jueves, 30 de mayo de 2019

A 53 años del estreno de la película



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 “UN HOMBRE Y UNA MUJER”
Víctor Rey

Cuando era niño escuché acerca de esta película que tenía una música muy pegajosa compuesta por Francis Lai y la voz de la cantante Nicolle Croisille la hacía más atractiva.  En ese tiempo está película estuvo catalogada para mayores de 21 años, así que no pude verla hasta muchos años después cuando ya estaba en la universidad en un ciclo de cine francés en la Alianza Francesa de Concepción.  La segunda vez la vi en Quito, Ecuador en otro ciclo de cine francés por la misma institución.  Ahí la vi con mis hijos que estudiaban en esa institución educativa.  Lo novedoso fue que a ellos les gustó, cosa diferente que ocurrió cuando volvimos a Chile, junto a unos amigos adolescentes de ellos en casa en Valparaíso se aburrieron y no la entendieron. Cuando estudiaba en Bélgica descubrí la segunda parte de este film que se hizo con los mismos actores pero 20 años después.  Con amigos la hemos vuelto a ver este año para conmemorar los 51 años de esta película que se ha transformado en un clásico que se estrenó un 27 de mayo de 1966.
Su melodía quedó en el recuerdo colectivo, al igual que su historia y la química de sus intérpretes, Anouk Aimée y Jean-Louis Trintignant. Una trama romántica, una situación cotidiana, sobre una guionista de cine y un piloto de carreras, ambos viudos, que un día coinciden en la escuela de sus hijos en Deauville.
Como pequeña obra de arte esta producción tiene sus curiosidades. El realizador Claude Lelouch escribió el guion en apenas un mes. El rodaje duró tres semanas, bajo la batuta de un joven cineasta que quería expresar emociones diferentes, alternando el color con el blanco y negro e incluso el sepia.
Fue estrenada en el Festival de Cannes en 1966, y el director se llevó la Palma de Oro. Un año después la Academia de Hollywood le entregó dos Oscares, al mejor guion y la mejor fotografia.
El éxito del film fue tan grande que originó veinte años después una segunda parte, con el mismo equipo. Allí se narraba el reencuentro de estos dos viejos amantes, por entonces separados.
Aparte de los premios mencionados, el film obtuvo otros galardones, incluso existe una placa recordatoria en Normandía (uno de los escenarios del rodaje), ante la cual desfilan parejas de enamorados y amantes del cine que recuerdan con nostalgia esta magnífica producción francesa.
La recomiendo otra vez para que la disfruten en torno a un café o una buena copa de vino tinto.

miércoles, 22 de mayo de 2019

La educación es clave para el desarrollo sostenible


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LOS DESAFÍOS DE LA EDUCACIÓN HOY

