sábado, 11 de mayo de 2013


Algunas notas acerca del estilo de Federico Fellini y sus personajes.


Autor: 
Ramón Lara Arvizu
Algunas notas acerca del estilo de Federico Fellini y sus personajes.
Fotograma
Pocos cineastas han creado personajes tan originales y sólidos como Federico Felina. Algunos son insólitos y extravagantes, otros pueden parecer grotescos y ridículos, pero todos son profundamente humanos.
Para empezar hay que tomar en cuenta que la trayectoria artística de Fellini fue desde el dibujo de caricaturas, actividad que requiere un gran sentido de la observación, lo que le permitió después crear sus sorprendentes personajes (que dieron origen al calificativo "fellinesco"); la escritura de guiones tanto radiofónicos como cinematográficos, que le facilitó dominar la palabra en el empleo de los diálogos; hasta la conjugación de las tareas anteriores en la imagen fílmica.
Por lo que respecta a la idea que del hombre tenía el cineasta, da la impresión de que al igual que Pedro Calderón de la Barca en el auto sacramental El gran teatro del mundo, veía en cada ser humano un actor al que le correspondía interpretar un papel determinado; con la diferencia de que para el cineasta, el mundo no era un gran teatro, sino un enorme circo, que él recreó en el cine. A esto tal vez se debe que haya dicho: "El cine está a medio camino entre el circo, la feria y el bazar".
Se puede conjeturar, entonces, que aquel chico Fellini, acomplejado por ser flacucho, sintiéndose caricatura de hombre, haya cobrado venganza toda su vida caricaturizando a los demás, porque Fellini nunca dejó de ser caricaturista. De ahí, posiblemente, su atracción por los payasos, que son el mejor ejemplo de caricatura.
Lo mismo puede pensarse de su obsesión por los seres anormales: locos, deformes, hermafroditas y monstruos que pueblan sus filmes. Es de pensar que si Fellini quizá sufría interiormente por creerse anormal a causa de su posible homosexualidad o bisexualidad -que para el caso es lo mismo-, insistiera en mostrar en sus películas toda esa serie de personajes a manera de exorcismo, o bien para demostrar que había otros seres más anormales que él.
¿Qué hay detrás de la algarabía en ese circo monumental que es el universo felliniano? Una enorme soledad, porque el anormal es un ser marginado obligadamente a la soledad (el cine es placer de solitarios).
Como ha señalado Gilbert Salachas, uno de sus críticos:
los héroes de los filmes de Fellini se sienten naturalmente tentados a esquivar su aislamiento arrojándose en el torbellino de exuberantes manifestaciones colectivas: fiestas, circo, espectáculos, orgías, procesiones y mascaradas constituyen el más elemental, el más artificial, pero también el más tentador de los remedios contra el aislamiento (Salachas, pp. 37 y 38).
Y, adelantándose un poco, hay que recordar las numerosas veces que Fellini deja a sus personajes solos ante extensos paisajes yermos o en la oscuridad de la noche; ya se trate de Gelsomina, Zampano (La calle); Cabiria, hasta cuya casa se erige aislada en un enorme terreno baldío; Moraldo (Los vagos); Augusto (Il bidone); Marcello (La dulce vida); Encolpio (Satiricon), etcétera.
El historiador del cine italiano Pierre Leprohon opinó en términos similares acerca de este mismo tema que:
[...] con Fellini ese sentimiento [de la soledad humana] se va a convertir en una condición trágica de la existencia, que se hace más sensible porque la multitud en torno a ella se expresa [...] por el frenesí del placer o del ruido (Leprohon, p 194).
Ante esta dualidad soledad-bullicio, los estudiosos difieren en sus opiniones; así, para Jean-Louis Tellenay:
estos personajes no se encuentran en soledad: nadie se salva solo; la vida interior no significa en Fellini introspección o examen de conciencia, es participación y comunión [...] los seres se pierden o se salvan en medio de sus semejantes. Incluso frente a ellos [...] el hecho de entregarse al espectáculo aparece en toda la obra de Fellini como una especie de camino que le permite (a los seres) revelarse...(Salachas, pp 143 y 144).
En cambio, para Leprohon, que aparte de hacer mención a la "alternancia de la realidad con el sueño, los impulsos y las caídas..."
[...] todas las películas de Fellini envuelven a una serie de personajes cuyo drama es precisamente estar aislados en el seno mismo del grupo al que están ligados [...]; solidarios y solos, dependientes e incomprendidos, van buscando, no la felicidad o el amor, si no la verdad de sus sueños, el sentido de su destino (Leprohon, p 194).
Sea lo que fuere, esta serie de dualidades: orden-caos, soledad-bullicio, realidad-sueño, impulsos-caídas, etc. no hacen más que reflejar la personalidad ambigua de Fellini. Si a él tanto le entusiasmaron las teorías de Carl Jung, fue porque en ellas encontró la explicación que buscaba.
En su libro Simbología del espíritu, Jung se refiere al animus y al anima, es decir, a lo masculino y lo femenino que hay en todo ser humano. Lograr para sí la conjugación armoniosa de estos dos elementos fue el afán de Fellini, quizá nunca logrado. Como en un juego y en clave, Fellini nos habla de esto en una secuencia de 8 1/2 cuando la medium escribe en el pizarrón la palabra que Guido le ha transmitido mentalmente: "a sa ni si ma sa".
Esta es otra de las posibles razones por las que nunca filmó una historia de amor, y quizá también, la explicación de su atracción por las mujeres exageradamente obesas, ya que al no haber en esa atracción inquietudes verdaderamente eróticas o estéticas, sólo le quedaba recurrir a la idealización de la mujer-madre primera, cuyas enormes proporciones representan su fuerza, su poder, pero también abrigo: el Dr. Antonio, Encolpio, Titta son cobijados entre los descomunales senos de la Eckberg, de la maga y de la tendera en Las tentaciones del Dr. Antonio, Satiricon y Amarcord, respectivamente.
