viernes, 27 de diciembre de 2019

En su cumpleaños 76


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"JOAN MANUEL SERRAT: SIN UTOPÍA LA VIDA SERÍA UN ENSAYO PARA LA MUERTE"

Víctor Rey

"Quieren ponerle cadenas
pero,¿quién es quién le pone puertas al monte?
No pases pena,
que antes que lleguen los perros, será un buen hombre
el que la encuentre
y la cuide hasta que lleguen mejores días.
Sin utopía
la vida sería un ensayo para la muerte".
(J.M. Serrat)


Desde que a principios de la década del 70 cuando vino a Chile y conocimos sus canciones con un grupo de amigos del Liceo Valentín Letelier nos hicimos fans de Joan Manuel Serrat. Nos reuníamos en casa de amigos a escuchar, cantar y reflexionar sobre las letras de sus poemas hechos canciones.  Sus discos en vinilo pasaban de manos en manos y eran temas de conversación por las horas en las noches, donde soñábamos como Serrat, recorrer y cambiar este mundo con la poesía y la pasión.  Todavía Serrat nos acompaña y nos inspira con sus canciones.  He podido estar en sus recitales, en Quito, Buenos Aires y Santiago y disfrutar de sus interpretaciones.  Gracias al internet he podido continuar su carrera en diferentes escenarios y espero volver a verlo cuando vuelva a América Latina.

Es un referente obligado en la canción de autor.  A su historia ha entregado aportes fundamentales, como su obra sobre la poesía de Miguel Hernández, Rafael Alberti, Antonio Machado y Mario Benedetti.  Y títulos perfectos desde “Mediterráneo”, hasta “Utopía”, pasando por “Penélope”, “Lucía”, “Benito”, “Manuel”, entre otros. 

Joan Manuel Serrat nace el 27 de diciembre de 1943 en Barcelona, España,  en el barrio obrero de Poble Sec (Pueblo Seco) en la calle Poeta Calanyes.  Es el menor de dos hermanos.  Su padre Josep, es un catalán que se desempeñaba como chofer de taxi, mientras la madre, Angeles, oriunda  de Orgón, realizaba costuras para ayudar al presupuesto familiar.

El pequeño Joan Manuel estudia desde los tres hasta los diez años en las escuelas Pías de San Antonio, de los Padres Escolapios.  “El colegio me disgustó.  Creo que allí empezó a forjarse el “rebelde que llevo dentro” diría en cierta oportunidad.  Posteriormente continuó sus estudios en el Instituto Milá y Fontanela de Barcelona, en donde permanece hasta los trece años, edad en que se traslada como alumno interno a la Universidad Laboral de Terragona, lugar donde aprende el oficio de mecánico tornero y fresador.  Al terminar la instrucción, decide continuar sus estudios, eligiendo la profesión de Perito Agrícola.

Ya en aquel entonces le acompañaba una guitarra, de la cual comienzan a nacer sus primeras creaciones.  En 1961, junto a otros tres compañeros de estudio, forman un cuarteto, lo que fortalece la vena musical de Joan Manuel Serrat.

Quizá fue ahí cuando nació para muchos ese primer amor por su música y la poesía, por aquella magia que encerraba “Penélope”,  “Lucía” - la más bella historia de amor que tuve y que tendré- y cantar con todas las fuerzas “Mediterráneo” y “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.  Con “Tu nombre me sabe a yerba” y "La mujer que yo quiero" aparecerían los primeros amores, y con "Fiesta" y “Para la libertad”, las primeras luchas sociales.

A esa altura el cantante catalán se había convertido no solo en fuente inspiradora o en acompañante de amores, luchas y lecturas, sino también en un personaje que bien valía la pena descubrir.  Había que imaginarlo, cuando se negó a cantar en el festival de Eurovisión por el hecho de no aceptar que cantara en catalán, o cuando no soportó la presión que ejercía el general Franco y su régimen y decidió su autoexilio en México, y más tarde cuando decidió hacer canciones de los poemas de Miguel Hernández y Antonio Machado.

Alguna vez Joan Manuel Serrat se definió a sí mismo como “un latinoamericano nacido en Barcelona”.  Creo que no hay mejor definición y síntesis  de sus dos entornos más queridos.  Serrat es un tipo ampliamente informado sobre la vida política, deportiva, artística y cultural de cada país latinoamericano.  Ha atesorado la virtud de ser hombre de muchas patrias, sin renunciar a su condición de catalán.  Le ha sobrado inteligencia y generosidad para saber que encerrarse limita.

La historia de amores entre Serrat y América Latina se acerca ya a los 40 años.  En 1969 realizó la primera gira, que no sólo le permitió ganar el Festival de la Canción en Rio de Janeiro con la inolvidable “Penélope”, sino también hacer cantar a todo el público del  Festival de la Canción de Viña del Mar su celebre “Mediterráneo”, así  conquistó para siempre a argentinos y chilenos.  Serrat ha roto las fronteras en Latinoamérica es toda una institución, pero una institución no tradicional, algo que se identifica con lo que aflora de nuestros sentimientos.  El amor, los padres, los hijos, las novias, las personas simples y su medio ambiente, el terruño, el humor crítico a lo establecido y aparentemente inmutable, tantas cosas que no son fáciles de comprender, las cuales las hemos llorado o reído, son “Aquellas pequeñas cosas”, que forman parte de la vida.

