lunes, 26 de abril de 2021

Diez años sin Ernesto Sabato

                                                                           


ERNESTO SABATO: RESISTIO HASTA EL FIN

 

Víctor Rey

 

“No hay otra manera de alcanzar la eternidad que ahondando en el instante, ni otra forma de llegar a la universalidad que a través de la propia circunstancia: el hoy y aquí”.

Ernesto Sábato  LA RESISTENCIA (Seix Barral, B.A. 1999)

 

En el invierno de 1990  me encontraba en Buenos Aires, Argentina participando en un seminario y el día sábado lo teníamos libre. Un amigo argentino nos invitó a la Feria Internacional del Libro. Cuando caminábamos por sus pasillos tremendos llenos de libros y lectores habidos de buenas lecturas vi un cartel que a en el puesto de la Editorial Seix Barral: “Hoy a las 17 horas firma sus libros el escritor Ernesto Sábato”. No lo podía creer. El autor que me había ayudado a sacudirme de las teorías dogmáticas y a entender la crisis de este fin de la civilización occidental, estaba a un par de horas de conocerlo.  Y así fue me acerqué a la hora señalada y los funcionarios de la Editorial tuvieron la gentileza de darme la oportunidad de saludarlo, estrechar su mano y brevemente agradecer todo lo que su vida, testimonio y pensamiento había influido en mí.  Más tarde encontré su dirección en una biblioteca de la Universidad Católica en Lovaina, Bélgica y le escribí y tuvo la gentileza de contestarme y cruzar algunas notas. Estando en San José Costa Rica participando de otro seminario en abril del 2011 me enteré de su partida a los casi 100 años. Fue un momento de profunda reflexión ese acontecimiento.

 

¿Quién es Ernesto Sábato? Me preguntó un joven hace algunos días y la respuesta brotó instantánea: ¡El que escribió El Túnel!  Efectivamente Sábato es el escritor de la famosa novela El Túnel.  Una novela que casi todos hemos leído en nuestra época de secundarios. Un libro excepcional escrito con una intensidad tal que da la impresión de ser un cuento.  Pero Sábato no sólo es el autor de la trilogía: El Túnel, Sobre Héroes y Tumbas, o Abaddón  El Exterminador.  Es el ensayista que leímos en nuestra época de universitario, que revela su relación con la ciencia y la filosofía en Uno y el Universo.  El que plantea la lucha con la idea del progreso y la deshumanización del hombre en Hombres y Engranajes, y más tarde en Heterodoxia.  Y es el que cuenta del oficio de escribir en El Escritor y sus Fantasmas.  Y es también el pintor. 

 

Pero el escritor Sábato también es un ejemplo de autoridad moral.  Nació en Rojas, provincia de Buenos Aires, en 1911.  Sábato no es sólo un hombre cuyas obras recorren el mundo en millones de ejemplares traducidos a 28 idiomas sino uno de los personajes más buscados  cuando es necesaria una opinión "calificada" sobre algún asunto ético.

 

Sábato que presidió la Comisión Nacional Sobre la Desaparición de Personas (CONADEP)  durante el gobierno militar en la Argentina (1976-1983) y produjo el famoso informe Nunca Más, puede poner en tela de juicio al presidente del país, a las iglesias, a las Fuerzas Armadas, la ciencia, las corporaciones empresariales, pero siempre encuentra el apoyo de la opinión pública.

 

Reflejo de su autoridad es su vida austera y el auditorio masivo que convoca cada vez que repite por televisión sus viejas ideas sobre el corazón del hombre y la ausencia del progreso.

 

A lo largo de su vida, Ernesto Sábato fue militante del marxismo y representó a la Federación Juvenil Argentina en un congreso del partido comunista, en Bruselas; estudió filosofía en la Universidad de La Plata y como físico estudió radiación nuclear en el Laboratorio Curie de París, y en la década de los años 40 abandonó la ciencia "por temor a su futura utilización".

 

En la actividad literaria se convirtió en una de las máximas figuras de la literatura hispanoamericana, en 1984 ganó el premio Cervantes, en 1989 el premio Jerusalén y en 1997 el premio Menéndez Pelayo.

