martes, 31 de agosto de 2021

En el aniversario 81 del nacimiento de Eduardo Galeano

                                                                                    


EDUARDO GALEANO, El AUTOR QUE NOS ENSEÑO A LEER NUESTRA HISTORIA

Víctor Rey

“Nací el 3 de septiembre de 1940, mientras Hitler devoraba media Europa y el mundo no esperaba nada bueno.” Palabras de Eduardo Galeano en su irónica Autobiografía Completísima.

 

Tuve la oportunidad de escuchar y conocer dos veces a Eduardo Galeano.  La primera vez fue en Santiago de Chile en el año 1988, meses antes del plebiscito que derrotaría a Pinochet.  Fue en una sala de la Universidad ARCIS, que estaba llena donde la capacidad del lugar fue sobrepasada y todos estábamos habidos de escuchar a este escritor  que lo habíamos comenzado a leer a través de la revista Análisis que fue justamente el medio que lo trajo a Chile  para participar en unas jornadas que se llamaron: Chile Crea y recibir el premio José Carrasco.  La segunda oportunidad fue el año 1995 en México.  Ahí fue el expositor que cerró el Congreso de la Asociación Mundial de Comunicadores Cristianos (WACC).  Su charla sobre la realidad latinoamericana y el periodismo, ha sido para mi uno de las exposiciones que más he valorado.   Justamente en ese país y en esa ocasión un amigo mexicano me regaló el libro: Las venas abiertas de América Latina.  Considero que Galeano ha sido uno de los intelectuales más influyentes del final del siglo pasado y de este siglo.  Su humor, la facilidad de su lectura, la ironía y la contextualidad son las características que a muchos nos han cautivado. 

 

Su muerte A los 74 años nos golpeó a muchos por lo prematuro de su partida.  Deja un gran vacío en la literatura latinoamericana, ya que ha sido uno de los escritores más relevantes del último tiempo.  Su obra fue traducida a una veintena de idiomas y su muerte causó diversas reacciones en el mundo. La política y la cultura también lo unieron con Chile, país que visitó por última vez en 2013.

 

“Quiero dedicar esta lectura a un gran amigo mío, y creo que de todos ustedes, que se llamó y se llamará por siempre jamás, Salvador Allende”. De este modo comenzaba Eduardo Galeano la presentación de su último libro, Los hijos de los días (2011), el 9 de enero de 2013, ante una repleta sala Antonio Varas, cuya capacidad fue ampliamente sobrepasada por la cantidad de personas que querían escucharlo.

Esa fue la última visita a Chile del escritor uruguayo, falleció el 15 de abril del 2015, debido a complicaciones de salud derivadas del cáncer de pulmón que se le diagnosticó en 2007.

 

Eduardo Germán María Hughes Galeano nació el 3 de septiembre de 1940 en Montevideo y su obra ha sido traducida a una veintena de idiomas. Entre sus libros más influyentes se encuentra Las venas abiertas de América Latina, publicado en 1971, y censurado por varias dictaduras latinoamericanas, entre ellas, la chilena.

Ese es uno de sus vínculos menos felices con Chile, un país que visitó en repetidas ocasiones y con el que mantenía lazos más perdurables. Los comenzó a construir cuando era un veinteañero, dirigía el diario Época y se hizo amigo de Salvador Allende, quien incluso lo visitaba en las oficinas del medio.

 

Fue el periodismo, de hecho, su primer contacto con la escritura. Cuando era un adolescente le vendió una caricatura al diario El Sol y en sus planes no estaba dedicarse a la literatura: “Siempre creí que iba a ser dibujante. También creí que iba a ser jugador de fútbol, santo, miles de cosas quise ser y no pude, pero jamás se me pasaba por la cabeza la idea de ser escritor, nunca. Eso ocurrió tarde en la vida, a partir del periodismo”, dijo al programa Vuelan las Plumas, durante esa última visita a Chile.

 

“Empecé a ejercer el periodismo como una manera de entrar en la realidad. Me apasionaba meterme en las noticias, de carne y hueso”, añadió en esa ocasión.

 

 “Yo podía hacer una crónica policial o de deportes -muchas veces hice de fútbol- y me apasionaba ese contacto directo con la realidad que te puede dar el periodismo. La ficción no me lo daba. Hice algunas tentativas de escribir ficción, pero no me entusiasmaba como esto, que provenía de la realidad. Era la realidad contándote sus secretos, sus misterios, desafiándote”, relató.

 

En 1973, luego del golpe de Estado en Uruguay, Eduardo Galeano se estableció en Argentina, donde fundó otro medio de comunicación, Crisis. Tres años más tarde, nuevamente la represión lo llevó a España. Solo volvería a Uruguay en 1985, con el retorno de la democracia en ese país.

