jueves, 21 de octubre de 2021

En el segundo aniversario del Estallido Social en Chile

                                                                               


 

CHILE DESPERTÓ

 

Víctor Rey

 

El viernes 18 de octubre viajé a Santiago y mi amigo Jaime Vejar me recogió en el aeropuerto.  De inmediato me comentó que la ciudad se encontraba convulsionada y que el metro no estaba funcionando y que las reuniones que tendríamos quizás serian suspendidas ya que la gente no podría movilizarse. En los días siguientes me encontré con diversas manifestaciones de protestas la mayoría pacíficas en la Plaza de Armas, la Plaza Ñuñoa, la Plaza Italia y la Alameda principal avenida de Santiago. Con mi amigo Rubén Pávez participé en varias de estas manifestaciones, así que pude formarme una visión de esta crisis social que hoy envuelve a Chile y que todavía no tiene un desenlace.  Trato aquí de explicar las causas y las soluciones posibles.

Chile vive una verdadera explosión social. Inicialmente un grupo de estudiantes llamó a evadir los torniquetes del metro para oponerse al aumento de las tarifas y logró paralizar completamente la ciudad de Santiago. Ello se extendió velozmente hasta que en un solo día dos millones de personas, un millón y doscientos mil sólo en Santiago, marcharon pacíficamente por las calles del país agitando reivindicaciones sociales y políticas largamente anheladas y expresadas por años en múltiples manifestaciones pacíficas que nunca fueron escuchadas.

En medio, violencia de grupos extremos minoritarios, atentados coordinados contra símbolos del crecimiento económico y de expansión social como el Metro, saqueos de delincuentes, respuesta represiva del Estado con Estado de Emergencia, los militares a cargo del orden público, dolorosas muertes y violaciones masivas a los derechos humanos por parte de agentes del Estado. Chile, un país en llamas, suspensión de la APEC y de la CPO 25 que eran signo de un rol de confianza de la comunidad internacional en la estabilidad del país.

Un gobierno sobrepasado por los acontecimientos, incapaz de reaccionar - por su propio ADN, su visión neoliberal y la falta de toda empatía con la indignación ciudadana - frente a las masivas protestas y que inicialmente solo fue capaz de recurrir a las respuestas tecnocráticas, casi burlescas, y a la represión.

Una izquierda, también sobrepasada, sin rol en el origen ni en el despliegue de las manifestaciones espontáneas, sin liderazgos ni interlocutores, coordinadas por las redes sociales, e incapaz de asumir un rol de Estado frente al desvanecimiento de este y de canalizar el descontento, entre otras cosas porque ha gobernado por 24 años y es parte del problema, hacia una salida social y política reconocida como válida por los manifestantes y la ciudadanía en general.

Explosiones sociales de esta naturaleza, masivas e incontrolables porque en su versión pos moderna se auto convocan y no tienen una referencia partidista o gremial, ni pertenecen a un solo sector social y a una sola ideología o visión cultural, se producen, y basta una gota que rebalse el vaso como ocurrió con el alza del pasaje del metro en Chile, el decreto de alza de la gasolina en Ecuador o en el lejano Líbano con el impuesto al wasap, cuando se conjugan la ruptura de la cohesión social, el atrincheramiento y desconexión de la elite político empresarial con el resto de la sociedad, la total desconfianza en todos los partidos políticos y en las instituciones, es decir, cuando la crisis de representatividad es tan aguda que la población decide representarse a sí misma y no acepta mediaciones ni liderazgos de ninguna naturaleza. Cuando el común denominador es la indignación.

La mayoría de Chile está indignada. La incertidumbre, que es una característica del mundo actual, penetra en todo el tejido social por las bajas remuneraciones, el endeudamiento con el cual se sostiene una parte importante de la movilidad social alcanzada en estos 30 años, las bajas pensiones de un sistema como las AFP que ha fracasado, la inequidades en la salud pública, el alto costo de la vida donde casi todo vale más que en el resto del continente, la falta de seguridad frente al aumento de la delincuencia y de la presencia de los grupos  narcos en los barrios, la sordera y desconexión de un gobierno y de una elite política que creía vivir en un oasis y que en cambio descubre tardíamente que esto se parece más a un pantano que va poco a poco hundiendo a la población a un creciente desmejoramiento de su calidad de vida y ,sobretodo, de las expectativas de alcanzar, a través del mercado que es el medio que impone el capitalismo neoliberal, un mejor horizonte para las familias.

