viernes, 27 de mayo de 2011

LA IGLESIA HOY

Víctor Rey

"Hay que entender adecuadamente las necesidades del presente para que como Iglesia podamos servir en diferentes formas, con acciones pertinentes.  Sea a niveles personales, como institucionales: cuidando pastoralmente, compartiendo como congregación o soportando como hermanos en el sufrimiento.  Se trata que nuestra realidad de fe penetre transformadoramente la realidad del mundo."
Rolando Gutiérrez Cortés

La Biblia dice que la Iglesia es nada menos que el cuerpo de Cristo.  Es la esposa de Cristo (Apocalipsis 21:9), la grey de Dios (1 Pedro 5:2) el templo viviente del Espíritu Santo (Efesios 2:21-22).  Virtualmente, todas las figuras bíblicas enfatizan una relación esencial, viviente, amorosa entre Cristo y la Iglesia.  Esto subraya el papel clave de la Iglesia en el Plan de Dios y nos recuerda que “Cristo amó a la Iglesia y se entregó a si mismo por ella” (Efesios 5:25).  Si la Iglesia es el cuerpo de Cristo, el medio de acción de la cabeza en el mundo, entonces la Iglesia es una parte indispensable del Evangelio y la eclesiología es inseparable de la soteriología.  Por lo tanto, adoptar lo que puede ser llamado una “posición anti-iglesia sería diluir el Evangelio mismo y al mismo tiempo mostrar una comprensión inadecuada del significado que en la Biblia tiene “la Iglesia”.
La Biblia muestra a la Iglesia en medio de la cultura, luchando por ser fiel, no obstante que algunas veces sufre adulteraciones por alianzas no naturales con el paganismo y con el legalísmo judío.  En la escritura los aspectos terrenal y celestial de la Iglesia encajan juntos en todo y no nos dejan con dos iglesias incompatibles o una visión dividida de la Iglesia.  La Iglesia es una; es el cuerpo único de Cristo que existe ahora tanto en la tierra como “en los lugares celestiales”  (Efesios 1:3; 2:6; 3:10).  Esta visión de la Iglesia es agudamente relevante para la edad moderna por razones que son básicas para el punto de vista bíblico.
  1. EL PUNTO DE VISTA DE LA REFORMA
La visión de la Iglesia adoptada por los reformadores protestantes fue expresada en forma clásica por Lutero y Melanchthon en la Confesión de Ausburgo (1530) cuando dijeron que la Iglesia es “la congregación de los santos, en la cual el Evangélico es enseñado correctamente y los sacramentos son administrados correctamente”.  
Su “verdadera unidad”  está basada en la unidad de creencia en relación a la enseñanza del Evangelio y a la administración de los sacramentos”. #
Aquí la Iglesia es vista fundamentalmente en términos de la creencia correcta, la enseñanza correcta y el orden correcto. #
De tono más calvinista es la confesión de Westminster un siglo más tarde, que decía que la Iglesia invisible es “el número total de elegidos” y visible “todos aquellos” que, en todas partes del mundo, profesaban la verdadera religión junto a sus hijos”.  El énfasis aquí está en la elección, la creencia correcta e, implícitamente en los sacramentos y el orden correcto.
Aunque estas afirmaciones son muy diferentes, hay tres cosas que sobresalen: 1) se pone un énfasis predominantemente en el Evangelio más que en la obediencia  a la jerarquía;  2) la incorporación a la iglesia se ve principalmente como un asunto de creencia correcta o profesión; y 3) las figuras de comunidad, gente o pueblo, no son de importancia primaria.  El énfasis se traslada de la institución del sistema eclesiástico católico romano a la institución de la Palabra proclamada y de los sacramentos administrados.
En el siglo XVI era difícil tener una concepción de la Iglesia como un conjunto de personas distintas del resto de la sociedad o como una comunidad específica separada del mundo.  Tal concepción de la Iglesia era tan revolucionaria que se la consideró histórica y tan amenazadora que parecía políticamente subversiva.  En gran parte por esta razón, aquellas que llegaron a afirmar el derecho y la necesidad de la Iglesia de ser una comunidad separada, distinta del pueblo de Dios, los anabaptistas, murieron por centenares por su fe.  Es ciertamente más que una coincidencia que el redescubrimiento contemporáneo del anabaptismo haya venido paralelo con un nuevo énfasis. #
  1. ALGUNAS METÁFORAS
Los modelos de metáforas básicas a través de las cuales uno entiende de la Iglesia son más patentes de lo que podrían parecer a primera vista.  El teólogo Jesuita Avery Dulles, ha enseñado esto con fluidez en su libro, Modelos de las iglesias, Dulles muestra que aunque hay muchas figuras válidas para la Iglesias, en épocas diferentes han prevalecido figuras o modelos distintos.  En la actualidad hay varios modelos en boga y los puntos de vista en relación con aspectos específicos de la Iglesia son determinados en gran parte por modelo particular que se esté proponiendo.
