domingo, 29 de marzo de 2020

En su cumpleaños 91


90 años de Milan Kundera | Cultura | DW | 31.03.2019

Sobre La Insoportable Levedad del Ser de Milan Kundera.
Víctor Rey

Cuando estudiaba Ciencias Sociales en lo que fue ILADES, la institución que antecedió a la Universidad Alberto Hurtado de los Jesuítas. Allá por los años 88 y 89 un profesor nos habló y nos entusiasmó con esta novela. Confieso que no estaba al principio interesado en leer esta novela ya que mis intereses estaban en los ensayos políticos ya que vivíamos en esos tiempos el fin de la dictadura de Pinochet. Pero cuando comencé tímidamente a adentrarme en las páginas de esta novela me fue cautivando y me di cuenta que daba luces para el tiempo que me correspondió vivir ya que los personajes de la novela también vivían bajo una dictadura que fue el régimen comunista de la antigua Checoslovaquia. He vuelto a leerla después de casi 25 años y sigo cautivando por este texto tan vigente.
Acaso sea La Insoportable Levedad del Ser (1984) la obra cumbre del escritor Milan Kundera (1929), reconocido intelectual checo, en antaño simpatizante de ideas comunistas. En esta novela se percibe el drama de los checos frente a la invasión rusa que, durante la década de los sesentas, penetró de forma violenta en la vida privada de los ciudadanos para adaptarlos al nuevo modelo político y económico. Kundera revela así, su distancia ante el comunismo surgido en la Europa del Este.
Bueno, pero esto es tan sólo uno de los contenidos que pueden verse en la novela, pues su tema central es, como lo dice el título: la insoportable levedad del ser, cuestión que perfectamente cabría clasificarla dentro del existencialismo del siglo XX. Y es, precisamente, ese tejido de complejidades políticas, culturales y existenciales el que, por ejemplo, llevó a Philip Kaufman a dirigir la adaptación al cine de la novela en 1987, apenas tres años después de publicada.
En lo que atañe al argumento de la obra, principalmente la narración gira en torno a la vida de Tomás, el protagonista y, Teresa, su acompañante: una pareja que se encuentra unida por constantes dudas existenciales. Ambos sienten cómo sus vidas fluyen en altibajos y cómo brota la levedad en lo que respecta a su relación amorosa. Pero en la novela desfilan otros dos personajes cuya relación personal posee tintes filosóficos bien interesantes. Se trata de Franz, cuya idealización del amor hacia su amante Sabina, resulta en momentos desesperada e incomprendida, pues la chica es a la vez amante de Tomás.
En síntesis, se trata de un par de historias de amor o desamor, que entremezclan diversos juegos de celos, de fidelidad, de angustia, de lujuria, de monotonía, traición y un sin fin de etcéteras que vivimos todas las personas en nuestra interacción, pero que Kundera retrata con una astucia literaria que hace que los lectores sientan esa catarsis y esa identificación con lo que plantea respecto de lo humano, no sin olvidar la crítica cultural y política hacia la situación de la República Checa en 1968.
La historia de Tomás comienza con la reflexión de la idea mítica del eterno retornonietzscheana, por la cual todo lo vivido, ha de repetirse eternamente, sólo que al volver, lo hace de un modo diferente, ya no fugaz como ocurrió en el principio. El eterno retorno es la carga pesada, similar al hecho de tener que ver en las iglesias a Jesucristo siempre clavado en la cruz. Y aquí se empieza a vislumbrar el concepto de levedad:
“El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive sólo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni enmendarla en sus vidas posteriores” (Pág. 16)
Tomás contrastará esta levedad con el proverbio alemán “Einmal Ist Keinmal”, que trae como idea central un concepto que explica que lo que se ha vivido alguna vez es como si nunca se hubiese vivido, porque muchas experiencias humanas quedan en el olvido, o se esfuman en el inconsciente, por la simple razón de ser únicas e irrepetibles. Tomás y Teresa conviven en una relación de pareja, que por igual tiene momentos de alegre coincidencia y amarga soledad, pero se sienten mucho más leves al saber que estos momentos son tan fugaces que no quedarán acaso sino en sus recuerdos. Y esto en parte es lo que hace insoportable su existencia.
Todas las personas consideran que el amor de sus vidas puede ser algo leve, sin peso alguno, como algo que tiene que ser asignado por el destino: “Es Muss Sein!” decía Beethoven. Tomás se repite a sí mismo esta frase, que en español vendría traduciendo un “tiene que ser”. Un poco arbitraria resulta la aseveración de Beethoven pero, sin duda alguna, las cuestiones que en nuestras vidas se presentan de una u otra forma pese a las circunstancias, tienen que ser como aparecen. Quizá esté en nuestras manos cambiar el “tiene que ser”, pero ello implica contrariar el poder de la todopoderosa naturaleza. Sin embargo, en los asuntos humanos, sí podemos decidir si las cosas “tienen que ser” así o no.
La historia de Tomás y Teresa sucede en Praga, en medio de la invasión rusa a la República Checa, es decir, durante la Guerra Fría. Ambos se conocieron a través de una serie de coincidencias que podrían parecer absurdas pero que, al mismo tiempo, son reales:
“Hace siete años se produjo casualmente en el hospital de la ciudad de Teresa un complicado caso de enfermedad cerebral, a causa del cual llamaron con urgencia a consulta al director del hospital de Tomás. Pero el director tenía casualmente una ciática, no podía moverse y envío en su lugar a Tomás a aquel hospital local. En la ciudad había cinco hoteles, pero Tomás fue a parar casualmente justo a aquel donde trabajaba Teresa. Casualmente le sobró un poco de tiempo para ir al restaurante antes de la salida del tren. Teresa casualmente estaba de servicio y casualmente atendió la mesa de Tomás. Hizo falta que se produjeran seis casualidades para empujar a Tomás hacia Teresa, como si él mismo no tuviera ganas” (Pág. 43)
¿Es la casualidad un factor determinante en los aconteceres de la existencia? Perfectamente todo podría ser casualidad, el conocer a las personas en ciertas situaciones y lugares, el que a alguien le ocurra un accidente o una situación suertuda. Estas casualidades hacen un poco absurda la existencia, por lo cual hay que esperar la adecuada cadena de casualidades que nos permitan sentirnos a gusto en la vida. Alguna vez pensé que papá y mamá se unieron casualmente para traerme a mí a la vida y que, casualmente, tuve las condiciones necesarias para nacer: sin desearlo, podríamos ser fruto de una cadena de casualidades.
Kundera pretende hacernos ver estas casualidades como elementos que hacen insoportable la existencia, en tanto leve. “Solo la casualidad puede aparecer ante nosotros como un mensaje”, enfatiza el narrador de la historia, para contar que lo que ocurre necesariamente todos los días y se repite, ya no dice nada. Por esta razón, la casualidad está llena de encantos que hacen interesante la vida humana y permiten, por ejemplo, que dos personas se conozcan. Tomás y Teresa se unen con otras casualidades como lo son el amor hacía la música de Beethoven y la lectura de Tolstoi, pues ambos comparten ese gusto. De ahí que su mascota se llame Karenin, en honor a la obra maestra de Tolstoi: Ana Karenina.
Tomás y Teresa no son los únicos que sienten la insoportable levedad de su ser. También se encuentran Franz y Sabina, cuya historia se desarrolla en la travesía por diversas ciudades como Ginebra, Ámsterdam o Nueva York. Franz se entrega al enamoramiento y es capaz de sucumbir por el amor de Sabina, aunque esté casado con otra mujer llamada Marie-Claude. Él viaja constantemente por el mundo, llevando consigo a Sabina, para poder disfrutar su amor en donde nadie pueda molestarlos. Pese a esto, Franz no logra comprender en el fondo a Sabina y viceversa. Sus incomprensiones dan pie para un gran diccionario en el que se acuñan términos como:
Mujer: es un sino que le cae en suerte a quien nazca mujer. No se comprende necesariamente como uno de los dos géneros sexuales, sino como un valor. No todas las mujeres son dignas de ser llamadas mujeres. Franz valora la mujer que hay dentro de Sabina y, de igual manera, busca valorar a Marie-Claude, su esposa. Es algo irónico, pero Kundera hace ver este término de forma más espiritual que física.
Fidelidad y traición: para Franz la fidelidad es la primera de todas las virtudes. “La fidelidad le da unidad a nuestra vida que, de otro modo, se fragmentaría en miles de impresiones pasajeras como si fueran miles de añicos.” Por otra parte, la “traición significa abandonar las propias filas e ir hacia lo desconocido”.
Estas son algunas de las muchas incomprensiones que rondan en esta singular pareja de amantes, cuyas situaciones los llevará a sufrir inevitablemente la insoportable levedad del ser.
Jean François Lyotard, en sus muchos textos, habló acerca del grado cero de la cultura general contemporánea. Se trata del eclecticismo, en donde el juicio estético ha llegado a niveles altos de vulgarización. El Kitsch surge como una forma en donde el arte halaga el desorden que reina en los gustos de los aficionados. Kundera habla acerca del origen de este término, cuya aparición como palabra se remonta a mediados del siglo XIX en Alemania, encerrando una relación con los ideales estéticos de la época. Al respecto señala:
“De eso se desprende que el ideal estético del acuerdo categórico con el ser es un mundo en el que la mierda es negada y todos se comportan como si no existiese. Este ideal estético se llama Kitsch” (Pág. 254)
Invito a releer esta novela y a las nuevas generaciones a buscar luces en para este tiempo en este texto.

