sábado, 25 de abril de 2020

1984 en tiempos del COVID-19



La llegada de Trump convierte '1984' en superventas en EE UU ...
1984 en 2020

"-El Hermano Mayor Existe?
-Naturalmente, él existe.  El partido existe.  El Hermano Mayor es la personificación del Partido.
-Existe de la misma manera que yo existo?
-Usted no existe, dice O Brien." (1)

(1) Orwell, "1984", Paris: Gallimard, Coll. Folio, 1983.


Víctor Rey


Ya han pasado más de 30 años de que se cumplió la fecha del libro de Orwell, y 69 años de su publicación creo que tiene más vigencia que nunca, en especial por los grandes cambios que se han producido a nivel mundial en la política, la economía, las comunicaciones, los valores y las creencias.  En estos días he vuelto a encontrar  y a revisar este libro de una vieja edición argentina.  Lo volví a leer ahora, que ya no existe la "Guerra Fría",  en estos tiempos de globalización, neoliberalismo y postmodernidad.  He constatado con asombro que la vigencia que tiene y la importancia de volver a leerlo y estudiarlo, ya que da muchas luces sobre esta nueva época y cultura que nos ha tocado vivir.  Por su magnífico análisis del poder y de las relaciones y dependencias que crea en los individuos 1984 es una de las novelas más inquietantes y atractivas del siglo pasado.

1984  es una novela política de ficción distópica, escrita por George Orwell entre 1947 y 1948 y publicada el 8 de junio de 1949. La novela introdujo los conceptos del omnipresente y vigilante Gran Hermano o Hermano Mayor, de la notoria habitación 101, de la ubicua policía del Pensamiento y de la neolengua, adaptación del idioma inglés en la que se reduce y se transforma el léxico con fines represivos, basándose en el principio de que lo que no forma parte de la lengua, no puede ser pensado.  Muchos analistas detectan paralelismos entre la sociedad actual y el mundo de 1984, sugiriendo que estamos comenzando a vivir en lo que se ha conocido como sociedad orwelliana, una sociedad donde se manipula la información y se practica la vigilancia masiva y la represión política y social. El término «orwelliano» se ha convertido en sinónimo de las sociedades u organizaciones que reproducen actitudes totalitarias y represoras como las representadas en la novela. La novela fue un éxito en términos de ventas y se ha convertido en uno de los más influyentes libros del siglo XX.  Se le considera como una de las obras cumbre de la trilogía de las distopías de principios del siglo XX (también clasificadas como ciencia ficción distópica), junto a la novela de 1932 Un mundo feliz, de Aldous Huxley, y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury (publicada originalmente en 1953).

Corre el año 1948 y la tuberculosis avanza mientras George Orwell escribe un nuevo libro.  Sabe que será el último y quiere que sea el más combativo, el más explícito, el más convincente.  Su última obra describe una sociedad en la que la máquina y el Estado han triunfado sobre el hombre y la mujer individual.

En esas páginas estarán las cosas que le ha tocado vivir.  El colonialismo inglés en la India y Birmania, los medios de comunicación convirtiendo la mentira en verdad y a los amigos en enemigos durante la Guerra Civil Española, las demencias lúcidas del nacismo, el fascismo, el stalinismo.

A los cuarenta y cinco años, está viejo y enfermo.  George Orwell, cuyo nombre original era Eric Blair, nació en un modesto hogar anglosajón en Motihari, India.  El hombre que abandonó su nombre a los treinta años de edad, después de graduarse en Eton y patrullar con uniforme blanco y sombrero cucalón las calles de Rangoon, para emprender una carrera de proletario escritor.  Flaco y alargado, con aire de sacerdote, dos mechones de pelo bailando sobre la frente llena de arrugas.  George Orwell, individualista, agnóstico, maniático de la limpieza, carente de vanidad, eternamente mal vestido, ausente, de ademanes rudos.  Un rebelde más que un revolucionario, siempre consecuente, siempre coherente, siempre decente consigo mismo y con los demás.

No le gustaba el mundo y quiso cambiarlo.  Reclamó contra la deshonestidad y la ola de mentiras en todos sus ensayos y artículos periodísticos, combatió junto a los trotskistas en la Guerra Civil Española y defendió a los anarquistas en "Homenaje a Cataluña" (1938).  En plena Segunda Guerra Mundial denunció los desesperanzadores resultados de la revolución soviética, escribiendo la fábula satírica "Rebelión en la Granja", donde dijo: "Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros".

Terminada la guerra, la paz no llegó.  Orwell advirtió los gérmenes del totalitarismo presentes en todas las sociedades del mundo.  Intuyó que el planeta se dividiría en bloques inexorablemente antagónicos, que la permanente pugna entre esos bloques justificaría todo tipo de atropellos a los derechos humanos, que el poder se concentraría cada vez más, que el mundo podía llegar a convertirse en una dictadura irreversible. Contra eso gritó, escribió y se comprometió.