Dulles discute cinco modelos básicos que han operado a través de la historia: la Iglesia como institución, como comunicación mística, como sacramento, como heraldo y siervo.  Estas metáforas no son mutuamente exclusivas y ninguna de ellas comprende tampoco toda la verdad sobre la Iglesia, lo cual, después de todo sigue siendo un misterio.
Mi interés está especialmente en los dos primeros modelos de Dulles: la Iglesia como institución y la Iglesia como comunión mística , porque aquí se encuentra una cierta polaridad y la cuestión de la prioridad de un modelo sobre otro, a la luz de la Escritura, adquiere gran relevancia.
Históricamente, la teología católica romana ha enfatizado en tal forma la naturaleza institucional de la Iglesia como la “sociedad perfecta” que puede decirse que la Iglesia como institución  ha sido un principal modelo detrás de la eclesiología católica romana, cuando menos desde la Contra Reforma hasta los años recientes.  Es así como el Concilio Vaticano II marcó un cambio de énfasis.
Antes del Vaticano II un buen número de teólogos católicos empezaron a hablar de la Iglesia como el cuerpo místico de Cristo y esto preparó el camino para las afirmaciones del Vaticano II.
El Concilio del Vaticano II enfatizó la Iglesia como el pueblo de Dios en peregrinaje, al servicio del mundo.  Esto se hacía con el propósito de enfatizar la prioridad del bautismo y la igualdad radical de los hijos de dios, y automáticamente implica una reforma del concepto de la Iglesia que hoy llamamos “piramidal”, situando en esta forma el ministerio en la parte central y al servicio de todo el cuerpo eclesiástico.  La perspectiva se hizo más evangélica y menos jurídica sin repudiar, sin embargo, el papel de la jerarquía.
El Concilio Vaticano II en su Constitución sobre la Iglesia hizo amplio uso de los modelos  del Cuerpo de Cristo y del Sacramento, pro su modelo dominante fue más bien el del Pueblo de Dios.  Este paradigma enfocó la atención sobre la Iglesia como una red de relaciones interpersonales, sobre la Iglesia como una comunidad.  Este es todavía el modelo dominante para muchos católicos romanos que se consideran a si mismo como progresistas y que invocan las enseñanzas del Vaticano II como su autoridad.
  1. LOS MODELOS DE LAUSANA
Resulta interesante que tanto el Pacto de Lausana como los documentos del Vaticano II enfatizan el mismo concepto básico de la Iglesia, es la comunidad del Pueblo de Dios. #  Como ya se ha señalado, esto representa un cambio de énfasis de consideración en la teología católica romana, un cambio que probablemente actuará como fermento en todo el mundo católico.
El Pacto de Lausana, sin embargo, marca un cambio de consideración similar en la concepción de la Iglesia de parte del protestantismo evangélico.  Puede ser que el cambio no sea tan grave en vista de que el protestantismo nunca estuvo totalmente casado con la visión jerárquica de la Iglesia.  Pero el Pacto de Lausana representa efectivamente un cambio de consideración en los modelos para la comprensión que la Iglesia tiene de sí misma
Es obvio que para cualquiera que compare esta afirmación sobre “La Iglesia y la Evangelización” con pronunciamientos protestantes históricos sobre la Iglesia como las confesiones de Augsburgo y Westminster.  Entonces, puede ser tanto una señal de un nuevo interés de los evangélicos en la eclesiología como un cambio hacia una visión menos institucionalizada de la Iglesia. #
El protestantismo en sus principales corrientes ha heredado conceptos que se prestan a un entendimiento institucional de la Iglesia.  Esto se ve con mucha claridad en la casi universal aceptación protestante de la distinción clero-laicado, preservada por la ordenación clerical exclusiva y en la práctica de llamar “iglesias” a las estructuras denominacionales.
El significado que Jesús rechazó los modelos jerárquicos  tanto religiosos  como políticos para sus seguidores en dos parejas relacionadas, Mateo 20:20-28 y 23:1-12.   Aquí encontramos afirmaciones tan radicales como ésta: “Ustedes saben que los gobernadores de los gentiles se ensañarán sobre ellos y que sus altos oficiales ejercer autoridad sobre ellos.  No será así con ustedes.  En lugar de esto, el que quiera hacerse grande entre ustedes será su servidor y el que quiera ser primero será su esclavo” (Mateo 20:25-27) “Ustedes no han de ser llamados “Rabí” porque ustedes tienen solamente un Maestro y todos ustedes son hermanos... Ni han de ser llamados “maestros” porque tienen un Maestro, el Cristo” (Mateo 28:3-10).  La arrogancia jerárquica y los títulos que crean distinciones entre los creyentes son cuestionados.  Los seguidores de Cristo son vistos como hermanos y consiervos.
Al describir a la Iglesia como “La comunidad del Pueblo de Dios más que una institución”, Lausana endosó una visión de la Iglesia que es el mismo tiempo bíblicamente radical y prácticamente importante.  El Pacto de Lausana no da por supuesto, una definición completa de la Iglesia ni tampoco el Congreso sobre la Evangelización Mundial tenía el propósito de escribir una declaración doctrinal como tal.  Como la palabra institución tiene un gran número de acepciones, habría sido preferible que el Pacto hubiera dicho que la Iglesia no es principalmente una institución en lugar de eliminar completamente cualquier aspecto institucional.  Pero, la declaración en la forma en que fue emitida, es significativa y puede ser un paso hacia un entendimiento más auténtico y más bíblico de la Iglesia.
4.- UN MODELO TRINITARIO
El Pastor Pedro Arana, conocido teólogo peruano, considera a la Iglesia desde una perspectiva trinitaria, esto es como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Comunidad del Espíritu.  Para esto nos referiremos a su escrito: “¡Qué es la Iglesia?”, publicado por el CLAI, en su serie: Teología en el camino. N* 1. Iglesia, Sociedad y Pobreza en América Latina.  Quito, 2000.
4.1- Pueblo de Dios
El pueblo de Israel fue testigo de grandes hechos de Dios, especialmente en éxodo (Is.43:10. Lev.26:12).  Los discípulos de Cristo, el nuevo Israel de Dios, fueron testigos del más grande hecho de Dios, la resurrección de Jesús de entre los muertos (Hechos 1:8).  Ambos son pueblo de Dios, afirmando así su unidad histórica y continuidad misionera:  ser testigos del único Dios viviente, libre y soberano.  La Iglesia, es pues, un pueblo testigo y un pueblo de testigos.  El pueblo de Dios está llamado también a ser un pueblo siervo y un pueblo de siervos.  La liberación de Egipto es para servir a Jehová (Ex.8:1; 9:1; 10:3).
En el Nuevo Testamento se mantiene la misma nota:  así como Jesús es el Señor- Siervo, así su comunidad debe ser sierva y de siervos. (Mr. 10:45; 2 Co.4:5).  La Iglesia está llamada a servir a Dios y al mundo de Dios, a la gente (Mt. 20:25-26).
    1. Cuerpo de Cristo
Esta descripción de la Iglesia aparece en las cartas de Pablo.  En Efesios 4:4-16, tenemos las siete dimensiones de la unidad de la Iglesia: un cuerpo, un Espíritu, un Dios y Padre de todos.  La cabeza de este cuerpo es Cristo.  Esta imagen orgánica de la Iglesia transmite el mensaje de la dependencia mutua de todos los miembros de la comunidad, quienes han recibido diferentes dones que deben usarse para la edificación de la comunidad entera, así como la común dependencia de todos los miembros del cuerpo, de Aquel  que es la cabeza, Cristo (Col. 1:15-20; Ef.5:23).
La unidad de la Iglesia que proviene del Espíritu Santo debe ser guardada por los miembros de la comunidad que vivirán en Amor, el cual se expresa en conductas humildes, amables, pacientes y tolerantes (Ef.4:1-3).  La unidad de la Iglesia tiene que efectivizarse, si anhela que su misión en el mundo sea fructífera.
    1. Comunidad del Espíritu
La Iglesia no sólo ha recibido los dones de Dios, sino que es la morada de Dios, en Espíritu; es Cristófora, portadora de Cristo y sus miembros son portadores de Cristo.  Esta realidad apunta a su carácter y al carácter de sus miembros:  ser parecidos a Jesús.
Sellada y empoderada y guiada por el Espíritu, la comunidad es la "nueva creación" de Dios, la primera señal de la "nueva humanidad" que Dios está creando en Cristo Jesús, los "primeros frutos" de la nueva edad.
La Iglesia testifica no sólo con sus palabras y obras, sino también con su propia vida.  La Iglesia sirve, y muchas veces hasta dar su vida.
La Iglesia crece y es edificada, pero como comunidad del Espíritu celebra y espera con esperanza.  Aquí y ahora experimenta el sabor del gozo de su vida nueva- en compañía del Espíritu- ; la Iglesia es así una señal del reino de Dios.
La iglesia es la comunidad donde los extraños y los extranjeros son bienvenidos, donde el poder es para servir y no para servirse; donde el poder no es dominación ni acumulación, sino entrega por el bien común.
La comunidad del Espíritu tiene en El a quién mejor la cautela y protege, llevándola a la humildad y al arrepentimiento para el mejor cumplimiento de su misión.

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