jueves, 29 de septiembre de 2022

Feliz cumpleaños Mafalda

                                                                                      


MAFALDA UNA NIÑA DE 58 AÑOS

 Víctor Rey

 En una oportunidad que estuve en Buenos Aires Argentina, donde participé en un encuentro sobre los desafíos del siglo XXI.  En mi presentación de un taller que coordiné, cité a Mafalda, diciendo que ella es la profeta y filósofa que nos ayuda con sus preguntas y comentarios para entender este nuevo tiempo.   Usé dos de sus frases de las cuales hice paráfrasis.  Una de ellas es la famosa: “Cuando tenía las respuestas me cambiaron las preguntas”, y la otra: “Los médicos se creen Dios pero  Dios no se cree médico”. También tuve el gusto de volver a visitar su estatua en la calle Chile con Defensa, en el barrio de San Telmo, donde está acompañada de sus amigos Susanita y Manolito.  Volví a sentarme junto a ella y abrazarla y conversar un momento con ellos, agradeciendo su compañía en el tiempo y lo mucho que nos ayudó y nos sigue ayudando a  pensar y ser críticos del sistema que nos envuelve.

Todavía recuerdo la cara de felicidad y de emoción de mi hijo, Felipe cuando logró un autógrafo de Quino en uno de sus libros de Mafalda.  Fue como obtener un trofeo de guerra o deportivo.  Lo hizo haciéndose espacio entre la gente  y escabulléndose entre las piernas de las personas que hacían una larga fila.  Esto sucedió en una noche de  del mes de junio del año 2001 en el Centro Comercial El Jardín de Quito, Ecuador. Esa noche las gente lleno todo el hall de ese recinto y lo escuchaban en un religioso silencio y saboreando cada anécdota y detalle de la vida de esa niña que ya pasó el medio siglo de vida.

 Una de las caricaturas más famosas de la historia de la humanidad es  latinoamericana.  No vuela como Superman, ni tiene la fuerza de Tarzán, no se desplaza por techos como Batman, no cabalga como el Llanero Solitario, ni la astucia de Dick Tracy.  Pero habla castellano y como la definió el colombiano Daniel Samper, es “alguien capaz de atar cabos invisibles; alguien con malicia suficiente como para sembrar el pánico con una pregunta que a simple vista parece inocente”.   También el escritor italiano, Humberto Eco  la definió como “una heroína iracunda que rechaza al mundo tal cual es reivindicando su derecho a seguir siendo una niña que no quiere hacerse cargo de un universo adulterado por los padres”. (“Tiempos del Mundo”, página B42, jueves 25 de febrero de 1999). Señoras y señores, esa es Mafalda.

En 1962 la marca de electrodomésticos Manfield buscaba promocionar sus productos.  La agencia de publicidad pidió a su joven dibujante Joaquín Lavado que ideara una familia típica de clase media cuyo personaje destacado tuviera un nombre que comenzara con la letra “M”.  Lavado se acordó que en la novela “Dar la Cara”, de David Viñas, se hablaba de una niña llamada Mafalda.  “En la vida real yo nací el 15 de marzo de 1962”, dijo ella misma en una carta de presentación de 1968.  Medio siglo ya desde que Joaquín Salvador Lavado (Quino) configuró a esta niña de frases contingentes, lúcidas y punzantes.

 El nombre le gustó pero la campaña publicitaria no se llevó a cabo, por lo que Mafalda y compañía fueron a dar a los archivos de Quino por dos años. 

 Pero Julián delgado, jefe de redacción del semanario Primera Plana, animó a Quino a publicar una tira con su personaje.  De esta manera, el martes 29 de septiembre de 1964 salió el primer episodio de Mafalda.

 Luego de un tiempo, la tira cómica pasó al matutino El Mundo, ya con una periocidad diaria, por lo que su creador se vio obligado  a aumentar la familia y crear nuevos personajes.  Aparecen el sempiterno soñador Felipe- alter ego del propio Quino- el despistado Miguelito; el materialista, calculador y comerciante inescrupuloso Manolito; la conservadora y frívola Susanita; la pesimista y militante revolucionaria Libertad y el entrometido Guille, el hermanito de Mafalda; los padres de la niña conformaban una típica pareja de la clase media urbana, con su bagaje de ilusiones y frustraciones a cuestas.   Mafalda es un fenómeno del comic vinculado directamente con la época en que surgió.  Deliberadamente la pequeña con sus agudas reflexiones sobre la actualidad política y social, representaba la resistencia ante la injusticia y el desatino de un mundo que marchaba hacia la autodestrucción y encarnaba la rebelión juvenil de los sesenta.  Los personajes que acompañaban las andanzas de la niña complementaban un universo que reflejaba distintas formas de entender  y actuar ante esa realidad. 

