miércoles, 26 de febrero de 2020

Ante la partida del filósofo Mario Bunge



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ADIOS AL MAESTRO MARIO BUNGE

Víctor Rey

Cuando estudiaba filosofía en la Universidad de Concepción en las clases de Filosofía de las Ciencias, Gnoseología, Epistemología e Historia de la Ciencia su nombre siempre aparecía.  Me sentía orgulloso de que este filósofo fuese latinoamericano, así sus argumentos se contrastaban con los pensadores europeos. Sus libros y artículos también se leían con mayor facilidad y no por eso dejaban de ser profundos. De alguna manera este autor con otro argentino como Ernesto Sabato, me animaron a entender en que consiste la ciencia a dejar de idolatrizarla como era común en la generación de ese tiempo. Así que su muerte a los 100 años al igual que Sabato, me ha conmovido.
Ser original y distinto --defender la perspectiva científica para oponerse a las seudociencias, entre las que cuestionaba al psicoanálisis-- no es moneda corriente. ¿Alguien logró “filosofar a la luz de la ciencia” como él? Mario Bunge, el físico, filósofo y epistemólogo argentino que murió a los 100 años en Montreal (Canadá), donde vivía desde hace más de cincuenta años, no es epígono de nadie en el rubro “gran polemista”; un ejemplo notable de cómo la polémica constituye un estímulo del pensamiento creador. El autor de más de un centenar de libros y medio millar de publicaciones sobre física teórica, matemática aplicada, teoría de sistemas, fundamentos de física, filosofía de la ciencia, semántica, epistemología y ontología, entre los que se podría destacar el voluminoso Tratado de filosofía (publicado en varios tomos), ha cultivado una honestidad intelectual excepcional. “Cuando era joven tenía esperanzas en el socialismo autoritario, en la revolución, en todo eso. Todas esas esperanzas se evaporaron. Mi actitud hacia la filosofía marxista ha cambiado mucho. Hice una crítica detallada de la dialéctica, núcleo de la filosofía marxista. La dialéctica es confusa y, en el mejor de los casos, falsa. En el peor de los casos, no se entiende”, planteaba Bunge en uno de sus últimos libros, Memorias: entre dos mundos, publicada en una coedición por Gedisa y Eudeba.
Bunge --que en esas memorias se define “socialista, democrático, participativo, cooperativo”-- advertía sobre los problemas del sistema capitalista. “El capitalismo ha tenido sus méritos históricos, pero es moralmente insostenible. Por ejemplo, la productividad de todos los sectores industriales se ha duplicado en los últimos 50 años, pero los salarios se han mantenido constantes. O sea, que se han beneficiado unos pocos. Los ricos se han hecho más ricos y los pobres se han quedado igual o peor. Por este lado los marxistas tienen razón, pero la alternativa que proponen no es viable porque confunden socialización con estatización y lo ideal no es que el Estado sea patrón, sino que los trabajadores sean los patrones, que los que trabajan posean y administren sus empresas, un poco lo que ocurre con la pyme familiar”.
El hombre que filosofó a la luz de la ciencia nació el 21 de septiembre de 1919. Su madre alemana fue enfermera de la Cruz Roja en China y en el hospital Alemán de Rosario. Su padre, Augusto Bunge, era médico y diputado por el partido Socialista. Bunge decía que había sido educado sin prejuicios y con respeto por las diferentes creencias. “La racionalidad no es incompatible con la religión, ya que hace a la forma y no al contenido de la argumentación”, postulaba el científico argentino. “Tomás de Aquino, el máximo teólogo de todos los tiempos, era racionalista y les advertía a sus correligionarios que, cuando disputasen con infieles, debían recurrir a la razón, bien común, y no a la fe ni a las escrituras religiosas. Además, y esto es lo esencial, lo que compartimos ateos y religiosos de buena fe [...] es mucho más que lo que nos separa: nos une la aspiración a la paz y a la justicia, así como la protección de la naturaleza, que está siendo destrozada a gran velocidad con el beneplácito de muchos economistas. Sin ella se extinguiría la especie humana”. En 1938 ingresó a la Universidad de la Plata y empezó la carrera de Química porque su padre le advirtió que no podría ganarse la vida como físico. Cursó solo un año y convenció a su padre de que la química era aburrida y se pasó a Física, donde tuvo como profesor al escritor Ernesto Sabato. Por su cuenta estudiaría filosofía para alcanzar la meta que se había propuesto: “filosofar a la luz de la ciencia”.
El mismo año en que comenzó a estudiar fundó la Universidad Obrera Argentina (UOA), clausurada por la policía en 1943, en la que trabajadores de diferentes especialidades recibían capacitación técnica y sindical; un antecedente de la Universidad Obrera Nacional que crearía Perón en 1952. En 1944, junto a Risieri Frondizi, lanzó la revista Minerva, una publicación que defendía el racionalismo y que cerró al año siguiente por falta de recursos. En 1951 estuvo preso durante una semana por su oposición al peronismo y un año después aprobó su tesis de Doctor en Ciencias Físico Matemáticas. Fue profesor de Filosofía de la Ciencia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires a fines de la década del 50, cuando construyó la teoría de “la verdad parcial o aproximada”: “Los lógicos y la mayoría de los matemáticos rechazan la idea misma de la verdad parcial, creen que la lógica contiene el principio de la bivalencia, según el cual toda proposición es verdadera o falsa. Pero esto no es verdad, la lógica no se ocupa de la verdad sino de la validez, de modo que es posible hablar coherentemente de verdades parciales, que es lo que suelen hacer los científicos y técnicos”, explicaba Bunge antes de iniciar un exilio que se fue prolongando en Estados Unidos (1963-1965), en Alemania (1965-1966) y en Canadá, desde 1966.
Su legado no se limita a la filosofía y a la ciencia, incluye también la metafísica, la teoría del conocimiento, la ética y la filosofía política. “Mi principal aporte es construir un sistema filosófico con algunas ideas nuevas que no se limitan a comentar las ideas de otros, que es lo que ocurre con los autores de filosofía. Es una filosofía nueva caracterizada, primero, por el realismo. El realismo filosófico tiene la tesis de que el mundo exterior no preexiste y existe de por sí, sin nuestra ayuda, excepto lo artificial, los artefactos humanos, y entre los artefactos incluyo a la sociedad, lo hecho por la gente y no por la naturaleza --aclaraba Bunge--. Segundo, es una filosofía materialista, es decir, la tesis de que no hay objetos inmateriales, sueltos, desencarnados, todo lo material es real. En particular, las enfermedades mentales son enfermedades del cerebro. Tercero, el sistemismo, o sea, encarar los problemas gordos de manera sistémica y no fragmentaria, no contentarse con el análisis, sino hacer síntesis. Cuarto, cientificismo. La tesis de que todo lo que se puede conocer se puede conocer mejor usando el método científico, empezando por las ciencias sociales. Por ejemplo, hacer historia o sociología con números, estadísticas”.
La peor seudociencia para Bunge es la ortodoxia económica porque es “la que más daño ha hecho”. “La ortodoxia económica, en particular en el Tercer Mundo, proclama el libre comercio con lo cual impide el desarrollo de la industria nacional que no puede competir con la industria importada. Le siguen muy de cerca las seudomedicinas --como llaman a las medicinas alternativas--, como la homeopatía, la acupuntura, el psicoanálisis y demás macanas”. El filósofo curioso recomendaba “no leer porquerías”, entre las que incluía a filósofos como Hegel, Heidegger y a Nietzsche, “el más venenoso de todos”. 

