HERBERT
MARCUSE, UN FILÓSOFO PARA HOY
“Leer
a Marcuse es acceder a la imaginación crítica”
R. Laureillard
En el año 1973, cuando comencé
mis estudios de filosofía en la Universidad de Concepción en el sur de Chile,
circulaba entre un grupo de amigos dos libros que de algún modo eran
considerados heterodoxos entre el pensamiento oficial del marxismo de ese
tiempo, estos eran: “El Hombre
Unidimensional” y “Eros y Civilización”.
Conversábamos acerca de las revueltas estudiantiles en las universidades
europeas y sobre todo del “Mayo Francés de 1968”, y la influencia de su
pensamientos en esos movimientos.
También se hablaba del “poder estudiantil”y de la fuerza que tenía en
Europa y en Estados Unidos. Por supuesto
que nos sentimos atraídos por estos sucesos y por estos libros. ¿Qué era el “poder estudiantil”? Era el nombre que le daban los jóvenes
norteamericanos al movimiento que empujaba a los adolescentes de todas las
universidades del mundo a impugnar en sus propios fundamentos la sociedad que
los rodeaba. ¿Qué tenían en común? Por lo menos dos cosas: eran jóvenes y rechazaban la sociedad de sus
mayores. ¿Qué deseaban? Actuar de manera que la universidad no fuera
más el bastión del conservadurismo, sino el foco de un nuevo radicalismo revolucionario. Tenían pocos años para cambiar el mundo: no se es estudiante por mucho tiempo. Estaban apurados.
Para comprender la virulencia
de este rechazo, es necesario conocer a un autor que gran parte de los
estudiantes más politizados reivindicaban para sí: el filósofo
germanonorteamericano Herbert Marcuse.
¿Quién fue Herbert
Marcuse? Un hombre de un metro ochenta
centímetros, satírico. En California
donde vivió fue conocido en primer lugar por su amor a la naturaleza y a los
animales (fue miembro de zoológico de San Diego), por su horror al ruido, por
su felicidad matrimonial (estuvo casado con su esposa Inge por 41 años), por su
conocimientos de los idiomas (hablaba correctamente el alemán, su lengua natal,
el inglés, su lengua de adopción, el francés y el ruso, comprendía el italiano
y el español).
Nacido en Berlín en 1898, y
muerto en Estados Unidos en 1979, Herbert Marcuse perteneció al inteligencia
centroeuropea que sufrió, en carne propia o muy de cerca, los trastornos
configuradores de la historia europea primero , y la historia mundial
después. De familia judía, vivió a sus
veinte años la gran esperanza y el ulterior desengaño del fracaso de la
revolución alemana. Especialista en
Hegel, reconoce posteriormente en su obra dos maestros con los cuales mantuvo
siempre una provechosa discusión intelectual: Marx y Freud. Después de unos años de quietud y
trabajo-Marcuse abandonó la política activa tras el asesinato, en 1919, de Rosa
Luxemburgo y de Karl Liebknecht-, en 1933 la subida al poder de Hitler lo
fuerza a dejar su país y a establecerse, por poco tiempo, en Suiza y en
Francia. Finalmente algunas estancias
como “profesor visitante” en universidades norteamericanas, fija su residencia
en los Estados Unidos, donde ocupó varias cátedras. Trabajo en el Instituto Ruso de Columbia y en
el Centro de Investigación de Estudios sobre Rusia de Harvard, donde enseñó
ciencias políticas y también enseñó filosofía política en la Universidad de
California. El enfrentamiento con la
sociedad industrial norteamericana acabó de configurar sus intereses
intelectuales, iniciados temáticamente –aparte los estudios sobre Hegel- con
una colaboración al libro que se publicó en 1936 bajo la dirección de Max
Horkheimer y con la intervención también de Theodor W. Adorno, titulado
“Estudios sobre la autoridad y la familia”.
En efecto, si el tema central de la no-libertad en los hombres y las
sociedades, especialmente en la sociedad, especialmente en la sociedad industrial
avanzada.
El discurso de Marcuse es,
pues coherente con su biografía y con la historia. Probablemente por esta misma razón, fue
apasionado y polémico, incisivo y provocativo.
El público lector tiene la posibilidad de descubrir que la obra de
Marcuse le aporta una gran cantidad de sugerencias y planteamientos que, más
que específicamente nuevos, resultan profundamente adecuados al momento
histórico que estamos viviendo.
El núcleo central de la obra
de Marcuse quedó constituido por la meditación sobre el pensamiento de sus tres
grandes maestros- Hegel, Marx y Freud-, representada por los cuatro grandes
libros de su época americana: “Razón y
Revolución” (1941), que lleva el subtítulo “Hegel y la aparición de la teoría
social”, donde se configuran por vez primera, en un cuadro orgánico, las bases
del pensamiento del autor; “Eros y Civilización” (1955), cuyo subtítulo es
“Investigación filosófica sobre Freud”, su libro más original y creador y, a la
vez con toda probabilidad, el más hondamente arraigado en Marx entre todos sus
libros; “El Marxismo Soviético” (1958), crítica de la civilización totalitaria
soviética y denuncia de la traición al pensamiento de Marx; y, finalmente, “El
Hombre Unidimensional” (1964), con su subtítulo suficientemente esclarecedor:
“Estudios sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada”.
Marcuse comenzó sus estudios
universitarios de filosofía en Berlín y se licenció en la Universidad de
Friburgo, en 1921. En Friburgo conoció a
Heidegger, quien por un tiempo influyó sobre él, guiándolo, a través de las
corrientes de la época ( neokantismo de Marburgo, fenomenología de Husserl,
Dilthey, Simmel, etc.), hacia su orientación particular, o sea, las primeras
formulaciones del existencialismo.
Pronto, sin embargo, Marcuse se desprendió de la influencia de
Heidegger, y se sintió tentado por la problemática sociológica según el
planteamiento de Max Weber. Pero la obra
que más influyó en su pensamiento inicial –y no solamente sobre él, sino en
toda una generación- fue “Historia y conciencia de clase” (1923) de George Lukács,
que lo indujo a trabajar sobre la base de la tradición hegeliana-marxista y más
específicamente, sobre el pensamiento de Hegel, que se convirtió en “su”
filósofo.
La obra de Marcuse es
cuestionable, porqué en su esencia y por voluntad es una obra abierta, una
sugerencia y un estímulo – más que una doctrina- que reclaman el diálogo y la
discusión, la imaginación y la libertad, en la lucha contra el establishment y
el sistema, contra la burocracia y el dogma, y contra la civilización
represiva. El discurso de Marcuse habla
a favor de la libertad y de la felicidad, y hace falta no confundir la crítica
intelectual que se le dirige desde el mismo punto de vista con la crítica cuyo
objetivo es precisamente, perpetuar el sistema represivo contra el cual se alzó
Marcuse.
Pensador reactivo, o sea, que
obedece casi siempre a estímulos externos, Marcuse cuenta, entre sus
contribuciones originales, la de haber sabido complementar –enlazándolos
estrechamente –los pensamientos de Marx
y de Freud como no lo habían logrado otros pensadores amigos suyos de la
“Escuela Filosófica de Frankfurt”, y el haber sabido también presentarlos
sugestivamente es sus aspectos a la vez más auténticos y actuales, o sea, por
la vertiente más revolucionaria y –si así se prefiere- más creadoramente libre
de su espíritu.
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