sábado, 24 de marzo de 2018



EN MEMORIA DE LOS 38 AÑOS DEL ASESINATO DE MONSEÑOR OSCAR ARNULFO ROMERO

Víctor Rey

En el mes de febrero del 2015 fui invitado por el Departamento de Teología de la Universidad Evangélica de El Salvador para dictar algunas clases a los alumnos de esta universidad centroamericana.  Un día el decano de la facultad de Ciencias Sociales el Licenciado Ricardo Rivas y el Director del Departamento de Teología, Licenciado Marlin Reyes me invitaron a visitar la Capilla donde fue asesinado Monseñor Romero, lugar que queda cercano a la Universidad.  También me invitaron a visitar la Universidad Centroamericana (UCA) donde fueron asesinados seis jesuitas y dos mujeres, en noviembre de 1989. Realmente es impresionante recorrer este lugar sencillo que está dentro del Hospital para cancerosos La Divina Providencia. En este mes de marzo se cumplen treinta y ocho años de su asesinato ocurrido un 24 de marzo de 1980, que llegó en el momento justo, como a Jesús, después de haber recorrido tres de pasión con su pueblo y como su pueblo de El Salvador.    Mientras celebraba el sacramento de la reconciliación, una bala asesina atravesó la casulla y el corazón de Oscar  Arnulfo Romero.  El único “delito” que se le conoce al arzobispo de San Salvador es explicar el Evangelio, hacer oír su voz desde el incómodo papel de profeta de la verdad, y eso es cosa que forzosamente atrae la violencia de quienes no aceptan más soluciones que las impuestas.

Su “vida pública”, como arzobispo de San Salvador duró tres años, como la de Jesús y no dejó a nadie indiferente. Unos lo consideraban un profeta, un mártir, un luchador por la paz y el diálogo, un hombre de Iglesia; otros, por el contrario, veían en él a un revolucionario, un agitador de masas, un político frustrado que promovía la crispación, un personaje en busca de notoriedad social.

Esta figura emblemática de la Iglesia Latinoamericana sigue estando especialmente presente en la memoria y el cariño de los más humildes de El Salvador. El recuerdo de su asesinato trae a la mente una forma equivocada de solucionar los conflictos políticos y sociales, pero también atestigua la permanente tentación de recurrir a la violencia para resolver los problemas molestos.

El recuerdo de su asesinato, unido al de la muerte de Jesús proclama la certeza y la fuerza de la esperanza que vence cualquier desesperación e impotencia; desde la vida entregada del Señor Jesús pueden mantener su dignidad los hombres y mujeres que sufren las injusticias de los poderosos o la instrumentalización de quienes siguen dominando los resortes religiosos de la vida de los pueblos.

El Cristo crucificado iluminó la visión de Romero hasta que exhaló su último aliento. El 24 de Marzo de 1980, dentro de la capilla del Hospital de la Divina Providencia, dispararon sobre Oscar Romero y le mataron mientras celebraba la misa. Imitando a la de Cristo, la misma vida y muerte de Romero fue una expresión sacramental del amor crucificado de Dios hacia el mundo, a favor del pueblo sufriente de El Salvador y de otros muchos, más allá de ese pueblo. Su brutal asesinato seguirá sembrando semillas de esperanza y de vida para todos aquellos que luchan por una mayor justicia social y que profesan la fe en un Dios liberador, cuyo amor no puede ser extinguido ni siquiera por la muerte.

El eje principal en torno al cual giró la vida de Romero fue la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. En ésa línea, él creyó que había sido llamado a “sentir con la iglesia”, especialmente en la medida en que ella sufre en el mundo. Romero creía que la misión de la Iglesia consiste en proclamar el Reino de Dios, que es el reino de “la paz y la justicia, de la verdad y el amor, de la gracia y de la santidad… para conseguir un orden político, social y económico que responda al plan de Dios”.

En el fondo de estas palabras, él quiso encarnar la conversión que predicaba. Una vez le visitó un funcionario eclesiástico y le hizo saber que sus modestas habitaciones, en el Hospital de la Divina Providencia, no eran “adecuadas” para un arzobispo. Él estuvo de acuerdo y le explicó que, dado que la mayoría de sus fieles vivían en chozas de cartón, sus habitaciones resultaban comparativamente demasiado lujosas. Para Romero, la conversión significaba abrir la propia vida a los pobres, viviendo en solidaridad con ellos, no como alguien superior que les da limosnas, sino como un hermano o hermana que camina en solidaridad con ellos.

Él insistía en que “una Iglesia que no se une a los pobres, a fin de hablar desde el lado de los pobres, en contra de las injusticias que se cometen con ellos, no es la verdadera Iglesia de Jesucristo”. Algunos percibían esa actitud como una deformación de la misión de la iglesia y como una contaminación de la iglesia con la política, pero Romero contestaba.

Él creía que “la fe cristiana no nos separa del mundo, sino que nos introduce en el mundo”. Aunque se enfrentó de lleno con los desafíos políticos de su tiempo, él no fue simplemente un activista social, sino también un hombre de honda oración y meditación, que le ayudaron a mirar más allá y debajo de la superficie de los acontecimientos, descubriendo las verdades más profundas de la realidad. A menudo, él suspendía las discusiones más intensas y acaloradas con sus consejeros, a fin de orar sobre las decisiones que debían tomar. Romero supo que sin Dios no es posible alcanzar la verdadera liberación. Él fue un testigo de que la justicia debe ocuparse de las dimensiones históricas de este mundo, pero nunca perdió de vista la dimensión trascendente de la liberación. En esa línea, él afirmaba siempre que sin Dios no puede hablarse de liberación. Ciertamente, “sin Dios se pueden alcanzar algunas liberaciones temporales; pero las liberaciones definitivas sólo pueden alcanzarlas los hombres y mujeres de fe”.

El legado más importante de su vida fue el ofrecimiento de su propia vida a favor del pueblo al que amaba. Romero pensaba que “el mayor testimonio de fe en un Dios de Vida es el testimonio de aquellos que están dispuestos a dar su propia vida”. Poco antes de su muerte, el afirmaba: El martirio es una gracia que yo creo que no merezco. Pero, si Dios acepta el sacrificio de mi vida, quiero que mi sangre sea semilla de libertad y un signo de que esta esperanza se convertirá pronto en realidad. Que mi muerte, si es aceptada por Dios, esté al servicio de la liberación de mi pueblo y sea un testimonio de esperanza en el futuro.