Su libro "1984" fue publicado siete meses antes de su muerte en Londres en 1949, y constituye más una advertencia que una profecía.  La novela señala un camino que no debemos recorrer.  Y como tal nunca perderá vigencia, mientras existan la humanidad y la tentación del poder.

Este famoso libro escrito por el inglés George Orwell,  es una obra de ficción en la cual el autor se imaginaba el futuro.  Cuando él la escribió al finalizar la Segunda Guerra Mundial, no pensó que iba a transcurrir tan rápido el tiempo.  "1984" era una fecha lejana en la que todo iba a ser posible.  Lo que Orwell hizo fue tomar algunas tendencias de su época y mostrar como se iban a desarrollar en el transcurso del tiempo.

Algunas de estas profecías se han cumplido, otras no.  Como algunas cosas horribles que parecían muy distantes, son ahora cosa de todos los días.  Son parte de la escena mundial que aceptamos con naturalidad.  Es una inquietante interpretación futurista basada en la crítica a los totalitarismos y la opresión del poder situada en 1984 en una sociedad inglesa dominada por un sistema de “colectivismo burocrático” controlada por El Gran Hermano.  Londres 1984: Winston Smith decide sublevarse ante un gobierno totalitario que controla cada uno de los movimientos de sus ciudadanos y castiga incluso a aquellos que delinquen con el pensamiento.  Consciente de las terribles consecuencias que pueden acarrear la disidencia Winston se une a la ambigua Hermandad por mediación del líder O Brien.  Paulatinamente, sin embargo, nuestro protagonista va comprendiendo que ni la Hermandad ni O Brien son lo que aparentan y que la rebelión, al cabo, quizá sea un objetivo inalcanzable.

Quiero nombrar tres elementos del libro “1984” que me parecen importantes y que creo que de alguna manera esas profecías ya se han cumplido:

Primero: Una cosa que Orwell da a conocer con insistencia, es lo referente a la manipulación de la historia.

El Winston Smith, trabajaba en el "Ministerio de la Verdad" y una cosa que tenía que hacer cada día, era revisar la historia, leer los periódicos y libros, para acomodarlo a lo que el partido había dicho en esos días.  Existía un partido que dominaba la sociedad y había que demostrar que la ideología  que estaba escrita en los libros se cumplía en la realidad, y si no era así, había que cambiar la teoría, borrar los discursos, los periódicos y para eso se recurría a las técnicas modernas.  La función del personaje central era la de acomodar la historia a los intereses del partido.  Pero en América Latina hemos visto estos ejemplos con mucha frecuencia.  Una de las cosas que hoy particularmente se está dando en América Latina y en el mundo es justamente la revisión de la historia. Todo grupo que  se encuentra en el poder, no sólo tiene el poder de manejar la historia hacia delante, sino que también hacia el pasado.  En América Latina se está enseñando la historia desde una perspectiva en la cual se da primacía a lo económico por encima de otras áreas de la vida y todo aquello que no tiene trascendencia económica se deja de lado como poco importante.

Segundo: Otra cosa que nos advertía Orwell, es que iba existir una forma de lenguaje ambiguo.  En lo cual lo negro es blanco, la paz es guerra, libertad es esclavitud, ignorancia es fuerza, la verdad es mentira.  Se manipulaba el vocabulario.  Las palabras no significaban lo que significaban originalmente.  En nuestros días asistimos a una situación parecida, en la cual las palabras, verdad, libertad, igualdad, democracia, etc. Se manipulan de acuerdo al gobierno de turno que se encuentra en el poder.

Tercero: Una expresión famosa del libro de Orwell era; "El hermano mayor te está vigilando".  El mundo de pesadilla que imagino Orwell, es un mundo en el cual la vida privada, la interioridad, la vida individual, ya no es posible.  Había todo un sistema de espionaje a través de la electrónica, de manera que las acciones de una persona estaban controladas por el estado, a través de una red de investigación.  El personaje de la novela de Orwell se da cuenta que no puede pensar por su cuenta.  Todo está vigilado.  Por todas partes el "Hermano mayor te está vigilando", por lo tanto debe autocensurarse.  Esta situación hoy es una realidad.  Vemos como las grandes potencias tienen información acerca de todos los países del mundo, a través de satélites y otros mecanismos sofisticados.

En pensador francés, Jacques Ellul, dijo que la propaganda, la publicidad, es un fenómeno característico de nuestra época.  Dijo que la propaganda es una realidad porqué todo estado cualquiera que sea su signo, lo necesita.  Y hoy todas las instituciones utilizan ya sea políticas, religiosas, económicas la propaganda, el marketing, la influencia de los medios de comunicación, para transformar el mensaje solamente en una propaganda.  Esto da que pensar.