Víctor Rey

La globalización de la economía exige a los países elevar su competitividad, y la educación ha pasado a considerarse uno de los factores claves para incrementar la productividad y para agregar valor a los productos de exportación. Es por eso que tanto las naciones en vías de desarrollo como las que se encuentran en avanzadas etapas de industrialización, hoy día están revisando y haciendo un examen crítico de sus sistemas educativos. Pero, además, vivimos un dramático cambio de paradigma. En estos momentos se opera la transición desde una sociedad industrial –consagrada a elevar la escala, los volúmenes y la velocidad de producción, para satisfacer a una demanda masiva-, hacia lo que se ha llamado la sociedad postindustrial y postmoderna. En ésta, prima el valor que aporta el conocimiento, y se orienta a responder a una demanda diversificada, donde intervienen componentes cada vez más impredecibles, gustos y necesidades vinculados con percepciones subjetivas, volátiles, alimentadas por complejos sistemas de información. En la sociedad industrial, marcada por la usina, el alto horno y la línea de montaje, las exigencias básicas de la educación no iban más allá de un nivel de alfabetización compatible con la comprensión de procesos mecánicos elementales y repetitivos. En la era postindustrial y postmoderna, en cambio, el conocimiento y la creatividad son fundamentales para generar permanentemente nuevos productos y servicios. Así, cobran importancia creciente la capacidad de innovación, y la de manejar un pensamiento abstracto y traducirlo a los términos de la informática. Este desplazamiento desde las funciones mecánicas concretas y reiterativas hacia el ejercicio de un pensamiento abstracto e innovador, crea exigencias nuevas de las que los sistemas educativos deben hacerse cargo para contribuir eficazmente con las transformaciones productivas. De esta forma, la educación es un factor clave para la modernización de la sociedad. Pero, al mismo tiempo, debe contribuir a resolver los problemas culturales que genera la modernidad y la postmodernidad, como los derivados de la necesaria sustentabilidad del desarrollo, la masificación de la vida en las grandes ciudades, la disgregación de las comunidades básicas y núcleos de pertenencia. El otorgar sentido a la vida individual, e identidad, coherencia y cohesión a nuestra sociedad, pueden contarse también entre los objetivos educacionales más importantes para hoy y el futuro.  Otro de los desafíos que plantea la postmodernidad a la educación es la rápida obsolescencia del conocimiento, de manera que por sobre los contenidos cobran importancia los procesos formales o conductuales que es necesario manejar para el aprendizaje: el aprender a aprender. La pregunta inevitable, entonces, es la siguiente: ¿responde la educación que hoy se entrega a la juventud a todos estos requerimientos y exigencias? Nuestro sistema escolar no parece ni equitativo ni eficiente. Indudablemente lo fue en otro momento y en otra realidad, pero hoy resulta anacrónico. Los modelos pedagógicos que se ocupan siguen insistiendo en la clase expositiva, desprovista de encanto, saturada de contenidos desvinculados de los verdaderos intereses de los jóvenes. Éstos, expuestos a una comunicación de masas llena de estímulos y efectos espectaculares, perciben la clase como algo arcaico, tedioso, inscrito en el área de las obligaciones que deben cumplirse con las cuotas mínimas de entusiasmo y de energía. La clase y la televisión, sin embargo, coinciden en una cosa: ambas propician una actitud pasiva y desincentivan el pensamiento innovador, activo, divergente. Así, nuestro sistema escolar no responde a los requerimientos de un país en pleno proceso de modernización, y podría convertirse en un serio obstáculo para cumplir la oportunidad histórica que tenemos en este momento de llegar a convertirnos en una nación que mantenga un desarrollo sostenido, equitativo y con capacidad para adaptarse a los cambios que se producen cada vez con mayor aceleración en el mundo.   Llama la atención, en este sentido, la inercia que suelen tener los sistemas educacionales, que hace que éstos se vayan quedando atrás respecto de las grandes transformaciones culturales y sociales. En estas circunstancias, es la sociedad la que debe intervenir para reformular la educación. Lo ideal sería invertir esta relación, de manera que fuera la educación la que dinamizara y diera sentido a los cambios en la sociedad. Por último, deseo destacar que nuestro sistema educacional fue, desde su creación, un efectivo agente de desarrollo en el país. Él terminó con el analfabetismo y creó una clase de trabajadores preparados y de profesionales que modernizaron social, cultural y productivamente al Ecuador. Este sistema, en su momento, fue formulado también como un proyecto nacional, que atrajo el compromiso de todo el país, que destinó los recursos necesarios para desarrollarlo, y está probado que ha sido una de las inversiones más rentables que hemos realizado en nuestra historia. Éste no es sólo nuestro caso. Los países que han tenido las más exitosas experiencias de desarrollo, como el Japón, lograron articular un proyecto modernizador de muy largo plazo, donde la inversión en educación y la valoración social del conocimiento y la solvencia intelectual fueron claves. Sin embargo, hoy se pone en duda en el Ecuador la necesidad de proyectar o de pensar a largo plazo, y se la califica como un ejercicio intelectual inútil y autorreferente. El destino de la sociedad se considera asegurado por mecanismos de autorregulación que no es conveniente interferir. Pero, precisamente, el desfase de nuestro sistema educativo indica que es necesario seguir pensando con perspectiva de futuro, y, por lo tanto, que hay que mantener esa capacidad de proyección y de reformulación permanentes.  El asunto no es trivial pues puede probarse, y los ejemplos internacionales y también nacionales así lo atestiguan: que el mejoramiento de la educación básica y media son indispensables pero no suficientes para dar el verdadero salto “quántico” que el país necesita. Es más, sin educación superior de muy alta calidad y sin investigación científica innovadora y de frontera, el país no logrará los mejoramientos en productividad y competitividad que necesita. Tampoco, y quizás es esto lo más importante, los niveles culturales y la calidad de vida que, a fin de cuentas, es lo que finalmente justifica los mejoramientos económicos y productivos.

