jueves, 21 de noviembre de 2019

En el Día Mundial de la Filosofía


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LA FILOSOFÍA COMO FORMA DE VIDA

Víctor Rey

Muchos piensan que la filosofía no sirve para nada y que, por extensión, las teorías están superadas por la realidad. Hoy mandan las tecnologías –dicen-; por lo tanto es la hora de la práctica. A continuación una propuesta para reivindicar la filosofía. La modernidad es hija de las tecnologías, se ha dicho. Y no les faltan razones, a quienes proponen la ‘muerte’ de la filosofía, en aras del bienestar que ofrece la nueva diosa de la sociedad –las tecnologías de información y comunicación- que han inundado todos nuestros escenarios. Y sin habernos dado cuenta ya estamos virtualmente –virtual y literalmente- atrapados por ella.
 • No hay técnica sin teoría El mundo se ha convertido en un espectáculo, advierte Vargas Llosa. Todo tiene que ser visto y oído al instante, por todas las personas, en cualquier lugar del orbe. Lo práctico, lo emotivo, lo lúdico, lo espectacular se han hecho entonces la regla, amplificadas por los medios de comunicación que avanzan imparables gracias a las nuevas tecnologías. Así, muchas personas –con razón o sin ella- proclaman a la técnica y las tecnologías, como si ellas fueran el único referente del progreso y del cambio. ¡Cuán errados están! Es que no hay técnica sin teoría. La técnica, en efecto, es el conocimiento aplicado, es el valor agregado o añadido; es el conjunto de herramientas, métodos, sistemas y procedimientos que hacen posible la elaboración de un producto o un servicio. En otras palabras, las diferentes técnicas y tecnologías serían inadmisibles sin el concurso de la filosofía que, supuestamente, según varios eruditos, se ha ‘licuado’ en beneficio del confort y la mercancía. Y la filosofía es la madre de todas las ciencias.
 • Filosofía es más que pensar ¿Qué es, entonces, la filosofía? Para responder a esta pregunta hay que acudir a los griegos, quienes generaron pensamiento crítico, crearon proposiciones lógicas y contribuyeron para que la vida sea entendida, practicada y ordenada a fines superiores. Y no estamos hablando de religión, sino de juicios que nos permiten reflexionar sobre ciertas interrogantes relacionadas con el ser, la felicidad, la vida y su sentido último. La Filosofía está reconocida como una ciencia y un arte. Ciencia cuyo valor más alto, según Aristóteles, es la sabiduría. En su escala, Aristóteles establece precisamente algunos pasos, desde lo más elemental e instintivo –los sentidos y percepciones-, pasando por la experiencia o empiria, la frónesis y el ámbito moral, la lógica o la ciencia del juicio verdadero y el episteme o ciencia, hasta desembocar en lo dicho: el sofos o la sabiduría. Y la Filosofía es arte, en tanto explica las armonías de la naturaleza, la estética y los cambios que se producen.
• Sócrates en escena Se sostiene que la tradición socrática se fundamenta en tres ejes inseparables, según Jules Evans, en el libro ‘Filosofía para la vida y otras situaciones peligrosas’: 1) Los seres humanos pueden conocerse a sí mismos. Podemos usar la razón para analizar nuestras creencias y valores inconscientes; 2) Los seres humanos pueden cambiarse a sí mismos. Podemos usar nuestra razón para cambiar nuestras creencias, lo cual cambiará nuestras emociones, ya que estas derivan de las creencias; y 3) Los seres humanos pueden crear conscientemente hábitos de pensamiento, sentimientos y acción’. Y una consecuencia obvia de los mencionados ejes es un cuarto, que motiva este artículo: ‘si seguimos la filosofía como forma de vida, podremos vivir con más plenitud’.
• Plenitud ¿Qué quiere decir esto? No es fácil una respuesta general, pero sí una aproximación, de acuerdo, claro está, a nuestra propia experiencia. La idea central es ‘conocerse a sí mismo’, como punto de partida. ‘Una vida sin examen no merece ser vivida’, dijo Sócrates. En segundo lugar, que el cambio no depende esencialmente de otros, sino de sí mismos, que se complementa con la siguiente reflexión: ‘Si no sabes quién eres y a dónde vas, serás lo que no quieres ser e irás a cualquier parte’, como sostiene Octavio Paz. Y en cuanto a la plenitud, ¿tenemos claro qué es lo pleno? ¿Aquello que nos ‘llena’ de felicidad? ¿Es el dinero? ¿O el afecto? ¿Su familia, sus hijos? ¿Tiene una meta como razón de vivir? ¿Quiere ser saludable, saber que está vivo, amar y ser amado? Hay, pues, muchas respuestas y nuevas preguntas: ¿Quién soy? ¿Qué hago? ¿Por qué soy el que soy? ¿Por qué vivo así? ¿Es que espero un milagro, un golpe de suerte o alguien que haga algo por mí? Pensar –de la mano de la filosofía- es el comienzo. Porque las soluciones están en usted mismo. Disculpen: ya me puse trascendental.