 

Sábato dice que abandonó el marxismo porque dejó de creer "En cualquier idea que repugne a los problemas sobrenaturales", y decidió afiliarse a la causa del hombre real, de la justicia social y de la dignidad humana.  Hoy se declara "un anarquista cristiano", y agrega: "Yo empecé a luchar por la justicia social a los 16 años en el colegio y nunca he dejado de hacerlo.  Creo que es un deber.  No me gusta que los chiquititos se mueran de hambre.  Eso me ha llevado muchas veces a cuestionar incluso la existencia de Dios, a pesar de que me considero un espíritu religioso, aunque anárquico.  Como también lo era Cristo.  Cristo insultaba a los fariseos y andaba con los pobres, con prostitutas...Ese es el verdadero Cristo.  Lo demás son cuentos".   También hace un ejercicio de autodefinición: "¡Yo soy un anarquista!  Un anarquista en el sentido mejor de la palabra.  La gente cree que anarquista es el que pone bombas, pero anarquistas han sido los grandes espíritus como, por ejemplo León Tolstoi".   (Entrevista en el diario El Tiempo, Bogotá, 22 de junio de 1997)

 

En su penúltimo libro: Antes del Fin, Memorias, (Seix Barral, 1999, 214 páginas), se destaca el hombre triste, melancólico que piensa en Matilde, su esposa fallecida y solloza.  Que se ve a sí mismo inclinado hacia la tierra encorvado, cansado.  Es el hombre que tiene pequeños momentos de dicha cuando su gatita se recuesta en sus rodillas o cuando despierta con el trinar de los pájaros al amanecer.

 

De sus épocas de adolescente recuerda su vinculación con grupos anarquistas y comunistas.  Recuerda manifestaciones de obreros y estudiantes cobijados por banderas rojinegras.  Recuerda que la revolución Rusa tenía aún el resplandor romántico y que los compañeros comunistas terminaron por convencerle (aunque luego haya manifestado que no compartió los criterios de los "comunistas de salón" y que "el anarquismo fue más fuerte en su interior")...Recuerda que huyo de casa y que era, a los 19 años, una especie de delincuente que luchaba en la clandestinidad contra la dictadura del general Uriburu.  Esa militancia le llevó a participar en diversos congresos comunistas dentro y fuera de Argentina.

 

Más tarde cuando terminó su doctorado en Ciencias Físico-matemáticas, el profesor Houssay, premio Nobel de Medicina, le concedió una beca que anualmente otorgaba la Asociación para el Progreso de las Ciencias, y se fue a trabajar al Laboratorio Curie, en París: "durante ese tiempo de antagonismos, por la mañana me sepultaba entre electrómetros y probetas y anochecía en los bares, con los delirantes surrealistas.  En el Dome y en el Deux Magots, alcoholizados con aquellos heraldos del caos y la desmesura, pasábamos horas elaborando cadáveres exquisitos".

 

Un cuartucho en París, Matilde y su pequeño hijo, la ciencia y el trabajo con la propia Irene Curie..."Muchos, con perplejidad, me han preguntado cómo es posible que habiendo hecho el doctorado en ciencias físico-matemáticas, me haya ocupado luego de cosas tan dispares como las novelas con ficciones demenciales como el Informe sobre Ciegos, y finalmente, esos cuadros terribles que me surgen del inconsciente".  Sábato no sabe contestar a esa pregunta.  Trabajar en el Laboratorio Curie era una de las grandes metas a la que podía aspirar un físico.  Y después de llegar a una meta, solo queda el vacío.  Abandonó la ciencia a principios de la década de los cuarenta.  El mundo de los teoremas quedó ahí, trunco, en plena crisis espiritual.

 

Entonces tomó otro camino: el del arte.  Empezó a escribir en la revista Sur, en Teseo, a leer a Huxley, Faulkner, Michaux, a los clásicos, a Camus (con quién hizo amistad), Green, Thomas Mann.  Brevemente habla de sus libros, de su oficio como escritor, de sus pinturas.

 

En la segunda parte del libro, Ernesto Sábato deja a un lado los recuerdos para escribir sus anotaciones:  la reciente película que vio, el recorte de una noticia curiosa de un diario, las cifras de la pobreza en el mundo, la mujer sin patria, la preocupación de la guerra de Bosnia, el drama de los Sin Tierra en el Brasil, la crisis en todas partes, sus conversaciones con Ciorán sobre estos temas trascendentales..."el mundo marchando hacia la desintegración, mientras la vida nos observa con los ojos abiertos, hambrientos de tanta humanidad".