 

Tres años después estuvo en Chile para recibir el premio José Carrasco Tapia, que concedía la revista Análisis. El 19 de enero de ese año, en su discurso, dijo palabras que bien podrían servir ahora para despedirlo: “Este es un homenaje a la pasión de vivir, iluminada por la viva memoria de un compañero asesinado, y ésta es una celebración de la alegría de creer en ciertas cosas que la muerte no puede matar”

martes, 24 de agosto de 2021

Crisis de la Teología o Teología de la crisis

                                                                                 


      

LA CRISIS DE LA EDUCACIÓN TEOLÓGICA Y LA SOCIEDAD

Víctor Rey

 

 «…La educación no consiste sólo en aprender de los libros memorizando algunos hechos, sino también en aprender a mirar, a escuchar aquello que los libros dicen, tanto si lo que dicen es verdadero como si es falso. Todo eso es parte de la educación. La educación no es un mero pasar los exámenes, conseguir un título y un empleo, casarse y establecerse, sino también saber escuchar a los pájaros, ver el cielo, la extraordinaria belleza de un árbol, la forma de las colinas; es sentir todo eso, estar realmente, directamente en contacto con ello, cosa factible a cualquiera que puede leer…»        (J. Krishnamurti)

Cualquier proceso educativo se desarrolla siempre en escenarios socioculturales móviles y cambiantes. La educación teológica no está exenta de esta exigencia. Cualquier fenómeno educativo se sitúa permanentemente buscando equilibrios, por lo general inestables, entre fuerzas de adaptación y fuerzas de cambio. De un lado la educación no es otra cosa que un amplio proceso de transmisión de la cultura dada y heredada de antemano, de aquí que posea una importante función conservadora. Pero al mismo tiempo la educación es también el instrumento mediante el cual se estimula el cambio, se facilita la innovación, se crean en definitiva nuevos procesos culturales de transformación individual y colectiva, de aquí que la educación se constituya así en un factor de desarrollo, en un factor de cambio social y personal. La educación en consecuencia, posee una naturaleza crítica, dialéctica y compleja, dado que se mueve entre los límites de la conservación y la innovación y está sujeta a interacciones, retroacciones y recursiones.  Tener presente este postulado es de suma importancia para aportar en la renovación de la educación teológica.

Tanto desde un punto de vista ontológico como epistemológico, los saberes educativos son necesariamente saberes críticos, tanto por el carácter inestable e incierto de los procesos educativos en relación a los contextos sociales de cambio y conservación, como por la naturaleza de los sujetos que hacen y participan en la educación. Pero además, este carácter crítico, que procede de la complejidad de los contextos y de los sujetos que participan, posee a su vez un carácter práctico. Un carácter práctico, porque educar es ante todo y sobre todo un hacer en, con, para los sujetos que se educan, por lo que exige continuas acciones y reflexiones de recreación, reconstrucción y reorientación. Decir por tanto que la educación está en crisis, es algo obvio, porque su propia naturaleza es de por sí crítica.  Esto es algo importante en cuanto a la educación teológica ya que tanto en la vertiente católica como protestante las instituciones que la imparten vienen y son sostenidas por los sectores más conservadores.  Asumir en  esos estamentos una actitud crítica muchas veces es ir en contra de lo establecido.

La particular situación de inestabilidad de la educación ocasionada por sus tendencias estabilizadoras y por su necesidad de incorporar y provocar cambios, unido al hecho del importantísimo papel que juega en los cambios sociales y personales, han hecho que cada vez se vayan depositando en los estudiantes nuevas competencias y responsabilidades. Sin embargo, este hecho ignora, que escolarización y educación son procesos de naturaleza diferente, además de que adolece de un optimismo exagerado en las posibilidades de las instituciones escolares y/o educativas. De este modo, se oculta y exculpa la incapacidad o ausencia de voluntad de los gestores políticos y sociales para hacer frente a los factores y causas sistémicas que están en la base de los grandes desequilibrios e injusticias sociales del planeta. Pensar por tanto que únicamente mediante educación formal o informal seremos capaces de resolver todos los problemas sociales de nuestro siglo, no deja de ser una ingenuidad e incluso una irresponsabilidad. No obstante, creer que estos problemas pueden afrontarse sin educación es un error fatal. Como dijo alguien: “La teología no va a cambiar el mundo, pero sin teología no cambiará”. La educación teológica por tanto, es condición necesaria e indispensable para el cambio social, pero en ningún caso resulta suficiente y mucho menos cuando ésta se reduce a determinados espacios de tiempo que los individuos utilizan para obtener titulaciones. Atribuir entonces a los sistemas y procesos educativos la culpabilidad de todos los males sociales, sería una manera de ocultar la falta de voluntad política o de capacidad gestora para hacer frente a los mismos. Sería en suma ignorar el componente educativo y pedagógico de toda praxis social o política y el componente social y político de toda práctica educativa o pedagógica.