En diciembre de 1986 el periodista Andrés Braithwaite de la revista ANALISIS le preguntó: ¿Cuándo vuelves a Chile?  La última vez se quedó mucha gente esperándote.  Joan Manuel Serrat respondió: “Hombre, agradezco mucho que se acuerden de mí, pero yo considero que el hecho de que los militares no me dejen entrar no es más una consecuencia mínima de un régimen despreciable y despreciado.  ¿Qué cuándo voy a volver?  Pues esperemos.  Con la democracia volverá mucha gente.  Entre ella, yo, a no ser que el general le dé por dejarme pasar antes.  Y, bueno, en ese caso, yo feliz de volver antes.  De cualquier forma, eso sí, prefería que mi debut coincidiera con su despedida”.

Después el cantautor catalán se iba a convertir en un símbolo de la libertad durante los regímenes militares que asolaron el Cono Sur.  En 1988, al saber que la dictadura del general Pinochet había prohibido su entrada a Chile, se introdujo en un avión y voló a Santiago, dispuesto a apoyar a los que iban a votar y apoyar la “Campaña por el NO” para el plebiscito de aquel año.  Los militares no lo dejaron entrar, ni bajarse del avión, pero Serrat logró introducir un mensaje que una emisora radial echó al viento: “Tengo que regresar a mi país.  Si hubiera podido entrar, les diría que vengo para contarles que la gente de España, como pocas veces, está sensibilizada por la lucha de su país por la recuperación de la libertad.  En las calles de España, en las casas, en el trabajo, en el bar, se siente a Chile y se identifican con Chile, porque el pueblo de España conoce su propia experiencia reciente.  Aunque solo hubiera sido por esto, ya habría valido la pena haber estado con ustedes esta mañana.  Además creo que la presencia de todos ustedes, los hombres y las mujeres que de diversos lugares del mundo se han acercado aquí para compartir sueños y luchas, pueden ayudar a esa alegría que todos esperamos y que ya viene.  Yo quiero que sepan que los estoy viendo, los escucho, que los siento y que quiero que ustedes también me vean y me sientan como uno más entre ustedes, con la seguridad de que muy pronto vamos a estar juntos, cuando Chile sea lo que siempre fue:  un país ejemplo de libertad, ejemplo de respeto mutuo y paz.  Compañeros, compañeras.  Amigos y amigas: La alegría ya viene”.

Su ilusión, que era la mayoritaria, acabó por cumplirse.  En abril de 1990, en la recién inaugurada democracia, ante un Estadio Nacional repleto y luego de 17 años de extrañamiento, Joan Manuel Serrat volvió a caminar por las “grandes alamedas, donde transita el hombre libre”, como dijera el presidente Salvador Allende, en su proclama de despedida.  Lo primero que hizo Serrat fue tomar una  guitarra prestada, visitar la cárcel de Santiago y cantar “Aquellas pequeñas cosas” y “Para la libertad” a un grupo de presos políticos, que lo escucharon en un silencio religioso.

En los últimos años Serrat ha visitado en varias oportunidades Chile.  En cada una de ellas, la comunicación con el público ha sido admirable.  Serrat es parte de la historia de Chile y de América Latina, sus canciones son parte de nosotros, de los que fuimos y somos “soñadores de pelo largo”, como el protagonista de la canción “Señora”.





viernes, 20 de diciembre de 2019

Por una Navidad con Sentido


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COMO VIVIR LA NAVIDAD EN UNA SOCIEDAD DE CONSUMO


Víctor Rey


Hoy la Navidad sufre una gran distorsión en su real sentido.  Cuando pensamos en la navidad inmediatamente vienen a nuestra mente Santa Claus o el Viejito Pascuero,  los regalos y toda la fiebre consumista que se forma en torno a esta festividad.  Todo esto nos produce una carga alta de estrés y también angustia.  Es necesario encontrar el verdadero sentido y compartirlos entre tantas personas que en esta fecha se encontrarán solos y deprimidos. Por otro lado hay que vivirlo con los más empobrecidos, los más vulnerables y los que se encuentran sin esperanza.

Seguimos viendo que la realidad en nuestras ciudades se van empeorando, las expectativas y la realidad de nuestro pueblo, siguen estando marcadas por los signos de la anti- vida.  Las profundas desigualdades sociales, las contradicciones socioeconómicas y la desesperanza están marcando el paso en la vida cotidiana.

La experiencia de los pastores en la fría noche de Navidad vuelve a convertirse en una realidad.  Nuestro mensaje y acción debe estar cargada de mucha esperanza.  La gente desea escuchar buenas noticias, noticias que construyan, estimulen e impulsen la vida plena.  Queremos escuchar las buenas noticias que sean de gozo para todo el pueblo.   

Esta buena noticia no es sólo un sistema de ideas que se contrapone a los sistemas de ideas de hoy vigentes en el mundo.  No es una ideología más en el supermercado intelectual y religioso del momento.  Es un poder, es una forma de vivir y plantarse frente al mundo, es una comunidad que trasciende barreras.  Para recuperar el sentido vigoroso de un estilo de vida cristiano hay que sacar el Evangelio de manos de los vendedores profesionales que lo han vuelto un  inocuo producto comercial que se ofrece al mejor postor y de los religiosos de turno que han sacado del centro de la navidad a Jesús.  Dondequiera un ser humano que invoca el nombre de Cristo se atreve a vivir por él; se esfuerza por practicar sus demandas de amor, justicia, servicio y arrepentimiento; alza sus ojos con esperanza y vence el temor, allí es donde está avanzando el Evangelio.

