jueves, 31 de agosto de 2017

INCERTIDUMBRE E INSATISFACCIÓN, SIGNOS DE UNA SOCIEDAD DESESPERANZADA

Víctor Rey

La sociedad hoy vive una profunda crisis de confianza. Se desconfía de las instituciones, partidos, iglesias, tribunales pero también de quienes te rodean. A la vez se ha desarticulado la antigua participación social y la solidaridad se torna episódica.
Los factores que explican este comportamiento social son múltiples y tiene razones de carácter estructural que dicen relación con el modelo económico que por decenios ha dominado la economía, por factores profundas de desigualdades, separación física, segregación, a la cual se condujo a una parte relevante de la población especialmente en las grandes ciudades. Tiene que ver, también, con el hecho de que, aún en el contexto de grandes contradicciones, vive, más que otras sociedades latinoamericanas, los efectos de fenómenos típicos de la sociedad pos moderna, la sociedad líquida, como la llama el sociólogo Zsygmunt Bauman.
El modelo neoliberal ha generado varias sociedades y la configuración urbana ha obedecido a estos patrones. La concentración de la riqueza y la mala distribución de ella, una de las peores del mundo occidental, ha producido una profunda incomunicación entre los diversos estratos de la sociedad.
Los pobres han sido condenados a vivir en barrios periféricos sin servicios adecuados para garantizar una vida digna. Alejados de sus fuentes ocupacionales deben ocupar varias horas del día a trasladarse provocando estrés psicológico, cansancio y falta de tiempo para dedicarse a la familia y a las actividades recreativas y de vínculos sociales. Los sectores de mayores ingresos tienden a alejarse del resto de la sociedad, construyendo barrios, colegios, clínicas exclusivas donde solo viven y participan quienes disponen de altos ingresos y también en ellos la interacción social es débil.
La sociedad se ha ghetizado y se ha impuesto una lógica mercantilista que ha debilitado al máximo las antiguas comunidades, el sentido de pertenencia colectivo, la colaboración, la solidaridad y se ha impuesto un individualismo caracterizado por una feroz competencia y por el deseo de poseer bienes a los cuales se accede de manera más generalizada pero desigual.
Los antiguos espacios públicos de encuentro han desaparecido y han sido reemplazados por los nuevos templos del consumo donde se ofrece realizarse individualmente de acuerdo a la capacidad de cada cual para acceder al mercado, muchos a través del endeudamiento que es algo consustancial al funcionamiento del modelo económico. Las relaciones sociales se monetarizan y las capas sociales aspiracionales buscan construir movilidad renunciando a la acción colectiva y buscando sus propios espacios.
La política y sus actores se han debilitado y no ocupa el lugar de construcción de sociabilidad del pasado. Emprobrecida idealmente no construye identidad fuerte y la desafección de la ciudadanía se expresa en una alta abstención electoral que debilita a las instituciones de representación que son la base de la democracia. El surgimiento de una nueva forma de comunicar, a través del espacio digital, crea sociedades y agrupaciones virtuales, efímeras, que acelera el tiempo y el espacio de la vida cotidiana de las personas.
Estas se comunican por las redes sociales, construyen vínculos lejanos, impersonales, que aíslan aún más del entorno en que se vive. Profundiza la soledad de muchos, aún cuando empodera voces que hasta ayer no tenían expresión alguna.
La ciudadanía, a través de las redes, puede hoy recibir y transmitir, instalar agendas, temas, puede autoconvocarse en causas parciales ya sin la presencia de los partidos políticos que han perdido la capacidad de convocatoria social.
Los partidos y las iglesias viven en un mundo análogo frente a la expansión de la tecnología digital y a la exigencia de que los problemas sean abordados y resueltos aquí y ahora, a una velocidad que la política, que requiere de tiempos distintos, no está en condiciones de responder. Ello profundiza el descontento y hasta la indignación de una sociedad más exigente, en un mundo global que amplía las oportunidades y donde la sociedad de la abundancia de bienes y productos los coloca como el objetivo del deseo, del placer de poseerlos.
Crecen las demandas inmateriales, que conectadas globalmente cambian velozmente la subjetividad de las personas y profundizan la idea de nuevas libertades como sinónimo de autonomía de las personas para resolver sobre asuntos de sus propias vidas, con sus propias creencias y percepciones y donde el control ideológico o espiritual que ejercían diversas instituciones, que ya no están en condiciones de dar sentido a las cosas, resulta sobrepasado por la información digital planetaria.
Vivimos, y también una expresión de ello, en una sociedad líquida, fluída, en constante cambio. Ello crea insatisfacción e incertidumbre que son dos características que cruzan la vida de nuestras sociedades.
Nada parece definitivo, ni siquiera el amor, los valores en los cuales se apoyaba la sociedad tradicional carecen de anclajes y no son reemplazados aún por nuevos y es normal que esta época de mutación cultural, económica, social, en  muchos crezca la desesperanza, por fenómenos que aparecen incontrolables, y con ello la soledad, el recluirse en si mismo o en el núcleo más cercano en busca de confort, todo lo cual es también un signo de nuestros tiempos.
Crecen los discursos que apuntan al miedo y hasta poderosos liderazgos políticos y religiosos en todo el mundo son construidos más en el temor que en la esperanza. El miedo hacia el otro, al desconocido, a la mezcla cultural y de los espacios, en un mundo que barre con las fronteras y donde las migraciones se tornan bíblicas.
Es decir, hay razones estructurales, de contexto, para la incomunicación y la ausencia de interactividad social.
Reconstruir la confianza es la clave para que las personas vuelvan, en las nuevas condiciones, a compartir, a conversar, a realizar una interactividad social donde el medio no sea el utilitarismo sino la solidaridad. Se requiere que el Estado vuelva a jugar un rol integrador, de protección frente a los abusos, que la política se torne transparente, que todos entendamos que vivimos ya en una casa de vidrio, que la educación de mejor calidad para todos sea el gran vehículo de la construcción de las oportunidades, que la democracia se abra más allá de la representación a formas más horizontales de participación que escuche a una sociedad integrada en un mundo con expresión propia. La revolución digital de las comunicaciones puede ser un gran mecanismo para recrear vínculos y expresiones, para aunar esfuerzos, para ejercer control y asegurar voz a los que no las han tenido.
Vivir en una sociedad compleja, donde lo lineal ya no sirve como canon interpretativo, sugiere desafíos enormes para reconstruir sociedad y para repolitizar, en un sentido noble, la vida de las personas.
A ello debemos abocarnos si queremos una sociedad que resocialice en términos colectivos, con una mirada comunitaria, con vínculos abiertos con las demás personas.
Una sociedad que no se hunda en el individualismo, en el consumismo auto referencial, en la estigmatización de los otros.

