sábado, 18 de junio de 2022

A 111 del nacimiento de un hombre sabio

                                                                                 


ERNESTO SABATO: RESISTIO HASTA EL FIN

 

Víctor Rey

 

“No hay otra manera de alcanzar la eternidad que ahondando en el instante, ni otra forma de llegar a la universalidad que a través de la propia circunstancia: el hoy y aquí”.

Ernesto Sábato  LA RESISTENCIA (Seix Barral, B.A. 1999)

 

En el invierno de 1990  me encontraba en Buenos Aires, Argentina participando en un seminario y el día sábado lo teníamos libre. Un amigo argentino nos invitó a la Feria Internacional del Libro. Cuando caminábamos por sus pasillos tremendos llenos de libros y lectores habidos de buenas lecturas vi un cartel que a en el puesto de la Editorial Seix Barral: “Hoy a las 17 horas firma sus libros el escritor Ernesto Sábato”. No lo podía creer. El autor que me había ayudado a sacudirme de las teorías dogmáticas y a entender la crisis de este fin de la civilización occidental, estaba a un par de horas de conocerlo.  Y así fue me acerqué a la hora señalada y los funcionarios de la Editorial tuvieron la gentileza de darme la oportunidad de saludarlo, estrechar su mano y brevemente agradecer todo lo que su vida, testimonio y pensamiento había influido en mí.  Más tarde encontré su dirección en una biblioteca de la Universidad Católica en Lovaina, Bélgica y le escribí y tuvo la gentileza de contestarme y cruzar algunas notas. Estando en San José Costa Rica participando de otro seminario en abril del 2011 me enteré de su partida a los casi 100 años. Fue un momento de profunda reflexión ese acontecimiento.

 

¿Quién es Ernesto Sábato? Me preguntó un joven hace algunos días y la respuesta brotó instantánea: ¡El que escribió El Túnel!  Efectivamente Sábato es el escritor de la famosa novela El Túnel.  Una novela que casi todos hemos leído en nuestra época de secundarios. Un libro excepcional escrito con una intensidad tal que da la impresión de ser un cuento.  Pero Sábato no sólo es el autor de la trilogía: El Túnel, Sobre Héroes y Tumbas, o Abaddón  El Exterminador.  Es el ensayista que leímos en nuestra época de universitario, que revela su relación con la ciencia y la filosofía en Uno y el Universo.  El que plantea la lucha con la idea del progreso y la deshumanización del hombre en Hombres y Engranajes, y más tarde en Heterodoxia.  Y es el que cuenta del oficio de escribir en El Escritor y sus Fantasmas.  Y es también el pintor. 

 

Pero el escritor Sábato también es un ejemplo de autoridad moral.  Nació en Rojas, provincia de Buenos Aires, en 1911.  Sábato no es sólo un hombre cuyas obras recorren el mundo en millones de ejemplares traducidos a 28 idiomas sino uno de los personajes más buscados  cuando es necesaria una opinión "calificada" sobre algún asunto ético.

 

Sábato que presidió la Comisión Nacional Sobre la Desaparición de Personas (CONADEP)  durante el gobierno militar en la Argentina (1976-1983) y produjo el famoso informe Nunca Más, puede poner en tela de juicio al presidente del país, a las iglesias, a las Fuerzas Armadas, la ciencia, las corporaciones empresariales, pero siempre encuentra el apoyo de la opinión pública.

 

Reflejo de su autoridad es su vida austera y el auditorio masivo que convoca cada vez que repite por televisión sus viejas ideas sobre el corazón del hombre y la ausencia del progreso.

 

A lo largo de su vida, Ernesto Sábato fue militante del marxismo y representó a la Federación Juvenil Argentina en un congreso del partido comunista, en Bruselas; estudió filosofía en la Universidad de La Plata y como físico estudió radiación nuclear en el Laboratorio Curie de París, y en la década de los años 40 abandonó la ciencia "por temor a su futura utilización".

 

En la actividad literaria se convirtió en una de las máximas figuras de la literatura hispanoamericana, en 1984 ganó el premio Cervantes, en 1989 el premio Jerusalén y en 1997 el premio Menéndez Pelayo.

