jueves, 24 de marzo de 2022

A 42 años de la muerte de Monseñor Romero

                                                                             


 

EN MEMORIA DE LOS 42 AÑOS DEL ASESINATO DE MONSEÑOR OSCAR ARNULFO ROMERO


Víctor Rey


Hace cinco años atrás fui invitado por el Departamento de Teología de la Universidad Evangélica de El Salvador para dictar algunos cursos a los alumnos de esta universidad centroamericana. Un día el decano de la facultad de Ciencias Sociales el Licenciado Ricardo Rivas y el Director del Departamento de Teología, Licenciado Marlin Reyes me invitaron a visitar la Capilla donde fue asesinado Monseñor Romero, lugar que queda cercano a la Universidad. También me invitaron a visitar la Universidad Centroamericana (UCA) donde fueron asesinados seis jesuitas y dos mujeres, en noviembre de 1989. Realmente es impresionante recorrer este lugar sencillo que está dentro del Hospital para cancerosos La Divina Providencia. En este mes de marzo se cumplen treinta y ocho años de su asesinato ocurrido un 24 de marzo de 1980, que llegó en el momento justo, como a Jesús, después de haber recorrido tres de pasión con su pueblo y como su pueblo de El Salvador. Mientras celebraba el sacramento de la reconciliación, una bala asesina atravesó la casulla y el corazón de Oscar Arnulfo Romero. El único “delito” que se le conoce al arzobispo de San Salvador es explicar el Evangelio, hacer oír su voz desde el incómodo papel de profeta de la verdad, y eso es cosa que forzosamente atrae la violencia de quienes no aceptan más soluciones que las impuestas.


Su “vida pública”, como arzobispo de San Salvador duró tres años, como la de Jesús y no dejó a nadie indiferente. Unos lo consideraban un profeta, un mártir, un luchador por la paz y el diálogo, un hombre de Iglesia; otros, por el contrario, veían en él a un revolucionario, un agitador de masas, un político frustrado que promovía la crispación, un personaje en busca de notoriedad social.


Esta figura emblemática de la Iglesia Latinoamericana sigue estando especialmente presente en la memoria y el cariño de los más humildes de El Salvador. El recuerdo de su asesinato trae a la mente una forma equivocada de solucionar los conflictos políticos y sociales, pero también atestigua la permanente tentación de recurrir a la violencia para resolver los problemas molestos.


El recuerdo de su asesinato, unido al de la muerte de Jesús proclama la certeza y la fuerza de la esperanza que vence cualquier desesperación e impotencia; desde la vida entregada del Señor Jesús pueden mantener su dignidad los hombres y mujeres que sufren las injusticias de los poderosos o la instrumentalización de quienes siguen dominando los resortes religiosos de la vida de los pueblos.


El Cristo crucificado iluminó la visión de Romero hasta que exhaló su último aliento. El 24 de Marzo de 1980, dentro de la capilla del Hospital de la Divina Providencia, dispararon sobre Oscar Romero y le mataron mientras celebraba la misa. Imitando a la de Cristo, la misma vida y muerte de Romero fue una expresión sacramental del amor crucificado de Dios hacia el mundo, a favor del pueblo sufriente de El Salvador y de otros muchos, más allá de ese pueblo. Su brutal asesinato seguirá sembrando semillas de esperanza y de vida para todos aquellos que luchan por una mayor justicia social y que profesan la fe en un Dios liberador, cuyo amor no puede ser extinguido ni siquiera por la muerte.


El eje principal en torno al cual giró la vida de Romero fue la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. En ésa línea, él creyó que había sido llamado a “sentir con la iglesia”, especialmente en la medida en que ella sufre en el mundo. Romero creía que la misión de la Iglesia consiste en proclamar el Reino de Dios, que es el reino de “la paz y la justicia, de la verdad y el amor, de la gracia y de la santidad… para conseguir un orden político, social y económico que responda al plan de Dios”.


En el fondo de estas palabras, él quiso encarnar la conversión que predicaba. Una vez le visitó un funcionario eclesiástico y le hizo saber que sus modestas habitaciones, en el Hospital de la Divina Providencia, no eran “adecuadas” para un arzobispo. Él estuvo de acuerdo y le explicó que, dado que la mayoría de sus fieles vivían en chozas de cartón, sus habitaciones resultaban comparativamente demasiado lujosas. Para Romero, la conversión significaba abrir la propia vida a los pobres, viviendo en solidaridad con ellos, no como alguien superior que les da limosnas, sino como un hermano o hermana que camina en solidaridad con ellos.


