EL CINE Y YO
“Si la gente ve como se
hace, el cine pierde toda su magia” (Charles Chaplin)
Víctor
Rey
Todavía
recuerdo la primera película que vi, tenía cinco años, se llamaba
“Marcelino Pan y Vino” y fue en el antiguo cine Alcázar que
quedaba frente a la Plaza Brasil en el barrio que lleva el mismo
nombre en Santiago de Chile. Hoy ese antiguo edificio lo ocupa un
restaurant de comida china. Fue construido en los años 30 por
Ezequiel Fontecilla y Pedro Prado, hijo del poeta del mismo nombre,
como un ejemplo de arquitectura moderna dentro de un barrio
tradicional. Era una película en blanco y negro y los vecinos del
barrio acudíamos según el horario de los días domingo. Los niños
a la matinée, luego los jóvenes a la función de la tarde y los
adultos en la noche. La magia de esperar que las luces se fuesen
apagando lentamente y ver abrirse el telón y las primeras imágenes
del noticiero UFA con las noticias del mundo y luego la sinopsis de
los próximos estrenos era el aperitivo del plato de fondo que era la
película esperada, que luego la comentaríamos toda la semana con
los amigos del barrio y del colegio. Creo que mi afición al cine
también viene por el hecho de que vivíamos entre dos cines de
barrio. Uno ya no existe ya que se construyó un gran edificio y el
otro como dije es ahora un restaurant. Los otros cines de barrio han
tenido otra suerte y la mayoría ahora albergan a diferentes
iglesias, o mega iglesias evangélicas que representan sus cultos
como un espectáculo. ¿Qué paradojas de la vida?
Ir
al cine en esos tiempos era un privilegio, ya que las entradas no
eran baratas y había que juntar por varias semanas los pesos que
permitirían entrar a esa sala de los sueños y de la magia. Luego
en la juventud hacia largas filas para ver casi todas las películas
de Woody Allen en el cine de la Universidad de Concepción. Donde
también teníamos que ahorrar para ver los últimos estrenos.
También ahí descubrimos la riqueza del cine latinoamericano que no
animó a conocer y amarlo más este continente lleno de realismo
mágico y a caminarlo por dentro, también acompañado de la rica
literatura que produjo.
Un
capítulo aparte es lo que tiene que ver con la música en el cine.
Las grandes bandas sonoras de las grandes películas es algo que
disfruto y siempre me acompaño de este tipo de música cuando estoy
leyendo o meditando.
Siempre
me gustó el cine y me sigue gustando, aún cuando ha cambiado la
forma de ver una película. Antes se hacían largas filas para
entrar a un rotativo, ahora con las películas en DVD, el cine ha
pasado a ser un arte en solitario, ha perdido lo comunitario que tuvo
al principio. Cuando estudié Comunicación Social en la Universidad
Católica de Lovaina, uno de los cursos que más disfruté y aprendí
fue el de Filmología. Doy gracias por se tiempo donde aprendí a
disfrutar y conocer el cine francés y autores como Francois
Truffauts, Claude Lelouch y krzystf Kieslowski.
La
primera proyección de una película en Chile ocurrió en 1897, y fue
con el mismo proyector que utilizaron los hermanos Lumiere en
Francia. Se hizo en el Club de La Unión, sólo dos años después
de la primera proyección en el mundo.
Una
de las últimas películas que he visto y que ha resultado ser todo
un homenaje al cine es “El Artista” (2011). Michel Hazanavicius
con esta película europea le ha devuelto el brillo a Hollywood.
Luego de ver este film me he animado a escribir este artículo.
Hacía tiempo que nos disfrutaba tanto de un film que fuera tan
perfecto y tan profundo. Una película en blanco y negro y muda. Por
algo los críticos de cine la eligieron como la mejor película
extranjera y le otorgaron el Oscar en 2012.