Se desmorona un modelo basado en la promesa de que el crecimiento económico por si mismo podría brindar mayores oportunidades, sobre todo cuando el crecimiento se detiene por las fracturas globales de la economía, que ha mantenido altos índices de desigualdad, la mayor de los países de la APEC, y donde los verdaderos beneficiados son ese 1% de los poderosos que perciben el 33% de la riqueza y altísimas utilidades en servicios de interés público que son privados y cuando el 50% de la población percibe alrededor de 400 mil pesos mensuales.

Se quiebra así definitivamente un contrato social que ya no responde a las nuevas exigencias de una sociedad interconectada, más informada, con mayor educación, con capacidad de organizarse en redes por si misma y que ya no acepta más la inequidad, los abusos de los grandes grupos económicos que caracterizan a un pacto que no representa los intereses de la mayoría de los chilenos y no solo de los pobres o de las capas medias vulnerables. De allí la sorprendente transversalidad de las protestas y el altísimo grado de adhesión a ellas.

Pero se quiebra también el contrato político, basado en una transición de la dictadura a la democracia que permitió la subsistencia de una Constitución de origen y contenido autoritario y que pese a las modificaciones del 2005, que recién después de 15 años logró sacar los mayores enclaves autoritarios y devolver a los militares a los cuarteles, mantiene su ilegitimidad y los signos de una democracia tutelada por el modelo neoliberal que ha subsistido, por los intereses de los grupos económicos que siempre han presionado contra los cambios no solo económicos sino también políticos, por un amplio sector de la derecha política que ha defendido el legado pinochetista y no ha salido plenamente del bulbo autoritario y con instituciones anquilosadas, restrictivas, alejadas de la pluralidad y de la diversidad cultural y  normativa del siglo XXI.

Por tanto, para dar una salida a una protesta social que puede continuar, reencenderse y agigantarse, incluso hacerse más violenta, porque la rabia empuja sicológicamente a la violencia incluso a personas que no lo son corrientemente, en cualquier momento, asemejando a la consigna de los indignados españoles “si no nos dejan soñar, no los dejaremos dormir”, se requieren soluciones de fondo y ahora.

Hay que terminar, en primer lugar, con los templos del modelo neoliberal, las AFP y las ISAPRES.

Hay que reestructurar un modelo económico que tiene las menores tasas impositivas de la OCDE para mejorar la distribución del ingreso.

Hay que avanzar a un modelo con un Estado presente en la economía que defienda a la población de los excesos, regule y controle directamente algunos de los sistemas sociales que hoy son privados, es decir fin al Estado subsidiario establecido en la actual Constitución.

Hay que construir un modelo de desarrollo sustentable, que proteja el medio ambiente, moderno, innovador, que salga solo de la matriz extractiva y se despliegue en una economía de mayor valor agregado.

Pero también, hay que instalar una nueva Constitución que represente a todos los chilenos. Esta es una exigencia política pero también de sentido, los países se desarrollan cuando tienen, aún en la necesaria diversidad ideológica y en la competencia de opciones de poder, objetivos y un norte común.

Una nueva Constitución que nazca de un contrato no sólo con los políticos y el Parlamento sino esencialmente con la sociedad y en la cual ella intervenga en su génesis y aprobación.

Lo primero, es plebiscitar si la sociedad quiere una nueva Constitución. A la vez, el mecanismo con el cual ella se formula.

La derecha debe dar prueba, en medio de las protestas, que no se queda en el pasado, que es capaz de enfrentar un proceso de democratización de la sociedad, demostrar que tiene propuestas culturales y normativas que la alejen de lo que hoy defienden : la herencia constitucional de la dictadura.

Si ello, ocurre, tendremos un país mejor porque nos cotejaremos en el ámbito de las opciones democráticas sin tutelajes de ninguna naturaleza.

Con ello, sin letra chica, se puede dar una salida democrática a la crisis social que ha desbordado el statu quo.

Se puede con ello también aislar a la violencia, a los grupos violentistas políticos que creen que destruyendo el Metro, o enfrentando con molotov a la fuerza pública o quemando un hotel destruyen el sistema.

A los delincuentes, dentro de ellos probablemente también los narcos, que están organizados esperando las grandes aglomeraciones para incendiar y saquear.

A quienes despliegan la ideología de la violencia que finalmente ensucian las movilizaciones de los millones que protestan pacíficamente y causan daño a los más pobres.

Ninguna connivencia con la violencia, ella debe ser combatida con los instrumentos que el estado de Derecho establece y con el rechazo de la propia ciudadanía. Sin embargo, la violencia no es solo un tema de orden público, es también un fenómeno social a través de la cual grupos buscan visibilizarse, constituirse en una expresión en un mundo que los ha marginalizado.

