jueves, 19 de mayo de 2011

LA UNIDAD DE LA IGLESIA HOY

Víctor Rey

Este aporte a la reflexión sobre la Unidad de la Iglesia quiere ser un símbolo de la unidad que ya tenemos en Cristo.  Sin embargo debemos reconocer que para el observador imparcial, el símbolo sería una manifestación de nuestras profundas divisiones.  En América Latina hoy las iglesias evangélicas representan diferentes confesiones o denominaciones, tienen diferentes trayectorias históricas, enfatizan diferentes puntos doctrinales o de acción y lamentablemente en la difícil situación del continente, no siempre se encuentran del mismo lado en las opciones importantes.

Primeramente queremos recalcar, que tenemos conciencia de nuestra división.  Partimos de la realidad de un protestantismo que ha continuado la división en América Latina.  Somos víctimas de las divisiones que se nos imponen del exterior, y somos impulsados hacia una mayor atomización.

En segundo término queremos afirmar que la  Unidad de la Iglesia es una respuesta a un claro llamado bíblico.  La Unidad de la Iglesia corresponde a la voluntad del Señor de la Iglesia.  No es un asunto que se pueda considerar livianamente; no podemos aislarnos en nuestros triunfalismos denominacionales en virtud de que nuestro Señor ha orado por la unidad de su Iglesia.

En tercer lugar, no hay unidad posible en la misión, a menos que todos atravesemos juntos el camino de la conversión y del perdón.  Que abandonemos los falsos valores y dioses para hacernos cautivos del Dios de Jesucristo y así darnos de lleno al pueblo sufrido en un servicio de amor en fidelidad al evangelio del reino de Dios.

La unidad se deriva de nuestra vida en común en Cristo; la unidad que es dinamizada, potenciada por el Espíritu Santo, la unidad que busca la madurez y el crecimiento hacia Cristo: esta unidad tiene el fin de posibilitar la fe del mundo (Juan 17:20-21).  Esta unidad apunta más allá de sí, a la intención de Dios de reconciliar todas las cosas (Col. 1:13-23).  De esa Unidad con mayúscula, la unidad de la Iglesia debería ser una señal.  Es debido a esto que la Iglesia se ocupa de este mundo, se incorpora a la actividad de Dios, se inserta en su voluntad redentora, es decir, a su misión.

Si Jesús ha orado por la unidad de su Iglesia, lo menos que podemos hacer es colocarnos en la búsqueda de esa unidad para colaborar en la respuesta que el Padre quiere dar a la oración de su Hijo.  Si Jesús ha orado por la unidad de la Iglesia teniendo frente a sí la perspectiva de la cruz, comprendamos la importancia que asignó a la misma.  ¿Cómo nosotros, que queremos ser seguidores de Jesús, podemos permitir que el pasado o los personalismos de hoy, o nuestras profundas discrepancias ideológicas, nos paralicen en la búsqueda de la respuesta a la oración de nuestro Señor?

De hecho, se dan en nuestros países manifestaciones de unidad que superan todas nuestras barreras tradicionales, mostrando a cristianos que juntos testimonian de su fe, de su preocupación por la humanidad, de su amor por los más necesitados.  La renovación bíblico-teológica que ha trascendido las fronteras de nuestras confesiones; los distintos movimientos carismáticos; la pequeña iglesia local, donde el estudio bíblico ilumina la acción; la participación de cristianos en la búsqueda de soluciones  a los problemas angustiantes de nuestro continente; la búsqueda de un mensaje evangelizador que, superando nuestras instituciones  eclesiásticas, anuncie la soberanía del reino de Dios sobre todas las áreas de la vida, etc., son algunas señales de que Dios está respondiendo a la oración de su Hijo.  Por medio de ella se nos invita a profundizar nuestra búsqueda de la unidad.

Nuestra unidad, pues, es en el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo; nos incorporamos al movimiento de amor del Padre que envía a su Hijo a la total identificación con los oprimidos.  En Cristo somos incorporados al anuncio de un reino de justicia, que supera todas las barreras, que libera a todo hombre.  Y en el Espíritu Santo somos reprendidos, fortalecidos, consolados, alentados a participar en una misión común.  Iglesia unida es la que continúa la solidaridad del Padre con el Hijo y con el Espíritu Santo y lo descubre luchando en toda la creación, superando todas las barreras que frenan la plena manifestación del amor entre las personas.

En esta fe trinitaria y en una praxis que busca expresar la pasión de amor a Dios, descubrimos la base de nuestra unidad e iniciamos una nueva etapa en la búsqueda de su concreción en América Latina. 


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