domingo, 27 de abril de 2014

En memoria de Arturo Chacón | Por Víctor Rey




Por varias razones, la noticia de la partida de Arturo Chacón a mejor vida la noche del mismo día en que sucedió me conmovió profundamente. Pensé en lo paradójico de la fecha: El día Internacional del libro. Y unos días antes de la partida de Gabriel García Márquez y de la Semana Santa donde recordamos la vida, pasión y muerte de nuestro Señor. Creo que así fue la vida de Arturo, nos inspiró a leer a entender a través de la sociología la realidad latinoamericana, nos motivó a buscar en libros y revistas la información necesaria y todo desde una profunda fe cristiana. Todo esto me vino a la mente y lo recuerdo en los años ochenta en las reuniones casi clandestinas que teníamos como CREE en la sede de FUNCASE.

Conocí a Chacón el año 1983 cuando estábamos formando el Círculo de Reflexión y Estudios Evangélicos hoy conocido como Comunidad de Reflexión y Espiritualidad Ecuménica 
(CREE). El propósito era promover la reflexión a nivel interdenominacional especialmente entre los profesores de las varias instituciones teológicas de la ciudad, estudiantes universitarios y de instituciones teológicas en un contexto de dictadura militar. Las reuniones mensuales de ese grupo me proveyeron la oportunidad de entablar amistad con Arturo Chacón, entre otros, y de crecer en mi aprecio por él como persona y como teólogo.

En septiembre de 1988, por iniciativa de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL), y el CREE, organizamos en Santiago una consulta sobre Fe Cristiana y Ciencias Sociales en América Latina Hoy. Invitamos a Arturo a presentar una ponencia sobre Sociología y Religión junto a Humberto Lagos, la cual fue su ponencia de incorporación junto a Humberto en la FTL. En esa oportunidad tomamos conciencia de la importancia que tiene esta disciplina para entender mejor el fenómeno religioso y como nos ayuda para entender la Biblia. Su ponencia formó parte de un número especial del Boletín Teológico, junto con las de otros participantes, entre ellos René Padilla, Pedro Arana, Oscar Pereira y Juan Stam.

Creo que su aporte más valioso de Arturo, fue el combinar la reflexión sería del contexto social y político con la lectura atenta de la Biblia. Nos animó a tomar en serio las ciencias sociales y ver la pertinencia que tienen estas herramientas para hacer de la vida cristiana y de las iglesias algo pertinente y relevante. Esto lo difundió a través del CREE, de su labor docente en la Comunidad Teológica Evangélica y desde la Iglesia Metodista. Otro aspecto destacado de su vida fue el énfasis en la misión ecuménica que tiene la iglesia y nos instó a buscar y hacer puentes de comunicación con otros cristianos y cristianas para en el amor y respeto encontrarnos para dar un testimonio de paz, justicia y vida. 


Víctor Rey, Humberto Lagos, Oscar Pereira y Arturo Chacón
La última vez que nos vimos, el año pasado en la Consulta de Escritores Cristianos de Letra VIVA, me manifestó su profunda preocupación por la realidad de las iglesias evangélicas en relación a la poca pertinencia e influencia que tienen la sociedad y la falta de una reflexión seria en relación a los nuevos desafíos que el cambio cultural plantea a los cristianos. Me pidió si a través del CREE y la Fundación Kairós podíamos empezar un ciclo de reflexión sobre la iglesia, la familia, el trabajo y la sociedad. Doy gracias por este impulso que nos ha permitido comenzar un curso del Centro de Estudios Teológicos Interdisciplinarios (CETI), en colaboración con el CREE y Arturo sin quererlo fue el impulsor.

Poe último quiero recordar una frase que compartió en la última cena de fin de año que CREE acostumbra a realizar en la casa del pastor César Beltrán citando a Albert Einstein dijo: “La vida es como la bicicleta, hay que pedalear hacia adelante para no perder el equilibrio.” Considero que esta es la enseñanza que nos dejó, pedalear, pedalear y pedalear en la vida para no perder el equilibrio. ¡Buen viaje amigo Arturo! 


