EL GENERAL EN SU LABERINTO UNA NOVELA ENTRE LA
HISTORIA Y LA FICCIÓN
Víctor Rey
Acabo de terminar de leer la obra de García
Márquez “El general en su laberinto”, justo el 17 de diciembre del 2018, es
decir en el aniversario 188 de su muerte acaecida en el año 1830 en Santa Marta.
Me demoré casi un año en leerla ya que lo hice lentamente disfrutando su
lectura y aprendiendo de la vida de Simón Bolívar, ya que no tenía muchas
noticias al respecto. Esta novela que
está en el cruce de la historia y la ficción es la obra posterior a “El
amor en los tiempos del cólera” y la más alejada del registro real mágico que
caracterizó a la producción de Gabriel García Márquez desde la década de 1960
hasta 1989 año de la publicación.
En “El general en su laberinto”, García Márquez se desprende de una
buena parte de los artilugios estilísticos que acuñó en obras como “Cien
años de soledad” y “El amor en los tiempos del cólera” para
ofrecer un retrato descarnado de los últimos meses de vida del Libertador Simón
Bolívar. Esta prosopografía del Libertador, en términos estilísticos, está
emparentada con la economía de recursos que utilizó en “La hojarasca”, cerrando
así un ciclo vital de escritura en el que García Márquez desplegó su talento
como narrador para entregar obras a la altura del denominado canon occidental.
“El general en su laberinto” resalta el
desconsuelo del Libertador por el naufragio de la empresa a la que consagró su
vida, a saber: la unidad del continente desde el Río Grande hasta Patagonia.
Las conjuras y consejas que concluyen con la muerte de su sucesor espiritual,
Antonio José de Sucre, son ambientadas en medio de las fiebres tuberculosas que
asaltan a Bolívar en su último viaje por champán a lo largo del río Magdalena y
los hospedajes que habitó en Cartagena y Santa Marta. García Márquez, quien
invirtió más de tres años en la novela, realizó una investigación minuciosa del
contexto histórico del Libertador, pero, tal como lo afirmó en el prólogo, su
interés radicó en narrar la travesía del Libertador por el Magdalena. Así, la preocupación no era solamente
histórica sino también estética ya que García Márquez utiliza al río para
construir un retrato de época en las dos novelas que corresponden a la década
de 1980: “El amor en los tiempos del cólera” y “El general en su
laberinto”.
Como se ha mencionado, “El general en su
laberinto” es una producción inusual en la obra de García Márquez. Por un lado,
hay un desprendimiento de los recursos del realismo mágico para centrar el
estilo en el retrato descarnado del Libertador Simón Bolívar; por otro, hay una
elaboración consistente del río Magdalena en el campo de la construcción de un
retrato veraz de la época, no exento de la utilización de recursos poéticos que
vivifican la presencia natural del río como un personaje que acompaña al
Libertador en pos de un buque que lo saque a Europa o, en su defecto, que lo
conduzca hacia su última morada, cuando aún considera que puede liderar la toma
de Riohacha y reiniciar la unidad del territorio de la América Grande
—comprendido entre el Río Bravo y la Patagonia— en crisis por la acción
política de las grandes familias beneficiadas por el caos institucional en los
países colombinos.
El uso de la prosopografía por parte de García
Márquez es particular en El general ya que parece competir con la iconografía
heroica que ha sido construida en torno a la figura del Libertador en casi
doscientos años. En cierta forma, desmitifica al personaje de la cartilla para
transformarlo en un ser humano, presa de fiebres tuberculosas pero dispuesto a
entregar los restos de salud para rescatar la idea de la unidad del continente.