En ese mismo tiempo, unos días antes de su muerte, Romero insistía en lo siguiente: “Debo decirle que, como cristiano yo no creo en una muerte sin resurrección. Si me matan, yo resucitaré en el pueblo salvadoreño”. La fe Romero en el Dios de la vida, aunque rodeada de amenazas de muerte, ha inspirado a innumerables personas que han luchado a favor de la justicia, incluyendo a Ignacio Ellacuría y a los otros cinco jesuitas y a las dos mujeres que fueron asesinados el 16 de noviembre de 1989 en las dependencias de la Universidad Centroamericana.   Actualmente el Centro Oscar Romero se encuentra en el lugar donde ellos fueron asesinados.

Romero había sido un piadoso hombre de Iglesia, un sacerdote culto, amigo de la justicia, aunque alejado de la vida real de su pueblo. Pero unas semanas después de haber sido nombrado arzobispo, el 22 de febrero de 1977, uno de sus colaboradores, el P. Rutilio Grande SJ, fue asesinado por los escuadrones de la muerte. Ese acontecimiento transformó su vida y, desde ese momento hasta su muerte, a lo largo de tres años de intenso compromiso episcopal se convirtió en la voz de los que no tenían voz, denunciando los crímenes de la dictadura económica y social de su pueblo y anunciando de una forma muy concreta las exigencias y dones del evangelio, en sus homilías radiadas cada domingo a todo el país. De esa manera puso de relieve la presencia de Cristo en los pobres, empobrecidos y asesinados:

Romero se enfrentó a los desafíos políticos de su tiempo, pero no fue sólo un activista social, sino también un hombre de honda espiritualidad, de manera que sus tres años de “vida pública” vinieron a convertirse en sus años de “universidad cristiana”. En ese tiempo, en contacto con los oprimidos de su pueblo, denunciando la injusticia y violencia de los asesinos, pero siempre desde la paz de Dios, fue descubriendo y expresando el verdadero pensamiento cristiano. De esa forma vino a convertirse en testigo de que la justicia debe ocuparse de las realidades históricas de este mundo, manteniendo siempre la dimensión trascendente del evangelio. Así afirmaba siempre que sin Dios no puede hablarse de liberación, pero sin liberación no puede hablarse tampoco de Dios en sentido cristiano.

A lo largo de esos tres años intensos de episcopado liberador, Romero intentó que la sociedad no cayera en manos de la pura violencia y, sin embargo, en un sentido externo, él fracasó, pues le asesinaron los poderes oficiales de la violencia. Más aún, tras su muerte, el país por el que vivió (El Salvador) vino a caer en una gran guerra civil. A pesar de eso o, quizá mejor, por ello mismo (a través de su martirio), Romero ha ofrecido uno de los testimonios mayores de vida cristiana en el siglo XX. Él mismo afirmaba, poco antes de morir, sabiendo que podían asesinarle en cualquier momento (pues nunca aceptó escoltas o medidas extraordinarias de seguridad, que la gente del pueblo no podía permitirse), que el mayor testimonio de fe en un Dios de Vida es el testimonio de aquellos que están dispuestos a dar su propia vida.
Desde esta perspectiva, Mons. Romero aparece como uno de los grandes pensadores cristianos del siglo XX. Así pudo decir: Como cristiano, yo no creo en una muerte sin resurrección. Si me matan, yo resucitaré en el pueblo salvadoreño.


viernes, 23 de marzo de 2018

En en aniversario 118 de su nacimiento




LA INFLUENCIA DE LOS PROFETAS EN ERICH FROMM

Víctor Rey

“El humanismo- que en términos más sencillos implica la creencia en la unidad de la raza humana y en el potencial del hombre para perfeccionarse a través de sus propios
esfuerzos- tiene una larga y variada historia que se remonta a los profetas hebreos y los filósofos griegos”.  (Erich Fromm)


Erich Fromm (1900-1980) a través de mucho de sus libros examina este tema como por ejemplo en: El humanismo socialista, El amor a la vida,  Psicoanálisis de la religión, Las cadenas de la ilusión, Y seréis como dioses, El Dogma de Cristo.

Los libros de los profetas y los salmos fueron una fuente de inspiración para Fromm aún después de haber abandonado la práctica de la religión judía. En su libro “Y seréis como dioses” realiza una interpretación de esa tradición judía en la cual se educó.

Lo conmovían los escritos de Isaías, Amós y Josué, no por sus premoniciones y anuncios de calamidades sino por la promesa de la llegada del juicio final, momento en el cuál las naciones transformarían las armas en arados, las lanzas en podaderas y dejarían de empuñar la espada contra otras naciones. Pero los profetas también les anunciaban a los hombres que podían encontrar las respuestas a su existencia en el amor y la razón, y que éstas estaban estrechamente vinculadas a otros dos valores fundamentales: la humildad y la justicia.

Pero hubo otros pasajes de la Biblia que también impactaron hondamente en Fromm como la desobediencia de Adán y Eva, la súplica de Abraham ante Dios para que salvara a los habitantes de Sodoma y Gomorra, y la misión de Jonás en Nínive, todos ellos merecieron reiteradas menciones en sus escritos.