Sobre el autor: 

Víctor Rey es Profesor de Filosofía, egresado de la Universidad de Concepción, Chile. Licenciado en Ciencias del Desarrollo (ILADES), Master en Comunicación Social (Universidad Católica de Lovaina, Bélgica).  Miembro fundador de la Comunidad de Reflexión y Espiritualidad Ecuménica (CREE). Actualmente es miembro de la Comunidad El Ciruelo en Mar del Plata, Argentina, coordinando los Programas de CETI y DINA de la Fundación kairós.

domingo, 20 de abril de 2014

El amor en los tiempos del cólera 

o la vida sin límites

 

Un homenaje a la vida y al arte de Gabriel García Márquez.

"No llores porqué terminó, sonríe porqué sucedió". (GGM)
Mi encuentro con esta novela de Gabriel García Márquez, se produjo de forma casual. Había llegado hace algunas semanas a estudiar Comunicación Social en la Universidad Católica de Lovaina en Bélgica, y estaba aburrido de leer textos en francés.  Un amigo, médico costarricense que también estaba haciendo estudios de postgrado en esa universidad me prestó el libro con una condición:  “solamente por una semana”.  Primeramente me pareció rara la condición,  pero mi amigo me dijo:  “Usted tomará este libro y no descansará hasta que lo termine” y así fue.  Lo leí en menos de una semana.  Hace un tiempo atrás a una amiga en Chile le comenté este hecho, hizo la prueba y le sucedió lo mismo.  No pudo dejar de lado la novela del Gabo.
Víctor Rey Riquelme“Aprovecha ahora que eres joven para sufrir todo lo que puedas, que estas cosas no duran toda la vida”.  Este consejo de Tránsito Ariza a su hijo Florentino pudo y puede ser la de cualquier nana al muchachito de casa acomodada o de mamá modesta a su propio vástago adolescente postrado en cama con mal de amores.
Florentino perdió el habla y el apetito y se pasaba las noches en claro dando vueltas en la cama.   La ansiedad se le complicó con dolores de estómago y vómitos verdes, perdió el sentido de orientación y sufría desmayos repentinos, y su madre se aterrorizó porque su estado ya no se parecía a los desórdenes del amor, sino a los estragos del cólera.
Pero el padrino, homeópata, al auscultar al ahijado, tras un examen al enfermo, ni afiebrado ni con dolor concreto, sino con una necesidad urgente de morir, comprobó, una vez más, que los síntomas del amor son los mismos del cólera.
Gabriel García Márquez, en “El amor en los tiempos del cólera” (Ed. Sudamericana, 1985), vuelve a armar historias con ternura, precisión, magia, sentido del humor y profundo conocimiento del alma, tripas, corazón, machismo, feminismo, miserias y sublimidades de un rincón latinoamericano del mundo.
Que la trama se teja en una ciudad oceánica y ribereña de la Colombia de García Márquez -como es el caso de la novela- o en cualquier punto del continente, que bien podría ser Chile, da exactamente lo mismo para sentirnos en familia con sus páginas.  Y tan orgullosos de los que por  allí transitan, como el poquita cosa de Florentino y su madre Tránsito Ariza- “una cuarterona libre con un instinto de la felicidad malograda por la pobreza”.  Así, nada cuesta entender por qué al rey de Suecia se le reía sola la cara cuando le entregó el Nobel a Gabriel García Márquez, que vestía entero de blanco y con la clásica guayabera.  Tal cual como saliendo de Macondo o de esta actual ciudad junto al Magdalena y al mar, donde todo se sabía inclusive antes que fuera cierto.  La ciudad de los valses de Strauss con chicharrones y las batallas de flores con cuarenta grados a la sombra, donde hasta los ladrones podían resultar tan peculiares, que al despoblar toda una casa, mientras la propietaria hacía el amor con Florentino Ariza, dejaron escrito a brocha gorda en el muro del salón desierto: “Esto les pasa por andar tirando”.
Porque Florencio- dado que los seres humanos no nacen para siempre el día que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga otra vez y muchas veces a parirse a sí mismos- hizo el amor clandestinamente con incontables pajaritas, durante los cincuenta y nueve años, nueve meses y cuatro días que transcurrieron desde el rechazo sin apelación de Fermina  Daza.  Pero no hubo olvido para ese amor platónico, largo, sostenido por correspondencia y miradas furtivas, aunque decisivamente contrariado.  Pese a que ella, también por carta, alcanzó a dar el sí, “siempre que no me hagan comer berenjenas”, con una seriedad enamorada que tampoco se alteró cuando una cagada de pájaro cayó sobre la primera carta amorosa entregada bajo los árboles del parquecito que la novia solía cruzar camino del colegio.  