sábado, 9 de noviembre de 2019

A 30 años de la Caída del Muro de Berlín (1989-2019)


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A 30 años de la Caída del Muro de Berlín y mi visita a esa ciudad.

Víctor Rey

En julio de 1991 la Asociación Mundial Para la Comunicación Cristiana por sus siglas en inglés WACC, me invitó a participar en un seminario que se realizó en Berlín en la parte oriental de esa ciudad. El tema era reflexionar sobre el papel que habían jugado los medios de comunicación en la Caída del Muro de Berlín y en la posterior caída de bloque socialista y de la Unión Soviética.  Yo en ese tiempo me encontraba haciendo estudios de post grado de Comunicación Social en la Universidad Católica de Lovaina en Bélgica.  Una de las ciudades que quería conocer era justamente Berlín, por lo que significaba en relación a su historia y a la Guerra Fría que se había vivido recientemente y todo lo que se había escrito, filmado y comentado en relación a este hecho histórico.
Hacer el viaje en tren, partiendo desde Bruselas, pasando por Liege, Aachen, Koln, Hannover y llegando a Berlín de noche a la oscura estación, ha sido para mí una de las experiencias más ricas de encontrarme con la historia contemporánea.  Salí caminando de la estación para acercarme al hotel donde se realizaría el seminario.  Cruzar el rio Spree a esa hora fue algo sobrecogedor. Me recordó las películas de espías que muchas veces he visto.
Durante los días del seminario de la WACC pude salir a caminar y conocer esta ciudad recorriendo sus calles, iglesias, monumentos y museos.  Recuerdo su Catedral, el Reichstag, Alexanderplatz, el bulevar de Unter den Linder, Chekpoint Charlie, la Puerta de Brandeburgo, la Universidad de Humbold, la estatua de Carlos Marx y Federico Engels, el edificio del Partido Comunista y por supuesto el muro de Berlín.  Me faltaron días para recorrer la parte oeste y este de esta hermosa ciudad.
El 9 de noviembre de 1989, la gente de la Alemania Oriental ocupada tomó el control de su destino cuando literalmente derribaron a martillazos el Muro de Berlín.  Sucedió gracias a la presión de una muchedumbre que se movilizo en la búsqueda de la libertad.  La caída del muro de Berlín se transformó en el símbolo del fracaso y posterior desmantelamiento del régimen socialista instaurado por los soviéticos. Uno de los hechos históricos más importantes de la historia contemporánea de la humanidad.
Es difícil revivir el drama apasionante de ese periodo en la Europa de hace 25 años.
Durante 1989 hubo señales claras de que el imperio soviético se desmoronaba. En Polonia, Hungría y otros lugares los movimientos populares desafiaron con éxito a los regímenes respaldados por los soviéticos que habían perdido su legitimidad desde hacía mucho.
Pero el drama fue más intenso en Alemania Oriental y Occidental, el epicentro de la Guerra Fría.
Desde el 13 de agosto de 1961, cuando Alemania Oriental erigió la terrible barrera que separó a Berlín Oriental de Berlín Occidental y de Alemania Oriental, el muro se volvió el temido símbolo del aislamiento y la desesperanza.
Las familias quedaron separadas, y durante el siguiente cuarto de siglo más de 100 alemanes murieron tratando de escapar al otro lado del muro.
Entonces, el 9 de octubre de 1989, más de 7.000 alemanes orientales se reunieron afuera de la iglesia Nikolai en Leipzig; llevaban velas que simbolizaban la paz y coreaban: wir sind das Volk! (¡somos el pueblo!).
A las manifestaciones siguieron protestas cada vez mayores, en Leipzig y en toda Alemania Oriental. Precisamente un mes después, cayó el Muro de Berlín.
El doble muro de concreto de más de tres metros de altura y de más de 150 kilómetros de extensión es en sí mismo un testimonio de las locuras que puede llevar el totalitarismo.  Su construcción se inició en agosto de 1961, después que 3,5 millones de alemanes emigraron del país.  Se hizo bajo la excusa de que se construía para evitar el ataque de la Alemania Occidental.
En Chile el año anterior habíamos derrotado en un plebiscito la dictadura de Pinochet y veíamos como una señal de los tiempos lo que veíamos a través de la televisión en Alemania y luego en el resto de Europa de Este.  Era la lucha por la libertad que se daba en todo el mundo y atisbábamos que era el inicio de una nueva época, de una nueva era de una nueva civilización para la humanidad.  Por eso creo que la historia contemporánea se divide en un ante y un después de la Caída del Muro de Berlín.  Doy gracias por el privilegio que he tenido de ser un testigo privilegiado de ese hecho histórico que pude ver en directo y por la televisión.
Sin embargo, 30 años más tarde, el 9 de noviembre de 2019, todos deberíamos festejar en conmemoración de lo que ocurrió en ese día crucial.  Se puede hacer un balance de estos años desde muchos puntos de vista.  Como en toda historia humana, en el período recorrido hay luces y sombras, éxitos y fracasos.  Pero quedan algunas verdades: Alemania del Este se integró en la República Federal y recuperó la democracia y la libertad.
Ese momento mágico es un recordatorio para toda la gente de todo el mundo, para los que vivían entonces, para los que viven ahora y para quienes vivirán en el futuro. La tiranía no puede suprimir la voluntad de quienes ansían la libertad y la justicia y desean una vida mejor para sí y para sus hijos.
Las palabras del Papa Francisco en el aniversario de este hecho rezando el en la Plaza de San Pedro hace algún tiempo dijo la mejor lección que podemos aprender de este hecho: “Que caigan todos los muros que todavía dividen al mundo y que exista una cultura del encuentro.  Que no vuelva a suceder que personas inocentes sean perseguidas y asesinadas a causa de sus creencias o religión.  Donde hay un muro hay una clausura del corazón.  Sirven puentes y no muros.”