lunes, 13 de mayo de 2019

En el cuarto aniversario de su fallecimiento


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UNA BREVE APROXIMACION A ODO MARQUAND

Víctor Rey

“Los filósofos que solo escriben para filósofos profesionales actúan de un modo casi tan absurdo como actuaría un fabricante de medias que solo fabricaría medias para fabricantes de medias.” (Odo Marquand)

En el mes de mayo del año 2015 visité en Mar del Plata, Argentina, a mis amigas Gabriela Herderson y Eliana Valzura, dos brillantes teólogas.  Entre mates y mates conversamos de lo humano y lo divino.  Entre los temas que salieron estuvo escuchar acerca del filósofo Odo Marquand a quien hasta ese momento no conocía. Lo irónico de la situación es que ese mismo día fue la fecha en la que Odo Marquand falleció a los 87  años.  Al volver a Chile me puse a buscar  e investigar acerca de este pensador tan apasionante y poco conocido en el mundo de habla española.  Comparto este texto aproximativo agradeciendo a Gabriela y Eliana por haberme introducido a este filósofo.
Odo Marquard (1928-2015), catedrático emérito de Filosofía de la Universidad de Giessen y presidente de la Sociedad General Alemana de Filosofía, tiene en su haber una producción intelectual rica y variada, distinguida y premiada con galardones muy prestigiosos por ejemplo, el «Sigmund Freud» de prosa científica de 1984.
¿Qué significa para Marquard ser un filósofo escéptico? En primer lugar, el reconocimiento de una condición que se impone a los humanos: los hombres de hecho no pueden conocerlo todo, y siempre actúan en la medida de sus posibilidades. En segundo lugar, los hombres están impelidos a la elección a vivir de una determinada manera, pero sin hacerse ilusiones ni perderse en vanas esperanzas; o sea, no se trata de que los hombres nada sepan, sino más bien que «no saben nada que pueda elevarse a principio: el escepticismo no es la apoteosis de la perplejidad, sino tan sólo un saber que dice adiós a los principios.
Reunir, entonces, tradición y modernidad no conduce a una contradicción que exija ser superada por estadios de ser y conocer posteriores, sino a una situación factible en la que se completan y complementan oportunamente por la vía de la compensación. El hombre es radicalmente homo compensator, lo cual significa que, más que hacer lo que debe de hacer en absoluto, se limita a hacer lo que puede hacer en cada momento, según sus reales potencialidades: el individuo actúa, es decir, desde la contingencia, liberado de los dictados de la Necesidad, la Ideología, el Progreso, el Deber, la Historia, de los grandes conceptos, en suma, que tal vez hablen con voz poderosa, aunque en verdad sólo impresionan y gobiernan a los muy necesitados de una guía en el vivir o a los ya previamente convencidos.
Precisamente por esa fuerza vital de la compensación, los hombres modernos son los que están más necesitados de la acción, o mejor, la práctica, de conservar. De hecho, cuanto más moderno es el mundo moderno, cuanto más se encuentra su conciencia marcada por el impulso  hacia la innovación, hostigada por la aceleración y la prisa, más requiere de la preservación, de la contención y de la lentitud.  Los principios de la modernidad entran en colisión con el proyecto humano, entre otros supuestos, cuando pretenden exigirle al sujeto demasiado, por el hecho de querer llegar demasiado lejos, o cuando empujan sin conmiseración ni respeto, o se alzan sobre sus hombros, adoptando la forma de doctrinas espirituales y de programas ideológicos de superación (el «hombre nuevo») o de escapismo (las utopías). Los seres humanos somos seres contingentes por destino, y además no somos absolutos, sino finitos. Quiere decirse: nuestra vida tiene un plazo. Y es que, en efecto, si largo es el brazo o la tenaza del progreso e inmenso el horizonte que ofrece la perspectiva de lo moderno, una principal circunstancia humana contiene al hombre y le impone el más estricto principio de realidad, ya visto y muy meditado por los pensadores antiguos: la brevedad de la vida.
No faltará quien diga que la vida humana es cosa muy compleja característicamente, los adictos a la complejidad, los que gustan de enredar los problemas para impresionar y acaso para acomplejar a los espectadores, observadores y público en general, pero Marquard no pretende hacérnosla más difícil de lo que es, ni más pesada ni más latosa. Sencillamente se limita a constatar un hecho indisputable de amplísimas derivaciones: la vida humana no abarca todo el tiempo, sencillamente porque a la vida humana «le falta tiempo». Es por esta razón vital que el hombre debe siempre conservar el pasado, debe sustentar una vida de experiencia, sucesora, y debe de saber enlazar.
Nuestro presente, nuestro mundo contemporáneo, nuestro tiempo, es, para disgusto de los vocacionalmente descontentos e indignados, el «mundo civil-burgués», el ámbito socio-histórico en el que destacan, como sus elementos valedores y dinamizadores, la democracia liberal y la fuerza reparadora de la civilidad. Se puede negar el presente, en nombre del pasado o del futuro, o ser-realistas-y-pedir-lo-imposible, o exclamar la obviedad de que «otro mundo es posible» con aires de insurrección. Pero, como advierte Marquard, la recusación y la potencial sublevación contra lo actual presentan a menudo la característica de una «desobediencia retrospectiva», de una compensación desorientada y desafortunada que aspira a sublimar en unas esferas lo que no fue posible establecer en otras.
La indicada persistencia de la noción de la herencia como dimensión propiamente humana; el implícito reconocimiento del papel de las generaciones en el desarrollo de la cultura; la consideración de la existencia del hombre definida por las instancias de la misión y el destino; la defensa de una mirada de la historia más vitalista y humanista que totalizadora y mecanicista; la distinción entre ideas y creencias, el ejercicio de un pensar jovial junto a una escritura elegante, son sólo algunos ejemplos, de lo que Odo Marquand nos presenta y nos desafía a pensar. Una razón más para no perder de vista a este filósofo que todavía tiene mucho que decirnos y en especial a las nuevas generaciones.