Total aquello era de buena suerte, como dijo entonces Florentino, impasible a lo que no fueran sus sentimientos.  Tal como los concibió su padre, quien antes de nacer él escribió en un cuaderno: “Lo único que me duele de morir es que no sea de amor”.  Sin embargo, apenas si vio al hijo ilegítimo de la mujer que lo inspiró tanto y que concibió sobre el escritorio de alguna oficina mal cerrada en una tarde de bochorno dominical, mientras la esposa del infiel oía en su casa los adioses de un buque que nunca se fue.  Familia de próceres fluviales, buques y corrientes, eran juguetes del antojo fantástico de los antecesores por el lado paterno de Florentino Ariza, al cabo de su casi sesenta años de espera amorosa, también pudo poner un buque, con bandera amarilla del cólera, a navegar toda la vida, llevando su anhelada Fermina Daza a bordo.
De otra manera no habría sido posible aquel viaje lunático de dos abuelos percudidos que, saltándose el arduo calvario de la vida conyugal, parecieron haber ido sin más vueltas al grano del amor.  Un amor tranquilo y sano luego que Fermina antes de embarcarse fuera al cementerio de la Manga y reconciliarse con el marido muerto.  Frente a su cripta, soltó los justos reproche que tenía atragantados, contó pormenores del viaje y se despidió hasta muy pronto.
“Hace medio siglo me cagaron la vida con ese pobre hombre porque eramos demasiado jóvenes, y ahora nos la quieren repetir porque somos demasiados viejos”, confidenció la entrañable Fermina a su nuera, para terminar de sacarse el veneno que le carcomía las entrañas.  “Que se vayan a la mierda.  Si alguna ventaja tenemos las viudas, es que ya no nos queda nadie que nos mande”.
Y bien feliz- a su manera- que fue Fermina con el doctor Juvenal Urbino, tan enamorado de ella que en vísperas de la vejez y después de los casí sesenta años juntos oyéndola lamentar que “el inodoro tuvo que ser inventado por alguien que no sabía nada de hombres”, porque al mojar los bordes dejaba el baño apestado a criadero de conejos, llegó a la solución final: orinaba sentado, como ella, lo cual dejaba la taza limpia, y además lo dejaba a él en estado de gracia”.
Tan adorable como lúcida, Fermina había descubierto que el tan dotado médico que le cupo en suerte era un pobre diablo envalentonado por el peso social de sus apellidos. “Un hombre de mucho ruido”, como lo definió la mulata con que en una oportunidad fue infiel, en visitas de tiempo justo para aplicar una inyección intravenosa en tratamiento de rutina.  Precauciones que naufragaron en el olfato de Fermina, desconcertada por el extraño olor de las ropas del marido y que a la postre resultó “olor a negra”, como dijo con rabia.  Ira acrecentada porque él no le negó todo, “como un hombre”.  Peleas peores hubo entre ellos, aunque por causas menos graves, como la falta un día de jabón -lo que era cierto- ,aunque Fermina hirvió porque él no reconocía que había mentido a conciencia para atormentarla.  Unos resentimientos resolvieron otros y ambos se asustaron con la comprobación desoladora de que en tantos años de lidia conyugal no habían hecho mucho más que pastorear rencores.  El llegó a proponer confesión abierta ante el señor arzobispo, para que Dios decidiera como árbitro final si había o no jabón en el baño.  Entonces ella, que tan buenos estribos tenía, los perdió con un grito histórico:
“¡A la mierda con el señor arzobispo!”  Lo de histórico- más allá de que la zarzuela popular lo hiciera uno de sus estribillos- rige con Fermina Daza para bandera, efigie, monumento o hasta blasfemia sobre el material básico de que está hecha la mejor mujer de estos lados de América.  Las que confunden el amor con el cólera, como Tránsito Ariza, y que por encima de las Manuelitas, las Paulas o las Rosas de la historia grande, escriben la historia chica de vidas sin límites, pese al abrumo de sus limitaciones.
Mujeres y seres para quienes el amor sigue siendo el mismo que en los tiempos del cólera, como tantas ciudades- este “mordidero de pobres” como alguno llamó a la de Florentino Ariza y Fermina Daza- que permanecen iguales, al margen del tiempo, y las cuales nada ocurre con el paso de los siglos, salvo envejecer despacio.
Gabriel García Márquez las intuye, las conoce y las cuenta como nadie.
Hombre él mismo de muchos amores pero en esencia fiel a su mujer, Mercedes, para quien dedica “por supuesto” esta novela, y hombre políticamente controvertido, hay en García Márquez un cierto parecido con Jeremíah de Saint-Amour, cuyo suicidio da comienzo a “El amor en los tiempos del cólera”: Jeremíah “era un santo ateo.  Pero esos son asuntos de Dios”.

