Víctor Rey
“¿Cuál es la
situación religiosa en la sociedad occidental contemporánea? Se parece curiosamente al cuadro que obtiene
el antropólogo al estudiar la religión de los indios norteamericanos. Han sido convertidos a la religión cristiana
pero sus viejas religiones pre-cristianas no han sido desarraigadas en modo
alguno. El cristianismo es un barniz
puesto sobre la antigua religión y mezclado con ellos en muchos aspectos. En nuestra cultura la religión monoteísta y
también las filosofías ateas y agnósticas son un delgado barniz colocado sobre
religiones que en muchos aspectos son más primitivas que las religiones indias,
y siendo una pura idolatría son incompatibles con las enseñanzas esenciales del
monoteísmo. Como una forma colectiva y
potente de la idolatría moderna hallamos la adoración del poder, del éxito y la
autoridad del mercado...No son ídolos sólo las figuras de piedra y de
madera. Las palabras pueden convertirse
en ídolos y las máquinas también; los caudillos, el Estado, el poder y los
grupos políticos pueden serlo igualmente.
La ciencia y la opinión del vecino pueden convertirse en ídolos...Hoy no
se trata de Baal y Astarté sino de la deificación del estado y del poder en los
países autoritarios y de la máquina y del éxito en los países de nuestra
cultura. Es lo que amenaza las riquezas
espirituales del hombre.”
(Eric Fromm,
Psicoanálisis y Religión, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1960; pág. 64.)
El
hombre es un ser religioso. Su religión
ha adoptado infinidad de formas. Los
nombres con que ha bautizado a dioses y diosas son incontables. Los rituales para tratar de obtener
protección o mercedes varían de lo horrible a lo sublime. Pero desde el momento en que surgió el
hombre, independientemente de dónde o cómo viviese, ha profesado un culto y ha
manifestado a menudo la creencia de que posee un alma inmortal.
La
religión nos orienta a la esencia más profunda del ser humano, la cual tiene su
fundamento en la trascendencia. Su
propia identidad, el sentido último de su existencia y de la del mundo, sólo le
es dado alcanzarlos partiendo de la comprensión de la idea de Dios y penetrando
libremente en la relación con El. El
significado de la religión no está ligado a ningún período histórico, vale para
todas las épocas: allí donde el hombre y la mujer reprime o niega su relación
religiosa, la interrogación acerca del sentido de la vida humana y sobre el de
su historia no puede encontrar una respuesta satisfactoria. Por tanto, la existencia humana deviene un
“ser para la muerte”, fórmula de la desesperanza en última instancia. ¿Dónde reside, pues, la respuesta al
sufrimiento de la humanidad?, ¿Qué hay de lo que se extingue en la
inutilidad? A la vista de estas
preguntas, que sin el auxilio de la religión no pueden ser contestadas, la vida
se revela, en última instancia, como algo absurdo. A esto se añade que ningún valor ético sin un
último ligamento religioso puede brindarse como incondicionalmente obligatorio. Ninguna responsabilidad absoluta, ningún
compromiso incondicional puede establecerse sin la religión. Como consecuencia de la exclusión de la
religión aparece como amenaza inminente el nihilismo.
Puesto
que el hombre y la mujer no le es dado soportar tal consecuencia, en vez de
Dios se proponen sucedáneos como las ideologías, que aparecen con aquella misma
pretensión de absoluto de la religión abolida, si bien no contribuyen al
desarrollo del hombre y la mujer., sino que, al contrario, lo ahogan. El Estado, la Sociedad , la Raza , la Clase , así como la necesidad de producir y el afán
desmesurado de consumo, se subliman como valores casi religiosos que dan cuenta
de todo a cuanto aspira el hombre y la mujer.
Otras ideologías, que remarcan el positivismo, pretender suprimir todo
sucedáneo religioso. Eliminan las
preguntas y fundamentos últimos de la existencia humana o tratan de
presentarlos como algo carente de sentido.
Sin embargo, existe la tendencia a reducir al hombre y la mujer al nivel
de un “ingenioso mamífero”, de una mínima felicidad” de la pérdida de la
trascendencia. Estas alusiones o
insinuaciones pueden ser suficientes para detectar las consecuencias de la
pérdida o de la eliminación de la dimensión religiosa o dicho positivamente, de
la significación de la religión para el hombre y la mujer.
¿A
qué rinde culto el hombre y la mujer de hoy? Y ¿cómo lo hace? Desde luego, todas las religiones de hoy
tienen sus raíces en el pasado. Hay
pruebas de ello por todas partes.
Aunque
hay gran cantidad de religiones en nuestro mundo actual, las más influyentes
por mucho, en razón del número de sus seguidores son: el cristianismo, el islamismo, el hinduismo,
el budismo, el confucianismo y el taoísmo.
Hay entre algunas de ellas muchas semejanzas; pero son muchas asimismo
las diferencias; y tanto unas como otras, en ciertos casos, son de carácter
fundamental.
Empero,
estas religiones han dado evidentemente respuestas a algunas de las grandes
preguntas que se hace toda mente humana respecto al misterio de la vida. Todas ellas ayudan al ser humano a soportar
sus penas. Todas dicen al hombre y la
mujer cómo vivir y le dan confianza ante la muerte. Todas merecen nuestro estudio y nuestra
respetuosa comprensión.
Hay
en cada uno de nosotros cierta tendencia a burlarse de las extrañas
peculiaridades de la religión y del culto de otras personas. Palabras tales como “pagano”, “idolatra” y
“superticioso” se emplean a menudo como insultos. Las lanzamos a los demás, pero pocas veces la
aplicamos a nosotros mismos.
Sin
embargo, toda persona debe merecer respeto en el momento en el momento de
inclinarse ante su dios. Quizá creamos
que su concepto de lo divino carece de elementos valiosos, aun esenciales. Sus formas de rendir culto tal vez parezcan
extraña, aun ofensivas a veces. Pero en
el momento de orar, todo hombre y toda mujer muestran lo mejor de sí. Si somos tan inteligentes como nos creemos,
es entonces cuando debemos tratar de comprenderles.
Todas
las grandes religiones tienen enseñanzas nobles y metas morales elevadas. Sin embargo, en cada religión, estas normas
elevadas con frecuencia se eliminan de lo que esa religión parece ser en la
práctica y en el modo real de pensar de la mayoría de sus adeptos. Por ejemplo, ¿siguen realmente la mayoría de
los cristianos las enseñanzas de Jesús?
A
través de los siglos muchos hombres han dado su vida por el derecho de
creer. Pero otros hombres, igualmente
sinceros, han muerto por el derecho de no creer. Debemos reconocer a estos últimos una especie
de fervor religioso, pues el ateísmo es también una religión en el sentido de
que se basa en la creencia antes bien que en la prueba científica. En el mundo occidental, el ateísmo, o sea la
tesis de los que niegan la existencia de uno y de todos los dioses, fue más
popular en el siglo XIX de lo que ahora.
Ha cedido ante el agnosticismo.
Puesto que el ateísmo y el agnosticismo puros no hacen nada para
resolver los enigmas esenciales de la vida, algunos de ellos se han pasado al
humanismo.
A
menudo se sugiere que las religiones principales deben reconocer su unidad
básica de objetivos y olvidar sus diferencias.
Se trataría de agruparse y fusionarse en las creencias en que pueden
coincidir. Este llamamiento a la unión
de las religiones proviene con más frecuencia del Oriente, donde algunos de sus
grandes reformadores religiosos declaran que todas las religiones son
simplemente sendas distintas hacia la misma meta.
Sin
duda, cada una de las grandes religiones puede estudiar y apreciar los valores
espirituales de las demás. Pero borrar
todas sus diferencias dentro de una unidad completa, significaría para cada una
la traición a sus principios religiosos.
El que pide esta unión siempre sugiere -
aunque tal vez sin darse cuenta - que cada una de las otras se agrupe
alrededor del fondo esencial de su propia religión.
Los
hombres y mujeres no difieren mucho entre si respecto a sus metas religiosas,
no importa dónde o cuando viven. Todos
buscan el favor de sus dioses. Anhelan
la protección religiosa contra los peligros de la vida. Desean la comunidad espiritual con sus
prójimos. Imploran valor a la hora de la
lucha, consuelo a la hora del pesar, dirección en sus problemas diarios. Quieren liberarse de los remordimientos de
conciencia. Y la mayoría – aunque no
todos – esperan alguna clase de inmortalidad.
La forma en que los seguidores de las distintas religiones persiguen
estos fines comunes varía infinitamente, aunque en todas las grandes religiones
ha habido místicos que se han elevado arriba del nivel en que la mayoría de
nosotros vive, hasta llegar a tener un concepto muy similar de la divinidad.
La
religión está pasando por un momento de resurgimientos a nivel mundial. La vida de la gente cambia rápidamente en
todas partes y aún nos esperan cambios mayores.
Conforme el hombre y la mujer desarrollan más poder sobre el mundo que
le rodea, debe salvársele de la más destructiva de todas las idolatrías: el
culto a sí mismo o egolatría. Cada una
de las grandes religiones trata de salvar al hombre de seguir el camino de la
egolatría a la ciudad de la Destrucción. Todas
lograrán ese fin hasta el grado de que, en las propias palabras del profeta
Miqueas inspiren al hombre y a la mujer de hoy a “practicar la justicia, amar
la misericordia, y humillarte ante tu (su) Dios”.
De
otra manera lo advierte el historiado inglés Arnold Toynbee: “La religión es
notoriamente una de las facultades esenciales de la naturaleza humana. No hay ningún ser humano individualmente, ni
ninguna comunidad humana, sin una religión de alguna clase; y cuando el hombre
padece hambre de religión, las desesperadas estrecheces espirituales a que se
le reduce al privarlo de esta necesidad vital puede incitarle a extraer
partículas de consolación religiosa de las más poco prometedoras vetas”.