 

Sábato dice que abandonó el marxismo porque dejó de creer "En cualquier idea que repugne a los problemas sobrenaturales", y decidió afiliarse a la causa del hombre real, de la justicia social y de la dignidad humana.  Hoy se declara "un anarquista cristiano", y agrega: "Yo empecé a luchar por la justicia social a los 16 años en el colegio y nunca he dejado de hacerlo.  Creo que es un deber.  No me gusta que los chiquititos se mueran de hambre.  Eso me ha llevado muchas veces a cuestionar incluso la existencia de Dios, a pesar de que me considero un espíritu religioso, aunque anárquico.  Como también lo era Cristo.  Cristo insultaba a los fariseos y andaba con los pobres, con prostitutas...Ese es el verdadero Cristo.  Lo demás son cuentos".   También hace un ejercicio de autodefinición: "¡Yo soy un anarquista!  Un anarquista en el sentido mejor de la palabra.  La gente cree que anarquista es el que pone bombas, pero anarquistas han sido los grandes espíritus como, por ejemplo León Tolstoi".   (Entrevista en el diario El Tiempo, Bogotá, 22 de junio de 1997)

 

En su penúltimo libro: Antes del Fin, Memorias, (Seix Barral, 1999, 214 páginas), se destaca el hombre triste, melancólico que piensa en Matilde, su esposa fallecida y solloza.  Que se ve a sí mismo inclinado hacia la tierra encorvado, cansado.  Es el hombre que tiene pequeños momentos de dicha cuando su gatita se recuesta en sus rodillas o cuando despierta con el trinar de los pájaros al amanecer.

 

De sus épocas de adolescente recuerda su vinculación con grupos anarquistas y comunistas.  Recuerda manifestaciones de obreros y estudiantes cobijados por banderas rojinegras.  Recuerda que la revolución Rusa tenía aún el resplandor romántico y que los compañeros comunistas terminaron por convencerle (aunque luego haya manifestado que no compartió los criterios de los "comunistas de salón" y que "el anarquismo fue más fuerte en su interior")...Recuerda que huyo de casa y que era, a los 19 años, una especie de delincuente que luchaba en la clandestinidad contra la dictadura del general Uriburu.  Esa militancia le llevó a participar en diversos congresos comunistas dentro y fuera de Argentina.

 

Más tarde cuando terminó su doctorado en Ciencias Físico-matemáticas, el profesor Houssay, premio Nobel de Medicina, le concedió una beca que anualmente otorgaba la Asociación para el Progreso de las Ciencias, y se fue a trabajar al Laboratorio Curie, en París: "durante ese tiempo de antagonismos, por la mañana me sepultaba entre electrómetros y probetas y anochecía en los bares, con los delirantes surrealistas.  En el Dome y en el Deux Magots, alcoholizados con aquellos heraldos del caos y la desmesura, pasábamos horas elaborando cadáveres exquisitos".

 

Un cuartucho en París, Matilde y su pequeño hijo, la ciencia y el trabajo con la propia Irene Curie..."Muchos, con perplejidad, me han preguntado cómo es posible que habiendo hecho el doctorado en ciencias físico-matemáticas, me haya ocupado luego de cosas tan dispares como las novelas con ficciones demenciales como el Informe sobre Ciegos, y finalmente, esos cuadros terribles que me surgen del inconsciente".  Sábato no sabe contestar a esa pregunta.  Trabajar en el Laboratorio Curie era una de las grandes metas a la que podía aspirar un físico.  Y después de llegar a una meta, solo queda el vacío.  Abandonó la ciencia a principios de la década de los cuarenta.  El mundo de los teoremas quedó ahí, trunco, en plena crisis espiritual.

 

Entonces tomó otro camino: el del arte.  Empezó a escribir en la revista Sur, en Teseo, a leer a Huxley, Faulkner, Michaux, a los clásicos, a Camus (con quién hizo amistad), Green, Thomas Mann.  Brevemente habla de sus libros, de su oficio como escritor, de sus pinturas.

 

En la segunda parte del libro, Ernesto Sábato deja a un lado los recuerdos para escribir sus anotaciones:  la reciente película que vio, el recorte de una noticia curiosa de un diario, las cifras de la pobreza en el mundo, la mujer sin patria, la preocupación de la guerra de Bosnia, el drama de los Sin Tierra en el Brasil, la crisis en todas partes, sus conversaciones con Ciorán sobre estos temas trascendentales..."el mundo marchando hacia la desintegración, mientras la vida nos observa con los ojos abiertos, hambrientos de tanta humanidad".

 

La muerte de su hijo lo derrumbó.  Sábato se define, al final del libro, como un tipo embriagado de dolor y entre ruinas.  Un tipo que, en la soledad de su estudio escucha el quinteto de Schumann para cuerdas y piano en un atardecer de 1998.  Tanta nostalgia le hace caminar un rato, hasta el Parque Lezama de Buenos Aires.  Se sienta en un banco de la plaza.  Se dice un náufrago.  Se confiesa propenso al pesimismo y a la depresión.  De repente, el abrazo de un niño lustrabotas es como un pacto de derrotados, pero que llama a la esperanza. 

