jueves, 27 de diciembre de 2018

En el aniversario 75 de su nacimiento


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"JOAN MANUEL SERRAT: SIN UTOPÍA LA VIDA SERÍA UN ENSAYO PARA LA MUERTE"

Víctor Rey

"Quieren ponerle cadenas
pero,¿quién es quién le pone puertas al monte?
No pases pena,
que antes que lleguen los perros, será un buen hombre
el que la encuentre
y la cuide hasta que lleguen mejores días.
Sin utopía
la vida sería un ensayo para la muerte".
(J.M. Serrat)


Es un referente obligado en la canción de autor.  A su historia ha entregado aportes fundamentales, como su obra sobre la poesía de Miguel Hernández, Rafael Alberti, Antonio Machado y Mario Benedetti.  Y títulos perfectos desde “Mediterráneo”, hasta “Utopía”, pasando por “Penélope”, “Lucía”, “Benito”, “Manuel”, entre otros. 

Joan Manuel Serrat nace el 27 de diciembre de 1943 en Barcelona, España,  en el barrio obrero de Poble Sec (Pueblo Seco) en la calle Poeta Calanyes.  Es el menor de dos hermanos.  Su padre Josep, es un catalán que se desempeñaba como chofer de taxi, mientras la madre, Angeles, oriunda  de Orgón, realizaba costuras para ayudar al presupuesto familiar.

El pequeño Joan Manuel estudia desde los tres hasta los diez años en las escuelas Pías de San Antonio, de los Padres Escolapios.  “El colegio me disgustó.  Creo que allí empezó a forjarse el “rebelde que llevo dentro” diría en cierta oportunidad.  Posteriormente continuó sus estudios en el Instituto Milá y Fontanela de Barcelona, en donde permanece hasta los trece años, edad en que se traslada como alumno interno a la Universidad Laboral de Terragona, lugar donde aprende el oficio de mecánico tornero y fresador.  Al terminar la instrucción, decide continuar sus estudios, eligiendo la profesión de Perito Agrícola.

Ya en aquel entonces le acompañaba una guitarra, de la cual comienzan a nacer sus primeras creaciones.  En 1961, junto a otros tres compañeros de estudio, forman un cuarteto, lo que fortalece la vena musical de Joan Manuel Serrat.

Quizá fue ahí cuando nació para muchos ese primer amor por su música y la poesía, por aquella magia que encerraba “Penélope”,  “Lucía” - la más bella historia de amor que tuve y que tendré- y cantar con todas las fuerzas “Mediterráneo” y “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.  Con “Tu nombre me sabe a yerba” y "La mujer que yo quiero" aparecerían los primeros amores, y con "Fiesta" y “Para la libertad”, las primeras luchas sociales.

A esa altura el cantante catalán se había convertido no solo en fuente inspiradora o en acompañante de amores, luchas y lecturas, sino también en un personaje que bien valía la pena descubrir.  Había que imaginarlo, cuando se negó a cantar en el festival de Eurovisión por el hecho de no aceptar que cantara en catalán, o cuando no soportó la presión que ejercía el general Franco y su régimen y decidió su autoexilio en México, y más tarde cuando decidió hacer canciones de los poemas de Miguel Hernández y Antonio Machado.

Alguna vez Joan Manuel Serrat se definió a sí mismo como “un latinoamericano nacido en Barcelona”.  Creo que no hay mejor definición y síntesis  de sus dos entornos más queridos.  Serrat es un tipo ampliamente informado sobre la vida política, deportiva, artística y cultural de cada país latinoamericano.  Ha atesorado la virtud de ser hombre de muchas patrias, sin renunciar a su condición de catalán.  Le ha sobrado inteligencia y generosidad para saber que encerrarse limita.

La historia de amores entre Serrat y América Latina se acerca ya a los 40 años.  En 1969 realizó la primera gira, que no sólo le permitió ganar el Festival de la Canción en Rio de Janeiro con la inolvidable “Penélope”, sino también hacer cantar a todo el público del  Festival de la Canción de Viña del Mar su celebre “Mediterráneo”, así  conquistó para siempre a argentinos y chilenos.  Serrat ha roto las fronteras en Latinoamérica es toda una institución, pero una institución no tradicional, algo que se identifica con lo que aflora de nuestros sentimientos.  El amor, los padres, los hijos, las novias, las personas simples y su medio ambiente, el terruño, el humor crítico a lo establecido y aparentemente inmutable, tantas cosas que no son fáciles de comprender, las cuales las hemos llorado o reído, son “Aquellas pequeñas cosas”, que forman parte de la vida.

En diciembre de 1986 el periodista Andrés Braithwaite de la revista ANALISIS le preguntó: ¿Cuándo vuelves a Chile?  La última vez se quedó mucha gente esperándote.  Joan Manuel Serrat respondió: “Hombre, agradezco mucho que se acuerden de mí, pero yo considero que el hecho de que los militares no me dejen entrar no es más una consecuencia mínima de un régimen despreciable y despreciado.  ¿Qué cuándo voy a volver?  Pues esperemos.  Con la democracia volverá mucha gente.  Entre ella, yo, a no ser que el general le dé por dejarme pasar antes.  Y, bueno, en ese caso, yo feliz de volver antes.  De cualquier forma, eso sí, prefería que mi debut coincidiera con su despedida”.