viernes, 21 de febrero de 2020

Espiritualidad laica



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HACIA UNA ESPIRITUALIDAD LAICA
Víctor Rey

En La Comunidad de Reflexión y Espiritualidad Ecológica (CREE) y en el Servicio de Estudios de la Realidad (SER), hemos venido conversando y estudiando el tema de la religión y la espiritualidad, y queremos seguir haciéndolo en los meses que vienen.  De alguna manera lo que expongo aquí  es fruto de esos encuentros y también hay algunos aportes nuevos que nos dan insumos para las conversaciones que vienen, así lo propongo.

Si en cualquier dominio el rigor en la comprensión y en el uso de conceptos es fundamental, en el dominio de la espiritualidad lo es aún más, dada su importancia y sobre todo la forma tan etérea como en este dominio y en nuestros días se utilizan los términos, comenzando por el de espiritualidad. Una forma que no es inocente y que tiene dos expresiones: una de excelsitud y espontaneidad, generalmente poco comprometida, y otra, aparentemente muy comprometida, que valora la espiritualidad por su compromiso ético, social y político.

De acuerdo a la primera expresión, la espiritualidad es la dimensión humana formalmente más valiosa, pero tan espontánea que todo ser humano la experimenta y en cierta manera la cultiva. Es la espiritualidad como visión global de sentido y de valor al alcance de todos, en buena parte retórica, y que como retórica demanda poco esfuerzo.

De acuerdo a la segunda, compromiso ético y espiritualidad serían conceptos tan próximos que prácticamente serían equivalentes, o al menos el primero sería testimonio inequívoco del segundo, y la espiritualidad, fuerza y motivación que lleva al compromiso ético, y a la inversa, no percibiendo sus diferencias.

La espiritualidad al contrario, es la concepción más anti-retórica que existe y más allá de toda ética, porque es la realización humana más plena y total, y como tal gracia o don, es decir en sí misma considerada no tiene causa ni conoce proceso, a la vez que demanda esfuerzo, el esfuerzo humano más grande que existe.

Como todos los hombres y mujeres espirituales dicen, no se sabe cómo es que la experiencia espiritual ocurre, cómo se produce, pero sí se sabe qué es: una experiencia sin contenido ni forma; más aún, sin sujeto ni objeto; un conocer, dirán los maestros orientales, donde el que conoce, lo conocido y el acto de conocer son la misma cosa, no se distinguen; una experiencia de la realidad en términos de unidad y totalidad; realización plena y total; ser y solo ser. Por ello una experiencia totalmente fuera del ego y desinteresada, sin objetivo y sin interés. Gratuidad pura, plena y total, fin en sí misma, nunca función o medio para otra realización. Un existir donde no hay diferencia entre sentir, percibir, amar, entender y actuar, porque todo ello se da a la vez. Acto puro, único y total.

La espiritualidad es, pues, un conocer, un vivir y un actuar sin creencias. Por lo mismo que es un conocer, un vivir y un actuar que no tiene contenidos ni forma, ni se basa ni se fundamenta en estos, sino en la experiencia pura y desnuda de su propio acto o ser, en sí misma, y en nada ni nadie más. Sin creencias ni religiosas ni laicas, puesto que no se apoya ni en verdades de fe ni en argumentaciones de naturaleza científica, filosófica o afines.

En la experiencia espiritual y en orden a ella las creencias no son adecuadas. No porque sean religiosas, y en tanto religiosas, autoritarias, lo que sin duda es un obstáculo añadido, sino ante todo y sobre todo porque significan contenidos, conocimiento ya preexistente, religioso o racional, a fin de cuentas recibido y convencional, no creado, no originario y único. Y la espiritualidad en cuanto conocimiento y experiencia es única, específica, auténtica y verdadera creación cada vez que se da o ello ocurre. 

Una espiritualidad con creencias, religiosas o laicas es el mayor obstáculo para la espiritualidad genuinamente tal. Porque la convierten en más de lo mismo, en ética, filosofía, religión y en este sentido la hacen imposible, más aún, la pervierten.

Por tanto cuando hablamos de espiritualidad estamos hablando de una experiencia laica, en el sentido religioso pero también, si se nos permite hablar así, en el sentido profano, técnico y científico. Porque en la espiritualidad como experiencia que es todo lo que tiene forma y contenido, ya sea religioso o científico y filosófico, es creencia.

Hoy la naturaleza laica de la espiritualidad como experiencia se hace más evidente. La espiritualidad, que en sí misma siempre ha sido laica, en el pasado fue normal en ella expresarse en formas culturales religiosas. Las religiones eran portadoras de espiritualidad y podían conducir hacia ella. Pero, dada la crisis epistemológica de las formas y contenidos religiosos con el advenimiento de la sociedad de conocimiento, eso ya no es más posible.