 

En su último libro: La resistencia (Seix Barral, 2000, 148 páginas)  Sábato plantea que en este tiempo de globalización hay necesidad de establecer las bases de alguna resistencia que permita el equilibrio en el nuevo orden que se viene encima.  De lo contrario el hombre sucumbirá ante cada avance, y seguramente moriremos en red, solitarios frente a una máquina que se esmera en reproducir la vida en la pantalla.  Ernesto Sábato lo sabe muy bien y lo dice con la humildad y claridad que sólo los años otorgan a los hombres.  En La resistencia, Sábato se esmera en hacer una radiografía sentida de los tiempos actuales, con nostalgia de cuando una conversación en un café valía más que un televisor encendido para acaparar la atención y evitar, en última instancia, que las miradas se crucen y se reconozcan lo que de seres humanos nos queda.

 

La resistencia es una carta escrita sin vanidad alguna.  Y aunque suene a discurso en boca de un predicador barato no hay que olvidar toda la producción anterior de este escritor.  Así que estamos hablando de alguien que conoce abismos humanos y sabe describirlos.  Estamos hablando de quien se ha dado el lujo de entrar en depresiones profundas para salir airoso con toda la fuerza de la vida atrapada en la mirada.  "El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria", dice Sábato en La resistencia.  Nada tiene que hacer el desarrollo salvaje frente a este caso de fe.  Sábato se refiere a muchos frentes de la vida humana en los momentos actuales pero siempre su mensaje de dirige a no perder de vista lo esencial: "Quienes se quedan con los sueldos de los maestros, quienes roban a las mutuales o se ponen en el bolsillo el dinero de las licitaciones no pueden ser saludados.  No debemos ser asesores de la corrupción.  No se puede llevar a la televisión a sujetos que han contribuido a la miseria de sus semejantes y tratarlos como señores delante de los niños.

 

Del Internet, del tiempo libre, de relaciones humanas, de los afanes que mueven el mundo; temas que salen a la luz en La Resistencia con suavidad de quien habla desde el amor a sus semejantes y no desde la vanidad de un nombre de letras de molde.  Sábato está lejos de envanecerse por mirar su nombre en las librerías o en los diarios nacionales.  De hecho se despoja de todos sus atributos literarios para que su "carta", como él mismo se refiere a este libro, no empantane entre figuras retóricas o giros inteligentísimos.  La Resistencia está escrita para todo el mundo y en lenguaje sencillo y elemental.  Para advertirnos como en los siglos XVIII y XIX la dignidad de la especie estuvo cifrada en los adelantos tecnológicos, pero en este siglo que ahora muere, la tecnología se encargo de quitarnos la inocencia.  Pese a todo Sábato señala que: "no podemos hablar del hombre como si fuera un ángel, y no debemos hacerlo.  Pero tampoco como si fuera una bestia, porque el hombre es capaz de las peores atrocidades, pero también capaz de los más grandes y puros heroísmos".

 

Para quienes no leyeron nunca a Sábato.  Antes del Fin y La Resistencia es una forma de acercarse a un hombre y una obra quijotesca, a un espíritu combativo.  Para aquellos que leímos El Túnel con ansiedad, que seguimos en medio de dolorosas reflexiones los párrafos de los ensayos como Uno y el Universo, Hombres y Engranajes, Heterodoxia o El escritor y sus Fantasmas, que nos sumergimos en el complejo y terrible mundo de Sobre Héroes y Tumbas, que quedamos asombrados con su novela profética Abaddón el Exterminador, donde se vaticinaba el subyugamiento de las fuerzas del mal y el derrumbe de la civilización contemporánea.  Que disfrutamos maravillados de su libro de conversaciones con Carlos Catania: Entre la letra y la sangre o el libro de Diálogos con Borges.  Antes del Fin y La resistencia son dos libros obligatorios y necesarios para el hombre y la mujer de hoy. 

 

Un sábado 30 de abril del 2011, me encontraba en San José Costa Rica,  un mes y medio antes de cumplir los 100 años, nos dejó este ilustre escritor. Varios amigos sabiendo lo importante que ha sido para mí su obra y su vida me llamaron para darme sus condolencias.  Y como adelantándose  a ese momento escribió estas palabras en la última página de La Resistencia.  “Pero ahora que la muerte está vecina, su cercanía me ha irradiado una comprensión que nunca tuve; en este atardecer de verano, la historia de lo vivido esta delante de mí, como si yaciera en mis manos, y hay horas en que los tiempos que creí malgastados tienen más luz que otros, que pensé sublimes.”

martes, 14 de junio de 2022

En su 94 aniversario un 14 de junio de 1928.

