FIDEL CASTRO, EL ÚLTIMO REVOLUCIONARIO DEL SIGLO XX
Víctor Rey
El 10 de noviembre
de 1971, Fidel Castro pisaba tierra chilena en Santiago, donde fue recibido por
el presidente Salvador Allende, quien hace un año había asumido el gobierno a
través de la Unidad Popular, coalición de partidos de izquierdas, e
inmediatamente había reestablecido relaciones diplomáticas con Cuba que se
habían suspendido por la presión de Estados Unidos en 1964. Permaneció por tres semanas hasta el 2 de
diciembre recorriendo desde el norte al sur, las ciudades de Iquique,
Antofagasta, Chuquicamata, Santiago, Rancagua, Santa Cruz, Concepción,
Talcahuano, Lota, Tome, Puero Montt y Punta Arenas.
Visitando escuelas, universidades, fábricas, minas y campos agrícolas.
Uno de los encuentros más emblemático fue el realizado en el foro de la
Universidad de Concepción donde tuvo un diálogo con los dirigentes y militantes
del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), movimiento en el cual yo
militaba y la universidad en la cual más tarde, dos años después entraría yo a
estudiar filosofía. Cuando regreso del
sur aterrizó en Santiago en el antiguo aeropuerto Los Cerrillos. En auto,
escoltado por una caravana de vehículos pasó por la antigua avenida San
Joaquín, hoy Carlos Valdovinos, en la ex Comuna San Miguel, a dos cuadras de la
casa de mis padres. Junto a los amigos
del barrio fuimos a ver pasar al comandante de la Revolución Cubana, quién
desde la ventana de auto que lo transportaba nos saludó. Escuché todos sus discursos y más adelante
los leí en un libro que publicó la Editorial Quimantú. No puedo dejar de reconocer que fue un gran
orador, elocuente, cautivador y seductor por la palabra. Recuerdo otros discursos de él. Cuando se produjo el Golpe de Estado en Chile
en septiembre de 1973, tuvo palabras especiales para el presidente Salvador Allende
en la Plaza de la Revolución en La Habana.
He tenido la oportunidad de visitar Cuba en dos oportunidades. La primera fue en el año 1995 en pleno “período
especial”. La situación económica de la
isla era muy difícil. La segunda fue el año 2000. En ese momento la situación era mejor. Era época de vacaciones y los vuelos a la
isla estaban completos. De regreso tuve
problemas para regresar y la Compañía
aérea me hospedo por tres días junto a otros pasajeros en el Hotel Habana
Libre. El mismo hotel que ocupó Fidel
junto a sus colaboradores en los primeros meses de la revolución. Desde ahí tomó las primeras medidas. Era justo el 26 de julio, aniversario del
asalto al Cuartel Moncada y pude ver por televisión el discurso de Fidel Castro
a la gente de Cienfuegos por cinco horas.
Fidel tiene el record Guinnes del discurso más largo en las Naciones
Unidas de 7 horas. Y sus discursos
superan los 20.000.
Líder autoritario
para media humanidad, leyenda revolucionaria y azote del imperialismo yanqui
para los más desposeídos y la izquierda militante. Fidel Castro era el último
sobreviviente de la Guerra Fría y seguramente el actor político del siglo XX
que más titulares acaparó a lo largo de sus 47 años de mando absoluto en Cuba.
Estrenó su poder caudillista el 1 de enero de 1959 tras derrocar al régimen de
Batista. Ni siquiera en el ocaso de su existencia, después de que una
enfermedad lo apartó del Gobierno en 2006, desapareció su influencia en una
isla que siempre se le quedó pequeña, pues Castro la concebía como una pieza
más de ajedrez en la gran partida de la revolución universal, su verdadero
objetivo en la vida.
Castro tenía 90
años al fallecer. Su hermano el presidente
Raúl Castro anunció su muerte a través de televisión. "Con profundo dolor comparezco para
informarle a nuestro pueblo, a los amigos de nuestra América y del mundo que
hoy 25 de noviembre del 2016, a las 10.29 horas de la noche falleció el
comandante en jefe de la Revolución Cubana. Fidel Castro Ruz", ha
dicho emocionado el mandatario. “En cumplimiento de la voluntad expresa del
compañero Fidel, sus restos serán cremados en las primeras horas de mañana
sábado 26.[…] ¡Hasta la victoria! ¡Siempre!”.
Según el periodista norteamericano Tad Szulc, autor de una rigurosa
biografía sobre Castro, desde su juventud Fidel creyó que había “líderes
destinados a desempeñar papeles cruciales en la vida de los hombres, y que él
era uno de ellos”. Esa convicción, unida a su intuición política y gran poder
de convencimiento, así como a su temeridad y capacidad de “convertir los
reveses en victorias”, le hicieron destacar en un momento muy especial de la
historia de Cuba, cuando la corrupción general y el descrédito del Gobierno de
Carlos Prío Socarrás eran terreno fértil para la lucha política.
