sábado, 26 de noviembre de 2016

FIDEL CASTRO, EL ÚLTIMO REVOLUCIONARIO DEL SIGLO XX

Víctor Rey

El 10 de noviembre de 1971, Fidel Castro pisaba tierra chilena en Santiago, donde fue recibido por el presidente Salvador Allende, quien hace un año había asumido el gobierno a través de la Unidad Popular, coalición de partidos de izquierdas, e inmediatamente había reestablecido relaciones diplomáticas con Cuba que se habían suspendido por la presión de Estados Unidos en 1964.  Permaneció por tres semanas hasta el 2 de diciembre recorriendo desde el norte al sur, las ciudades de Iquique, Antofagasta, Chuquicamata, Santiago, Rancagua, Santa Cruz, Concepción, Talcahuano, Lota, Tome, Puero Montt y Punta Arenas.  Visitando escuelas, universidades, fábricas, minas y campos agrícolas. Uno de los encuentros más emblemático fue el realizado en el foro de la Universidad de Concepción donde tuvo un diálogo con los dirigentes y militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), movimiento en el cual yo militaba y la universidad en la cual más tarde, dos años después entraría yo a estudiar filosofía.  Cuando regreso del sur aterrizó en Santiago en el antiguo aeropuerto Los Cerrillos. En auto, escoltado por una caravana de vehículos pasó por la antigua avenida San Joaquín, hoy Carlos Valdovinos, en la ex Comuna San Miguel, a dos cuadras de la casa de mis padres.  Junto a los amigos del barrio fuimos a ver pasar al comandante de la Revolución Cubana, quién desde la ventana de auto que lo transportaba nos saludó.  Escuché todos sus discursos y más adelante los leí en un libro que publicó la Editorial Quimantú.  No puedo dejar de reconocer que fue un gran orador, elocuente, cautivador y seductor por la palabra.  Recuerdo otros discursos de él.  Cuando se produjo el Golpe de Estado en Chile en septiembre de 1973, tuvo palabras especiales para el presidente Salvador Allende en la Plaza de la Revolución en La Habana.  He tenido la oportunidad de visitar Cuba en dos oportunidades.  La primera fue en el año 1995 en pleno “período especial”.  La situación económica de la isla era muy difícil. La segunda fue el año 2000.  En ese momento la situación era mejor.  Era época de vacaciones y los vuelos a la isla estaban completos.  De regreso tuve problemas para regresar  y la Compañía aérea me hospedo por tres días junto a otros pasajeros en el Hotel Habana Libre.  El mismo hotel que ocupó Fidel junto a sus colaboradores en los primeros meses de la revolución.  Desde ahí tomó las primeras medidas.  Era justo el 26 de julio, aniversario del asalto al Cuartel Moncada y pude ver por televisión el discurso de Fidel Castro a la gente de Cienfuegos por cinco horas.  Fidel tiene el record Guinnes del discurso más largo en las Naciones Unidas de 7 horas.  Y sus discursos superan los 20.000.
Líder autoritario para media humanidad, leyenda revolucionaria y azote del imperialismo yanqui para los más desposeídos y la izquierda militante.  Fidel Castro era el último sobreviviente de la Guerra Fría y seguramente el actor político del siglo XX que más titulares acaparó a lo largo de sus 47 años de mando absoluto en Cuba. Estrenó su poder caudillista el 1 de enero de 1959 tras derrocar al régimen de Batista. Ni siquiera en el ocaso de su existencia, después de que una enfermedad lo apartó del Gobierno en 2006, desapareció su influencia en una isla que siempre se le quedó pequeña, pues Castro la concebía como una pieza más de ajedrez en la gran partida de la revolución universal, su verdadero objetivo en la vida.
Castro tenía 90 años al fallecer.  Su hermano el presidente Raúl Castro anunció su muerte a través de televisión.  "Con profundo dolor comparezco para informarle a nuestro pueblo, a los amigos de nuestra América y del mundo que hoy 25 de noviembre del 2016, a las 10.29 horas de la noche falleció el comandante en jefe de la Revolución Cubana.  Fidel Castro Ruz", ha dicho emocionado el mandatario. “En cumplimiento de la voluntad expresa del compañero Fidel, sus restos serán cremados en las primeras horas de mañana sábado 26.[…] ¡Hasta la victoria! ¡Siempre!”.
Según el periodista norteamericano Tad Szulc, autor de una rigurosa biografía sobre Castro, desde su juventud Fidel creyó que había “líderes destinados a desempeñar papeles cruciales en la vida de los hombres, y que él era uno de ellos”. Esa convicción, unida a su intuición política y gran poder de convencimiento, así como a su temeridad y capacidad de “convertir los reveses en victorias”, le hicieron destacar en un momento muy especial de la historia de Cuba, cuando la corrupción general y el descrédito del Gobierno de Carlos Prío Socarrás eran terreno fértil para la lucha política.