 



Los viajes de Ernesto Guevara

 

Víctor Rey

 

A fines de agosto del 2015, estuve en Córdoba, Argentina, invitado por el joven matrimonio compuesto por Josías y Luchi.  Los padres de Luchi me hospedaron esos días en los cuales visitamos algunas iglesias y tuvimos momentos de ricas conversaciones con jóvenes en torno a mates, cervezas o cafés, recorriendo la ciudad.  Uno de estos días Guillermo y Susy los padres de Luchi me invitaron a conocer la Casa Museo del Che en la ciudad de Alta Gracia que queda a 40 kilómetros de Córdoba.  Esta visita fue muy inspiradora.  Por supuesto no pude dejar de recordar la película “Diarios de motocicleta” (2004) donde se narran estos primeros viajes. Estar en el lugar donde el niño Ernesto Guevara vivió por 11 años me hizo reflexionar en la vida itinerante que este ícono del siglo XX que ha inspirado a tantas generaciones.  El ver su bicicleta con la cual recorrió parte del norte de Argentina y la réplica de la moto con la cual viajo a Chile, dan para pensar.  Me hicieron recordar mi primer viaje solo en una tarde de invierno a los 10 años cuando tome un tren de Santiago a Rancagua. También los viajes “mochileando” que hice por tres veranos con unos amigos recorriendo el norte y sur de Chile, en los últimos años de la secundaria, en los tiempo de la Unidad Popular del gobiernos de Salvador Allende, donde nos internábamos por dos meses “construyendo el socialismo”, haciendo trabajos voluntarios.  De alguna manera como el Che conocí la explotación de los obreros y campesinos en mi país.  Luego vinieron los viajes por América Latina.  Recuerdo el segundo que hice con tres amigos donde viajamos por tierra a Colombia.  Conocer por dentro nuestro continente fue algo que me marcó.  Este viaje incluyó un conflicto bélico entre Perú y Ecuador.  En esa oportunidad no tuvimos que quedar por un mes en la ciudad de Guayaquil sin poder regresar a Chile.  Y por coincidencia en esa ciudad también conocimos una de las casas donde vivió por un tiempo el Che en su peregrinaje hacia Cuba.

 

Los viajes de Ernesto Guevara pueden dividirse fácilmente en dos categorías: los que realiza movido por su espíritu aventurero, como su recorrida por gran parte del territorio argentino a bordo de una bicicleta a la que le había adosado un motor, o sus dos viajes por América Latina en compañía de Alberto Granado y, por otra parte, las giras que lleva a cabo como representante de la Revolución Cubana ante otros países u organismos internacionales.

En 1949, mientras cursaba su segundo año en la Facultad de Medicina de Buenos Aires, el joven Ernesto decide lanzarse a la aventura y recorrer las provincias Argentinas de Santa Fe, el norte de Córdoba y el este de Mendoza. Su ingenio le permite adaptar un motor de fabricación italiana marca "Cucciolo" a una bicicleta. Ernesto terminará recorriendo casi todo el norte del país y será noticia, por varios días, en una de las revistas deportivas más conocidas de la argentina de aquellos años, "El Gráfico". En cada escala escribía sus notas de viaje en un cuaderno.

En su paso por la provincia de Córdoba, después de un accidente de tránsito del que milagrosamente sale ileso, Ernesto hace amistad con un "linyera", quien lo convenció de tener oficio de peluquero y se ofreció a demostrárselo practicándole un corte gratis. Nacería de este encuentro casual, el apodo de "Pelado" que su amigo Alberto Granado le pondrá al verlo con la cabeza rapada hasta las raíces cuando Ernesto lo visita en el leprosario en el que Granado trabajaba, en el pueblito del Chañar, en las afueras de la capital mediterránea Argentina.

Guevara pasa de Córdoba a la provincia de Santiago del Estero y luego la meta será Tucumán. El plan original se pierde a medida que Ernesto avanza y descubre los paisajes del interior argentino. Siempre hay algo más allá adonde debe llegar, algo nuevo que debe ser descubierto. Cruza La Rioja y visita Mendoza, llega hasta Salta, una de las provincias del noroeste, a más de 2.000 kilómetros de Buenos Aires y su familia. 

En 1950, cansado de la situación económica que lo agobia, Ernesto busca trabajo en la marina mercante. Es contratado en los buques de bandera argentina "Anna G.", "Florentino Ameghino", y "General San Martín". En ellos hará travesías destacado como enfermero, desde Comodoro Rivadavia, en el sur argentino, hasta Trinidad y Tobago en el Caribe. También visitará, en cargueros y petroleros, las costas de Brasil y Venezuela. Mientras navega estudia las materias que luego rendirá, en su mayoría como libre, en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires.