Más allá de las tensiones entre conservación e innovación, tensiones que forman parte de la naturaleza intrínseca de los procesos educativos, cuya dinámica oscila permanentemente entre lo nuevo y lo viejo y entre las ideas previas y los nuevos conceptos, lo que aquí intentamos mostrar, es que la educación teológica está en crisis porque sus estructuras, sus funciones, sus procesos y sus productos no tienen la capacidad de responder a la realidad cultural y social del siglo XXI, no son capaces de afrontar las contradicciones y problemas surgidos con la crisis de la modernidad. Pero hay más. Ni incluso las competencias que la vieja sociedad industrial exigía de los sistemas educativos han podido materializarse, de tal modo que en la segunda década del siglo XXI, tenemos aun 69 millones de niños y 774 millones de adultos sin acceso a la educación y otro tanto analfabetismo funcional, como demuestran los informes internacionales de evaluación. Y todo ello unido a la permanencia de unos seminarios e edificios que permanecen en su mayor parte anclados en el arcaico, académico y libresco tradicionalismo pedagógico de las sociedades agrarias, aunque al mismo tiempo se pretenda disfrazar la modernización con novedosos recursos tecnológicos.

Nuestro seminarios e instituciones teológicas, nuestras concepciones de la educación miran excesivamente al pasado, añoran un sistema educativo que tenía su utilidad de cara a la formación del ser humano moderno e industrial.

Un sistema que en la actualidad se muestra simplemente incapacitado para hacer frente a la crisis y a la sociedad del futuro. Hoy, cuando asistimos al desmantelamiento del “Estado del Bienestar” y de la “Escuela Pública” y al florecimiento de todo “lo privado” incluyendo las instituciones educativas. Hoy cuando vemos como desde diversas instancias se reivindican instituciones educativas fuertemente competitivas y selectivas orientadas al darwinismo social de la excelencia, comprobamos como todo el sistema en su conjunto y específicamente la vida y las prácticas educativas cotidianas de nuestras aulas, no responden a las necesidades de una sociedad de cambios acelerados y en la que aparecen cada vez nuevos problemas y contradicciones.

Asistimos a una especie de nostalgia por aquellos sistemas en los que había que atiborrarse de conocimientos inútiles suministrados por la figura de un profesor autoritario al que había que obedecer sin rechistar y en los que necesariamente había que pasar exámenes mensuales, trimestrales, finales, etc, que únicamente superaban una minoría de estudiantes obedientes, atemorizados y de las clases medias urbanas. Sin saber qué hacer con las nuevas posibilidades de autonomía y flexibilidad que brindan muchas de las leyes y normas educativas, se siguen añorando aquellos diseños centralizados y homogéneos para los que se contaba con un rol docente claro, preciso y dotado de poder. Si en la década de los sesenta las acreditaciones académicas contribuían de forma importante a la promoción social para la minoría que estudiaba, hoy asistimos en las sociedades supuestamente desarrolladas, a un panorama desolador, mayoritariamente caracterizado por la masificación de un alumnado desmotivado y obligado a soportar la carga de una escolarización no deseada, en el que las titulaciones ya no tienen el peso específico de promoción social que antaño ofrecían.

A todo esto, hay que añadir también, la delicada y especial situación de un profesorado angustiado, desmotivado, subordinado a exigencias burocráticas y de todo tipo. Un profesorado, que al perder su prestigio social, ve al mismo tiempo como se le castiga recortando sus salarios y empeorando sus condiciones laborales, al mismo tiempo que le multiplican sus competencias profesionales y todo ante unas administraciones educativas que hacen muy poco o nada por evitarlo. Pero además, tenemos que sumar a unas familias en gran parte desestructuradas o en su defecto, desorientadas para hacer frente a las necesidades educativas de sus hijos. Un panorama que se presenta con una especial gravedad, cuando lo inscribimos en una gigantesca crisis de civilización que pone en peligro el planeta entero. No podemos olvidar que nuestros sistemas educativos surgieron precisamente con el industrialismo y bajo su modelo y concepciones organizativas.

La idea de concentrar grandes masas de alumnos en un edificio para ser trabajadas por unos operarios denominados profesores y bajo una dirección centralizada y profundamente burocrática, es sin duda una concepción netamente industrial. Se trataba de conseguir unos productos o titulaciones intercambiables en el mercado, para cuya obtención era necesario superar una serie de controles especializados y disciplinarios. Dicho con otras palabras: la escuela era la institución por antonomasia que se encargaba de producir y reproducir técnica e ideológicamente la fuerza de trabajo.