Tras graduarse de abogado en 1950 y abrir un pequeño bufete, entró de lleno en política con el Partido Ortodoxo, que lo designó candidato al Congreso en las elecciones que debían realizarse en junio de 1952. Sin embargo, el 10 de marzo de ese año la historia de Fidel Castro y la de Cuba cambiaron para siempre con el golpe de Estado que encabezó el exsargento Fulgencio Batista.
Rotas sus relaciones con la ortodoxia por considerar débil su reacción al golpe, Castro concibió una acción armada que debía provocar una insurrección popular: fue el asalto al cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1953. La operación acabó en fracaso y se saldó con la muerte de 67 de los 135 integrantes del comando revolucionario, la mayoría asesinados después de los combates. Los rebeldes fueron juzgados en un proceso muy sonado en el que Castro asumió su propia defensa, el célebre alegato conocido como La historia me absolverá, donde expuso su programa político y revolucionario que incluía entre sus demandas la restauración de la constitución de 1940.
Fidel bajó de la montaña envuelto en la bandera de José Martí y convertido en un ídolo popular que encarnaba los valores de la justicia social en una nación empobrecida por la dictadura. Los intelectuales de todo el mundo, con Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir a la cabeza, saludaron su victoria y aquella magia duró algunos años pese a que la revolución se radicalizó pronto.
En aquel momento Castro gozaba de un inmenso apoyo popular y su imagen era la de un genuino líder revolucionario, joven, atrevido y lleno de frescura, nada que ver con los grises dirigentes de los países comunistas de Europa del Este, instalados en el poder por obra y gracia de los tanques soviéticos y por ello simples marionetas del Kremlin.
Durante medio siglo Fidel gobernó la isla a golpe de discursos y utilizó masivamente la televisión para lograr el respaldo popular, un tesoro político que administró con la misma habilidad que se deshizo de sus enemigos en el momento más conveniente y que se sirvió de sus aliados para montar un sistema político a su medida, en el que el Ejército y el Partido Comunista fueron los pilares de su poder.
Uno de sus buenos amigos, el premio nobel colombiano Gabriel García Márquez, escribió de él una vez que “su devoción por la palabra” era “casi mágica”. “Tres horas son para él un buen promedio de una conversación ordinaria. Y de tres horas en tres horas, los días se le pasan como soplos”, señaló Gabo. La aparente desmesura de la descripción no es tal, ni mucho menos. Cualquier político extranjero que lo haya tratado puede atestiguarlo, y no digamos los millones cubanos de cualquier edad que han debido dedicar miles o decenas de miles de horas de su vida a escuchar las alocuciones y arengas del comandante
De un modo u otro, sus manos y su cabeza estuvieron en todo: el apoyo de las guerrillas y movimientos insurgentes en África y América Latina; la aventura fracasada del Che Guevara en Bolivia, que fue precedida por la incursión del revolucionario cubano-argentino en el Congo; la zafra azucarera de los 10 millones, en los años setenta, una más de sus estrategias económicas voluntaristas diseñada para ser la salvación productiva del país y cuyo fracaso estrepitoso le obligó a entregarse definitivamente a la Unión Soviética y tragar con el lodazal burocrático del socialismo real para sobreponerse al colapso.
Tras la grave enfermedad intestinal que casi le cuesta la vida y le sacó del ejercicio del poder el 31 de julio de 2006, Raúl Castro se hizo cargo de la presidencia del Gobiernos, y luego del liderazgo del Partido Comunista. Se inició entonces un proceso de reformas aperturistas muy controlado, así como un desmontaje silencioso del sistema paternalista y de gratuidades sociales creado por Fidel. Desde entonces el líder comunista se mantuvo en un segundo plano, escribiendo artículos sobre diversos temas y clamando contra Estados Unidos y el capitalismo desde su retiro dorado.

Dictador para muchos, último revolucionario del siglo XX para sus admiradores en el Tercer Mundo, desde hacía tiempo Castro no participaba en las decisiones de gobierno, aunque por su carácter de símbolo hasta el último hilo de vida influyó en el rumbo político del régimen cubano y marcó la línea roja que no debía cruzarse. Ahora ya no existe. Y esta vez sí es de verdad.

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