Cuando Ernesto Guevara pierde su trabajo en la marina mercante, viaja a Córdoba para visitar a su novia María del Carmen "Chichina" Ferreyra. De paso aprovecha para encontrarse con los hermanos Granado. En esa visita a la provincia mediterránea argentina, Ernesto planeará una de las aventuras que marcará definitivamente el perfil que tomará su vida. Junto con su amigo de la infancia Alberto Granado deciden recorrer cinco países sudamericanos montados en una motocicleta Norton de 500 centímetros cúbicos de cilindrada a la que llamaban "La Poderosa II". A fines de 1951 los jóvenes se lanzan a la cruzada. 

Granado y Guevara salen de Córdoba hacia Buenos Aires donde se despedirán de los padres de Ernesto. Celia De la Serna le pide a Alberto que traiga al Che de vuelta sano y salvo, para que pueda terminar su carrera de médico. Un tercer tripulante se suma a la aventura. Se trata de un cachorro de perro de policía, al que el Che bautiza con el nombre de "Comeback" y que será el regalo de despedida que el joven le entregará a María del Carmen antes de su partida. 

Que el Che le haya puesto "regreso" al presente que entregaría a su novia, indica su intención de regresar algún día. Pero es evidente que algo en él necesita, por algún llamado desconocido que no alcanza a comprender del todo, lanzarse a la aventura, conocer, probar su capacidad frente al asma, su resistencia, su respuesta ante las dificultades extremas. La próxima parada será Miramar, una playa en el litoral atlántico argentino, donde "Chichina" toma sus vacaciones. Ernesto quiere despedirse de la primera y quizás única mujer que realmente amó en su vida. La relación con "Chichina" está documentada por la mano del Che. Ninguna otra relación amorosa de Ernesto ha sido descrita y expresada con tanta claridad como la que él vivió con María del Carmen Ferreyra. Quizá las experiencias en combate, o las responsabilidades políticas que tuvo que asumir, o los cargos públicos que lo pondrían frente a los ojos de miles de personas, no se lo permitieron. Lo cierto es que Ernesto amó sin reservas a María del Carmen Ferreyra. 

El joven Guevara pensaba quedarse sólo dos días en la ciudad balnearia y parte recién a la semana. Presiente que el final del noviazgo con "Chichina" está cercano, pero se resiste interiormente a la ruptura. De Miramar a Bahía Blanca y de allí a la cordillera. Pasan unos días en Bariloche, donde el Che recibe una carta de María del Carmen anunciándole la finalización de la relación. Ernesto queda conmovido por la noticia. 

El 14 de febrero de 1952 los amigos cruzan la frontera con Chile. El asma no deja tranquilo a Ernesto que debe trabajar para pagar el cruce en barco hacia el país limítrofe. Del lado chileno, los jóvenes ponen rumbo a Osorno montados en su "Poderosa II" que ya comienza a darles dolores de cabeza. En Temuco, Ernesto y Alberto sufren un accidente en el que "La Poderosa II" se parte al medio. Gastan todo el dinero que tenían en repararla. 

Al llegar a Santiago, la motocicleta Norton se rinde y queda abandonada en medio de la soleada capital transandina. Sin dinero y agotados por el viaje, Ernesto Guevara y Alberto Granado se esconden en los baños del buque "San Antonio" que los transportará a Antofagasta desde Valparaíso. Son descubiertos y obligados a trabajar en la cocina hasta llegar al puerto de destino. En Arica, los jóvenes se despiden de Chile el 23 de marzo de 1952. 

En Perú, los amigos caminan hacia la ciudad de Cuzco. Pasan la primera noche en la casa de un campesino que se apiada del cansancio de los jóvenes. A la mañana siguiente, en tren, camiones y autobuses ruinosos repletos de "cholos" continúan el viaje hacia la ciudad sagrada de los Incas. Los jóvenes argentinos descubren paso a paso la miseria y segregación racial a la que es sometido el campesinado peruano de los años cincuenta. Recorren el lago Titicaca y arriban, con los estómagos vacíos y las espaldas rotas, a la milenaria Machu Picchu. En su diario de viaje, Ernesto describe la zona arqueológica peruana con metáforas e imágenes que no repetirá en otros pasajes del escrito. Una realidad muy distinta espera a los amigos en el leprosario de Huambo. Allí conocerán el oprobio en el que viven los internados de aquel hospital miserable que se mantiene gracias a la ayuda de un grupo de vecinos. Camino al leprosario, al que arriban el 14 de abril de 1952, Ernesto sufre un ataque de asma que ni siquiera cuatro inyecciones de adrenalina pueden detener. En Lima, la capital del Perú, el médico Hugo Pesce les consigue alojamiento en el Guía, un centro de atención a leprosos, que es administrado por un grupo de monjas salesianas.