Todo estaba subordinado a las finalidades explícitas e implícitas del industrialismo ya fuese en su forma capitalista o socialista-soviética: espacios, edificios, horarios, reglamentos, normas disciplinarias, estandarización, eficacia, rendimiento, programas, metodologías, mitos, estereotipos, inculcación ideológica, titulaciones, ciclos, etapas, cursos y niveles. Las finalidades fundamentales consistían en la capacitación de los individuos para comprender e interiorizar conceptos, así como para manejar una reducida gama de procedimientos indispensables para la industria, al mismo tiempo que un breve y compacto núcleo de creencias. Unas creencias que básicamente consistían en:

1. Habilidades instrumentales básicas: lectura, escritura, cálculo, nociones matemáticas elementales, etc., habilidades que irán en aumento en función del nivel alcanzado en las etapas, niveles y grados que conformaban la estructura de cada sistema educativo. Una estructura, que fue y sigue siendo terriblemente selectiva y destinada a seleccionar a los más capaces, es decir, a los que mejor supieron adaptarse y obedecer a las exigencias del sistema.

2. Creencias sólidas acerca del progreso, la naturaleza, la sociedad y la necesidad de selección: pura ideología destinada a aceptar que el progreso es un concepto lineal, cuantitativo e inexorable y sobre todo asociado al dominio de una Naturaleza y a la concepción de una sociedad gobernadas por el principio de evolución, en la cual, la desigualdad o la pobreza son considerados fenómenos naturalmente inevitables.

3. Concepciones unilaterales acerca del tiempo, la materia, el espacio y la causalidad. El tiempo entendido linealmente, de forma sincrónica, sometido a un escrupuloso control, rígido, parcelario, uniforme, fragmentario, lo que traducido a términos de organización escolar significaba aceptar la imposibilidad de concebir una estructura horaria que no incluyese el axioma de una hora, un profesor, una materia y un aula. Un espacio acotado, cerrado, uniformado, rígido y fragmentado con muebles situados en lugares inamovibles: un aula ocupada por alumnos que permanecen inmóviles a lo largo de toda la jornada. Un alumno considerado esencialmente como un ser individual, como un átomo social que se define frente a los demás, puesto que la sociedad se concibe como naturalmente competitiva y selectiva.

4. Concepciones acerca del cambio y la causalidad puramente mecanicistas, de modo que la explicación de los hechos naturales, sociales o escolares se realiza generalmente basándose en causas externas fácilmente identificables y medibles, de control sencillo y manejable. Si el alumno es evaluado negativamente, las causas serán siempre externas a los procesos de enseñanza-aprendizaje, la culpa será siempre del alumno como individuo, de su familia, del ambiente social, de las leyes o del gobierno de turno, pero en ningún caso de los procesos de interacción de profesor-alumno, del ambiente escolar o del aula, de los recursos materiales, de los procedimientos de tratamiento del currículum utilizados o de la idoneidad del programa, o de la habilidades y capacitación del profesor.

Sin embargo, la sociedad industrial no solamente necesita de las instituciones educativas que le proporcionen individuos formados con un repertorio de habilidades, creencias y conceptos, sino sobre todo un cuerpo de principios. La sociedad industrial exige también a los la instituciones educativas que los individuos sean instruidos en un conjunto de axiomas, que al estar situados más allá de la realidad, que al ser considerados como indiscutibles, garanticen el sustrato cognitivo-afectivo necesario para hacer funcionar el sistema social en su conjunto y regular así el comportamiento de los individuos y los posibles conflictos y disfunciones.

Mientras que las creencias se presentan con más base afectiva que racional y por tanto pueden estar sujetas a variabilidad, a discusión e incluso a crítica, los principios se nos aparecen como grandes síntesis axiomáticas, como dogmas, producto de juicios racionales e incluso de descubrimientos científicos y en consecuencia son más difíciles de cuestionar hasta que no aparecen nuevos hechos que aportan razones para su discusión.

Dos alternativas que han nacido en el ámbito de los sectores protestantes en el sur de América Latina, para responder a esta crisis, son el Centro de Estudios Teológicos Interdisciplinarios (CETI) y el Servicio de Estudios de la Realidad (SER).  Estos dos programas de estudios caminan con los estudiantes por un tiempo ayudando a encontrar respuestas a los desafíos que la sociedad de hoy plantea al ser humano.  Los temas del medio ambiente, el trabajo, la educación, la ciencia, la filosofía, la sociología, el tiempo, las familias, las iglesias, el diálogo interreligioso, la política, la economía, la literatura y el arte el general son parte de la malla curricular que el alumno puede seguir.  Estos programas se adaptan a los tiempos de los estudiantes y la interacción intercultural que se produce hace que el espacio sea de una riqueza que no se encuentra en una institución tradicional.  Otro aporte es la libertad que el alumno tiene para emitir sus apreciaciones en las cuales nadie está obligado a aceptar sus planteamientos.  La experiencia ha demostrado que el estudiar por un tiempo limitado con otros estudiantes de diferentes países hace al alumno más tolerante, más creativo, menos discriminador, y más incluyente.  Al final cada grupo de estudio se transforma en una comunidad de amigos donde juntos buscan respuestas a las preguntas de hoy y pautas para vivir con una cosmovisión cristiana renovada.  El universo de cada uno se expande y esto se traduce en una caminata académica y espiritual.  El alumno toma conciencia que el futuro se construye en comunidad y ayudado de las ciencias, las artes y en general la cultura creada por el ser humano.