 

La muerte de su hijo lo derrumbó.  Sábato se define, al final del libro, como un tipo embriagado de dolor y entre ruinas.  Un tipo que, en la soledad de su estudio escucha el quinteto de Schumann para cuerdas y piano en un atardecer de 1998.  Tanta nostalgia le hace caminar un rato, hasta el Parque Lezama de Buenos Aires.  Se sienta en un banco de la plaza.  Se dice un náufrago.  Se confiesa propenso al pesimismo y a la depresión.  De repente, el abrazo de un niño lustrabotas es como un pacto de derrotados, pero que llama a la esperanza. 

 

En su último libro: La resistencia (Seix Barral, 2000, 148 páginas)  Sábato plantea que en este tiempo de globalización hay necesidad de establecer las bases de alguna resistencia que permita el equilibrio en el nuevo orden que se viene encima.  De lo contrario el hombre sucumbirá ante cada avance, y seguramente moriremos en red, solitarios frente a una máquina que se esmera en reproducir la vida en la pantalla.  Ernesto Sábato lo sabe muy bien y lo dice con la humildad y claridad que sólo los años otorgan a los hombres.  En La resistencia, Sábato se esmera en hacer una radiografía sentida de los tiempos actuales, con nostalgia de cuando una conversación en un café valía más que un televisor encendido para acaparar la atención y evitar, en última instancia, que las miradas se crucen y se reconozcan lo que de seres humanos nos queda.

 

La resistencia es una carta escrita sin vanidad alguna.  Y aunque suene a discurso en boca de un predicador barato no hay que olvidar toda la producción anterior de este escritor.  Así que estamos hablando de alguien que conoce abismos humanos y sabe describirlos.  Estamos hablando de quien se ha dado el lujo de entrar en depresiones profundas para salir airoso con toda la fuerza de la vida atrapada en la mirada.  "El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria", dice Sábato en La resistencia.  Nada tiene que hacer el desarrollo salvaje frente a este caso de fe.  Sábato se refiere a muchos frentes de la vida humana en los momentos actuales pero siempre su mensaje de dirige a no perder de vista lo esencial: "Quienes se quedan con los sueldos de los maestros, quienes roban a las mutuales o se ponen en el bolsillo el dinero de las licitaciones no pueden ser saludados.  No debemos ser asesores de la corrupción.  No se puede llevar a la televisión a sujetos que han contribuido a la miseria de sus semejantes y tratarlos como señores delante de los niños.

 

Del Internet, del tiempo libre, de relaciones humanas, de los afanes que mueven el mundo; temas que salen a la luz en La Resistencia con suavidad de quien habla desde el amor a sus semejantes y no desde la vanidad de un nombre de letras de molde.  Sábato está lejos de envanecerse por mirar su nombre en las librerías o en los diarios nacionales.  De hecho se despoja de todos sus atributos literarios para que su "carta", como él mismo se refiere a este libro, no empantane entre figuras retóricas o giros inteligentísimos.  La Resistencia está escrita para todo el mundo y en lenguaje sencillo y elemental.  Para advertirnos como en los siglos XVIII y XIX la dignidad de la especie estuvo cifrada en los adelantos tecnológicos, pero en este siglo que ahora muere, la tecnología se encargo de quitarnos la inocencia.  Pese a todo Sábato señala que: "no podemos hablar del hombre como si fuera un ángel, y no debemos hacerlo.  Pero tampoco como si fuera una bestia, porque el hombre es capaz de las peores atrocidades, pero también capaz de los más grandes y puros heroísmos".

 

Para quienes no leyeron nunca a Sábato.  Antes del Fin y La Resistencia es una forma de acercarse a un hombre y una obra quijotesca, a un espíritu combativo.  Para aquellos que leímos El Túnel con ansiedad, que seguimos en medio de dolorosas reflexiones los párrafos de los ensayos como Uno y el Universo, Hombres y Engranajes, Heterodoxia o El escritor y sus Fantasmas, que nos sumergimos en el complejo y terrible mundo de Sobre Héroes y Tumbas, que quedamos asombrados con su novela profética Abaddón el Exterminador, donde se vaticinaba el subyugamiento de las fuerzas del mal y el derrumbe de la civilización contemporánea.  Que disfrutamos maravillados de su libro de conversaciones con Carlos Catania: Entre la letra y la sangre o el libro de Diálogos con Borges.  Antes del Fin y La resistencia son dos libros obligatorios y necesarios para el hombre y la mujer de hoy. 

