forma de actuar.  El Dios de la Biblia es el que no se cansa  en sus esfuerzos para restaurar las condiciones de  SHALOM en su creación estropeada por el mal.

Sobre el autor: 
Víctor Rey es chileno, radicado en Ecuador. Director del Servicio de Estudios de la Realidad (SER), Coordinador de Relaciones Interinstitucionales de la Fundación Nueva Vida en Quito. Egresado del Seminario Teológico Bautista de Santiago de Chile, posteriormente se recibió de Profesor de Filosofía en la Universidad de Concepción. En 1989 obtuvo la Licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad Alberto Hurtado (ILADES), Chile, y en 1993 el Master en Comunicación Social en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica. 

jueves, 25 de mayo de 2017

Una espiritualidad para el Siglo XXI | Por Víctor Rey


Imagen: Pixabay
En el mes de septiembre pasado participé en el aniversario 40 de la Fundación Kairós en Buenos Aires, Argentina. En ese encuentro que convocó a unas 70 personas, se conversaron los desafíos contemporáneos a la misión cristiana. Según los organizadores uno de los temas más votado como desafío fue: “Una espiritualidad para el siglo XXI”. La dinámica para abordar el tema me pareció muy buena. Nos distribuyeron por grupos etáreos y nos asignaron dos preguntas:¿Qué entendemos por espiritualidad? y ¿cómo debería ser la espiritualidad para este tiempo? No hubo ningún “gurú” que abordó el tema y dio su receta. Las conclusiones fueron elaboradas por los grupos. Aquí presento mi personal reflexión sobre el tema y doy gracias por enriquecer mi reflexión con las voces que se expresaron en ese evento.

En su sentido originario espíritu, de donde viene la palabra espiritualidad, es la cualidad de todo ser que respira. Por lo tanto es todo ser que vive, como el ser humano, el animal y la planta. Pero no sólo eso, la Tierra entera y todo el universo son vivenciados como portadores de espíritu, porque de ellos viene la vida, proporcionan todos los elementos para la vida y mantienen el movimiento creador y organizador.

Espiritualidad es la actitud que pone la vida en el centro, que defiende y promueve la vida contra todos los mecanismos de disminución, estancamiento y muerte. En este sentido lo opuesto al espíritu no es cuerpo, sino muerte, tomada en su sentido amplio de muerte biológica, social y existencial. Alimentar la espiritualidad significa estar abierto a todo lo que es portador de vida, cultivar el espacio de experiencia interior a partir del cual todas las cosas se ligan y se religan, superar los compartimentos estancos, captar la totalidad y vivenciar las realidades como valores, evocaciones y símbolos de una dimensión más profunda. El hombre/mujer espiritual es aquel que siempre p e r c i be el otro lado de la realidad, capaz de captar la profundidad que se revela y vela en todas las cosas, y que consigue entrever la relación de todo con la Última Realidad.

La espiritualidad parte no del poder, ni de la acumulación, ni del interés, ni de la razón instrumental; arranca de la razón emocional, sacramental y simbólica. Nace de la gratuidad del mundo, de la relación inclusiva, de la conmoción profunda, del movimiento de comunión que todas las cosas mantienen entre sí, de la percepción del gran organismo cósmico empapado de huellas y señales de una Realidad más alta y más última.

Hoy sólo llegamos a este estadio mediante una crítica severa del paradigma de la modernidad, asentado en la razón analítica al servicio de la voluntad de poder sobre los o t r o s y sobre la naturaleza.

Necesitamos superarlo e incorporarlo en una totalidad mayor. La crisis ecológica revela la crisis de sentido fundamental de nuestro sistema de vida, de nuestro modo de sociedad y de desarrollo. No podemos seguir apoyándonos en el poder como dominio y en la voracidad irresponsable de la naturaleza y de las personas. No podemos seguir pretendiendo estar por encima de las cosas del universo, sino al lado de ellas y a favor de ellas. El desarrollo debe ser con la naturaleza y no contra la naturaleza. Lo que actualmente debe ser mundializado no es tanto el capital, el mercado, la ciencia y la técnica; lo que fundamentalmente debe ser más mundializado es la solidaridad con todos los seres empezando por los más afectados, la valorización ardiente de la vida en todas sus formas, la participación como respuesta a la llamada de cada ser humano y a la propia dinámica del universo, la veneración de la naturaleza de la que somos parte, y parte responsable. A partir de esta densidad de ser, podemos y debemos asimilar la ciencia y la técnica como formas de garantizar el tener, de mantener o rehacer los equilibrios ecológicos, y de satisfacer equitativamente nuestras necesidades de forma suficiente.