Una sociedad donde lo que prevalezcan sean los valores humanitarios, la defensa medioambiental de un planeta en riesgo y donde la creciente inteligencia artificial no reemplace a los seres humanos, sino sirva para que estos crezcan en tiempo y en cultura.

lunes, 28 de agosto de 2017

LA PROPUESTA POLITICA DE ERICH FROMM

Víctor Rey
Recientemente he vuelto a leer El arte de amar y Miedo a la libertad, de Erich Fromm. Encuentro que su mirada sobre el hombre, su naturaleza y existencia está completamente vigente hasta el punto de seguir resultando novedosa. También he encontrado una extraordinaria colección de herramientas en forma de miradas, observaciones, ideas, reflexiones, conclusiones y un extraordinario abanico de conocimientos que van de lo individual a lo civilizatorio y del presente absoluto a la perpectiva histórica.
De esos dos libros hay, como digo, docenas de aspectos que encuentran un interesante y exclarec
edor desarrollo y en el caso de hoy es su enfoque sobre la organización social, política y económica el que quiero compartir aquí. Como es habitual en Fromm lo que aporta es una mirada múltiple: nos propone cómo, qué, por qué. Y nos impele a hacer nuestra propia reflexión sobre las dinámicas emocionales e inconscientes que nos mueven. Una breve crítica política, completamente propositiva, como ayuda a la reflexión para todos los que estamos interesados hoy en contribuir a un cambio político y económico en nuestra sociedad.
En primer lugar, debe afirmarse lo siguiente: no podemos, sin sufrir grave perjuicio, enfrentar la pérdida de ninguna de las conquistas fundamentales de la democracia moderna, ya se trate del gobierno representativo —esto es, el gobierno elegido por el pueblo y responsable frente a él—, o de cualquiera de los derechos garantizados a todo ciudadano por la Declaración de los derechos del hombre. Ni podemos hacer concesiones con respecto al nuevo principio democrático, según el cual nadie debe ser abandonado al hambre —pues la sociedad es responsable por todos sus miembros—, ni al miedo y la sumisión, o bien condenado a perder el respeto de sí mismo a causa del temor a la desocupación y a la indigencia. Estas conquistas fundamentales no solamente han de ser conservadas, sino que también deben ser desarrolladas y fortificadas.
A pesar de haber alcanzado este grado de democracia (que, sin embargo, estamos aún muy lejos de haber puesto en práctica de manera completa), debe reconocerse que el mismo no es todavía suficiente. El progreso de la democracia consiste en acrecentar realmente la libertad, iniciativa y espontaneidad del individuo, no sólo en determinadas cuestiones privadas y espirituales, sino esencialmente en la actividad fundamental de la existencia humana: su trabajo.
¿Cuáles son las condiciones generales que permiten alcanzar tal objetivo? El carácter irracional y caótico de la sociedad debe ser reemplazado por una economía planificada que represente el esfuerzo dirigido y armónico de la sociedad como tal. La sociedad debe llegar a dominar lo social de una manera tan racional como lo ha logrado con respecto a la naturaleza. La primera condición consiste en la eliminación del dominio oculto de aquellos que, aun que pocos en número, ejercen, sin responsabilidades de ninguna especie, un gran poder económico sobre los muchos, cuyo destino depende de las decisiones de aquéllos. Podríamos llamar a este nuevo orden socialismo democrático, pero, en verdad, el nombre no interesa; todo lo que cuenta es el establecimiento de un sistema económico racional que sirva los fines de la comunidad. Hoy la gran mayoría del pueblo no solamente no ejerce ninguna fiscalización sobre la organización económica total, sino que tampoco disfruta de la oportunidad de desarrollar alguna iniciativa y espontaneidad en el trabajo especial que le toca hacer. Son empleados, y de ellos no se espera más que el cumplimiento de lo que se les ordene.
Solamente en una economía planificada, en la que toda la nación domine racionalmente las fuerzas sociales y económicas, el individuo logrará participar de la responsabilidad de la dirección y aplicar en su trabajo la inteligencia creadora de que está dotado.
Todo lo que interesa es que se restituya al individuo la posibilidad de ejercer una actividad genuina; que los fines de la sociedad y los suyos propios lleguen a ser idénticos, no ya tan sólo ideológicamente, sino en la realidad; y que pueda aplicar activamente sus esfuerzos y su razón en su trabajo, realizándolo como algo por lo cual pueda sentirse responsable en tanto representa una actividad que posee sentido y propósitos en función de sus propios fines humanos. Debemos reemplazar la manipulación de los hombres por la cooperación activa e inteligente, y extender el principio del gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo, desde la esfera política formal a la económica.
No es posible establecer únicamente en función de factores económicos y políticos si un determinado sistema contribuye o no a la causa de la libertad humana. El único criterio acerca de la realización de la libertad es el de la participación activa del individuo en la determinación de su propia vida y en la de la sociedad, entendiéndose que tal participación no se reduce al acto formal de votar, sino que incluye su actividad diaria, su trabajo y sus relaciones con los demás. Si la democracia moderna se limita a la mera esfera política, no podrá contrarrestar adecuadamente los efectos de la insignificancia económica del individuo común. Pero tampoco son suficientes los remedios meramente económicos, corno el de la socialización de los medios de producción. No me estoy refiriendo ahora al empleo engañoso de la palabra socialismo, tal como ha sido aplicada —por razones de conveniencia táctica— en el nazismo. Me refiero a Rusia, donde el socialismo se ha vuelto un término ilusorio, pues aunque se ha realizado la socialización de los medios de producción, de hecho una poderosa burocracia maneja la vasta masa de la población. Esto necesariamente impide el desarrollo de la libertad y del individualismo, aun cuando la fiscalización gubernamental pueda salvaguardar efectivamente los intereses económicos de la mayoría del pueblo.
Nunca se ha abusado más que ahora de las palabras para ocultar la verdad. A la traición de los aliados se la llama apaciguamiento: a la agresión militar, defensa contra los ataques; la conquista de naciones pequeñas es tildada de pacto de amistad, y la supresión brutal de poblaciones enteras se efectúa en nombre del nacionalsocialismo. También las palabras democracia, libertad e individualismo llegan a ser objeto de tal abuso. Hay una sola manera de definir el verdadero significado de la diferencia entre fascismo y democracia. Esta constituye un sistema que crea condiciones políticas, económicas y culturales dirigidas al desarrollo pleno del individuo. El fascismo, por el contrario, es un sistema que, no importa cuál sea el nombre que adopte, subordina el individuo a propósitos que le son extraños y debilita el desarrollo de la genuina individualidad.
Por cierto que una de las dificultades mayores para el establecimiento de las condiciones necesarias a la realización de la democracia reside en la contradicción que existe entre la economía planificada y la cooperación activa de cada individuo. Una economía de ese tipo que tenga los alcances de un vasto sistema industrial, requiere un alto grado de centralización y, como consecuencia, una burocracia destinada a administrar ese organismo centralizado. Por otra parte, el control activo y la cooperación de cada individuo y de las unidades más pequeñas de todo el sistema, requieren un alto grado de descentralización. A menos que se logre fusionar la planificación desde arriba con la cooperación activa desde abajo, a menos que la corriente de la vida social consiga fluir continuamente desde la base hasta la cumbre, la economía planificada llevará al pueblo a ser víctima de renovadas manipulaciones. Una de las tareas principales de la sociedad es justamente la de resolver este problema: la forma de combinar la centralización con la descentralización.
Y, por cierto, se trata de una cuestión no menos soluble que los problemas técnicos que ya fueron superados y que nos han conducido a un dominio casi absoluto de la naturaleza. Podrá ser resuelto, sin embargo, tan sólo si reconocemos la necesidad de una solución y si tenemos fe en los hombres y en su capacidad de cuidar sus propios reales intereses en tantos seres humanos.
En cierto modo, estamos enfrentando una vez más el problema de la iniciativa individual. Ésta constituyó uno de los grandes estímulos del capitalismo liberal, tanto para el sistema económico como para el desarrollo personal. Pero con dos limitaciones: solamente desarrolló en el hombre dos cualidades especiales, la voluntad y la racionalidad, dejándolo, por otra parte, subordinado a los fines económicos. Era éste un principio que funcionaba muy bien durante una fase del capitalismo en la que predominaban en alto grado el individualismo y la competencia, y en la que había espacio para un sinnúmero de unidades económicas. Pero éste se ha ido restringiendo. Sólo un número reducido está en condiciones de ejercer la iniciativa individual. Si queremos realizar ahora ese principio y extenderlo hasta liberar completamente la personalidad, ello sólo nos será posible por medio del esfuerzo racional y consciente de toda la sociedad, y merced a un grado de descentralización capaz de garantizar la cooperación activa, real y genuina, así como la fiscalización por parte de las más pequeñas unidades del sistema.
Tan sólo si el hombre logra dominar la sociedad y subordinar el mecanismo económico a los propósitos de la felicidad humana, si llega a participar activamente en el proceso social, podrá superar aquello que hoy lo arrastra hacia la desesperación: su soledad y su sentimiento de impotencia. Actualmente el hombre no sufre tanto por la pobreza como por el hecho de haberse vuelto un engranaje dentro de una máquina inmensa, de haberse transformado en un autómata, de haber vaciado su vida y haberle hecho perder todo su sentido. La victoria sobre todas las formas de sistemas autoritarios será únicamente posible si la democracia no retrocede, asume la ofensiva y avanza para realizar su propio fin, tal como lo concibieron aquellos que lucharon por la libertad durante los últimos siglos. Triunfará sobre las fuerzas del nihilismo tan sólo si logra infundir en los hombres aquella fe que es la más fuerte de las que sea capaz el espíritu humano, la fe en la vida y en la verdad, la fe en la libertad, como realización activa y espontánea del yo individual.
Erich Fromm. Miedo a la libertad [309-314]. Ed. Paidós, 1941