En contraposición, el hombre en la obra felliniana, aunque muestra sus capacidades de seductor, cuando encuentra a la mujer mítica (la secuencia de la fuente de Trevi en La dulce vida), ni siquiera llega a tocarla. Si tiene relaciones sexuales no son satisfactorias; recuérdese la luna de miel de Ivan en El jeque blanco, que se convierte en pesadilla, sin llegar a consumarse el matrimonio; el fallido intento de Fausto de seducir a la esposa de su patrón y a la guapa desconocida que aborda en el cine, en Los vagos; el Encolpio de Satiricon -bisexual manifiesto-, que llega hasta la impotencia cuando le es ofrecida una mujer bella; pero, curiosamente, quien le recupera su virilidad es una mujer fellinesca, es decir, gorda; Titta, el adolescente de Amarcord no logra seducir a la famosa Gradisca, pero su único encuentro erótico es con otra mujerona pasada de carnes (la tendera); y así se podría seguir hasta llegar al Casanova, donde el máximo exponente del macho seductor es cruelmente ridiculizado por Fellini, pues al mostrarlo amatoriamente incapaz, le proporciona una muñeca mecánica como la única mujer con la que puede funcionar como amante. El resumen de todo esto se halla globalizado en el acoso y persecusión de que es víctima Snaporaz por parte del eterno femenino en La ciudad de las mujeres.
Frustración, ausencia de erotismo y de amor, son pues, características comunes a los personajes fellinianos. Pero ¿quiénes son estos personajes? Salachas al referirse a ellos, afirma:
con toda seguridad [en los filmes de Fellini] aparecen pocos empleados, obreros o jubilados entre sus personajes favoritos. Pero ¿qué puede decirse? Simplemente que él mismo no frecuentó esta gente sino desde cierta distancia [...]
Acercarse a los problemas sociales de una época resulta útil, noble y generoso, pero interesarse por los asociales no resulta menos meritorio. Sobre todo cuando este interés reviste el carácter de una aproximación respetuosa, donde la lucidez y la benevolencia comparten la misma preocupación.
En efecto, Fellini no se erige en acusador público de sus personajes, ni siquiera de los de apariencia más mezquina, ni tampoco les sirve de abogado incondicionalmente adicto. Se tratará más bien de un testigo a descargo que reprueba, quizá -digo claramente quizá- los actos, pero se vincula con la personalidad de aquellos que los cometen (Salachas, pp 33 y 34).
Stuart Rosenthal, en su libro The Cinema of Federico Fellini, analiza y compara a los personajes fellinianos en busca de los rasgos personales y autobiográficos que el cineasta dejó en ellos; y empieza con Ivan Cavalli el recién casado provinciano que enfrenta angustiosas experiencias durante su viaje de bodas en Roma (El jeque blanco), y lo compara con Guido, el personaje de 8 1/2.
El ensayista señala que no obstante que Fellini transmite al espectador el sentimiento de desamparo y frustración de Guido, así como lo hace compartir la confusión y desesperación de Ivan, cree que su caracterización fuerza un distanciamiento que previene a los espectadores de una identificación con ellos, y que, aunque cualquiera puede comprender los problemas de Marcello, el periodista de La dulce vida o de Augusto en II bidone, es inconcebible que muchos sean capaces de verse en el lugar de ellos.
Esta no-identificación -afirma Rosenthal-, preserva la individualidad de los personajes absolutamente. Esta actitud de Fellini lo separa y diferencia del neorrealismo que en la problemática de un individuo pretendía representar la de miles más, como es el caso de Ladrones de bicicletas y Umberto D. [...] En vez de usar tragedias personales para comprender un problema social, a Fellini le interesaba el efecto que la sociedad y sus instituciones tienen en sus personajes singulares (Rosenthal, pp 104 y 106).
Leprohon, bajo otra perspectiva, aporta un dato más, sumamente valioso cuando dice:
Fellini crea personajes -es decir, que son a la vez particulares y verdaderos-; anima seres cuyo recuerdo domina la obra en la que aparecen, así es de fuerte su densidad.
A todo esto hay que agregar una observación. Ella explicará al mismo tiempo una parte del secreto de Fellini. Los personajes que crea, Fellini los ama. La simpatía que siente por sus personajes es evidente y ella da a toda la obra ese calor que la hace valiosa [...] se siente que Fellini está lleno de indulgencia para sus héroes... (Leprohon, p 195).
Dominique Delouche, quien fue asistente del cineasta durante cinco años, en cierto modo confirmaba lo anterior cuando afirmaba: "[Fellini] ama, sí, pero como un psiquiatra ama a sus locos, con benevolencia, entretenimiento y compasión". Y Fellini mismo se encargó de confirmar estos asertos al declarar: "Una vez escogidos, amo de verdad a mis actores. Siempre establezco con ellos lazos de amistad y me enamoro de ellos: igual que un titiritero se enamora de sus títeres".
El lector se preguntará ¿Qué no estábamos hablando de personajes? Y tiene razón, pero hay que tener presente que para el cineasta no había diferencia entre personaje y actor, ya que en diversas ocasiones aseguró que él no buscaba, sino rostros, que en este caso equivale a personajes.
* Maestro de Historia del cine I-II, Licenciatura en Artes Audiovisuales
(Extracto de un trabajo de investigación inédito)

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