La ecología ahora está en el centro de las discusiones y de las preocupaciones. De un discurso regional, como subcapítulo de la biología, ha pasado a ser actualmente un discurso universal, tal vez el de mayor fuerza movilizadora del tercer milenio. El actual estado del mundo (polución del aire, contaminación de la tierra, pobreza de dos terceras partes de la humanidad, etc.) revela el estado de la psique humana. Estamos enfermos por dentro. Así como existe una ecología exterior (los ecosistemas en equilibrio o en desequilibrio), también existe una ecología interior. El universo no está únicamente fuera de nosotros, con su autonomía, está también dentro de nosotros. Las violencias y las agresiones al medio ambiente lanzan raíces profundas en estructuras mentales que poseen su ancestralidad y genealogía en nuestro interior. Todas las cosas están dentro de nosotros como imágenes, símbolos y valores: el sol, el agua, el camino, las plantas, los minerales viven en nosotros como figuras cargadas de emoción y como arquetipos. Las experiencias benéficas que la psique humana ha vivido en su larga historia, en contacto con la naturaleza y también con el propio cuerpo, con las más diversas pasiones, con los otros como masculino y femenino, padre y madre, hermanos y hermanas, dejan marcas en el inconsciente colectivo y en la percepción de cada persona.

La cultura del capital imperante hoy en el mundo, ha elaborado métodos propios de construcción colectiva de la subjetividad humana. En realidad los sistemas, también los religiosos e ideológicos, solamente se mantienen porque consiguen penetrar la mente de las personas y construirlas por dentro. El sistema del capital y del mercado ha conseguido penetrar todos los poros de la subjetividad personal y colectiva, determinando el modo de vivir y de elaborar las emociones, la forma de relacionarse con los otros, con el amor y la amistad, con la vida y con la muerte. Así se divulga subjetivamente que la vida no tiene sentido si no está dotada de símbolos de posesión y de status, como un cierto nivel de consumo, de bienes, de aparatos electrónicos, de coches, de algunos objetos de arte, de vivienda en sitios de prestigio. Así la sexualidad viene proyectada como simple descarga de tensión emocional a través del intercambio genital. Se oculta el verdadero carácter de la sexualidad, cuyo lugar no es sólo la cama, sino toda la existencia humana como potencialidad de ternura, de encuentro y de erotización de la relación hombre/mujer. Otras veces se da satisfacción a las necesidades humanas ligadas al tener y al subsistir; enfatizando el instinto de posesión, la acumulación de bienes materiales y el trabajo solamente como producción de riqueza. Por otra parte la ecología integral procura desarrollar la capacidad de convivencia y de escucha del mensaje que todos los seres lanzan con su presencia y de reforzar la potencialidad de encantarse con el universo, con su complejidad, majestad, grandeza. Busca animar las energías positivas del ser humano para enfrentar con éxito el peso de la existencia y las contradicciones de nuestra cultura dualista, materialista, machista y consumista.

La ecología integral procura habituar al ser humano a esta visión integral y holística. El holismo no es la suma de las partes sino captar la totalidad orgánica, una y diversa en sus partes, articuladas siempre entre sí dentro de la totalidad y constituyendo esa totalidad. Esta cosmovisión despierta en el ser humano la conciencia de su misión dentro de esa inmensa totalidad. Él es un ser que puede captar todas esas dimensiones, alegrarse con ellas, alabar y agradecer a la Inteligencia que ordena todo y al Amor que mueve todo, sentirse un ser ético, responsable por la parte del universo que le cabe habitar, la Tierra. Somos co-responsables del destino de nuestro planeta, de nuestra biosfera, de nuestro equilibrio social y planetario. Esta visión exige una nueva civilización y un nuevo tipo de religión, capaz de re-ligar Dios y mundo, mundo y ser humano, ser humano y espiritualidad del cosmos.