En Pucallpa, a bordo de una embarcación enclenque llamada "La Cenepa", Guevara y Granado comienzan la travesía por el Amazonas peruano. Los acompañará una chica que, según el diario de viaje del Che, comparte conversaciones y cama con los dos amigos. Llegan a San Pablo donde trabajarán unos días en otro leprosario. De allí, en una balsa de troncos con una choza clavada en su centro que construyen los enfermos del hospital, a la que llamarán "Mambo Tango", los jóvenes argentinos continuarán su viaje a través del gran río sudamericano. Navegan durante días disfrutando del exuberante paisaje de la selva. Guevara y Granado se quedan dormidos y derivan sin rumbo llevados por la corriente. Al despertar advierten que están en territorio brasileño. Cruzan el río hacia Colombia y toman contacto por casualidad con el gerente del Independiente Sporting de esa ciudad fronteriza. Los jóvenes son contratados como entrenadores del equipo. Más tarde el Che jugará como guardametas y Granado, al que los colombianos apodarán "Pedernerita", de delantero. Al poco tiempo, con el dinero que cobran por los servicios en el Sporting, parten hacia Bogotá. 

La dictadura de Laureano Gómez había militarizado la capital colombiana. Guevara y Granado son detenidos por la policía que amenaza con deportarlos cuando Ernesto, con la intención de dibujar un mapa en la tierra, saca un cuchillo de entre sus ropas. El Che, lejos de aceptar el decomiso del cuchillo, reclama su devolución en varias oportunidades ante las autoridades policiales. Los problemas con los uniformados continúan y los amigos deciden abandonar el país. Colombia deja una mala impresión en los argentinos, que no comprenden la actitud policial, pero menos el comportamiento de la gente que les recomienda constantemente que no se metan en problemas con los cuidadores del orden.

Ernesto Guevara y Alberto Granado cruzan la frontera hacia Venezuela por el río Tachira. La falta de dinero no es el principal problema que deben afrontar, se suma el asma de Ernesto que lo acosa en forma permanente. Los jóvenes han discutido varias veces la posibilidad de que el Che regrese a Buenos Aires. Guevara decide intentar una conexión con un pariente que transporta mercancías entre la capital argentina y Caracas y que podría facilitar el regreso en avión. Granado, por su parte, consigue un puesto como médico en un leprosario de la capital. Si el Che no logra ser transportado, los dos amigos continuarán el viaje hacia México. Ernesto contacta a su tío y éste le facilita el regreso. El Che debe obtener la visa de entrada a los Estados Unidos, pues el avión en el que viajará, cargado con caballos, está obligado a hacer un día de escala en Miami. La escala se transforma en tres semanas de permanencia en territorio de los EE.UU. producto de un desperfecto en uno de los motores del aeroplano. Finalmente Ernesto Guevara aterriza en el aeropuerto argentino de Ezeiza, donde es recibido por sus familiares.

La experiencia acumulada en el viaje ha dejado profundas huellas en Ernesto. Desde su regreso a Buenos Aires comienza a interesarse más en política. Su diario de viaje termina con una frase que será premonitoria. El Che afirma: "Estaré por el pueblo (...) asaltaré las barricadas y trincheras, teñiré en sangre mis armas y, loco de furia, degollaré a cuanto vencido caiga en mis manos.” El Che se lanza a una loca carrera contra el tiempo por la obtención de su título de médico. El 11 de abril de 1953 lo consigue. Llega a rendir más de diez materias anuales para lograrlo. Viaja a Córdoba donde Ernesto Guevara se encuentra con María del Carmen Ferreyra, en la villa "La Malagueña" donde juega una última carta en el intento de permanecer junto a esa mujer que significó tanto en su vida; el joven Guevara repite su proposición matrimonial y es rechazado nuevamente. Ernesto toma la decisión de seguir viajando, aparte de su familia, ya no son muchas las cosas que lo atan a la Argentina.