Después el cantautor catalán se iba a convertir en un símbolo de la libertad durante los regímenes militares que asolaron el Cono Sur.  En 1988, al saber que la dictadura del general Pinochet había prohibido su entrada a Chile, se introdujo en un avión y voló a Santiago, dispuesto a apoyar a los que iban a votar y apoyar la “Campaña por el NO” para el plebiscito de aquel año.  Los militares no lo dejaron entrar, ni bajarse del avión, pero Serrat logró introducir un mensaje que una emisora radial echó al viento: “Tengo que regresar a mi país.  Si hubiera podido entrar, les diría que vengo para contarles que la gente de España, como pocas veces, está sensibilizada por la lucha de su país por la recuperación de la libertad.  En las calles de España, en las casas, en el trabajo, en el bar, se siente a Chile y se identifican con Chile, porque el pueblo de España conoce su propia experiencia reciente.  Aunque solo hubiera sido por esto, ya habría valido la pena haber estado con ustedes esta mañana.  Además creo que la presencia de todos ustedes, los hombres y las mujeres que de diversos lugares del mundo se han acercado aquí para compartir sueños y luchas, pueden ayudar a esa alegría que todos esperamos y que ya viene.  Yo quiero que sepan que los estoy viendo, los escucho, que los siento y que quiero que ustedes también me vean y me sientan como uno más entre ustedes, con la seguridad de que muy pronto vamos a estar juntos, cuando Chile sea lo que siempre fue:  un país ejemplo de libertad, ejemplo de respeto mutuo y paz.  Compañeros, compañeras.  Amigos y amigas: La alegría ya viene”.

Su ilusión, que era la mayoritaria, acabó por cumplirse.  En abril de 1990, en la recién inaugurada democracia, ante un Estadio Nacional repleto y luego de 17 años de extrañamiento, Joan Manuel Serrat volvió a caminar por las “grandes alamedas, donde transita el hombre libre”, como dijera el presidente Salvador Allende, en su proclama de despedida.  Lo primero que hizo Serrat fue tomar una  guitarra prestada, visitar la cárcel de Santiago y cantar “Aquellas pequeñas cosas” y “Para la libertad” a un grupo de presos políticos, que lo escucharon en un silencio religioso.

En los últimos años Serrat ha visitado en varias oportunidades Chile.  En cada una de ellas, la comunicación con el público ha sido admirable.  Serrat es parte de la historia de Chile y de América Latina, sus canciones son parte de nosotros, de los que fuimos y somos “soñadores de pelo largo”, como el protagonista de la canción “Señora”.






domingo, 23 de diciembre de 2018

Por una Navidad con Sentido


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COMO VIVIR LA NAVIDAD EN UNA SOCIEDAD DE CONSUMO

Víctor Rey


Hoy la Navidad sufre una gran distorsión en su real sentido.  Cuando pensamos en la navidad inmediatamente vienen a nuestra mente Santa Claus,  los regalos y toda la fiebre consumista que se forma en torno a esta festividad.  Todo esto nos produce una carga alta de estrés y también angustia.  Es necesario encontrar el verdadero sentido y compartirlos entre tantas personas que en esta fecha se encontrarán solos y deprimidos. Por otro lado hay que vivirlo con los más empobrecidos, los más vulnerables y los que se encuentran sin esperanza.

Seguimos viendo que la realidad en nuestras ciudades se van empeorando, las expectativas y la realidad de nuestro pueblo, siguen estando marcadas por los signos de la anti- vida.  Las profundas desigualdades sociales, las contradicciones socioeconómicas y la desesperanza están marcando el paso en la vida cotidiana.

La experiencia de los pastores en la fría noche de Navidad vuelve a convertirse en una realidad.  Nuestro mensaje y acción debe estar cargada de mucha esperanza.  La gente desea escuchar buenas noticias, noticias que construyan, estimulen e impulsen la vida plena.  Queremos escuchar las buenas noticias que sean de gozo para todo el pueblo.   

Esta buena noticia no es sólo un sistema de ideas que se contrapone a los sistemas de ideas de hoy vigentes en el mundo.  No es una ideología más en el supermercado intelectual y religioso del momento.  Es un poder, es una forma de vivir y plantarse frente al mundo, es una comunidad que trasciende barreras.  Para recuperar el sentido vigoroso de un estilo de vida cristiano hay que sacar el Evangelio de manos de los vendedores profesionales que lo han vuelto un  inocuo producto comercial que se ofrece al mejor postor y de los religiosos de turno que han sacado del centro de la navidad a Jesús.  Dondequiera un ser humano que invoca el nombre de Cristo se atreve a vivir por él; se esfuerza por practicar sus demandas de amor, justicia, servicio y arrepentimiento; alza sus ojos con esperanza y vence el temor, allí es donde está avanzando el Evangelio.

La Navidad nos recuerda y nos hace reflexionar sobre la vida de Jesús y el estilo de vida que vino a inaugurar.  Este hecho nos pone en guardia contra los apetitos económicos erigidos en deidad.  Con él aprendemos a sospechar también: “Dónde ustedes tengan sus riquezas, allí también estará su corazón”, “No se puede servir a Dios y al dinero”. 