Él insistía en que “una Iglesia que no se une a los pobres, a fin de hablar desde el lado de los pobres, en contra de las injusticias que se cometen con ellos, no es la verdadera Iglesia de Jesucristo”. Algunos percibían esa actitud como una deformación de la misión de la iglesia y como una contaminación de la iglesia con la política, pero Romero contestaba.


Él creía que “la fe cristiana no nos separa del mundo, sino que nos introduce en el mundo”. Aunque se enfrentó de lleno con los desafíos políticos de su tiempo, él no fue simplemente un activista social, sino también un hombre de honda oración y meditación, que le ayudaron a mirar más allá y debajo de la superficie de los acontecimientos, descubriendo las verdades más profundas de la realidad. A menudo, él suspendía las discusiones más intensas y acaloradas con sus consejeros, a fin de orar sobre las decisiones que debían tomar. Romero supo que sin Dios no es posible alcanzar la verdadera liberación. Él fue un testigo de que la justicia debe ocuparse de las dimensiones históricas de este mundo, pero nunca perdió de vista la dimensión trascendente de la liberación. En esa línea, él afirmaba siempre que sin Dios no puede hablarse de liberación. Ciertamente, “sin Dios se pueden alcanzar algunas liberaciones temporales; pero las liberaciones definitivas sólo pueden alcanzarlas los hombres y mujeres de fe”.


El legado más importante de su vida fue el ofrecimiento de su propia vida a favor del pueblo al que amaba. Romero pensaba que “el mayor testimonio de fe en un Dios de Vida es el testimonio de aquellos que están dispuestos a dar su propia vida”. Poco antes de su muerte, el afirmaba: El martirio es una gracia que yo creo que no merezco. Pero, si Dios acepta el sacrificio de mi vida, quiero que mi sangre sea semilla de libertad y un signo de que esta esperanza se convertirá pronto en realidad. Que mi muerte, si es aceptada por Dios, esté al servicio de la liberación de mi pueblo y sea un testimonio de esperanza en el futuro.


En ese mismo tiempo, unos días antes de su muerte, Romero insistía en lo siguiente: “Debo decirle que, como cristiano yo no creo en una muerte sin resurrección. Si me matan, yo resucitaré en el pueblo salvadoreño”. La fe Romero en el Dios de la vida, aunque rodeada de amenazas de muerte, ha inspirado a innumerables personas que han luchado a favor de la justicia, incluyendo a Ignacio Ellacuría y a los otros cinco jesuitas y a las dos mujeres que fueron asesinados el 16 de noviembre de 1989 en las dependencias de la Universidad Centroamericana. Actualmente el Centro Oscar Romero se encuentra en el lugar donde ellos fueron asesinados.


Romero había sido un piadoso hombre de Iglesia, un sacerdote culto, amigo de la justicia, aunque alejado de la vida real de su pueblo. Pero unas semanas después de haber sido nombrado arzobispo, el 22 de febrero de 1977, uno de sus colaboradores, el P. Rutilio Grande SJ, fue asesinado por los escuadrones de la muerte. Ese acontecimiento transformó su vida y, desde ese momento hasta su muerte, a lo largo de tres años de intenso compromiso episcopal se convirtió en la voz de los que no tenían voz, denunciando los crímenes de la dictadura económica y social de su pueblo y anunciando de una forma muy concreta las exigencias y dones del evangelio, en sus homilías radiadas cada domingo a todo el país. De esa manera puso de relieve la presencia de Cristo en los pobres, empobrecidos y asesinados:


Romero se enfrentó a los desafíos políticos de su tiempo, pero no fue sólo un activista social, sino también un hombre de honda espiritualidad, de manera que sus tres años de “vida pública” vinieron a convertirse en sus años de “universidad cristiana”. En ese tiempo, en contacto con los oprimidos de su pueblo, denunciando la injusticia y violencia de los asesinos, pero siempre desde la paz de Dios, fue descubriendo y expresando el verdadero pensamiento cristiano. De esa forma vino a convertirse en testigo de que la justicia debe ocuparse de las realidades históricas de este mundo, manteniendo siempre la dimensión trascendente del evangelio. Así afirmaba siempre que sin Dios no puede hablarse de liberación, pero sin liberación no puede hablarse tampoco de Dios en sentido cristiano.