jueves, 24 de agosto de 2017


HACIA UNA ESPIRITUALIDAD LAICA
“El pasado y el porvenir son extraños a Dios”  (Maestro Eckhart)
Víctor Rey


Si en cualquier dominio el rigor en la comprensión y en el uso de conceptos es fundamental, en el dominio de la espiritualidad lo es aún más, dada su importancia y sobre todo la forma tan etérea y vagas como en este dominio y en nuestros días se utilizan los términos, comenzando por el de espiritualidad. Una forma que no es inocente y que tiene dos expresiones: una de excelsitud y de espontaneidad, generalmente poco comprometida, y otra, aparentemente muy comprometida, que valora la espiritualidad por su compromiso ético, social y político.

De acuerdo a la primera expresión, la espiritualidad es la dimensión humana formalmente más valiosa, pero tan espontánea que todo ser humano la experimenta y en cierta manera la cultiva. Es la espiritualidad como visión global de sentido y de valor al alcance de todos, en buena parte retórica, y que como retórica demanda poco esfuerzo.

De acuerdo a la segunda, compromiso ético y espiritualidad serían conceptos tan próximos que prácticamente serían equivalentes, o al menos el primero sería testimonio inequívoco del segundo, y la espiritualidad, fuerza y motivación que lleva al compromiso ético, y a la inversa, no percibiendo sus diferencias.

La espiritualidad tal como aquí la concibo no tiene nada de retórica ni se reduce a la realización ética. Al contrario, es la concepción más anti-retórica que existe y más allá de toda ética. Porque es la realización humana más plena y total, y como tal gracia o don, es decir en sí misma considerada no tiene causa ni conoce proceso, a la vez que demanda esfuerzo, el esfuerzo humano más grande que existe.

Como todos los hombres y mujeres espirituales dicen, no se sabe cómo es que la experiencia espiritual ocurre, cómo se produce, pero sí se sabe qué es: una experiencia sin contenido ni forma; más aún, sin sujeto ni objeto; un conocer, dirán los maestros orientales, donde el que conoce, lo conocido y el acto de conocer son la misma cosa, no se distinguen; una experiencia de la realidad en términos de unidad y totalidad; realización plena y total; ser y solo ser. Por ello una experiencia totalmente desegocentrada y desinteresada, sin objetivo y sin interés. Gratuidad pura, plena y total, fin en sí misma, nunca función o medio para otra realización. Un existir donde no hay diferencia entre sentir, percibir, amar, entender y actuar, porque todo ello se da a la vez. Acto puro, único y total.

La espiritualidad es, pues, un conocer, un vivir y un actuar sin creencias. Por lo mismo que es un conocer, un vivir y un actuar que no tiene contenidos ni forma, ni se basa ni se fundamenta en estos, sino en la experiencia pura y desnuda de su propio acto o ser, en sí misma, y en nada ni nadie más. Sin creencias ni religiosas ni laicas, puesto que no se apoya ni en verdades de fe ni en argumentaciones de naturaleza científica, filosófica o afines. 