martes, 24 de marzo de 2020

En el aniversario 40 de su asesinato


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EN MEMORIA DE LOS 40 AÑOS DEL ASESINATO DE MONSEÑOR OSCAR ARNULFO ROMERO

Víctor Rey

Hace cinco años atrás fui invitado por el Departamento de Teología de la Universidad Evangélica de El Salvador para dictar algunas clases a los alumnos de esta universidad centroamericana.  Un día el decano de la facultad de Ciencias Sociales el Licenciado Ricardo Rivas y el Director del Departamento de Teología, Licenciado Marlin Reyes me invitaron a visitar la Capilla donde fue asesinado Monseñor Romero, lugar que queda cercano a la Universidad.  También me invitaron a visitar la Universidad Centroamericana (UCA) donde fueron asesinados seis jesuitas y dos mujeres, en noviembre de 1989. Realmente es impresionante recorrer este lugar sencillo que está dentro del Hospital para cancerosos La Divina Providencia. En este mes de marzo se cumplen treinta y ocho años de su asesinato ocurrido un 24 de marzo de 1980, que llegó en el momento justo, como a Jesús, después de haber recorrido tres de pasión con su pueblo y como su pueblo de El Salvador.    Mientras celebraba el sacramento de la reconciliación, una bala asesina atravesó la casulla y el corazón de Oscar  Arnulfo Romero.  El único “delito” que se le conoce al arzobispo de San Salvador es explicar el Evangelio, hacer oír su voz desde el incómodo papel de profeta de la verdad, y eso es cosa que forzosamente atrae la violencia de quienes no aceptan más soluciones que las impuestas.