El segundo viaje por Latinoamérica, Ernesto Guevara lo realizará en compañía de su amigo Carlos "Calica" Ferrer a quien conociera en Alta Gracia, en la primera residencia cordobesa que el Che habitara con sus padres, en el Hotel "La Gruta". El 7 de junio de 1953, los amigos parten en un tren en el que recorrerán los tres mil kilómetros que separan Buenos Aires de la frontera con Bolivia ubicada en la provincia argentina de Jujuy. Otro tren los conducirá a La Paz, a la que arriban el 11 de julio, donde los jóvenes alquilarán un cuarto sobre la calle Yanacocha. Bolivia está en pleno proceso revolucionario. Por primera vez en la historia del continente, asalariados, mineros y campesinos derrocan a un Estado militarizado y se adueñan del poder político. El intento de implantar la reforma agraria, la nacionalización de las minas de estaño y la formación de un pequeño grupo de defensa compuesto por milicias populares, le ha costado al pueblo boliviano la vida de más de 2.000 mineros. Paz Estensoro encabeza el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). Según Paco Ignacio Taibo II, en su libro "Ernesto Guevara, también conocido como El Che", a pesar de la confusión general que todavía reina en La Paz, Guevara logra reconocer tres focos de poder en el MNR. Taibo dice: "A veces -refiriéndose a la reflexión de Ernesto-la percibe como una revolución fallida en la que la corrupción de los dirigentes los acabará arrojando a los brazos del imperialismo. Otras veces no puede dejar de respetar los tremendos combates de los mineros (...). Simpatiza con la reforma agraria, pero no ve quién pueda llevarla hasta el final. En una caracterización del partido triunfante, distingue tres alas. Un ala derecha entreguista y conciliadora representada por Siles Suazo, un centro que está escurriéndose hacia la derecha encabezado por Paz Estensoro y la izquierda encabezada por Lechín, el dirigente de los mineros, piensa que la revolución podrá resistir los embates externos, pero quebrará internamente por causa de las disidencias".

Ernesto Guevara conoce en La Paz a Ricardo Rojo, un abogado argentino que huyó de la persecución del peronismo y con quien vivirá el espectáculo denigrante de la desinfección de campesinos con DDT en los pasillos del ministerio de Asuntos Agrarios de Bolivia. El Che sale de ese país hacia Perú en compañía de Calica y de su reciente amigo Rojo, llevando consigo el presentimiento del futuro fracaso de la revolución y el convencimiento de que aquellos dirigentes que había conocido carecían de la intención moral de transformar la situación de los más necesitados de Bolivia. El Che cruza la frontera peruano-boliviana el 17 de agosto de 1953. Ya en el Cuzco, se dedica a recopilar material fotográfico e información que sumará a los que ya tenía de su viaje anterior y que serán destinados a la edición de un artículo, el único que saldrá publicado con su nombre verdadero, al que tituló "El enigma de piedra". A Ricardo Rojo no le interesa especialmente la arqueología y abandona momentáneamente el grupo. Los tres se reencuentran unas semanas más tarde en Guayaquil, Ecuador, donde los jóvenes se relacionan con tres estudiantes argentinos, entre ellos Gualo García, quien saldrá junto con Ernesto para Guatemala. Calica decide viajar a Venezuela para encontrarse con Alberto Granado. 

En Panamá Ernesto conoce a Rómulo Escobar, un estudiante que le ofrece alojamiento en su casa. En ese país el Che publicará su artículo sobre las investigaciones realizadas en Machu Picchu en la revista "Siete".

Guevara arriba a Costa Rica en los comienzos de diciembre. En San José toma contacto con un grupo de cubanos sobrevivientes del asalto al cuartel Moncada. De labios de Calixto García y Severino Rosell, escucha por primera vez el nombre de Fidel Castro. En Nicaragua, el Che se encuentra por casualidad, mientras caminaba por una ruta, con su amigo Ricardo Rojo, que pasaba en automóvil. Juntos seguirán hasta Guatemala. Un ataque de asma le da la bienvenida a Ernesto Guevara a su arribo al país gobernado por el coronel nacionalista Jacobo Arbenz, de tendencia liberal, que a la llegada del Che enfrentaba la presión incesante de los Estados Unidos.

Cuando Guevara percibe en el aire político guatemalteco la posibilidad de un golpe militar repasa las direcciones de los amigos radicados en México; en la lista se encuentra la de Ulises Petit de Murat, un reconocido cineasta argentino radicado en ese país. 

Ernesto parte hacia la frontera con El Salvador, la visa se le vence y su deseo de andar se acrecienta. En Honduras le niegan la visa para ingresar al país y en unos días más el Che se encuentra nuevamente en Guatemala.

Guatemala hierve ante la ola de rumores sobre un inminente levantamiento militar. Un cargamento de armas checoslovacas que llega a Guatemala rompiendo el bloqueo que Estados Unidos ha impuesto a la región es causa suficiente para que los militares encabezados por el coronel Castillo iniciaran la ofensiva militar desde Honduras.

