Víctor Rey
"Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús".
( Gálatas 3:28)
Introducción
Vivimos en un mundo fragmentado, un mundo afectado por muchas divisiones que obedecen a diversas causas. Desde conflictos bélicos hasta el cruce de palabras de un individuo con su vecino.
Ninguna relación representa ni la riqueza ni las miserias de las relaciones humanas con tanta claridad como lo hace la que el hombre mantiene con la mujer. En esa relación germina el amor como también el odio, la generosidad como también el egoísmo, la grandeza del alma como también la pequeñez. Y en esa relación se ilustra la dinámica del conflicto que separa a los seres humanos y la dinámica de la reconciliación que los acerca.
Lamentablemente hoy, en una sociedad caracterizada por la competencia entre intereses opuestos, la división ha sentado sus consecuencias en la pareja humana, exacerbada por un feminismo malentendido.
La historia humana está marcada por la misoginia, el “sexo débil” ha sido y sigue siendo víctima de la discriminación y la opresión. Sin embargo, la vindicación de la mujer no debe confundirse con un feminismo rabioso que pretende confundir los males del machismo mediante la discriminación contra el hombre. El machismo, como el racismo y el clasismo es un mal social y debe ser reconocido y combatido como tal. Pero así como el racismo de los blancos no se corrige con el racismo de los negros, ni el clasismo de los ricos se corrige con el clasismo de los pobres, tampoco el machismo se corrige con el feminismo. Uno y otro atentan contra la unidad de la pareja humana y agravan la fragmentación de la sociedad.
La respuesta cristiana al machismo y al feminismo está en la afirmación de la igualdad del hombre y la mujer delante de Dios y en la familia, la iglesia y la sociedad: una igualdad que no elimina las diferencias pero las asume y las orienta hacia una relación caracterizada por el compañerismo y la complementación mutua. A esa igualdad apunta el apóstol Pablo cuando dice que en virtud de la nueva realidad introducida en la historia por Jesucristo “ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer” (Gálatas 3:28). Se trata nada menos que la restauración de la creación de Dios en su dimensión comunitaria.
Aún hoy muchas mujeres sufren bajo el pesado yugo de la opresión que les impone una sociedad machista y en muchas iglesias se da por sentado que el dominio del hombre sobre la mujer está en perfecta armonía con el propósito de Dios para la pareja humana. Por otro lado está ganando fuerza un movimiento feminista que con justa razón, cuestiona al machismo desde dentro y desde fuera de la iglesia, pero que corre el riesgo de caer en un vicio similar a aquel que critica, aunque de signo opuesto.
Lo que nosotros nos corresponde hacer como cristianos, frente a esta situación es despojarnos de todo prejuicio y leer las Escrituras con actitud abierta a la dirección del Espíritu de Dios. Lo mínimo que se puede decir desde una perspectiva bíblica es que tanto el hombre como la mujer son portadores de la imagen de Dios; que los dos por igual son culpables de revelarse contra él, y que los dos sin distinción son objetos de la gracia de Dios por la cual, por la fe son hechos coherederos del Reino que Jesucristo vino a establecer. La base ha sido puesta para una relación de verdadero compañerismo y complementación mutua entre el hombre y la mujer tanto en la familia como la iglesia y la sociedad.
Esta igualdad bíblica de los sexos coloca al hombre y a la mujer en la mejor posición para enfrentar la fragmentación de la sociedad con un uso creativo de los conflictos que se desprenden de sus diferencias. Además, los libera del afán de competir entre sí que unan sus fuerzas para luchar en pro de un mundo mejor, un mundo de amor, justicia y paz.
La mujer necesita liberarse de la opresión en la que la ha sumido el machismo. Pero también es cierto que necesita liberarse de su propio machismo internalizado o de su feminismo reaccionario: ser liberada para asumir el lugar que le corresponde como coheredera del Reino. En realidad y verdad, la necesidad es que tanto la mujer como el hombre sean liberados de toda forma de egoísmo a fin de establecer una nueva relación con su prójimo y disfrutar de la vida en abundancia por la cual Jesucristo vivió y resucitó. Ni el machismo ni el feminismo son realidades últimas: la única realidad última es el propósito de Dios de hacer nueva todas las cosas por medio de su hijo Jesucristo. Y en esa realidad se manifiesta por anticipado en la familia y en la iglesia que viven según los valores del Reino radica en nuestra esperanza.
Lo que nos dice la Biblia
La Biblia enseña la plena igualdad de los hombres y las mujeres en la creación y la redención (Génesis 1: 26-28; 2-23; 5:1-2; Gálatas 3:13; 5:1).
La Biblia enseña que Dios se ha revelado a sí mismo en la totalidad de la Escritura, la palabra autoritativa de Dios (Mateo 5:18).
Creación
1. La Biblia enseña que tanto el hombre como la mujer fueron creados a la imagen de Dios, tenía una relación directa con Dios y compartían en conjunto las responsabilidades de tener hijos y criarlos, y tener dominio sobre el orden creado (Génesis 1:26-28).
- La Biblia enseña que Dios que la mujer y el hombre fueron creados para el pleno e igual compañerismo.
- La Biblia enseña que la formación de la mujer desde el hombre demuestra la unidad e igualdad fundamental de los seres humanos (Génesis 2: 21-23).
- La Biblia enseña que el hombre y la mujer fueron copartícipes en la caída: Adán no fue menos culpable que Eva (Génesis 3:6; Romanos 5: 12-21; 1 Corintios 15: 21-22 ).
- La Biblia enseña que el dominio de Adán sobre Eva provino de la caída y no fue, por lo tanto parte del orden creado original. Génesis 3:16 es una predicción de los efectos de la Caída y no una prescripción el orden ideal de Dios.
Redención
6. La Biblia enseña que Cristo Jesús vino a redimir tanto a mujeres como hombres también. A través de la fe en Cristo, todos llegamos a ser hijos de Dios, uno en Cristo y heredero de las bendiciones de la salvación sin referencia a distinciones raciales, sociales o sexuales (Juan 1:12-13; Romanos 8:14-17; 2 Corintios 5:17; Gálatas 3:26-28)
Comunidad
7. La Biblia enseña que en Pentecostés el Espíritu Santo vino sobre hombres y mujeres de igual manera. Sin distinción, el Espíritu Santo mora en mujeres y hombres y de manera soberana distribuye dones sin preferencias en cuanto al sexo (Hechos 2:1-21; 1 Corintios 12:7; 14:31).
- La Biblia enseña que tanto mujeres como hombres son llamados a desarrollar sus dones espirituales y a usarlos como administradores de la gracia de Dios (1 Pedro 4:10-11).
- La Biblia enseña que tanto hombres como mujeres son divinamente dotados y facultados para administrar todo el cuerpo de Cristo bajo la autoridad de Cristo (Hechos 1:14; 18:6; Romanos 16:1-7; 12-13).
- La Biblia enseña que tanto mujeres como hombres ejercen funciones proféticas, sacerdotales y reales (Hechos 2:17-18; 1 Corintios 11:5; 1 Pedro 2:9-10).
- La Biblia enseña que la función del liderazgo como la facultad de otros para el servicio y no como el ejercicio de poder sobre ellos (Mateo 20:25-28; 23:8; Marcos 10:42-45; Juan 13:13-17; Gálatas 5:13).
Familia
12. La Biblia enseña que los esposos y las esposas son coherederos de la gracia de vida y que están ligados juntamente en una relación de mutua sumisión y responsabilidad (1 Corintios 7:3-5; Efesios 5:21).
- La Biblia enseña que tanto las madres como los padres deben ejercer liderazgo en la crianza, la formación, la disciplina, y la enseñanza de sus hijos (Éxodo 20:12; Levítico 19:3; Deuteronomio 6:6-9; Colosenses 3:20; 2 Timoteo 1:5).
Conclusión
La encarnación señala el advenimiento de una nueva era. Es la era del Reino de Dios, hecho presente en la persona de Jesucristo. Es la era del Nuevo Hombre, el segundo Adán por medio del cual Dios quiere restaurar el propósito inicial de la creación, por poder del Espíritu.
Como el ángel anunció a José antes de su nacimiento, Jesús vino al mundo a salvar a su pueblo de sus pecados. En palabras de Juan “apareció para quitar nuestros pecados” y “para deshacer las obras del diablo” (1 Juan 3:5,8). Por medio del sacrifico de sí mismo, efectuó la redención de los que habían estado bajo el dominio del pecado, para formar para sí un pueblo nuevo: su Iglesia.
En esta nueva humanidad, entonces debe experimentarse todo lo contrario de lo que la humanidad vivió bajo el control del pecado y del diablo. Si Jesucristo vino para deshacer las obras del diablo, vino para restaurar relaciones rotas, para anular la enemistad, para revertir el efecto del pecado.
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