lunes, 16 de agosto de 2021

En el aniversario 110 de su nacimiento

 

 

 


 ERNEST SCHUMACHER: LO PEQUEÑO ES HERMOSO

Víctor Rey

Descubrí la economía budista cuando cayó en mis manos el libro, “Lo pequeño es hermoso”, del economista E. F. Schumacher. Este libro lo leí, cuando estaba estudiando Ciencias Sociales en la Universidad Alberto Hurtado, en Santiago de Chile, allá por el año 1988, en uno de los cursos de Economía.  Es uno de los 100 libros más influyentes desde la Segunda Guerra Mundial. Me atrajo de inmediato su título, que ya decía mucho de su contenido y me ayudó mucho para entender la economía y poder apreciar esta ciencia desde una perspectiva más amigable y no tan técnica como se suele presentar.  También a adentrarme en la filosofía budista y su propuesta económica.  Schumacher nació en Bonn, Alemania el 16 de agosto de 1911 y falleció el 4 de septiembre de 1977 en Suiza.

Schumacher visitó Birmania como miembro del consejo de carbón británico para aconsejar al país en la adopción de un crecimiento al estilo oriental. Tras pasar un tiempo conociendo las costumbres del país, y estudiando sus máximas, se dio cuenta de que la economía occidental podría incorporar ideas del budismo para promover un crecimiento más sostenible y respetuoso con la naturaleza, que a la vez pudiese brindar al ser humano el completo desarrollo de sus facultades.

Una de las propuestas que me resulta más interesante es la economía budista, sobre todo porque tiene en cuenta las necesidades humanas y sus limitaciones, proponiendo un control sobre el ansia de querer siempre más. La finalidad es alcanzar un verdadero desarrollo del ser humano en todas sus dimensiones, como ser individual cuya acción va mucho más allá del mero consumo, que actúa en comunidad y se hace responsable de su entorno.

La economía occidental se centra en el interés individual. En cambio la economía budista desafía este concepto con la idea de la inexistencia de un ego permanente. Esto quiere decir que todo lo que uno percibe con sus sentidos trasmite una falsa idea de un “yo” inherente y real. Esto deriva inevitablemente en que se desarrolle una idea de “lo mío”, siendo esta la base del comportamiento egoísta.

El egoísmo no se considera producto de la maldad sino que es un error consecuencia del desconocimiento de la esencia real de las cosas. Es por esto que el ser humano tiene que desapegarse de este sentimiento. La economía basada en el interés personal y con un enfoque oportunista y materialista está condenada al fracaso. En contrapunto proponen promover la generosidad, ya que el ser humano es un actor cooperador motivado por mejorar su entorno. Los individuos y colectividades que cooperan sobreviven, prosperan y funcionan.

El segundo factor que diferencia ambos conceptos es la búsqueda de maximización de beneficios, mientras que la budista enfatiza la importancia de minimizar el sufrimiento. La manera de minimizar el sufrimiento es promoviendo la simplificación de los deseos, de manera que se calme el ansia consumista y materialista y la frustración que conlleva el querer siempre más y lo mejor. Una vez las necesidades básicas del hombre están cubiertas (comida, ropa, refugio, medicinas) el resto de necesidades materiales debe ser minimizado.

La visión del mercado y el crecimiento también dista en ambas visiones. Los enfoques occidentales tienen como objetivo maximizar los mercados hasta el punto de saturación mientras la economía budista tiene como objetivo minimizar el daño. Tienen en cuenta actores primordiales como las futuras generaciones, el medio ambiente y los pobres, que no están correctamente representados porque no gozan del mismo poder que los actores más poderosos y ricos. Es por ello que el mercado no es imparcial y no es representativo de la economía. El concepto de Ahimsa (no cometer acciones que puedan ocasionar daño a uno mismo o a los demás) urge a encontrar soluciones de una manera colectiva y participativa.

Desde el punto de vista budista, no hay nada negativo en el progreso económico, a no ser que ese progreso económico promueva el apego a los bienes materiales y la avaricia. El crecimiento económico que conlleva una reducción de sufrimiento es bienvenido, ya que alivia los efectos negativos de la pobreza. Lo que importa en este caso es la manera en que se genera la riqueza, si ésta se genera a través de un trabajo digno y respetuoso donde se fomenta la confianza, permite a los individuos tener una seguridad económica y poder estar libres de deudas, cuidar de sí mismos y de su comunidad. Esto lleva a desincentivar la maximización de beneficios como fin en sí mismo e impulsar la importancia de la producción a pequeña escala, local, adaptable y sostenible.

