WALT DISNEY EL DIBUJANTE QUE CREO
UN IMPERIO
Víctor Rey
Desde niño me gustó dibujar. Con mi hermano mayor competíamos en hacer
dibujos y pedirle a nuestra madre que dirimiera quien lo hacía mejor. Las revistas de Walt Disney eran nuestras
preferidas y pasábamos horas y horas leyendo e imaginando las historias. También construíamos nuestras propias
revistas, muy artesanales por supuesto con la tecnología que contaba en esos
tiempos. Al lado de nuestra casa en un barrio periférico de la ciudad de Santiago,
había unos vecinos que instalaron en su casa un puesto de cambio y arriendo de
revistas. Al entrar en esa casa y sentarnos en las gradas de la escalera y
comenzar a disfrutar de las historietas de “Disneylandia”, “Fantasía”, “Tío
Rico”, “El Pato Donald” y otras, entrabamos en el mundo de la imaginación y la
fantasía. Cuando me preguntaban que
quería ser cuando grande, lo primero que se me venía a la mente era ser
dibujante como Walt Disney. Y recuerdo con nitidez el día de diciembre que la
radio anunció la muerte de este gran creador.
Cuando tenía veinte años, en la
biblioteca pública de Kansas City, Walt Disney descubre el libro “Animated
Cartoons: How They Are Made: Their Origin and Development” de E.G. Lutz
publicado en 1920. El manual, que le acompañará toda la vida, constituye una
valiosa herramienta de trabajo —como señala el voluminoso álbum “Los archivos
de Walt Disney” (Taschen)— para los artistas de la productora en el
proceso de creación de la película “Blancanieves y los siete enanitos”, la obra
con la que Disney viste de largo la animación en la historia del cine. Disney
realizaba el primer largometraje de dibujos animados, transformando el propio
lenguaje y los códigos del cine.
Desde aquel joven dibujante sin
apenas dinero que llega a Los Angeles en la década de los años veinte
dispuesto a realizar su sueño, la creación de su propia productora, hasta el
empresario que solo unas décadas después construirá uno de los grandes imperios
del entretenimiento, la trayectoria creativa de Walt Disney se compone de una
mezcla de genio creativo, artista visionario, empresario protector y
paternalista, productor autoritario, donde se mezclan grandes momentos de
gloria y sonados fracasos comerciales, con episodios menos conocidos como la
huelga general de 1941 de los trabajadores de la productora a causa de los
bajos salarios y agotadoras jornadas de trabajo.
En una de sus pioneras
producciones animadas, “Steamboat Willie”, aparece por primera vez un ratón
bautizado como Mickey Mouse. La silueta de aquel pequeño ratón, astuto y
combativo —como un Álter Ego de Disney— y que se transformará con el paso
del tiempo en formas más sofisticadas, acaba convirtiéndose en la figura
talismán de su obra y de su naciente productora. Disney es ese hombre
persuasivo e infatigable a la hora de conseguir sus propósitos como muestra la
película “Al encuentro de Mrs. Banks”, y la infatigable lucha del creador por
obtener los derechos cinematográficos de la novela “Mary Poppins” de la
escritora P.L. Travers. El instinto de Disney una vez más le señala el
potencial creativo que ofrece esa misteriosa niñera que se desplaza con su
paraguas por los cielos de Londres. Después de veinte años de negociaciones
consigue finalmente los derechos firmando uno de sus mayores éxitos, solo dos
años antes de morir, con el debut luminoso de Julie Andrews en la
pantalla.
Pionero en medir el poder de las
imágenes, primero en el cine, y luego en la televisión y la publicidad,
visualiza un futuro mundo hegemonizado por la sociedad del ocio. Tomando como
inspiración el imaginario fantástico de los cuentos consigue esa fusión de
magia y celuloide en la pantalla a través del arte de animación. Censurado por
sus posiciones conservadoras —Disney es uno de los primeros en declarar en la
Comisión de Actividades Antinorteamericanas—paradójicamente en la pantalla, las
heroínas de sus películas quedan muchas veces oscurecidas y relegadas a un
segundo plano por la seducción perversa o poder de fascinación de las “figuras
de mal” ya sea la Maléfica de “La Bella Durmiente” o la Cruella de Vil de
“101 Dálmatas”, verdadera protagonista y éxito de película.
En pleno proceso de producción de
la película “El libro de la Selva”, el 15 de diciembre de 1966 a los 65 años fallecía
Walt Disney, enfermo de cáncer. La muerte del creador da la vuelta al mundo,
señalando el fin de una era. A partir de ahora nacía la leyenda. Para el
imaginario dejaba algunos de los iconos más potentes del siglo XX.
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