 

Un sábado 30 de abril del 2011, me encontraba en San José Costa Rica,  un mes y medio antes de cumplir los 100 años, nos dejó este ilustre escritor. Varios amigos sabiendo lo importante que ha sido para mí su obra y su vida me llamaron para darme sus condolencias.  Y como adelantándose  a ese momento escribió estas palabras en la última página de La Resistencia.  “Pero ahora que la muerte está vecina, su cercanía me ha irradiado una comprensión que nunca tuve; en este atardecer de verano, la historia de lo vivido esta delante de mí, como si yaciera en mis manos, y hay horas en que los tiempos que creí malgastados tienen más luz que otros, que pensé sublimes.”

 

 

 

domingo, 18 de abril de 2021

"1984" en la semana mundial del libro

                                                                           


                                                                         

"1984" en 2020 y 2021

 "-El Hermano Mayor Existe? -Naturalmente, él existe.  El partido existe.  El Hermano Mayor es la personificación del Partido. -Existe de la misma manera que yo existo? -Usted no existe, dice O Brien." (1)

 (1) Orwell, "1984", Paris: Gallimard, Coll. Folio, 1983.

 Víctor Rey

 El año pasado en plena pandemia en un programa de literatura chileno realizado en podcast, preguntaron a los auditores: ¿Cuál es el libro que mejor representa la crisis sanitaria, ecológica, política, económica y social que estamos viviendo? Lejos ganó el libro de Orwell  el primer puesto seguido por “Un mundo feliz” de Aldous Huxley y “La Peste” de Albert Camus. Ya han pasado más de 30 años de que se cumplió la fecha del libro de Orwell, y 70 años de su publicación creo que tiene más vigencia que nunca, en especial por los grandes cambios que se han producido a nivel mundial en la política, la economía, las comunicaciones, los valores y las creencias.  En estos días he vuelto a encontrar  y a revisar este libro de una vieja edición argentina.  Lo volví a leer ahora, que ya no existe la "Guerra Fría",  en estos tiempos de pandemia, de coronavirus, globalización, neoliberalismo y postmodernidad.  He constatado con asombro que la vigencia que tiene y la importancia de volver a leerlo y estudiarlo, ya que da muchas luces sobre esta nueva crisis y cultura que nos ha tocado vivir.  Por su magnífico análisis del poder y de las relaciones y dependencias que crea en los individuos 1984 es una de las novelas más inquietantes y atractivas del siglo pasado.

 1984  es una novela política de ficción distópica, escrita por George Orwell entre 1947 y 1948 y publicada el 8 de junio de 1949. La novela introdujo los conceptos del omnipresente y vigilante Gran Hermano o Hermano Mayor, de la notoria habitación 101, de la ubicua policía del Pensamiento y de la neolengua, adaptación del idioma inglés en la que se reduce y se transforma el léxico con fines represivos, basándose en el principio de que lo que no forma parte de la lengua, no puede ser pensado.  Muchos analistas detectan paralelismos entre la sociedad actual y el mundo de 1984, sugiriendo que estamos comenzando a vivir en lo que se ha conocido como sociedad orwelliana, una sociedad donde se manipula la información y se practica la vigilancia masiva y la represión política y social. El término «orwelliano» se ha convertido en sinónimo de las sociedades u organizaciones que reproducen actitudes totalitarias y represoras como las representadas en la novela. La novela fue un éxito en términos de ventas y se ha convertido en uno de los más influyentes libros del siglo XX.  Se le considera como una de las obras cumbre de la trilogía de las distopías de principios del siglo XX (también clasificadas como ciencia ficción distópica), junto a la novela de 1932 Un mundo feliz, de Aldous Huxley, y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury (publicada originalmente en 1953).

 Corre el año 1948 y la tuberculosis avanza mientras George Orwell escribe un nuevo libro.  Sabe que será el último y quiere que sea el más combativo, el más explícito, el más convincente.  Su última obra describe una sociedad en la que la máquina y el Estado han triunfado sobre el hombre y la mujer individual.