La Navidad nos recuerda y nos hace reflexionar sobre la vida de Jesús y el estilo de vida que vino a inaugurar.  Este hecho nos pone en guardia contra los apetitos económicos erigidos en deidad.  Con él aprendemos a sospechar también: “Dónde ustedes tengan sus riquezas, allí también estará su corazón”, “No se puede servir a Dios y al dinero”. 

Vivir el Evangelio y el espíritu de la Navidad es primero vivir la libertad de la idolatría materialista de los apetitos económicos.  Es hacer de Jesús el modelo de vida y entrar a un género de vida que ve lo económico como un campo en el cual se pone en práctica la obediencia a Dios, el dador de todo lo que el humano posee.  Cuando nos damos cuenta que nuestros propios apetitos invaden nuestros pensamientos y palabras, relativizando lo justo y auténtico de nuestros proyectos más amados, descubrimos también que Jesús puede renovar nuestras vidas y purificarlas para que den fruto.  El hombre nuevo con su hambre de sed y justicia ya empieza a manifestarse en la disposición a cambiar nosotros mismos para que el mundo cambie.

Rescatar el verdadero sentido de la Navidad, es vivir el Evangelio, no cayendo en la trampa del mercado y de la sociedad de consumo.  El problema con la ideología del libre mercado es que nos hace aceptar su utopía como un axioma que no necesita demostración.  Es decir como el único camino que es aceptable hoy es el de la Economía de Libre Mercado.  Nuestra vida y nuestra acción no sirven para nada a menos que estén al servicio de esa ideología.  Con ese mismo criterio se juzga la historia de la Iglesia, la historia del mundo y aún a Jesús mismo. 

No caer en esa trampa, no aceptar esa utopía, esa idolatría del mercado, como un axioma ni tampoco aceptar como “científico” un análisis, que por un lado se alimenta de la opresión de los más pobres y por otro reduce al hombre y la mujer a seres que solo sirven para consumir.  Por lo tanto debemos proclamar en primer lugar que la norma que juzga la vida y la acción de los hombres y las mujeres no es el éxito, ni la cantidad de cosas que se posean, sino el designio de Dios revelado en Jesús.  Descubrimos también que para tener valor y eficacia las acciones humanas no necesitan ser exitosas.  La vida es mucho más que la economía.  La fidelidad a Dios se da dentro de una variedad inmensa de marcos de servicio.

Una buena noticia para el mundo de hoy que trae la presencia de Jesús en esta Navidad, es que se acaba el temor.  Hoy vivimos bajo el signo del miedo y esta parece ser la característica más notoria de esta época.  La mentalidad de los hombres y mujeres del siglo I estaba plagada de temores: a las potencias espirituales de los aires, a los principados y potestades, a los espíritus elementales.  En medio de ellos el Evangelio era el anuncio de la victoria cósmica de Dios, que ponía en evidencia la debilidad de estas fuerzas que aterrorizaban a los hombres y mujeres. 

Hoy en día los temores tienen otros nombres, pero son muy parecidos en sus efectos sobre el corazón de los hombres y mujeres.  Los medios de comunicación modernos han  desarrollando una jerga que conjura el temor y la sensación de un fatalismo frente al cual el hombre y la mujer parecen impotentes.  Hoy se tiembla ante las fuerzas oscuras que dominan el mercado de valores, ante los sistemas políticos-militares, ante las mafias de todo signo que parecen obrar con impunidad y crecer como pulpos infernales.

El Evangelio que Jesús nos ha traído y que recordamos en Navidad sigue siendo el Evangelio de la victoria de Dios sobre todo aquello que se opone a su designio que es el amor, la justicia, la paz y la vida abundante para los hombres y mujeres.  Cierto que esa victoria pasó por el sufrimiento de la cruz, por la agonía, la soledad y lo que a todas luces parecía el fracaso y la impotencia del justo contra la maldad del mundo.

La buena noticia del Evangelio es negarse a permitir que los temores que sobrecogen a la humanidad nos atemoricen también a nosotros.  Es poner la mira en Dios, alzar la vista y vivir en obediencia a su ejemplo, con gozo y confianza en la victoria final, cualquiera sea el curso de la peripecia del hoy.  Jesús y Pablo y Pedro nos enseñaron que esta manera de vivir el Evangelio no es la arrogancia insultante frente al verdugo ni la búsqueda casi masoquista del sufrimiento. 

En nuestro tiempo implica la desmitologización de todas las idolatrías modernas y poderes terrenos, en el entendimiento de estas fuerzas dentro de su limitada dimensión humana, o quizás aun en su exageración demoníaca.  Pero esto implica también el propósito de seguir haciendo aquello que entendemos que es el bien, aunque ello acarree la persecución o la amenaza.  Por esto la buena noticia de la navidad y lo que le da sentido, es nada nos puede separar del amor de Dios y ese amor ha triunfado para siempre.

sábado, 14 de diciembre de 2019

En el cumpleaños 81 de Leonardo Boff



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LEONARDO BOFF, 81 AÑOS DEL TEÓLOGO DEL CAMINO