Gracias a este libro "1984" no es "1984"... todavía.


martes, 21 de abril de 2020

A 40 años de la muerte de Jean Paul Sartre



Jean-Paul Sartre, el existencialista - Carrusel de las Artes
MI FILÓSOFO PREFERIDO
Víctor Rey

Estando de visita en la ciudad de Mar del Plata en Argentina, caminaba por sus calles y  encontré el local de La Alianza Francesa.  Me recibieron muy bien y me invitaron a conocer la biblioteca de esta institución. Al contemplar la maravilla de textos que reposaban en los estantes, lo primero que vino a mi mente fue buscar los libros del filósofo Jean Paul Sartre en su lengua original.  Ojeando uno de ellos me percaté que ese mismo día estaba de aniversario de nacimiento.  Sartre había nacido un 21 de junio y si estuviese todavía entre nosotros tendría 113 años. Pasé algunas horas revisando su obra y recordando los primeros textos que leí en la escuela secundaria, donde nuestro profesor de filosofía nos introdujo a su pensamiento.  Luego en la universidad ya en plena dictadura era difícil encontrar algún texto de él, pero nos ingeniábamos para compartir sus libros en forma clandestina.  Un profesor se animó o tuvo la osadía de dictar un curso sobre su pensamiento y el curso se llenó de postulante, fue alta la demanda, el salón de clase se desbordó.  Queríamos respirar un poco de libertad y de existencialismo.
Luego pasé por una época existencialista donde sus libros junto a otros autores me acompañaron en esos tiempos de duda, conjeturas, y reflexiones acerca de la vida, el sentido y la muerte.  Recuerdo que devoraba sus libros en la biblioteca de la Universidad y también pasaba largas jornadas leyéndolo en los parques y plazas de Concepción.
Creo que si alguna persona encarna lo que es un filósofo, este fue Jean Paul Sartre.  Sus lentes, su pipa, su voz pausada lo hacían recordar a Sócrates en esas interminables charlas con jóvenes estudiantes.  No fue perfecto y por supuesto tiene detractores y defensores fanáticos.  Su vida no dejó a nadie indiferente ya sea leyéndolo o a quien lo conoció.
Jean-Paul Sartre tuvo una infancia solitaria. Nació en París en 1905 y quedó huérfano de padre a los seis meses. Fue un niño sin apenas amigos, bajo de estatura, bizco y torpe para el juego físico. Tal como relata en su autobiografía Las Palabras, publicada en 1963, se refugió en la escritura para escapar de un mundo que lo rechazaba.
En 1929 se graduó en la prestigiosa Escuela Normal Superior, donde había conocido a Simone de Beauvoir, su única pareja estable hasta la muerte. Tres años después consiguió una beca para ampliar sus estudios en Berlín, lo que le permitió familiarizarse con la fenomenología de Husserl y el existencialismo de Heidegger. Tras volver a Francia, publicó una serie de ensayos influidos por el pensamiento alemán que apenas tuvieron repercusión, pero la aparición en 1938 de su primera novela, La Náusea, convirtió a Sartre en un autor famoso y respetado.
Reclutado por el ejército francés en 1939, las tropas alemanas lo capturaron en 1940 y no consiguió volver a París hasta el año siguiente, cuando organizó junto a otros intelectuales una célula de la Resistencia. En 1943 publicó su obra filosófica medular, El Ser y la Nada, cuyas ideas principales quedarían recogidas en el panfleto El Existencialismo es un Humanismo, aparecido en 1946.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Sartre abandonó su trabajo como profesor de instituto para dedicarse únicamente a escribir. De esta época es su ambicioso proyecto Los Caminos de la Libertad, una novela en cuatro volúmenes que dejó inconclusa cuando se convenció de que el teatro era un medio más adecuado para la difusión de sus ideas. En 1943 había publicado Las Moscas, considerada como su mejor obra dramática, y en los años siguientes aparecieron A Puerta Cerrada, La Puta Respetuosa, Las Manos Sucias y El Diablo y Dios.
Hasta 1956, cuando los tanques soviéticos ahogan la rebelión de Hungría, fue un ardiente defensor del comunismo sin llegar nunca a militar en ningún partido. Sus objeciones al marxismo quedarían plasmadas en Crítica de la Razón Dialéctica, publicada en 1960, en la que también reconoce el valor innegable de esta doctrina.
Tras rechazar el Premio Nobel en 1964, dedicó más y más tiempo a la militancia callejera, convirtiéndose en un icono de la llamada generación del Mayo 68.
A partir de los años setenta se agravaron su ceguera y sus problemas de salud, dejando al escritor prácticamente imposibilitado. Un tumor pulmonar acabó con su vida un 15 de abril de 1980. Más de 25.000 personas asistieron a su funeral.
Sartre fue el último filósofo.  O sea, un escritor que escribía sobre realidades tenebrosas y misteriosas, burlescas para llenar el vacío, un explorador de lo que a veces se llama “destino”, “dios”, “el diablo” y luego terminar siendo en París el comunista de siempre.
Creo que es conveniente volver a leer a Sartre hoy cuando se ve en el horizonte las amenazas de integrismos y fundamentalismos que vienen del neonazismo, neo stalinismo, islamismo, cristianismo, cientificismo, la tecnología y el neoliberalismo.  Nos puede ayudar mucho volver a las páginas de este filósofo para aprender a ser más tolerantes, respetuosos y humildes, en estos tiempos de coronavirus y crisis social, sanitaria y recesión ecómica.