lunes, 6 de mayo de 2019

En los 201 años de su nacimiento


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CARLOS MARX VIVE

Víctor Rey

“Lo de Marx es lo de menos”
(Grafiti en una pared de Quito, Ecuador)

Hace veinticinco años atrás me encontraba en Londres, en casa de un amigo colombiano, conversando después del almuerzo y en un momento me dijo: “¿Víctor te gustaría conocer la tumba de Carlos Marx?”  Por supuesto que si le dije.  Inmediatamente partimos hacia el cementerio Highgate.  Eran cerca de las tres de la tarde.  Cómo no conocíamos bien la ciudad nos demoramos en encontrar el cementerio.  Llegamos a las 17 horas, ya casi era de noche en ese invierno londinense y estaba cerrado.  Nos quedamos por un momento conversando en la puerta del cementerio cuando llegó una persona que venía del norte de Inglaterra y tomó la decisión de empezar a escalar la puerta y luego saltó al interior del cementerio.  Con mi amigo nos miramos y de inmediato tomamos la decisión de seguir el ejemplo del amigo inglés.  Comenzamos a escalar las rejas de la puerta del cementerio y comenzamos en la oscuridad a buscar la tumba de Carlos Marx.  Mi amigo colombiano llevaba una linterna y pronto entre las sombras y árboles apareció la silueta de su cabeza.  Realmente estar los tres en la noche, en un cementerio a la sombra de la tumba de Carlos Marx, era una escena surrealista.  Alguien había dejado un ramo de flores a los pies de su tumba y bajo la luz de la luna y a la sombra de la tumba de Carlos Marx, tuvimos una rica conversación sobre la influencia de este pensador y su vigencia después de la caída del Muro de Berlín.