El
cine nació como espectáculo y diversión en el que se aplicaban los
descubrimientos de la época. El cine es, al mismo tiempo, un
verdadero arte desde sus comienzos. El cine, también desde su inicio
es documento de la vida de la época. Estas tres características, la
documental, la artística y la festiva la ha conservado en el tiempo
y en la ilusión de todos los que se implican en su mundo, los que lo
fabrican y los espectadores.
En
los primeros tiempos del cine, en los años treinta, el cine era cosa
de feriantes. Las barracas de las ferias acogían al público que
pretendía ver lo imprevisto, el más difícil todavía. Pasen y
vean: al lado de la mujer barbuda y de otros espectáculos de la
época se proyectaban en salas oscuras y misteriosas escenas de la
vida cotidiana, de ejercicios circenses, de la gente de la calle, o
algo más picantes, los primeros besos cinematográficos, el pintor y
su modelo... Una ingenuidad que respondía por una parte a la
necesidad de ver la realidad en un ambiente fantástico, desconocido
hasta el momento por el gran público y por otra al afán de
divertimento oculto, de capricho clandestino, que las sociedades
poseen cuando quieren olvidar su realidad cotidiana.
Siglos
antes, en algunos casos desde la antigüedad, ya los filósofos,
científicos e inventores habían puesto en práctica sus
descubrimientos al servicio de la imagen. La cámara oscura se
conocía desde siempre, aunque en su variante de proyección de
exteriores iluminados por el sol su desarrollo crece en el siglo XVI
y las primeras imágenes fotográficas, aún sin fijar, se realizaron
en 1803. Los espectáculos en la oscuridad con el maravilloso invento
de la linterna mágica son utilizados para proyectar cuadros ya en el
siglo XVI. Desde la antigüedad se conocía también la persistencia
de la visión en la retina, clave para entender la imagen en
movimiento.
El
siglo XIX lleva los inventos al mundo del espectáculo, reuniendo los
ingredientes anteriores, cámara oscura, fotografía, lentes,
proyección y las ilusiones visuales en ruedas que dan vueltas para
delicia de los salones de la aristocracia, y más tarde para un
público ávido de sensaciones en las sesiones de magia y
prestidigitación. Se utilizaron así artilugios que hoy conocemos y
que, perfeccionados, seguimos utilizando como medios audiovisuales.
Los ilusionistas utilizaron los inventos en salas oscuras y llenas de
emoción en proyecciones sobre humo, utilizando espejos, engañando
con sus trucos ópticos al crédulo público del momento.
Fue
la herencia que el cine, es el único arte que nació de la
tecnología, recibió en sus comienzos, cuando se asombraban los
habitantes de París por primera vez, y más tarde los de todo el
mundo sobre las maravillas que se podían ver, proyectadas sobre una
sábana en una sala oscura.
Entrar
en el mundo del cine abre a las personas un universo apasionante. La
mayoría tiene un contacto con el cine, limitado a la asistencia
esporádica a salas comerciales, a ver la película de actualidad en
compañía de sus grupos de amistades. En muchos casos, preparados
para consumir durante la función un soberano paquete de palomitas de
maíz, prevaleciendo la cultura americana sobre la latinoamericana.
Esa
es solamente la puerta de acceso al fascinante mundo del cine. Al
comprar la entrada, ya se inicia en la persona un procedimiento, un
proceso de implicación que no debe quedar en la simple visión de la
película.
El
mundo del cine es al mismo tiempo industria y arte, espectáculo y
pensamiento. En este texto intentaremos adentrarnos en ese mundo
apasionante desde un punto de vista muy particular. El del desafío
que desde el mundo de la educación en todas sus variantes puede
aportar a que quienes van al cine, pequeños, adolescentes o
mayores... Para que todos se interesen por lo que hay detrás de la
sala cinematográfica y de la pantalla, para que quienes no van al
cine, acepten esta entrada, aun cuando fuera a través de la
televisión. Para que esta invitación de introducirse en una sala
oscura, sea el punto de partida, como el de ‘Alicia en el País de
las Maravillas’, el ingreso en el fascinante mundo que se le abre.