 En esas páginas estarán las cosas que le ha tocado vivir.  El colonialismo inglés en la India y Birmania, los medios de comunicación convirtiendo la mentira en verdad y a los amigos en enemigos durante la Guerra Civil Española, las demencias lúcidas del nacismo, el fascismo, el stalinismo.

 A los cuarenta y cinco años, está viejo y enfermo.  George Orwell, cuyo nombre original era Eric Blair, nació en un modesto hogar anglosajón en Motihari, India.  El hombre que abandonó su nombre a los treinta años de edad, después de graduarse en Eton y patrullar con uniforme blanco y sombrero cucalón las calles de Rangoon, para emprender una carrera de proletario escritor.  Flaco y alargado, con aire de sacerdote, dos mechones de pelo bailando sobre la frente llena de arrugas.  George Orwell, individualista, agnóstico, maniático de la limpieza, carente de vanidad, eternamente mal vestido, ausente, de ademanes rudos.  Un rebelde más que un revolucionario, siempre consecuente, siempre coherente, siempre decente consigo mismo y con los demás.

 No le gustaba el mundo y quiso cambiarlo.  Reclamó contra la deshonestidad y la ola de mentiras en todos sus ensayos y artículos periodísticos, combatió junto a los trotskistas en la Guerra Civil Española y defendió a los anarquistas en "Homenaje a Cataluña" (1938).  En plena Segunda Guerra Mundial denunció los desesperanzadores resultados de la revolución soviética, escribiendo la fábula satírica "Rebelión en la Granja", donde dijo: "Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros".

 Terminada la guerra, la paz no llegó.  Orwell advirtió los gérmenes del totalitarismo presentes en todas las sociedades del mundo.  Intuyó que el planeta se dividiría en bloques inexorablemente antagónicos, que la permanente pugna entre esos bloques justificaría todo tipo de atropellos a los derechos humanos, que el poder se concentraría cada vez más, que el mundo podía llegar a convertirse en una dictadura irreversible. Contra eso gritó, escribió y se comprometió.

 Su libro "1984" fue publicado siete meses antes de su muerte en Londres en 1949, y constituye más una advertencia que una profecía.  La novela señala un camino que no debemos recorrer.  Y como tal nunca perderá vigencia, mientras existan la humanidad y la tentación del poder.

 Este famoso libro escrito por el inglés George Orwell,  es una obra de ficción en la cual el autor se imaginaba el futuro.  Cuando él la escribió al finalizar la Segunda Guerra Mundial, no pensó que iba a transcurrir tan rápido el tiempo.  "1984" era una fecha lejana en la que todo iba a ser posible.  Lo que Orwell hizo fue tomar algunas tendencias de su época y mostrar como se iban a desarrollar en el transcurso del tiempo.

 Algunas de estas profecías se han cumplido, otras no.  Como algunas cosas horribles que parecían muy distantes, son ahora cosa de todos los días.  Son parte de la escena mundial que aceptamos con naturalidad.  Es una inquietante interpretación futurista basada en la crítica a los totalitarismos y la opresión del poder situada en 1984 en una sociedad inglesa dominada por un sistema de “colectivismo burocrático” controlada por El Gran Hermano.  Londres 1984: Winston Smith decide sublevarse ante un gobierno totalitario que controla cada uno de los movimientos de sus ciudadanos y castiga incluso a aquellos que delinquen con el pensamiento.  Consciente de las terribles consecuencias que pueden acarrear la disidencia Winston se une a la ambigua Hermandad por mediación del líder O Brien.  Paulatinamente, sin embargo, nuestro protagonista va comprendiendo que ni la Hermandad ni O Brien son lo que aparentan y que la rebelión, al cabo, quizá sea un objetivo inalcanzable.

 Quiero nombrar tres elementos del libro “1984” que me parecen importantes y que creo que de alguna manera esas profecías ya se han cumplido:

 Primero: Una cosa que Orwell da a conocer con insistencia, es lo referente a la manipulación de la historia.