Su “vida pública”, como arzobispo de San Salvador duró tres años, como la de Jesús y no dejó a nadie indiferente. Unos lo consideraban un profeta, un mártir, un luchador por la paz y el diálogo, un hombre de Iglesia; otros, por el contrario, veían en él a un revolucionario, un agitador de masas, un político frustrado que promovía la crispación, un personaje en busca de notoriedad social.

Esta figura emblemática de la Iglesia Latinoamericana sigue estando especialmente presente en la memoria y el cariño de los más humildes de El Salvador. El recuerdo de su asesinato trae a la mente una forma equivocada de solucionar los conflictos políticos y sociales, pero también atestigua la permanente tentación de recurrir a la violencia para resolver los problemas molestos.

El recuerdo de su asesinato, unido al de la muerte de Jesús proclama la certeza y la fuerza de la esperanza que vence cualquier desesperación e impotencia; desde la vida entregada del Señor Jesús pueden mantener su dignidad los hombres y mujeres que sufren las injusticias de los poderosos o la instrumentalización de quienes siguen dominando los resortes religiosos de la vida de los pueblos.

El Cristo crucificado iluminó la visión de Romero hasta que exhaló su último aliento. El 24 de Marzo de 1980, dentro de la capilla del Hospital de la Divina Providencia, dispararon sobre Oscar Romero y le mataron mientras celebraba la misa. Imitando a la de Cristo, la misma vida y muerte de Romero fue una expresión sacramental del amor crucificado de Dios hacia el mundo, a favor del pueblo sufriente de El Salvador y de otros muchos, más allá de ese pueblo. Su brutal asesinato seguirá sembrando semillas de esperanza y de vida para todos aquellos que luchan por una mayor justicia social y que profesan la fe en un Dios liberador, cuyo amor no puede ser extinguido ni siquiera por la muerte.

El eje principal en torno al cual giró la vida de Romero fue la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. En ésa línea, él creyó que había sido llamado a “sentir con la iglesia”, especialmente en la medida en que ella sufre en el mundo. Romero creía que la misión de la Iglesia consiste en proclamar el Reino de Dios, que es el reino de “la paz y la justicia, de la verdad y el amor, de la gracia y de la santidad… para conseguir un orden político, social y económico que responda al plan de Dios”.

En el fondo de estas palabras, él quiso encarnar la conversión que predicaba. Una vez le visitó un funcionario eclesiástico y le hizo saber que sus modestas habitaciones, en el Hospital de la Divina Providencia, no eran “adecuadas” para un arzobispo. Él estuvo de acuerdo y le explicó que, dado que la mayoría de sus fieles vivían en chozas de cartón, sus habitaciones resultaban comparativamente demasiado lujosas. Para Romero, la conversión significaba abrir la propia vida a los pobres, viviendo en solidaridad con ellos, no como alguien superior que les da limosnas, sino como un hermano o hermana que camina en solidaridad con ellos.

Él insistía en que “una Iglesia que no se une a los pobres, a fin de hablar desde el lado de los pobres, en contra de las injusticias que se cometen con ellos, no es la verdadera Iglesia de Jesucristo”. Algunos percibían esa actitud como una deformación de la misión de la iglesia y como una contaminación de la iglesia con la política, pero Romero contestaba.

Él creía que “la fe cristiana no nos separa del mundo, sino que nos introduce en el mundo”. Aunque se enfrentó de lleno con los desafíos políticos de su tiempo, él no fue simplemente un activista social, sino también un hombre de honda oración y meditación, que le ayudaron a mirar más allá y debajo de la superficie de los acontecimientos, descubriendo las verdades más profundas de la realidad. A menudo, él suspendía las discusiones más intensas y acaloradas con sus consejeros, a fin de orar sobre las decisiones que debían tomar. Romero supo que sin Dios no es posible alcanzar la verdadera liberación. Él fue un testigo de que la justicia debe ocuparse de las dimensiones históricas de este mundo, pero nunca perdió de vista la dimensión trascendente de la liberación. En esa línea, él afirmaba siempre que sin Dios no puede hablarse de liberación. Ciertamente, “sin Dios se pueden alcanzar algunas liberaciones temporales; pero las liberaciones definitivas sólo pueden alcanzarlas los hombres y mujeres de fe”.

El legado más importante de su vida fue el ofrecimiento de su propia vida a favor del pueblo al que amaba. Romero pensaba que “el mayor testimonio de fe en un Dios de Vida es el testimonio de aquellos que están dispuestos a dar su propia vida”. Poco antes de su muerte, el afirmaba: El martirio es una gracia que yo creo que no merezco. Pero, si Dios acepta el sacrificio de mi vida, quiero que mi sangre sea semilla de libertad y un signo de que esta esperanza se convertirá pronto en realidad. Que mi muerte, si es aceptada por Dios, esté al servicio de la liberación de mi pueblo y sea un testimonio de esperanza en el futuro.

En ese mismo tiempo, unos días antes de su muerte, Romero insistía en lo siguiente: “Debo decirle que, como cristiano yo no creo en una muerte sin resurrección. Si me matan, yo resucitaré en el pueblo salvadoreño”. La fe Romero en el Dios de la vida, aunque rodeada de amenazas de muerte, ha inspirado a innumerables personas que han luchado a favor de la justicia, incluyendo a Ignacio Ellacuría y a los otros cinco jesuitas y a las dos mujeres que fueron asesinados el 16 de noviembre de 1989 en las dependencias de la Universidad Centroamericana.   Actualmente el Centro Oscar Romero se encuentra en el lugar donde ellos fueron asesinados.