Vivir el Evangelio y el espíritu de la navidad es primero vivir la libertad de la idolatría materialista de los apetitos económicos.  Es hacer de Jesús el modelo de vida y entrar a un género de vida que ve lo económico como un campo en el cual se pone en práctica la obediencia a Dios, el dador de todo lo que el humano posee.  Cuando nos damos cuenta que nuestros propios apetitos invaden nuestros pensamientos y palabras, relativizando lo justo y auténtico de nuestros proyectos más amados, descubrimos también que Jesús puede renovar nuestras vidas y purificarlas para que den fruto.  El hombre nuevo con su hambre de sed y justicia ya empieza a manifestarse en la disposición a cambiar nosotros mismos para que el mundo cambie.

Rescatar el verdadero sentido de la Navidad, es vivir el Evangelio, no cayendo en la trampa del mercado y de la sociedad de consumo.  El problema con la ideología del libre mercado es que nos hace aceptar su utopía como un axioma que no necesita demostración.  Es decir como el único camino que es aceptable hoy es el de la Economía de Libre Mercado.  Nuestra vida y nuestra acción no sirven para nada a menos que estén al servicio de esa ideología.  Con ese mismo criterio se juzga la historia de la Iglesia, la historia del mundo y aun Jesús mismo. 

No caer en esa trampa, no aceptar esa utopía, esa idolatría del mercado, como un axioma ni tampoco aceptar como “científico” un análisis, que por un lado se alimenta de la opresión de los más pobres y por otro reduce al hombre y la mujer a seres que solo sirven para consumir.  Por lo tanto debemos proclamar en primer lugar que la norma que juzga la vida y la acción de los hombres y las mujeres no es el éxito, ni la cantidad de cosas que se posean, sino el designio de Dios revelado en Jesús.  Descubrimos también que para tener valor y eficacia las acciones humanas no necesitan ser exitosas.  La vida es mucho más que la economía.  La fidelidad a Dios se da dentro de una variedad inmensa de marcos de servicio.

lunes, 17 de diciembre de 2018

En el aniversario 188 de la muerte de Simón Bolívar



EL GENERAL EN SU LABERINTO UNA NOVELA ENTRE LA HISTORIA Y LA FICCIÓN
Víctor Rey
Acabo de terminar de leer la obra de García Márquez “El general en su laberinto”, justo el 17 de diciembre del 2018, es decir en el aniversario 188 de su muerte acaecida en el año 1830 en Santa Marta. Me demoré casi un año en leerla ya que lo hice lentamente disfrutando su lectura y aprendiendo de la vida de Simón Bolívar, ya que no tenía muchas noticias al respecto.  Esta novela que está en el cruce de la historia y la ficción es la obra posterior a “El amor en los tiempos del cólera” y la más alejada del registro real mágico que caracterizó a la producción de Gabriel García Márquez desde la década de 1960 hasta 1989 año de la publicación.  En “El general en su laberinto”, García Márquez se desprende de una buena parte de los artilugios estilísticos que acuñó en obras como “Cien años de soledad” y “El amor en los tiempos del cólera” para ofrecer un retrato descarnado de los últimos meses de vida del Libertador Simón Bolívar. Esta prosopografía del Libertador, en términos estilísticos, está emparentada con la economía de recursos que utilizó en “La hojarasca”, cerrando así un ciclo vital de escritura en el que García Márquez desplegó su talento como narrador para entregar obras a la altura del denominado canon occidental.
“El general en su laberinto” resalta el desconsuelo del Libertador por el naufragio de la empresa a la que consagró su vida, a saber: la unidad del continente desde el Río Grande hasta Patagonia. Las conjuras y consejas que concluyen con la muerte de su sucesor espiritual, Antonio José de Sucre, son ambientadas en medio de las fiebres tuberculosas que asaltan a Bolívar en su último viaje por champán a lo largo del río Magdalena y los hospedajes que habitó en Cartagena y Santa Marta. García Márquez, quien invirtió más de tres años en la novela, realizó una investigación minuciosa del contexto histórico del Libertador, pero, tal como lo afirmó en el prólogo, su interés radicó en narrar la travesía del Libertador por el Magdalena.  Así, la preocupación no era solamente histórica sino también estética ya que García Márquez utiliza al río para construir un retrato de época en las dos novelas que corresponden a la década de 1980: “El amor en los tiempos del cólera” y “El general en su laberinto”.
Como se ha mencionado, “El general en su laberinto” es una producción inusual en la obra de García Márquez. Por un lado, hay un desprendimiento de los recursos del realismo mágico para centrar el estilo en el retrato descarnado del Libertador Simón Bolívar; por otro, hay una elaboración consistente del río Magdalena en el campo de la construcción de un retrato veraz de la época, no exento de la utilización de recursos poéticos que vivifican la presencia natural del río como un personaje que acompaña al Libertador en pos de un buque que lo saque a Europa o, en su defecto, que lo conduzca hacia su última morada, cuando aún considera que puede liderar la toma de Riohacha y reiniciar la unidad del territorio de la América Grande —comprendido entre el Río Bravo y la Patagonia— en crisis por la acción política de las grandes familias beneficiadas por el caos institucional en los países colombinos.
El uso de la prosopografía por parte de García Márquez es particular en El general ya que parece competir con la iconografía heroica que ha sido construida en torno a la figura del Libertador en casi doscientos años. En cierta forma, desmitifica al personaje de la cartilla para transformarlo en un ser humano, presa de fiebres tuberculosas pero dispuesto a entregar los restos de salud para rescatar la idea de la unidad del continente. Esta vulnerabilidad que provocaba fiebres, delirio y enajenación a Bolívar es el efecto que logra García Márquez para mostrarnos, a manera de deícticos, pasajes e impresiones de la vida de Bolívar que el autor rescata de archivos o de investigaciones coordinadas con estudiosos amigos —a los que tuvo bien retribuir en los agradecimientos finales del libro—. Así, el lector descubre la malquerencia entre Bolívar y Santander cuyo culmen se presenta en la conspiración septembrina, pero que venía sembrándose desde antes cuando Bolívar pondera los esfuerzos de los políticos venezolanos para apoyar los esfuerzos del Congreso de Angostura; también conoce de primera mano el carácter diplomático del mariscal Sucre, quien desiste a la grandeza de ser el unificador del territorio que había libertado Bolívar para dedicarse a retribuir al amor de su esposa y su hija; los odios que surgen por las rivalidades entre egos, promovidos por el mismo Bolívar, como el caso del citado Sucre y Urdaneta. La fuerza de los retratos psicológicos que García Márquez intercala a lo largo de la travesía del río introduce la acción narrativa en la obra. Acá es importante la fuerza de la introspección ejercida por un narrador omnisciente que utiliza los recursos de la tercera persona gramatical para descubrir estos casos de historia menuda que no son abordados por la historia oficial. De hecho, la ficción novelesca basa toda su potencia en este recurso. En ese sentido, García Márquez transforma las funciones del narrador omnisciente al utilizar los recursos de interiorización para hacer decir discursos a los personajes que un lector desprevenido podría considerar ciertos. Caso paradigmático son las últimas palabras del Libertador:
“¿Qué es esto?… ¿Estaré tan malo para que se me hable de testamento y de confesarme?… ¡Cómo saldré yo de este laberinto!” Que devienen en: “Carajos”, suspiró. “¡Cómo voy a salir de este laberinto!”