Víctor Rey

El teólogo brasileño Leonardo Boff ha cumplido ochenta y un años (Concordia, Santa Catarina, 14 de diciembre 1938), durante los cuales ha hecho un largo y fecundo itinerario por los caminos de la vida que se bifurca en múltiples sendas: la experiencia religiosa, la teología, la ecología, la política, la academia, el púlpito, la cátedra, la foresta, la ciudad.  Boff ha hecho camino al andar dejando huella por donde ha pasado y sigue pasando. Y siempre desde el pensamiento crítico y heterodoxo.   Ahí radica precisamente su creatividad en todos los campos en los que ha trabajado. Su vida y su pensamiento demuestran que es un intelectual que rompe esquemas, abre horizontes nuevos y propone alternativas donde parece que no hay salida o se cree que la salida es una sola. Él es uno de los teólogos más innovadores de la teología latinoamericana, y es una fuente de inspiración hoy ante la crisis que vive la teología y la eclesiología.
Tuve la oportunidad de conocer y compartir con Leonardo Boff, allá por el año 2013 en Managua, Nicaragua cuando fui invitado a un coloquio en la casa  del ex canciller Miguel D´Escoto, donde se reunieron varios sacerdotes y teólogos católicos.  Yo fui uno de los pocos invitados no católico a ese conversatorio. Al comenzar su charla, lo primero que nos dijo Boff, fue: “quién no entienda que el mundo ha cambiado, no entiende nada de lo que está pasando hoy”. Nos habló de la crisis de la modernidad y también de la crisis que viven hoy las iglesias y de cómo hay que ser creativo e innovador para salir de esta situación.
En su quehacer teológico ha sabido compaginar ejemplarmente, durante más de cinco décadas, el rigor metodológico y la denuncia profética. El rigor metodológico lo demuestra con su recurso a la doble mediación de la teología de la liberación: la socio-analítica y la hermenéutica. Boff recurre a la mediación de las ciencias humanas y sociales para un mejor conocimiento de la realidad donde se ubica, para descubrir los mecanismos de opresión que atentan contra la vida de los pobres y para liberar a la teología de su, neutralidad social, de su, supuesta, neutralidad política y de su, sólo aparente, indiferencia ética. Recurre asimismo a la hermenéutica, necesaria para el estudio y la interpretación de los textos fundantes del cristianismo y para no caer en el fundamentalismo, una de las manifestaciones más perversas de las religiones. A través de la hermenéutica analiza el pre-texto y el con- texto de dichos textos, descubre su sentido primigenio y pregunta por su significado hoy a la luz de los nuevos desafíos y de las nuevas preguntas que plantea la realidad.
Boff es considerado, y con razón, uno de los principales cultivadores de la teología de la liberación (TL). A ella accedió a partir del impacto que le produjo el gran basurero que formaban las favelas de Petrópolis, donde llevó a cabo un intenso trabajo socio-pastoral desde comienzos de la década de los setenta del siglo XX. Su reflexión teológica en clave liberadora nació, asimismo, de la necesidad de dar respuesta a las preguntas que le planteó un grupo de sacerdotes comprometidos con el mundo indígena de la selva amazónica hace ahora cuatro décadas: ¿cómo anunciar la muerte y la resurrección de Jesús a indígenas que están siendo exterminados y muriendo por las enfermedades de los blancos? ¿Cómo anunciar la buena noticia de la salvación a las poblaciones explotadas? ¿Cómo hablar de Dios inteligiblemente, y no de manera cínica, a personas indígenas que viven la experiencia de lo sagrado en contacto con la naturaleza? Las experiencias vividas en el mundo de la pobreza extrema y de la marginación cultural y la necesidad de responder a las preguntas que surgían de ahí le llevaron a dedicarse por entero, profesional y vitalmente, a fundamentar la nueva metodología de la liberación.
La teología apenas ha mostrado interés por la ecología. Boff ha llenado ese vacío llevando a cabo una reflexión teológica en perspectiva ecológica, que cuestiona la supuesta fuerza emancipadora del paradigma científico-técnico de la modernidad. Un paradigma selectivo, centrado en el ser humano, que ni es universalizable ni integral, ni siquiera humano. Como alternativa propone un nuevo paradigma en el que el ser humano no compite con la naturaleza sino que está en diálogo y comunicación simétricos con ella con relaciones de sujeto a sujeto, y no de sujeto a objeto. El ser humano y la naturaleza conforman un entramado de relaciones multidireccionales caracterizadas por la interdependencia y no por la autosuficiencia. Se establece, entonces, un pacto entre todos los seres del cosmos regido por la solidaridad cósmica y la fraternidad-sororidad sin fronteras, gremialismos o tribalismos.
Razón y esperanza o, mejor, optimismo militante es lo que mejor define la vida, la personalidad y la obra de Boff. A veces ha sido acusado de utópico, sin darse cuenta sus acusadores de que esa acusación, más que un insulto es un elogio.

lunes, 9 de diciembre de 2019

En el cumpleaños 91 de Noan Chomsky


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NOAN CHOMSKY, 91 AÑOS DE REBELDÍA

Víctor Rey

“La gente ya no cree en los hechos” dice Noam Chomsky en una entrevista. El lingüista vivo más importante del mundo, creador de la revolucionaria gramática generativa,  ha cumplido 91 años, ha abandonado su mítica cátedra del MIT en Boston para instalarse en Arizona.  Allí sigue impartiendo clases y denunciando las injusticias de un sistema político y económico que argumenta, sigue ahondando en la desigualdad.