Por ello, para identificar a estos grupos, se requiere trabajo de inteligencia preventiva, que Chile no tiene, y una mayor capacidad operativa en territorio de las policías.

Pero también políticas sociales y culturales que permitan que, al menos, la frustración generacional que existe y tiene motivaciones políticas, se encauce en un contexto de mayor diálogo e inserción en una sociedad que brinde a todos mayores oportunidades.

Los jóvenes que promueven, bajo la ideologización o la frustración, la violencia no son extraterrestres, son parte de nosotros, a veces nuestros hijos o hijos de nuestros amigos, nuestros alumnos, no están ubicados solo en un estrato social porque la frustración no es solo un fenómeno de marginalidad económica sino también de exclusión cultural, de afectividad, de sentimientos, de horizonte.

La duda, es si el gobierno, porque es el que tiene los instrumentos para propiciar los cambios, tendrá el coraje político, social y el compromiso democrático para avanzar en estas reformas estructurales o recurrirá al gatopardismo esperando que todo se calme en la desidia y el cansancio y sin mirar que esta sociedad de millones movilizados estará alerta y que el próximo estallido puede arrasar con todo lo que defiende y creen.

Creo que leer ahora al filósofo polaco Zygmunt Bauman y su libro “La sociedad líquida”, nos ayudará a entender lo que está pasando hoy en Chile, en América Latina y en el mundo.  Estamos en medio de una crisis global que afecta toda la sociedad, la civilización y todas sus instituciones.  Asistimos a la crisis de la modernidad y Chile hoy es un pequeño ejemplo de este fenómeno.

domingo, 10 de octubre de 2021

En el aniversario 104 de su nacimiento

                                                                                         


GRACIAS A LA VIDA, GRACIA A VIOLETA PARRA

 Víctor Rey

 Eran las seis menos diez de la tarde, exactamente, hora chilena del domingo 5 de febrero de 1967. Violeta Parra llevaba ya algún tiempo con la obsesión de irse de este mundo por voluntad propia. Así es que tomó un revólver de su propiedad, lo situó sobre la frente, en su sien derecha y apretó el gatillo. Murió instantáneamente. Había nacido en San Carlos una pequeña ciudad del sur de Chile un 4 de octubre de 1917.

 Recuerdo claramente ese día, yo era un niño y estaba en la playa de Llo Lleo con unos primos disfrutando del verano, cuando escuchamos la notica por la radio. A todos nos impactó y nos quedamos mirando el mar.  Creo que para mí fue la primera vez en que reflexioné sobre el misterio de la vida y la muerte.

Estaba considerada una de las mejores folcloristas de todos los tiempos. No dejó de resultar un trágico sarcasmo que decidiera quitarse la vida quien precisamente había creado un himno tan hermoso, tan emotivo… como "Gracias a la vida".

 ¿Por qué Violeta Parra optó por tan trágica medida? Había estrenado "Gracias a la vida" hacía poco más de un año y hay quien asegura que, víctima de una profunda depresión, eligió despedirse a tiempo con aquella bellísima, profunda pieza. Como una premonitoria elegía. ¿Qué había llevado a esta mujer a suicidarse? Desde luego la pobreza, una dura existencia desde muy niña, la salud quebradiza, el desdén de sus compatriotas en sus últimos tiempos pese a ser reconocida su obra en ambientes culturales, y, finalmente por sus desdichas amorosas.

 Hay todavía controversias sobre el lugar donde realmente vino al mundo, pero la mayoría de los estudiosos de su vida y obra señalan la población de San Carlos, provincia chilena de Nuble, el 4 de octubre de 1917. Sus padres (un maestro rural de ideas avanzadas y una modista) la bautizaron como Violeta del Carmen Parra Sandoval. De ellos aprendió a amar la cultura, llegando a destacar por las letras de sus canciones, las partituras propias, pero asimismo con sus cuadros, cerámicas, esculturas, bordados que ella fue exhibiendo con el paso de los años. Era una familia numerosa, con cinco hermanos de los que Nicolás Parra resultó ser un prestigioso poeta. Violeta tuvo una niñez difícil, aquejada de varias enfermedades, creciendo con una débil constitución física.