En la experiencia espiritual y en orden a ella las creencias no son adecuadas. No porque sean religiosas, y en tanto religiosas, autoritarias, lo que sin duda es un obstáculo añadido, sino ante todo y sobre todo porque significan contenidos, conocimiento ya preexistente, religioso o racional, a fin de cuentas recibido y convencional, no creado, no originario y único. Y la espiritualidad en cuanto conocimiento y experiencia es única, específica, auténtica y verdadera creación cada vez que se da o ello ocurre.
Una espiritualidad con creencias, religiosas o laicas es el mayor obstáculo para la espiritualidad genuinamente tal. Porque la convierten en más de lo mismo, en ética, filosofía, religión y en este sentido la hacen imposible, más aún, la pervierten.

Por tanto cuando hablamos de espiritualidad estamos hablando de una experiencia laica, en el sentido religioso pero también, si se nos permite hablar así, en el sentido profano, técnico y científico. Porque en la espiritualidad como experiencia que es todo lo que tiene forma y contenido, ya sea religioso o científico y filosófico, es creencia.

Hoy la naturaleza laica de la espiritualidad como experiencia se hace más evidente. La espiritualidad, que en sí misma siempre ha sido laica, en el pasado fue normal en ella expresarse en formas culturales religiosas. Las religiones eran portadoras de espiritualidad y podían conducir hacia ella. Pero, dada la crisis epistemológica de las formas y contenidos religiosos con el advenimiento de la sociedad de conocimiento, eso ya no es más posible.


La espiritualidad así concebida, por ser fin en sí misma, realización plena y total, no es útil para nada más, no es medio ni existe en función de otra realización que en el tiempo, y por lo que respecta al individuo o a la sociedad, sería superior. La espiritualidad no es una realidad sometida al tiempo y dependiente de éste.  Por ello el criterio de lo útil e instrumental tampoco es adecuado en esta dimensión humana. Y sin embargo es la mayor fuente de compromiso, de liberación y de realización humana, personal y social, que existe. Porque ella no es una realidad aparte.

domingo, 20 de agosto de 2017



Los cristianos y el arte


Víctor Rey
Cuando conocí a Dios a los 23 años en la Universidad de Concepción, varias cosas me llamaron la atención de la “cultura evangélica”. En ese tiempo estudiaba filosofía y Chile vivía bajo la dictadura militar de General Augusto Pinochet. Es bueno recordar que la mayoría de los evangélicos en Chile apoyaron el Golpe Militar y la violación a los Derechos humanos que se produjeron en esos 17 años. Los líderes del Grupo Bíblico Universitario (GBU) me dijeron que el grupo que se reunía todos los días al lado del campanil del foro universitario no era una iglesia y que yo debía congregarme en una iglesia local. Así fue como me puse a visitar las iglesias protestantes, evangélicas, pentecostales, católicas, mormonas, testigos de Jehová y hasta la única sinagoga que había en ese tiempo en la ciudad.
Así, participando en sus cultos, liturgias, escuchando sus discursos y cantos, comencé a conocer y entender esta nueva cultura. Justamente una de las cosas que me llamaron la atención fue la falta de estética en casi todo lo que se hacía. Ejemplo, los lugares de reunión llamados templos. Algunos eran casas, bodegas o garajes acondicionados para realizar cultos. Me parecieron feas y de mal gusto. Me recordaron la frase de Paulo Freire: “Cuando entro a un templo o un salón de clase, se inmediatamente donde se encuentra el poder”. Muchos de estos lugares se caracterizaban por ser más largos que anchos, con bancas duras y al fondo, en el lugar más alto, el púlpito, donde casi siempre había una persona, siempre un hombre cuyos discursos los hacía en un lenguaje duro, casi siempre gritando y retando a la audiencia que repetía dócilmente ¡Amén!, ¡Gloria a Dios!, ¡Aleluya!. Los cánticos con música repetitiva y las letras con falta de poesía y de relato.
Los lugares de reunión no invitaban a la reflexión y menos a la espiritualidad. Los discursos de los predicadores, me parecían faltos de belleza, sin contar lo fuerte del volumen, lo extenso y descontextualizado de sus exposiciones. Al conversar con los jóvenes, me llamó la atención la falta de información y conocimiento acerca de la realidad política, lo social y lo cultural. Muchos de ellos no les interesaba el cine, la literatura, la música y el arte en general. Yo que venía de ese mundo del arte, la política, la filosofía, la literatura, me parecía extraño este nuevo mundo al cual estaba ingresando. El humor era algo que casi no se percibía, ya que la santidad y la espiritualidad se expresaba en la seriedad. Mis cantantes y músicos preferidos eran (y siguen siendo): Joan Manuel Serrat, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Violeta Parra, Víctor Jara, Inti Illimani, Quilapayún, Los Jaivas, Santana, Led Zeppelin, Pink Floyd; y en literatura los ensayos de: Ernesto Sábato, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Pablo Neruda, Mario Benedetti, Erich Fromm, Jean Paul Sartre, Albert Camus; disfrutaba el cine de Claude Lelouch, Francois Truffaut, Luis Buñuel y todo el boom de la literatura y la canción latinoamericana.
¿Hay un lugar legítimo para la apreciación del arte y de la belleza en nuestra vida? ¿Cuál es la relación entre la cultura y nuestra vida espiritual? ¿Acaso el arte y el desarrollo de los gustos estéticos no son una pérdida de tiempo a la luz de la evangelización? Estas son preguntas que los evangélicos suelen hacer acerca de las bellas artes.
Lamentablemente, las respuestas que solemos escuchar a este tipo de preguntas, sugieren que el cristianismo puede funcionar bastante bien sin una dimensión estética. En el corazón de esta mentalidad está la afirmación clásica de Tertuliano (160-220 d.C.): “¿Qué tiene que ver Atenas con Jerusalén, la Academia con la Iglesia? No necesitamos curiosidad desde Jesucristo, ni de averiguación después del evangelio”.
Esta osada afirmación ha llevado a muchos a sostener que la vida espiritual es esencial, pero la cultural es irrelevante. Y hoy, gran parte de la comunidad cristiana parece inclinada a enfocar la estética de la misma forma precipitada y superficial que vivimos la mayor parte de nuestra vida.
Creo que esa es la tarea hoy, o el protestantismo latinoamericano no tendrá mucho futuro. Si en los años 70 los profetas eran los teólogos, los sociólogos, los economistas, los políticos, hoy son los artistas y dentro de ellos los humoristas. Quizás una nueva forma de hacer teología es la que Rubén Alves describió sobre lo que el mismo hacía:
“Mi teología no tiene nada que ver con la teología. Es un vicio. Hace mucho que debería de haber dejado ese nombre y decir solo poesía, ficción, juego. Que descansen los que tienen certezas. No entro en su mundo y no deseo entrar. Los jardines de concreto me dan miedo. Prefiero las sombras de los bosques y el fondo de los mares, lugares donde se sueña… Allí habitan los misterios y mi cuerpo queda fascinado.”
Pablo dice en Filipenses 4:8: “En esto pensad”. Surgen dos proposiciones muy importantes. Primero, nos recuerda que el cristianismo prospera en la inteligencia, no en la ignorancia, aun en el mundo estético. Los cristianos necesitan sus mentes cuando se confrontan con las expresiones artísticas de una cultura. Para el existencialista y el nihilista, la mente es un enemigo, pero, para el cristiano, es un amigo. Segundo, vale la pena notar que Pablo haya sugerido un enfoque tan positivo de la vida y, por aplicación, al arte. No nos dice que todas las cosas que son falsas, deshonrosas, injustas, impuras, desagradables, de mala fama, mal hechas y mediocres deben ser el foco de nuestra atención. Aquí, de nuevo, se trasluce la esperanza del enfoque cristiano de la vida en general. Nuestras vidas no son para ser vividas en tono menor.
Hay tres palabras importantes a tener en mente al definir la responsabilidad cristiana en cualquier cultura. La primera es cooperación con la cultura. La razón de esta cooperación es que podremos identificarnos con nuestra cultura para que pueda ser influida para Jesucristo. Jesús es un modelo para nosotros en esto. No fue, en general, un anticonformista. Asistió a bodas y funerales, sinagogas y fiestas. Por lo general, hizo las cosas culturalmente aceptables.
Una segunda palabra es persuasión. La Biblia describe a los cristianos como sal y luz, los elementos penetrantes y purificadores dentro de una cultura. El cristianismo busca tener una influencia en una cultura, y no ser absorbido por transigir repetidamente.
Un tercer concepto es confrontación. Los cristianos podemos desafiar y rechazar aquellos elementos y prácticas dentro de una cultura que son incompatibles. Hay ocasiones en que los cristianos debemos confrontar a la sociedad.
Finalmente, los cristianos deberíamos ser alentados a involucrarnos en las artes.  Esto puede lograrse, ante todo, aprendiendo a evaluar y apreciar las artes con mayor habilidad.
La fealdad y la decadencia abundan en cada cultura y generación. De esto no podemos huir. Pero Jesús tocó al leproso. Hizo contacto con el enfermo necesitado. Como cristianos, ¡nuestro foco debería ser no lo que el arte nos da, sino más bien lo que podemos dar al arte! Por lo tanto, el desarrollo de la imaginación y un análisis sano y amplio -aun de las muchas obras contemporáneas negativas- es posible cuando se las considera dentro de los amplios temas de la humanidad, la vida y la experiencia de una cosmovisión verdaderamente cristiana.
Creo que la poesía es algo que necesitamos con urgencia hoy, no solo en las iglesias, sino en toda la vida. El poema del poeta costarricense Jorge Debravo resume muy bien la misión que tiene el cristiano:
El hombre no ha nacido
para tener las manos
amarradas al poste de los rezos.
Dios no quiere rodillas humilladas
en los templos,
sino piernas de fuego galopando,
manos acariciando las entrañas del hierro,
mentes pariendo brasas,
labios haciendo besos.
Digo que yo trabajo,
vivo, pienso,
y que esto que yo hago es un buen rezo,
que a Dios le gusta mucho
y respondo por ello.
Y digo que el amor
es el mejor sacramento,
que os amo, que amo
y que no tengo sitio en el infierno.

