Víctor Rey
“Pongan en práctica mis estatutos y observen mis preceptos, y habitarán seguros en la tierra. La tierra dará su fruto, y comerán hasta saciarse, y allí vivirán seguros.”
(Levítico 25:18-19)
El predominio del factor económico en la vida humana en el mundo contemporáneo es un hecho que no precisa comprobarse. Es en efecto una de las características sobresalientes del fenómeno denominado globalización, hasta el punto que bien podría afirmarse que lo que se ha globalizado es fundamentalmente la economía.
Sobran las cifras para demostrar que este sistema económico global adolece de graves falencias cuyos efectos son cada vez más dramáticos en los países pobres y, en éstos, especialmente en los sectores más necesitados de la población. Basta un análisis superficial de la situación para concluir que el problema básico es que la economía moderna se ha convertido en una técnica que hace caso omiso de la ética.
Sea cual sea la causa de la desigualdad en la distribución de la riqueza, los gobiernos están en la obligación de organizar la economía de modo que cada sector de la sociedad y cada miembro de ésta contribuyan al bien común según sus posibilidades y reciban lo que requieren para resolver sus necesidades básicas. Si en un país crece la macroeconomía, que beneficia a los ricos, pero a la vez se atenta contra la microeconomía, que es la que afecta directamente a los pobres, es obvio que el problema no es meramente económico sino ético: los ricos no están contribuyendo al bien común según sus posibilidades, los pobres no están recibiendo según sus necesidades. Este es el mayor escándalo ético posible en el campo económico: que crezca la pobreza de las grandes mayorías y que simultáneamente crezca la acumulación de bienes y la ostentación en el estilo de vida de una pequeña minoría. A comienzos de la década de los ochentas el economista argentino Raúl Prebisch postulaba la tesis frente a los sistemas económicos injustos de nuestros países se requiere: “principios éticos que orienten la transformación y racionalidad para realizarlo”.
Una de las instituciones del antiguo Israel, de la cual da cuenta el libro de Levítico en el capítulo 25, fue diseñada con el propósito de corregir, las desigualdades socioeconómicas que por diversas razones, fueron surgiendo en el seno del pueblo; nos referimos al Jubileo.
Así como uno de cada siete días es el día de descanso, uno de cada siete años es sabático, y un año de cada siete ciclos de siete años, es decir cada cuarenta y nueve años está dedicado al Jubileo. Es el año en que se deja que la tierra descanse, se libera a los esclavos, se cancelan las deudas y las familias pobres recuperan sus tierras y su sentido de unidad familiar. Es un año de radical transformación de las estructuras de opresión, un año de liberación y restauración.
Es obvio que esa institución milenaria no podría insertarse como tal en la compleja sociedad moderna, caracterizada por la integración global de la producción, el comercio y el mercado financiero. Sin embargo, en el mundo de hoy no hay nada más urgente que una revolución ética que tome en serio los valores representados por las leyes del Jubileo. De este se pueden derivar por lo menos cuatro principios éticos fundamentales para la transformación de una situación caracterizada por el saqueo de la naturaleza y la distribución injusta de la riqueza en el mundo actual: la responsabilidad ecológica, el derecho a la vida, la mayordomía de los bienes y el deber de hacer justicia.
El despertar social y político de las iglesias evangélicas en los últimos años será, una buena noticia para la sociedad en la medida en que se logre orientarlo hacia una verdadera revolución ética en el campo económico, en aras de la justicia, la paz y la integridad de la creación. El plan económico que adopte un gobierno es tarea de los economistas pero en una sociedad democrática, la sociedad civil, en general y las iglesias como parte de ella, en particular, les corresponde la tarea de asegurar que el plan económico se defina sobre la base de valores éticos como los implícitos en el Jubileo.
Las iglesias, son comunidades donde se predica la justicia que debe ser igual para todos los seres humanos; se hacen ofrendas voluntarias para ser utilizadas en la tarea de evangelización y distribuidas entre los miembros más débiles de acuerdo a sus necesidades. En las congregaciones se comparten responsabilidades, se educa a sus miembros y se permite el desarrollo de sus dones y aptitudes, obteniendo como resultado personas con compromiso social.
Las iglesias, por ser redes amplias de comunidades pueden ser canales de bendición y distribución de la ejecución de planes sociales por su identificación con las necesidades de los más marginados de la sociedad. Aquí sigue estando el gran desafío para las iglesias hoy.
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