 El Winston Smith, trabajaba en el "Ministerio de la Verdad" y una cosa que tenía que hacer cada día, era revisar la historia, leer los periódicos y libros, para acomodarlo a lo que el partido había dicho en esos días.  Existía un partido que dominaba la sociedad y había que demostrar que la ideología  que estaba escrita en los libros se cumplía en la realidad, y si no era así, había que cambiar la teoría, borrar los discursos, los periódicos y para eso se recurría a las técnicas modernas.  La función del personaje central era la de acomodar la historia a los intereses del partido.  Pero en América Latina hemos visto estos ejemplos con mucha frecuencia.  Una de las cosas que hoy particularmente se está dando en América Latina y en el mundo es justamente la revisión de la historia. Todo grupo que  se encuentra en el poder, no sólo tiene el poder de manejar la historia hacia delante, sino que también hacia el pasado.  En América Latina se está enseñando la historia desde una perspectiva en la cual se da primacía a lo económico por encima de otras áreas de la vida y todo aquello que no tiene trascendencia económica se deja de lado como poco importante.

 Segundo: Otra cosa que nos advertía Orwell, es que iba existir una forma de lenguaje ambiguo.  En lo cual lo negro es blanco, la paz es guerra, libertad es esclavitud, ignorancia es fuerza, la verdad es mentira.  Se manipulaba el vocabulario.  Las palabras no significaban lo que significaban originalmente.  En nuestros días asistimos a una situación parecida, en la cual las palabras, verdad, libertad, igualdad, democracia, etc. Se manipulan de acuerdo al gobierno de turno que se encuentra en el poder.

 Tercero: Una expresión famosa del libro de Orwell era; "El hermano mayor te está vigilando".  El mundo de pesadilla que imagino Orwell, es un mundo en el cual la vida privada, la interioridad, la vida individual, ya no es posible.  Había todo un sistema de espionaje a través de la electrónica, de manera que las acciones de una persona estaban controladas por el estado, a través de una red de investigación.  El personaje de la novela de Orwell se da cuenta que no puede pensar por su cuenta.  Todo está vigilado.  Por todas partes el "Hermano mayor te está vigilando", por lo tanto debe autocensurarse.  Esta situación hoy es una realidad.  Vemos como las grandes potencias tienen información acerca de todos los países del mundo, a través de satélites y otros mecanismos sofisticados.

 En pensador francés, Jacques Ellul, dijo que la propaganda, la publicidad, es un fenómeno característico de nuestra época.  Dijo que la propaganda es una realidad porqué todo estado cualquiera que sea su signo, lo necesita.  Y hoy todas las instituciones utilizan ya sea políticas, religiosas, económicas la propaganda, el marketing, la influencia de los medios de comunicación, para transformar el mensaje solamente en una propaganda.  Esto da que pensar.

 Gracias a este libro "1984" no es "1984"... todavía. ¿O ya lo es?

lunes, 12 de abril de 2021

La urgencia de repensar la paz

                                                                             


 

REPENSAR LA PAZ CON UNA NUEVA LOGICA

Víctor Rey

La violencia producida por las religiones fue noticia durante el último tiempo. El balance anual de masacres producidas a nombre de Dios fue más alto que años anteriores. ¿Las religiones pueden realmente traer la paz?

En este evento pensamos en torno a la violencia que se genera en nuestro continente y lo que pueden hacer las iglesias para ayudar en la pacificación de los conflictos de nuestros países y como poner como agenda central el tema de la paz en la misión de los cristianos. Discernimos que es el modelo neoliberal el que produce las diversas formas de violencia.

Una dura paradoja. Los grupos extremistas que matan a nombre de Dios buscan imponer la fe en Dios, y con esa premisa asesinan a quienes no confiesan su misma religión. Sin embargo, esas acciones violentas lo único que consiguen es que las personas se alejen de las religiones.

Pero esa no es la única paradoja. La violencia contra los inocentes siempre conlleva una pregunta sobre Dios mismo: si Dios es bueno, ¿por qué permite que sufran las personas? ¿le importa a Dios las víctimas de la violencia?

El Papa Francisco en su homilía de inicio del año explicaba que el mensaje de la Navidad  “contrasta siempre con la dramática experiencia histórica”, pues cada día “nos encontramos con signos opuestos, negativos, que nos hacen creer que [Dios] está ausente”. La cercanía de Dios “parece desmoronarse ante la multitud de formas de injusticia y de violencia que hieren cada día a la humanidad”.