La suerte de Manuela, la Libertadora del Libertador, signada por lo trágico, adquiere un valor poético que la historia tradicional condensa en unas cuantas líneas, despojando de valor vivencial los actos que marcaron a una vida. Aunque las cartas están marcadas, los destinos que narra García Márquez encuentran una trascendencia que pareciera haber sido negada por la historia. El lector recorre estas “vidas cruzadas” mientras que asiste al deterioro de la figura de Bolívar, a quien le llegan señales de su decadencia a través de rumores o de noticias emitidas por los más cercanos.
“Una tarde, mientras el general yacía en el sopor de la fiebre, alguien en la terraza despotricaba a voz en cuello por el abusos de cobrar doce pesos con veintitrés centavos por media docena de tablas, doscientos veinticinco clavos, seiscientas tachuelas corrientes, cincuenta de las doradas, diez varas de madapolán, diez varas de cinta de manila y seis varas de cinta negra.”


José Palacios, el sirviente que dirá “lo justo es morirnos juntos” cuando el general le otorgue una cláusula irrevocable e irrenunciable de ocho mil pesos, es la voz que da el contratiempo al declive de Bolívar. Más adelante, cuando su destino, signado por el alcohol, concluya, García Márquez dejará a los lectores en el flujo del narrador omnisciente para llegar hasta la nada.
“De hecho fue así, pues manejó tan mal sus dineros como el general manejaba los suyos. A la muerte de éste se quedó en Cartagena de Indias a merced de la caridad pública, probó el alcohol para ahogar los recuerdos y sucumbió a sus complacencias. Murió a la edad de setenta y seis años, revolcándose en el lodo de los tormentos del delirium tremens, en un antro de mendigos licenciados del ejército libertador.”
La personificación de Palacios, tan distinguido y más presto a la confusión del pueblo que lo veía como el Libertador, es otro acierto narrativo de García Márquez. Palacios es trasunto de Bolívar en un plano de idealización subjetiva:
“Lo raro es que desde anoche no volvimos a tener fiebre […] ¿Qué tal si el curandero fuera mágico de verdad?”
Aunque la novela abarca una parte de dicha historia que, como lo asegura García Márquez, ha sido poco testimoniada, no es una recreación en regla de la época ni tampoco es una novela histórica. Es un artefacto de ficción que utiliza momentos históricos para cumplir con el cometido de narrar los últimos meses de Simón Bolívar, sus desengaños, amores, y su periplo vital, apoyado en los recursos descritos a lo largo de estas anotaciones.
El recurso del narrador omnisciente, característico en la obra de García Márquez, despliega en “El general en su laberinto”, un viaje a la conciencia moribunda de Simón Bolívar que empata con procedimientos realizados en novelas como “La hojarasca”.