Tras graduarse de
abogado en 1950 y abrir un pequeño bufete, entró de lleno en política con el
Partido Ortodoxo, que lo designó candidato al Congreso en las elecciones que
debían realizarse en junio de 1952. Sin embargo, el 10 de marzo de ese año la
historia de Fidel Castro y la de Cuba cambiaron para siempre con el golpe de
Estado que encabezó el exsargento Fulgencio Batista.
Rotas sus
relaciones con la ortodoxia por considerar débil su reacción al golpe, Castro
concibió una acción armada que debía provocar una insurrección popular: fue el
asalto al cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1953. La
operación acabó en fracaso y se saldó con la muerte de 67 de los 135
integrantes del comando revolucionario, la mayoría asesinados después de los
combates. Los rebeldes fueron juzgados en un proceso muy sonado en el que
Castro asumió su propia defensa, el célebre alegato conocido como La
historia me absolverá, donde expuso su programa político y revolucionario que incluía entre
sus demandas la restauración de la constitución de 1940.
Fidel bajó de la
montaña envuelto en la bandera de José Martí y convertido en un ídolo popular
que encarnaba los valores de la justicia social en una nación empobrecida por
la dictadura. Los intelectuales de todo el mundo, con Jean Paul Sartre y Simone
de Beauvoir a la cabeza, saludaron su victoria y aquella magia duró algunos
años pese a que la revolución se radicalizó pronto.
En aquel momento
Castro gozaba de un inmenso apoyo popular y su imagen era la de un genuino
líder revolucionario, joven, atrevido y lleno de frescura, nada que ver con los
grises dirigentes de los países comunistas de Europa del Este, instalados en el
poder por obra y gracia de los tanques soviéticos y por ello simples marionetas
del Kremlin.
Durante
medio siglo Fidel gobernó la isla a golpe de discursos y utilizó masivamente la
televisión para lograr el respaldo popular, un tesoro político que administró con
la misma habilidad que se deshizo de sus enemigos en el momento más conveniente
y que se sirvió de sus aliados para montar un sistema político a su medida, en
el que el Ejército y el Partido Comunista fueron los pilares de su poder.
Uno de
sus buenos amigos, el premio nobel colombiano Gabriel García Márquez, escribió
de él una vez que “su devoción por la palabra” era “casi mágica”. “Tres horas
son para él un buen promedio de una conversación ordinaria. Y de tres horas en
tres horas, los días se le pasan como soplos”, señaló Gabo. La aparente
desmesura de la descripción no es tal, ni mucho menos. Cualquier político
extranjero que lo haya tratado puede atestiguarlo, y no digamos los millones
cubanos de cualquier edad que han debido dedicar miles o decenas de miles de
horas de su vida a escuchar las alocuciones y arengas del comandante
De un
modo u otro, sus manos y su cabeza estuvieron en todo: el apoyo de las
guerrillas y movimientos insurgentes en África y América Latina; la aventura
fracasada del Che Guevara en Bolivia, que fue precedida por la incursión del
revolucionario cubano-argentino en el Congo; la zafra azucarera de los 10
millones, en los años setenta, una más de sus estrategias económicas
voluntaristas diseñada para ser la salvación productiva del país y cuyo fracaso
estrepitoso le obligó a entregarse definitivamente a la Unión Soviética y
tragar con el lodazal burocrático del socialismo real para sobreponerse al
colapso.
Tras la
grave enfermedad intestinal que casi le cuesta la vida y le sacó del ejercicio
del poder el 31 de julio de 2006, Raúl Castro se hizo cargo de la presidencia
del Gobiernos, y luego del
liderazgo del Partido Comunista. Se inició entonces un proceso de reformas
aperturistas muy controlado, así como un desmontaje silencioso del sistema
paternalista y de gratuidades sociales creado por Fidel. Desde entonces el
líder comunista se mantuvo en un segundo plano, escribiendo artículos sobre
diversos temas y clamando contra Estados Unidos y el capitalismo desde su
retiro dorado.
Dictador
para muchos, último revolucionario del siglo XX para sus admiradores en el
Tercer Mundo, desde hacía tiempo Castro no participaba en las decisiones de
gobierno, aunque por su carácter de símbolo hasta el último hilo de vida
influyó en el rumbo político del régimen cubano y marcó la línea roja que no
debía cruzarse. Ahora ya no existe. Y esta vez sí es de verdad.
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