Tuve el privilegio de conocer a Noam Chomsky cuando estudiaba Comunicación Social en la Universidad Católica de Lovaina en Bélgica, allá a principios de los años noventa.  Dio una conferencia pública en uno de los auditoriums más grandes de la universidad, en cual estaba repleto y tuvimos que sentarnos en las gradas para escucharlo.  Una de las preguntas que hizo en esa oportunidad la recuerdo y fue esta: ¿Cómo es la clase trabajadora hoy? Tal vez sea esa la pregunta crucial y no sabemos responderla.  Noam Chomsky arrojaba algo de luz: “Mi familia era de clase trabajadora, estaba en paro, no tenía educación; era un tiempo mucho peor que ahora, pero había un sentimiento de que todos estábamos juntos en ello. Ahora vivimos la sensación de que estamos solos, de que no tenemos nada que hacer”. Resumiendo al lingüista: la exclusión es, sobre todo, un presente sin esperanza. Y es desesperanza lo que se ha instalado en esa parte de la población que no conocemos bien: nos pilla a trasmano, o bien porque está lejos de lo urbano, o bien porque se invisibiliza en barrios periféricos. ¿Cómo acercarse a lo que allí pasa sin escribir cargado de ideas preconcebidas o despertar recelo? La principal contribución de Chomsky a la lingüística se fundamenta en la idea de que el lenguaje es una facultad biológica del cerebro humano, el único programado para procesos computacionales linguisticos.  Chomsky nos invita a considerar, por tanto, que además de sus dimensiones artísticas, social y regulativa, el lenguaje es un objeto cognitivo-biológico que puede estudiarse científicamente: hay en ello una “ventana hacia la mente” y no solo un “instrumento para comunicarse”.

En su obra, Chomsky anima a sorprenderse y hacerse preguntas sobre lo más simple y obvio de la realidad, ya que es entonces cuando empieza la ciencia.  En el estudio del lenguaje, no obstante rara vez sucede eso. La filosofía chomskiana parte del hecho de que sabemos más de lo que nos enseñan.  Hay un componente innato en el ser humano que no se potencia lo suficiente. Eso se ve claramente en el lenguaje, pero puede extrapolarse a la ética y la estética.  Así pues, si se considera  que hace falta desarrollar las capacidades de todo el mundo, se está cerca de un modelo anarquista, en el sentido de contrario a un modelo creado por una élite, y en contra de las limitaciones impuestas por el tal modelo.

No hay manera de que un escritor testimonial deje a la familia satisfecha, ni a los de su pueblo, ni a los de su clase, ni a los de su religión. Pero nosotros necesitamos que esas voces se hagan oír. Es urgente. Nos guían por un terreno desconocido que ayuda a entender ese desaliento abismal que solo se alivia cargando contra quien se considera inferior o más vulnerable en la escala social.

El pensador y activista, más que indicarnos dónde reside el bien, ha de dar pruebas de entereza, lo cual exige seguir respondiendo a las exigencias del pensar en los momentos mismos en los que el combate contra los enemigos del pensamiento constituye el primer imperativo, pues la filosofía puede ayudar a la liberación siendo efectivamente filosofía. Al proseguir con el rigor que se conoce su admirable trabajo al servicio de la causa del lenguaje, Noam Chomsky hace hoy día honor a esa indomable tradición.
Por último el pensador nos animó en esa conferencia a vivir buscando la esperanza en este mundo donde hoy se niega a vivir sin esperanza

miércoles, 4 de diciembre de 2019

594 años de la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica




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LA VIDA COTIDIANA DE UN ESTUDIANTE  EN LA UNIVERSIDAD CATOLICA DE LOVAINA LA NUEVA EN BELGICA

Víctor Rey


LA UNIVERSIDAD

La “Universitas Lovainensis” fue creada por edicto del Papa Martín V en el año de 1425.  En aquel entonces Europa superaba el Cisma de Occidente, mientras Inglaterra y Francia se batían en la Guerra de los Cien Años.  Hacía algo menos de dos siglos que se habían creado las primeras universidades, pero faltaban todavía veinte años para que Guttemberg inventara la imprenta y más de seis décadas para que el genovés Cristóbal Colón confundiera una isla caribeña con la costa india.

Tuve el privilegio de hacer un postgrado en esta universidad entre los años 1991 a 1993, ahí hice un Master en Comunicación Social y para mi fue una experiencia transcultural y académica de primer nivel. El vivir por tres años en esa ciudad universitaria marcó mi vida y me permitió conocer otras culturas y ampliar mis horizontes.

Casi seis siglos de vida son tiempo suficiente para que ocurran muchas cosas.  Por los claustros de la Universidad circularon Erasmo de Rotterdam (ocupado por entonces en su Elogio a la Locura) y el célebre Jansenius. Un obispo acusado de herejía cuyos seguidores pasaron a la historia como matemáticos y linguistas.  También Mercator, Vésale, Vives, Lemaitre, entre otros. En los convulsionados años que siguieron a la Revolución francesa, la por entonces tricentenaria Universidad de Lovaina fue clausurada y no volvió a abrir sus puertas hasta que los belgas conquistaron su independencia.  En 1834 la institución es reabierta y funciona durante algo más de un siglo como una universidad bilingüe en donde confluyen la Bélgica francófona y la Bélgica flamenca.

El primero de julio de 1970 se pone en práctica una reestructuración que da lugar a la aparición de dos nuevas universidades: la Université Catholique de Louvain (UCL), de expresión francesa, con su asiento principal en la ciudad de Louvain-La Neuve (a escasos kilómetros de Bruselas) y la Katholieke Universitet te Leuven (KUL), de expresión flamenca ubicada en la antigua sede de Leuven.