Los profetas bíblicos anunciaban la verdad, eran quienes, en nombre de Dios, presentaban a los hombres las alternativas para que ellos decidieran de acuerdo a su conciencia, también les advertían sobre las consecuencias que les traería cada una de esas opciones, pero luego dejaban que fueran los propios hombres los que adoptaran sus decisiones, es decir, que eran ellos quienes debían asumir su responsabilidad ante la historia. Así como los profetas anunciaban la existencia de un único Dios también ponían el acento en las cuestiones inherentes al comportamiento en la vida cotidiana. Del Antiguo Testamento se desprende que el hombre tiene tanto la capacidad para hacer el bien como para hacer el mal, y que debe optar entre ellos Según la interpretación de Fromm de los libros sagrados el papel de Dios en la historia no consistía en intervenir en los acontecimientos humanos, su participación se limitaba a enviar a sus mensajeros que anunciaban la existencia de Dios y que el fin del hombre era hacerse semejante a El, es decir defender el amor, la verdad y la justicia. Además de mostrarles las opciones, también alzaban su queja cuando los hombres se desviaban del camino trazado por Dios, la función del profeta no era meramente espiritual también se preocupaba por las Fromm mostró en sus trabajos como el concepto del Dios fue variando desde ser un Dios autoritario que no aceptaba y castigaba violentamente cualquier desobediencia a uno mucho más comprensivo de las debilidades humanas.  Dios continuaba castigando y premiando le otorgaba al Hombre la posibilidad de ser libre pues la norma más alta de su desarrollo es la libertad. Un aspecto primordial fue la lucha de los profetas contra los ídolos, la idolatría provocaba que los hombres concluyeran siendo esclavos, pues someterse a ellos implicaba adorar cosas materiales, perdiendo en ese proceso la identidad y la libertad. Fromm traía a colación la idea de la lucha de los profetas contra la idolatría para señalar que en la actualidad también había ídolos que la gente adoraba y que hoy asumían la forma del consumo, de la producción de mercancías, del poder, etc., a ellos rinde pleitesía y se esclaviza porque cada vez es más dependiente en su búsqueda por obtenerlos.   La idolatría es incompatible con la libertad y la independencia porque es una manifestación alienada de los propios poderes del hombre y deriva en una adhesión sumisa al ídolo. Los profetas manifestaban que la adoración a Dios y no a los ídolos era una forma de liberación, la sumisión a Dios fue disminuyendo a medida que el concepto de Dios se fue desarrollando y el Hombre se fue convirtiendo paulatinamente en un socio de Dios. Veamos brevemente algunas de las muchas condenas a la idolatría que se encuentran en el Antiguo Testamento: “Aquél día, el hombre arrojará a los topos y murciélagos los ídolos de plata y los ídolos de oro que se había fabricado para adorarlos, y se meterá en las hendiduras de las rocas y en las grietas de los peñascos, lejos del Terror del Señor y del esplendor de su majestad, cuando él se levante para llenar la tierra de espanto.” (Isaías 2: 20-21). “Por eso, di a la casa de Israel: Así habla el Señor: Conviértanse, apártense de sus ídolos; aparten su rostro de todas sus abominaciones. Porque si un hombre de Israel, o un extranjero que reside en Israel, se aleja de mí, erige en su corazón un altar para sus ídolos y pone delante de sí lo que es ocasión de sus culpas, y si luego se presenta el profeta para consultarme, yo mismo, el Señor, me veré obligado a responderle. Volveré mi rostro contra ese hombre, haré que sirva de escarmiento y de ejemplo, y lo extirparé de en medio de mi pueblo. Así ustedes sabrán que yo soy el Señor.” (Ezequiel 18:9-10). También los profetas anunciaron un tiempo mesiánico donde el hombre podía lograr su salvación por el perfeccionamiento de sí mismo. La idea mesiánica implicaba la llegada de una nueva era de paz donde los hombres vivirían solidariamente y en armonía entre los individuos, los pueblos, los sexos y entre los hombres y la naturaleza. En el tiempo mesiánico el Hombre habrá de nacer plenamente, cuando fue expulsado del paraíso perdió su hogar, pero en esa era volverá a encontrarlo. Hay una relación dialéctica entre el paraíso y el tiempo mesiánico, el primero es la edad de oro en el pasado, el segundo lo será en el futuro, son similares porque en ambos existe la armonía pero diferentes en tanto el hombre habrá logrado un mayor desarrollo que no poseía en el pasado.

En la profecía de Miqueas no sólo desaparecerá la guerra sino que también el miedo, pero esto sólo podrá ser realidad cuando nadie tenga el poder ni el deseo de atemorizar a los demás. Ni siquiera el hombre necesitará del concepto de Dios, aún cuando cada pueblo pueda seguir creyendo en el suyo, pero donde el fanatismo religioso habrá desaparecido, el hombre habrá obtenido la paz y libertad y por lo tanto importará muy poco cuales sean las ideas que la Humanidad utilice para describir sus valores supremos. El tiempo mesiánico también expresará la universalidad del hombre y por lo tanto éstos dejarán de destruirse mutuamente y se superará la división entre las naciones, cuando llegue ese tiempo el hombre podrá ser plenamente humano y dejarán de existir los conceptos de “extranjero” y de “pueblo elegido”.  “El será juez entre las naciones y árbitro de pueblos numerosos. Con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra otra ni se adiestrarán más para la guerra”.  Nos dice su biógrafo, Rainer Funk, que la visión de una paz universal y la idea de armonía entre las naciones lo conmovieron desde muy temprano a los 12 o 13 años, posiblemente su interés en la paz y en el internacionalismo radicaba en su condición de niño judío en un ambiente cristiano y viviendo episodios transitorios de antisemitismo, además debe considerarse que la Primera Guerra Mundial lo afectó profundamente.

Durante la conflagración se vio sorprendido por la actitud de conocidos suyos que de pacifistas convencidos pasaron en poco tiempo, a ser fervorosos partidarios de la guerra, desde entonces sospechó del argumento que las armas servían para preservar la paz.

Los profetas enseñaban que los hombres debían practicar dos de las principales cualidades que caracterizaban a Dios, es decir, el amor y la justicia.  “Ese es el ayuno que yo amo oráculo del Señor- soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo, cubrir al que veas desnudo.” Isaías 58: 6-7).

Erich Fromm fue un profeta contemporáneo que nos ha ayudado mucho a entender nuestras sociedades de consumo.  Como los profetas bíblicos a anunciado y denunciado las injusticias.  También ha anunciado y proclamado la esperanza de una nueva sociedad, más humana, más justa, más solidaria, más libertaria.  Hoy más que nunca es necesaria su lectura y discusión de los temas que estudió.

lunes, 19 de marzo de 2018

EN EL CUMPLEAÑOS 90 DEL GRAN TEÓLOGO SUIZO

Hans Küng y la Ética Mundial

Por Víctor Rey, Chile y Ecuador

Hans Küng,
Hace poco volvieron a caer en mis manos algunos libros de Hans Küng.  Me volvió a impresionar la pertinencia de su pensamiento y la vigencia de sus propuestas para este tiempo, que carece de voces que ayuden a iluminar el camino por donde transitar a tantos cristianos.  Luego busqué entre mis libros el texto sobre la Ética Mundial.  Considero que esta propuesta tiene una urgencia para nuestros días y todas las personas deberíamos abrazarla y promoverla para que avance la paz en el mundo.