miércoles, 15 de abril de 2020

El séptimo arte


El ex cine Alcázar de la Plaza Brasil, actualmente un rest… | Flickr
EL CINE Y YO

“Si la gente ve como se hace, el cine pierde toda su magia” (Charles Chaplin)

Víctor Rey

Todavía recuerdo la primera película que vi, tenía cinco años, se llamaba “Marcelino Pan y Vino” y fue en el antiguo cine Alcázar que quedaba frente a la Plaza Brasil en el barrio que lleva el mismo nombre en Santiago de Chile.  Hoy ese antiguo edificio lo ocupa un restaurant de comida china.  Fue construido en los años 30 por Ezequiel Fontecilla y Pedro Prado, hijo del poeta del mismo nombre, como un ejemplo de arquitectura moderna dentro de un barrio tradicional.  Era una película en blanco y negro y los vecinos del barrio acudíamos según el horario de los días domingo.  Los niños a la matinée, luego los jóvenes a la función de la tarde y los adultos en la noche.  La magia de esperar que las luces se fuesen apagando lentamente y ver abrirse el telón y las primeras imágenes del noticiero UFA con las noticias del mundo y luego la sinopsis de los próximos estrenos era el aperitivo del plato de fondo que era la película esperada, que luego la comentaríamos toda la semana con los amigos del barrio y del colegio.  Creo que mi afición al cine también viene por el hecho de que vivíamos entre dos cines de barrio.  Uno ya no existe ya que se construyó un gran edificio y el otro como dije es ahora un restaurant.  Los otros cines de barrio han tenido otra suerte y la mayoría ahora albergan a diferentes iglesias, o mega iglesias evangélicas que representan sus cultos como un espectáculo.  ¿Qué paradojas de la vida?
Ir al cine en esos tiempos era un privilegio, ya que las entradas no eran baratas y había que juntar por varias semanas los pesos que permitirían entrar a esa sala de los sueños y de la magia.  Luego en la juventud hacia largas filas para ver casi todas las películas de Woody Allen en el cine de la Universidad de Concepción. Donde también teníamos que ahorrar para ver los últimos estrenos.  También ahí descubrimos la riqueza del cine latinoamericano que nos  animó a conocer y amarlo más a este continente  lleno de realismo mágico y a caminarlo por dentro, también acompañado de la rica literatura que produjo.
Un capítulo aparte es lo que tiene que ver con la música en el cine.  Las grandes bandas sonoras de las grandes películas es algo que disfruto y siempre me acompaño de este tipo de música cuando estoy leyendo o meditando. 
Siempre me gustó el cine y me sigue gustando, aún cuando ha cambiado la forma de ver una película.  Antes se hacían largas filas para entrar a un rotativo, ahora con las películas en DVD y ahora en internet  el cine ha pasado a ser un arte en solitario, ha perdido lo comunitario que tuvo al principio.  Cuando estudié Comunicación Social en la Universidad Católica de Lovaina, uno de los cursos que más disfruté y aprendí fue el de Filmología.  Doy gracias por se tiempo donde aprendí a disfrutar y conocer el cine francés y autores como Francois Truffauts, Claude Lelouch y krzystf Kieslowski.
La primera proyección de una película en Chile ocurrió en 1897, y fue con el mismo proyector que utilizaron los hermanos Lumiere en Francia.  Se hizo en el Club de La Unión, sólo dos años después de la primera proyección en el mundo.
Una de las últimas películas que he visto y que ha resultado ser todo un homenaje al cine es “El Artista” (2011).  Michel Hazanavicius con esta película europea le ha devuelto el brillo a Hollywood.  Luego de ver este film me he animado a escribir este artículo.  Hacía tiempo que nos disfrutaba tanto de un film que fuera tan perfecto y tan profundo.  Una película en blanco y negro y muda. Por algo los críticos de cine la eligieron como la mejor película extranjera y le otorgaron el Oscar en 2012.
El cine nació como espectáculo y diversión en el que se aplicaban los descubrimientos de la época. El cine es, al mismo tiempo, un verdadero arte desde sus comienzos. El cine, también desde su inicio es documento de la vida de la época. Estas tres características, la documental, la artística y la festiva la ha conservado en el tiempo y en la ilusión de todos los que se implican en su mundo, los que lo fabrican y los espectadores.
En los primeros tiempos del cine, en los años treinta, el cine era cosa de feriantes. Las barracas de las ferias acogían al público que pretendía ver lo imprevisto, el más difícil todavía. Pasen y vean: al lado de la mujer barbuda y de otros espectáculos de la época se proyectaban en salas oscuras y misteriosas escenas de la vida cotidiana, de ejercicios circenses, de la gente de la calle, o algo más picantes, los primeros besos cinematográficos, el pintor y su modelo... Una ingenuidad que respondía por una parte a la necesidad de ver la realidad en un ambiente fantástico, desconocido hasta el momento por el gran público y por otra al afán de divertimento oculto, de capricho clandestino, que las sociedades poseen cuando quieren olvidar su realidad cotidiana.
