miércoles, 26 de junio de 2013

Las tardecitas de Santiago tienen ese qué sé yo…

 Víctor Rey 
Y buscad el bienestar de la ciudad…Y rogad al Señor por ella porque en su bienestar vosotros tendréis bienestar” (Jer. 29:7)
No podemos negar que los seres humanos somos hoy más que nunca seres urbanos.  Tenemos una relación de amor y odio con las ciudades donde vivimos. Creo que una de las cuestiones que nos ha planteado la globalización es el tema de la ciudad.  De alguna manera ahora somos más ciudadanos que antes debido a la crisis, el paradigma de los países, y a la debilidad de las fronteras que los marcaban de forma tan fuerte hace algunos años.  Hemos comenzado a amar más nuestras ciudades y a identificarnos más con ellas.  De alguna manera rescatamos la herencia hebrea y griega que nos ha influenciado durante tanto tiempo, y recordamos por ejemplo a Sócrates a quién se le da la oportunidad de conmutarle su sentencia de muerte bebiendo la cicuta por irse, exilarse de Atenas.  Él responde con una pregunta:  ¿Qué puedo hacer sin Atenas?
También viene a mi mente ese texto del Salmo 122:1-3.  “Yo me alegro cuando me dicen: “Vamos a la casa del Señor”. Jerusalén, ya nuestros pies se han plantado ante tus portones. ¡Jerusalén, ciudad edificada para que en ella todos se congreguen!  En los círculos cristianos este texto se ha interpretado como la alegría de ir al templo o a la iglesia, pero el énfasis del texto está puesto en la ciudad.  De alguna manera la ciudad es la casa común de todos.
He tenido la oportunidad de vivir en varias ciudades: Santiago, Concepción, Valparaíso, en Chile; Lovaina La Nueva, Bruselas en Bélgica; Birmigham en Inglaterra, Quito en Ecuador y Buenos Aires en Argentina.  También he conocido otras que me han impresionado por su belleza, su historia y su gente: París, Amsterdam, Oxford, Londres, Berlín, Nueva Dheli, La Habana, Bogotá, Brasilia, Mar del Plata, por citar algunas.
Un amigo me dijo que las ciudades son libros que se leen con los pies.  Personalmente, cuando estoy en una nueva ciudad me gusta conocerla caminando.  De alguna manera, la misión de la Iglesia hoy es hacer buenos ciudadanos a los seguidores de Jesús.
Nací en Santiago de Chile y he visto cómo ha evolucionado esta ciudad que, según los expertos, se ha convertido en líder para hacer negocios, pero carentes de íconos.  Cuando a inicios de 2011 el diario The New York Times declaró Santiago como el principal lugar de interés para visitar en el mundo, muchos se sorprendieron.  La capital chilena suele resaltar en ranking de calidad urbana o de competividad económica a nivel latinoamericano, sin embargo, palidece en el momento de competir con Buenos Aires o Rio de Janeiro como destino turístico.
Justamente, ésa es una de las mayores debilidades de la capital chilena, detectada en el primer estudio que la desmenuza y compara con otras ciudades de la región para establecer sus fortalezas y debilidades como metrópoli de clase mundial. Los resultados son elocuentes: “Hay un claro reconocimiento del funcionamiento de la ciudad en general, fundamentalmente en infraestructura, calidad de vida u oportunidades, pero también se reconocen ciertas carencias que se están haciendo críticas, como la segregación social y la falta de proyecto o visión concordado de cómo entendemos la ciudad y hacia dónde se puede encaminar”, nos dice el referido estudio.
En el análisis se identifica el éxito de Chile como país competitivo y global, pero según los autores, Santiago sólo ha crecido por efecto de ese auge:  “La ciudad debiese ser la locomotora de ese fenómeno, no un carro más.  El avance del país y su capital va a ritmos distintos”, agrega.
No es la única debilidad.  Los expertos sostienen que pese a símbolos como la cordillera, el cerro San Cristóbal, la cercanía a los centros de esquí, viñas y la costa, Santiago no tiene una imagen urbana bien identificable y atractiva. Buenos Aires tiene el tango, Rio de Janeiro el Cristo Redentor y las playas, pero Santiago no es claramente identificable. Una vez vi en Brasil un aviso que decía “Visite Santiago y sus malls”. Pero la ciudad es más que un centro de compras. La idea es superar la expresión del “Santiasco”, y que los habitantes quieran a la ciudad y así logre ser atractiva para ganar en competitividad.
Podemos decir que el concepto de ciudad proviene del vocablo latino civitas, que se refería a una comunidad autogobernada. Las ciudades comenzaron a surgir en el neolítico, en el cuarto milenio A.C., cuando los grupos de cazadores y recolectores nómadas adoptaron una vida sedentaria y agrícola.
Por esta razón cobran mayor actualidad las palabras de Jaques Ellul, escritas el siglo pasado  en su libro  La Violencia: “La tarea del cristiano es la de representar a Dios en el corazón de la ciudad, el lugar de la maldición y la promesa de Dios, reconociendo  que la fidelidad puede traer aparejada la persecución por la expulsión o la prisión.”
La urbanización es un hecho en América Latina, y este fenómeno se  irá acentuando en los próximos años. Esta urbanización no es solo una mayoría urbana en un continente hasta hace poco tiempo agrario, sino sobre todo es una imaginación de una nueva mentalidad, de una nueva cultura y de otra religiosidad.
Las ciudades son la objetivación de la cultura de la civilización.  Es un depósito de todas las conquistas del espíritu humano.  Un museo permanente en el que permanece  la continuidad del pasado al servicio de las nuevas generaciones.
Espero que los santiaguinos aprendamos a querer a nuestra ciudad y que cada día la podamos hacer más humana, un lugar donde se respire más aire puro y también más libertad, y podamos caminar por esas calles y esas tardecitas con paz, seguridad y una sonrisa en los labios.

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