En algunas de sus canciones reflejó las penurias familiares y los males que hubo de vencer en su infancia. Guiada por su citado hermano estudió Magisterio en Santiago de Chile, pero se ganó el pan merced a infinidad de modestos trabajos: "No existe empleo ni oficio / que yo no lo haya 'ensayao'"…" reza la estrofa de una de sus canciones. Las primeras, a la edad de doce años. Llegó a dominar varios instrumentos como la guitarra, el charango, el cuatro, el arpa, la quena, también otros de percusión… De cantar boleros y canciones populares españolas y mexicanas pasó a concentrarse en el estudio, búsqueda e interpretación de antiguas piezas folclóricas andinas, al punto de recopilar más de tres mil, aparecidas en el volumen "Cantos folclóricos chilenos".

Es sin duda su primer matrimonio con el obrero ferroviario Luis Cereceda, en 1938, lo que marcaría buena parte de la línea ideológica de su repertorio y el comienzo de una atormentada vida. Era su marido un militante comunista quien la aleccionó en sus ideas hasta que ella misma se introdujo en ambientes políticos de izquierda. Si bien hay parte de su repertorio musical de mero contenido folclórico no puede eludirse otra donde expresa historias y problemas de la clase trabajadora bajo la óptica de su ideario. El fracaso de su matrimonio se debió a que pasaba muchos días lejos de su hogar por sus compromisos artísticos, lo que no comprendía su esposo. Tuvieron dos hijos, Ángel e Isabel, luego también cantantes. El primogénito recordaría la dura existencia que padecieron en su desprotegido hogar: "Vivíamos con mamá en una pieza de madera, con piso de tierra. En invierno hacía un frío de morirse. Nos tapábamos hasta con el estuche de la guitarra. A las cuatro de la mañana ella me despertaba para que fuera a robar agua a una acequia que quedaba muy lejos".

 Violeta Parra volvió a casarse, esta vez con un carpintero, Luis Arce, con quien tuvo una hija, Carmen Luisa, que murió a los dos años. Una nueva decepción sentimental. Ya había disfrutado de experiencias artísticas notables. En 1952 recibía el premio Caupolicán "a la mejor folclorista de Chile"; Pablo Neruda la recibió en su casa y para el gran poeta ella desgranó lo mejor de su repertorio: versos como "A lo humano", "A lo divino". El premio Nóbel escribió para Violeta un sentido poema. En 1955 realizó el más importante de sus viajes, a Varsovia, tomando parte en el Festival Mundial de la Juventud. También pasó por Moscú y París. De 1957 es su canción más comprometida, "La lechera". También lo sería después "La carta".

 Es en 1960, en un segundo viaje a la capital francesa, donde vivió tres apasionantes años, cuando conoció a su verdadero amor, un suizo de nombre Gilbert Fabre, antropólogo y musicólogo. Convivió un largo tiempo con él en Ginebra, dedicándole entre otras las canciones "Corazón maldito", "Qué he sacado con quererte", "El gavilán, gavilán"… Lideraba por entonces la nueva canción chilena con textos de su autoría cargados de fuerte contenido social. En 1964 expuso una colección de tapices de su creación en el Museo del Louvre. Regresó a Chile en 1966 tras su ruptura con Gilbert Favre, quien ese año se instaló en Bolivia. Fue a verlo y resultó que se había casado. Aquello le produjo una depresión que nunca superaría, aunque trató de rehacerse sentimentalmente al lado de un músico uruguayo, Alberto Zapicán.

El año mencionado es cuando se instala en una carpa, "La Reina", donde busca un rincón donde vivir, sin ninguna clase de comodidad. Allí reanuda la confección de tapices y allí es donde canta para quien quiera escucharla. Pero acude muy poca gente y ella malvive, apenas sin ingresos. Es cuando llega el fatídico 5 de febrero de 1967 y en la más completa soledad toma la decisión de suicidarse. Nos dejó, aparte de "Gracias a la vida" (de la que hizo una versión insuperable Mercedes Sosa), "Volver a los 17" (que grabaría Joan Manuel Serrat), "Casamiento de negros", "La jardinera"… Gran parte de su obra también se conocería gracias a Los Calchakis, Víctor Jara, Quilapayún, Inti Illimani, Patricio Manns, María Dolores Pradera, Miguel Bosé, Joaquín Sabina… y sus propios hijos, Ángel e Isabel Parra.

viernes, 1 de octubre de 2021

En el día mundial de la no violencia

                                                                                 


 

EL DIA DE GANDHI

Víctor Rey

El día 2 de octubre de 1869 es decir hace 152 años nació Mohandas Karamchand Gandhi.  Por esta razón se ha instituido este día como el Día de Gandhi.  El 30 de enero de 1948 a los 79 años fue asesinado por un radical hindú. El magnicidio a manos de uno de los suyos fue el paradójico epílogo a una vida dedicada a la no violencia, la noción incorruptible que había guiado a 255 millones de súbditos a rebelarse contra dos siglos de dominio británico. Ganada la independencia, el padre de India quiso afrontar los mayores retos del país: erradicar la tradición de los intocables y pacificar a musulmanes e hindúes. Ambos desafíos, imperdonables para sus enemigos, son todavía hoy empresas pendientes.