viernes, 11 de agosto de 2017

100 AÑOS DEL NACIMIENTO Y 50 DE LA MUERTE  DE VIOLETA PARRA

Víctor Rey

Eran las seis menos diez de la tarde, exactamente, hora chilena del domingo 5 de febrero de 1967. Violeta Parra llevaba ya algún tiempo con la obsesión de irse de este mundo por voluntad propia. Así es que tomó un revólver de su propiedad, lo situó sobre la frente, en su sien derecha y apretó el gatillo. Murió instantáneamente. Había nacido en San Carlos una pequeña ciudad del sur de Chile un 4 de octubre de 1917.

Recuerdo claramente ese día, yo era un niño y estaba en la playa de Llo Lleo con unos primos disfrutando del verano, cuando escuchamos la notica por la radio. A todos nos impactó y nos quedamos mirando el mar.  Creo que para mí fue la primera vez en que reflexioné sobre el misterio de la vida y la muerte.
Estaba considerada una de las mejores folcloristas de todos los tiempos. No dejó de resultar un trágico sarcasmo que decidiera quitarse la vida quien precisamente había creado un himno tan hermoso, tan emotivo… como "Gracias a la vida".

¿Por qué Violeta Parra optó por tan trágica medida? Había estrenado "Gracias a la vida" hacía poco más de un año y hay quien asegura que, víctima de una profunda depresión, eligió despedirse a tiempo con aquella bellísima, profunda pieza. Como una premonitoria elegía. ¿Qué había llevado a esta mujer a suicidarse? Desde luego la pobreza, una dura existencia desde muy niña, la salud quebradiza, el desdén de sus compatriotas en sus últimos tiempos pese a ser reconocida su obra en ambientes culturales, y, finalmente por sus desdichas amorosas.