Durante
años, cerca de dos décadas, disminuyó la entrada de espectadores
en las salas comerciales. Se habló de la caída en picado, de la
muerte, del cine. Atribuido a muchas causas, entre ellas al auge de
la televisión, lo cierto es que el cine se encontraba en baja forma.
Se hundieron las grandes productoras, se dejaron de realizar
superproducciones y los estudios se dedicaron casi exclusivamente al
telefilme. Han transcurrido cerca de tres décadas para que los cines
se vuelvan a llenar. Sin entrar en razones ni pretender explicar
ninguna posibilidad, sí se habla de la vuelta al cine espectáculo,
a la utilización de nuevas tecnologías aplicadas a los efectos
especiales. No olvidemos tampoco los nuevos estilos de promoción y
marketing ni el establecimiento de nuevas formas de construir las
salas, los minicines y las grandes superficies dedicadas a
proyección, los multicines, con multitud de ofertas en el mismo
lugar. Las productoras invierten cantidades ingentes de dinero en
campañas publicitarias y marketing, llevando al espectador hacia las
salas comerciales. La sala cinematográfica está más cerca del
consumidor. Es posible que nuevas formas de narrar historias, líneas
argumentales más acordes con las sensaciones y sentimientos
actuales, montajes de ritmo trepidante, la tecnología aplicada al
sonido, tanto en su composición como en su emisión en las salas
cinematográficas, efectos especiales de sonorización, hayan atraído
otra vez al público, a una mayoría de personas jóvenes, a un cine
diferente. Al mismo tiempo, la connivencia entre cine y televisión
se hace cada día más palpable. Un ejemplo, la ‘Disney’ se negó
durante años, o lo hizo con reticencia, a pasar sus películas a
vídeo. Hoy las promociona y vende a los pocos meses del estreno,
siendo una de sus mayores fuentes de ingreso.
Aunque
muy dignos de respeto, algunos puristas no valoran, rechazan más
bien, la nueva forma de hacer y presentar el cine. Sin embargo, es
incuestionable pensar que el cine se basa en una gran industria, que
necesita incentivos económicos, o lo que es lo mismo, que los cines
se llenen. Muchos directores e intérpretes que en la actualidad son
libres para producir, hacer o interpretar lo que desean, han sido
durante muchos años colaboradores o autores de películas
exclusivamente alimenticias y comerciales o se han dedicado a hacer
spot publicitarios.
El
desafío es volver al producto de calidad. Al lado de un cine
comercial, promocional, lleno de efectismo, se mantienen otros tipos
de cine, como el de autor, el independiente, el que trabaja con
escasos medios, el que no depende de las grandes productoras, el que
se fija normas estrictas para no utilizar nuevas tecnologías, etc.
Surgen movimientos independientes, paralelos o contrarios a la
industria oficial, los países más pobres siguen haciendo intentos
de expresar mediante películas sus problemáticas, se continúa
luchando contra el poder político y el de la censura y se encuentran
productos de cine fresco, joven, que rezuma interés aunque no
alcance en algunas ocasiones la técnica de moda ni se exhiba en
salas comerciales.
El
cine sigue vivo. Es osado predecir que ya no se harán películas de
calidad. Los tiempos cambian pero aportan nuevos aires, nuevos
medios, ideas frescas, problemas diferentes, que azuzan al elemento
creativo que tiene el cine a buscar caminos diferentes. Los años
decantarán los productos que merezcan pasar a la historia del cine.
Si vuelve la alegría a los productores, se arriesgará el dinero con
mejor fortuna, y habrá menos miedo a crear obrar de arte aunque el
beneficio comercial sea menor. De momento, disfrutemos, critiquemos y
aprendamos con lo que tenemos.