Rebautizado Mahatma —alma grande—, Gandhi transformó el anticolonialismo elitista indio en un movimiento de masas por la independencia. Tras vivir en Sudáfrica, a su regreso a India en 1915 dejó su traje de abogado londinense y se vistió con un humilde dhoti (el taparrabos tradicional) para viajar por el inabarcable subcontinente. El mensaje trascendió entonces las fronteras religiosas y cada tarde, durante tres décadas, sus mítines políticos se aderezaron con pasajes de los libros sagrados del hinduismo, islam, cristianismo y sijismo. Llamó así a los desapoderados de la sociedad, de todos los credos, a participar en una lucha librada hasta entonces entre escaramuzas intermitentes contra el poder británico y debates políticos.

Inermes ante la superpotencia del siglo XIX, Gandhi reforzó su mensaje con el arma moral de la satyagraha, la insistencia en la verdad. La resistencia pacífica, una estrategia política sin precedentes, imposibilitó la represión de los insurrectos. Se resalta el papel de las mujeres en las revueltas como protagonistas de piquetes contra el consumo de alcohol y el uso de textiles británicos en detrimento de la producción india, lo que al final desmanteló la economía colonial.

Así, el mensaje de Gandhi consiguió que mujeres y hombres de toda clase y condición contribuyeran al éxito de la independencia. Pero fracasó en su intento por eliminar la discriminación entre castas. En una sociedad dividida en cientos de lenguas, más de 4.000 etnias y un complejo sistema de segregación, Gandhi dignificó a los más parias de entre los pobres. Desde 1910, cuando forzó a que brahmines —castas altas— limpiasen letrinas, un trabajo impuesto hasta entonces a los dalits —intocables—. Además, en 1933 vivió con dalits y retó a que los brahmines demostrasen que las escrituras sagradas hindúes predicaban la marginación de las castas bajas.

Se enfrentó a Gandhi con vehemencia, defendiendo que los dalits eligiesen a sus representantes políticos con independencia del resto del electorado, un privilegio que el Raj Británico [la ley de la Corona en la India] había dado antes a los musulmanes indios. Gandhi abogaba por un modelo de escaños reservados para los representantes de los dalits, pero elegidos por todos los votantes.

La visión de Gandhi sobre los intocables, mientras, sigue siendo foco de dura crítica social. Unos le reprochan su conservadurismo, acusándole de plegarse a las castas dominantes. Otros entienden la postura del padre de la nación, quien vivía horrorizado con la idea de que la misma división política que alentó la dolorosa partición de India para crear la musulmana Pakistán acabase con la cultura hindú.

Así, inducidos por la estrategia británica de fragmentar India en sus diferentes identidades religiosas, los líderes musulmanes exigieron un Estado propio. La liberación colonial se transformó finalmente en la desmembración del subcontinente. En tres años, 14,5 millones de personas cruzaron las fronteras entre India y Pakistán en uno de los mayores éxodos de la historia. Medio millón de musulmanes e hindúes murieron asesinados.

Dirigentes de todo el país recurrieron al casi octogenario Gandhi para frenar las matanzas. Hasta ese momento, la voluntad inquebrantable del Mahatma y sus huelgas de hambre habían conseguido parar la violencia hasta en cuatro ocasiones.

Durante su último ayuno en Nueva Delhi, sin embargo, los radicales pedían dejarle morir de hambre. La capital de la India independiente se había convertido en refugio de un millón de hindúes llegados de Pakistán. Mientras, el primer conflicto en Cachemira se agravó por la controversia del reparto de bienes entre las dos nuevas naciones. Gandhi había prometido dividir la compensación económica británica con el vecino Pakistán, ahora enemigo de guerra.

Gandhi cumplió lo pactado —siete millones de euros—. Algo inaceptable tanto para brahmines, que se creían atacados por su ideario de respeto a los intocables, como para los radicales religiosos que ansiaban un Estado hindú alejado del secularismo. De las filas de estos grupos salió el hombre entre la multitud que disparó a Gandhi a la hora del rezo hace hoy 70 años. El precursor del activismo sin violencia no pudo pacificar a los suyos. Pero su asesinato originó una década sin hostilidades religiosas en India.