Una economía budista considera que el consumo es un medio para el bienestar humano. El objetivo se trata de maximizar el bienestar con un consumo mínimo.

El trabajo debe ser debidamente apreciado y darse con unas condiciones dignas, de manera que impulse al hombre a producir, dar lo mejor de sí mismo y desarrollar su personalidad. La liberación que supone para el hombre dejar de estar enfocado exclusivamente a maximizar sus ingresos y destinar su tiempo a largas jornadas laborales, le permite tener más dedicación a actividades que repercutan en el bienestar de la comunidad. La persona que se puede ganar la vida con un trabajo digno, puede invertir su tiempo también a fortalecer los lazos que lo unen con el resto de individuos de su comunidad. Está demostrado que la inversión en las relaciones interpersonales tiene un impacto positivo en el bienestar.

El concepto de Producto Nacional Bruto (PIB), incompleto para medir el bienestar, es sustituido por la Felicidad Nacional Bruta (FNB). Este indicador mide el bienestar y la felicidad a través de varios factores como el bienestar económico, el ambiental, la salud física y mental y el bienestar laboral, social y político.

Teniendo en cuenta la época en que las ideas de Schumacher fueron planteadas, se puede considerar que transmiten propuestas que en su mayoría son totalmente vigentes hoy en día como la importancia de las energías renovables, pensar más allá del PIB, promover el comercio local y una producción eficiente. En una economía budista se busca pues el consumo óptimo, no el máximo.

La manera en que experimentamos e interpretamos el mundo depende mucho del tipo de ideas que tenemos. Si las ideas son principalmente débiles, superficiales e incoherentes, la vida parecerá también insípida, aburrida, insignificante y caótica. La economía budista defiende la idea de una economía que permita al hombre desarrollar sus facultades y liberarlo del deseo de querer siempre más. Para el desarrollo de estas facultades se requiere una revalorización de lo que verdaderamente satisface al hombre y una limitación de los deseos sin sentido, donde la óptima asignación del trabajo permita estar en un equilibrio y gozar de un nivel de bienestar con lo que se tiene.  Creo que la propuesta de Schumacher tiene hoy más vigencia que nunca es una alternativa real para aplicarla en América Latina.

sábado, 7 de agosto de 2021

Sobre la importancia de la Sociología de la Religión

 

                                                           


SOBRE LA SOCIOLOGIA DE LA RELIGION

“Lo mejor de la religión, es que crea heterodoxos.” (Henry Bloch)

Víctor Rey

 

En este último tiempo la Sociología de la Religión se ha puesto de actualidad debido a que el fenómeno religioso ha requerido ser  analizado en el pasado y a percibirlo en sus distintas manifestaciones actuales. ¿Qué es la religión, qué funciones cubre, qué formas adopta, con qué otros aspectos de la vida en sociedad está relacionada? La Sociología considera la religión tan esencial como inevitable en tanto que construcción cultural que pretende dar sentido y significado a la vida. Cada sociedad asigna un lugar a lo trascendente, lo sagrado, lo divino, que cristaliza en unas representaciones sociales concretas; éstas pueden adoptar la forma de religiones institucionalizadas o de sacralizaciones de lo profano.

La Sociología de la Religión es el estudio de los comportamientos, estructuras sociales, evolución y de los roles de las religiones en las sociedades humanas. Intenta explicar la influencia que las religiones tienen en el comportamiento colectivo del ser humano y de este en las religiones, es decir la interacción recíproca.

La Sociología de la Religión como objeto y la Religión  como objeto de estudio es algo complejo, que muchas veces  se tiene que abordar en forma interdisciplinaria.  La Religión muchas veces o en forma preferencial es estudiada por la Teología.

La Sociología considera a la Religión en sus manifestaciones externas, como un hecho social. Hoy después de los estudios de Max Weber sobre la ética protestante calvinista y el desarrollo del capitalismo, nadie duda que la Religión sea configurada y condicionada por la sociedad, y al mismo tiempo que esta, la sociedad es condicionada por la Religión.  La Religión y la sociedad como hecho religioso y social, se encuentra siempre interrelacionado y es por su propia situación y configuración social, interdependiente.

La Sociología de la Religión no niega el origen sobrenatural de los hechos religiosos, tampoco los afirma, simplemente analiza estos fenómenos desde un punto de vista empírico que lógicamente, es distinto al filosófico o al teológico.  Las experiencias religiosas colectivas, como los ritos, los cultos y las creencias y dogmas permiten cohesionar a un grupo alrededor de un conjunto de prácticas que trascienden a los individuos, definición que implica la generación de una comunidad de fieles.

Max Weber en su libro “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” nos dice que la ética calvinista es decir esa religión, habría sido el desencadenamiento del capitalismo moderno, tesis esta opuesta al determinismo de Karl Marx.  Todo esto demuestra que el hecho religioso es en sí mismo un hecho social, tiene una repercusión social, y que la sociedad a su vez determina el hecho religioso.