Una lógica que supera la lógica humana. La dureza de las consecuencias de la violencia perpetrada a nombre de una religión son innegables: sufrimiento, destierro, tortura y muerte. Ante esta patente realidad del dolor, parece que no existe un argumento racional para explicar por qué el mal no tiene la última palabra sobre la humanidad y su destino.

Pero la respuesta al mal no puede ser sólo teórica, meramente “lógica”. El problema se ubica en lo más profundo del ser humano y su existencia, ahí donde radica una “lógica” diferente que abarca la razón, la libertad, las emociones, el afecto, las acciones y el propio destino. El problema pues se encuentra en la dimensión espiritual de cada persona, y por eso requiere una respuesta diferente.

El Papa francisco también explicó que el hecho histórico del nacimiento de Cristo, que supone que Dios se ha hecho humano, nos empuja a cooperar con Dios en la construcción de un mundo más justo y fraterno, en el que todas las personas y todas las criaturas puedan vivir en paz.

En otras palabras, la fe cristiana no sólo explica el origen del mal (como oposición humana a los sabios mandatos morales de Dios), sino que predica que el verdadero amor nos empuja a buscar acciones que conlleven la paz.

Por eso, en palabras del Papa, “donde no puede llegar la razón de los filósofos ni los acuerdos de la política, llega la fuerza de la fe que lleva la gracia del Evangelio de Cristo, y que siempre es capaz de abrir nuevos caminos a la razón y a los acuerdos”.

La lógica espiritual para buscar la paz es el balance de la contemplación de las verdades divinas (que hablan de amar a Dios, al prójimo y así mismo) y la acción para buscar directamente la paz (el diálogo ecuménico, interreligioso, académico y político, la denuncia periodística, la atención a enfermos, desplazados y heridos, la justicia internacional y la persecución de los criminales de guerra, etc.). Entonces, para que venga la paz, necesitamos aprender a vivir la “lógica” de la fe con obras.

lunes, 5 de abril de 2021

Hace justo un año publiqué este articulo que todavía está vigente

 

                                  

LA LECTURA Y LOS LIBROS EN TIEMPOS DEL COVID 19

Víctor Rey

Recuerdo con exactitud el primer día de clases  cuando a los cinco años mi mamá junto a mi hermano mayor y otros amigos del barrio y sus mamás nos fuimos caminando por la calle Huérfanos hacia la Escuela Pública N 65 que quedaba a tres cuadras de mi casa cruzando la Plaza Brasil en Santiago de Chile.  Era mi primer día e ingresaría a kindergarden y mi hermano a primer año.



En esa escuelita había una pequeña biblioteca y solo dejaban entrar a los alumnos que sabían leer, pero yo me las ingeniaba para colarme junto a mi hermano y allí me encontraba con dos revistas que me marcaron, El Peneca y El Cabrito, como no sabía leer me entretenía viendo los dibujos y fotos.  Pero cuando llegaba a casa mi mamá nos leía El Condorito, Barrabases y Okey. Esperaba esas revistas como maná del cielo y las leía de principio a fin, incluidos los avisos. Creo que aprendí a leer con esas tres revistas y aprendí al mismo tiempo que mi hermano que me llevaba dos años de ventaja.

Aprender a leer es lo más importante que me ha pasado en la vida y, por eso, siempre recuerdo con gratitud a las personas que me enseñaron este arte que me abrió mundos insospechados.  Debido a la lectura, ese mundo pequeñito de mí barrio se volvió el universo. Gracias a los signos que convertía en palabras y en ideas, viajaba por el planeta y podía, incluso, retroceder en el tiempo y convertirme en mosquetero, cruzado, explorador, o viajar por el espacio hacia el futuro en naves silenciosas. Mi mamá dice que era un niño que le gustaba entretenerse solo haciendo sus propios juguetes con cajas de fósforos, lápices de colores, hojas de diarios y envases  de productos vacíos. Y una tía me contó que le llamaba la atención que andaba leyendo todo, los letreros, las señales e incluso las hojas de los diarios que se encontraban en el suelo. Yo no lo recuerdo, pero sí las horas que me pasaba leyendo cada día, después de volver de la escuela me sentaba a disfrutar de las revistas de historietas y a soñar con ser Superman, El Llanero Solitario, Batman, Tarzán, El Zorro, Roy Rogers, más tarde El Estadio y toda la serie de revista que producía Walt Disney.