Recordemos
un poco el pasado para apreciar que no siempre las modas estuvieron
de acuerdo con lo que los entendidos proclamaban. “El tercer
hombre” de Carol Reed, hoy película de culto, fue rechazada
radicalmente por la crítica especializada de su tiempo obligando a
su director a dedicarse a hacer cine comercial. Hace años, cuando
nos dedicábamos al cine-club, estaban proscritas películas que hoy
consideramos de culto, ya sea por ser musicales, o de aventuras, o
infantiles, o sin contenido filosófico o social... Se podrían poner
infinidad de ejemplos de cine mal considerado en su momento que ha
pasado a la historia con mucha dignidad o como verdadera obra de
arte. También los cineastas del cine mudo temblaron cuando llegó el
sonoro, incluido Charles Chaplin. Cayeron muchos y se tambalearon
todos pero el cine se rehizo, y ni el sonido ni el color han dejado
de permitir joyas del cine. Las mismas ideologías dominantes han
aceptado o rechazado filmes de categoría cinematográfica
indiscutible por su determinado planteamiento filosófico o político.
No
nos cerremos nunca a nada. No olvidemos que hay muchos, y cada vez
habrá más y mejor, modos de ver películas.
Decíamos:
una película hay que verla en el cine. En un lugar preparado para
ello. Qué mejor que el ambiente, la sala oscura, la necesidad de
salir de casa especialmente para la ocasión, dejar el computador,
dejar la televisión... El hecho positivo de decidir ir al cine ya es
importante en sí, la calidad de la imagen, la pantalla grande, el
magnetismo de la pared blanca, el sentirse inmerso en los
acontecimientos que se suceden en la película... La magia de la sala
comercial, la oscuridad el adentrarse en los ambientes y los nuevos
sonidos que te sumergen en el ambiente.
En
casa en la televisión, aún en vídeo, sin cortes publicitarios, es
difícil establecer la misma relación con el argumento, con la
técnica que en el cine.
Sin
embargo, la tecnología mejora a tal velocidad que nuestros esquemas
sobre el cine pueden llegar a caer en gran medida.
Es
difícil descubrir un solo tema o núcleo de contenidos que no esté
tratado de alguna forma en el cine. Siempre es posible encontrar
películas o documentales, que permitan su utilización como punto de
partida en un debate, o como rasgo, dato o documento en una
investigación o estudio.
Sin
embargo, el cine como tal, es decir el cine cuyo soporte material se
basa en el celuloide es cada vez más difícil de utilizar, dada la
dificultad y coste económico que entraña la búsqueda de
proyectores, operadores y películas. Al mismo tiempo cada vez se
hace más fácil y eficaz la tecnología que nos permite ver el cine
a través del vídeo o la televisión. Por esta razón en esta
comunicación, siempre que se hable de cine, se entenderá que
indistintamente podemos estar relacionándolo con su sucedáneo el
vídeo, y en un futuro inmediato con cualquier otro soporte adecuado,
como el DVD, que está sustituyendo al vídeo y que cuando los
lectores de este libro lo tengan en sus manos casi habrá acabado con
él.
En
vídeo se ha publicado casi todo lo que en el cine hay de importante.
Podemos analizar la infancia marginada con “El Pibe”, de Charles
Chaplin, la educación con “El pequeño Salvaje” de Truffaut, los
valores por los que se mueve determinado tipo de juventud por
“Historias del Kronen”, de Armendariz, o la dureza de la familia,
la educación y la superación personal en “Padre Padrone”, de
los hermanos Taviani. La relación de pareja y de amor de “Un
hombre y una mujer” de Claude Lelouch. La fe y la lucha por la
justicia de “La Misión”. Las dudas y perplejidades de “Ocho y
medio” de Fellini. Podríamos citar cientos de films de todas las
épocas, algunos que se están estrenando actualmente, en los que la
historia que se cuenta y las imágenes que la sustentan se confunden
en un maremagnum de estética, ideas, arte y contenidos.
Como
me dijo un amigo: “Cada vez que voy al cine, salgo más inspirado y
con más fuerza espiritual que cuando asisto a un culto en alguna
iglesia”.