¿En qué consiste la Ética mundial? Cuando se habla de una ética de estas características, no se está haciendo referencia a una nueva ideología, o a una religión universal y unitaria más allá de las religiones existentes, ni mucho menos al predomino de una religión sobre las otras. Tampoco se ha de entender como un sistema ético de corte aristotélico, tomista o kantiano, sino como un consenso básico sobre una serie de valores vinculantes, criterios inamovibles y actitudes éticas fundamentales, en realidad evidentes, que deben conformar la convicción de la persona y de la sociedad humana. No es una superestructura, sino un ethos de la humanidad que enlaza entre sí los recursos religioso-filosóficos comunes ya existentes en el mundo. La idea es el resultado de la reflexión emprendida por Hans Küng en la década de los años noventa.

El proyecto nace con la siguiente pregunta ¿es posible la supervivencia de la humanidad, de las naciones, sin una paz y una ética mundial? En medio de la crisis política y económica, de los desastres, de la imagen de brutales crueldades cometidas en escenarios bélicos del mundo, y en nuestras propias ciudades y países latinoamericanos, cobra gran sentido la idea de una Ética mundial.

El problema es abordado por el autor mediante las siguientes tesis:

  • No habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones.
  • No habrá paz entre las religiones sin diálogo entre las religiones.
  • No habrá diálogo entre las religiones sin estándares éticos globales.
  • No habrá supervivencia de la paz y la justicia en nuestro mundo global sin un nuevo paradigma de las relaciones internacionales fundado en estándares éticos globales.
En palabras del mismo Hans Küng, "no es tarea fácil lograr un consenso universal en muchas cuestiones éticas concretas desde la bioética y la ética sexual, pasando por los medios de comunicación, la ciencia, la economía y el Estado".

De acuerdo con lo anterior, ¿cuál sería la base para una ética mundial que pudiera ser compartida por los creyentes de las grandes religiones, y también por los no creyentes, sin importar la tradición cultural dentro de la cual se hallen?

Según el autor, hay que partir del principio de humanidad, el cual se encuentra presente en casi todas las tradiciones éticas y religiosas del mundo, expuesto del siguiente modo: "todo ser humano ha de recibir un trato humano". Es decir, que toda persona, sea hombre o mujer, blanco o negro, rico o pobre, niño o viejo, ha de ser tratada humanamente. En el ámbito de las religiones, tal mandato se expresa mediante la llamada regla de Oro: "no hagas a los demás, lo que no quieres para ti". En la práctica, de este principio se desprenden cuatro compromisos fundamentales:

  1. Compromiso con una cultura de la no-violencia y de respeto a toda vida: la antigua regla: "¡No matarás!" Dicho positivamente: "Respeta la vida".
  2. Compromiso con una cultura de la solidaridad y con un orden económico justo: el antiguo mandamiento: "¡No robarás!" Dicho positivamente: "Obra con justicia y honradez".
  3. Compromiso con una cultura de la tolerancia y con una vida en veracidad: la antigua exigencia: "¡No mentirás!". En otras palabras: "Habla y actúa desde la verdad".
  4. Compromiso con una cultura de la igualdad de derechos y de camaradería entre hombre y mujer: la antigua máxima "¡No harás mal uso de la sexualidad!". En forma positiva: "Respetaos y amaos los unos a los otros".
Quienes están familiarizados con la idea de reglas éticas universales podrán recordar que es en la Modernidad, con Kant, cuando la reflexión en torno a la fundamentación moral desde una perspectiva racional adquiere una gran importancia; de tal manera que se concibe como un modelo que puede ser válido para todas las personas, independientemente de sus creencias y deseos personales, ya que la razón tiene carácter universal y necesario. Esto lleva a una concepción ética de carácter formal, carente de contenidos, ya que no dice de antemano qué cosas son buenas, sino que ofrece un criterio para juzgar las acciones: "obra según la máxima de tu voluntad que puedas querer que se convierta en ley universal".

En este sentido, la originalidad de Hans Küng consiste en su capacidad de enlazar la racionalidad de los principios con la práctica cotidiana, por medio del recurso a las grandes religiones del mundo. En éstas se encuentran operando una serie de valores vinculantes, en los que todas ellas coinciden, y que todas ellas anuncian y promueven. De este modo se puede esperar que la mayoría de los seres humanos, con independencia de sus creencias religiosas, y de sus formas de pensar y de vivir -entiéndase aquí también a los ateos y agnósticos- estarían dispuestos a aceptar tales principios, porque los comprenden y les resultan razonables. En consecuencia, esos compromisos que hemos enunciado dejarían de ser meramente formales, ya que están siendo vividos y practicados al interior de esos paradigmas religiosos. En otras palabras, estos criterios éticos, al otorgarles un cierto contenido a los principios de carácter universal por hallarse ya presentes en las grandes religiones del mundo, hacen posible la comunión entre la reflexión teórica y la vida concreta.

En este nuevo escrito de Hans Küng, Ética mundial en América Latina, podemos encontrar tres aspectos significativos. Primero, se presenta como una valiosa síntesis de su proyecto y de sus ideas respecto a este tema, a la vez que traza una estructura clara de las tesis vitales que ha venido desarrollando.  Esta visión esquemática se desarrolla en este texto como un mensaje para Latinoamérica en orden a los siguientes puntos:

  • Ética mundial y ciencia.
  • Ética mundial y religión.
  • Ética mundial y política mundial.
  • Ética mundial y economía mundial.
  • Ética mundial y educación.
En segundo lugar, su lectura nos ofrece una visión esperanzadora de un nuevo orden del mundo al que están invitadas todas las personas -en esta ocasión especial, todos los que hacemos parte de este continente latinoamericano-, seamos creyentes o no-creyentes, ateos o agnósticos. Y es también una incitación a todos aquellos que buscan una nueva orientación en este mundo globalizado, en donde no se trata de globalizar la ética, sino de situar la globalización sobre una base ética común.

Y, por último, es igualmente una provocación al lector para que aborde él también los siguientes interrogantes: ¿Cómo puede ser posible en la economía, la ciencia, la religión, la política y la pedagogía, la idea de una ética mundial? ¿Es posible la supervivencia de la humanidad sin paz mundial? ¿Es posible la construcción mundial de un nuevo modelo económico justo? ¿Es posible la paz mundial sin justicia mundial? ¿Es posible la paz de las naciones sin la paz y la comunión de las religiones?