El cristianismo está llamado a profundizar la dimensión cósmica siempre presente en su fe. Dios está en todo y todo está en Dios (panenteísmo, que no es lo mismo que panteísmo, que afirma equivocadamente que todo es indiferentemente Dios). La encarnación del Hijo implica asumir la materia e insertarse en el proceso cósmico. La manifestación del Espíritu Santo se revela como energía universal que hace de la creación su templo y su lugar privilegiado de acción. Si el universo es una intrincadísima red de relaciones, donde, todo tiene que ver con todo en todos los momentos y lugares, entonces la forma como los cristianos llaman a Dios, Santísima Trinidad, constituye el prototipo de ese juego de relaciones. La Trinidad no es un enigma matemático. Significa entender el misterio último como una inter-relación absoluta de tres divinas Personas, que emergen siempre simultáneamente en un juego de interrelaciones hacia dentro y hacia fuera sin fin y eterno.

Según esta visión verdaderamente holística y globalizante comprendemos mejor el ambiente y la manera de tratarlo con respeto. Entendemos las dimensiones de la sociedad que debe ser sostenible y ser expresión de convivialidad entre los humanos y de todos los seres entre sí. Nos damos cuenta de la necesidad de superar nuestro antropocentrismo a favor del cosmocentrismo y de cultivar una intensa vida espiritual al descubrir la fuerza de la naturaleza dentro de nosotros y la presencia de las energías espirituales que están en nosotros y que actúan desde el principio en la formación del universo. Y, finalmente, captamos la importancia de integrar todo, de lanzar puentes hacia todas partes y de entender el universo, la Tierra y a cada uno de nosotros como un nudo de relaciones orientado hacia todas las direcciones.

Para llegar a la raíz de nuestros males, y también a su remedio, necesitamos una nueva cosmología espiritual, es decir, una reflexión que vea el planeta como un gran sacramento de Dios, como el templo del Espíritu, el espacio de la creatividad responsable del ser humano, la morada de todos los seres creados en el Amor, etimológicamente, ecología tiene que ver con morada. Cuidar de ella, repararla y adaptarla a eventuales nuevas amenazas, ampliarla para que albergue nuevos seres culturales y naturales es su tarea y su misión.

Pero en nuestra cultura olvidamos prácticamente cultivar la vida en el espíritu que es nuestra dimensión radical, donde se albergan las grandes preguntas, anidan los sueños más osados y se elaboran las utopías más generosas. La vida del espíritu se alimenta de bienes no tangibles como el amor, la amistad, la convivencia amigable con los otros, la compasión, el cuidado y la apertura al infinito. Sin la vida del espíritu divagamos por ahí sin un sentido que nos oriente y que haga la vida apetecible y agradecida. Solo la vida del espíritu da plenitud al ser humano. Es un bello sinónimo de espiritualidad, frecuentemente identificado o confundido con religiosidad. La vida del espíritu es un dato originario y antropológico como la inteligencia y la voluntad, algo que pertenece a nuestra profundidad esencial.

Sobre el autor: 
Víctor Rey es chileno, radicado en Ecuador. Coordinador de Relaciones Inter institucionales de la Fundación Nueva Vida en Quito. Egresado del Seminario Teológico Bautista de Santiago de Chile, posteriormente se recibió de Profesor de Filosofía en la Universidad de Concepción. En 1989 obtuvo la Licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad Alberto Hurtado (ILADES), Chile, y en 1993 el Master en Comunicación Social en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica. 

jueves, 18 de mayo de 2017

La imaginación al poder!... Mayo '68 | Por Víctor Rey



A casi cinco décadas de estos acontecimientos, los protagonistas de mayo del 68 sienten en general un sentimiento de satisfacción: los objetivos se alcanzaron globalmente en las sociedades occidentales. Pero los enemigos de ese proceso no se rinden; consideran que la civilización occidental se vino abajo durante esas tres semanas. De esta manera, durante su campaña, el Presidente Nicolás Sarkozy atacó violentamente la herencia de mayo del 68 acusándola de ser matriz del relativismo moral que se habría apoderado del Occidente.

“Mayo del 68” ha devenido en un movimiento legendario de la historia de Francia: las mujeres se liberaron, el sexo pasó a ser algo normal, la educación se abrió y el centro de trabajo se humanizó. Pero como todos los mitos, éste clama por ser desafiado.

Hoy, los de Mayo 68, son hombres y mujeres con poder en el gobierno francés y en la prensa parisina. Ya son cerca de cuarenta años de este hecho que marcó la historia de Francia y el mundo. Los conservadores los han odiado siempre, pero incluso los jóvenes izquierdistas los están atacando. Sus críticos denunciaron su individualismo hedonista, alegando que destruyó el sentido del deber cívico del francés. Culpan a sus excesos por la reacción de la derecha que ahora está creciendo en el país. Se preguntan si los estudiantes que comenzaron sus carreras como los apóstoles del cambio no se han convertido hoy en sus enemigos.