viernes, 14 de diciembre de 2018

En el aniversario 80 de su nacimiento





LEONARDO BOFF, 80 AÑOS DEL TEÓLOGO DEL CAMINO

Víctor Rey

El teólogo brasileño Leonardo Boff ha cumplido ochenta años (Concordia, Santa Catarina, 14 de diciembre 1938), durante los cuales ha hecho un largo y fecundo itinerario por los caminos de la vida que se bifurca en múltiples sendas: la experiencia religiosa, la teología, la ecología, la política, la academia, el púlpito, la cátedra, la foresta, la ciudad.  Boff ha hecho camino al andar dejando huella por donde ha pasado y sigue pasando. Y siempre desde el pensamiento crítico y heterodoxo.   Ahí radica precisamente su creatividad en todos los campos en los que ha trabajado. Su vida y su pensamiento demuestran que es un intelectual que rompe esquemas, abre horizontes nuevos y propone alternativas donde parece que no hay salida o se cree que la salida es una sola. Él es uno de los teólogos más innovadores de la teología latinoamericana, y es una fuente de inspiración hoy ante la crisis que vive la teología y la eclesiología.
Tuve la oportunidad de conocer y compartir con Leonardo Boff, allá por el año 2013 en Managua, Nicaragua cuando fui invitado a un coloquio en la casa  del ex canciller Miguel D´Escoto, donde se reunieron varios sacerdotes y teólogos católicos.  Yo fui uno de los pocos invitados no católico a ese conversatorio. Al comenzar su charla, lo primero que nos dijo Boff, fue: “quién no entienda que el mundo ha cambiado, no entiende nada de lo que está pasando hoy”. Nos habló de la crisis de la modernidad y también de la crisis que viven hoy las iglesias y de cómo hay que ser creativo e innovador para salir de esta situación.
En su quehacer teológico ha sabido compaginar ejemplarmente, durante más de cinco décadas, el rigor metodológico y la denuncia profética. El rigor metodológico lo demuestra con su recurso a la doble mediación de la teología de la liberación: la socio-analítica y la hermenéutica. Boff recurre a la mediación de las ciencias humanas y sociales para un mejor conocimiento de la realidad donde se ubica, para descubrir los mecanismos de opresión que atentan contra la vida de los pobres y para liberar a la teología de su, neutralidad social, de su, supuesta, neutralidad política y de su, sólo aparente, indiferencia ética. Recurre asimismo a la hermenéutica, necesaria para el estudio y la interpretación de los textos fundantes del cristianismo y para no caer en el fundamentalismo, una de las manifestaciones más perversas de las religiones. A través de la hermenéutica analiza el pre-texto y el con- texto de dichos textos, descubre su sentido primigenio y pregunta por su significado hoy a la luz de los nuevos desafíos y de las nuevas preguntas que plantea la realidad.
Boff es considerado, y con razón, uno de los principales cultivadores de la teología de la liberación (TL). A ella accedió a partir del impacto que le produjo el gran basurero que formaban las favelas de Petrópolis, donde llevó a cabo un intenso trabajo socio-pastoral desde comienzos de la década de los setenta del siglo XX. Su reflexión teológica en clave liberadora nació, asimismo, de la necesidad de dar respuesta a las preguntas que le planteó un grupo de sacerdotes comprometidos con el mundo indígena de la selva amazónica hace ahora cuatro décadas: ¿cómo anunciar la muerte y la resurrección de Jesús a indígenas que están siendo exterminados y muriendo por las enfermedades de los blancos? ¿Cómo anunciar la buena noticia de la salvación a las poblaciones explotadas? ¿Cómo hablar de Dios inteligiblemente, y no de manera cínica, a personas indígenas que viven la experiencia de lo sagrado en contacto con la naturaleza? Las experiencias vividas en el mundo de la pobreza extrema y de la marginación cultural y la necesidad de responder a las preguntas que surgían de ahí le llevaron a dedicarse por entero, profesional y vitalmente, a fundamentar la nueva metodología de la liberación.
La teología apenas ha mostrado interés por la ecología. Boff ha llenado ese vacío llevando a cabo una reflexión teológica en perspectiva ecológica, que cuestiona la supuesta fuerza emancipadora del paradigma científico-técnico de la modernidad. Un paradigma selectivo, centrado en el ser humano, que ni es universalizable ni integral, ni siquiera humano. Como alternativa propone un nuevo paradigma en el que el ser humano no compite con la naturaleza sino que está en diálogo y comunicación simétricos con ella con relaciones de sujeto a sujeto, y no de sujeto a objeto. El ser humano y la naturaleza conforman un entramado de relaciones multidireccionales caracterizadas por la interdependencia y no por la autosuficiencia. Se establece, entonces, un pacto entre todos los seres del cosmos regido por la solidaridad cósmica y la fraternidad-sororidad sin fronteras, gremialismos o tribalismos.
Razón y esperanza o, mejor, optimismo militante es lo que mejor define la vida, la personalidad y la obra de Boff. A veces ha sido acusado de utópico, sin darse cuenta sus acusadores de que esa acusación, más que un insulto es un elogio.

domingo, 9 de diciembre de 2018

En su cumpleaños 70




GIOCONDA BELLI, O LA POESIA HECHA EROTISMO

Víctor Rey

“A todos amo con un amor de mujer, de madre, de hermana, con un amor que es más grande que yo toda, que me supera y me envuelve como un océano donde todo el misterio se resuelve en espuma…” (Gioconda Belli)

La primera vez que supe de la poetisa Gioconda Belli, fue a través de uno de sus poemas que apareció en una revista semiclandestina en la última tapa, a principios de los años ochenta en el Chile de Pinochet. El poema se llama: “Reglas del juego para los hombres que quieren a amar a mujeres”. El poema me pareció tan hermoso y profundo, me dedique a averiguar quién lo había escrito y descubrí que su autora era nicaragüense y que había participado en la revolución sandinista.  Me llamó la atención que su poesía combinaba el erotismo con lo social y lo político, una mezcla exuberante. Luego descubrí otros poemas como: “Como tinaja”, “Biblia”, “Esto es amor”, “Y Dios me hizo mujer”, “¡Ah, Nicaragua!”.  Han pasado los años y en una oportunidad que estuve en Managua, me topé con un recital de Gioconda Belli en el Teatro Rubén Darío.  La sala estaba repleta y el silencio era religioso al escucharla.  Disfruté en primera fila ese recital y después tuve la oportunidad de saludarla, me autografío uno de sus libros y conversamos un breve tiempo.  Me llamo atención su belleza y disposición para intercambiar algunas opiniones sin prisa y con amabilidad, sabiendo que había una fila esperando sacarse una foto con ella y para saludarla.

“El amor de mi hombre no conocerá el miedo a la entrega, ni temerá descubrirse ante la magia del enamoramiento en una plaza llena de multitudes. Podrá gritar -te quiero- o hacer rótulos en lo alto de los edificios proclamando su derecho a sentir el más hermoso y humano de los sentimientos.
El amor de mi hombre no querrá rotularme y etiquetarme, me dará aire, espacio, alimento para crecer y ser mejor, como una revolución que hace de cada día el comienzo de una nueva victoria.” (De Reglas del juego para los hombres que quieran amar a mujeres)

Gioconda Belli nació el 9 de diciembre de 1948 en Managua (Nicaragua). Vivió en el seno de una familia acomodada, su padre, Humberto Belli, era empresario y su madre, Gloria Pereira, fue fundadora del Teatro Experimental de Managua. Gioconda fue la segunda de cinco hermanos. Estudió en el Colegio de La Asunción en Managua y en el Real Colegio de Santa Isabel en Madrid, España, donde obtuvo el bachillerato en 1965. Tras obtener un diploma en Publicidad y Periodismo en Filadelfia, Estados Unidos, regresó a Managua y en 1967 contrajo matrimonio. Su primera hija, Maryam, nació en 1969. Sus poemas aparecieron por primera vez en 1970 en el semanario cultural del diario La Prensa de ese país. Su poesía, considerada revolucionaria en su manera de abordar el cuerpo y sensualidad femenina, causó gran revuelo. Su libro “Sobre la grama” le ganó en 1972, el premio de poesía más prestigioso del país en esos años, el “Mariano Fiallos Gil” de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua.
Fue una firme opositora a la dictadura de Somoza, por lo que tuvo que exiliarse a México y Costa Rica y se integró a las filas del Frente Sandinista de Liberación Nacional, organización en la que militó desde 1970 hasta 1994. Fue miembro de la Comisión Político-Diplomática del FSLN. Fue correo clandestino, transportó armas, viajó por Europa y América Latina obteniendo recursos y divulgando la lucha sandinista. En 1978, obtuvo el prestigioso Premio Casa de las Américas (Cuba) en el género poesía por su libro Línea de Fuego. Belli se casó por segunda vez y tuvo a sus hijos Melisa y Camilo. Tras el triunfo sandinista fue representante sandinista ante el Consejo Nacional de Partidos Políticos y vocero del FSLN en la campaña electoral de ese año. Dejó la vida política para dedicarse a escribir su primera novela, sin dejar nunca de lado la poesía. En 1988, Belli publicó su primera novela La Mujer Habitada, que fue un éxito clamoroso de amplia resonancia internacional.
En 1990, se publicó la segunda novela, Sofía de los Presagios. En 2001 apareció en El País bajo mi piel, un testimonio-memoria de sus años en el sandinismo.
Se casó por tercera vez en 1987 con Charles Castaldi con el que tiene una hija, Adriana, nacida en 1993. En febrero del 2008 publicó su última novela El infinito en la palma de la mano, galardonada con el Premio Biblioteca Breve 2008 de la editorial española Seix Barral, y recientemente con el Premio Sor Juana Inés de la Cruz.
Gioconda Belli sigue preocupada de su Nicaragua en estas horas oscuras.  Dice que nunca pensó que viviría otra dictadura y que Daniel Ortega se ha transformado en otro Somoza. Y termina con esta frase: “La izquierda fracasó en América Latina por una tendencia totalitaria. Es una gran desilusión para los que somos de izquierdas, pero perdió la imaginación y ha querido que el costo de la justicia social sea la libertad.”

viernes, 7 de diciembre de 2018

En su cumpleaños 90


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NOAN CHOMSKY, 90 AÑOS DE REBELDÍA

Víctor Rey

“La gente ya no cree en los hechos” dice Noam Chomsky en una entrevista. El lingüista vivo más importante del mundo, creador de la revolucionaria gramática generativa,  ha cumplido 90 años, ha abandonado su mítica cátedra del MIT en Boston para instalarse en Arizona.  Allí sigue impartiendo clases y denunciando las injusticias de un sistema político y económico que argumenta, sigue ahondando en la desigualdad.
Tuve el privilegio de conocer a Noam Chomsky cuando estudiaba Comunicación Social en la Universidad Católica de Lovaina en Bélgica, allá a principios de los años noventa.  Dio una conferencia pública en uno de los auditoriums más grandes de la universidad, en cual estaba repleto y tuvimos que sentarnos en las gradas para escucharlo.  Una de las preguntas que hizo en esa oportunidad la recuerdo y fue esta: ¿Cómo es la clase trabajadora hoy? Tal vez sea esa la pregunta crucial y no sabemos responderla.  Noam Chomsky arrojaba algo de luz: “Mi familia era de clase trabajadora, estaba en paro, no tenía educación; era un tiempo mucho peor que ahora, pero había un sentimiento de que todos estábamos juntos en ello. Ahora vivimos la sensación de que estamos solos, de que no tenemos nada que hacer”. Resumiendo al lingüista: la exclusión es, sobre todo, un presente sin esperanza. Y es desesperanza lo que se ha instalado en esa parte de la población que no conocemos bien: nos pilla a trasmano, o bien porque está lejos de lo urbano, o bien porque se invisibiliza en barrios periféricos. ¿Cómo acercarse a lo que allí pasa sin escribir cargado de ideas preconcebidas o despertar recelo? La principal contribución de Chomsky a la lingüística se fundamenta en la idea de que el lenguaje es una facultad biológica del cerebro humano, el único programado para procesos computacionales linguisticos.  Chomsky nos invita a considerar, por tanto, que además de sus dimensiones artísticas, social y regulativa, el lenguaje es un objeto cognitivo-biológico que puede estudiarse científicamente: hay en ello una “ventana hacia la mente” y no solo un “instrumento para comunicarse”.
En su obra, Chomsky anima a sorprenderse y hacerse preguntas sobre lo más simple y obvio de la realidad, ya que es entonces cuando empieza la ciencia.  En el estudio del lenguaje, no obstante rara vez sucede eso. La filosofía chomskiana parte del hecho de que sabemos más de lo que nos enseñan.  Hay un componente innato en el ser humano que no se potencia lo suficiente. Eso se ve claramente en el lenguaje, pero puede extrapolarse a la ética y la estética.  Así pues, si se considera  que hace falta desarrollar las capacidades de todo el mundo, se está cerca de un modelo anarquista, en el sentido de contrario a un modelo creado por una élite, y en contra de las limitaciones impuestas por el tal modelo.
No hay manera de que un escritor testimonial deje a la familia satisfecha, ni a los de su pueblo, ni a los de su clase, ni a los de su religión. Pero nosotros necesitamos que esas voces se hagan oír. Es urgente. Nos guían por un terreno desconocido que ayuda a entender ese desaliento abismal que solo se alivia cargando contra quien se considera inferior o más vulnerable en la escala social.
El pensador y activista, más que indicarnos dónde reside el bien, ha de dar pruebas de entereza, lo cual exige seguir respondiendo a las exigencias del pensar en los momentos mismos en los que el combate contra los enemigos del pensamiento constituye el primer imperativo, pues la filosofía puede ayudar a la liberación siendo efectivamente filosofía. Al proseguir con el rigor que se conoce su admirable trabajo al servicio de la causa del lenguaje, Noam Chomsky hace hoy día honor a esa indomable tradición.
Por último el pensador nos animó en esa conferencia a vivir buscando la esperanza en este mundo donde hoy se niega a vivir sin esperanza

jueves, 6 de diciembre de 2018

En sus 484 años de su fundación


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¡QUE VIVA QUITO!

Víctor Rey

La primera vez que pasé por Quito fue a fines del año 1980.  Con tres amigos chilenos viajamos por bus desde Chile a Colombia para participar en un seminario de capacitación en Bogotá. Allá en Colombia un amigo ecuatoriano me preguntó que me había parecido Quito.  La verdad es que no supe contestar ya que en un viaje tan largo solo quería llegar pronto al destino.  Al regreso de ese evento decidí poner atención y fijarme más en esta ciudad y sus detalles. Realmente me impresionó y lamenté no tener tiempo para conocerla mejor.  La vida me dio la oportunidad de visitar Quito y el privilegio de vivir por ocho años en esta bella ciudad. Creo que soy afortunado, ya que vivir rodeado de montañas verdes, donde amanece a las seis de la mañana con un sol radiante y donde la temperatura es primaveral todo el año es algo maravilloso.  Por esta razón ahora que se cumplen 484 años de su fundación, por Sebastián de Benalcázar en 1534,  comparto la riqueza de esta urbe moderna y tradicional, rica en cultura, historia, y arte,  invitándolos a visitarla y caminar pos sus calles y sus 25 parques que están a vuestra disposición.  También para saborear su rica gastronomía y disfrutar de la cálida amistad del quiteño. Dice un dicho que uno no es de donde nace sino de donde quiere morir.  Yo digo que uno no es de donde nace sino de donde quiere vivir y yo quiero vivir en Quito.

Quito, Patrimonio Cultural de la Humanidad, está rodeada de valles y escoltada por hermosos volcanes activos. Desde la mitad del mundo, Quito resplandece con el cielo más azul del equinoccio y con su gente amable y trabajadora; es el centro del mundo de la cultura y de la libertad. “Quito Ciudad Convento” o “Claustro de América”, “Relicario de Arte en América”, “Quito Luz de América”, “Capital Iberoamericana de la Cultura” “Carita de Dios”, son algunos de los títulos que le han llevado a esta bella y franciscana ciudad a ser la capital más hermosa de América Latina.

Quito es una ciudad donde los matices coloniales de su centro histórico contrastan con sus modernos edificios del presente. Un lugar que guarda los enigmas de una historia milenaria, la magnífica herencia del encuentro de dos mundos y los secretos de la cultura del mestizaje que lo llevaron a convertirse, el 8 de septiembre de 1978, en la primera ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad, que posee el perímetro más amplio de arquitectura colonial de América Latina.  La Plaza de la Independencia, también llamada “Plaza Grande” sigue representando el corazón fundamental de la capital ecuatoriana como en tiempos de la colonia, está flanqueada por la casa de Gobierno o Palacio de Carondelet, el Palacio Arzobispal, la Catedral Metropolitana y el Palacio Municipal.
En el Centro Histórico existen detalles muy llamativos que se han mantenido por más de 500 años y que reflejan el alma de la ciudad, como la Calle de las Siete Cruces, la Cuesta del Suspiro, el Arco de la Reina, la Plaza de San Francisco, La Ronda o la Calle de los Milagros, porque no es solo una exposición monumental, sino una estructura viva, donde la modernidad no ha anulado las formas tradicionales de ser de los quiteños, alegres, dicharacheros, ingeniosos, generosos y amantes de reunirse en una esquina para cumplir con un ritual básico de la vida en comunidad.
Quito es una de esas ciudades que pueden hechizar y conquistar el errante corazón del viajero en busca de visiones para la memoria de su retina; pero también es un laberinto de sensaciones donde cada uno debe encontrar su rincón favorito.

martes, 4 de diciembre de 2018

En los 117 años de su nacimiento




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WALT DISNEY EL DIBUJANTE QUE CREO UN IMPERIO

Víctor Rey

Desde niño me gustó dibujar.  Con mi hermano mayor competíamos en hacer dibujos y pedirle a nuestra madre que dirimiera quien lo hacía mejor.  Las revistas de Walt Disney eran nuestras preferidas y pasábamos horas y horas leyendo e imaginando las historias.  También construíamos nuestras propias revistas, muy artesanales por supuesto con la tecnología que contaba en esos tiempos. Al lado de nuestra casa en un barrio periférico de la ciudad de Santiago, había unos vecinos que instalaron en su casa un puesto de cambio y arriendo de revistas. Al entrar en esa casa y sentarnos en las gradas de la escalera y comenzar a disfrutar de las historietas de “Disneylandia”, “Fantasía”, “Tío Rico”, “El Pato Donald” y otras, entrabamos en el mundo de la imaginación y la fantasía.   Cuando me preguntaban que quería ser cuando grande, lo primero que se me venía a la mente era ser dibujante como Walt Disney. Y recuerdo con nitidez el día de diciembre que la radio anunció la muerte de este gran creador. 
Cuando tenía veinte años, en la biblioteca pública de Kansas City, Walt Disney descubre el libro “Animated Cartoons: How They Are Made: Their Origin and Development”  de E.G. Lutz publicado en 1920. El manual, que le acompañará toda la vida, constituye una valiosa herramienta de trabajo —como señala el voluminoso álbum “Los archivos de Walt Disney” (Taschen)—  para los artistas de la productora en el proceso de creación de la película “Blancanieves y los siete enanitos”, la obra con la que Disney viste de largo la animación en la historia del cine. Disney realizaba el primer largometraje de dibujos animados, transformando el propio lenguaje y los códigos del cine.
Desde aquel joven dibujante sin apenas dinero que llega a Los Angeles en la década de los años veinte dispuesto a realizar su sueño, la creación de su propia productora, hasta el empresario que solo unas décadas después construirá uno de los grandes imperios del entretenimiento, la trayectoria creativa de Walt Disney se compone de una mezcla de genio creativo, artista visionario, empresario protector y paternalista, productor autoritario, donde se mezclan grandes momentos de gloria y sonados fracasos comerciales, con episodios menos conocidos como la huelga general de 1941 de los trabajadores de la productora a causa de los bajos salarios y agotadoras jornadas de trabajo.
En una de sus pioneras producciones animadas, “Steamboat Willie”, aparece por primera vez un ratón bautizado como Mickey Mouse.  La silueta de aquel pequeño ratón, astuto y combativo —como un Álter Ego de Disney— y que se transformará con el paso del tiempo en formas más sofisticadas, acaba convirtiéndose en la figura talismán de su obra y de su naciente productora. Disney es ese hombre persuasivo e infatigable a la hora de conseguir sus propósitos como muestra la película “Al encuentro de Mrs. Banks”, y la infatigable lucha del creador por obtener los derechos cinematográficos de la novela “Mary Poppins” de la escritora P.L. Travers. El instinto de Disney una vez más le señala el potencial creativo que ofrece esa misteriosa niñera que se desplaza con su paraguas por los cielos de Londres. Después de veinte años de negociaciones consigue finalmente los derechos firmando uno de sus mayores éxitos, solo dos años antes de morir, con el debut luminoso de Julie Andrews en la pantalla.
Pionero en medir el poder de las imágenes, primero en el cine, y luego en la televisión y la publicidad, visualiza un futuro mundo hegemonizado por la sociedad del ocio. Tomando como inspiración el imaginario fantástico de los cuentos consigue esa fusión de magia y celuloide en la pantalla a través del arte de animación. Censurado por sus posiciones conservadoras —Disney es uno de los primeros en declarar en la Comisión de Actividades Antinorteamericanas—paradójicamente en la pantalla, las heroínas de sus películas quedan muchas veces oscurecidas y relegadas a un segundo plano por la seducción perversa o poder de fascinación de las “figuras de mal” ya sea la Maléfica de “La Bella Durmiente”  o la Cruella de Vil de “101 Dálmatas”, verdadera protagonista y éxito de película.
En pleno proceso de producción de la película “El libro de la Selva”, el 15 de diciembre de 1966 a los 65 años fallecía Walt Disney, enfermo de cáncer. La muerte del creador da la vuelta al mundo, señalando el fin de una era. A partir de ahora nacía la leyenda. Para el imaginario dejaba algunos de los iconos más potentes del siglo XX.