A estas preguntas urgentes debemos dedicarle tiempo a nuestra reflexión para pasar a la acción hoy.

Sobre el autor: 
Víctor Rey es chileno, radicado en Ecuador. Coordinador de Relaciones Inter institucionales de la Fundación Nueva Vida en Quito. Egresado del Seminario Teológico Bautista de Santiago de Chile, posteriormente se recibió de Profesor de Filosofía en la Universidad de Concepción. En 1989 obtuvo la Licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad Alberto Hurtado (ILADES), Chile, y en 1993 el Master en Comunicación Social en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica.
 

domingo, 18 de marzo de 2018

EN EL ANIVERSARIO 38 DE LA MUERTE DEL GRAN PENSADOR CONTEMPORÁNEO

Erich Fromm: Amor a la vida, a la libertad, a la humanidad


Erich Fromm (1900 - 1980)
Por Víctor Rey, Chile y Ecuador 

Cuando tenía 17 años y cursaba tercer año de la educación secundaria, en el Liceo Valentín Letelier de Santiago, el profesor de Psicología y Filosofía nos habló de Erich Fromm y nos dio la tarea leer dos de sus libros: “El Arte de Amar” y “El Miedo a la Libertad”.  Fue la primera vez que escuché sobre este pensador que influyó a toda una generación.  Más tarde en la Universidad de Concepción en algunos cursos de Psicología, Sociología y Filosofía, leímos y estudiamos: “El Corazón del Hombre”, “Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea”, “Marx y su Concepto del Hombre”, “El Dogma de Cristo”, entre otros.

Hace algunos días dos amigos me han prestado dos libros de Erich Fromm y he vuelto a leer apasionadamente a este pensador que tanto bien ha producido.  Me refiero a “Y seréis como Dioses” y “¿Podrá sobrevivir el hombre?”.  Dos textos claves que de dos ángulos tan diferentes como es la religión y la política analizan la sociedad actual. Dos textos de los años sesentas que parecen que fueron escritos ayer.

¿Quién fue Erich Fromm?  Nació en Frankfurt, Alemania en 1900.  Su padre era un hombre de negocios y según Erich, más colérico y con bastantes cambios de humor.  Su madre estaba deprimida con frecuencia.  Erich Fromm provenía de una familia muy religiosa, en este caso de judíos ortodoxos.  Hasta 1925 asistió a clases de El Talmud. El mismo se denominó más tarde un “místico ateo”.  Estudió filosofía en la Universidad de Heildelberg y realizó estudios y entrenamiento psicoanalítico en el Instituto Psicoanalítico de Berlín.   En 1922 se doctoró en Sociología. Entablo contacto con la Escuela de Frankfurt donde trabajó en estrecho contacto con Herber Marcuse, Walter Benjamín y Theodor Adorno. Debido al ascenso del nazismo, debió mudarse  a los Estados Unidos en 1934, estableciéndose en la ciudad de Nueva York, donde conocería muchos de los otros grandes pensadores refugiados allí.  Cerca del final de su carrera, se mudó a México para enseñar y por razones de salud de su esposa.  Murió en Suiza en 1980.  Dos años antes de morir el gobierno helvético lo había designado ciudadano honorario de Suiza.  Su orientación teórica llevará a la marca importante de la Teoría Crítica lo que redundará en un sistema teórico psicoanalítico con fuerte interpretación sociológica.

Fue un pensador inquieto que publicó una gran cantidad de libros, que se han transformados en clásicos.  Era un hombre profundo y optimista.  Era una persona inteligente que tenía esperanzas.  Su visión no era utópica, porque ella estaba fundamentada en la realidad.  Fue un optimista enamorado de la vida.  Siempre estuvo a favor de ella.

El fue un marxista que estudió en profundidad a Marx, y se interesó por el joven pensador, el de los primeros tiempos, el más humanista.  También fue muy conocedor de Freud, lo respetaba y al mismo tiempo era crítico.  Al estudiar estos dos pensadores le hizo adelantar una visión humanista y esperanzadora del futuro del hombre.  Muestra de esto es su “Credo Humanista”.

Fromm simplificaba las cosas para hacerlas entender.  Esto no quiere decir que lo que escribió no fuera profundo.  Tenía un concepto del hombre muy particular.  Con profundidad habló de las necesidades básicas del hombre, fundamentó muchas cosas en el amor, en la ética, y habló del problema de la autoridad.  Sus escritos se reducen a cosas muy elementales pero importantes.  Si algo le obsesionó fue la objetividad y el sentido de la realidad.

Logró de alguna manera una síntesis interesante de lo mejor del mundo oriental cercano: La Biblia, El Talmud, Los Profetas.  Del Mundo Oriental lejano: El Budismo Zen, y Susuki.  Y del mundo occidental griego y del mundo occidental místico: Eckhart, Spinoza y Scheweizer.  Además de Freud y Marx.

La teoría de Fromm es más bien una combinación de Freud  y Marx.  Por supuesto Freud enfatizó sobre el inconsciente, los impulsos biológicos, la represión y demás.  En otras palabras, Freud postuló que nuestro carácter estaba determinado por la biología.  Por otro lado, Marx consideraba a las personas como determinados por su sociedad y más especialmente por sus sistemas económicos.

Fromm añadió a estos dos sistemas deterministas algo bastante extraño a ellos: la idea de la Libertad. El animaba a las personas a trascender los determinismos que Freud y Marx les atribuían.  De hecho, Fromm hace de la libertad la característica central de la naturaleza humana.

Fromm en su libro “El Corazón del Hombre”, afirma que el ser humano actual se caracteriza por su pasividad y se identifica con los valores del mercado porqué el hombre se ha transformado a sí mismo en un bien de consumo y maneja su vida como un capital que debe invertirse provechosamente.  El hombre se ha convertido en un consumidor sin límites, y el mundo para él no es más que un objeto para calmar su apetito.

