El Evangelio de la Paz
Víctor Rey
Las Escrituras nos dicen que Dios es un Dios de Paz; que Cristo es Señor de Paz. El profeta llamaba al Mesías esperado el “Príncipe de paz”; el fruto del Espíritu de Dios es paz y vivir en el Espíritu es justicia, paz, y gozo en el Espíritu Santo.
El Evangelio de Paz abre la posibilidad de una nueva relación con Dios, que se convierte en realidad en la medida en que vivimos en una nueva relación con nuestros semejantes. En esta comunidad las diferencias y las barreras que separaran a las personas son superadas: nacionalismos, racismos, prejuicios basados en diferencias de sexos, espíritu de competitividad económica, diferencias culturales, religiosas y sociales que contribuyen a actitudes de superioridad de parte de unos y de inferioridad de parte de otros. Por lo tanto podemos decir que la paz está en el mismo corazón de la vida que vivimos y del mensaje que proclamamos los cristianos y las cristianas.
La Iglesia posee un legado de paz que nos dejó Jesucristo. Las enseñanzas de Jesús, su vida y su muerte en la cruz, apuntan al Nuevo Mandamiento, la ley del amor, que no responde a la violencia con violencia sino que busca otros valores: la humildad, el servicio, la comunidad y la justicia. El nacimiento de Cristo fue un mensaje de paz de Dios a los seres humanos (Lucas 2:14) y predicar la Palabra es “anunciar el evangelio de la paz” (Hechos 10:36).
En la Biblia la paz no es simplemente la ausencia de guerra o violencia. Tampoco es el mero equilibrio entre partes encontradas ni, mucho menos, el antiguo concepto romano de destrucción y exterminio de toda oposición. La paz bíblica incorpora ideas positivas de salud, bienestar y prosperidad. Se trata de un asunto cultural: una sociedad nueva, un mundo nuevo (1 Pedro 3:13), que se basa en la justicia, el respeto a los derechos humanos, la solidaridad, la democracia, la amistad, entre personas, comunidades, pueblos y naciones.
¿Qué es lo que contribuye a la paz? Tenemos que reflexionar sobre las cosas que traen la paz. Una de ellas es sin duda la justicia: “El efecto de la justicia será la paz y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre” (Isaías 32:17). La concepción bíblica de la paz (Shalom) se caracteriza por una relación de bienestar, respeto y justicia del ser humano con Dios, sus semejantes y la naturaleza, de acuerdo con la voluntad de Dios, el creador. Sin embargo, la realidad concreta es experimentada como una ruptura de ese orden saludable. El ser humano causa la ruptura, pero simultáneamente se convierte en víctima. Institucionalizado un orden injusto y ausente de paz, la ruptura divide a las personas en beneficiarias y víctimas, en opresores y oprimidos. El propio Dios se compromete a restablecer la paz en la historia de su pueblo, colocándose al lado de los que sufren y son marginados. En Jesucristo se puso a nuestro lado y se hizo “nuestro hermano” de manera definitiva y suprema. Al mismo tiempo, compromete a quienes le sigan, guiados por la visión “utópica” de una paz plena, se transformen en personas “sedientas y hambrientas de justicia” y en “constructoras de la paz” (Mateo 5:6-9). Un lugar privilegiado para luchar en pro de la paz, de la justicia y de la preservación de la naturaleza está constituido por los crecientes movimientos sociales, ecológicos y populares. Para las iglesias deriva de ahí, como prioridad, en su educación y práctica para la paz, la formación de la conciencia política, la elaboración de materiales de carácter popular y el apoyo a los movimientos con las finalidades delineadas. En estos se insertan también, más allá de las fronteras eclesiásticas institucionales, los propios movimientos cristianos por la paz en la perspectiva del “shalom bíblico”.
Como conclusión podemos decir que la vida es el bien mayor del ser humano, y que no se goza de ella sin la paz. Es la Paz la que hace viable y sólida la comprensión de Dios como un Dios amoroso, que concedió a su Hijo para que aprendiéramos a ser hijos e hijas de Dios y colaboradores y colaboradoras en la construcción del Reino.
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