A lo largo de esos tres años intensos de episcopado liberador, Romero intentó que la sociedad no cayera en manos de la pura violencia y, sin embargo, en un sentido externo, él fracasó, pues le asesinaron los poderes oficiales de la violencia. Más aún, tras su muerte, el país por el que vivió (El Salvador) vino a caer en una gran guerra civil. A pesar de eso o, quizá mejor, por ello mismo (a través de su martirio), Romero ha ofrecido uno de los testimonios mayores de vida cristiana en el siglo XX. Él mismo afirmaba, poco antes de morir, sabiendo que podían asesinarle en cualquier momento (pues nunca aceptó escoltas o medidas extraordinarias de seguridad, que la gente del pueblo no podía permitirse), que el mayor testimonio de fe en un Dios de Vida es el testimonio de aquellos que están dispuestos a dar su propia vida.

Desde esta perspectiva, Monseñor Romero aparece como uno de los grandes pensadores cristianos del siglo XX. Así pudo decir: Como cristiano, yo no creo en una muerte sin resurrección. Si me matan, yo resucitaré en el pueblo salvadoreño.

miércoles, 9 de marzo de 2022

En sus 122 años de su nacimiento y sus 42 años de su fallecimiento

                                                                                    


ERICH FROMM: AMOR A LA VIDA, A LA LIBERTAD, A LA HUMANIDAD.


Víctor Rey


Cuando tenía 17 años y cursaba tercer año medio, en el Liceo Valentín Letelier de Santiago, el profesor de Psicología y Filosofía nos habló de Erich Fromm y nos dio la tarea leer dos de sus libros: “El Arte de Amar” y “El Miedo a la Libertad”. Fue la primera vez que escuche sobre este pensador que influyó a toda una generación. Más tarde en la Universidad de Concepción en algunos cursos de Psicología, Sociología y Filosofía, leímos y estudiamos: “El Corazón del Hombre”, “Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea”, “Marx y su Concepto del Hombre”, “El Dogma de Cristo”, entre otros.


Hace algunos días dos amigos me han prestado dos libros de Erich Fromm y he vuelto a leer apasionadamente a este pensador que tanto bien ha producido. Me refiero a “Y seréis como Dioses” y “¿Podrá sobrevivir el hombre?”. Dos textos claves que de dos ángulos tan diferentes como es la religión y la política analizan la sociedad actual. Dos textos de los años sesentas que parecen que fueron escritos ayer.


¿Quién fue Erich Fromm? Nació en Frankfurt, Alemania en 1900. Su padre era un hombre de negocios y según Erich, más colérico y con bastantes cambios de humor. Su madre estaba deprimida con frecuencia. Erich Fromm provenía de una familia muy religiosa, en este caso de judíos ortodoxos. Hasta 1925 asistió a clases de El Talmud. El mismo se denominó más tarde un “místico ateo”. Estudió filosofía en la Universidad de Heildelberg y realizó estudios y entrenamiento psicoanalítico en el Instituto Psicoanalítico de Berlín. En 1922 se doctoró en Sociología. Entablo contacto con la Escuela de Frankfurt donde trabajó en estrecho contacto con Herber Marcuse, Walter Benjamín y Theodor Adorno. Debido al ascenso del nazismo, debió mudarse a los Estados Unidos en 1934, estableciéndose en la ciudad de Nueva York, donde conocería muchos de los otros grandes pensadores refugiados allí. Cerca del final de su carrera, se mudó a México para enseñar y por razones de salud de su esposa. Murió en Suiza en 1980. Dos años antes de morir el gobierno helvético lo había designado ciudadano honorario de Suiza. Su orientación teórica llevará a la marca importante de la Teoría Crítica lo que redundará en un sistema teórico psicoanalítico con fuerte interpretación sociológica.


Fue un pensador inquieto que publicó una gran cantidad de libros, que se han transformados en clásicos. Era un hombre profundo y optimista. Era una persona inteligente que tenía esperanzas. Su visión no era utópica, porque ella estaba fundamentada en la realidad. Fue un optimista enamorado de la vida. Siempre estuvo a favor de ella.


El fue un marxista que estudió en profundidad a Marx, y se interesó por el joven pensador, el de los primeros tiempos, el más humanista. También fue muy conocedor de Freud, lo respetaba y al mismo tiempo era crítico. Al estudiar estos dos pensadores le hizo adelantar una visión humanista y esperanzadora del futuro del hombre. Muestra de esto es su “Credo Humanista”.