martes, 5 de noviembre de 2019

Un análisis sobre la crisis que esta viviendo Chile


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CHILE DESPERTÓ

Víctor Rey

El viernes 18 de octubre viajé a Santiago y mi amigo Jaime Vejar me recogió en el aeropuerto.  De inmediato me comentó que la ciudad se encontraba convulsionada y que el metro no estaba funcionando y que las reuniones que tendríamos quizás serian suspendidas ya que la gente no podría movilizarse. En los días siguientes me encontré con diversas manifestaciones de protestas la mayoría pacíficas en la Plaza de Armas, la Plaza Ñuñoa, la Plaza Italia y la Alameda principal avenida de Santiago. Con mi amigo Rubén Pávez participé en varias de estas manifestaciones, así que pude formarme una visión de esta crisis social que hoy envuelve a Chile y que todavía no tiene un desenlace.  Trato aquí de explicar las causas y las soluciones posibles.
Chile vive una verdadera explosión social. Inicialmente un grupo de estudiantes llamó a evadir los torniquetes del metro para oponerse al aumento de las tarifas y logró paralizar completamente la ciudad de Santiago. Ello se extendió velozmente hasta que en un solo día dos millones de personas, un millón y doscientos mil sólo en Santiago, marcharon pacíficamente por las calles del país agitando reivindicaciones sociales y políticas largamente anheladas y expresadas por años en múltiples manifestaciones pacíficas que nunca fueron escuchadas.
En medio, violencia de grupos extremos minoritarios, atentados coordinados contra símbolos del crecimiento económico y de expansión social como el Metro, saqueos de delincuentes, respuesta represiva del Estado con Estado de Emergencia, los militares a cargo del orden público, dolorosas muertes y violaciones masivas a los derechos humanos por parte de agentes del Estado. Chile, un país en llamas, suspensión de la APEC y de la CPO 25 que eran signo de un rol de confianza de la comunidad internacional en la estabilidad del país.
Un gobierno sobrepasado por los acontecimientos, incapaz de reaccionar - por su propio ADN, su visión neoliberal y la falta de toda empatía con la indignación ciudadana - frente a las masivas protestas y que inicialmente solo fue capaz de recurrir a las respuestas tecnocráticas, casi burlescas, y a la represión.
Una izquierda, también sobrepasada, sin rol en el origen ni en el despliegue de las manifestaciones espontáneas, sin liderazgos ni interlocutores, coordinadas por las redes sociales, e incapaz de asumir un rol de Estado frente al desvanecimiento de este y de canalizar el descontento, entre otras cosas porque ha gobernado por 24 años y es parte del problema, hacia una salida social y política reconocida como válida por los manifestantes y la ciudadanía en general.
Explosiones sociales de esta naturaleza, masivas e incontrolables porque en su versión pos moderna se auto convocan y no tienen una referencia partidista o gremial, ni pertenecen a un solo sector social y a una sola ideología o visión cultural, se producen, y basta una gota que rebalse el vaso como ocurrió con el alza del pasaje del metro en Chile, el decreto de alza de la gasolina en Ecuador o en el lejano Líbano con el impuesto al wasap, cuando se conjugan la ruptura de la cohesión social, el atrincheramiento y desconexión de la elite político empresarial con el resto de la sociedad, la total desconfianza en todos los partidos políticos y en las instituciones, es decir, cuando la crisis de representatividad es tan aguda que la población decide representarse a sí misma y no acepta mediaciones ni liderazgos de ninguna naturaleza. Cuando el común denominador es la indignación.
