El escritor y sus fantasmas: Sabato en Santos Lugares
A media hora de Buenos Aires está el pueblo donde se refugió el escritor a fines de los años 40.
por Felipe Ramírez Mallat
En la plaza dos hombres comparten una caja de vino mientras un par de chicos patea una pelota de básquetbol sin aire. No se ve mucho movimiento y al cruzar me observan como de seguro han sido observados todos los foráneos que han aparecido en estos días. Camino un par de cuadras y en una verdulería pido la indicación para la calle Langueri. "¿Viene a lo de Sabato?", pregunta el dependiente y luego sonríe. "La casa está justo frente al club. ¿Una pena, no?".Ampliar
¿Mucha gente ha venido en estos días?
Cantidad.
Es mediodía y Santos Lugares parece congelado en los años '50, ajeno a la vorágine que a sólo media hora vive Buenos Aires. Las hojas de los árboles reposan tranquilas en el piso, algún auto pasa con lentitud y un policía fuma apoyado en la pared. El movimiento es mínimo.
Frente a la sede del Club Social y Deportivo Defensores de Santos Lugares está la casa de Sabato. No hay espacio para la duda: flores, fotos, dibujos y decenas de papeles decoran la reja. La mayoría de los mensajes es de vecinos del barrio. El jardín es oscuro y tupido. El escritor tenía prohibido que se le hiciera nada: ése era trabajo de la naturaleza. Al fondo, con las ventanas cerradas, la casa se ve vieja, una gloria de otra época. Dentro, junto a muchas historias, también se esconde esa obra pictórica que siempre fue reticente a exhibir.
Entre los mensajes, hay algunos pésames, muchos agradecimientos. Toco el timbre, pero no pasa nada. Al rato llega el cartero, toca y una mujer se asoma. Vestida de negro, sale y recibe un fajo de telegramas. Los abre mientras cruza unas palabras con el cartero. Es Erica Aguilar, ahijada del escritor. Dice que los telegramas llegan por montones, que el cartero está viniendo dos veces por día.
El hijo del escritor, Mario, ha dicho que quiere restaurar la casa y transformarla en museo, generar un polo en Santos Lugares. Que sea ese, su refugio del mundo, el centro de difusión de su obra. Pero Erica no quiere hablar. Dice estar muy dolida. "La vida sigue, no hay mucho más que decir", balbucea antes de darse la vuelta y entrar.
"Que sus hijos lean libros"
Al frente se estaciona un camión de cervezas. Se bajan tres hombres. "Yo hago esta ruta hace casi 10 años y muchas veces lo vi en el club", cuenta uno de ellos. "Los últimos años ya no, me parece que no salía. Ya estaba muy grande, ¿cuántos años era que tenía?".
99 años. ¿Era cierta su fama de cascarrabias?
No tanto, al menos a nosotros siempre nos saludaba, muy correcto. Nos preguntaba si leíamos libros, si entregábamos libros a nuestros hijos. Nos decía que los hiciéramos leer, que era lo mejor para el hombre.
Dentro del club tampoco hay mucho movimiento. Un par de chicos por allí, un hombre sentado en un banco más allá. Parece sacado de Luna de Avellaneda, la película de Juan José Campanella. "Antes siempre venía", cuenta Maxi Rè, regente de la cafetería del lugar. "Andaba con un perro atado del brazo, un ovejero alemán. Se sentaba en esas mesas", dice apuntando con el dedo.
"En el club era muy querido, la mitad de esto se hizo con donaciones suyas", acota, mostrando el hall del edificio de cinco pisos. "La biblioteca es casi toda donada por él, por eso lleva su nombre. Y casi todo lo cultural o de educación que se hace acá recibía aportes suyos. Esperemos que ahora la familia no nos deje de lado, aunque no creo, si hasta pidió que lo velaran acá. Yo mismo fui de los primeros en enterarse, me llamaron como a las tres de la mañana para decirme que tenía que preparar todo esto para cuando empezara a llegar la gente".
¿Alguna noticia sobre el museo o una 'ruta Sabato'? "Sé que esa es la idea del hijo", cuenta el regente. "En estos días tuvimos bastante más movimiento que lo normal, muchos periodistas, pero también gente común. Vienen a dejar una flor a la casa y se cruzan a tomar algo acá, un café, un tostado. Si se hace el museo, este movimiento sería algo normal y eso es bueno para el pueblo".
Mientras en la Feria del Libro se suceden los homenajes y las editoriales se friegan las manos pensando en las reediciones, acá estamos frente a la despedida de los pobres, al adiós vecinal. Ramos humildes, flores sueltas. El jardín frondoso, oscuro, enmarañado, en silencio, se hace eco de la propia mente del escritor.
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