Hay todavía controversias sobre el lugar donde realmente vino al mundo, pero la mayoría de los estudiosos de su vida y obra señalan la población de San Carlos, provincia chilena de Nuble, el 4 de octubre de 1917. Sus padres (un maestro rural de ideas avanzadas y una modista) la bautizaron como Violeta del Carmen Parra Sandoval. De ellos aprendió a amar la cultura, llegando a destacar por las letras de sus canciones, las partituras propias, pero asimismo con sus cuadros, cerámicas, esculturas, bordados que ella fue exhibiendo con el paso de los años. Era una familia numerosa, con cinco hermanos de los que Nicolás Parra resultó ser un prestigioso poeta. Violeta tuvo una niñez difícil, aquejada de varias enfermedades, creciendo con una débil constitución física.
En algunas de sus canciones reflejó las penurias familiares y los males que hubo de vencer en su infancia. Guiada por su citado hermano estudió Magisterio en Santiago de Chile, pero se ganó el pan merced a infinidad de modestos trabajos: "No existe empleo ni oficio / que yo no lo haya 'ensayao'"…" reza la estrofa de una de sus canciones. Las primeras, a la edad de doce años. Llegó a dominar varios instrumentos como la guitarra, el charango, el cuatro, el arpa, la quena, también otros de percusión… De cantar boleros y canciones populares españolas y mexicanas pasó a concentrarse en el estudio, búsqueda e interpretación de antiguas piezas folclóricas andinas, al punto de recopilar más de tres mil, aparecidas en el volumen "Cantos folclóricos chilenos".
Es sin duda su primer matrimonio con el obrero ferroviario Luis Cereceda, en 1938, lo que marcaría buena parte de la línea ideológica de su repertorio y el comienzo de una atormentada vida. Era su marido un militante comunista quien la aleccionó en sus ideas hasta que ella misma se introdujo en ambientes políticos de izquierda. Si bien hay parte de su repertorio musical de mero contenido folclórico no puede eludirse otra donde expresa historias y problemas de la clase trabajadora bajo la óptica de su ideario. El fracaso de su matrimonio se debió a que pasaba muchos días lejos de su hogar por sus compromisos artísticos, lo que no comprendía su esposo. Tuvieron dos hijos, Ángel e Isabel, luego también cantantes. El primogénito recordaría la dura existencia que padecieron en su desprotegido hogar: "Vivíamos con mamá en una pieza de madera, con piso de tierra. En invierno hacía un frío de morirse. Nos tapábamos hasta con el estuche de la guitarra. A las cuatro de la mañana ella me despertaba para que fuera a robar agua a una acequia que quedaba muy lejos".

Violeta Parra volvió a casarse, esta vez con un carpintero, Luis Arce, con quien tuvo una hija, Carmen Luisa, que murió a los dos años. Una nueva decepción sentimental. Ya había disfrutado de experiencias artísticas notables. En 1952 recibía el premio Caupolicán "a la mejor folclorista de Chile"; Pablo Neruda la recibió en su casa y para el gran poeta ella desgranó lo mejor de su repertorio: versos como "A lo humano", "A lo divino". El premio Nóbel escribió para Violeta un sentido poema. En 1955 realizó el más importante de sus viajes, a Varsovia, tomando parte en el Festival Mundial de la Juventud. También pasó por Moscú y París. De 1957 es su canción más comprometida, "La lechera". También lo sería después "La carta".

Es en 1960, en un segundo viaje a la capital francesa, donde vivió tres apasionantes años, cuando conoció a su verdadero amor, un suizo de nombre Gilbert Fabre, antropólogo y musicólogo. Convivió un largo tiempo con él en Ginebra, dedicándole entre otras las canciones "Corazón maldito", "Qué he sacado con quererte", "El gavilán, gavilán"… Lideraba por entonces la nueva canción chilena con textos de su autoría cargados de fuerte contenido social. En 1964 expuso una colección de tapices de su creación en el Museo del Louvre. Regresó a Chile en 1966 tras su ruptura con Gilbert Favre, quien ese año se instaló en Bolivia. Fue a verlo y resultó que se había casado. Aquello le produjo una depresión que nunca superaría, aunque trató de rehacerse sentimentalmente al lado de un músico uruguayo, Alberto Zapicán.

El año mencionado es cuando se instala en una carpa, "La Reina", donde busca un rincón donde vivir, sin ninguna clase de comodidad. Allí reanuda la confección de tapices y allí es donde canta para quien quiera escucharla. Pero acude muy poca gente y ella malvive, apenas sin ingresos. Es cuando llega el fatídico 5 de febrero de 1967 y en la más completa soledad toma la decisión de suicidarse. Nos dejó, aparte de "Gracias a la vida" (de la que hizo una versión insuperable Mercedes Sosa), "Volver a los 17" (que grabaría Joan Manuel Serrat), "Casamiento de negros", "La jardinera"… Gran parte de su obra también se conocería gracias a Los Calchakis, Víctor Jara, Quilapayún, Inti Illimani, Patricio Manns, María Dolores Pradera, Miguel Bosé, Joaquín Sabina… y sus propios hijos, Ángel e Isabel Parra.

jueves, 10 de agosto de 2017

KAIROS Y LA ESPIRITUALIDAD DEL SER HUMANO

Víctor Rey


La cultura Maya al referirse al origen del universo, sostiene que el tiempo funda el espacio. Este espacio flexible contiene el cambio incesante del cosmos y de la vida. Con la noción de tiempo medimos estos cambios.

Para Henri Bergson, filósofo francés del siglo xx, existe un tiempo numerado mezclado con el espacio, cuantitativo; pero existe también un tiempo puro que es mera duración interna, el tiempo verdadero, es el fluir de nuestra interioridad en el sentido cualitativo, desprovisto de medida.

Podemos representar al tiempo cronológico con la clásica flecha que señala el transcurrir de pasado a futuro, principio y fin; y al tiempo puro con una línea de forma helicoidal ascendente, que representa la evolución y la conexión cósmica superior.

Cronos, el tiempo inexorable, Kairos, el tiempo interior, tiempo del espíritu.

Desde que los primeros filósofos buscaron la explicación del mundo, un principio de unidad en la diversidad y dejaron escritos sobre la interpretación de sus sistemas, desde entonces y hasta ahora, la mayoría de la humanidad sigue bajo el parámetro, cronos, flecha del tiempo, razón, pensamiento. La especialización de la razón para la supervivencia es de suma importancia, de allí el desarrollo técnico-científico.

El problema es que el pensamiento atado al tiempo lineal no es libre, seguimos el movimiento, la cantidad, en un proceso constante basado en memoria y expectativa, pasado y futuro.

Los sucesos del afuera, de todos los hechos en el mundo, son el espejo de la psiquis interior de cada uno. Nos movemos en una esfera que desconoce la vida interior, navegamos en nuestros roles sin parar la flecha inexorable que nos distancia constantemente, nos sentimos temporales en este cronos devorador, entonces la intención para sí, la separación.

Un velo de ignorancia marca nuestra arrogancia sobre los sistemas de la vida, con sólo mirar que el árbol, el venado, el pez, que toman sólo lo necesario para la subsistencia. Esta ignorancia sobre la naturaleza y sobre el tiempo interior, es más profunda en las personas que representan el poder imperante, pues lo ejecutan en perjuicio de la vida en la tierra, están embuídos por un materialismo radical.

El tiempo del espíritu, el que repliega la vista hacia el conocimiento interior, consiste en una atemporalidad, que implica la realidad posible al margen del transcurso del tiempo-espacio, es una espiral ascendente que constituye un presente absoluto y nos hace trascendentes porque la podemos experimentar.