La mayoría de Chile está indignada. La incertidumbre, que es una característica del mundo actual, penetra en todo el tejido social por las bajas remuneraciones, el endeudamiento con el cual se sostiene una parte importante de la movilidad social alcanzada en estos 30 años, las bajas pensiones de un sistema como las AFP que ha fracasado, la inequidades en la salud pública, el alto costo de la vida donde casi todo vale más que en el resto del continente, la falta de seguridad frente al aumento de la delincuencia y de la presencia de los grupos  narcos en los barrios, la sordera y desconexión de un gobierno y de una elite política que creía vivir en un oasis y que en cambio descubre tardíamente que esto se parece más a un pantano que va poco a poco hundiendo a la población a un creciente desmejoramiento de su calidad de vida y ,sobretodo, de las expectativas de alcanzar, a través del mercado que es el medio que impone el capitalismo neoliberal, un mejor horizonte para las familias.
Se desmorona un modelo basado en la promesa de que el crecimiento económico por si mismo podría brindar mayores oportunidades, sobre todo cuando el crecimiento se detiene por las fracturas globales de la economía, que ha mantenido altos índices de desigualdad, la mayor de los países de la APEC, y donde los verdaderos beneficiados son ese 1% de los poderosos que perciben el 33% de la riqueza y altísimas utilidades en servicios de interés público que son privados y cuando el 50% de la población percibe alrededor de 400 mil pesos mensuales.
Se quiebra así definitivamente un contrato social que ya no responde a las nuevas exigencias de una sociedad interconectada, más informada, con mayor educación, con capacidad de organizarse en redes por si misma y que ya no acepta más la inequidad, los abusos de los grandes grupos económicos que caracterizan a un pacto que no representa los intereses de la mayoría de los chilenos y no solo de los pobres o de las capas medias vulnerables. De allí la sorprendente transversalidad de las protestas y el altísimo grado de adhesión a ellas.
Pero se quiebra también el contrato político, basado en una transición de la dictadura a la democracia que permitió la subsistencia de una Constitución de origen y contenido autoritario y que pese a las modificaciones del 2005, que recién después de 15 años logró sacar los mayores enclaves autoritarios y devolver a los militares a los cuarteles, mantiene su ilegitimidad y los signos de una democracia tutelada por el modelo neoliberal que ha subsistido, por los intereses de los grupos económicos que siempre han presionado contra los cambios no solo económicos sino también políticos, por un amplio sector de la derecha política que ha defendido el legado pinochetista y no ha salido plenamente del bulbo autoritario y con instituciones anquilosadas, restrictivas, alejadas de la pluralidad y de la diversidad cultural y  normativa del siglo XXI.
Por tanto, para dar una salida a una protesta social que puede continuar, reencenderse y agigantarse, incluso hacerse más violenta, porque la rabia empuja sicológicamente a la violencia incluso a personas que no lo son corrientemente, en cualquier momento, asemejando a la consigna de los indignados españoles “si no nos dejan soñar, no los dejaremos dormir”, se requieren soluciones de fondo y ahora.
Hay que terminar, en primer lugar, con los templos del modelo neoliberal, las AFP y las ISAPRES.
Hay que reestructurar un modelo económico que tiene las menores tasas impositivas de la OCDE para mejorar la distribución del ingreso.
Hay que avanzar a un modelo con un Estado presente en la economía que defienda a la población de los excesos, regule y controle directamente algunos de los sistemas sociales que hoy son privados, es decir fin al Estado subsidiario establecido en la actual Constitución.
Hay que construir un modelo de desarrollo sustentable, que proteja el medio ambiente, moderno, innovador, que salga solo de la matriz extractiva y se despliegue en una economía de mayor valor agregado.
