lunes, 17 de diciembre de 2018

En el aniversario 188 de la muerte de Simón Bolívar



EL GENERAL EN SU LABERINTO UNA NOVELA ENTRE LA HISTORIA Y LA FICCIÓN
Víctor Rey
Acabo de terminar de leer la obra de García Márquez “El general en su laberinto”, justo el 17 de diciembre del 2018, es decir en el aniversario 188 de su muerte acaecida en el año 1830 en Santa Marta. Me demoré casi un año en leerla ya que lo hice lentamente disfrutando su lectura y aprendiendo de la vida de Simón Bolívar, ya que no tenía muchas noticias al respecto.  Esta novela que está en el cruce de la historia y la ficción es la obra posterior a “El amor en los tiempos del cólera” y la más alejada del registro real mágico que caracterizó a la producción de Gabriel García Márquez desde la década de 1960 hasta 1989 año de la publicación.  En “El general en su laberinto”, García Márquez se desprende de una buena parte de los artilugios estilísticos que acuñó en obras como “Cien años de soledad” y “El amor en los tiempos del cólera” para ofrecer un retrato descarnado de los últimos meses de vida del Libertador Simón Bolívar. Esta prosopografía del Libertador, en términos estilísticos, está emparentada con la economía de recursos que utilizó en “La hojarasca”, cerrando así un ciclo vital de escritura en el que García Márquez desplegó su talento como narrador para entregar obras a la altura del denominado canon occidental.
“El general en su laberinto” resalta el desconsuelo del Libertador por el naufragio de la empresa a la que consagró su vida, a saber: la unidad del continente desde el Río Grande hasta Patagonia. Las conjuras y consejas que concluyen con la muerte de su sucesor espiritual, Antonio José de Sucre, son ambientadas en medio de las fiebres tuberculosas que asaltan a Bolívar en su último viaje por champán a lo largo del río Magdalena y los hospedajes que habitó en Cartagena y Santa Marta. García Márquez, quien invirtió más de tres años en la novela, realizó una investigación minuciosa del contexto histórico del Libertador, pero, tal como lo afirmó en el prólogo, su interés radicó en narrar la travesía del Libertador por el Magdalena.  Así, la preocupación no era solamente histórica sino también estética ya que García Márquez utiliza al río para construir un retrato de época en las dos novelas que corresponden a la década de 1980: “El amor en los tiempos del cólera” y “El general en su laberinto”.
Como se ha mencionado, “El general en su laberinto” es una producción inusual en la obra de García Márquez. Por un lado, hay un desprendimiento de los recursos del realismo mágico para centrar el estilo en el retrato descarnado del Libertador Simón Bolívar; por otro, hay una elaboración consistente del río Magdalena en el campo de la construcción de un retrato veraz de la época, no exento de la utilización de recursos poéticos que vivifican la presencia natural del río como un personaje que acompaña al Libertador en pos de un buque que lo saque a Europa o, en su defecto, que lo conduzca hacia su última morada, cuando aún considera que puede liderar la toma de Riohacha y reiniciar la unidad del territorio de la América Grande —comprendido entre el Río Bravo y la Patagonia— en crisis por la acción política de las grandes familias beneficiadas por el caos institucional en los países colombinos.
El uso de la prosopografía por parte de García Márquez es particular en El general ya que parece competir con la iconografía heroica que ha sido construida en torno a la figura del Libertador en casi doscientos años. En cierta forma, desmitifica al personaje de la cartilla para transformarlo en un ser humano, presa de fiebres tuberculosas pero dispuesto a entregar los restos de salud para rescatar la idea de la unidad del continente. Esta vulnerabilidad que provocaba fiebres, delirio y enajenación a Bolívar es el efecto que logra García Márquez para mostrarnos, a manera de deícticos, pasajes e impresiones de la vida de Bolívar que el autor rescata de archivos o de investigaciones coordinadas con estudiosos amigos —a los que tuvo bien retribuir en los agradecimientos finales del libro—. Así, el lector descubre la malquerencia entre Bolívar y Santander cuyo culmen se presenta en la conspiración septembrina, pero que venía sembrándose desde antes cuando Bolívar pondera los esfuerzos de los políticos venezolanos para apoyar los esfuerzos del Congreso de Angostura; también conoce de primera mano el carácter diplomático del mariscal Sucre, quien desiste a la grandeza de ser el unificador del territorio que había libertado Bolívar para dedicarse a retribuir al amor de su esposa y su hija; los odios que surgen por las rivalidades entre egos, promovidos por el mismo Bolívar, como el caso del citado Sucre y Urdaneta. La fuerza de los retratos psicológicos que García Márquez intercala a lo largo de la travesía del río introduce la acción narrativa en la obra. Acá es importante la fuerza de la introspección ejercida por un narrador omnisciente que utiliza los recursos de la tercera persona gramatical para descubrir estos casos de historia menuda que no son abordados por la historia oficial. De hecho, la ficción novelesca basa toda su potencia en este recurso. En ese sentido, García Márquez transforma las funciones del narrador omnisciente al utilizar los recursos de interiorización para hacer decir discursos a los personajes que un lector desprevenido podría considerar ciertos. Caso paradigmático son las últimas palabras del Libertador:
“¿Qué es esto?… ¿Estaré tan malo para que se me hable de testamento y de confesarme?… ¡Cómo saldré yo de este laberinto!” Que devienen en: “Carajos”, suspiró. “¡Cómo voy a salir de este laberinto!”