 Con este equipo, Quino trató los temas más diversos con una gran dosis de ironía, denunciando la miseria política de finales de los sesenta- que es la misma de ahora- riéndose de la Guerra Fría, poniendo en jaque a sus padres, denunciando la mediocridad y ayudando a grandes y chicos a entender el mundo, así como todo ese cúmulo de frustraciones pequeño burguesas que se canalizan a través de la imposición paterna de conductas supuestamente positivas.  Como tomar la sopa, por ejemplo.

 Al igual que el bienamado caldo, el globo terráqueo es otra obsesión de Mafalda.  Siempre herido, nuestro planeta es observado con lástima, sea porque le duele el Asia o no sabe cuál es su sexo.  Típicas inquietudes mafaldianas.

 Pero la niña y su creador no se reían de todo.  Cuando se establecieron las dictaduras en América Latina y comenzaron los presos políticos y desaparecidos, Mafalda no tocó el tema.  Esta coyuntura adelanto el fin del personaje.  Como el propio Quino manifestó: Dejé de dibujar a Mafalda cuando en Argentina corría bastante sangre.  Creo que vi venir la cosa, además no me habrán dejado publicarla, hice bien en no seguir”. (“Tiempos del Mundo”, jueves 25 de febrero de 1999. Pág. B42).

 Mafalda ha hecho apariciones ocasionales por motivos humanitarios.  La última vez con ocasión de la Gran Exposición que se celebró en Madrid, España entre el 9 de abril y el 14 de junio de 1992.  Ahí también recibió el premio “Quevedo” del humor gráfico, que es como el Nobel de los caricaturistas.

 El personaje trascendió la tinta y el papel, ya que en los años setenta se llegó a rodar una serie de televisión, lo cual le pareció horrible a Quino.  A pesar de todo, Mafalda ha seguido dando que hablar en los últimos años.

 El periodista Rodolfo Braceli, en 1987, en un larga entrevista que realizó a Quino y que esta aparece publicada en la introducción al libro “10 Años con Mafalda”, de Ediciones de la Flor, le hizo la siguiente pregunta: “¿Tienes algún estimulo para trabajar? Y Quino contesto: Sobre todo uno, el trabajo mismo.  Es cuestión de ponerse...Además leo muchísimo la Biblia, pero no como libro religioso sino como fuente de ideas, en ella está todo: la poesía, el sexo, la política...la Biblia me estimula el humor.  Yo la leo al azar y he aprendido a saltarme las partes morosas.  Me parece que siempre la leo por primera vez, como me ocurre con Borges y con ciertos pintores como Picasso...”

 Para algunos lectores trasnochados del libro “Para leer a Mafalda”, ella es poco menos que agente de la CIA.  Para otros, es una anticastrista a ultranza por aquella famosa tira en la que decía que “la sopa es a la niñez lo que el comunismo a la democracia”.

 Durante 1.982 tiras, Mafalda hizo reír y reflexionar a toda esa gente que, quizás ilusamente, creyó que el mundo podía cambiar.  Por ello, la nuevas generaciones descerebradas por la música techno y hartas de comida chatarra, quizás no entienden el calibre de lo propuesto por Quino y su irreverente hija.

