LA LECTURA Y LOS LIBROS EN TIEMPOS DEL COVID 19
Víctor Rey
Recuerdo con exactitud el primer día de clases cuando a los cinco años mi mamá junto a mi hermano mayor y otros amigos del barrio y sus mamás nos fuimos caminando por la calle Huérfanos hacia la Escuela Pública N 65 que quedaba a tres cuadras de mi casa cruzando la Plaza Brasil en Santiago de Chile. Era mi primer día e ingresaría a kindergarden y mi hermano a primer año.
En esa escuelita había una pequeña
biblioteca y solo dejaban entrar a los alumnos que sabían leer, pero yo me las
ingeniaba para colarme junto a mi hermano y allí me encontraba con dos revistas
que me marcaron, El Peneca y El Cabrito, como no sabía leer me entretenía
viendo los dibujos y fotos. Pero cuando
llegaba a casa mi mamá nos leía El Condorito, Barrabases y Okey. Esperaba esas
revistas como maná del cielo y las leía de principio a fin, incluidos los
avisos. Creo que aprendí a leer con esas tres revistas y aprendí al mismo
tiempo que mi hermano que me llevaba dos años de ventaja.
Aprender a leer es lo más importante que
me ha pasado en la vida y, por eso, siempre recuerdo con gratitud a las
personas que me enseñaron este arte que me abrió mundos insospechados. Debido a la lectura, ese mundo pequeñito de mí
barrio se volvió el universo. Gracias a los signos que convertía en palabras y
en ideas, viajaba por el planeta y podía, incluso, retroceder en el tiempo y
convertirme en mosquetero, cruzado, explorador, o viajar por el espacio hacia
el futuro en naves silenciosas. Mi mamá dice que era un niño que le gustaba
entretenerse solo haciendo sus propios juguetes con cajas de fósforos, lápices
de colores, hojas de diarios y envases de productos vacíos. Y una tía me contó que le
llamaba la atención que andaba leyendo todo, los letreros, las señales e
incluso las hojas de los diarios que se encontraban en el suelo. Yo no lo
recuerdo, pero sí las horas que me pasaba leyendo cada día, después de volver
de la escuela me sentaba a disfrutar de las revistas de historietas y a soñar
con ser Superman, El Llanero Solitario, Batman, Tarzán, El Zorro, Roy Rogers, más
tarde El Estadio y toda la serie de revista que producía Walt Disney.
Ahora que, por culpa del coronavirus y el
aislamiento forzoso a que estamos sometidos, leo a varias horas del día acompañado
del sol y el cielo azul de Quito que entra por mis ventanas a raudales la luz
de la Mitad del Mundo y pienso que serán unas cinco horas diarias en un estado
de felicidad absoluta.
En la biblioteca con telarañas del Liceo
Valentín Letelier donde curse mi enseñanza media leí mis primeras novelas en especial de la
literatura latinoamericana como El Túnel de Ernesto Sabato, Cien años de
Soledad de Gabriel García Márquez, Conversaciones en la Catedral de Mario
Vargas Llosa, Niebla de Miguel de Unamuno, Martín Rivas de Alberto Blest Gana,
Palomita Blanca de Enrique Lafourcade y Rayuela de Julio Cortazar.
Nada me ha dado tanto placer y felicidad
como los buenos libros; nada me ha ayudado tanto como ellos a sortear los
momentos difíciles. Sin la literatura me habría suicidado en ese periodo atroz
que fue la dictadura militar donde vi y viví la muerte, la persecución y la
tortura, me hizo descubrir la soledad y el miedo. Erich Fromm me cambió la vida
y me dio una nueva perspectiva de la vida en plena juventud; lo leí con lápiz y
papel para identificar sus aportes y nuevas visiones que me cautivaron leyendo
El Arte de Amar, El corazón del Hombre, Psicoanálisis de la Sociedad
Contemporánea y luego El Miedo a la Libertad.
En la Biblioteca Central de la Universidad
de Concepción tenía reservado un
escritorio cerca de la Hemeroteca con un gran ventanal para que entrara la luz
del saber y los conocimientos filosóficos que estaba aprendiendo. Ahí conocí a Karl
Marx, Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, René Descartes, Emmanuel Kant, Merleau
Ponty, George Orwell, Edmund Husserl, Martín Heidegger, Friedrich Nietzsche y
por supuesto los clásicos de la filosofía griega Sócrates, Platón y Aristóteles
y también fue la primera vez que leí la Biblia.
En Bélgica en la Universidad Católica de
Louvain La Neuve el primer día que llegué, en enero de 1991, descubrí esas
grandes bibliotecas temáticas donde uno podía tomar los libros directamente sin
pedir a una persona que los fuera a buscar y podía llevar a la casa diez
ejemplares. En ese ambiente tan cosmopolita descubrí la cultura francesa a
través también de las mediatecas donde con mis hijos nos íbamos a disfrutar de
los comics de lujos que editan en ese país, la música y el cine galo. Así fue como redescubrí a los pensadores
franceses entre ellos Jean Paul Sartre y Albert Camus y aprendiendo la lengua
francesa me atreví a leerlos en ese idioma. Fue para mí el más fructífero de los descubrimientos:
gracias a ellos supe la persona que quería ser y el que no quería ser.
Las buenas lecturas no solo producen
felicidad; enseñan a hablar bien, a pensar con audacia, a fantasear, y crean
ciudadanos críticos, recelosos de las mentiras oficiales que vienen de la
política, de las empresas, de los medios de comunicación y de las instituciones
religiosas. La vida que no vivimos podemos soñarla, leer los buenos libros es
otra manera de vivir, más libre, más bella, más auténtica. Esa vida alternativa
tiene, además, la suerte de estar fuera del alcance de las plagas demoníacas
que aterraron siempre a los seres humanos, porque en ellas veían a los diablos
que, a diferencia de los enemigos de carne y hueso, eran difíciles de derrotar.
Un buen lector es el ciudadano ideal de
una sociedad democrática: nunca se conforma con aquello que tiene, siempre
aspira a más o a cosas distintas de las que le ofrecen. Sin esos inconformes
sería imposible el progreso verdadero, el que, además de enriquecer la vida
material, aumenta la libertad y el abanico de elecciones para ajustar la vida
propia a nuestros sueños, deseos e ilusiones.
El coronavirus ha resucitado la barbarie
en lo que creíamos la civilización y la modernidad. Hemos visto a través de los
medios de comunicación y las redes sociales cosas horribles. Aun así, con toda
la ruina económica y social que traerá esta plaga inesperada, si, luego de
sobrevivir a ella, hay más personas, ganados a la buena lectura gracias a la
cuarentena forzada, los demonios de la peste habrán hecho un buen trabajo.
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