Ernesto Guevara vivirá a partir de ese momento en la sede de la delegación diplomática argentina. Un día después de la renuncia de Arbenz, Hilda Gadea acompañará a Ernesto en el tren que lo conduce a la frontera. En el viaje, el Che promete a la joven esperarla en México.

En México, Ernesto alquila un pequeño departamento en el que recibirá a la reciente deportada por las autoridades guatemaltecas Hilda Gadea. Allí participa de las reuniones de los exiliados cubanos, que tienen el convencimiento de que la única forma de derrocar al dictador Batista es por la fuerza de las armas.

El 8 de julio de 1955 Ernesto Guevara conoce a Fidel Castro con quien participaría, en un futuro no muy lejano, de la invasión a Cuba. El "Granma" pone la proa hacia Cuba, a la que llegará el 2 de diciembre de 1956. El Che ha pasado en México, al que nunca más volvería, dos años y tres meses de su vida.  Bueno, pero esa es otra historia.

miércoles, 8 de junio de 2022

Mi Filósofo Preferido

                                                                                       


JEAN PAUL SARTRE, CONDENADO A SER LIBRE

 

Víctor Rey

 

 

 

Jean Paul Sartre nació un 21 de junio de 1905 en Paris, Francia.  Fue reconocido en el mundo entero como el intelectual por antonomasia.  Este filósofo bizco que media 1,55 centímetros fue centro de numerosas polémicas y sus conferencias llenaban los auditorios.

 

Cuando estudiaba filosofía en la Universidad de Concepción tomé un curso electivo sobre este filósofo y teníamos que llegar con tiempo para encontrar un puesto en la sala, ya que la demanda por saber sobre este pensador francés era grande.  Un inconveniente que tuvimos era relacionado con la bibliografía ya que estábamos en pleno período de la dictadura militar y por supuesto este pensador estaba vetado.  Así que el profesor nos entregaba copias de artículos que estudiábamos en las clases y comentábamos en los patios y cafés con otros estudiantes.  Esto contrasta con lo que sucede hoy ya que estudiantes en los colegios secundarios leen sus libros y representan sus obras teatrales.

 

Jean Paul Sartre fue un exitoso narrador, novelista, periodista político y autor teatral.  Fue el mayor responsable de que la palabra existencialismo permeara la sociedad occidental y se convirtiese en moda y más tarde en cliché.  Sin embargo, incluso antes de su muerte ocurrida el 15 de abril de 1980, ya había sido enterrado por sus contradictores, olvidado por los filósofos y denostado a causa de sus posturas políticas radicales. 

 

Estudió en la Ecolé Normale Supériure de París, en la Universidad de Friburgo, Suiza y en el Instituto Francés de Berlín.  Enseño filosofía en varios liceos desde 1929 hasta el comienzo de la II Guerra Mundial, momento en que se incorporó al ejército.

 

Desde 1940 hasta 1941 fue prisionero de los alemanes, después de su puesta en libertad, dio clases en Neuilly (Francia) y más tarde en París, y participa en la Resistencia Francesa.  Las autoridades alemanas, desconocedoras de sus actividades secretas, permitieron la representación de su obra de teatro autoritaria La Moscas (1943) y su publicación de su trabajo filosófico célebre El Ser y la Nada (1943).

 

Sartre dejó la enseñanza en 1945 y fundó con Simone de Beauvoir entre otros, la revista política y literaria Les Temps Modernes, de la que fue editor jefe.

 

Se le consideró un socialista independiente activo después de 1947, crítico tanto con La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) como con los Estados Unidos en los años de la Guerra Fría.

 

En la mayoría de sus escritos de la década de 1950 están presentes cuestiones políticas incluidas sus denuncias sobre la actitud represora y violenta del ejército francés en Argelia.  Rechazó el Premio Nobel de Literatura de 1964 y explicó que si lo aceptaba comprometería su integridad como escritor.

 

Las obras filosóficas de Sartre conjugan la fenomenología del filósofo Edmund Husserl, la metafísica de los filósofos alemanes Gerg Wilhem, Friedrich Hegel y Martín Heidegger, y la teoría social de Karl Marx en una visión única llamada existencialismo.  Este enfoque, que relaciona la teoría filosófica con la vida, la literatura, la psicología y la acción política, suscitó un amplio interés popular que hizo del existencialismo un movimiento mundial.

 

La tragedia de Jean Paul Sartre es la de los escritores que llegan a ser más famosos que su obra.