José Carlos Mariátegui, marxista peruano, en su libro Defensa del Marxismo escribió: “Marx está vivo en la lucha que por la realización del socialismo libran en el mundo, innumerables muchedumbres, animadas por su doctrina.”  Considero que esta afirmación es correcta, pero la lucha de la justicia no es un patrimonio del marxismo, ya hace muchos siglos antes muchos hombres y mujeres de diferentes corrientes lo han realizado. Sin lugar a dudas, Marx es uno de los personajes que más ha influido en la historia universal.

Marx siempre fue odiado por las fuerzas retrógadas, perseguido y difamado.  Filósofos, sociólogos e ideólogos de toda laya hicieron esfuerzos para deformar, falsificar y liquidar su pensamiento.  Muchas veces sus libros fueron prohibidos y quemados por dictadores como Pinochet o sectas religiosas como el Opus Dei.  Sin embargo, Marx sigue vigente en sus aspectos esenciales, inspirando y guiando a muchas personas que buscan la liberación del ser humano.
Marx siempre se mostró crítico de toda la filosofía anterior por considerarla meramente especulativa, teórica y desvinculada de la realidad.  Desde el materialismo dialectico se alza como revolucionario al señalar que su objetivo no era puramente teórico sino práctico: transformar la realidad.  En la primavera de 1845 fue claro en la Tesis XI sobre Feuerbach: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversas modos el mundo, pero de los que se trata es de transformarlo”. Esas palabras encierran la esencia de su pensamiento en permanente desarrollo y guía para la acción transformadora.

Poco después de la caída del Muro de Berlín frente a la Universidad de Humbold estuve reflexionando sobre estas palabras que están escritas en el frontis de esa universidad y recordando mis tiempos de estudiante secundario y universitario cuando queríamos cambiar el mundo y luego como luchamos por derribar la Dictadura de Pinochet.  Más adelante en el Berlín Oriental caminado por sus calles y plazas y buscando los restos de lo que quedaba del Muro de Berlín, me encontré con la estatua de Carlos Marx sentado y de pie a su lado su amigo Federico Engels.  Eran dos mudos testigos en un mundo que estaba cambiando y que quería olvidarlos.  Pero viendo la crisis del capitalismo que seguimos sufriendo donde vemos que los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres, creo que el pensamiento de Carlos Marx está más vivo que nunca.

viernes, 3 de mayo de 2019

Mayo del 68


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¡LA IMAGINACIÓN AL PODER!
A 51 AÑOS DEL MAYO 68


Víctor Rey


A cinco décadas de estos acontecimientos, los protagonistas de mayo del 68 sienten en general un sentimiento de satisfacción: los objetivos se alcanzaron globalmente en las sociedades occidentales.  Pero los enemigos de ese proceso no se rinden; consideran que la civilización occidental se vino abajo durante esas tres semanas.  De esta manera, durante su campaña, el Presidente Nicolás Sarkozy atacó violentamente la herencia de mayo del 68 acusándola de ser matriz del relativismo moral que se habría apoderado del Occidente.

“Mayo del 68” ha devenido en un movimiento legendario de la historia de Francia: las mujeres se liberaron, el sexo pasó a ser algo normal, la educación se abrió y el centro de trabajo se humanizó.  Pero como todos los mitos, éste clama por ser desafiado.

Hoy, los de Mayo 68, son hombres y mujeres con poder en el gobierno francés y en la prensa parisina.  Ya son cuarenta años de este hecho que marcó la historia de Francia y el mundo.  Los conservadores los han odiado siempre, pero incluso los jóvenes izquierdistas los están atacando.  Sus críticos denunciaron su individualismo hedonista, alegando que destruyó el sentido del deber cívico del francés.  Culpan a sus excesos por la reacción de la derecha que ahora está creciendo en el país.  Se preguntan si los estudiantes que comenzaron sus carreras como los apóstoles del cambio no se han convertido hoy en sus enemigos.