El sentido del tiempo lineal se manifiesta en proyectos, el sentido del tiempo helicoidal nos señala el camino de nuestra autorrealización trascendente.

Cuando nuestra atención se ancla en el instante, permanece en el presente, entonces la consciencia accede a la dimensión espiritual donde se despliega la información como algo nuevo y único.

El ahora es el misterio del ser, en el que deberíamos permanecer, pues allí reside el tiempo puro que nos señalaba Bergson, el tiempo del espíritu. Es el grito de presencia de nuestra consciencia y está en el escalón superior de la mente que corre prisionera.

Poseemos una atemporalidad potencial y trascendente que implica creación, y una consciencia omniabarcativa, que puede aprender a equilibrar el mundo interior al salir del tiempo basado en el temor y el deseo.

No es fácil ser el conductor, porque estamos acostumbrados a que los pensamientos nos lleven a saltos vertiginosos de aquí para allá, y según estos pensamientos pasamos por las más diversas emociones, hasta las que llegan a dañar.

Estar en el presente es un ejercicio de permanencia, de atención, de observación que debemos realizar; quizás imitar esa mirada sin resistencia de nuestras mascotas, donde reina la simpleza de lo que sucede en cada instante.

Para la mitología griega Cronos es el Dios del tiempo inexorable, cuyo paso nos lleva a un final; Kairos, en cambio, es el Dios del tiempo interior, el tiempo del espíritu, es el que nos devuelve la vida y en el que surge lo nuevo. Es la mirada anclada en el presente eterno que nos conduce a experimentar la paz.

Llegar a vivir en el tiempo de Kairos es estar receptivos a vivir plenamente y a recibir resplandores de esa conexión cósmica, que nos conduce la línea en espiral ascendente.

Es iluminar nuestro psiquismo, y el espejo del mundo exterior cambiará, pues el medio se adapta al ser, quizás alcancemos el despertar de la masa crítica, tan imperioso, para que se produzca la transformación de esta humanidad herida en una humanidad donde el bien común sea su estandarte.

martes, 1 de agosto de 2017

Espiritualidad y religión: caminos de encuentros y desencuentros | Por Víctor Rey


Durante mucho tiempo, en esquemas de pensamiento y sociedades antiguas lo espiritual, iba necesariamente ligado a lo religioso. Aún hoy día, y por ello, se hace imprescindible deslindar conceptos para alcanzar un correcto entendimiento. La Espiritualidad ha sido planteada históricamente como lo opuesto al cuerpo, la carne y la materia. Las heridas causadas por estos viejos dualismos, cuerpo- espíritu, carne- espíritu, materia-espíritu, están aún sin cicatrizar en la mentalidad tradicional. Tanto más espiritual se es cuánto menos contacto se tiene con lo material, la espiritualidad religiosa ha hecho gala de esta anticorporalidad. Hoy esto está cambiando, de este modo podemos definir Espiritualidad como: “Esa dimensión profunda del ser humano, que en medio de su corporalidad trasciende lo superficial y constituye la esencia de la vida humana con sus sentidos y sus pasiones “.

Actualmente, el monopolio religioso de la espiritualidad ya no es defendido ni por la propia teología, el concepto actual de espiritualidad la aleja cada vez más de la religión, puesto que ésta puede llegar también a ser vivida sin espiritualidad. Desde una perspectiva antropológica y cultural, podríamos decir que la religión es más bien una forma concreta, en la que la espiritualidad de siempre del ser humano, fue revestida a lo largo de una parte de nuestra historia. En concreto con la revolución agraria, el hombre cambia su forma de vida, se sedentariza, aparecen entonces las primeras formas sociales y surge la religión, que asume una función programadora central, en el control de la sociedad y por tanto en la socialización del ser humano. Esta viene a constituirse en el software de la programación de los miembros de la sociedad.

La religión afianza la identidad, la conciencia de pertenencia al grupo; con sus relatos organiza los conceptos del bien y del mal, para prevenir un posible caos ético. Y, sobre todo, la integración de la idea de autoridad y obediencia, como resortes de poder, imprescindibles para manejar y hacer viable este tipo de sociedad según los ámbitos y definimos, que la Espiritualidad es mucho más amplia que la religión y no es un subproducto de ella, ni una cualidad que la religión produce en sus adeptos. Muy al contrario, la religión es la que se puede considerar como una forma de muchas, en la que puede ser expresada esa realidad profunda que constituye la espiritualidad. Realidad que se da en todo ser humano antes de que este se adhiera a cualquier tipo de religión.

Podemos decir que en nuestra sociedad actual, no existe crisis espiritual, y sí existe en las religiones tradicionales. La grave crisis religiosa hunde sus raíces en un proceso que se ha prorrogado durante los últimos siglos, y este hecho ya no solo afecta a la institución, sino también a las personas que tratan de vivir la fe con la mejor voluntad, sintiendo que algo muy profundo no marcha. Los miembros se distancian de la ortodoxia, y su moral no es aceptada, la imposición de normas éticas está siendo sustituida. En su conjunto tanto la estructura como el ambiente se sitúan en una crisis sin precedentes.

Mientras la Espiritualidad se expande, la religión observa como su espacio se estrecha de modo que se perfila esencialmente en el ámbito del culto y las agrupaciones específicas. Es interesante destacar que la situación religiosa no viene dada por una quiebra moral en la sociedad, ni al materialismo, es el resultado de la negativa al cambio social producido a lo largo de cientos de años, a una nueva etapa histórica, bien distinta a aquella antigua sociedad agraria. Se esta fraguando un gran cambio, en el que se intuye la superación de las aptitudes religiosas de antaño, y comienza una nueva religiosidad, como ya se atreven a declarar grandes teólogos, el paso a “una Espiritualidad sin religión “más allá de la formas. No se hunde el mundo, como algunos vaticinan, sino que cambia. Hay muchas cosas en la religiones que están muriendo, y si esto ocurre, nada grave habrá pasado. La Espiritualidad, libre ya de tutela y represión, podrá volar en una libertad plenamente creativa, que ya viven muchos de aquellos que marcharon, no por falta de espiritualidad, sino precisamente por lo contrario, por una insatisfacción insoportable y a causa del espíritu que se respiraba dentro de la institución. Se trata de la vuelta a las fuentes, que no es sino recolocar la Espiritualidad en su lugar natural, la profundidad existencial de la persona. La Espiritualidad no es una dimensión religiosa, sino que forma parte de la plena realización del ser humano. No inhabilita al cuerpo, sino que le da fuerza, vida, sentido, y pasión, se trata de la realización plena del ser humano, su apertura a la naturaleza, a la sociedad, y a la contemplación.