La Université Catholique de Louvain consta de 10 facultades, renombrados institutos superiores de filosofía, teología y sociología.  Varios centros, servicios e institutos y una decena de bibliotecas descentralizadas.  Su estudiantado reúne algo menos de 25.000 personas, de las cuales una sexta parte proviene del extranjero.  Considerando conjuntamente los diplomas intermedios y terminales, la Universidad tiene en la actualidad una oferta de aproximadamente, 350 títulos diferentes.  La Universidad Católica de Lovaina cuenta con más de 150.000 diplomas distribuidos en el mundo entero.

LA CIUDAD

 Louvain-la-Neuve es una ciudad única en el mundo. Situada en el corazón de la antigua región de Brabante, Louvain-la-Neuve es la más joven ciudad europea y la primera ciudad construida en Bélgica desde el siglo XVII.  Se encuentra a 30 kilómetros de Bruselas y su población es de 23.000 habitantes, distribuidos en 700 hectáreas

Su origen tiene que ver con las peculiaridades linguisticas de un país como Bélgica, que encierra en sus escasos 30.000 kilómetros cuadrados unos doce millones de habitantes y dos grandes comunidades linguísticas: los valones que son francófonos y los flamencos que son neerlandófonos.

Hasta el año 1968 la antigua Universidad de Lovaina funcionó en el territorio flamenco, en la vieja ciudad de Leuven.  Sin embargo, un agravamiento del tradicional conflicto lingüístico entre ambas comunidades condujo a una separación de la sección flamenca y la sección francófona, con la consecuente mudanza de esta última.  La Université Catholique de Louvain encontró su nuevo hogar unos 30 kilómetros al sur, junto a la villa de Ottignies: un poblado pequeño pero un importante nudo ferroviario.  En ese lugar, el 2 de febrero de 1971 el Rey Balduino pone la primera piedra fundamental de lo que será Louvain-La-Neuve.  En octubre de 1972 la ciudad recibe sus primeros habitantes, constituidos por un grupo de estudiantes de ingeniería.

Louvain-La-Neuve ha sido concebida no sólo como campus universitario sino también como centro urbano, inspirándose en las antiguas ciudades medievales.  Cuatro barrios- cada uno de ellos situado sobre una de las colinas que dominan el pequeño valle de la Malaise- recuerdan los nombres de las granjas sobre cuyos terrenos se construyó la ciudad.  Sus hermosos cascos de estilo brabanzón se conservan y han sido reciclados para ser centros de actividades locales y universitarias.  Los cuatro barrios (Hocaille, Biéreau, Bruyéres y Lauzelle) confluyen hacia el centro de la ciudad, concebido como lugar de encuentro y animación.  El centro está a una altura de tres pisos, levantándose sobre el valle como un puente que une los barrios.  Debajo se sitúan los estacionamientos y una estación de trenes subterránea ubicada bajo el edificio central de la Universidad- Les Halles- que es la principal construcción del centro de la ciudad.

Toda la arquitectura lovainense- siempre coloreada en las gamas naranjas del ladrillo y las negras de los techos de pizarra- ha sido puesta al servicio de una concepción urbanística inspirada en las ciudades medievales, guardando siempre una escala humana.  Calles estrechas (cuyos nombres recuerdan a pensadores y poetas), pequeñas plazas, escalinatas, constituyen una planta filigranada y compleja, a veces tortuosa para el recién llegado, pero juguetona y hasta amistosa para el peatón- el verdadero privilegiado de su urbanismo- que comienza a conocer sus quiebres, y se dispones a intimar con la ciudad más joven de la vieja Europa.

LA VIDA

Vivir en Lovaina-La-Nueva se asemeja mucho a viajar a través del tiempo.  Los hábitos y rutinas de esa ciudad pequeña. Por cuyas calles intrincadas apenas circulan autos y en donde casi todo habitante tiene algún punto de contacto con la Universidad que es su centro, recuerdan en -efecto- a la vida cotidiana de las ciudades universitarias del medioevo.

Los parecidos empiezan a descubrirse desde el momento mismo de la llegada:  la pequeña escala en que se mantiene la arquitectura, el dominio del ladrillo y de los techos empinados, el denso tejido de calles, pasajes, plazas y espacios verdes que se mezclan con las construcciones, reproducen el clima de una ciudad nordeuropea de los siglos XIV o XV.  Sin embargo, estas semejanzas se hacen todavía más palpables cuando se descubre que, tal como ocurría hace quinientos años, toda la ciudad respira al ritmo de la vida universitaria.

El centro de la ciudad está definitivamente marcado por la presencia de los estudiantes.  Negocios, escuelas para todas las edades, bibliotecas, mediatecas, oficinas de la Universidad, multicines, teatros, museos, piscinas, complejos deportivos, un lago artificial, decenas de bares donde se toma cerveza en grandes cantidades, son los territorios habituales de los grupos desordenados y bulliciosos que para nada recuerdan a la ordenada y tranquila Bélgica que sigue su vida  a pocos kilómetros de distancia.  La vida cotidiana de los estudiantes, que abandonan sus familias para residir durante todo el año lectivo en la ciudad universitaria, recrea (en parte inconcientemente, en parte de modo deliberado) el folklore de Francois Villon y los goliardos.  En efecto, los cursos y períodos de exámenes se alternan con las fiestas, las competencias, o la actividad de los clubes que reúnen a gente extremadamente diversa en torno  a alguna pasión común (que puede ir desde la música hasta los “comics”, ese orgullo nacional de los belgas).

