lunes, 27 de diciembre de 2021

En el cumpleaños 78 de Joan Manuel Serrat

                                                                               


"JOAN MANUEL SERRAT: SIN UTOPÍA LA VIDA SERÍA UN ENSAYO PARA LA MUERTE"


Víctor Rey


"Quieren ponerle cadenas

pero,¿quién es quién le pone puertas al monte?

No pases pena,

que antes que lleguen los perros, será un buen hombre

el que la encuentre

y la cuide hasta que lleguen mejores días.

Sin utopía

la vida sería un ensayo para la muerte".

(J.M. Serrat)



Es un referente obligado en la canción de autor. A su historia ha entregado aportes fundamentales, como su obra sobre la poesía de Miguel Hernández, Rafael Alberti, Antonio Machado y Mario Benedetti. Y títulos perfectos desde “Mediterráneo”, hasta “Utopía”, pasando por “Penélope”, “Lucía”, “Benito”, “Manuel”, entre otros.


Joan Manuel Serrat nace el 27 de diciembre de 1943 en Barcelona, España, en el barrio obrero de Poble Sec (Pueblo Seco) en la calle Poeta Calanyes. Es el menor de dos hermanos. Su padre Josep, es un catalán que se desempeñaba como chofer de taxi, mientras la madre, Angeles, oriunda de Orgón, realizaba costuras para ayudar al presupuesto familiar.


El pequeño Joan Manuel estudia desde los tres hasta los diez años en las escuelas Pías de San Antonio, de los Padres Escolapios. “El colegio me disgustó. Creo que allí empezó a forjarse el “rebelde que llevo dentro” diría en cierta oportunidad. Posteriormente continuó sus estudios en el Instituto Milá y Fontanela de Barcelona, en donde permanece hasta los trece años, edad en que se traslada como alumno interno a la Universidad Laboral de Terragona, lugar donde aprende el oficio de mecánico tornero y fresador. Al terminar la instrucción, decide continuar sus estudios, eligiendo la profesión de Perito Agrícola.


Ya en aquel entonces le acompañaba una guitarra, de la cual comienzan a nacer sus primeras creaciones. En 1961, junto a otros tres compañeros de estudio, forman un cuarteto, lo que fortalece la vena musical de Joan Manuel Serrat.


Quizá fue ahí cuando nació para muchos ese primer amor por su música y la poesía, por aquella magia que encerraba “Penélope”, “Lucía” - la más bella historia de amor que tuve y que tendré- y cantar con todas las fuerzas “Mediterráneo” y “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Con “Tu nombre me sabe a yerba” y "La mujer que yo quiero" aparecerían los primeros amores, y con "Fiesta" y “Para la libertad”, las primeras luchas sociales.


A esa altura el cantante catalán se había convertido no solo en fuente inspiradora o en acompañante de amores, luchas y lecturas, sino también en un personaje que bien valía la pena descubrir. Había que imaginarlo, cuando se negó a cantar en el festival de Eurovisión por el hecho de no aceptar que cantara en catalán, o cuando no soportó la presión que ejercía el general Franco y su régimen y decidió su autoexilio en México, y más tarde cuando decidió hacer canciones de los poemas de Miguel Hernández y Antonio Machado.


Alguna vez Joan Manuel Serrat se definió a sí mismo como “un latinoamericano nacido en Barcelona”. Creo que no hay mejor definición y síntesis de sus dos entornos más queridos. Serrat es un tipo ampliamente informado sobre la vida política, deportiva, artística y cultural de cada país latinoamericano. Ha atesorado la virtud de ser hombre de muchas patrias, sin renunciar a su condición de catalán. Le ha sobrado inteligencia y generosidad para saber que encerrarse limita.


La historia de amores entre Serrat y América Latina se acerca ya a los 40 años. En 1969 realizó la primera gira, que no sólo le permitió ganar el Festival de la Canción en Rio de Janeiro con la inolvidable “Penélope”, sino también hacer cantar a todo el público del Festival de la Canción de Viña del Mar su celebre “Mediterráneo”, así conquistó para siempre a argentinos y chilenos. Serrat ha roto las fronteras en Latinoamérica es toda una institución, pero una institución no tradicional, algo que se identifica con lo que aflora de nuestros sentimientos. El amor, los padres, los hijos, las novias, las personas simples y su medio ambiente, el terruño, el humor crítico a lo establecido y aparentemente inmutable, tantas cosas que no son fáciles de comprender, las cuales las hemos llorado o reído, son “Aquellas pequeñas cosas”, que forman parte de la vida.