Romero había sido un piadoso hombre de Iglesia, un sacerdote culto, amigo de la justicia, aunque alejado de la vida real de su pueblo. Pero unas semanas después de haber sido nombrado arzobispo, el 22 de febrero de 1977, uno de sus colaboradores, el P. Rutilio Grande SJ, fue asesinado por los escuadrones de la muerte. Ese acontecimiento transformó su vida y, desde ese momento hasta su muerte, a lo largo de tres años de intenso compromiso episcopal se convirtió en la voz de los que no tenían voz, denunciando los crímenes de la dictadura económica y social de su pueblo y anunciando de una forma muy concreta las exigencias y dones del evangelio, en sus homilías radiadas cada domingo a todo el país. De esa manera puso de relieve la presencia de Cristo en los pobres, empobrecidos y asesinados:

Romero se enfrentó a los desafíos políticos de su tiempo, pero no fue sólo un activista social, sino también un hombre de honda espiritualidad, de manera que sus tres años de “vida pública” vinieron a convertirse en sus años de “universidad cristiana”. En ese tiempo, en contacto con los oprimidos de su pueblo, denunciando la injusticia y violencia de los asesinos, pero siempre desde la paz de Dios, fue descubriendo y expresando el verdadero pensamiento cristiano. De esa forma vino a convertirse en testigo de que la justicia debe ocuparse de las realidades históricas de este mundo, manteniendo siempre la dimensión trascendente del evangelio. Así afirmaba siempre que sin Dios no puede hablarse de liberación, pero sin liberación no puede hablarse tampoco de Dios en sentido cristiano.

A lo largo de esos tres años intensos de episcopado liberador, Romero intentó que la sociedad no cayera en manos de la pura violencia y, sin embargo, en un sentido externo, él fracasó, pues le asesinaron los poderes oficiales de la violencia. Más aún, tras su muerte, el país por el que vivió (El Salvador) vino a caer en una gran guerra civil. A pesar de eso o, quizá mejor, por ello mismo (a través de su martirio), Romero ha ofrecido uno de los testimonios mayores de vida cristiana en el siglo XX. Él mismo afirmaba, poco antes de morir, sabiendo que podían asesinarle en cualquier momento (pues nunca aceptó escoltas o medidas extraordinarias de seguridad, que la gente del pueblo no podía permitirse), que el mayor testimonio de fe en un Dios de Vida es el testimonio de aquellos que están dispuestos a dar su propia vida.
Desde esta perspectiva, Monseñor Romero aparece como uno de los grandes pensadores cristianos del siglo XX. Así pudo decir: Como cristiano, yo no creo en una muerte sin resurrección. Si me matan, yo resucitaré en el pueblo salvadoreño.

sábado, 21 de marzo de 2020

En cumpleaños 92


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Hans Kung y la Ética Mundial