miércoles, 9 de abril de 2014

Comunicación y espiritualidad cristiana
VÍCTOR REY                                                               Lupa Protestante

“La visión de Jesús que tienes
Es el mayor enemigo de mi visión:
La tuya tiene una gran nariz
Aguileña como la tuya,
La mía tiene una nariz chata
Como la mía…
Ambos leemos la Biblia día y noche,
Pero tu lees negro donde yo leo blanco.”
(William Blake)
La comunicación como proceso social, vital para la convivencia, nace con la humanidad misma y ha sido potenciada modernamente a través de grandes organizaciones y poderosas tecnologías.
Las comunicaciones humanas pueden ser consideradas como procesos inscritos en la dinámica personal, grupal y masiva que posibilitan la convivencia social y, también, como organizaciones sociales que potencian las interrelaciones humanas a través de los modernos medios de difusión. Pero en ambas perspectivas el término y el fin de la comunicación es el ser humano, a quién deben someterse todos los medios y técnicas cuyos usos son a veces ambiguos y aún nefastos para la humanidad.
La espiritualidad cristiana, entendida como un “estilo de vida”, comprende el mundo de las relaciones humanas. Jesús, la referencia primera de este “camino espiritual”, vivió con intensidad los contactos humanos. Prueba de esto es el valor que dio a la “mesa” no sólo como lugar para la comida, sino también como espacio de diálogo y de encuentro, de acogida y de la manifestación del amor de Dios.
Es imposible vivir la espiritualidad cristiana sin relaciones humanas. No es auténticamente cristiana la espiritualidad cerrada en sí misma o enclaustrada en la relación yo-Dios. Jesús se acercaba a hombres, mujeres, jóvenes y niños con respecto y amor. Además, el primer mandamiento, condición para ser su discípulo, comprende el “amor” que se extiende en tres direcciones: a sí mismo, a Dios y a los demás. San Juan llega a afirmar que, “el que dice: ‘Yo amo a Dios’, y odia a su hermano, es un mentiroso.” Y hace una pregunta: “¿Cómo alguien  puede amar a Dios, a quien no ve, si no ama a su hermano, a quien ve?” (1Jn 4,20).
Tratar la espiritualidad cristiana, desde la perspectiva del otro, nos lleva necesariamente a abordar la comunicación, pues “quien ama se comunica”. Vivimos en una época marcada por el desarrollo de los medios de comunicación electrónicos e informáticos. Los instrumentos técnicos, tales como la prensa, el teléfono, Internet, la televisión, la radio, etc., facilitaron los flujos de informaciones y cambiaron la noción de tiempo y espacio.
Los aparatos tecnológicos de la comunicación, desarrollados especialmente en la segunda mitad del siglo XX, no pueden, sin embargo, ser vistos como fenómenos aislados en nuestra sociedad. En verdad, un nuevo contexto social fue creado. Una nueva cultura fue engendrada, en la cual la comunicación “instrumental” pasó a ser una de las necesidades fundamentales.
La comunicación “instrumental” es importante pero no puede hacernos olvidar que la comunicación es sobre todo una experiencia humana. Comunicar consiste en intercambiar con el otro. Es siempre la búsqueda del otro para compartir. El uso de los diferentes medios facilitó los contactos y los intercambios de informaciones, pero no hay ninguna prueba de que haya mejorado la calidad de la comunicación entre las personas. La comunicación continúa siendo un gran desafío.
La comunicación de persona a persona exige un esfuerzo continuo de superación de bloqueos internos y externos. Es un proceso donde hay avances y fracasos. De hecho, no existe comunicación sin malentendidos, sin ambigüedades, sin traducciones y adaptaciones, sin pérdidas de sentido y surgimiento de significados inesperados.
La calidad de las relaciones interpersonales depende de la calidad de la comunicación y para avanzar en este camino es necesario un esfuerzo continuo. Podemos también decir que la calidad de la espiritualidad depende de la calidad de la comunicación o “interacción” con los demás. Esto no siempre es fácil, especialmente, en una sociedad donde prevalece fuertemente el individualismo.
Ponerse en el camino de la espiritualidad cristiana es entrar en una dimensión que va más allá de nosotros mismos. Es hacer un camino donde, desde nuestras relaciones interpersonales, aprendemos a amar a  las personas, haciendo un movimiento contrario a lo que intenta imponer la sociedad, que es “amar cosas y usar personas”. Jesús, el comunicador, muestra que la espiritualidad pasa por un camino de “humanidad” que parte del amor, de la acogida y de la creación de lazos fraternos que empiezan a partir de las relaciones con las personas que viven cerca de nosotros.
El mensaje de Jesús tanto en palabras como obras deja muy claro que el reino de Dios es radical e inclusivo. Como sabemos Jesús disfrutó de sentarse a la mesa con prostitutas y borrachos, y así trasladó  la espiritualidad del templo a la mesa del compañerismo y la reconciliación.  Confirma y responde a la fe de los gentiles representados por romanos, sirofenicios y samaritanos. A sus seguidores les llevó un buen rato entender a dónde iba a parar todo eso, pero al fin se dieron cuenta de que en el reino de Dios ya no pueden catalogar a las personas con etiquetas vetustas como masculino/femenino, judío/gentil, esclavo/libre, rico/pobre, bárbaro/escita, etc.  Deben ver a la gente en una luz nueva,  deben aprender a ver de otra forma. Cuando ven a todas las personas como criaturas de Dios, amadas por el Rey y bienvenidas al reino, deben abrir su corazón a todos, así como sus hogares, sus mesas y sus círculos de amigos, sin considerar las antiguas distinciones. Esto es algo radical para todos, pero especialmente para los compatriotas judíos de Jesús, cuya identidad y devoción únicas les hacían sospechar de cualquier iniciativa que incluyera la posibilidad d mezclarse con no judíos.

Por esto, para los cristianos el único modelo de espiritualidad que tenemos es la vida de Jesús. Ahí está el desafío que tenemos por delante: vivir y encarnar ese estilo de vida.  Un autor contemporáneo lo dice mejor: “Jesús no vino para darnos una moral más estricta. Los judíos entre los cuales él vivía eran las personas más rigurosas moralmente de todo el imperio romano. Pero Jesús vino con un mensaje mucho más radical. Con un mensaje que no consistía en que Dios ama a las buenas personas sino a las malas, que Dios desea que su familia vuelva con él, que regresemos. Y es para nuestro bien por lo que nos fue dado el evangelio. No es algo que nos aleja del bienestar, es realmente el camino que da sentido a la vida. Jesús dijo: Yo he venido para que tengan vida en abundancia.” Philip Yancey, El Jesús que nunca conocí. (1991) Editorial Vida, página 127.

jueves, 3 de abril de 2014

Reintegrarse en el espacio y en el tiempo

Leonardo Boff
Desde los años 70 del pasado siglo, quedó claro para gran parte de la comunidad científica que la Tierra no es solamente un planeta sobre el cual existe vida. La Tierra se presenta con tal balance de elementos, de temperatura, de composición química de la atmósfera y del mar que solamente un organismo vivo puede hacer lo que hace ella. La Tierra no contiene simplemente vida. La Tierra está viva, es un superorganismo viviente, denominado por los andinos Pachamama y por los modernos Gaia, el nombre griego para la Tierra viva.
La especie humana representa la capacidad de Gaia de tener un pensamiento reflejo y una conciencia sintetizadora y amorosa. Nosotros los humanos, hombres y mujeres, damos la posibilidad a la Tierra de apreciar su lujuriante belleza, contemplar su intrincada complejidad y descubrir espiritualmente el Misterio que la penetra.
Lo que los seres humanos son en relación a la Tierra lo es la Tierra en relación al cosmos por nosotros conocido. El cosmos no es un objeto sobre el cual descubrimos la vida. El cosmos es, según muchos cosmólogos contemporáneos, (Goswami, Swimme y otros) un sujeto viviente que se encuentra en un proceso permanente de génesis. Caminó 13,7 miles de millones de años, se enrolló sobre sí mismo y maduró de tal forma que en un rincón suyo, en la Vía Láctea, en el sistema solar, en el planeta Tierra emergió la conciencia refleja de sí mismo, de dónde viene, hacia donde va y cuál es la Energía poderosa que sustenta todo.
Cuando un ecoagrónomo estudia la composición química de un suelo es la propia Tierra la que se estudia a sí misma. Cuando un astrónomo dirige el telescopio hacia las estrellas, es el propio universo el que se mira a sí mismo.
El cambio que esta lectura debe producir en las mentalidades y en las instituciones solo es comparable con el que se realizó en el siglo XVI al comprobar que la Tierra era redonda y giraba alrededor del sol. Especialmente la consideración de que las cosas todavía no están terminadas, están continuamente naciendo, abiertas a nuevas formas de autorrealización. Consecuentemente la verdad se da en una referencia abierta y no en un código cerrado y establecido. Sólo está en la verdad quien camina con el proceso de manifestación de la verdad.