Son de importancia sus estudios acerca de la relación que existe entre los sistemas políticos totalitarios y las religiones monoteístas. Según  Fromm, las religiones monoteístas educan a los individuos en la obediencia ciega a una autoridad superior, que pone las normas por encima de cualquier razón o discusión.  Así el individuo queda reducido a un mero servidor de un dios todopoderoso.  Esta mentalidad masoquista, adquirida desde la infancia, sería la base psicológica que ha hecho que muchos hombres y mujeres sigan ciegamente a dictadores como Hitler.

Publicó más de 30 títulos, algunos de tanta repercusión como “Anatomía de la destructividad humana”, “Escape a la libertad”, “El hombre por sí mismo”, “El lenguaje olvidado”, “La Sociedad Sana”, “La misión de Sigmund Freud” y “El dogma de Cristo”, y otros ensayos sobre religión, psicología y cultura.

En “El arte de amar”, analiza el desarrollo del sentimiento amoroso, en su opinión “única respuesta humana a los problemas de la existencia”, en tanto que en “El miedo a la libertad” estudia la evolución de ese requisito de la cualidad de hombre desde la Edad Media y profundiza en los mecanismos psicológicos que llevan a la adhesión a los regímenes totalitarios. Su inconformismo se expresa, sobre todo, en “La crisis del psicoanálisis”, mientras que su última visión de las posibilidades humanas está reflejada en “La revolución de la esperanza”.

Su legado ha quedado vigente en sus textos ejemplares en los que al rigor científico se unen la sagacidad del observador de hechos sociales y la vasta cultura de alguien que había trabajado intensamente en conocimientos históricos, filosóficos y antropológicos.  Y a la vez la, la precisión y la elegancia de un literato de raza.  En una ocasión Fromm se reconoció deudor en cuanto a su concepción del mundo, de Marx y de Freud, “pero también de Goethe”.  La cita bien vale como una definición de su espíritu, preocupado por hondas inquietudes acerca del porvenir de la cultura de nuestro tiempo.

Estando en Mar del Plata mi amigo Pablo Alaguibe y saboreando un rico café cortado en la misma librería, disfrutamos de la conversación en torno a este pensador. Encontramos una cantidad de libros de Fromm que no habíamos tenido acceso antes.  Entre ellos uno titulado: “Recordando a Erich Fromm, Testimonios de sus alumnos sobre el hombre y el terapeuta.”  Mi amigo tuvo la gentileza de hacerme este regalo que lo valoro enormemente y que ha sido el tema de nuestras conversaciones en estos días: la vigencia del pensamiento de Fromm y el atractivo que sigue teniendo sobre la juventud.

Sobre el autor: 
Víctor Rey es chileno, radicado en Ecuador. Coordinador de Relaciones Inter institucionales de la Fundación Nueva Vida en Quito. Egresado del Seminario Teológico Bautista de Santiago de Chile, posteriormente se recibió de Profesor de Filosofía en la Universidad de Concepción. En 1989 obtuvo la Licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad Alberto Hurtado (ILADES), Chile, y en 1993 el Master en Comunicación Social en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica.

jueves, 15 de marzo de 2018

Solidaridad: Un valor del Reino de Dios Víctor Rey


Casi siempre pensamos en la Solidaridad como una actitud que debemos asumir en emergencias y desastres, sin embargo, la Solidaridad es una característica de la sociabilidad que inclina al hombre y la mujer a sentirse unido a sus semejantes y a la cooperación con ellos.

Podemos manifestar esta unión y cooperación, cada vez que procuramos el bienestar de los demás, participando en iniciativas que nos impulsen a servirles, como puede ser la visita a los enfermos en un hospital, haciendo colecta de ropa y alimentos para los más necesitados, en un grupo que imparta educación en comunidades marginadas, colaborando en campañas de limpieza y cuidado de calles, en los momentos que auxiliamos a quienes son víctimas de alguna catástrofe, es decir prestando nuestros servicios en la creación de mejores condiciones de vida.

La Solidaridad es la ayuda mutua que debe existir entre las personas, no porque se le conozca o sean nuestros amigos, simplemente porque todos tenemos el deber de ayudar al prójimo y el derecho a recibir la ayuda de nuestros semejantes.

El principio de Solidaridad, expresado también con el nombre de amistad o caridad social, es una exigencia directa de la fraternidad humana y cristiana. La solidaridad se manifiesta en primer lugar en la distribución de bienes y la remuneración del trabajo. Supone también el esfuerzo a favor de un orden social más justo en el que las tensiones puedan ser mejor resueltas, y donde los conflictos encuentren más fácilmente su salida negociada.

La identidad humana y cristiana se esclarecen en la revelación divina. En el contacto con el texto bíblico se tiene la oportunidad de reconocer la propia dignidad humana, la vocación y la misión del ser humano. El hombre y la mujer ha sido creados por amor y para amar y solo en ese ámbito pueden realizarse.

La plenitud del amor se da en la comunidad. Por eso el proyecto de Dios fue salvarnos como pueblo, ya que la persona humana es siempre relación de amor. La Iglesia no puede desarrollar su misión sino es en la comunión orgánica.

¿Cómo afrontar esta nueva realidad económica? ¿Cómo tener una visión adecuada de la globalización?

En primer lugar, los cristianos deben partir de una lectura creyente de la Biblia, que es el paradigma esencial de la práctica y la vivencia del amor traducido en solidaridad. El contacto con la Palabra de Dios produce frutos de caridad. La lectura asidua y orante de la Palabra de Dios, provocará actitudes estables de solidaridad. La solidaridad se rige también por una ética o moral, ya que muchos dicen ser solidarios, pero buscan sólo su bien personal o grupal.

En segundo lugar, los cristianos deben luchar para que nadie quede excluido de los beneficios económicos, culturales, sociales y políticos. Hay que buscar los caminos y los métodos que favorezcan el respeto absoluto de las personas, de las culturas, de las conciencias y de las religiones.

El respeto a la libertad personal y de conciencia, así como la plena libertad religiosa debe favorecer una verdadera globalización de la fraternidad y de la mutua comprensión. Solamente de esta manera, podremos realmente afrontar el reto de la globalización, que por su carácter excluyente y destructor de la vida, es contraria a la universalidad y a la ecumenicidad.

Los problemas socio-económicos solo pueden resolverse con la ayuda de todas las formas de solidaridad: solidaridad de los pobres entre si, de los ricos y los pobres, de los trabajadores, empresarios, empleados, naciones y pueblos. La Solidaridad a nivel local, nacional e internacional es una exigencia del orden moral. En buena medida, la paz del mundo depende de ella.