Es tiempo de apertura, de darse cuenta de que el ser humano está dando un nuevo paso evolutivo, y este viene de la mano de esta Nueva Espiritualidad. También la ciencia moderna, muy concretamente la física cuántica, ha puesto sobre la mesa la posibilidad de un nuevo acceso a la espiritualidad desde la ciencia misma, y no es el mundo religioso el que lidera este paso, sino el científico, la microbiología del cerebro ha dado un salto revolucionario. Al igual que Coleman hace años lanzaba la propuesta de la inteligencia emocional, cuando solo se mencionaba el mero coeficiente intelectual como forma de valorar nuestra inteligencia, ahora encontramos científicos como Danha Zohar que lanzan el concepto de Inteligencia Espiritual, una dimensión psicológica y biológica con base cerebral, que evidencia la capacidad del ser humano para las vivencias y experiencias de sentido espiritual, y que tiene su localización cerebral en lo que se ha dado en llamar el Punto Dios. La Espiritualidad deja de ser un misterio sobrenatural, mostrándose incluso neurobiologicamente, como una capacidad concreta del ser humano, que si no es llevada a su realización redunda inevitablemente en un desarrollo incompleto del mismo. Son muchos los teólogos que observan y sugieren: ¿Será que algo tiene que morir para que nazca algo realmente nuevo? La espiritualidad nada tiene que ver con la doctrina, con dogmas, ortodoxias, celebraciones y ritos, si bien estos pueden ayudar en algún momento. La espiritualidad es vivencia y es experiencia. Así es que podríamos decir que la religión es excelente si logra llevarnos una y otra vez al camino espiritual, se convierte en un medio funcional y práctico, no manipula sentimientos, ni aterroriza, ni carga conciencias, ni atrapa adeptos, sino que solo es un cauce y nada más. Esto no es fácil, pero si es posible. Tal vez debiéramos probar la religión en la que vivimos, atrevernos a permanecer desnudos, sin ella durante algún tiempo, a ver qué pasa. Dejando de oír a los demás y prestando nuestra atención a lo que percibimos en nosotros mismos, dejar de oír letanías, sermones, discursos, frases hechas y usadas una y otra vez. La espiritualidad sobrevive solo si hay gratitud, compasión y honradez, desarrollando nuestra capacidad de contemplación, de escucha atenta, de valores y de respeto. La vida es una ocasión para crecer, para aceptar nuestros cansancios, nuestras limitaciones, nuestro envejecimiento, nuestra mortalidad.

Carl Jung decía: “Entre todos los pacientes de más de 35 años, no ha habido uno solo cuyo problema más profundo no tuviera que ver con su aptitud religiosa, en última instancia todos padecían por el hecho de haber perdido, lo que una religión viva ha dado siempre en todos los tiempos a sus seguidores. Y ninguno se ha curado realmente, sin recobrar la aptitud religiosa que le era propia. Esto es claro y no depende en absoluto de la adhesión a un credo determinado, ni de la pertenencia a tal o cual iglesia, sino de la necesidad de integrar la dimensión espiritual “.

Se nos enseña a analizar la vida desde el punto de vista sociológico, jurídico, económico, tal vez hasta psicológico, pero es absolutamente necesario hacerlo desde el punto de vista espiritual. Muchas de nuestras angustias, dolencias y hasta enfermedades son causa directa de una espiritualidad no desarrollada, manipulada, reprimida y deformada. Además la espiritualidad se hace más bella aún, porque tiene mucho que ver con la piel y con la emoción del corazón. La espiritualidad verdadera asume todo lo que es radicalmente humano.

El caminante, Jesús, asumió todo lo humano trabajo, llanto, tristeza, amor humano, ira, cercanía, entrega, compasión, ternura, amor Divino. Su frase: “Así en la tierra como en el cielo” nos muestra que todo forma parte de nosotros, ser humanos sin hipocresías, con luces y sombras, y nos muestra un mejor camino, que al final se convierte en el Único Camino, el del Amor. Porque el Amor nunca deja de ser y nos lleva a la Integración Absoluta y final, a esa Gran Casa a la que todos pertenecemos, aunque la denominemos de forma diferente.

Si reservamos en nosotros espacio para lo espiritual, la transformación está servida, la llama interior no se apagará, habrá luz y calor que alcanzará de continuo a quienes nos rodean. Y entenderemos las inmensas razones que tenemos para vivir esta aventura humana. La integración debe ser alcanzada ya, no solo desde una visión trascendente sino desde esta casa común que habitamos hoy. La verdadera religión es la que nos lleva a cumplir, a vivenciar aquellas hermosas palabras de Jesús: “Benditos heredad el Reino. Porqué tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me recogisteis; estuve desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y fuisteis a verme y ellos respondieron: ¿maestro cuándo hicimos esto? Y el maestro dijo: “De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” La religión verdadera nos lleva a una vida activa, de unidad y de crecimiento, de compartir con el otro, ese prójimo que tantas veces oímos.

El Dalai Lama contestaba en una ocasión: “El objetivo de la práctica espiritual es transformar y perfeccionar el estado general del corazón y de la mente; para de este modo hacernos mejores personas”. Tengamos claro el hecho esencial del ser humano y la religión con la frase: El manto debe ser cortado para ajustarse a la persona, y no la persona cortada para ajustarse al manto. Jesús vivió en una sociedad en la que la religión no dudaba en ejercer esta violencia, fue este mismo hecho el que llevó al maestro a la muerte. Jesús cortado porque no se ajustaba al manto. Así decía: “Fariseos hipócritas que cerráis el reino de los cielos delante de los hombres, pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando” La falsa religión, la que encadena al hombre, coloca una dura carga sobre su conciencia y hace de su vida un ritual, no dejando crecer el hermoso ser interior que somos. Solo el despertar cuando llega a la vida, es capaz de sacarnos de esta esclavitud, permanece atento a las señales del camino, todos tenemos ocasiones para la libertad.

Sobre el autor: 
Víctor Rey es chileno, radicado en Ecuador. Coordinador de Relaciones Inter institucionales de la Fundación Nueva Vida en Quito. Egresado del Seminario Teológico Bautista de Santiago de Chile, posteriormente se recibió de Profesor de Filosofía en la Universidad de Concepción. En 1989 obtuvo la Licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad Alberto Hurtado (ILADES), Chile, y en 1993 el Master en Comunicación Social en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica.