Eduardo Galeano: “Vi nieve por primera vez con Allende”
Vivian Lavín
Y quedó embelesado, porque no sabía que fuera tan suave, tanto que pareciera acariciar la noche. El destacado escritor y periodista uruguayo estuvo en Chile y su visita causó revuelo. Ese fervor lo agradece: “Eso prueba que se pueden desatar pasiones escribiendo lo que uno cree y eso lo recibo con entusiasmo”.
El autor de Las venas abiertas de América Latina y otra decena de libros ha sido considerado como un escritor peligroso pagando por ello hasta con la cárcel. “Uno de los escritores que más me influyó fue Ambrose Bierce, que era íntimo amigo de Mark Twain, y juntos dirigían la Liga Antiimperialista que condenó todas las invasiones que se derramaron por el mundo a fines del siglo XIX. Ambos era muy irónicos y filosos. Y hay una frase muy linda de Bierce que me sirvió para saber que iba por el camino correcto:”Quien no tiene enemigos, no merece tener amigos” Y es que la prueba de que uno está verdaderamente vivo en el mundo es que tienes amigos y enemigos. Me moriría de vergüenza si no tuviera enemigos”. Considerado hoy como una figura mundial, fue delegado en una de las elecciones venezolanas en las que resultó ganador Hugo Chávez, y junto a los ex presidentes César Gaviria y James Carter confirmaron la legitimidad de su triunfo. “Chávez demostró que se puede hacer lo que uno siente que debe hacer y que eso no hipoteca la simpatía popular ni lo convierte en un monstruo, sólo lo demonizan porque no soportan la simpatía que despierta en su propio pueblo”, explica.
Cada día, su propia historia
En Los Hijos de los días, su último libro, Eduardo Galeano se propuso, a modo de calendario, contar cada día una historia diferente. Todas historias reales, que desatan pensamientos, que buscan evocar emociones…
“Enero 11.
El placer de ir.
En 1887, nació en Salta, el hombre que fue Salta: Juan Carlos Dávalos, fundador de una dinastía de músicos y poetas.
Según dicen los decores, él fue el primer tripulante de un Ford T, el Ford a bigote, en aquellas comarcas del norte argentino.
Lento, venía. Las tortugas se sentaban a esperarlo.
Algún vecino se aceró. Preocupado saludó, comentó:
-Pero, don Dávalos…A este paso, no va a llegar nunca.
Y él aclaró:
-Yo no viajo por llegar. Viajo por ir”.
“Me pareció una historia digna de ser contada y de ser aprendida en este mundo que practica la cultura del vértigo, y que no cree en nada que no sea la velocidad y la rentabilidad. Si algo no es rentable es sospechoso y quizás muy malo. Y si algo no es muy veloz, no sirve y hay que tirarlo”, dice riendo. Sin embargo, hay múltiples necesidades… “La mayor parte de las necesidades son falsas e inventada por la publicidad, no son reales. En general, el mundo está compuesto por países condenados a competir entre sí y que practican esta cultura global que nos enseña que el prójimo es un competidor, un enemigo, rara vez es una promesa. Casi siempre es una amenaza, alguien que te va a quitar algo, el empleo, tu casa, tu mujer, qué se yo…No todos son jodidos en el mundo, pero da la impresión que vivimos condenados a obedecer a una dictadura del miedo que necesita de enemigos para poder justificarse. ¿Qué sería de los gastos militares que consumen la mitad de los recursos del planeta si no hubiera enemigos que combatir? ¿Qué hace la industria militar? Se va a la quiebra y es que es una industria criminal que vive de la muerte. Si la guerra no existe, se fabrica”.
También al aburrimiento lo considera una condena. “Este es un sistema de poder universal que nos invita a elegir a morir de hambre o de aburrimiento. Yo no deseo morir de ninguno, pero te dicen que esto no se puede hacer, que hay que tener mucho cuidado con esto otro…te condenan a vivir preso de las máquinas, una vida aburridísima, sin libertad, sin audacia sin pasión, sin peligro más que de las mismas máquinas que pueden matarte aplastándote”.
Sin embargo, esas mismas máquinas y la tecnología asociada a ellas, ha democratizado a la palabra y al lenguaje como nunca antes. “Soy de los que creen que el drama humano consiste en que nos hemos convertido en máquinas de nuestras máquinas. Somos la única especie que tiende a convertirse en instrumento de sus instrumentos, entonces, el automóvil te maneja, la computadora te programa y eso no debiera ser así, pero es así. No es culpa de las máquinas, pobres máquinas…yo las calumnio continuamente diciendo que cuando nadie las ve, beben de noche. Son calumnias viles. Pero las pobres no tienen culpa del mal uso que se hace de ellas. Por ejemplo, la televisión que puede ser un instrumento estupendo de comunicación cultural y lo es en varias experiencias, y sin embargo, se utiliza con malos fines, entrenando a la gente para el odio y la obediencia, que son disciplinas militares y para el consumo, sobre todo, para esta exhibición obscena de automóviles último modelo con palabras que me quieren excitar, que me quieren convencer que el automóvil es un artículo erótico de cual no puedo prescindir si quiero tener un orgasmo pleno, y eso me parece una inmundicia”.
Libros que tienen vida
“Soy incapaz, y no tengo reparos en confesarlo, de leer un libro en pantalla. Necesito libros de papel que cruje, que huele a papel, libros que yo pueda apretar contra el pecho cuando me sienta solo o triste; libros que yo pueda estrujar contra el oído a ver qué es lo que tiene para decir, si respira de verdad o no. Porque yo siento que el libro es como un ser vivo, lo pongo al oído y siento que respira. Yo tengo una pasión por el libro que está ahora fuera de moda”, dice nostálgico.