La respuesta es amor convertido en solidaridad, solo así venceremos los difíciles problemas que nos aquejan como humanidad. No olvides que cuanto mayores y más importantes sean tus privilegios, tanto mayor es tu responsabilidad.

Sobre el autor:
Víctor Rey es chileno. Director del Servicio de Estudios de la Realidad (SER). Egresado del Seminario Teológico Bautista de Santiago de Chile, posteriormente se recibió de Profesor de Filosofía en la Universidad de Concepción. En 1989 obtuvo la Licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad Alberto Hurtado (ILADES), Chile, y en 1993 el Master en Comunicación Social en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica.

 

miércoles, 14 de marzo de 2018

En los 200 años de su nacimiento y los 125 de su muerte



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CARLOS MARX SIGUE VIVO

Víctor Rey

“Lo de Marx es lo de menos”
(Graffitti en un pared de Quito, Ecuador)

Hace veinte años atrás me encontraba en Londres, en casa de un amigo colombiano, conversando después del almuerzo y en un momento me dijo: “¿Víctor te gustaría conocer la tumba de Carlos Marx?”  Por supuesto que si le dije.  Inmediatamente partimos hacia el cementerio Highgate.  Eran cerca de las tres de la tarde.  Cómo no conocíamos bien la ciudad nos demoramos en encontrar el cementerio.  Llegamos a las 17 horas, ya casi era de noche en ese invierno londinense y estaba cerrado.  Nos quedamos por un momento conversando en la puerta del cementerio cuando llegó una persona que venía del norte de Inglaterra y tomó la decisión de empezar a escalar la puerta y luego saltó al interior del cementerio.  Con mi amigo nos miramos y de inmediato tomamos la decisión de seguir el ejemplo del amigo inglés.  Comenzamos a escalar las rejas de la puerta del cementerio y comenzamos en la oscuridad a buscar la tumba de Carlos Marx.  Mi amigo colombiano llevaba una linterna y pronto entre las sombras y árboles apareció la silueta de su cabeza.  Realmente estar los tres en la noche, en un cementerio a la sombra de la tumba de Carlos Marx, era una escena surrealista.  Alguien había dejado un ramo de flores a los pies de su tumba y bajo la luz de la luna y a la sombra de la tumba de Carlos Marx, tuvimos una rica conversación sobre la influencia de este pensador y su vigencia después de la caída del Muro de Berlín.
José Carlos Mariátegui, marxista peruano, en su libro Defensa del Marxismo escribió: “Marx está vivo en la lucha que por la realización del socialismo libran en el mundo, innumerables muchedumbres, animadas por su doctrina.”  Considero que esta afirmación es correcta, pero la lucha de la justicia no es un patrimonio del marxismo, ya hace muchos siglos antes muchos hombres y mujeres de diferentes corrientes lo han realizado. Sin lugar a dudas, Marx es uno de los personajes que más ha influido en la historia universal.
Marx siempre fue odiado por las fuerzas retrógadas, perseguido y difamado.  Filósofos, sociólogos e ideólogos de toda laya hicieron esfuerzos para deformar, falsificar y liquidar su pensamiento.  Muchas veces sus libros fueron prohibidos y quemados por dictadores como Pinochet o sectas religiosas como el Opus Dei.  Sin embargo, Marx sigue vigente en sus aspectos esenciales, inspirando y guiando a muchas personas que buscan la liberación del ser humano.
Marx siempre se mostró crítico de toda la filosofía anterior por considerarla meramente especulativa, teórica y desvinculada de la realidad.  Desde el materialismo dialectico se alza como revolucionario al señalar que su objetivo no era puramente teórico sino práctico: transformar la realidad.  En la primavera de 1845 fue claro en la Tesis XI sobre Feuerbach: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversas modos el mundo, pero de los que se trata es de transformarlo”. Esas palabras encierran la esencia de su pensamiento en permanente desarrollo y guía para la acción transformadora.
Poco después de la caída del Muro de Berlín frente a la Universidad de Humbold estuve reflexionando sobre estas palabras que están escritas en el frontis de esa universidad y recordando mis tiempos de estudiante secundario y universitario cuando queríamos cambiar el mundo y luego como luchamos por derribar la Dictadura de Pinochet.  Más adelante en el Berlín Oriental caminado por sus calles y plazas y buscando los restos del lo que quedaba del Muro de Berlín, me encontré con la estatua de Carlos Marx sentado y de pie a su lado su amigo Federico Engels.  Eran dos mudos testigos en un mundo que estaba cambiando y que quería olvidarlos.  Pero viendo la crisis del capitalismo que seguimos sufriendo donde vemos que los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres, creo que el pensamiento de Carlos Marx está más vivo que nunca.

sábado, 10 de marzo de 2018

El cristianismo sólo tendrá un significado universal con dos condiciones.
La primera, si todas las iglesias se entienden cómo el movimiento de Jesús, se reconocen mutuamente como portadoras de su mensaje sin que ninguna de ellas pretenda reclamar exclusividad sino en diálogo con las religiones del mundo, valorándolas como caminos espirituales habitados y animados por el Espíritu. Sólo entonces habrá paz religiosa, una de las condiciones importantes para la paz política. Todas las iglesias y las religiones deben estar al servicio de la vida y de la justicia para los pobres y para el Gran Pobre que es el planeta Tierra, contra el cual el proceso industrial lleva a cabo una verdadera guerra total.
La segunda condición es que el cristianismo relativice sus instituciones de carácter occidental y se atreva a reinventarse partir de la vida y la práctica del Jesús histórico con su mensaje de un reino de justicia y de amor universal, en una total apertura a lo trascendente. Mantener el canon actual puede condenar al cristianismo a transformarse en una secta religiosa.
Según la mejor exégesis contemporánea, el proyecto original de Jesús se resume en el Padre Nuestro. En él se afirman las dos hambres del ser humano: el hambre de Dios y el hambre de pan. El Padre Nuestro enfatiza el impulso hacia lo Alto. Solamente uniendo el Padre Nuestro con el Pan Nuestro se puede decir Amén y sentirse en la tradición del Jesús histórico. Él puso en marcha un sueño, el Reino de Dios, cuya esencia se encuentra en los dos polos, en el Padre Nuestro y en el Pan Nuestro Pan Diario vividos en el espíritu de las bienaventuranzas.
Esto implica para el cristianismo la audacia de desoccidentalizarse desmachicizarse, despatriarcalizarse y organizarse en redes de comunidades que se acogen recíprocamente y se encarnan en las culturas locales y forman juntas el gran camino espiritual cristiano que se suma a los otros caminos espirituales y religiosos de la humanidad. (Leonardo Boff)