Pero también, hay que instalar una nueva Constitución que represente a todos los chilenos. Esta es una exigencia política pero también de sentido, los países se desarrollan cuando tienen, aún en la necesaria diversidad ideológica y en la competencia de opciones de poder, objetivos y un norte común.
Una nueva Constitución que nazca de un contrato no sólo con los políticos y el Parlamento sino esencialmente con la sociedad y en la cual ella intervenga en su génesis y aprobación.
Lo primero, es plebiscitar si la sociedad quiere una nueva Constitución. A la vez, el mecanismo con el cual ella se formula.
La derecha debe dar prueba, en medio de las protestas, que no se queda en el pasado, que es capaz de enfrentar un proceso de democratización de la sociedad, demostrar que tiene propuestas culturales y normativas que la alejen de lo que hoy defienden : la herencia constitucional de la dictadura.
Si ello, ocurre, tendremos un país mejor porque nos cotejaremos en el ámbito de las opciones democráticas sin tutelajes de ninguna naturaleza.
Con ello, sin letra chica, se puede dar una salida democrática a la crisis social que ha desbordado el statu quo.
Se puede con ello también aislar a la violencia, a los grupos violentistas políticos que creen que destruyendo el Metro, o enfrentando con molotov a la fuerza pública o quemando un hotel destruyen el sistema.
A los delincuentes, dentro de ellos probablemente también los narcos, que están organizados esperando las grandes aglomeraciones para incendiar y saquear.
A quienes despliegan la ideología de la violencia que finalmente ensucian las movilizaciones de los millones que protestan pacíficamente y causan daño a los más pobres.
Ninguna connivencia con la violencia, ella debe ser combatida con los instrumentos que el estado de Derecho establece y con el rechazo de la propia ciudadanía. Sin embargo, la violencia no es solo un tema de orden público, es también un fenómeno social a través de la cual grupos buscan visibilizarse, constituirse en una expresión en un mundo que los ha marginalizado.
Por ello, para identificar a estos grupos, se requiere trabajo de inteligencia preventiva, que Chile no tiene, y una mayor capacidad operativa en territorio de las policías.
Pero también políticas sociales y culturales que permitan que, al menos, la frustración generacional que existe y tiene motivaciones políticas, se encauce en un contexto de mayor diálogo e inserción en una sociedad que brinde a todos mayores oportunidades.
Los jóvenes que promueven, bajo la ideologización o la frustración, la violencia no son extraterrestres, son parte de nosotros, a veces nuestros hijos o hijos de nuestros amigos, nuestros alumnos, no están ubicados solo en un estrato social porque la frustración no es solo un fenómeno de marginalidad económica sino también de exclusión cultural, de afectividad, de sentimientos, de horizonte.
La duda, es si el gobierno, porque es el que tiene los instrumentos para propiciar los cambios, tendrá el coraje político, social y el compromiso democrático para avanzar en estas reformas estructurales o recurrirá al gatopardismo esperando que todo se calme en la desidia y el cansancio y sin mirar que esta sociedad de millones movilizados estará alerta y que el próximo estallido puede arrasar con todo lo que defiende y creen.
Creo que leer ahora al filósofo polaco Zygmunt Bauman y su libro “La sociedad líquida”, nos ayudará a entender lo que está pasando hoy en Chile, en América Latina y en el mundo.  Estamos en medio de una crisis global que afecta toda la sociedad, la civilización y todas sus instituciones.  Asistimos a la crisis de la modernidad y Chile hoy es un pequeño ejemplo de este fenómeno.