Siglos antes, en algunos casos desde la antigüedad, ya los filósofos, científicos e inventores habían puesto en práctica sus descubrimientos al servicio de la imagen. La cámara oscura se conocía desde siempre, aunque en su variante de proyección de exteriores iluminados por el sol su desarrollo crece en el siglo XVI y las primeras imágenes fotográficas, aún sin fijar, se realizaron en 1803. Los espectáculos en la oscuridad con el maravilloso invento de la linterna mágica son utilizados para proyectar cuadros ya en el siglo XVI. Desde la antigüedad se conocía también la persistencia de la visión en la retina, clave para entender la imagen en movimiento.
El siglo XIX lleva los inventos al mundo del espectáculo, reuniendo los ingredientes anteriores, cámara oscura, fotografía, lentes, proyección y las ilusiones visuales en ruedas que dan vueltas para delicia de los salones de la aristocracia, y más tarde para un público ávido de sensaciones en las sesiones de magia y prestidigitación. Se utilizaron así artilugios que hoy conocemos y que, perfeccionados, seguimos utilizando como medios audiovisuales. Los ilusionistas utilizaron los inventos en salas oscuras y llenas de emoción en proyecciones sobre humo, utilizando espejos, engañando con sus trucos ópticos al crédulo público del momento.
Fue la herencia que el cine, es el único arte que nació de la tecnología, recibió en sus comienzos, cuando se asombraban los habitantes de París por primera vez, y más tarde los de todo el mundo sobre las maravillas que se podían ver, proyectadas sobre una sábana en una sala oscura.
Entrar en el mundo del cine abre a las personas un universo apasionante. La mayoría tiene un contacto con el cine, limitado a la asistencia esporádica a salas comerciales, a ver la película de actualidad en compañía de sus grupos de amistades. En muchos casos, preparados para consumir durante la función un soberano paquete de palomitas de maíz, prevaleciendo la cultura americana sobre la latinoamericana.
Esa es solamente la puerta de acceso al fascinante mundo del cine. Al comprar la entrada, ya se inicia en la persona un procedimiento, un proceso de implicación que no debe quedar en la simple visión de la película.
El mundo del cine es al mismo tiempo industria y arte, espectáculo y pensamiento. En este texto intentaremos adentrarnos en ese mundo apasionante desde un punto de vista muy particular. El del desafío que desde el mundo de la educación en todas sus variantes puede aportar a que quienes van al cine, pequeños, adolescentes o mayores... Para que todos se interesen por lo que hay detrás de la sala cinematográfica y de la pantalla, para que quienes no van al cine, acepten esta entrada, aun cuando fuera a través de la televisión. Para que esta invitación de introducirse en una sala oscura, sea el punto de partida, como el de ‘Alicia en el País de las Maravillas’, el ingreso en el fascinante mundo que se le abre.
Durante años, cerca de dos décadas, disminuyó la entrada de espectadores en las salas comerciales. Se habló de la caída en picado, de la muerte, del cine. Atribuido a muchas causas, entre ellas al auge de la televisión, lo cierto es que el cine se encontraba en baja forma. Se hundieron las grandes productoras, se dejaron de realizar superproducciones y los estudios se dedicaron casi exclusivamente al telefilme. Han transcurrido cerca de tres décadas para que los cines se vuelvan a llenar. Sin entrar en razones ni pretender explicar ninguna posibilidad, sí se habla de la vuelta al cine espectáculo, a la utilización de nuevas tecnologías aplicadas a los efectos especiales. No olvidemos tampoco los nuevos estilos de promoción y marketing ni el establecimiento de nuevas formas de construir las salas, los minicines y las grandes superficies dedicadas a proyección, los multicines, con multitud de ofertas en el mismo lugar. Las productoras invierten cantidades ingentes de dinero en campañas publicitarias y marketing, llevando al espectador hacia las salas comerciales. La sala cinematográfica está más cerca del consumidor. Es posible que nuevas formas de narrar historias, líneas argumentales más acordes con las sensaciones y sentimientos actuales, montajes de ritmo trepidante, la tecnología aplicada al sonido, tanto en su composición como en su emisión en las salas cinematográficas, efectos especiales de sonorización, hayan atraído otra vez al público, a una mayoría de personas jóvenes, a un cine diferente. Al mismo tiempo, la connivencia entre cine y televisión se hace cada día más palpable. Un ejemplo, la ‘Disney’ se negó durante años, o lo hizo con reticencia, a pasar sus películas a vídeo. Hoy las promociona y vende a los pocos meses del estreno, siendo una de sus mayores fuentes de ingreso.
Aunque muy dignos de respeto, algunos puristas no valoran, rechazan más bien, la nueva forma de hacer y presentar el cine. Sin embargo, es incuestionable pensar que el cine se basa en una gran industria, que necesita incentivos económicos, o lo que es lo mismo, que los cines se llenen. Muchos directores e intérpretes que en la actualidad son libres para producir, hacer o interpretar lo que desean, han sido durante muchos años colaboradores o autores de películas exclusivamente alimenticias y comerciales o se han dedicado a hacer spot publicitarios.