miércoles, 7 de marzo de 2018

La última lección de Sócrates en El Banquete



Por Juan Pablo Jaramillo

Una de las últimas escenas de El banquete nos muestra a Agatón, Aristófanes y Sócrates conversando a la luz del amanecer, “cuando los gallos ya cantaban”. Después de comer, beber y conversar (todo intensamente, todo vivamente), ellos fueron los últimos sobrevivientes del festín, por así decirlo. Quien los ve es Aristodemo, otro de los invitados a la comida en honor a Agatón y uno de los varios a quienes el alcohol, el cansancio o la combinación de ambos terminó por vencer. Por un instante, Aristodemo abre los ojos entre su sueño de beodez y mira ahí cerca a aquéllos, todavía despiertos y “pasándose una gran copa de izquierda a derecha”. “Sócrates, naturalmente, conversaba con ellos”, nos dice la narración.
¿De qué habla Sócrates en esos momentos finales del Banquete?:
Aristodemo dijo que no se acordaba de la mayor parte de la conversación, pues no había asistido desde el principio y estaba un poco adormilado, pero que lo esencial era –dijo– que Sócrates les obligaba a reconocer que era cosa del mismo hombre saber componer comedia y tragedia, y quien con arte es autor de tragedias lo es también de comedias.
Según afirman los comentaristas de este Diálogo, no hay otro momento en que Platón profundice sobre esta tesis socrática y, al parecer, ni siquiera lo vuelve a mencionar. Otros le han prestado mayor atención y han querido ver menos una escena circunstancial que la clave para interpretar todo lo expuesto anteriormente.
Si por un momento dejamos de lado los comentarios ya existentes en torno a este fragmento y, a cambio, lo examinamos por cuenta propia, quizá podríamos arribar por nosotros mismos a ciertas conclusiones.
De entrada, consideremos que Sócrates departe con dos poetas, uno trágico y uno cómico –Agatón y Aristófanes, respectivamente. Pensemos también que, en la Grecia de esa época, los autores solían estar consagrados a un solo género, es decir, los poetas trágicos sólo escribían tragedia, los cómicos sólo comedia, los épicos sólo épica, etc. Se trataba, al parecer, de una regla tácita que, por otro lado, podría tener fundamento en la capacidad misma del autor: incluso en nuestros días, lo usual es que un escritor se aboque al género en donde demuestra más habilidad, y cuando prueba suerte con otros, pocas veces el resultado es exitoso.
Sócrates, sin embargo, defiende otra postura. Ante un poeta trágico y otro cómico, él parece representar cierta síntesis dialéctica en donde la tragedia y la comedia se unen, sin mezclarse ni confundirse quizá, pero sí confluyendo en el mismo talento creativo.
Más allá de las interpretaciones existentes, podría ser coherente considerar esta hipótesis a la luz de la teoría sobre el amor que el filósofo recién ha compartido con todos los convidados al Banquete. Si recordamos bien, después de escuchar los elogios a Eros que han realizado los propios Agatón y Aristófanes, Erixímaco, Pausanias y Fedro, Sócrates recurre a las enseñanzas recibidas de Diotima y expone un concepto del amor mucho más amplio que el de sus compañeros de velada. Todos, dice Sócrates, hicieron del elogio un mero listado de cualidades o virtudes de Eros: “todos los que han hablado antes no han encomiado al dios, sino que han felicitado a los hombres por los bienes que él les causa”, dice al iniciar su discurso como una especie de reproche. Sócrates, en cambio, intenta definir la naturaleza de Eros y, grosso modo, nos lo presenta como un “demon” que impulsa al ser humano a vivir.
Dicho así, claro, puede sonar sencillo, y aunque podría agregarse cierta exactitud platónica al respecto, lo cierto es que la idea socrática del amor apuesta sobre todo por la vitalidad, porque sólo viviendo la vida con todo lo que puede aportar nuestro ser, intentando agotar esa vitalidad que, paradójicamente, es inagotable por definición, es cuando podemos decir que estamos realmente vivos. Y Eros es, para Sócrates, el responsable de ello. Eros nos impulsa a vivir nuestra existencia
¿Y esto qué relación puede tener con la tragedia y con la comedia y con la hipótesis de que un autor tendría que ser capaz de escribir ambos géneros? De nuevo en el campo de la interpretación, podríamos pensar la idea en sentido figurado. Podríamos decir que más que a un autor como escritor y poeta, quizá Sócrates estuviera pensando en el ser humano como autor de su propia vida, “guiado por el deseo y el amor”.
Ese ser humano a quien el contacto con Eros vuelve poeta “aunque antes fuera extraño a las Musas”, según defiende Fedro, debería tener el arte suficiente para componer tragedias y comedias en su propia vida, lo cual podría ser una forma de decir que el ser humano debería ser capaz de vivir todos los matices de su vida con el mismo talento, con la misma creatividad, con el mismo ánimo vital con que experimenta unos y otros.
Sócrates, en este sentido, podría estar invitándonos a sacudirnos las categorías con las que a veces nos vestimos (o nos vistieron) para andar por el mundo. No es que haga falta llamarse artista para hacer arte, no es necesario definirse como una persona atlética para hacer ejercicio, no se necesita presentarse como budista para tener compasión por lo demás o creerse culto para leer o escribir. Con cierta frecuencia, esa idea que llegamos a hacernos de nosotros mismos nos impide explorar y probar otros ámbitos de la vida que miramos de lejos y con cierta frustración anticipada por creer que eso no es para nosotros o que nosotros no estamos hechos para eso. 
“Quien con arte es autor de tragedias lo es también de comedias”, nos dice Sócrates, y quizá podríamos releer esa frase para decir que Eros nos hace querer amar por igual lo trágico y lo cómico de la vida, junto con todo aquello que se encuentra entre esos dos puntos equidistantes de la existencia.