La espiritualidad así concebida, por ser fin en sí misma, realización plena y total, no es útil para nada más, no es medio ni existe en función de otra realización que en el tiempo, y por lo que respecta al individuo o a la sociedad, sería superior. La espiritualidad no es una realidad sometida al tiempo y dependiente de éste.  Por ello el criterio de lo útil e instrumental tampoco es adecuado en esta dimensión humana. Y sin embargo es la mayor fuente de compromiso, de liberación y de realización humana, personal y social, que existe. Porque ella no es una realidad.

domingo, 16 de febrero de 2020

Espiritualidad para hoy


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UNA ESPIRITUALIDAD PARA EL SIGLO XXI

Víctor Rey

Me encontraba en estos días en uno de los lugares más hermosos de Quito, en Ecuador que es el Campamento Nueva Vida, un espacio que queda en el pequeño pueblito de La Merced, a una hora de la capital.  Es un espacio verde, con laguna, bosques, senderos, cabañas, piscina, canchas de fútbol, basquetbol y voleybol. Es mi lugar preferido para meditar, leer, caminar, escuchar el canto de las aves y escribir.  Me encontraba en esta tarea cuando se acercó una joven que estaba participando en un retiro espiritual de un grupo religioso y me pregunto: ¿Qué entiende por espiritualidad? y ¿cómo debería ser la espiritualidad para este tiempo? Tuvimos una amena charla que se extendió por una hora y aquí comparto las conclusiones. Y doy gracias a esa joven que me hizo pensar en teste tema tan necesario para este tiempo.

En su sentido originario espíritu, de donde viene la palabra espiritualidad, es la cualidad de todo ser que respira. Por lo tanto es todo ser que vive, como el ser humano, el animal y la planta. Pero no sólo eso, la Tierra entera y todo el universo son vivenciados como portadores de espíritu, porque de ellos viene la vida, proporcionan todos los elementos para la vida y mantienen el movimiento creador y organizador.

Espiritualidad es la actitud que pone la vida en el centro, que defiende y promueve la vida contra todos los mecanismos de disminución, estancamiento y muerte. En este sentido lo opuesto al espíritu no es cuerpo, sino muerte, tomada en su sentido amplio de muerte biológica, social y existencial. Alimentar la espiritualidad significa estar abierto a todo lo que es portador de vida, cultivar el espacio de experiencia interior a partir del cual todas las cosas se ligan y se religan, superar los compartimentos estancos, captar la totalidad y vivenciar las realidades como valores, evocaciones y símbolos de una dimensión más profunda. El hombre/mujer espiritual es aquel que siempre p e r c i be el otro lado de la realidad, capaz de captar la profundidad que se revela y vela en todas las cosas, y que consigue entrever la relación de todo con la Última Realidad.

La espiritualidad parte no del poder, ni de la acumulación, ni del interés, ni de la razón instrumental; arranca de la razón emocional, sacramental y simbólica. Nace de la gratuidad del mundo, de la relación inclusiva, de la conmoción profunda, del movimiento de comunión que todas las cosas mantienen entre sí, de la percepción del gran organismo cósmico empapado de huellas y señales de una realidad más alta y más última.

Hoy en día sólo llegamos a este estadio mediante una crítica severa del paradigma de la modernidad, asentado en la razón analítica al servicio de la voluntad de poder sobre los o t r o s y sobre la naturaleza.
Necesitamos superarlo e incorporarlo en una totalidad mayor. La crisis ecológica revela la crisis de sentido fundamental de nuestro sistema de vida, de nuestro modo de sociedad y de desarrollo. No podemos seguir apoyándonos en el poder como dominio y en la voracidad irresponsable de la naturaleza y de las personas. No podemos seguir pretendiendo estar por encima de las cosas del universo, sino al lado de ellas y a favor de ellas. El desarrollo debe ser con la naturaleza y no contra la naturaleza. Lo que actualmente debe ser mundializado no es tanto el capital, el mercado, la ciencia y la técnica; lo que fundamentalmente debe ser más mundializado es la solidaridad con todos los seres empezando por los más afectados, la valorización ardiente de la vida en todas sus formas, la participación
como respuesta a la llamada de cada ser humano y a la propia dinámica del universo, la veneración de la naturaleza de la que somos parte, y parte responsable. A partir de esta densidad de ser, podemos y debemos asimilar la ciencia y la técnica como formas de garantizar el tener, de mantener o rehacer los equilibrios ecológicos, y de satisfacer equitativamente nuestras necesidades de forma suficiente.

La ecología ahora está en el centro de las discusiones y de las preocupaciones. De un discurso regional, como subcapítulo de la biología, ha pasado a ser actualmente un discurso universal, tal vez el de mayor fuerza movilizadora del tercer milenio. El actual estado del mundo (polución del aire, contaminación de la tierra, pobreza de dos terceras partes de la humanidad, etc.) revela el estado de la psique humana. Estamos enfermos por dentro. Así como existe una ecología exterior (los ecosistemas en equilibrio o en desequilibrio), también existe una ecología interior. El universo no está únicamente fuera de nosotros, con su autonomía, está también dentro de nosotros. Las violencias y las agresiones al medio ambiente lanzan raíces profundas en estructuras mentales que poseen su ancestralidad y genealogía en nuestro interior. Todas las cosas están dentro de nosotros como imágenes, símbolos y valores: el sol, el agua, el camino, las plantas, los minerales viven en nosotros como figuras cargadas de emoción y como arquetipos. Las experiencias benéficas que la psique humana ha vivido en su larga historia, en contacto con la naturaleza y también con el propio cuerpo, con las más diversas pasiones, con los otros como masculino y femenino, padre y madre, hermanos y hermanas, dejan marcas en el inconsciente colectivo y en la percepción de cada persona.

La cultura del capital imperante hoy en el mundo, ha elaborado métodos propios de construcción colectiva de la subjetividad humana. En realidad los sistemas, también los religiosos e ideológicos, solamente se mantienen porque consiguen penetrar la mente de las personas y construirlas por dentro. El sistema del capital y del mercado ha conseguido penetrar todos los poros de la subjetividad personal y colectiva, determinando el modo de vivir y de elaborar las emociones, la forma de relacionarse con los otros, con el amor y la amistad, con la vida y con la muerte. Así se divulga subjetivamente que la vida no tiene sentido si no está dotada de símbolos de posesión y de status, como un cierto nivel de consumo, de bienes, de aparatos electrónicos, de coches, de algunos objetos de arte, de vivienda en sitios de prestigio. Así la sexualidad viene proyectada como simple descarga de tensión emocional a través del intercambio genital. Se oculta el verdadero carácter de la sexualidad, cuyo lugar no es sólo la cama, sino toda la existencia humana como potencialidad de ternura, de encuentro y de erotización de la relación hombre/mujer. Otras veces se da satisfacción a las necesidades humanas ligadas al tener y al subsistir; enfatizando el instinto de posesión, la acumulación de bienes materiales y el trabajo solamente como producción de riqueza. Por otra parte la ecología integral procura desarrollar la capacidad de convivencia y de escucha del mensaje que todos los seres lanzan con su presencia y de reforzar la potencialidad de encantarse con el universo, con su complejidad, majestad, grandeza. Busca animar las energías positivas del ser humano para enfrentar con éxito el peso de la existencia y las contradicciones de nuestra cultura dualista, materialista, machista y consumista.

La ecología integral procura habituar al ser humano a esta visión integral y holística. El holismo no es la suma de las partes sino captar la totalidad orgánica, una y diversa en sus partes, articuladas siempre entre sí dentro de la totalidad y constituyendo esa totalidad. Esta cosmovisión despierta en el ser humano la conciencia de su misión dentro de esa inmensa totalidad. Él es un ser que puede captar todas esas dimensiones, alegrarse con ellas, alabar y agradecer a la Inteligencia que ordena todo y al Amor que mueve todo, sentirse un ser ético, responsable por la parte del universo que le cabe habitar, la Tierra. Somos co-responsables del destino de nuestro planeta, de nuestra biosfera, de nuestro equilibrio social y planetario. Esta visión exige una nueva civilización y un nuevo tipo de religión, capaz de re-ligar Dios y mundo, mundo y ser humano, ser humano y espiritualidad del cosmos.

El cristianismo está llamado a profundizar la dimensión cósmica siempre presente en su fe. Dios está en todo y todo está en Dios (panenteísmo, que no es lo mismo que panteísmo, que afirma equivocadamente que todo es indiferentemente Dios). La encarnación del Hijo implica asumir la materia e insertarse en el proceso cósmico. La manifestación del Espíritu Santo se revela como energía universal que hace de la creación su templo y su lugar privilegiado de acción. Si el universo es una intrincadísima red de relaciones, donde, todo tiene que ver con todo en todos los momentos y lugares, entonces la forma como los cristianos llaman a Dios, Santísima Trinidad, constituye el prototipo de ese juego de relaciones. La Trinidad no es un enigma matemático. Significa entender el misterio último como una inter-relación absoluta de tres divinas Personas, que emergen siempre simultáneamente en un juego de interrelaciones hacia dentro y hacia fuera sin fin y eterno.

Según esta visión verdaderamente holística y globalizante comprendemos mejor el ambiente y la manera de tratarlo con respeto. Entendemos las dimensiones de la sociedad que debe ser sostenible y ser expresión de convivialidad entre los humanos y de todos los seres entre sí.  Nos damos cuenta de la necesidad de superar nuestro antropocentrismo a favor del cosmocentrismo y de cultivar una intensa vida espiritual al descubrir la fuerza de la naturaleza dentro de nosotros y la presencia de las energías espirituales que están en nosotros y que actúan desde el principio en la formación del universo.  Y, finalmente, captamos la importancia de integrar todo, de lanzar puentes hacia todas partes y de entender el universo, la Tierra y a cada uno de nosotros como un nudo de relaciones orientado hacia todas las direcciones.

Para llegar a la raíz de nuestros males, y también a su remedio, necesitamos una nueva cosmología espiritual, es decir, una reflexión que vea el planeta como un gran sacramento de Dios, como el templo del Espíritu, el espacio de la creatividad responsable del ser humano, la morada de todos los seres creados en el Amor, etimológicamente, ecología tiene que ver con morada. Cuidar de ella, repararla y adaptarla a eventuales nuevas amenazas, ampliarla para que albergue nuevos seres culturales y naturales es su tarea y su misión.

viernes, 7 de febrero de 2020

Creer y Pensar Hoy


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CREER Y PENSAR

VÍCTOR REY

A partir de los años sesentas esta expresión se comenzó a cuestionar en los diversos círculos académicos ya que se postulaba que la razón era la que guiaba y daba directrices y era la que se cuestionaba en esos momentos. Está expresión hizo reflexionar a los cristianos y cristianas que el fiel seguimiento a Jesús tenía consigo el pensar la fe y dar cuenta de lo que se creía, que no bastaba solamente la emoción y el sentimiento en el discipulado.  Había que encontrar un equilibrio.

Hace un tiempo atrás la humanidad daba crédito absoluto a lo que sus ojos veían y sus oídos escuchaban.  Las cosas, la realidad eran tal cual uno las percibía.  Se trataba de un dogmatismo ingenuo, por cierto irreal.

Poco a poco tardaron los hombres en pasar a una actitud más crítica.  Se tornaron escépticos, en el sentido de suspender un juicio categórico sobre la realidad de lo visto y oído, en espera ratificaciones indisputables.

La dificultad para encontrar tales ratificaciones y coincidir en su evidencia probatoria condujo al tercer estadio: el subjetivismo.  Se podía conceder que tal o cual afirmación fuera verdadera; pero solo el sujeto que así la veía  y evaluaba.  Cada uno sería el juez, la norma y medida  de la verdad.  La verdad sólo existiría en la subjetividad de cada uno.