Importa, antes de nada, realizar la reintegración del tiempo. Nosotros no tenemos la edad que se cuenta a partir del día de nuestro nacimiento. Tenemos la edad del cosmos. Comenzamos a nacer hace 13,7 miles de millones de años cuando empezaron a organizarse todas aquellas energías y materiales que entran en la formación de nuestro cuerpo y de nuestra psique. Cuando eso maduró, entonces nacimos de verdad y abiertos siempre a otros perfeccionamientos futuros.
Si sintetizamos el reloj cósmico de 13,7 miles de millones de años en el espacio de un año solar, como lo hizo ingeniosamente Carl Sagan en su libro Los Dragones del Edén (N. York 1977, 14-16), y queriendo solo destacar algunas fechas que nos interesan, tendríamos el cuadro siguiente:
El 1 de enero ocurrió el big bang. El 1 de mayo la aparición de la Vía Láctea. El 9 de septiembre, el origen del sistema solar. El 14 de septiembre, la formación de la Tierra. El 25 de septiembre, el origen de la vida. El 30 de diciembre, la aparición de los primeros homínidos, abuelos antepasados de los humanos. El 31 de diciembre irrumpieron los primeros hombres y mujeres. Los últimos 10 segundos del 31 de diciembre inauguraron la historia del homo sapiens/demens del cual descendemos directamente. El nacimiento de Cristo habría sido precisamente a las 23 horas 59 minutos y 56 segundos. El mundo moderno habría surgido en el segundo 58 del último minuto del año. ¿Y nosotros individualmente? En la última fracción de segundo antes de completar media noche.
En otras palabras, hace solamente 24 horas que el universo y la Tierra tienen conciencia refleja de sí mismos. Si Dios dijese a un ángel: “busque en el espacio e identifique en el tiempo a Denise o a Edson o a Silvia”, con toda seguridad no lo conseguiría porque ellos son menos que un grano de arena vagando en el vacío interestelar y empezaron a existir hace menos de un segundo. Pero Dios sí, porque Él escucha el latir del corazón de cada uno de sus hijos e hijas, porque en ellos el universo converge en autoconciencia, en amorización y en celebración.
Una pedagogía adecuada a la nueva cosmología nos debería introducir en estas dimensiones que nos evocan lo sagrado del universo y el milagro de nuestra propia existencia. Y eso en todo el proceso educativo, desde primaria hasta la universidad
Después, es menester reintegrar el espacio dentro del cual nos encontramos. Mirando la Tierra desde fuera de la Tierra, nos descubrimos como un eslabón de una inmensa cadena de seres celestes. Estamos en una de los 100 mil millones de galaxias, la Vía Láctea. A una distancia de 28 mil años luz de su centro; pertenecemos al sistema solar que es uno entre miles de millones de otras estrellas, en un planeta pequeño pero extremadamente favorecido por factores propicios a la evolución hacia formas cada vez complejas y concientizadas de vida: la Tierra.
En la Tierra nos encontramos en un Continente que se independizó hace cerca de 210 millones de años cuando Pangea (el continente único de la Tierra) se fracturó y adquirió la configuración actual. Estamos en esta ciudad, en esta calle, en esta casa, en este cuarto, y en esta mesa delante del ordenador desde donde me relaciono y me siento ligado a la totalidad de todos los espacios del universo.
Reintegrados en el espacio y en el tiempo nos sentimos como diría Pascal: una nada delante del Todo y un Todo delante de la nada. Y nuestra grandeza reside en saber y celebrar todo eso.
Traducción de Mª José Gavito Milano