Los estudiantes pueden alquilar apartamentos, pequeñas casas o “estudios”, pero sobre todo prefieren los “apartamentos comunitarios”.  En este último caso, un número de estudiantes que puede oscilar entre ocho y los quince comparte un gran apartamento que tiene en común una cocina, un comedor común y una serie de baños.  Los “apartamentos comunitarios” reúnen con frecuencia a una población convocada en torno a un interés concreto.  Existen así “comunitarios” (o “kots” en la jerga lovainense) de cinéfilos, de amantes de la música coral o de entusiastas de la bicicleta, que agregan su nota particular a la vida social de la ciudad.

Si se sale del centro, la vida bulliciosa de los estudiantes tiende a amortiguarse para dar lugar a barrios más tranquilos, familiares, de casas con jardín, en donde suelen vivir los profesores, funcionarios, o simples habitantes que han elegido vivir en Lovaina-La-Nueva.  Los traslados desde estos barrios hasta el centro se realizan a pie o en bicicleta.  El auto es un artículo de poco uso al interior de la ciudad.

Los tiempos de la ciudad son, a lo largo de todo el año, los tiempos de la propia Universidad.  Al principio del año académico se realiza la fiesta de iniciación de los cursos, que incluye un “cortejo” en el que desfila toda la comunidad académica.  Cuando los cursos terminan, en cambio, o también durante los fines de semana, la ciudad prácticamente se  vacía, quedando a disposición de la población estable.

Como toda ciudad o villa europea, Lovaina-La-Nueva, tiene también su gran fiesta anual.  Una carrera de bicicletas: “Las veinticuatro horas de velo”.  En efecto, una vez al año se realiza en Lovaina-La-Nueva una competencia que consiste en una carrera de veinticuatro horas alrededor de la ciudad, en donde se enfrenta una multitud de equipos de ciclistas.  Durante esos días confluyen  en Lovaina-La-Nueva jóvenes universitarios de toda Bélgica y de diferentes países de Europa.  La ciudad ve crecer en cuestión de horas una enorme cantidad de carpas y de puestos de ventas de comidas y bebidas, mientras las calles son cortadas por grandes fardos de paja que marcan la ruta a seguir por los competidores.  La carrera se realiza sin interrupciones durante veinticuatro horas, y durante todo ese tiempo el público sigue los esfuerzos de su equipo favorito.  Para combatir el cansancio y el frío se organizan algunas competencias paralelas (por ejemplo, el premio a la bicicleta más original y rara) al mismo tiempo que se da cuenta de enormes cantidades de cerveza.

En este marco de intensa vida social, de tradiciones muy vivas y de fuerte identidad local, se desarrolla la estadía de los estudiantes.  En general, todos los estudiantes siguen cursos durante las mañanas y las horas siguientes del mediodía.  A las cuatro de la tarde (prácticamente de noche, si es invierno) se terminan los cursos, quedando el resto del tiempo a disposición del estudiante.  En general se estudia en la propia casa o en las bibliotecas, aunque los que realizan estudios de maestría y doctorados, suelen dispones de oficinas particulares.  Por la noche se hace vida familiar o se asiste al teatro, al cine, a los centros deportivos, a los clubes o a los bares.  Según el momento del año, la vida social se puede extender hasta tarde en la noche o, si es tiempo de exámenes, se puede volver casi inexistente.

La relación con la Universidad variará según las características de cada estudiante.  Si se trata de un alumno que recién inicia sus estudios universitarios, lo más probable es que deba cursar un alto número de materias y que mantenga vínculos relativamente distantes con el cuerpo de profesores.  Si, en cambio, se trata de estudios de post grado, el número de cursos se reduce radicalmente y se estrechan las relaciones de tipo personal con los docentes.  En cualquiera de los casos, el estudiante se ve enfrentado a un etilo de vida universitario distinto al que estamos acostumbrado en América Latina, en el que se verá profundamente inmerso durante los años que dure su estadía.

Chile ya no será el mismo


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LA PRIMAVERA DE CHILE

“El derecho de vivir en paz” (Víctor Jara)


Víctor Rey


Esta primavera chilena del 2019 será recordada como la más caliente de los últimos 50 años pero la más turbulenta en el ámbito social, económico, político y cultural en las últimas décadas.  Hace mucho tiempo que se hablaba que los jóvenes chilenos no se interesaban en la política, en los social y económico.  Pero las cosas han cambiado y hoy estamos sorprendidos por la fuerza, la energía de este movimiento y quedamos más que sorprendidos por su compromiso y la claridad en la exposición de sus ideas.  Este movimiento juvenil que comenzó con el reclamo del alza del precio del metro y que se ha transformado en un movimiento ciudadano está cambiando el rostro de Chile, se ha transformado en una grata sorpresa para todos. Ha sido como encender una chispa que ha quemado a toda la sociedad chilena sin importar edades, clases sociales, género, etc.

Lo que están planteando los jóvenes en Chile, es cambiar la manera de hacer las cosas, ese es el desafío.  Tras décadas de exitosas transformaciones, que han disminuido los niveles de pobreza, fortalecido la economía, mejorando la infraestructura y la cobertura de los servicios básicos, así como profundizando los derechos de los ciudadanos y adecuado muchas de las instituciones a las nuevas exigencias, el país se enfrenta a desafíos de otro tipo.

Hoy las personas tienen mayor libertad y las instituciones ejercen un control más indirecto sobre sus acciones.  Por lo mismo, en muchos ámbitos hacer cambios en Chile hoy es más difícil, pero no imposible.  Es necesario tomar en cuenta exigencias simultáneas de múltiples actores, y considerar las formas relativamente autónomas e impredecibles en que éstos se relacionan para perseguir sus fines.  Construir desarrollo hoy significa tener la capacidad de manejar entornos  inciertos y complejos que resultan de esa mayor independencia que han adquirido las prácticas cotidianas.

Chile ha cambiado mucho en las tres últimas décadas.  En su entramado institucional, en su economía, en su cultura, la sociedad chilena es hoy muy distinta de la de hace tan sólo un cuarto de siglo.

Estos cambios han tenido en general un signo muy positivo.  El desarrollo del país ha permitido una mejor calidad de vida a sus habitantes.  El Índice de Desarrollo Humano que año a año publica la ONU es prueba fehaciente de estas transformaciones.  En efecto, Chile presenta un incremento constante de su IDH en las últimas décadas, y hoy se sitúa entre los países que tienen un desarrollo humano alto, ocupando además un lugar de avanzada en el contexto latinoamericano.

Este progreso es percibido y valorado por las personas.  Sin embargo, la percepción cambia cuando la mirada se pone en el futuro.  Las personas comienzan a dudar de que esta marcha adelante se pueda sostener en el tiempo y que puedan seguir realizándose los cambios que se requieren.  En otras palabras, si bien la ciudadanía es consciente del progreso del país, comienza a hacerse mayoritaria una visión del futuro más bien plana.  Ni mejor ni peor.  Las percepciones parecen remitir a la idea de que lo alcanzado hasta ahora asegura que los avances continuarán en el futuro.  Hay algo en el presente que frena la marcha.

Pareciera no tratarse de un problema de recursos.  Chile dispone hoy de muchos recursos para la inversión pública y privada.  Tampoco de consensos y voluntades sociales: la urgencia de introducir mejoras cualitativas en los diversos ámbitos de la organización del país forma parte ya del sentido común.

Las miradas hoy en día se dirigen más bien hacia aquellas maneras de hacer las cosas que parecen impedir el aprovechamiento del nuevo piso de oportunidades y enfrentar los desafíos que surgen de él.  La agenda noticiosa y las conversaciones cotidianas se llenan de críticas a iniciativas tanto públicas como privadas cuyo común denominador es el modo en que se llevan a cabo las acciones.

Muchos creen que desde ahora existe un antes y un después de esta primavera del 2019 o que en estos meses será recordado como aquellos en los cuales la historia del país giró en 180 grados.  La idea es que hay un cambio que cruza aspectos políticos, económicos, sociales y culturales.  En este movimiento, en sus asambleas, marchas, corridas, hay mucha arte y mucha política.  Hay mucha energía, mucho entusiasmo que está latente en la sociedad chilena.

Aunque con ciertos matices interpretativos, hace rato que los estudios de opinión pública y los cientístas sociales dan cuenta de una sociedad diferente.  Esta es una ciudadanía que muestra distintos tipos de liberalidad.  Las encuestas muestran tolerancia a la diversidad sexual, rechazo a la censura, desprecio por la clase política, rechazo a las jerarquías, apertura a la no discriminación, apertura a nuevas formas de cultura. 

Un punto de partida para este cambio cultural lo encontramos en junio del 2002 cuando a las siete de la mañana, con apenas dos grados de temperatura, a la misma hora que Brasil y Alemania disputaban la final del Mundial, más de cuatro mil personas festejaban desnudas en plena Costanera al lado del Parque Forestal.  Un tal Spencer Tunick, ni político ni cantante, ni líder de una secta, sino fotógrafo, los había convocado.  Su invitación consistía en participar de una acción de arte, pero terminó siendo mucho más que eso.  Hay un deseo reprimido de expresarse, de rebelarse contra las fuerzas que nadie sabe cuáles son y que reprimen.  El sistema político, económico, las iglesias, el gobierno.  Un malestar que no se canaliza solamente por la política.

Ya en el informe de del Programa de Desarrollo Humano (PNUD) del año 2011 se entregaba una exhaustiva mirada a los chilenos.  Se habla de que el país está viviendo un profundo cambio cultural, en que la imagen de lo chileno se ha vuelto difusa y poco creíble.  La sociedad no tiene imagen de sí misma, pues  para la mayoría de las personas los referentes colectivos han dejado de ser verosímiles.  Según la encuesta que realizó el 2011, el 28% consideraba difícil decir que es “lo chileno” y el 30% que no se puede hablar de “lo chileno” porque somos todos distintos.

Todo lo que está pasando con el movimiento estudiantil que es un movimiento ciudadano promueve una liberación y por eso es tan querido por todos.  Participar de las marchas, las asambleas, los conciertos, los recitales, los cabildos, los eventos producen un goce de la gente de desprenderse de las exigencias morales y demandar libertad personal y comunitaria.

Podemos decir con toda certeza que Chile ya no será el mismo después de esta sorpresiva primavera del 2019.  Que para llegar a este estado se ha necesitado mucha imaginación, y gracias a Dios los jóvenes es lo que más tienen.