En diciembre de 1986 el periodista Andrés Braithwaite de la revista ANALISIS le preguntó: ¿Cuándo vuelves a Chile? La última vez se quedó mucha gente esperándote. Joan Manuel Serrat respondió: “Hombre, agradezco mucho que se acuerden de mí, pero yo considero que el hecho de que los militares no me dejen entrar no es más una consecuencia mínima de un régimen despreciable y despreciado. ¿Qué cuándo voy a volver? Pues esperemos. Con la democracia volverá mucha gente. Entre ella, yo, a no ser que el general le dé por dejarme pasar antes. Y, bueno, en ese caso, yo feliz de volver antes. De cualquier forma, eso sí, prefería que mi debut coincidiera con su despedida”.


Después el cantautor catalán se iba a convertir en un símbolo de la libertad durante los regímenes militares que asolaron el Cono Sur. En 1988, al saber que la dictadura del general Pinochet había prohibido su entrada a Chile, se introdujo en un avión y voló a Santiago, dispuesto a apoyar a los que iban a votar y apoyar la “Campaña por el NO” para el plebiscito de aquel año. Los militares no lo dejaron entrar, ni bajarse del avión, pero Serrat logró introducir un mensaje que una emisora radial echó al viento: “Tengo que regresar a mi país. Si hubiera podido entrar, les diría que vengo para contarles que la gente de España, como pocas veces, está sensibilizada por la lucha de su país por la recuperación de la libertad. En las calles de España, en las casas, en el trabajo, en el bar, se siente a Chile y se identifican con Chile, porque el pueblo de España conoce su propia experiencia reciente. Aunque solo hubiera sido por esto, ya habría valido la pena haber estado con ustedes esta mañana. Además creo que la presencia de todos ustedes, los hombres y las mujeres que de diversos lugares del mundo se han acercado aquí para compartir sueños y luchas, pueden ayudar a esa alegría que todos esperamos y que ya viene. Yo quiero que sepan que los estoy viendo, los escucho, que los siento y que quiero que ustedes también me vean y me sientan como uno más entre ustedes, con la seguridad de que muy pronto vamos a estar juntos, cuando Chile sea lo que siempre fue: un país ejemplo de libertad, ejemplo de respeto mutuo y paz. Compañeros, compañeras. Amigos y amigas: La alegría ya viene”.


Su ilusión, que era la mayoritaria, acabó por cumplirse. En abril de 1990, en la recién inaugurada democracia, ante un Estadio Nacional repleto y luego de 17 años de extrañamiento, Joan Manuel Serrat volvió a caminar por las “grandes alamedas, donde transita el hombre libre”, como dijera el presidente Salvador Allende, en su proclama de despedida. Lo primero que hizo Serrat fue tomar una guitarra prestada, visitar la cárcel de Santiago y cantar “Aquellas pequeñas cosas” y “Para la libertad” a un grupo de presos políticos, que lo escucharon en un silencio religioso.


En los últimos años Serrat ha visitado en varias oportunidades Chile. En cada una de ellas, la comunicación con el público ha sido admirable. Serrat es parte de la historia de Chile y de América Latina, sus canciones son parte de nosotros, de los que fuimos y somos “soñadores de pelo largo”, como el protagonista de la canción “Señora”.








viernes, 3 de diciembre de 2021

En el aniversario 487 de Quito

                                                                                     


 

EN EL ANIVERSARIO 487 DE LA FUNDACIÓN DE ESTA BELLA CIUDAD ¡QUE VIVA QUITO!

 

Víctor Rey

 

“Uno no es de donde nace sino de donde quiere vivir y yo quiero vivir y morir en Quito” (VR)

 

“Soy un ecuatoriano por opción, un quiteño por adopción y un latinomaericano por vocación” (VR)

 

La primera vez que pasé por Quito fue a fines del año 1980.  Con tres amigos chilenos viajamos por bus desde Chile a Colombia para participar en un seminario de capacitación en Bogotá. Allá en Colombia un amigo ecuatoriano me preguntó que me había parecido Quito.  La verdad es que no supe contestar ya que en un viaje tan largo solo quería llegar pronto al destino.  Al regreso de ese evento decidí poner atención y fijarme más en esta ciudad y sus detalles. Realmente me impresionó y lamenté no tener tiempo para conocerla mejor.  La vida me dio la oportunidad de visitar Quito y el privilegio de vivir por ocho años en esta bella ciudad. Creo que soy afortunado, ya que vivir rodeado de montañas verdes, donde amanece a las seis de la mañana con un sol radiante y donde la temperatura es primaveral todo el año es algo maravilloso.  Por esta razón ahora que se cumplen 483 años de su fundación, por Sebastián de Benalcázar en 1534,  comparto la riqueza de esta urbe moderna y tradicional, rica en cultura, historia, y arte,  invitándolos a visitarla y caminar pos sus calles y sus 25 parques que están a vuestra disposición.  También para saborear su rica gastronomía y disfrutar de la cálida amistad del quiteño. Dice un dicho que uno no es de donde nace sino de donde quiere morir.  Yo digo que uno no es de donde nace sino de donde quiere vivir y yo quiero vivir en Quito.

 

Quito, Patrimonio Cultural de la Humanidad, está rodeada de valles y escoltada por hermosos volcanes activos. Desde la mitad del mundo, Quito resplandece con el cielo más azul del equinoccio y con su gente amable y trabajadora; es el centro del mundo de la cultura y de la libertad. “Quito Ciudad Convento” o “Claustro de América”, “Relicario de Arte en América”, “Quito Luz de América”, “Capital Iberoamericana de la Cultura” “Carita de Dios”, son algunos de los títulos que le han llevado a esta bella y franciscana ciudad a ser la capital más hermosa de América Latina.

 

Quito es una ciudad donde los matices coloniales de su centro histórico contrastan con sus modernos edificios del presente. Un lugar que guarda los enigmas de una historia milenaria, la magnífica herencia del encuentro de dos mundos y los secretos de la cultura del mestizaje que lo llevaron a convertirse, el 8 de septiembre de 1978, en la primera ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad, que posee el perímetro más amplio de arquitectura colonial de América Latina. La Plaza de la Independencia, también llamada “Plaza Grande” sigue representando el corazón fundamental de la capital ecuatoriana como en tiempos de la colonia, está flanqueada por la casa de Gobierno o Palacio de Carondelet, el Palacio Arzobispal, la Catedral Metropolitana y el Palacio Municipal.

En el Centro Histórico existen detalles muy llamativos que se han mantenido por más de 500 años y que reflejan el alma de la ciudad, como la Calle de las Siete Cruces, la Cuesta del Suspiro, el Arco de la Reina, la Plaza de San Francisco, La Ronda o la Calle de los Milagros, porque no es solo una exposición monumental, sino una estructura viva, donde la modernidad no ha anulado las formas tradicionales de ser de los quiteños, alegres, dicharacheros, ingeniosos, generosos y amantes de reunirse en una esquina para cumplir con un ritual básico de la vida en comunidad.

El barrio La Ronda es en uno de los sectores más emblemáticos del Centro Histórico de Quito. Fue el corazón bohemio de esa zona de la ciudad a mediados del siglo XX; en su estrecha calle encontrará restaurantes, bares, cafetines poetas, músicos, que se contrastan con la modernidad de la zona norte, un escenario cosmopolita con variedad de atractivos como el sector de La Mariscal y la Plaza Foch, donde se concentran los servicios turísticos como hoteles, hostales, restaurantes o locales para la diversión y la gastronomía.

Las calles quiteñas aún conservan su peculiar y sinuoso trazado, en donde los visitantes perciben la nostalgia de sus tradiciones y reviven los fantásticos efectos de sus leyendas que dan un toque virtuoso y mágico a Quito, que mantiene viva su expresión cultural y arquitectónica sin que los efectos de la modernidad le hicieran cambiar.

Otro factor de gran atractivo y que le brinda el sello peculiar a esta ciudad constituye el volcán Pichincha, en cuyas agrestes faldas se extiende la ciudad, dando la impresión de cobijarse entre los muros de este coloso natural, que además concentra un gran significado histórico para el país, pues allí, en 1822, se libró la batalla de la Independencia.