 Mafalda ya se acerca a los sesenta años.  Es sin duda la historieta latinoamericana que más ha recorrido el mundo y a pesar que desde el 25 de junio de 1973, cuando ya el continente entraba una fase demasiado oscura para los ojos de Mafalda, su creador Quino no dibuja más historietas sobre ella.  Esta niña súper despierta sigue dando que hablar.  Y como no podía ser de otra manera, fue llevada al cine y la televisión.  Pero la impertinencia se mantiene y Quino sigue siendo un escritor que dibuja.  Y Mafalda una niña que es capaz de descubrir que ¡paz! es la onomatopeya de una bofetada.

domingo, 11 de septiembre de 2022

A 103 años del nacimiento del profesor Mario Bunge

                                                                                 


 

EL MAESTRO MARIO BUNGE

Víctor Rey

Cuando estudiaba filosofía en la Universidad de Concepción en las clases de Filosofía de las Ciencias, Gnoseología, Epistemología e Historia de la Ciencia su nombre siempre aparecía.  Me sentía orgulloso de que este filósofo fuese latinoamericano, así sus argumentos se contrastaban con los pensadores europeos. Sus libros y artículos también se leían con mayor facilidad y no por eso dejaban de ser profundos. De alguna manera este autor con otro argentino como Ernesto Sabato, me animaron a entender en que consiste la ciencia a dejar de idolatrizarla como era común en la generación de ese tiempo. Así que su muerte a los 100 años al igual que Sabato, me ha conmovido.

Ser original y distinto --defender la perspectiva científica para oponerse a las seudociencias, entre las que cuestionaba al psicoanálisis-- no es moneda corriente. ¿Alguien logró “filosofar a la luz de la ciencia” como él? Mario Bunge, el físico, filósofo y epistemólogo argentino que murió a los 100 años en Montreal (Canadá), donde vivía desde hace más de cincuenta años, no es epígono de nadie en el rubro “gran polemista”; un ejemplo notable de cómo la polémica constituye un estímulo del pensamiento creador. El autor de más de un centenar de libros y medio millar de publicaciones sobre física teórica, matemática aplicada, teoría de sistemas, fundamentos de física, filosofía de la ciencia, semántica, epistemología y ontología, entre los que se podría destacar el voluminoso Tratado de filosofía (publicado en varios tomos), ha cultivado una honestidad intelectual excepcional. “Cuando era joven tenía esperanzas en el socialismo autoritario, en la revolución, en todo eso. Todas esas esperanzas se evaporaron. Mi actitud hacia la filosofía marxista ha cambiado mucho. Hice una crítica detallada de la dialéctica, núcleo de la filosofía marxista. La dialéctica es confusa y, en el mejor de los casos, falsa. En el peor de los casos, no se entiende”, planteaba Bunge en uno de sus últimos libros, Memorias: entre dos mundos, publicada en una coedición por Gedisa y Eudeba.

Bunge --que en esas memorias se define “socialista, democrático, participativo, cooperativo”-- advertía sobre los problemas del sistema capitalista. “El capitalismo ha tenido sus méritos históricos, pero es moralmente insostenible. Por ejemplo, la productividad de todos los sectores industriales se ha duplicado en los últimos 50 años, pero los salarios se han mantenido constantes. O sea, que se han beneficiado unos pocos. Los ricos se han hecho más ricos y los pobres se han quedado igual o peor. Por este lado los marxistas tienen razón, pero la alternativa que proponen no es viable porque confunden socialización con estatización y lo ideal no es que el Estado sea patrón, sino que los trabajadores sean los patrones, que los que trabajan posean y administren sus empresas, un poco lo que ocurre con la pyme familiar”.

El hombre que filosofó a la luz de la ciencia nació el 21 de septiembre de 1919. Su madre alemana fue enfermera de la Cruz Roja en China y en el hospital Alemán de Rosario. Su padre, Augusto Bunge, era médico y diputado por el partido Socialista. Bunge decía que había sido educado sin prejuicios y con respeto por las diferentes creencias. “La racionalidad no es incompatible con la religión, ya que hace a la forma y no al contenido de la argumentación”, postulaba el científico argentino. “Tomás de Aquino, el máximo teólogo de todos los tiempos, era racionalista y les advertía a sus correligionarios que, cuando disputasen con infieles, debían recurrir a la razón, bien común, y no a la fe ni a las escrituras religiosas. Además, y esto es lo esencial, lo que compartimos ateos y religiosos de buena fe [...] es mucho más que lo que nos separa: nos une la aspiración a la paz y a la justicia, así como la protección de la naturaleza, que está siendo destrozada a gran velocidad con el beneplácito de muchos economistas. Sin ella se extinguiría la especie humana”. En 1938 ingresó a la Universidad de la Plata y empezó la carrera de Química porque su padre le advirtió que no podría ganarse la vida como físico. Cursó solo un año y convenció a su padre de que la química era aburrida y se pasó a Física, donde tuvo como profesor al escritor Ernesto Sabato. Por su cuenta estudiaría filosofía para alcanzar la meta que se había propuesto: “filosofar a la luz de la ciencia”.