Ahora que, por culpa del coronavirus y el aislamiento forzoso a que estamos sometidos, leo a varias horas del día acompañado del sol y el cielo azul de Quito que entra por mis ventanas a raudales la luz de la Mitad del Mundo y pienso que serán unas cinco horas diarias en un estado de felicidad absoluta.

En la biblioteca con telarañas del Liceo Valentín Letelier donde curse mi enseñanza media  leí mis primeras novelas en especial de la literatura latinoamericana como El Túnel de Ernesto Sabato, Cien años de Soledad de Gabriel García Márquez, Conversaciones en la Catedral de Mario Vargas Llosa, Niebla de Miguel de Unamuno, Martín Rivas de Alberto Blest Gana, Palomita Blanca de Enrique Lafourcade y Rayuela de Julio Cortazar.

Nada me ha dado tanto placer y felicidad como los buenos libros; nada me ha ayudado tanto como ellos a sortear los momentos difíciles. Sin la literatura me habría suicidado en ese periodo atroz que fue la dictadura militar donde vi y viví la muerte, la persecución y la tortura, me hizo descubrir la soledad y el miedo. Erich Fromm me cambió la vida y me dio una nueva perspectiva de la vida en plena juventud; lo leí con lápiz y papel para identificar sus aportes y nuevas visiones que me cautivaron leyendo El Arte de Amar, El corazón del Hombre, Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea y luego El Miedo a la Libertad.

En la Biblioteca Central de la Universidad de Concepción  tenía reservado un escritorio cerca de la Hemeroteca con un gran ventanal para que entrara la luz del saber y los conocimientos filosóficos que estaba aprendiendo. Ahí conocí a Karl Marx, Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, René Descartes, Emmanuel Kant, Merleau Ponty, George Orwell, Edmund Husserl, Martín Heidegger, Friedrich Nietzsche y por supuesto los clásicos de la filosofía griega Sócrates, Platón y Aristóteles y también fue la primera vez que leí la Biblia.

En Bélgica en la Universidad Católica de Louvain La Neuve el primer día que llegué, en enero de 1991, descubrí esas grandes bibliotecas temáticas donde uno podía tomar los libros directamente sin pedir a una persona que los fuera a buscar y podía llevar a la casa diez ejemplares. En ese ambiente tan cosmopolita descubrí la cultura francesa a través también de las mediatecas donde con mis hijos nos íbamos a disfrutar de los comics de lujos que editan en ese país, la música y el cine galo.  Así fue como redescubrí a los pensadores franceses entre ellos Jean Paul Sartre y Albert Camus y aprendiendo la lengua francesa me atreví a leerlos en ese idioma.  Fue para mí el más fructífero de los descubrimientos: gracias a ellos supe la persona que quería ser y el que no quería ser.

Las buenas lecturas no solo producen felicidad; enseñan a hablar bien, a pensar con audacia, a fantasear, y crean ciudadanos críticos, recelosos de las mentiras oficiales que vienen de la política, de las empresas, de los medios de comunicación y de las instituciones religiosas. La vida que no vivimos podemos soñarla, leer los buenos libros es otra manera de vivir, más libre, más bella, más auténtica. Esa vida alternativa tiene, además, la suerte de estar fuera del alcance de las plagas demoníacas que aterraron siempre a los seres humanos, porque en ellas veían a los diablos que, a diferencia de los enemigos de carne y hueso, eran difíciles de derrotar.

Un buen lector es el ciudadano ideal de una sociedad democrática: nunca se conforma con aquello que tiene, siempre aspira a más o a cosas distintas de las que le ofrecen. Sin esos inconformes sería imposible el progreso verdadero, el que, además de enriquecer la vida material, aumenta la libertad y el abanico de elecciones para ajustar la vida propia a nuestros sueños, deseos e ilusiones.

El coronavirus ha resucitado la barbarie en lo que creíamos la civilización y la modernidad. Hemos visto a través de los medios de comunicación y las redes sociales cosas horribles. Aun así, con toda la ruina económica y social que traerá esta plaga inesperada, si, luego de sobrevivir a ella, hay más personas, ganados a la buena lectura gracias a la cuarentena forzada, los demonios de la peste habrán hecho un buen trabajo.