El amor por los libros lo tiene desde pequeño, cuando era un amante de los libros ilustrados. Entonces, miraba a los adultos y los compadecía, al verlo sumergidos en enormes tomos sin siquiera un dibujo. Esa falta de imágenes es lo que lo ha llevado a incluir en sus libros sus propios dibujos, como una manera de vengarse y compadecer a los adultos que leen sin figuritas. Fueron esos libros ilustrados, como los de Salgari, su favorito, los que hicieron de Eduardo Galeano un fervoroso lector. “Yo viajé por los siete mares del mundo llevado por él, y le estoy muy agradecido porque él no se había movido nunca de Génova, y él me viajó, él me enseñó cómo era el mundo sin conocerlo él mismo”.
Fueron esos dibujos y su afición por la ilustración, la que lo hizo pensar de pequeño que sería dibujante, pero nunca escritor. “Siempre creí que iba a ser dibujante, pintor, también jugador de fútbol, santo…miles de cosas, pero nunca escritor. Lo del fútbol fue lo que más me dolió porque era lo que más quería. Lo de escribir ocurrió ya tarde en mi vida, a partir del periodismo que lo empecé a ejercer como una manera de entrar en la realidad. Me apasionaba meterme en las noticias de carne y hueso. Dirigí, cuando tenía 20 años, en Uruguay un diario independiente de izquierda que se llamaba Época, donde nadie cobraba porque trabajábamos en otras cosas. Lo hacíamos por el enorme placer que nos daba el periodismo ejercido como contacto directo, casi íntimo con la realidad. Terminábamos a las dos de la mañana y corríamos los escritorios y nos reventábamos a patadas jugando al fútbol…éramos unos niños”. La ficción no se le daba, era la realidad su hábitat. Una realidad que lo comprometía al punto que debió pagar con cárcel mucho de lo que publicaba. Eran estadías cortas, de uno o dos días, nunca suficientes para escarmentar a un Eduardo Galeano cuyo compromiso con la verdad era para toda la vida.
Con su amigo Allende
Recuerda que en las oficinas de Época aparecían escritores y muchos amigos. Uno de ellos era Salvador Allende, a quien había conocido en una campaña electoral de “regidores”, puesto que venía de haber perdido una presidencial. Fue Allende el que lo invitó a Punta Arenas y apenas habían llegado lo llevó a comprarse unos “mata pasiones”, esos calzoncillos largos muy abrigados y cuyo nombre evoca con añoranza y humor. Fue una noche, en la ciudad más austral del mundo, cuando frente a una ventana y en amable conversación junto a Allende, Galeano conoció la nieve. “Vi nieve por primera vez con Allende. Y me pareció deslumbrante por su suavidad…yo no sabía que la nieve era tan suave, era algo que acariciaba el aire, que acariciaba la noche, me quedé como embelesado, hipnotizado, lo cual nos dio pretexto para tomarnos un segundo whisky con Salvador. Después de esa misión periodística, se nos convirtió en costumbre visitarnos…La primera vez que volví después de su muerte dije en un acto público, lo que cayó muy mal, que me dolía muchísimo que una avenida muy importante de Santiago de Chile se llamara 11 de septiembre en homenaje a un Golpe criminal que había asesinado al demócrata más digno de todos los tiempos de América Latina. Porque nadie ejerció la democracia tan a fondo como él. Allende fue un símbolo de democracia para todos, y que me sorprendía que Chile no lo valorizara, porque esa avenida llamada así es una ofensa, como escupirle en el cadáver…no recuerdo en qué acto fue que cayó horrible, pero yo lo decía como amigo, porque fue mi amigo”.
A pesar de que su conversación es plácida, a Eduardo Galeano le queda espacio para la indignación. Le indigna la guerra y la prisión de nuestros parientes, los animales. Sin embargo, “lo que más me violenta es la injusticia cuando ocurre ante mis ojos. Mi primera experiencia en la materia fue muy desalentadora y ocurrió en una calle de la ciudad vieja de Montevideo que se llama Yakaré. Tenía unos 16 años y una madrugada, caminando solo por los bajos de Montevideo, escuché unos gemidos. Yo acababa de ver una película de Visconti con Alain Delon en la que había una escena exactamente a la de ese momento: una mujer que estaba contra una pared, como crucificada, aguantando los golpes de un hombre. Entonces, me acerqué con mucho cuidado y le toqué la espalda al caballero y le dije: Mire y…¡paf!, me tiró al suelo, me pateó las costillas y ella, la víctima, con unos zapatos de taco alfiler que se usaban en aquella época, me pegaba en la cabeza. Bueno, eso debió haberme escarmentado para siempre, de no meterme nunca más en este puto mundo a defender a nadie, pero no escarmenté. Se ve que nací para meterme en líos”, dice riendo.
Y para protegerse de esos líos, en ciertos momentos, como un talismán, Galeano dice para sus adentros abracadabra, que en hebreo antiguo quiere decir: Envía tu fuego hasta el final. “Es una palabra amuleto para mí, la digo en silencio, la murmuro cuando quiero que algo se abra, cuando algo parece inexplicable o que parece no tener remedio, como que no habrá ningún sol que suceda a esa noche…”. Abracadabra, y la palabra de Eduardo Galeano abre las puertas de ese otro mundo que creemos posible.
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