Víctor Rey

Hace poco volvieron a caer en mis manos algunos libros de Hans Küng.  Me volvió a impresionar la pertinencia de su pensamiento y la vigencia de sus propuestas para este tiempo, que carece de voces que ayuden a iluminar el camino por donde transitar a tantos cristianos.  Luego busqué entre mis libros el texto sobre la Ética Mundial.  Considero que esta propuesta tiene una urgencia para nuestros días y todas las personas deberíamos abrazarla y promoverla para que avance la paz en el mundo.
¿En qué consiste la Ética mundial? Cuando se habla de una ética de estas características, no se está haciendo referencia a una nueva ideología, o a una religión universal y unitaria más allá de las religiones existentes, ni mucho menos al predomino de una religión sobre las otras. Tampoco se ha de entender como un sistema ético de corte aristotélico, tomista o kantiano, sino como un consenso básico sobre una serie de valores vinculantes, criterios inamovibles y actitudes éticas fundamentales, en realidad evidentes, que deben conformar la convicción de la persona y de la sociedad humana. No es una superestructura, sino un ethos de la humanidad que enlaza entre sí los recursos religioso-filosóficos comunes ya existentes en el mundo. La idea es el resultado de la reflexión emprendida por Hans Küng en la década de los años noventa.
El proyecto nace con la siguiente pregunta ¿es posible la supervivencia de la humanidad, de las naciones, sin una paz y una ética mundial? En medio de la crisis política y económica, de los desastres, de la imagen de brutales crueldades cometidas en escenarios bélicos del mundo, y en nuestras propias ciudades y países latinoamericanos, cobra gran sentido la idea de una Ética mundial. El problema es abordado por el autor mediante las siguientes tesis:
- No habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones.
- No habrá paz entre las religiones sin diálogo entre las religiones.
- No habrá diálogo entre las religiones sin estándares éticos globales.
- No habrá supervivencia de la paz y la justicia en nuestro mundo global sin un nuevo paradigma de las relaciones internacionales fundado en estándares éticos globales.
En palabras del mismo Hans Küng, "no es tarea fácil lograr un consenso universal en muchas cuestiones éticas concretas desde la bioética y la ética sexual, pasando por los medios de comunicación, la ciencia, la economía y el Estado".
De acuerdo con lo anterior, ¿cuál sería la base para una ética mundial que pudiera ser compartida por los creyentes de las grandes religiones, y también por los no creyentes, sin importar la tradición cultural dentro de la cual se hallen?
Según el autor, hay que partir del principio de humanidad, el cual se encuentra presente en casi todas las tradiciones éticas y religiosas del mundo, expuesto del siguiente modo: "todo ser humano ha de recibir un trato humano". Es decir, que toda persona, sea hombre o mujer, blanco o negro, rico o pobre, niño o viejo, ha de ser tratada humanamente. En el ámbito de las religiones, tal mandato se expresa mediante la llamada regla de Oro: "no hagas a los demás, lo que no quieres para ti". En la práctica, de este principio se desprenden cuatro compromisos fundamentales:
1. Compromiso con una cultura de la no-violencia y de respeto a toda vida: la antigua regla: "¡No matarás!" Dicho positivamente: "Respeta la vida".
2. Compromiso con una cultura de la solidaridad y con un orden económico justo: el antiguo mandamiento: "¡No robarás!" Dicho positivamente: "Obra con justicia y honradez".
3. Compromiso con una cultura de la tolerancia y con una vida en veracidad: la antigua exigencia: "¡No mentirás!". En otras palabras: "Habla y actúa desde la verdad".
4. Compromiso con una cultura de la igualdad de derechos y de camaradería entre hombre y mujer: la antigua máxima "¡No harás mal uso de la sexualidad!". En forma positiva: "Respetaos y amaos los unos a los otros".
Quienes están familiarizados con la idea de reglas éticas universales podrán recordar que es en la Modernidad, con Kant, cuando la reflexión en torno a la fundamentación moral desde una perspectiva racional adquiere una gran importancia; de tal manera que se concibe como un modelo que puede ser válido para todas las personas, independientemente de sus creencias y deseos personales, ya que la razón tiene carácter universal y necesario. Esto lleva a una concepción ética de carácter formal, carente de contenidos, ya que no dice de antemano qué cosas son buenas, sino que ofrece un criterio para juzgar las acciones: "obra según la máxima de tu voluntad que puedas querer que se convierta en ley universal".
En este sentido, la originalidad de Hans Küng consiste en su capacidad de enlazar la racionalidad de los principios con la práctica cotidiana, por medio del recurso a las grandes religiones del mundo. En éstas se encuentran operando una serie de valores vinculantes, en los que todas ellas coinciden, y que todas ellas anuncian y promueven. De este modo se puede esperar que la mayoría de los seres humanos, con independencia de sus creencias religiosas, y de sus formas de pensar y de vivir -entiéndase aquí también a los ateos y agnósticos- estarían dispuestos a aceptar tales principios, porque los comprenden y les resultan razonables. En consecuencia, esos compromisos que hemos enunciado dejarían de ser meramente formales, ya que están siendo vividos y practicados al interior de esos paradigmas religiosos. En otras palabras, estos criterios éticos, al otorgarles un cierto contenido a los principios de carácter universal por hallarse ya presentes en las grandes religiones del mundo, hacen posible la comunión entre la reflexión teórica y la vida concreta.
En este nuevo escrito de Hans Küng, Ética mundial en América Latina, podemos encontrar tres aspectos significativos. Primero, se presenta como una valiosa síntesis de su proyecto y de sus ideas respecto a este tema, a la vez que traza una estructura clara de las tesis vitales que ha venido desarrollando.  Esta visión esquemática se desarrolla en este texto como un mensaje para Latinoamérica en orden a los siguientes puntos:
- Ética mundial y ciencia.
- Ética mundial y religión.
- Ética mundial y política mundial.
- Ética mundial y economía mundial.
- Ética mundial y educación.
En segundo lugar, su lectura nos ofrece una visión esperanzadora de un nuevo orden del mundo al que están invitadas todas las personas -en esta ocasión especial, todos los que hacemos parte de este continente latinoamericano-, seamos creyentes o no-creyentes, ateos o agnósticos. Y es también una incitación a todos aquellos que buscan una nueva orientación en este mundo globalizado, en donde no se trata de globalizar la ética, sino de situar la globalización sobre una base ética común.
Y, por último, es igualmente una provocación al lector para que aborde él también los siguientes interrogantes: ¿Cómo puede ser posible en la economía, la ciencia, la religión, la política y la pedagogía, la idea de una ética mundial? ¿Es posible la supervivencia de la humanidad sin paz mundial? ¿Es posible la construcción mundial de un nuevo modelo económico justo? ¿Es posible la paz mundial sin justicia mundial? ¿Es posible la paz de las naciones sin la paz y la comunión de las religiones?
A estas preguntas urgentes debemos dedicarle tiempo a nuestra reflexión para pasar a la acción hoy.


miércoles, 18 de marzo de 2020

A 40 años de su muerte y 120 años de su nacimiento


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ERICH FROMM: AMOR A LA VIDA, A LA LIBERTAD, A LA HUMANIDAD.

Víctor Rey

Cuando tenía 17 años y cursaba tercer año medio, en el Liceo Valentín Letelier de Santiago, el profesor de Psicología y Filosofía nos habló de Erich Fromm y nos dio la tarea leer dos de sus libros: “El Arte de Amar” y “El Miedo a la Libertad”.  Fue la primera vez que escuche sobre este pensador que influyó a toda una generación.  Más tarde en la Universidad de Concepción  en algunos cursos de Psicología, Sociología y Filosofía, leímos y estudiamos: “El Corazón del Hombre”, “Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea”, “Marx y su Concepto del Hombre”, “El Dogma de Cristo”, entre otros.

Hace algunos días dos amigos me han prestado dos libros de Erich Fromm y he vuelto a leer apasionadamente a este pensador que tanto bien ha producido.  Me refiero a “Y seréis como Dioses” y “¿Podrá sobrevivir el hombre?”.  Dos textos claves que de dos ángulos tan diferentes como es la religión y la política analizan la sociedad actual. Dos textos de los años sesentas que parecen que fueron escritos ayer.

¿Quién fue Erich Fromm?  Nació en Frankfurt, Alemania en 1900.  Su padre era un hombre de negocios y según Erich, más colérico y con bastantes cambios de humor.  Su madre estaba deprimida con frecuencia.  Erich Fromm provenía de una familia muy religiosa, en este caso de judíos ortodoxos.  Hasta 1925 asistió a clases de El Talmud. El mismo se denominó más tarde un “místico ateo”.  Estudió filosofía en la Universidad de Heildelberg y realizó estudios y entrenamiento psicoanalítico en el Instituto Psicoanalítico de Berlín.   En 1922 se doctoró en Sociología. Entablo contacto con la Escuela de Frankfurt donde trabajó en estrecho contacto con Herber Marcuse, Walter Benjamín y Theodor Adorno. Debido al ascenso del nazismo, debió mudarse  a los Estados Unidos en 1934, estableciéndose en la ciudad de Nueva York, donde conocería muchos de los otros grandes pensadores refugiados allí.  Cerca del final de su carrera, se mudó a México para enseñar y por razones de salud de su esposa.  Murió en Suiza en 1980.  Dos años antes de morir el gobierno helvético lo había designado ciudadano honorario de Suiza.  Su orientación teórica llevará a la marca importante de la Teoría Crítica lo que redundará en un sistema teórico psicoanalítico con fuerte interpretación sociológica.

 Fue un pensador inquieto que publicó una gran cantidad de libros, que se han transformados en clásicos.  Era un hombre profundo y optimista.  Era una persona inteligente que tenía esperanzas.  Su visión no era utópica, porque ella estaba fundamentada en la realidad.  Fue un optimista enamorado de la vida.  Siempre estuvo a favor de ella.

El fue un marxista que estudió en profundidad a Marx, y se interesó por el joven pensador, el de los primeros tiempos, el más humanista.  También fue muy conocedor de Freud, lo respetaba y al mismo tiempo era crítico.  Al estudiar estos dos pensadores le hizo adelantar una visión humanista y esperanzadora del futuro del hombre.  Muestra de esto es su “Credo Humanista”.

Fromm simplificaba las cosas para hacerlas entender.  Esto no quiere decir que lo que escribió no fuera profundo.  Tenía un concepto del hombre muy particular.  Con profundidad habló de las necesidades básicas del hombre, fundamentó muchas cosas en el amor, en la ética, y habló del problema de la autoridad.  Sus escritos se reducen a cosas muy elementales pero importantes.  Si algo le obsesionó fue la objetividad y el sentido de la realidad.

Logró de alguna manera una síntesis interesante de lo mejor del mundo oriental cercano: La Biblia, El Talmud, Los Profetas.  Del Mundo Oriental lejano: El Budismo Zen, y Susuki.  Y del mundo occidental griego y del mundo occidental místico: Eckhart, Spinoza y Scheweizer.  Además de Freud y Marx.

La teoría de Fromm es más bien una combinación de Freud  y Marx.  Por supuesto Freud enfatizó sobre el inconsciente, los impulsos biológicos, la represión y demás.  En otras palabras, Freud postuló que nuestro carácter estaba determinado por la biología.  Por otro lado, Marx consideraba a las personas como determinados por su sociedad y más especialmente por sus sistemas económicos.

Fromm añadió a estos dos sistemas deterministas algo bastante extraño a ellos: la idea de la Libertad.  El animaba a las personas a trascender los determinismos que Freud y Marx les atribuían.  De hecho, Fromm hace de la libertad la característica central de la naturaleza humana.
Fromm en su libro “El Corazón del Hombre”, afirma que el ser humano actual se caracteriza por su pasividad y se identifica con los valores del mercado porqué el hombre se ha transformado a sí mismo en un bien de consumo y maneja su vida como un capital que debe invertirse provechosamente.  El hombre se ha convertido en un consumidor sin límites, y el mundo para él no es más que un objeto para calmar su apetito.

Son de importancia sus estudios acerca de la relación que existe entre los sistemas políticos totalitarios y las religiones monoteístas. Según  Fromm, las religiones monoteístas educan a los individuos en la obediencia ciega a una autoridad superior, que pone las normas por encima de cualquier razón o discusión.  Así el individuo queda reducido a un mero servidor de un dios todopoderoso.  Esta mentalidad masoquista, adquirida desde la infancia, sería la base psicológica que ha hecho que muchos hombres y mujeres sigan ciegamente a dictadores como Hitler.

Publicó más de 30 títulos, algunos de tanta repercusión como “Anatomía de la destructividad humana”, “Escape a la libertad”, “El hombre por sí mismo”, “El lenguaje olvidado”, “La Sociedad Sana”, “La misión de Sigmund Freud” y “El dogma de Cristo”, y otros ensayos sobre religión, psicología y cultura.

En “El arte de amar”, analiza el desarrollo del sentimiento amoroso, en su opinión “única respuesta humana a los problemas de la existencia”, en tanto que en “El miedo a la libertad” estudia la evolución de ese requisito de la cualidad de hombre desde la Edad Media y profundiza en los mecanismos psicológicos que llevan a la adhesión a los regímenes totalitarios. Su inconformismo se expresa, sobre todo, en “La crisis del psicoanálisis”, mientras que su última visión de las posibilidades humanas está reflejada en “La revolución de la esperanza”.

Su legado ha quedado vigente en sus textos ejemplares en los que al rigor científico se unen la sagacidad del observador de hechos sociales y la vasta cultura de alguien que había trabajado intensamente en conocimientos históricos, filosóficos y antropológicos.  Y a la vez la, la precisión y la elegancia de un literato de raza.  En una ocasión Fromm se reconoció deudor en cuanto a su concepción del mundo, de Marx y de Freud, “pero también de Goethe”.  La cita bien vale como una definición de su espíritu, preocupado por hondas inquietudes acerca del porvenir de la cultura de nuestro tiempo.

Estando en Mar del Plata, Argentina, con mi amigo Pablo Alaguibe y saboreando un rico café cortado en la misma librería, disfrutamos de la conversación en torno a este pensador. Encontramos una cantidad de libros de Fromm que no habíamos tenido acceso antes.  Entre ellos uno titulado: “Recordando a Erich Fromm, testimonios de sus alumnos sobre el hombre y el terapeuta.”  Mi amigo tuvo la gentileza de hacerme este regalo que lo valoro enormemente y que ha sido el tema de nuestras conversaciones en estos días: la vigencia del pensamiento de Fromm y el atractivo que sigue teniendo sobre las nuevas generaciones.

sábado, 14 de marzo de 2020

En el aniversario 141 de su nacimiento



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ALBERT EINSTEIN, UN HOMBRE LIBRE Y HUMANISTA

Víctor Rey

Albert Einstein fue a todas luces un ser humano excepcional. Si revisamos la historia contemporánea con detenimiento, es probable que no encontremos una figura que se le asemeje o que se le acerque siquiera a él, en su actitud para proyectarse a las cumbres más altas de la creatividad intelectual y a la vez a las alturas más reconfortantes de la ética personal y del esfuerzo por dignificar la condición humana.
La revista "Time" lo designó en el año dos mil, como la persona del siglo XX, y nadie se atrevería a poner en duda la legitimidad de esa elección.
Barry Parker, uno de sus biógrafos más recientes, se arriesga a decir que Einstein fue tal vez, el más grande científico de la historia humana; luego de recordar que tenía apenas veinticuatro años, cuando enunció en 1905, hace algo más de un siglo, su Teoría de la Relatividad ("Energía, igual a masa por velocidad de la luz al cuadrado"), que le cambió a los hombres, como tantas veces se ha dicho, la concepción tradicional del tiempo y el espacio.
Parker nos recuerda que Einstein pasó sus últimos treinta años, tratando de reunir todas las fuerzas de la naturaleza, en una teoría del todo , tarea que dejó inconclusa, dice el biógrafo, pero que está de alguna manera contenida o anticipada en su espléndido legado científico y moral.
Quienes han estudiado la trayectoria y la personalidad de Albert Einstein, aseguran que nadie en la historia llegó más lejos que él, en su afán por darle una dimensión de totalidad a la ciencia física, en su intento de diseñar una teoría unificada del universo.
Cuando exponía sus avances en esa dirección, solía repetir una frase que ha circulado mucho y que los biógrafos han ido rescatando, en sus distintas aproximaciones a su vida. Una frase que resume claramente su pensamiento: "Dios no juega a los dados con el Universo". Qué otra frase más elocuente, más profunda, podría haber elegido para transmitirnos su certeza de científico, su confianza en la previsibilidad total del universo.
Todos los biógrafos de Einstein parecen coincidir en que su genio intelectual, trasuntaba una concepción del mundo en la que confluían la verdad científica, el rumbo ético, la preservación obsesiva de la dignidad humana y hasta una pasión estética que no podía disimular.
Por eso dijo este genio alguna vez, "lo más hermoso que el alma humana puede experimentar es el misterio", y agregó: "En la emoción que suscita el misterio, está el origen del verdadero arte y de la verdadera ciencia; quien no lo siente así, pierde para siempre su capacidad de asombro. Y quien ya no se asombra de nada, quien ya no experimenta sorpresa alguna, es como si estuviese muerto".
Einstein tenía una idea clara del proceso de la mente humana y de su profunda integración con la totalidad, de los elementos que forman la trama psíquica y emocional del hombre.
Por eso se preguntó en cierta ocasión "¿De qué modo surge una idea nueva en la mente del investigador o del científico?" y él mismo dio la respuesta con estas palabras: "La idea nueva surge casi siempre en forma repentina y de una manera más bien intuitiva. Eso significa que la idea no llega a nosotros como una conclusión lógica consciente; pero si más tarde repasamos el proceso que hemos vivido, no tardamos en descubrir las razones que nos fueron conduciendo inconscientemente a esa nueva idea, a esa nueva conclusión".
Estas sabias palabras del maestro ayudan a entender el hecho admirable de que la primera revelación de la Teoría de la Relatividad le haya llegado a él, cuando sólo tenía veinticuatro años de edad. Creo que no está demás recordar que cuando Newton en 1666, formuló las leyes del movimiento y enunció la Ley de la Gravedad, tenía también esa misma edad.
La creatividad intelectual y el talento visionario, labrado a golpes de intuición, se abrieron paso en lo más profundo de estos espíritus superiores, que creaban desde la conciencia, pero también desde la intimidad de sus almas en ebullición.
Ese mismo proceso fue, seguramente, el que llevó a Einstein a postular, siendo aún muy joven, que la luz está compuesta de partículas, de la misma manera que la materia está compuesta de átomos.
Su portentoso trabajo sobre el efecto fotoeléctrico, fue el que determinó que se le otorgara el Premio "Nobel" (1921). Es cierto, que por entonces, la Teoría de la Relatividad ya estaba elaborada y ya se tenía la seguridad de que iba a revolucionar el pensamiento científico, pues determinaba que las dimensiones espaciales y temporales no son absolutas, según las concebía la física clásica, sino relativas al movimiento de los sistemas en que se encuentran.
Pero el "Nobel" le fue dado por su investigación sobre la luz, sobre el efecto fotoeléctrico, quizá, porque de las dos teorías, era la menos polémica, la que menos perturbaba o dividía a los científicos de la época.
Ninguna evocación acerca de Albert Einstein, estaría completa, sin una referencia a su condición de humanista, a su incansable militancia a favor de la paz.
Desde muy joven, fue un enemigo implacable de las guerras y de la violencia. El se distinguió por ser un intransigente defensor de los sistemas que privilegian la protección integral de la dignidad de la persona humana.
Si como científico anhelaba construir una teoría unificada del universo, cuanto más, quería incentivar una cultura fundada en la tradición del humanismo, quería contribuir a edificar un sistema de convivencia, que garantizara la paz duradera y trabajó siempre para llegar a construir una sociedad auténtica de hombres libres; tanto en su Europa natal como en Norte América, que fue finalmente su patria de adopción.
No había dos Einstein, uno comprometido con la ciencia y otro con el humanismo y con la paz. Había un único hombre, en el que convivían sólidamente entrelazadas como raíces, todas las vertientes del saber y de la responsabilidad ética.
Así como el universo podía y debía ser visto desde una perspectiva de unificación y de previsibilidad, la dignidad del hombre, como parte de ese mismo universo, debía tener asignada su mirada esencial y ser también un valor garantizado y previsible. El pacifismo de Einstein, fue transparente e indestructible, pero el ejercicio concreto de su militancia, estuvo sometido a duras presiones por las turbulencias trágicas del siglo XX.
En 1921, publicó un lúcido escrito para expresar su oposición a todo acto de guerra y para sostener que sólo se lograría un auténtico progreso social, el día en que los hombres se organizaran a escala internacional, para rechazar toda convocatoria a un servicio armado.
Más tarde, en 1930, pronunció un recordado discurso en el que afirmó que si sólo el 2% de los ciudadanos del mundo, convocados al servicio militar, proclamaran su negativa a enrolarse y exigieran que los conflictos internacionales, se resolvieran siempre en forma pacífica, los gobiernos quedarían impotentes para llevar a sus pueblos a la guerra. Ese noble discurso se publicó en el "New York Times", y alcanzó en su tiempo gran repercusión. 
En 1933, al llegar Hitler al poder determinó que Einstein se viera obligado a replantear en parte, su estrategia. Y cuando Bélgica afrontó la inminencia de la invasión del nazismo, no vaciló en firmar un texto que revisara su propia propuesta originaria, y escribió lo siguiente: "Bajo las condiciones actuales, si yo fuera belga no rechazaría el servicio militar, sino que lo abrazaría, para salvar a la civilización europea". El gran científico no renunciaba a sus principios, que se mantenían incólumes, pero comprendía que estaba llevando a los hombres libres, a una terrible encrucijada; les planteaba, paradójicamente, la necesidad de armarse, para defender a la paz.
Un conflicto de conciencia parecido se le planteó en 1938 cuando existía la sospecha de que científicos alemanes, estaban ya trabajando en la fabricación de armas atómicas. Ese hecho determinó que un grupo de hombres de ciencia de los países libres dirigieran una carta al Presidente Roosevelt, para pedirle que los Estados Unidos se movilizara a fin de impedirlo, y hasta le pedían al presidente norteamericano que previera la posibilidad de que las naciones democráticas desarrollaran estrategias, para neutralizar esa amenaza. Einstein firmó algunas de esas cartas al presidente Roosevelt. 
Años después, cuando la guerra estaba concluyendo y los Estados Unidos lanzaron bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki el gran científico manifestó públicamente su arrepentimiento, por haber firmado en alguna oportunidad esa petición.
Los movimientos del alma, también se revelaban relativos y adquirían diferente valor moral, según los desplazamientos derivados, según las imposiciones crueles de la historia. Pero por encima de los horrores que el nazismo le impuso a la civilización en el siglo XX, los grandes sueños y los grandes ideales de Albert Einstein, siguieron siendo los mismos.
El hombre de ciencia, el fervoroso defensor de la paz, el humanista inclaudicable y hasta el artista sensible, que encontró siempre su mejor refugio en el violín y en su amado Mozart, mantuvieron inclaudicables sus ideales hasta el fin de su vida.
Albert Einstein había nacido en Ulm, Alemania, el 14 de marzo de 1879, se doctoró en 1905 en la Universidad de Zürich, y en 1909 fue nombrado profesor de la misma. Él se sentía orgulloso de ser judío, fue activo en el movimiento sionista y miembro del Consejo de Gobernadores de la Universidad Hebrea de Jerusalem, en cuyo acto de fundación participó (1918). En 1952, luego del fallecimiento de Jaim Weizman, él rechazó la proposición de Ben Gurion de ser presidente del Estado de Israel.
A más de sesenta y cinco años de su muerte, el 18 de abril de 1955, su ejemplo sigue siendo uno de los faros que iluminan la conciencia de los hombres libres.