La Religión  además de elementos trascendentes y mistéricos, cuenta también con elementos observables, medibles y comparables y como tales, pertenecientes al campo de análisis de la Sociología.  La Religión en su origen y en sus vivencias personales íntimamente puede ser reducida al campo experimental, es objeto de análisis de otras ciencias, tales como la Teología  y la Filosofía. Pero en sus aspectos  y manifestaciones  externas: ritos, valores exigencias éticas, visión del mundo y del ser humano, existencias de estructuras, de una jerarquía, de un orden social, etc. Es objeto específico de la Sociología como ciencia, que se ocupa  de la conducta humana, de la interacción y de las estructuras sociales.

El interés por la religión desde la sociología y su interacción social comenzó a fines del siglo XIX y comienzos del XX, recibiendo el aporte de grandes teóricos  entre los que destacan Emile Durkheim, Max Weber y Karl Marx. Ellos desarrollaron complejas teorías acerca de la naturaleza y efectos de la religión. Para los tres la religión constituye una variable social de suma importancia.

Una cuestión central de la Sociología de la religión en tanto que disciplina científica, es la aptitud de predecir tendencias sociales.

La modernización, procedente de la Ilustración, en su dimensión de racionalización de la vida transformó la concepción de lo religioso: produjo el "desencantamiento del mundo". Es decir, el hombre, la técnica y la ciencia ocuparon el centro y parecía no quedar espacio para “los dioses”. Se preveía la desaparición de la religión pero ésta atraviesa hoy momentos de gran vigencia. ¿Cómo entender esta aparente paradoja? "lo religioso no desaparece sino que se transforma". La constante readaptación de “lo religioso” es un aspecto esencial para comprender nuestra realidad pero es necesario entender el hecho religioso más allá de las religiones institucionalizadas.  Aquí entra la misión que tiene la Sociología de la Religión para estudiar el fenómeno social que es la religión. 

Preguntas para conversar:

1.-  ¿Cuál es la función de la religión en la sociedad?

2.-  ¿por qué la religión es un hecho social?

3.- ¿Cómo definiríamos lo que es una religión y lo religioso como fenómeno social?

4.-  Los científicos sociales de los siglos XIX y XX pronosticaron  la muerte de las religiones ¿Por qué cree usted que esto no sucedió?

5.-  ¿A qué factores usted determinaría el crecimiento de los fundamentalismos en las diversas religiones en el mundo de hoy?

martes, 3 de agosto de 2021

En el aniversario 91 de su nacimiento

                                                                                 


EL LEGADO DE PIERRE BOURDIEU: ALERTA CON LA TELEVISION

 

Víctor Rey

 

El 23 de enero del 2002 murió uno de los intelectuales más controvertidos e importantes de las ciencias sociales europeas, el sociólogo francés Pierre Bourdieu, ferviente activista político que se involucró con movimientos alternativos de izquierda y criticó ácidamente el neoliberalismo.

 

Tuve la ocasión de conocer parte de su obra cuando hice mis estudios de Comunicación Social en la Universidad Católica de Lovaina en Bélgica.  De inmediato atrajeron mi interés sus opiniones sobre la sociedad y los medios de comunicación.

 

Este pensador nació el 1 de agosto de 1930 en el seno de una familia sencilla, curso sus estudios en la École Normale Supériure de París.  Entre otros temas se dedicó al análisis de los mecanismos de dominación social; criticó la ideología neoliberal y lanzó dardos contra sus pares, a quienes acusaba de no bajar del "olimpo" intelectual.

 

Bourdieu fue profesor en el College de France y director de estudios de la École des Hautes Études en Sciences Sociales.  Dirigió la revista "Actes de La Recherche en Sciences Sociales" y fundó la editorial "Liber-Raisons d´ Agir".

 

Sus últimos años los dedicó al estudio sobre el papel de los medios de comunicación y del campo periodístico en la construcción de la realidad, publicando sus reflexiones en obras como "Sobre la televisión" (1996).

 

En este libro el sociólogo enunciaba en el prefacio, en forma directa y certera, su lapidaria tesis sobre el peligro que dicho aparato representaba:

 

"Pone en muy serio peligro las diferentes esferas de la producción cultural: arte, literatura, ciencia, filosofía, derecho; creo incluso, al contrario de lo que piensan y lo que dicen, sin duda con la mayor buena fe, los periodistas más conscientes de su responsabilidades, que pone en un peligro no menor la vida política y la democracia".

 

Los argumentos que entrega Bourdieu para fundamentar su pensamiento están basados en los mismos mecanismos que constituyen a la televisión.  El sociólogo analiza la limitación de tiempo que se viven el escenario, la imposición de temas, la existencia de "agentes" llamados a poner orden, y las variables económicas a las cuales está sujeto el medio.