El mismo año en que comenzó a estudiar fundó la Universidad Obrera Argentina (UOA), clausurada por la policía en 1943, en la que trabajadores de diferentes especialidades recibían capacitación técnica y sindical; un antecedente de la Universidad Obrera Nacional que crearía Perón en 1952. En 1944, junto a Risieri Frondizi, lanzó la revista Minerva, una publicación que defendía el racionalismo y que cerró al año siguiente por falta de recursos. En 1951 estuvo preso durante una semana por su oposición al peronismo y un año después aprobó su tesis de Doctor en Ciencias Físico Matemáticas. Fue profesor de Filosofía de la Ciencia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires a fines de la década del 50, cuando construyó la teoría de “la verdad parcial o aproximada”: “Los lógicos y la mayoría de los matemáticos rechazan la idea misma de la verdad parcial, creen que la lógica contiene el principio de la bivalencia, según el cual toda proposición es verdadera o falsa. Pero esto no es verdad, la lógica no se ocupa de la verdad sino de la validez, de modo que es posible hablar coherentemente de verdades parciales, que es lo que suelen hacer los científicos y técnicos”, explicaba Bunge antes de iniciar un exilio que se fue prolongando en Estados Unidos (1963-1965), en Alemania (1965-1966) y en Canadá, desde 1966.

Su legado no se limita a la filosofía y a la ciencia, incluye también la metafísica, la teoría del conocimiento, la ética y la filosofía política. “Mi principal aporte es construir un sistema filosófico con algunas ideas nuevas que no se limitan a comentar las ideas de otros, que es lo que ocurre con los autores de filosofía. Es una filosofía nueva caracterizada, primero, por el realismo. El realismo filosófico tiene la tesis de que el mundo exterior no preexiste y existe de por sí, sin nuestra ayuda, excepto lo artificial, los artefactos humanos, y entre los artefactos incluyo a la sociedad, lo hecho por la gente y no por la naturaleza --aclaraba Bunge--. Segundo, es una filosofía materialista, es decir, la tesis de que no hay objetos inmateriales, sueltos, desencarnados, todo lo material es real. En particular, las enfermedades mentales son enfermedades del cerebro. Tercero, el sistemismo, o sea, encarar los problemas gordos de manera sistémica y no fragmentaria, no contentarse con el análisis, sino hacer síntesis. Cuarto, cientificismo. La tesis de que todo lo que se puede conocer se puede conocer mejor usando el método científico, empezando por las ciencias sociales. Por ejemplo, hacer historia o sociología con números, estadísticas”.

La peor seudociencia para Bunge es la ortodoxia económica porque es “la que más daño ha hecho”. “La ortodoxia económica, en particular en el Tercer Mundo, proclama el libre comercio con lo cual impide el desarrollo de la industria nacional que no puede competir con la industria importada. Le siguen muy de cerca las seudomedicinas --como llaman a las medicinas alternativas--, como la homeopatía, la acupuntura, el psicoanálisis y demás macanas”. El filósofo curioso recomendaba “no leer porquerías”, entre las que incluía a filósofos como Hegel, Heidegger y a Nietzsche, “el más venenoso de todos”. 

sábado, 3 de septiembre de 2022

A 82 años de su nacimiento y 7 de su partida.

                                                                               


 

EDUARDO GALEANO, El ESCRITOR QUE NOS ENSEÑÓ A LEER NUESTRA HISTORIA

 Víctor Rey

 

“Nací el 3 de septiembre de 1940, mientras Hitler devoraba media Europa y el mundo no esperaba nada bueno.” Palabras de Eduardo Galeano en su irónica Autobiografía Completísima.