Como la vida en sociedad es difícil de estructurar en base a una suma de subjetivismos, el paso siguiente  fue aceptar la existencia de verdades obligatorias para todos; dejando sin embargo constancia de que tal obligatoriedad sería exclusivamente  relativa a es período o fase de evolución de la sociedad.  Cambiadas las circunstancias y modificados los consensos sociales, lo que ayer era verdad se trocaría en error o mentira; y el crimen de antaño se legitimaría como derecho sagrado.  Todo era relativo.

Los estudiosos y amantes del conocimiento, y por ello de la realidad no tardaron en percibir la fragilidad de un consenso basado en el relativismo.  Discurrieron entonces un ulterior criterio para afincar la verdad.  Verdadero sería aquello que en la práctica se demostrara útil para el perfeccionamiento.  El pragmatismo se erigió como metro ordenador y cualificador de la verdad o la mentira de las normas éticas y jurídicas.  Bajo su sombra se fraguaron realizaciones históricas como un cierto capitalismo orientado primordialmente al lucro sin freno, y una interpretación sociológica y teológica del marxismo, que validaba como buena toda conducta y probablemente eficaz para derrotar al enemigo.

A estas alturas, otros estudiosos y amantes de la sabiduría se ocupan en escudriñar el apasionante misterio de la verdad, y reflexionan sobre la capacidad que el hombre tiene de encontrarla.  Ya tiene claro que el tema de la verdad no es una cuestión bizantina.  De la posición que se tenga ante ella puede depender y de hecho ha dependido la vida de millones de seres humanos.  La pseudo verdad del racismo sigue condenando a muerte  a todos los que tienen la desgracia de pertenecer a un grupo étnico que algunos motejan como despreciable o inferior.

Se esboza, a la luz o a la sombra de lo anterior, un desafío imperativo: resumir el esfuerzo personal y social por arribar a las certezas de la verdad.  La verdad libera, y Dios quiere hijos y no esclavos.  Error y mentira son formas de esclavitud.  La ausencia de verdad, con mayor razón su grosera transgresión, auguran y preparan la muerte del hombre.

¿Dónde ir a buscar esas certezas?  El escenario actual no parece el más apropiado.  Nuestra época se caracteriza por el miedo, la incertidumbre, donde la única certeza, es que no hay certezas.  No es sólo el miedo a volar, a invertir, a perder el empleo.  Hay miedo incluso de vivir.  A muchos se les escaparon las certezas sobre las que solían construir sus proyectos.  La caída de las torres gemelas en Nueva York en el 2001, se parecen a la imagen de la torre de Babel: la fuerza humana es incapaz de levantar una construcción que llegue al cielo y subsista.  Con dolor, la humanidad retoma conciencia del axioma bíblico: “Si el Señor no edifica la casa, en vano se esfuerzan los albañiles.  Si el Señor no cuida la ciudad, en vano hacen guardia los vigilantes.” (Salmo 127:1). (NVI)

Todo apunta hacia Dios, generador, garante y meta de nuestras certezas.  El que creó la vida es el mismo que afirmó y probó ser la verdad.  Si su creatura predilecta, el hombre y la mujer, quedan librados a sus propias luces, ya no son o no se sienten capaz de conquistar una certeza, porque sus fundamentos colapsan y sus argumentos se autodestruyen, entonces la supervivencia humana depende de una reconquista de la fe.  La fe puede y debe suministrar esas certezas que, cual punto de apoyo, le permitirán a la humanidad de hoy vencer la incertidumbre y el pánico.  Quitémosle al hombre y la mujer la fe, y lo habremos dejado en el umbral de su aniquilamiento.

También el consejo bíblico de Filipenses 4:8 es válido para creer y pensar en este tiempo: “Por lo demás hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre: si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.” (RV60)

John Stott quien escribió un libro con el mismo titulo de artículo termina con estas palabras: “Dios nos creó para una vida abundante en relación con él y con la creación.  Aunque el pecado afectó toda la persona, Jesucristo vino y venció al pecado en la cruz, para así iniciar una nueva creación.  Que la visión fresca de la verdad bíblica inunde nuestra mente e inflame nuestro corazón para que sigamos a Cristo con todo nuestro ser.”