 

Este último factor es fundamental para la tesis del sociólogo galo, ya que afirma que lo que más pesa sobre la televisión es la coerción económica.  En este sentido cabe mencionar tanto a las empresas que pagan por publicidad, al Estado que otorga subvenciones, como a los grupos económicos que son dueños de estaciones de televisión.

 

La variable económica es la que más pesa sobre la transparencia que la televisión debería tener, ya que en muchas ocasiones, a juicio de Bourdieu, no se tratan temas que pueden afectar a los intereses de quienes financian a los canales, generando una censura provocada por la coerción económica.

 

Además está el factor de los índices de audiencia, el cual impera en todos los medios de comunicación y opera como sanción del mercado.  Como señala Bourdieu "en todas partes se piensa en términos de éxito comercial".

 

Para el sociólogo, el análisis de los mecanismos de la televisión no puede estar separado de quienes trabajan en el medio, en este caso los periodistas.  En este sentido, reflexiona sobre los noticiarios de la televisión, a los que califica como sucesión de hechos en los cuales se explotan "las pasiones más primarias" y que parecieran no tener la menor importancia.  Sin embargo, señala que "si se emplean unos minutos tan valiosos para decir una cosas tan fútiles, son en realidad muy importantes, en la medida en que ocultan cosas valiosas".

 

En este punto, el sociólogo ve un factor de peligro para la democracia, ya que un sector nada despreciable de la población no lee periódicos y sólo tiene como fuente de información a la televisión, la que al privilegiar sucesos intrascendentes "deja de lado las noticias pertinentes que debería conocer el ciudadano para ejercer sus derechos democráticos".  Se produce así una división entre quienes tienen todo el bagaje político e informativo, y quienes no tienen acceso a ello.

 

Punto aparte merece el papel de "constructor" de la realidad que tiene la televisión.  La crítica de Bourdieu apunta a que en vez de ser un instrumento que refleja la realidad, crea una realidad, crea una realidad fragmentada, que le otorga tribuna a hechos que no son de real importancia, dejando de lado a un sinnúmero de actores sociales que deberían figurar para beneficio de la democracia.  Así, el francés señala que "el hecho de informar de manera periodística implica siempre una elaboración social de la realidad capaz de provocar la movilización (o la desmovilización) social".

 

Analizando el ejemplo de los debates televisivos, Bourdieu reflexiona sobre otro elemento que plantea un problema de "máxima importancia desde el punto de vista de la democracia", y es que en la televisión no existe igualdad, ya que hay verdaderos profesionales que saben cuáles son los mecanismo que allí se manejan, frente a actores "aficionados" que pueden ser pobladores o huelguistas que no saben manejar los códigos televisivos, produciéndose entre ellos una desnivelación evidente.

 

A esto se suma la función específica de los periodistas.  Para Bourdieu, "los periodistas poseen unos "lentes" particulares con los cuales ven unas cosas y no otras, y ven de una forma determinada lo que ven.  Llevan a cabo una selección y luego elaboran lo que han seleccionado".

 

Esta selección está marcada por la búsqueda de lo sensacional y espectacular, exagerando la importancia de algunas situaciones.  Aquí entra en juego otro elemento en contra, que es la "circulación circular de la información", ya que además de compartir características comunes, los periodistas se leen entre ellos.  Tal como lo señala Bourdieu, "nadie lee tanto los periódicos como los periodistas", agrega que se ven mutuamente y que se encuentran siempre en las mismas instancias. Provocando un verdadero círculo vicioso de la información ya que se informan a través de otros informantes.

 

Si de algo se quejan los filósofos o sociólogos que van a la televisión es de la urgencia que se vive en ese medio.  Es como ver a determinado invitado que en medio de su reflexión es interrumpido porque "el tiempo es oro".

 

En este caso, Bourdieu plantea que la urgencia de la televisión es provocada por la competencia por tener la primicia de lo que sea, lo que a su juicio atenta directamente contra la expresión del pensamiento.  Aquí aparece el paradigma platónico por excelencia: cuando se está oprimido por la urgencia, no se puede pensar.  Esto en televisión se traduce en personas que no pueden pensar, por la urgencia de medio, y para salir del paso echan mano a ideas preconcebidas o a "tópicos".

 

Alguien señaló recientemente en un reportaje sobre Bourdieu que este sociólogo francés encontraba todo malo.  Sin embargo, cabe señalar también que sus apreciaciones están fundadas en años de estudio y en una posición crítica frente a la complacencia imperante en los medios de comunicación, en el sistema de mercado y de muchos pensadores postmodernos.  Lo que aquí señalamos es sólo una pequeña muestra de las reflexiones que ocuparon a Bourdieu, ya que su obra "Sobre la Televisión" tiene hoy más actualidad que nunca