El desafío es volver al producto de calidad. Al lado de un cine comercial, promocional, lleno de efectismo, se mantienen otros tipos de cine, como el de autor, el independiente, el que trabaja con escasos medios, el que no depende de las grandes productoras, el que se fija normas estrictas para no utilizar nuevas tecnologías, etc. Surgen movimientos independientes, paralelos o contrarios a la industria oficial, los países más pobres siguen haciendo intentos de expresar mediante películas sus problemáticas, se continúa luchando contra el poder político y el de la censura y se encuentran productos de cine fresco, joven, que rezuma interés aunque no alcance en algunas ocasiones la técnica de moda ni se exhiba en salas comerciales.
El cine sigue vivo. Es osado predecir que ya no se harán películas de calidad. Los tiempos cambian pero aportan nuevos aires, nuevos medios, ideas frescas, problemas diferentes, que azuzan al elemento creativo que tiene el cine a buscar caminos diferentes. Los años decantarán los productos que merezcan pasar a la historia del cine. Si vuelve la alegría a los productores, se arriesgará el dinero con mejor fortuna, y habrá menos miedo a crear obrar de arte aunque el beneficio comercial sea menor. De momento, disfrutemos, critiquemos y aprendamos con lo que tenemos.
Recordemos un poco el pasado para apreciar que no siempre las modas estuvieron de acuerdo con lo que los entendidos proclamaban. “El tercer hombre” de Carol Reed, hoy película de culto, fue rechazada radicalmente por la crítica especializada de su tiempo obligando a su director a dedicarse a hacer cine comercial. Hace años, cuando nos dedicábamos al cine-club, estaban proscritas películas que hoy consideramos de culto, ya sea por ser musicales, o de aventuras, o infantiles, o sin contenido filosófico o social... Se podrían poner infinidad de ejemplos de cine mal considerado en su momento que ha pasado a la historia con mucha dignidad o como verdadera obra de arte. También los cineastas del cine mudo temblaron cuando llegó el sonoro, incluido Charles Chaplin. Cayeron muchos y se tambalearon todos pero el cine se rehizo, y ni el sonido ni el color han dejado de permitir joyas del cine. Las mismas ideologías dominantes han aceptado o rechazado filmes de categoría cinematográfica indiscutible por su determinado planteamiento filosófico o político.
No nos cerremos nunca a nada. No olvidemos que hay muchos, y cada vez habrá más y mejor, modos de ver películas.
Decíamos: una película hay que verla en el cine. En un lugar preparado para ello. Qué mejor que el ambiente, la sala oscura, la necesidad de salir de casa especialmente para la ocasión, dejar el computador, dejar la televisión... El hecho positivo de decidir ir al cine ya es importante en sí, la calidad de la imagen, la pantalla grande, el magnetismo de la pared blanca, el sentirse inmerso en los acontecimientos que se suceden en la película... La magia de la sala comercial, la oscuridad el adentrarse en los ambientes y los nuevos sonidos que te sumergen en el ambiente.
En casa en la televisión, aún en vídeo, sin cortes publicitarios, es difícil establecer la misma relación con el argumento, con la técnica que en el cine.
Sin embargo, la tecnología mejora a tal velocidad que nuestros esquemas sobre el cine pueden llegar a caer en gran medida.
Es difícil descubrir un solo tema o núcleo de contenidos que no esté tratado de alguna forma en el cine. Siempre es posible encontrar películas o documentales, que permitan su utilización como punto de partida en un debate, o como rasgo, dato o documento en una investigación o estudio.
Sin embargo, el cine como tal, es decir el cine cuyo soporte material se basa en el celuloide es cada vez más difícil de utilizar, dada la dificultad y coste económico que entraña la búsqueda de proyectores, operadores y películas. Al mismo tiempo cada vez se hace más fácil y eficaz la tecnología que nos permite ver el cine a través del vídeo o la televisión. Por esta razón en esta comunicación, siempre que se hable de cine, se entenderá que indistintamente podemos estar relacionándolo con su sucedáneo el vídeo, y en un futuro inmediato con cualquier otro soporte adecuado, como el DVD, que está sustituyendo al vídeo y que cuando los lectores de este libro lo tengan en sus manos casi habrá acabado con él.
En vídeo se ha publicado casi todo lo que en el cine hay de importante. Podemos analizar la infancia marginada con “El Pibe”, de Charles Chaplin, la educación con “El pequeño Salvaje” de Truffaut, los valores por los que se mueve determinado tipo de juventud por “Historias del Kronen”, de Armendariz, o la dureza de la familia, la educación y la superación personal en “Padre Padrone”, de los hermanos Taviani. La relación de pareja y de amor de “Un hombre y una mujer” de Claude Lelouch. La fe y la lucha por la justicia de “La Misión”.  Las dudas y perplejidades de “Ocho y medio”  de Fellini.  Podríamos citar cientos de films de todas las épocas, algunos que se están estrenando actualmente, en los que la historia que se cuenta y las imágenes que la sustentan se confunden en un maremagnum de estética, ideas, arte y contenidos.
Como me dijo un amigo: “Cada vez que voy al cine, salgo más inspirado y con más fuerza espiritual que cuando asisto a un culto en alguna iglesia”.