 

Tuve la oportunidad de escuchar y conocer dos veces a Eduardo Galeano.  La primera vez fue en Santiago de Chile en el año 1988, meses antes del plebiscito que derrotaría a Pinochet.  Fue en una sala de la Universidad ARCIS, que estaba llena donde la capacidad del lugar fue sobrepasada y todos estábamos habidos de escuchar a este escritor  que lo habíamos comenzado a leer a través de la revista Análisis que fue justamente el medio que lo trajo a Chile  para participar en unas jornadas que se llamaron: Chile Crea y recibir el premio José Carrasco.  La segunda oportunidad fue el año 1995 en México.  Ahí fue el expositor que cerró el Congreso de la Asociación Mundial de Comunicadores Cristianos (WACC).  Su charla sobre la realidad latinoamericana y el periodismo, ha sido para mi uno de las exposiciones que más he valorado.   Justamente en ese país y en esa ocasión un amigo mexicano me regaló el libro: Las venas abiertas de América Latina.  Considero que Galeano ha sido uno de los intelectuales más influyentes del final del siglo pasado y de este siglo.  Su humor, la facilidad de su lectura, la ironía y la contextualidad son las características que a muchos nos han cautivado. 

 Su muerte A los 74 años nos golpeó a muchos por lo prematuro de su partida.  Deja un gran vacío en la literatura latinoamericana, ya que ha sido uno de los escritores más relevantes del último tiempo.  Su obra fue traducida a una veintena de idiomas y su muerte causó diversas reacciones en el mundo. La política y la cultura también lo unieron con Chile, país que visitó por última vez en 2013.

 “Quiero dedicar esta lectura a un gran amigo mío, y creo que de todos ustedes, que se llamó y se llamará por siempre jamás, Salvador Allende”. De este modo comenzaba Eduardo Galeano la presentación de su último libro, Los hijos de los días (2011), el 9 de enero de 2013, ante una repleta sala Antonio Varas, cuya capacidad fue ampliamente sobrepasada por la cantidad de personas que querían escucharlo.

Esa fue la última visita a Chile del escritor uruguayo, falleció el 15 de abril del 2015, debido a complicaciones de salud derivadas del cáncer de pulmón que se le diagnosticó en 2007.

 Eduardo Germán María Hughes Galeano nació el 3 de septiembre de 1940 en Montevideo y su obra ha sido traducida a una veintena de idiomas. Entre sus libros más influyentes se encuentra Las venas abiertas de América Latina, publicado en 1971, y censurado por varias dictaduras latinoamericanas, entre ellas, la chilena.

Ese es uno de sus vínculos menos felices con Chile, un país que visitó en repetidas ocasiones y con el que mantenía lazos más perdurables. Los comenzó a construir cuando era un veinteañero, dirigía el diario Época y se hizo amigo de Salvador Allende, quien incluso lo visitaba en las oficinas del medio.

 Fue el periodismo, de hecho, su primer contacto con la escritura. Cuando era un adolescente le vendió una caricatura al diario El Sol y en sus planes no estaba dedicarse a la literatura: “Siempre creí que iba a ser dibujante. También creí que iba a ser jugador de fútbol, santo, miles de cosas quise ser y no pude, pero jamás se me pasaba por la cabeza la idea de ser escritor, nunca. Eso ocurrió tarde en la vida, a partir del periodismo”, dijo al programa Vuelan las Plumas, durante esa última visita a Chile.

 “Empecé a ejercer el periodismo como una manera de entrar en la realidad. Me apasionaba meterme en las noticias, de carne y hueso”, añadió en esa ocasión.

 “Yo podía hacer una crónica policial o de deportes -muchas veces hice de fútbol- y me apasionaba ese contacto directo con la realidad que te puede dar el periodismo. La ficción no me lo daba. Hice algunas tentativas de escribir ficción, pero no me entusiasmaba como esto, que provenía de la realidad. Era la realidad contándote sus secretos, sus misterios, desafiándote”, relató.

 En 1973, luego del golpe de Estado en Uruguay, Eduardo Galeano se estableció en Argentina, donde fundó otro medio de comunicación, Crisis. Tres años más tarde, nuevamente la represión lo llevó a España. Solo volvería a Uruguay en 1985, con el retorno de la democracia en ese país.

 Tres años después estuvo en Chile para recibir el premio José Carrasco Tapia, que concedía la revista Análisis. El 19 de enero de ese año, en su discurso, dijo palabras que bien podrían servir ahora para despedirlo: “Este es un homenaje a la pasión de vivir, iluminada por la viva memoria de un compañero asesinado, y ésta es una celebración de la alegría de creer en ciertas cosas que la muerte no puede matar”