Fromm simplificaba las cosas para hacerlas entender. Esto no quiere decir que lo que escribió no fuera profundo. Tenía un concepto del hombre muy particular. Con profundidad habló de las necesidades básicas del hombre, fundamentó muchas cosas en el amor, en la ética, y habló del problema de la autoridad. Sus escritos se reducen a cosas muy elementales pero importantes. Si algo le obsesionó fue la objetividad y el sentido de la realidad.


Logró de alguna manera una síntesis interesante de lo mejor del mundo oriental cercano: La Biblia, El Talmud, Los Profetas. Del Mundo Oriental lejano: El Budismo Zen, y Susuki. Y del mundo occidental griego y del mundo occidental místico: Eckhart, Spinoza y Scheweizer. Además de Freud y Marx.


La teoría de Fromm es más bien una combinación de Freud y Marx. Por supuesto Freud enfatizó sobre el inconsciente, los impulsos biológicos, la represión y demás. En otras palabras, Freud postuló que nuestro carácter estaba determinado por la biología. Por otro lado, Marx consideraba a las personas como determinados por su sociedad y más especialmente por sus sistemas económicos.


Fromm añadió a estos dos sistemas deterministas algo bastante extraño a ellos: la idea de la Libertad. El animaba a las personas a trascender los determinismos que Freud y Marx les atribuían. De hecho, Fromm hace de la libertad la característica central de la naturaleza humana.

Fromm en su libro “El Corazón del Hombre”, afirma que el ser humano actual se caracteriza por su pasividad y se identifica con los valores del mercado porqué el hombre se ha transformado a sí mismo en un bien de consumo y maneja su vida como un capital que debe invertirse provechosamente. El hombre se ha convertido en un consumidor sin límites, y el mundo para él no es más que un objeto para calmar su apetito.


Son de importancia sus estudios acerca de la relación que existe entre los sistemas políticos totalitarios y las religiones monoteístas. Según Fromm, las religiones monoteístas educan a los individuos en la obediencia ciega a una autoridad superior, que pone las normas por encima de cualquier razón o discusión. Así el individuo queda reducido a un mero servidor de un dios todopoderoso. Esta mentalidad masoquista, adquirida desde la infancia, sería la base psicológica que ha hecho que muchos hombres y mujeres sigan ciegamente a dictadores como Hitler.


Publicó más de 30 títulos, algunos de tanta repercusión como “Anatomía de la destructividad humana”, “Escape a la libertad”, “El hombre por sí mismo”, “El lenguaje olvidado”, “La Sociedad Sana”, “La misión de Sigmund Freud” y “El dogma de Cristo”, y otros ensayos sobre religión, psicología y cultura.


En “El arte de amar”, analiza el desarrollo del sentimiento amoroso, en su opinión “única respuesta humana a los problemas de la existencia”, en tanto que en “El miedo a la libertad” estudia la evolución de ese requisito de la cualidad de hombre desde la Edad Media y profundiza en los mecanismos psicológicos que llevan a la adhesión a los regímenes totalitarios. Su inconformismo se expresa, sobre todo, en “La crisis del psicoanálisis”, mientras que su última visión de las posibilidades humanas está reflejada en “La revolución de la esperanza”.


Su legado ha quedado vigente en sus textos ejemplares en los que al rigor científico se unen la sagacidad del observador de hechos sociales y la vasta cultura de alguien que había trabajado intensamente en conocimientos históricos, filosóficos y antropológicos. Y a la vez la, la precisión y la elegancia de un literato de raza. En una ocasión Fromm se reconoció deudor en cuanto a su concepción del mundo, de Marx y de Freud, “pero también de Goethe”. La cita bien vale como una definición de su espíritu, preocupado por hondas inquietudes acerca del porvenir de la cultura de nuestro tiempo.


Estando en Mar del Plata, Argentina, con mi amigo Pablo Alaguibe y saboreando un rico café cortado en la misma librería, disfrutamos de la conversación en torno a este pensador. Encontramos una cantidad de libros de Fromm que no habíamos tenido acceso antes. Entre ellos uno titulado: “Recordando a Erich Fromm, testimonios de sus alumnos sobre el hombre y el terapeuta.” Mi amigo tuvo la gentileza de hacerme este regalo que lo valoro enormemente y que ha sido el tema de nuestras conversaciones en estos días: la vigencia del pensamiento de Fromm y el atractivo que sigue teniendo sobre las nuevas generaciones.