Más allá de estas circunstancias locales, el balance de Mayo del 68 se traduce antes que nada en una transformación considerable de las costumbres de Occidente, de los valores y de las relaciones sociales: en sustancia, una sociedad individualista suplantó a la sociedad jerárquica.

Este individualismo se manifiesta en la vida privada: mayo del 68 fue una liberación sexual que coincidió con la píldora anticonceptiva.  Esta liberación sexual llevó, por su lado, a una relativización del matrimonio: otros tipos de parejas se formaron y el divorcio se volvió común.

El autoritarismo también se vino abajo en las empresas donde los modos de gestión más participativos sustituyeron a la jerarquía patronal.  Las iglesias cristianas evolucionaron  en la misma  dirección, amplificación de una liberalización que había sido esbozada por el Concilio Vaticano II.

Las universidades francesas, pero en todos lados también, en diferentes grados en las sociedades occidentales, nunca más reanudaron con la jerarquía mandarina; en todas partes hubo que permitir una enseñanza más participativa y consultar a los estudiantes.

La vida política, por último, recibió el terremoto adoptando un estilo más relajado, más cercano a las preocupaciones cotidianas: el gaullismo, herencia de la tradición monárquica francesa, no sobrevivió a la sacudida de mayo del 68, el mismo De Gaulle se decidió renunciar un año más tarde.

En el mundo ideológico, la víctima más obvia de mayo del 68 fue el marxismo: los líderes de mayo del 68 eran anarquistas y por lo tanto, anticomunistas.  Más significativas que este debate teórico, las revueltas de Europa del Este anunciaban también el estado calamitoso del marxismo tanto como ideología y como ejercicio del poder.  En la práctica, se necesitarán 20 años para que los partidos comunistas desaparecieran de verdad; pero la semilla de su muerte anunciada había sido sembrada en el 68.

El verdadero problema es que aquellos vociferantes jóvenes de mayo de 1968 han crecido.  Encontraron trabajos, iniciaron carreras y compraron acciones y asumieron hipotecas, y se convirtieron en parte de la clase poderosa a la que una vez quisieron destruir.  El autoproclamado “portavoz del movimiento revolucionario”, Daniel Cohn-Bendit, conocido como “Danny el Rojo”, es hoy miembro del Parlamento Europeo por los Ecologistas Alemanes.  Jacques Sauvageot, ex dirigente del sindicato de estudiantes, es director de la Escuela de Bellas Artes de Rennes.  El ex marxista Edwy Plenel es editor del principal diario de la nación, Le Monde.

Los del 68 parecen haber hecho realidad la profecía del intelectual conservador Raymond Aron, hecha pocas semanas después de que las barricadas fueran levantadas: “Todas las revoluciones francesas han reforzado al final al Estado y han deteriorado la centralización de la burocracia”.  “Toda la imaginación al poder”, solían decir, pero cuando fueron puestos a prueba, la imaginación les falló.  “A finales de 1968, Francia era el país más activo, cambiante y creciente del mundo”, dijo el sociólogo Emmanuel Todd.

Estos acontecimientos de mayo del 68 se apagaron de manera igual de inesperada que como habían surgido: en tres semanas, todo volvió al orden anterior, aparentemente.  Los estudiantes volvieron a la universidad, los obreros a sus fábricas, los curas a sus parroquias y el general De Gaulle a la Presidencia.  En realidad todo había cambiado.  Y no sólo en Francia.  Cada país había en efecto vivido mayo del 68 a su manera:  en los Estados Unidos, el pacifismo de los estudiantes contra la guerra de Vietnam llevaría tarde o temprano al retiro estadounidense.  En Varsovia y Praga, los levantamientos estudiantiles contra la ocupación soviética revelaban hasta que punto el comunismo en Europa del Este no era más que un frágil barniz.  En América Latina, estudiantes y obreros y veteranos de Paris 68 volvieron a sus países a fomentar revoluciones sociales.