La suerte de Manuela, la Libertadora del Libertador, signada por lo trágico, adquiere un valor poético que la historia tradicional condensa en unas cuantas líneas, despojando de valor vivencial los actos que marcaron a una vida. Aunque las cartas están marcadas, los destinos que narra García Márquez encuentran una trascendencia que pareciera haber sido negada por la historia. El lector recorre estas “vidas cruzadas” mientras que asiste al deterioro de la figura de Bolívar, a quien le llegan señales de su decadencia a través de rumores o de noticias emitidas por los más cercanos.
“Una tarde, mientras el general yacía en el sopor de la fiebre, alguien en la terraza despotricaba a voz en cuello por el abusos de cobrar doce pesos con veintitrés centavos por media docena de tablas, doscientos veinticinco clavos, seiscientas tachuelas corrientes, cincuenta de las doradas, diez varas de madapolán, diez varas de cinta de manila y seis varas de cinta negra.”


José Palacios, el sirviente que dirá “lo justo es morirnos juntos” cuando el general le otorgue una cláusula irrevocable e irrenunciable de ocho mil pesos, es la voz que da el contratiempo al declive de Bolívar. Más adelante, cuando su destino, signado por el alcohol, concluya, García Márquez dejará a los lectores en el flujo del narrador omnisciente para llegar hasta la nada.
“De hecho fue así, pues manejó tan mal sus dineros como el general manejaba los suyos. A la muerte de éste se quedó en Cartagena de Indias a merced de la caridad pública, probó el alcohol para ahogar los recuerdos y sucumbió a sus complacencias. Murió a la edad de setenta y seis años, revolcándose en el lodo de los tormentos del delirium tremens, en un antro de mendigos licenciados del ejército libertador.”
La personificación de Palacios, tan distinguido y más presto a la confusión del pueblo que lo veía como el Libertador, es otro acierto narrativo de García Márquez. Palacios es trasunto de Bolívar en un plano de idealización subjetiva:
“Lo raro es que desde anoche no volvimos a tener fiebre […] ¿Qué tal si el curandero fuera mágico de verdad?”
Aunque la novela abarca una parte de dicha historia que, como lo asegura García Márquez, ha sido poco testimoniada, no es una recreación en regla de la época ni tampoco es una novela histórica. Es un artefacto de ficción que utiliza momentos históricos para cumplir con el cometido de narrar los últimos meses de Simón Bolívar, sus desengaños, amores, y su periplo vital, apoyado en los recursos descritos a lo largo de estas anotaciones.
El recurso del narrador omnisciente, característico en la obra de García Márquez, despliega en “El general en su laberinto”, un viaje a la conciencia moribunda de Simón Bolívar que empata con procedimientos realizados en novelas como “La hojarasca”.

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