Más allá de estas circunstancias locales, el balance de Mayo del 68 se traduce antes que nada en una transformación considerable de las costumbres de Occidente, de los valores y de las relaciones sociales: en sustancia, una sociedad individualista suplantó a la sociedad jerárquica.

Este individualismo se manifiesta en la vida privada: mayo del 68 fue una liberación sexual que coincidió con la píldora anticonceptiva. Esta liberación sexual llevó, por su lado, a una relativización del matrimonio: otros tipos de parejas se formaron y el divorcio se volvió común.

El autoritarismo también se vino abajo en las empresas donde los modos de gestión más participativos sustituyeron a la jerarquía patronal. Las iglesias cristianas evolucionaron en la misma dirección, amplificación de una liberalización que había sido esbozada por el Concilio Vaticano II.

Las universidades francesas, pero en todos lados también, en diferentes grados en las sociedades occidentales, nunca más reanudaron con la jerarquía mandarina; en todas partes hubo que permitir una enseñanza más participativa y consultar a los estudiantes.

La vida política, por último, recibió el terremoto adoptando un estilo más relajado, más cercano a las preocupaciones cotidianas: el gaullismo, herencia de la tradición monárquica francesa, no sobrevivió a la sacudida de mayo del 68, el mismo De Gaulle se decidió renunciar un año más tarde.

En el mundo ideológico, la víctima más obvia de mayo del 68 fue el marxismo: los líderes de mayo del 68 eran anarquistas y por lo tanto, anticomunistas. Más significativas que este debate teórico, las revueltas de Europa del Este anunciaban también el estado calamitoso del marxismo tanto como ideología y como ejercicio del poder. En la práctica, se necesitarán 20 años para que los partidos comunistas desaparecieran de verdad; pero la semilla de su muerte anunciada había sido sembrada en el 68.

El verdadero problema es que aquellos vociferantes jóvenes de mayo de 1968 han crecido. Encontraron trabajos, iniciaron carreras y compraron acciones y asumieron hipotecas, y se convirtieron en parte de la clase poderosa a la que una vez quisieron destruir. El autoproclamado “portavoz del movimiento revolucionario”, Daniel Cohn-Bendit, conocido como “Danny el Rojo”, es miembro del Parlamento Europeo por el Partido Verde Europeo. Jacques Sauvageot, ex dirigente del sindicato de estudiantes, fue Diretor de la Escuela de Bellas Artes de Rennes. El ex marxista Edwy Plenel fue editor del principal diario de la nación, Le Monde.

Los del 68 parecen haber hecho realidad la profecía del intelectual conservador Raymond Aron, hecha pocas semanas después de que las barricadas fueran levantadas: “Todas las revoluciones francesas han reforzado al final al Estado y han deteriorado la centralización de la burocracia”. “Toda la imaginación al poder”, solían decir, pero cuando fueron puestos a prueba, la imaginación les falló. “A finales de 1968, Francia era el país más activo, cambiante y creciente del mundo”, dijo el sociólogo Emmanuel Todd.

Estos acontecimientos de mayo del 68 se apagaron de manera igual de inesperada que como habían surgido: en tres semanas, todo volvió al orden anterior, aparentemente. Los estudiantes volvieron a la universidad, los obreros a sus fábricas, los curas a sus parroquias y el general De Gaulle a la Presidencia. En realidad todo había cambiado. Y no sólo en Francia. Cada país había en efecto vivido mayo del 68 a su manera: en los Estados Unidos, el pacifismo de los estudiantes contra la guerra de Vietnam llevaría tarde o temprano al retiro estadounidense. En Varsovia y Praga, los levantamientos estudiantiles contra la ocupación soviética revelaban hasta que punto el comunismo en Europa del Este no era más que un frágil barniz. En América Latina, estudiantes y obreros y veteranos de Paris 68 volvieron a sus países a fomentar revoluciones sociales.

Sobre el autor: 
Víctor Rey es chileno. Director del Servicio de Estudios de la Realidad (SER). Coordinador de Relaciones Interinstitucionales de la Fundación Nueva Vida. Egresado del Seminario Teológico Bautista de Santiago de Chile, posteriormente se recibió de Profesor de Filosofía en la Universidad de Concepción. En 1989 obtuvo la Licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad Alberto Hurtado (ILADES), Chile, y en 1993 el Master en Comunicación Social en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica.