domingo, 27 de enero de 2013


DIPLOMATURA EN ESTUDIOS TEOLOGICOS INTERDISCIPLINARIOS  (CETI)



REFLEXIONAR TEOLOGICAMENTE EN UNA SOCIEDAD DE CONSUMO

Ciertamente la teología no va a cambiar la realidad, pero la realidad no va a cambiar sin teología

Víctor Rey

El cristiano siempre tiene el desafío de reflexionar su fe en el contexto donde le corresponde vivir, en su lugar y su tiempo. Para esto es necesario la lectura atenta de la Biblia, pero también la lectura de su realidad, descifrar y discernir “los signos de los tiempos”. Para discernir debe reflexionar, leer, meditar y contemplar. O como lo dicen algunos: ver, juzgar y actuar. Considero que la literatura especializada nos ayuda mucho y en general las artes nos proveen de herramientas muy útiles para hacer un buen diagnóstico de la realidad.
Cuando se comenzó con el Programa de CETI allá por los ochenta, se hizo una encuesta para saber cuáles eran los temas que más interesaban a los profesionales cristianos y fueron cuatro los que más aparecieron: iglesia, familia, trabajo y sociedad. De alguna manera estos cuatro énfasis son los que desafían cualquier cristiano a buscar una vida plena y mantener un equilibrio en esas cuatro dimensiones de la vida. Esa es la razón por la cual CETI aborda en cuatro módulos estos aspectos e invita a los estudiantes a tener una vida rica de diálogo con la Biblia y los aportes que nos entregan las Ciencias Sociales y cuestionar junto a otros estudiantes la forma de ser más pertinentes y coherentes como discípulos de Jesús.
Uno de los módulos más desafiante es el que se refiere a la Sociedad. Personalmente me he enriquecido mucho con las lecturas de este módulo, pero quiero agregar mis pensamientos a este tema en relación a dos libros que he leído este último tiempo, escritos en dos países diferentes y con un tema común de actualidad. Los dos autores tienen una formación diferente y su concepción del mundo también lo es, pero el diagnóstico que hacen del tema es coincidente. Me refiero primeramente al libro, “La Ciudad” del francés Jacques Ellul y a “El consumo me consume” del chileno Tomás Moulián. A partir de estos dos autores quiero esbozar una reflexión sobre el tema del consumo.
Hoy constatamos el crecimiento acelerado del tipo de sociedad de consumo, la cual se inicia en el siglo XVIII.
El fenómeno de las migraciones internas es cómplice del aumento vertiginoso, en todo el mundo, de una civilización urbana cuyo rasgo sobresaliente es la absolutización de los productos de la tecnología.
Prácticamente toda la humanidad hoy participa en la vida de la ciudad. Como lo ha señalado Jacques Ellul: “Estamos en la ciudad, aunque vivamos en el campo, puesto que hoy el campo es solo un anexo de la ciudad”. (Pág. 147 La Ciudad. Editorial La Aurora, Buenos Aires. 1972).
Su afirmación percibe el carácter global de la “mentalidad de consumo” que caracteriza a la sociedad urbana, tanto en los países desarrollados como en países subdesarrollados.
La sociedad de consumo es un engendro de la técnica y el capitalismo. Los medios de comunicación masivos juegan un rol importante en esta situación, ya que son utilizados para condicionar a los consumidores a un estilo de vida en que se trabaja para ganar, se gana para comprar y se compra para valer. Como vuelve a decir Jacques Ellul, “el estilo de vida es formado por la publicidad”.
La publicidad está controlada por gente cuyos intereses económicos están ligados a aumento de la producción y este a su vez depende de un consumo que solo es posible en una sociedad en la cual vivir es poseer. La técnica se pone así al servicio del capital para imponer la ideología del consumo. Esta al servicio del capital, no al servicio de los hombres y las mujeres.
En consecuencia, los hombres y mujeres se convierten en seres unidimensionales- un tornillo de una gran maquinaria que funciona según las leyes de la oferta y la demanda-, es la causa principal de la contaminación ambiental y crea una inmensa brecha entre los que tienen y los que no tienen a nivel nacional y entre los países ricos y los países pobres a nivel internacional. Esta brecha continúa creciendo. Pese a los avances tecnológicos y una expansión industrial que no tiene precedentes en la historia humana. Hoy el mundo subdesarrollado está más lejos que nunca de la solución a sus problemas.
La sociedad de consumo ha impuesto un estilo de vida que hace de la propiedad privada un derecho absoluto y coloca el dinero por encima de los hombres y las mujeres y la producción por encima de la naturaleza. Esta es la forma que hoy toma donde el sistema en el cual la vida humana ha sido organizada por los poderes de destrucción. El peligro de la mundanalidad es este: el peligro de un acomodamiento a las formas de este mundo malo con todo su materialismo, su obsesión por el éxito individual, su egoísmo enceguecedor.
Aquí vale la advertencia del apóstol Pablo en Romanos 12:2, “No vivan ya de acuerdo con los reglas de este mundo, al contrario, cambien de pensamientos para que así cambie toda su vida. Así llegaran a saber cual es la voluntad de Dios, es decir lo que es bueno, lo que le agrada, y lo que es perfecto”.

Diplomatura en Estudios Teológicos Interdisciplinarios

Este programa está estructurado desde el abordaje de diversos temas teológicos, misionológicos y pastorales desde una interdisciplinariedad temática. De aquí que su estructura se crea desde cuatro temas fundamentales, que representan los cuatro cuatrimestres del programa consecutivamente: iglesia, sociedad, trabajo y familia.
Este programa posee dos modalidades, a ser elegidas por el/la alumno/a: una a distancia y otra presencial, a través de núcleos de estudios distribuidos en distintas provincias de Argentina y otros países de América Latina.

Prospecto Diplomatura en ETI (pdf) 


Información:  victorrey@hotmail.com

   Centro de Estudios Teológicos Interdisciplinario

Espiritualidad integral

El desarrollo tiene que ver con el cambio cultural y el cambio cultural tiene que ver con el cambio de valores y de visión del mundo” (Bryant L. Meyers)

La espiritualidad encuentra su expresión en la relación con otros, en las actitudes de comprensión, simpatía, solidaridad y compromiso. Esto se ve claramente en la espiritualidad de Jesús: Su comunión con Dios encontró su verdadera expresión al bajar de la montaña, para mezclarse con el pueblo. Se trataba de una interacción constante entre la meditación, la oración y la acción. La verdadera espiritualidad se expresa a través del servicio y en las relaciones de curación con los demás.
Como cristianos no podemos escapar a la realidad del quebrantamiento y sufrimiento del pueblo de Dios que es la propia iglesia. Como el amor es incluyente, el evangelio del amor nos exige acompañar a los pobres en su lucha por la justicia. Descubrimos nuevas perspectivas a medidas que nos identifiquemos con estos miembros del cuerpo que también son parte de las iglesias. Como comunidad de curación o terapéutica, la congregación une sus fuerzas a las de Dios para restablecer relaciones sanas entre las personas y toda la creación. El mensaje de liberación del evangelio es parte de la vida de la Iglesia. Participar con el pueblo en la construcción de un orden social justo nos conduce al camino del reino de Dios, la vida plena. La visión de la Iglesia es la de una sociedad en la que todos viven en armonía unos con otros, con la naturaleza, y con Dios, trabajando plenamente de manera desinteresada para responder a sus propias necesidades y a las de los demás. Se necesita aún una gran dosis de reflexión y esfuerzo para crear comunidades que practiquen el cuidado integral de todos y todas. Debe ser prioritario el estudio y tratamiento de las causas últimas que determinan la pobreza y la desesperanza. Hay que hallar la manera de renovar el medio ambiente por muy dañado que esté. Por último, las acciones individuales y colectivas de testimonio y servicio, no sólo constituyen signos de esperanza sino que engendran nuevas esperanzas. Esto es lo que el Centro de Estudios Teológicos Interdisciplinario (CETI), quiere aportar a las iglesias locales, también a los estudiantes y profesionales que quieren ser más files al llamado de Jesús y están buscando una herramienta para ser más eficaces a este llamado. Ponemos en vuestras manos este programa de estudios que sabemos será de mucha utilidad en el crecimiento personal y comunitario.


Víctor Rey
Coordinador de CETI Diplomatura
De nacionalidad chilena, esta Diplomado en Estudios Teológicos del Seminario Teológico Bautista y se recibió de Profesor de Filosofía en la Universidad de Concepción, Chile. En 1989 obtuvo la Licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad Alberto Hurtado (ILADES), Chile, y en 1993 el Master en Comunicación Social en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica.

UNA ESPIRITUALIDAD PARA HOY



Por Víctor Rey

“Ser lo que se es.  Hablar lo que se cree.  Creer lo que se predica.  Vivir lo que se proclama.  Hasta las últimas consecuencias y en las circunstancias diarias”
Pedro Casaldáliga


Cuando hablamos de espiritualidad estamos hablando de la búsqueda de la relación del ser humano con el ser supremo.

Para nosotros los cristianos este ser supremo es Cristo Jesús.  Por lo tanto nuestra relación se da con Cristo que lo entendemos a partir de la perspectiva de nuestra fe que se fundamenta en la Palabra de Dios.  Es un Dios viviente, activo en la historia y que está en medio nuestro.

Por lo tanto debemos reconocer que nuestra espiritualidad, es decir nuestra relación con Dios no siempre se hace dentro del marco correcto y que está viciado por nuestra propia vida y en nuestra relación con la Iglesia y el mundo.  Esto muchas veces resulta en una falsa espiritualidad, ya que a veces se confunde espiritualidad con emocionalismo.

Para otros la espiritualidad es identificable con la proyección de sus pensamientos y sentimientos, a los cuales se reviste de un carácter sagrado.

Para otros la espiritualidad es un escapismo, es una especie de refugio donde guarecerse de las batallas de la vida, donde encontrarse mentalmente seguro en un mundo marcado por la inseguridad, la incertidumbre y el miedo.

Por lo tanto, esa espiritualidad con sentido de refugio, con sentido de ghetto, proyectada en el más allá, que no es coherente ni capaz de vivir en el más acá, es de mi perspectiva, una falsa espiritualidad.

Limitándonos a la acción y misión del Espíritu Santo hoy debemos decir que la penetración del Espíritu Santo en la historia y más específicamente en la Iglesia naciente, vino a ser como el gran comienzo del Reino de Dios entre nosotros.  El Espíritu Santo que siempre estuvo presente - lo encontramos en toda la teología del Antiguo Testamento- se hace presente en una forma especial, con un dinamismo especial, a partir del acontecimiento histórico de Pentecostés.

Lo que Cristo había enseñado con su vida, hechos y palabras acerca del Reino, ahora la Iglesia debía practicarlo, vivirlo y esto solo le sería posible con el auxilio del Espíritu Santo.

El elemento que nos hace dar el salto cualitativo hacia el Reino de Dios es justamente el poder del Espíritu.  Es el poder del Espíritu Santo el que nos permite poner dentro del marco de lo posible todo aquello que humanamente es imposible.  Es atreverse a soñar, sabiendo que nuestros sueños pueden ser realidad por el poder del Espíritu Santo.  Y eso es Buena Nuevas para hoy.

El Espíritu Santo esta en el mismo origen de la misión cristiana.  El Espíritu Santo es el que nos da la fuerza para cumplir la misión y es el que nos garantiza el resultado de nuestra misión.

De nada vale que tomemos conciencia de cual es nuestra tarea misionera si no tenemos el poder para hacerla.  Lamentablemente muchas de nuestras iglesias, muchas veces no llegan a ser más que "clubes de buena voluntad", y esto es debido a que no tienen el poder para hacer que esa buena voluntad sea efectiva.  El libro de Hechos de los Apóstoles nos dice en 1:8 "...recibiréis poder cuando haya venido el Espíritu Santo entre vosotros".   El Espíritu Santo ya vino.  No es entonces con astucia o con fuerza humana, sino que es reconociendo el poder de Dios que se realiza la misión.  Un poder que se manifiesta en todos los órdenes de la vida.

Dios permita que en nuestra vivencia de fe, en nuestra espiritualidad, podamos poner nuestras fuerzas y nuestras capacidades de tal manera en las manos de Dios, que en una entrega sacrificial por su Reino seamos útiles a su causa, pero sabiendo en última instancia que nada podemos hacer si no es con el poder de Dios, el poder del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo es el que nos ayuda para que nuestra espiritualidad sea una espiritualidad comprometida.  Es la única manera de que una espiritualidad pueda ser llamada cristiana.

sábado, 26 de enero de 2013

Camus, el absurdo y el existencialismo

 

 Víctor Rey

A mediados de los 70 yo vivía y estudiaba filosofía en Concepción, ciudad al sur de Chile y trataba de ponerme al día con los clásicos de la literatura.  Había leído a los latinoamericanos, Vargas Llosa, García Márquez, Sábato, Donoso, Cortázar y gracias a ellos descubrí a Jean Paul Sartre,  Kafka, Herman Hesse y Albert Camus.  Esas lecturas hicieron que viviera esos veinte años convertido en un fervoroso existencialista que venía saliendo del marxismo.  Pensaba que la vida era un absurdo y que la verdadera filosofía consistía en saber  que cinco minutos después de estar muerto no quedaría nada de mí.  Veía lo absurdo y el existencialismo por todas partes, en el cine, las canciones, las conversaciones, la pintura, etc.
Víctor Rey RiquelmeHe quedado sorprendido que estos libros que yo leí en mi época de universitario, mis hijos los leyeron en francés en su tiempo de estudiantes secundarios en la Alianza Francesa.  Creo que no tenían la angustia existencial que yo tenía ni tampoco lucharon con las contradicciones existenciales que me devoraban.
Me movía entre Sartre y Camus y de alguna manera quería optar por uno de ellos.  Sartre estaba prohibido en la universidad y de Camus se decía muy poco.  Con algunos compañeros intercambiamos información y uno que otro libro. Recuerdo que La Náusea de Sartre me pareció una buena novela, con esas escenas  en las que Ronquentín descubre  la alienación de su propio cuerpo; sin embargo los ensayos de Sartre me parecían pantanosos y no podía terminarlos.  Pero con Camus me parecía todo lo contrario.  No entendí en mi primera lectura El Extranjero, pero Mersault me conmovía y me sentía interpretado, y en Los Carnets había momentos de belleza aterradora.  Los mismo que La Peste, que casi terminé enfermo después de la última página.
Después leí  El Hombre Rebelde y El Mito de Sísifo, que se convirtieron en mis libros de cabecera.  Con ellos descubrí que había diferencias entre el existencialismo de Sartre y de Camus.  El de Sartre no ofrecía salidas; el de Camus era una suerte de “buen nihilismo”, es decir que el absurdo no debería llevar al suicidio, sino más bien a la rebeldía.  Había que vivir la contradicción de una vida destinada a la muerte, asumirse como un Sísifo feliz de llevar a la cima una y otra vez esa roca que inevitablemente volvería a rodar hacia abajo.
Camus había nacido en Argelia, el 7 de noviembre de 1013, en el seno de una familia pobre – el padre muerto cuando él tenía apenas un año, la madre muda-, y nunca hizo de esa marginalidad una bandera.  La pasión por el fútbol lo marca en su niñez, donde fue arquero del Club Racing, de donde dice que sus primeras lecciones de ética vienen de esos partidos de fútbol.   Pensó de verdad, que Argelia  podía tener un lugar dentro de Francia.
Camus encarnó un modelo de intelectual que ya casi no existe: el del hombre comprometido con las grandes cusas políticas y sociales de su tiempo.  Luchó contra el nazismo uniéndose a la resistencia y creando el periódico clandestino Combat.  Fue uno de los primeros en denunciar las atrocidades del estalinismo, allá en los principios de los 50, cuando muchos intelectuales de izquierda minimizaban las purgas y el gulag; ante aquellos que decían que la violencia  era necesaria para lograr la sociedad comunista sobre la tierra, Camus señaló que ninguna ideología podía justificar la muerte de un solo hombre.  Durante la Guerra Fría, esas palabras podían sonar ingenuas y románticas, pero el tiempo ha demostrado que había lucidez en ellas, honestidad moral de alguien que supo ver antes que otros que hay valores humanos más importantes que el triunfo de una ideología bajo la premisa maquiavélica de que el fin justifica los medios.
El anarquista Andre Proudhommeaux lo presentó en 1948 por primera vez en el movimiento libertario, en una reunión del Círculo de Estudiantes Anarquistas.  Camus escribió a partir de entonces para publicaciones anarquistas, siendo articulista de Libertaire, Le Revolutian Proletairenne y Solidaridad Obrera. Camus junto a los anarquistas, expresó su apoyo a la revuelta de 1953 en Alemania Oriental.  Estuvo apoyando a los anarquistas en 1956 primero a favor del levantamiento de los trabajadores en Poznan, Polonia y luego en la Revolución Húngara.
Camus murió el 4 de enero de 1960 en un accidente de automóvil.  Sus restos fueron enterrados en Lourmarin, pueblo del sur de Francia.
Hoy el contexto es otro. Pero el ejemplo de Camus sigue vigente y más vivo que nunca.  Hay que volver a Camus no con el deseo nostálgico de que los intelectuales recuperen un lugar privilegiado en la esfera pública, sino con el deseo de aprender de un escritor para quien no había divorcio entre las palabras y las cosas. Camus fue un intelectual comprometido con la Humanidad, es decir fue un gran humanista

El Evangelio de la Paz 

Víctor Rey

El término “paz” aparece unas cien veces en el Nuevo Testamento.  Por ese solo hecho, nos muestra que es un concepto de importancia fundamental para la comprensión del Evangelio y la vida de las iglesias.
Las Escrituras nos dicen que Dios es un Dios de Paz; que Cristo es Señor de Paz.  El profeta llamaba al Mesías esperado el “Príncipe de paz”; el fruto del Espíritu de Dios es paz y vivir en el Espíritu es justicia, paz, y gozo en el Espíritu Santo.
El Evangelio de Paz abre la posibilidad de una nueva relación con Dios, que se convierte en realidad en la medida en que vivimos en una nueva relación con nuestros semejantes.  En esta comunidad las diferencias y las barreras que separaran a las personas son superadas: nacionalismos, racismos, prejuicios basados en diferencias de sexos, espíritu de competitividad económica, diferencias culturales, religiosas y sociales que contribuyen a actitudes de superioridad de parte de unos y de inferioridad de parte de otros.  Por lo tanto podemos decir que la paz está en el mismo corazón de la vida que vivimos y del mensaje que proclamamos los cristianos y las cristianas.
La Iglesia posee un legado de paz que nos dejó Jesucristo.  Las enseñanzas de Jesús, su vida y su muerte en la cruz, apuntan al Nuevo Mandamiento, la ley del amor, que no responde a la violencia con violencia sino que busca otros valores: la humildad, el servicio, la comunidad y la justicia.  El nacimiento de Cristo fue un mensaje de paz de Dios a los seres humanos (Lucas 2:14) y predicar la Palabra es “anunciar el evangelio de la paz” (Hechos 10:36).
En la Biblia la paz no es simplemente la ausencia de guerra o violencia.  Tampoco es el mero equilibrio entre partes encontradas ni, mucho menos, el antiguo concepto romano de destrucción y exterminio de toda oposición.  La paz bíblica incorpora ideas positivas de salud, bienestar y prosperidad.  Se trata de un asunto cultural: una sociedad nueva, un mundo nuevo (1 Pedro 3:13), que se basa en la justicia, el respeto a los derechos humanos, la solidaridad, la democracia, la amistad, entre personas, comunidades, pueblos y naciones.
¿Qué es lo que contribuye a la paz?  Tenemos que reflexionar sobre las cosas que traen la paz.  Una de ellas es sin duda la justicia:  “El efecto de la justicia será la paz y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre” (Isaías 32:17).  La concepción bíblica de la paz (Shalom) se caracteriza por una relación de bienestar, respeto y justicia del ser humano con Dios, sus semejantes y la naturaleza, de acuerdo con la voluntad de Dios, el creador.  Sin embargo, la realidad concreta es experimentada como una ruptura de ese orden saludable.  El ser humano causa la ruptura, pero simultáneamente se convierte en víctima.  Institucionalizado un orden injusto y ausente de paz, la ruptura divide a las personas en beneficiarias y víctimas, en opresores y oprimidos.  El propio Dios se compromete a restablecer la paz en la historia de su pueblo, colocándose al lado de los que sufren y son marginados.  En Jesucristo se puso a nuestro lado y se hizo “nuestro hermano” de manera definitiva y suprema.  Al mismo tiempo, compromete a quienes le sigan, guiados por la visión “utópica” de una paz plena, se transformen en personas “sedientas y hambrientas de justicia” y en “constructoras de la paz” (Mateo 5:6-9).  Un lugar privilegiado para luchar en pro de la paz, de la justicia y de la preservación de la naturaleza está constituido por los crecientes movimientos sociales, ecológicos y populares.  Para las iglesias deriva de ahí, como prioridad, en su educación y práctica para la paz, la formación de la conciencia política, la elaboración de materiales de carácter popular y el apoyo a los movimientos con las finalidades delineadas.  En estos se insertan también, más allá de las fronteras eclesiásticas institucionales, los propios movimientos cristianos por la paz en la perspectiva del “shalom bíblico”.
Como conclusión podemos decir que la vida es el bien mayor del ser humano, y que no se goza de ella sin la paz.  Es la Paz la que hace viable y sólida la comprensión de Dios como un Dios amoroso, que concedió a su Hijo para que aprendiéramos a ser hijos e hijas de Dios y colaboradores y colaboradoras en la construcción del Reino.

Vida plena, pobreza y riqueza



“Yo he venido para que tengan vida, y vida en abundancia”  (Jesús)


Parece ser que el tema de la prosperidad material es un tema relevante hoy en las iglesias evangélicas.  Nuestra propuesta es que podamos entender la prosperidad a partir del propósito de Dios hacia su creación: la vida plena o bienestar integral, que se resume en la voz hebrea shalom.  La prosperidad material es solo un aspecto de algo más integral (el shalom).  Justamente porque es un aspecto  del bienestar integral, y no el todo, la Biblia hace un llamado constante a cuidarnos de buscar la riqueza.  Otro aspecto que nos ayuda a entender mejor este tema es verlo a la luz del reino de Dios.  En las últimas décadas hemos ido entendiendo que una parte del reinado de Dios tiene que ver con el bienestar humano, con el ordenamiento social y político, con la superación de la pobreza y la instauración de la justicia social.  Ciertamente el reinado de Dios es más que eso, se trata de su necesaria concreción histórica.  Las iglesias evangélicas ya no podemos seguirnos dando el lujo de obviar el actual contexto latinoamericanos- marcado por las injusticias estructurales -, sino que al interior de nuestra historia tenemos que buscar una transformación que se acerque a los ideales que nos plantean los escritores sagrados.  Por lo tanto debemos seguir luchando para mostrar esta dimensión más amplia del reinado de Dios y no quedarnos con la visión reduccionista que nos llegó a través del fundamentalismo y del conservadurismo teológico que mostraba el reino de Dios como: 1.-  el gobierno de Dios en los corazones de los creyentes, 2.-  la comunidad de los fieles y 3.- un futuro metafísico al que se llama “el cielo”.  Es decir el gobierno o reinado de Dios se realizaba en tanto se negara la satisfacción de las necesidades corporales.
En la perspectiva bíblica la nación toda, y no sólo individuos aislados o pequeños segmentos sociales, están llamados a vivir una vida de bienestar integral.  El shalom es producto del reconocimiento de Jehová como Dios, del cumplimiento de su voluntad expresada en la ley, y de la práctica de la justicia entre los seres humanos.  No cumplir con la ley era abandonar al Dios que los liberó de Egipto y traicionar al pueblo organizado en tribus que anhelaba la posesión de la Tierra Prometida.  Por eso, se habla del incumplimiento de la ley en términos de maldición.  Dios, de ninguna manera bendeciría el volver al estilo de vida que tuvieron en Egipto.  Dios no prosperaría a la nación.  Este llamado de Moisés al Israel liberado fue recordado numerosas veces por Dios a su pueblo por medio de sus voceros:  los jueces.  Israel conoció en este mismo periodo tribal épocas de sequía material y espiritual.  La idolatría hizo que cayeran en manos de sus enemigos numerosas veces.  Pero Dios, quien es rico en su misericordia, los levantó una y otra vez.
Muchas páginas se han escrito acerca de la condición económica de nuestro Señor Jesucristo.  Resumiendo, diremos que mientras por un lado están los que lo describen como un pobre y oprimido, por otro lado están aquellos que lo ven como un hombre rico que tenía hasta tesorero y vestía ropas caras.  Sin embargo, la exégesis actual no cae en estereotipos, sino que ve que el asunto es más complejo y que hay que considerar las coordenadas socio culturales del mediterráneo para una evaluación seria.  Jesús, pues, no era ni pobre ni rico, según nuestras categorías modernas occidentales.  Tal vez lo más importante en este punto no sea ese asunto, sino con quiénes se relacionaba y como anunciaba el reinado de Dios (shalom).
El mensaje de Jesús es un llamado a la confianza en Dios, a la búsqueda del shalom y a la renuncia de la riqueza material y sus afanes propios.  ¿O es que es muy difícil entender que “la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”? (Lucas 12:15).  Pero a su vez, el texto revela que el bienestar humano sólo es posible si hay satisfacción de las necesidades materiales, antes no.
La espiritualidad encuentra su expresión en la relación con otros, en las actitudes de comprensión, simpatía, solidaridad y compromiso.  Esto se ve claramente en la espiritualidad de Jesús: Su comunión con Dios encontró su verdadera expresión al bajar de la montaña, para mezclarse con el pueblo.  Se trataba de una interacción constante entre la meditación, la oración y la acción.  La verdadera espiritualidad se expresa a través del servicio y en las relaciones de curación con los demás.
Como cristianos no podemos escapar a la realidad del quebrantamiento y sufrimiento del pueblo de Dios que es la propia iglesia.  Como el amor es incluyente, el evangelio del amor nos exige acompañar a los pobres en su lucha por la justicia.  Descubrimos nuevas perspectivas a medida que nos identifiquemos con estos miembros del cuerpo que también son parte de las iglesias.  Como comunidad de curación o terapéutica, la congregación une sus fuerzas a las de Dios para restablecer relaciones sanas entre las personas y toda la creación.  El mensaje de liberación del evangelio es parte de la vida de la Iglesia.  Participar con el pueblo en la construcción de un orden social justo nos conduce al camino del reino de Dios, la vida plena.  La visión de la Iglesia es la de una sociedad en la que todos viven en armonía unos con otros, con la naturaleza, y con Dios, trabajando plenamente de manera desinteresada para responder a sus propias necesidades y a las de los demás.  Se necesita aún una gran dosis de reflexión y esfuerzo para crear comunidades que practiquen el cuidado integral de todos y todas.  Debe ser prioritario el estudio y tratamiento de las causas últimas que determinan la pobreza y la desesperanza.  Hay que hallar la manera de renovar el medio ambiente por muy dañado que esté.  Por último, las acciones individuales y colectivas de testimonio y servicio, no sólo constituyen signos de esperanza sino que engendran nuevas esperanzas.

Autor/a: Víctor Rey Riquelme


 A partir del mes de enero de 2012, en el marco de la Fundación Kairós, será Coordinador del Centro de Estudios Interdisciplinarios, CETI, y del programa de Desarrollo Integral de la Niñez, DINA y profesor de Filosofía, licenciado en Filosofía en la Universidad de Concepción, Ciencias Sociales en la universidad Alberto Hurtado, Teología en el Seminario Teológico Bautista y Comunicación social en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica.