jueves, 27 de junio de 2013

“Desde el amor extrovertido”

 Juan Pablo Espinosa Arce
El nexo establecido entre el placer sexual y la vocación por el amor que nace entre una pareja, es algo que no puede ser desconocido. Si antropológicamente evidenciamos que el primer ámbito representa la pecaminosidad que existiría en lo sexual, tópico también cubierto por un halo de misterio y de prohibición, accedemos a una comprensión errónea y dualista de lo que la sexualidad es. Así mismo, si el placer sexual se levanta como centro de la vida sexual de un hombre y una mujer no dejando espacio para el amor, también caeríamos en un reduccionismo que terminaría considerando a la mujer o al hombre un mero objeto de satisfacción de las pasiones y no como un vínculo que permite completar aquello que me falta.
Teniendo esto, habría que buscar por tanto un punto medio, un espacio de diálogo y de complementariedad entre el placer sexual y la opción/vocación por el amor. Veamos pues en qué consistiría esta búsqueda de lugares y criterios comunes. En primer lugar, y haciendo eco de las palabras del filósofo Emanuel Levinas, es necesario ver a la pareja como “otro que no soy yo” frente al cual puedo reconocerme y crear un proyecto común ético, sexual y amorosamente “sustentable”. Mi pareja se transforma por tanto en un compañero/a de camino. A partir de lo que hemos visto como grupo de trabajo y en relación con la reflexión anterior, el amor es el que debe fundamentar esta opción primordial que hago al contraer una alianza o un pacto con mi “no yo” como manera de crear un “nosotros” en, por y desde el amor. En medio de este vínculo aparece el placer sexual como un complemento necesario para el buen desarrollo de este proyecto. Dicho elemento agrega estabilidad emocional entre los sujetos, ya que ambos pueden sentirse. Es necesario recordar que en el tacto, en el estar-con-el-otro de manera placentera se crea y se recrea el primer amor.
El placer, los cuerpos que se tocan, juntan y funden, constituyen un lenguaje que permite comprender el simbolismo más profundo de la vivencia sana del amor. Somos mamíferos, seres que buscan el contacto corporal y genital con el otro, pero siempre comprendiendo que podemos hacer daño o bien con nuestra práctica del placer sexual. Daño en el sentido de instrumentalizar o reducir todo a la genitalidad, y por otro lado hacer el bien en cuanto vivir el placer de manera sana dentro del proyecto global del amor con nuestra pareja.

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