El Museo de la Ciudad, el Centro Cultural Metropolitano, el Convento de San Agustín, la Capilla Sixtina, el Museo Nacional de Arte Contemporáneo, el Museo de Cera, entre otros, son sitios indispensables para nutrirse de la historia y la cultura de la ciudad.

Quito también es dueña de algunas de las más importantes joyas de la arquitectura colonial, donde predomina el estilo de arte barroco, una herencia iberoamericana en la cual se combinan temas y tonos propios de la región andina con la influencia artística europea: rostros indígenas, paisajes autóctonos, colores brillantes, animales como llamas o cuyes, íconos como el sol para los incas, entre otros elementos, que configuraron un mestizaje dando lugar a lo que se conoce como la corriente del “barroco quiteño”, que contó incluso con su propia escuela de artes y oficios, conocida como la “Escuela Quiteña”.

Si el turista quiere conocer el arte barroco debe visitar la Compañía de Jesús que constituye una de las obras más significativas y más bellas de la arquitectura suramericana, y por lo tanto constituye uno de las mayores obras de dicha corriente estética en el mundo. Su fachada es muy bien decorada y elegante, por dentro el templo es impresionante, al levantarse todo cubierto de oro. La Compañía es una joya del pasado que permanece intacta en el presente.

Pero si al viajero le gustan las leyendas nada mejor que visitar la iglesia de San Diego para conocer la leyenda del “Padre Almeida” o la Iglesia de San Francisco, para conocer la leyenda de “Cantuña”.

También puede visitar la iglesia de la Catedral, fundada originalmente en 1535, ya que posee una mezcla de varios estilos como Barroco, Mudéjar, Rococó, Neogótico y Neoclásico; mientras que en el interior de la Iglesia de Santo Domingo se encuentran valiosas estructuras. Una de las joyas barrocas que se cuida celosamente en esta iglesia es la Capilla del Rosario, que constituye una obra significativa de la arquitectura quiteña.

Para intentar comprender esta encantadora ciudad de extremos, conviene subir a uno de sus lugares más tradicionales: el Cerro del Panecillo, mirador a 3.000 metros de altitud desde donde se contempla, inmensa y complicada, la extensión capitalina, con su casco antiguo agazapado bajo sus tejas coloradas entre esta loma y el parque de La Alameda, y rodeado por inmensos barrios nuevos surcados por anchas avenidas.

Pero si quiere dominar todo el panorama y admirar la ciudad, los valles y la Avenida de los Volcanes, denominada así, por el infatigable geógrafo y científico alemán, Alexander Von Humbolt, que llegó al Ecuador, en 1812, nada mejor que subir al Teléferico ubicado a 4.050 msnm.

El Quito moderno se forja en los años 50 del siglo XX, cuando la avenida Colón deja de ser el límite de la ciudad y se consolidan los barrios de La Mariscal y cuando se construye el Aeropuerto Internacional Mariscal Sucre y el Estadio Olímpico Atahualpa. Para algunos historiadores esto fue lo que “jaló” a la ciudad hacia el norte. Poco a poco se extendieron hacia el norte las avenidas Seis de Diciembre, Diez de Agosto, Amazonas y Eloy Alfaro, alrededor de las cuales surgieron grandes urbanizaciones, edificios y espacios para la diversión, como el parque La Carolina.

La ciudad continuó su crecimiento hacia el norte durante los años 70, que coinciden con el llamado “boom petrolero”. Se acelera la construcción de viviendas, edificios, centros comerciales, locales de diversión y entretenimiento. Y lo que solo era un espacio residencial se convierte en la zona del “boom comercial”.

También se encuentra el barrio La Mariscal, donde no solo se concentran los servicios turísticos sino que conserva las mansiones del siglo XX que se han convertido en hoteles, hostales, restaurantes o locales para la diversión y la gastronomía. El corazón de ese barrio capitalino es la plaza El Quinde conocida como la plaza Foch, un lugar de encuentro y disfrute culturales y gastronómicos.

Quito es una de esas ciudades que pueden hechizar y conquistar el errante corazón del viajero en busca de visiones para la memoria de su retina; pero también es un laberinto de sensaciones donde cada uno debe encontrar su rincón favorito.