Esta vulnerabilidad que provocaba fiebres, delirio y enajenación a Bolívar es
el efecto que logra García Márquez para mostrarnos, a manera de deícticos,
pasajes e impresiones de la vida de Bolívar que el autor rescata de archivos o
de investigaciones coordinadas con estudiosos amigos —a los que tuvo bien
retribuir en los agradecimientos finales del libro—. Así, el lector descubre la
malquerencia entre Bolívar y Santander cuyo culmen se presenta en la
conspiración septembrina, pero que venía sembrándose desde antes cuando Bolívar
pondera los esfuerzos de los políticos venezolanos para apoyar los esfuerzos
del Congreso de Angostura; también conoce de primera mano el carácter
diplomático del mariscal Sucre, quien desiste a la grandeza de ser el
unificador del territorio que había libertado Bolívar para dedicarse a
retribuir al amor de su esposa y su hija; los odios que surgen por las
rivalidades entre egos, promovidos por el mismo Bolívar, como el caso del
citado Sucre y Urdaneta. La fuerza de los retratos psicológicos que García
Márquez intercala a lo largo de la travesía del río introduce la acción
narrativa en la obra. Acá es importante la fuerza de la introspección ejercida
por un narrador omnisciente que utiliza los recursos de la tercera persona
gramatical para descubrir estos casos de historia menuda que no son abordados
por la historia oficial. De hecho, la ficción novelesca basa toda su potencia
en este recurso. En ese sentido, García Márquez transforma las funciones del
narrador omnisciente al utilizar los recursos de interiorización para hacer decir
discursos a los personajes que un lector desprevenido podría considerar
ciertos. Caso paradigmático son las últimas palabras del Libertador:
“¿Qué es esto?… ¿Estaré
tan malo para que se me hable de testamento y de confesarme?… ¡Cómo saldré yo
de este laberinto!” Que devienen en: “Carajos”,
suspiró. “¡Cómo voy a salir de este laberinto!”
La suerte de Manuela, la Libertadora del
Libertador, signada por lo trágico, adquiere un valor poético que la historia
tradicional condensa en unas cuantas líneas, despojando de valor vivencial los
actos que marcaron a una vida. Aunque las cartas están marcadas, los destinos
que narra García Márquez encuentran una trascendencia que pareciera haber sido
negada por la historia. El lector recorre estas “vidas cruzadas” mientras que
asiste al deterioro de la figura de Bolívar, a quien le llegan señales de su
decadencia a través de rumores o de noticias emitidas por los más cercanos.
“Una tarde, mientras el
general yacía en el sopor de la fiebre, alguien en la terraza despotricaba a
voz en cuello por el abusos de cobrar doce pesos con veintitrés centavos por
media docena de tablas, doscientos veinticinco clavos, seiscientas tachuelas
corrientes, cincuenta de las doradas, diez varas de madapolán, diez varas de
cinta de manila y seis varas de cinta negra.”
José Palacios, el sirviente que dirá “lo justo
es morirnos juntos” cuando el general le otorgue una cláusula irrevocable e
irrenunciable de ocho mil pesos, es la voz que da el contratiempo al declive de
Bolívar. Más adelante, cuando su destino, signado por el alcohol, concluya,
García Márquez dejará a los lectores en el flujo del narrador omnisciente para
llegar hasta la nada.
“De hecho fue así, pues
manejó tan mal sus dineros como el general manejaba los suyos. A la muerte de éste
se quedó en Cartagena de Indias a merced de la caridad pública, probó el
alcohol para ahogar los recuerdos y sucumbió a sus complacencias. Murió a la
edad de setenta y seis años, revolcándose en el lodo de los tormentos
del delirium tremens, en un antro de mendigos licenciados del ejército
libertador.”
La personificación de Palacios, tan distinguido
y más presto a la confusión del pueblo que lo veía como el Libertador, es otro
acierto narrativo de García Márquez. Palacios es trasunto de Bolívar en un plano
de idealización subjetiva:
“Lo raro es que desde
anoche no volvimos a tener fiebre […] ¿Qué tal si el curandero fuera mágico
de verdad?”
Aunque la novela abarca una parte de dicha
historia que, como lo asegura García Márquez, ha sido poco testimoniada, no es
una recreación en regla de la época ni tampoco es una novela histórica. Es un
artefacto de ficción que utiliza momentos históricos para cumplir con el
cometido de narrar los últimos meses de Simón Bolívar, sus desengaños, amores,
y su periplo vital, apoyado en los recursos descritos a lo largo de estas
anotaciones.
El recurso del narrador omnisciente, característico
en la obra de García Márquez, despliega en “El general en su
laberinto”, un viaje a la conciencia moribunda de Simón Bolívar que empata con
procedimientos realizados en novelas como “La hojarasca”.