jueves, 9 de abril de 2020

A 75 años de su asesinato



67 ANIVERSARIO DE LA MUERTE DIETRICH BONHOEFFER (1906-1945 ...
DIETRICH BONHOEFFER Y LA RELIGION
Víctor Rey

Hace unos días atrás conversando con unos estudiantes del Servicio de Estudios de la Realidad (SER), opinábamos acerca de la vida cristiana y uno de ellos manifestó que el mejor ejemplo de un cristiano en este tiempo, era la vida y obra de Dietrich Bonhoeffer.  Y acto seguido cito su frase sobre la fe madura  y la relación con Dios: “Un Dios que existe, no es Dios”.    Esta afirmación nos hizo discutir e intercambiar muchas opiniones que nos enriquecieron y nos dimos cuenta de la pertinencia de su pensamiento y de cómo le haría bien a las iglesias conocer más su teología para así renovar la vida cristiana.  
Una de las cosas que más me atrae de Bonhoeffer es que no sólo se percata de la complejidad y ambigüedad de la realidad, sino que como buen protestante, desconfía de la religión, es decir, del esfuerzo por llegar a Dios con la ayuda únicamente de la razón y de la voluntad humana. Ya se ha percatado de la trampa en que incurre el hombre religioso al buscar un Dios todopoderoso que venga en su auxilio en el momento en que las dificultades le asedian y al que rechaza cuando se presenta débil y frágil.  Es, por tanto, un hombre que sabe que Dios no es aquel que cumple todos nuestros deseos, sino quien realiza todas sus promesas.
Dios, como hipótesis de trabajo, está siendo desplazado progresivamente de nuestro conocimiento y de nuestra vida en un mundo que se ha hecho mayor de edad. Cada vez es más cierto que las cosas marchan también sin “Dios” y, además, lo hacen tan bien como antes. “El mundo adulto es más ateo y, por tanto, está posiblemente más cerca de Dios que el mundo no adulto”. La cuestión que inevitablemente brota es aquella que pide clarificar cómo es posible hablar de Dios sin religión, es decir, sin las premisas temporalmente condicionadas de la metafísica, de la interioridad y de otras mediaciones clásicas.  
El recurso a las mismas cuestiones últimas (la muerte, la culpa) están dejando de serlo, a pesar de que los “retoños secularizados de la teología cristiana”, es decir, los filósofos existenciales y los psicoterapeutas se esfuerzan, inútilmente, por colocar los perniciosos temas de una supuesta desesperación interior allí donde hay salud, fuerza, seguridad y sencillez. Los mismos pastores han intentado conservar a Dios en el ámbito de lo personal, de lo íntimo y privado por entender que era el lugar en el que el adulto ilustrado era más vulnerable. La verdad es que el hombre normal – cuya vida transcurre entre el trabajo y el hogar y otras escapadas accesorias - no tiene tiempo para ocuparse de estos asuntos ni para considerar su felicidad, aunque sea modesta, como “miseria”, “inquietud” y “desgracia”. De igual manera, tampoco vale el reclamo -propio de la Edad Media- a la heteronomía y al clericalismo que le es anejo. Un retroceso de tal calado solo puede ser el resultado de sacrificar la honestidad intelectual.
Estas maneras de proceder contra la modernidad y su mayoría de edad -sentencia Bonhoeffer- le producen una vergüenza insuperable porque son absurdas, innobles y, también, no cristianas, además de un chantaje que solo sirve a los intereses de los mediocres. Dios, gritará desde la cárcel, no puede ser introducido de contrabando en cualquier lugar secreto de la condición humana. Jesús no empezó convirtiendo a cada hombre en un pecador y en una conciencia desdichada sino que, más bien, lo sacó de tal situación de postración. La posición correcta es aquella que, sencillamente, encuentra y ama “a Dios en aquello que nos da a cada instante”, ya sea el disfrute o la desgracia. “En los hechos mismos está Dios”. Por eso, les dice a sus padres en la navidad de 1943 que la miseria, el sufrimiento, la pobreza, la soledad, el desamparo y la culpa tienen un significado muy diferente ante los ojos de Dios que en el juicio de los hombres. ¿Dónde radica la diferencia? En que “Dios se vuelve precisamente hacia el lugar de donde acostumbra apartarse el hombre”.
 Esto es algo que un preso -prosigue un poco más adelante- lo comprende mucho mejor que cualquier otra persona.  Bonhoeffer irá descubriendo cómo es capital abandonar al Dios que él llama “tapagujeros” y que emerja otro imaginario más ajustado a lo que sabemos del Jesús histórico. El silencio religioso del mundo adulto: “ante Dios y con Dios, vivimos sin Dios” Todas las constataciones aportadas hasta el presente no son más que indicios de un dato mayor, cada día más irrefutable: el tiempo presente está irremediablemente marcado por la adultez que ha alcanzado el ser humano y el mundo. El ilustrado se vale por sí mismo y no necesita de la hipótesis Dios. Es más, la autonomía del hombre y del mundo constituyen la meta del pensamiento. Esto es algo que se puede apreciar en los asuntos científicos, artísticos, políticos y éticos, pero también en los teológicos.
Si ésta es la situación actual ¿dónde queda sitio para Dios?, ¿cómo hay que relacionarse con Él? Bonhoeffer ve la dificultad de la empresa que se encierra en estas preguntas.  Sin embargo, la dificultad de la empresa no le sume en el silencio. Sabe, por lo menos, que la solución no pasa por usar la psicoterapia o la filosofía existencial como precursores de Dios. Tampoco pasa por desacreditar al hombre a causa de la “mundanidad” alcanzada, sino por confrontarle con Dios a partir de su lado fuerte. Pasa, más bien, por reinterpretar los conceptos teológicos de tal manera que no presupongan “¿Quién puede cultivar despreocupadamente en nuestro tiempo la música o la amistad, jugar y solazarse? No será por cierto el hombre ‘ético’, sino tan solo el cristiano”  Solo así se puede responder al reto que supone un mundo adulto y sólo así la misma fe será entendida mucho mejor, es decir, como un encuentro que significó la inversión de todos las valoraciones humanas.
La respuesta adulta pasa, en definitiva, por reconocer que hemos de vivir en el mundo aunque no existiese Dios. La mayoría de edad lleva a reconocer la singularidad de la relación con Dios: “Dios nos hace saber que hemos de vivir como hombres que logran vivir sin Dios. ¡El Dios que está con nosotros es el Dios que nos abandona (Mc 15, 34)! El Dios que nos hace vivir en el mundo sin la hipótesis de trabajo Dios, es el Dios ante el cual nos hallamos constantemente. Ante Dios y con Dios vivimos sin Dios. Dios, clavado en la cruz, permite que lo echen del mundo. Dios es impotente y débil, y precisamente sólo así está Dios con nosotros y nos ayuda. Mt 8, 17 indica claramente que Cristo no nos ayuda por su omnipotencia, sino por su debilidad y por sus sufrimientos”.
Sólo este Dios es el que puede ayudarnos ya que sólo Él es quien adquiere poder y sitio en el mundo gracias a su impotencia. Esta es, por tanto, la radical inversión que ha de experimentar el cristianismo y lo que le diferencia del paganismo ya que se pasa de pedir ayuda a un dios todopoderoso a ayudarle en su pasión, a sufrir con Dios en el sufrimiento que el mundo sin Dios inflige a Dios. Así pues, se ha de vivir “mundanamente”, es decir, sin Dios y participar, de esta manera, en su sufrimiento. Tal participación – y no el acto religioso – es lo que forja un cristiano. En definitiva, Jesús no llama a practicar una nueva religión sino a la vida: “si amas a Dios atente al mundo… Si queréis buscar la eternidad servid al tiempo”.
La elocuente palabra de un cristianismo “arreligioso”: espera activa y contemplación compasiva.  Bonhoeffer proclama con esta propuesta teológica su voluntad de encontrar a Dios no en los límites, sino en el centro mismo de la condición humana; no en las debilidades, sino en la fuerza; no en la hora de la muerte y de la culpa, sino en la vida y en lo bueno de los seres humanos; no en lo que se ignora, sino en lo que se conoce; no en lo irresoluble, sino en lo solucionado; no en la enfermedad, sino en la salud.