LA PRIMAVERA DE CHILE
“El derecho de vivir en paz” (Víctor Jara)
Víctor
Rey
Esta
primavera chilena del 2019 será recordada como la más caliente de los últimos
50 años pero la más turbulenta en el ámbito social, económico, político y
cultural en las últimas décadas. Hace
mucho tiempo que se hablaba que los jóvenes chilenos no se interesaban en la
política, en los social y económico.
Pero las cosas han cambiado y hoy estamos sorprendidos por la fuerza, la
energía de este movimiento y quedamos más que sorprendidos por su compromiso y
la claridad en la exposición de sus ideas.
Este movimiento juvenil que comenzó con el reclamo del alza del precio
del metro y que se ha transformado en un movimiento ciudadano está cambiando el
rostro de Chile, se ha transformado en una grata sorpresa para todos. Ha sido
como encender una chispa que ha quemado a toda la sociedad chilena sin importar
edades, clases sociales, género, etc.
Lo que
están planteando los jóvenes en Chile, es cambiar la manera de hacer las cosas,
ese es el desafío. Tras décadas de
exitosas transformaciones, que han disminuido los niveles de pobreza,
fortalecido la economía, mejorando la infraestructura y la cobertura de los
servicios básicos, así como profundizando los derechos de los ciudadanos y
adecuado muchas de las instituciones a las nuevas exigencias, el país se
enfrenta a desafíos de otro tipo.
Hoy
las personas tienen mayor libertad y las instituciones ejercen un control más
indirecto sobre sus acciones. Por lo
mismo, en muchos ámbitos hacer cambios en Chile hoy es más difícil, pero no
imposible. Es necesario tomar en cuenta
exigencias simultáneas de múltiples actores, y considerar las formas
relativamente autónomas e impredecibles en que éstos se relacionan para
perseguir sus fines. Construir desarrollo
hoy significa tener la capacidad de manejar entornos inciertos y complejos que resultan de esa
mayor independencia que han adquirido las prácticas cotidianas.
Chile
ha cambiado mucho en las tres últimas décadas.
En su entramado institucional, en su economía, en su cultura, la
sociedad chilena es hoy muy distinta de la de hace tan sólo un cuarto de siglo.
Estos
cambios han tenido en general un signo muy positivo. El desarrollo del país ha permitido una mejor
calidad de vida a sus habitantes. El Índice
de Desarrollo Humano que año a año publica la ONU es prueba fehaciente de estas
transformaciones. En efecto, Chile
presenta un incremento constante de su IDH en las últimas décadas, y hoy se
sitúa entre los países que tienen un desarrollo humano alto, ocupando además un
lugar de avanzada en el contexto latinoamericano.
Este
progreso es percibido y valorado por las personas. Sin embargo, la percepción cambia cuando la
mirada se pone en el futuro. Las
personas comienzan a dudar de que esta marcha adelante se pueda sostener en el
tiempo y que puedan seguir realizándose los cambios que se requieren. En otras palabras, si bien la ciudadanía es
consciente del progreso del país, comienza a hacerse mayoritaria una visión del
futuro más bien plana. Ni mejor ni peor. Las percepciones parecen remitir a la idea de
que lo alcanzado hasta ahora asegura que los avances continuarán en el
futuro. Hay algo en el presente que
frena la marcha.
Pareciera
no tratarse de un problema de recursos.
Chile dispone hoy de muchos recursos para la inversión pública y
privada. Tampoco de consensos y
voluntades sociales: la urgencia de introducir mejoras cualitativas en los
diversos ámbitos de la organización del país forma parte ya del sentido común.
Las
miradas hoy en día se dirigen más bien hacia aquellas maneras de hacer las
cosas que parecen impedir el aprovechamiento del nuevo piso de oportunidades y
enfrentar los desafíos que surgen de él.
La agenda noticiosa y las conversaciones cotidianas se llenan de
críticas a iniciativas tanto públicas como privadas cuyo común denominador es
el modo en que se llevan a cabo las acciones.
Muchos
creen que desde ahora existe un antes y un después de esta primavera del 2019 o
que en estos meses será recordado como aquellos en los cuales la historia del
país giró en 180 grados. La idea es que
hay un cambio que cruza aspectos políticos, económicos, sociales y
culturales. En este movimiento, en sus
asambleas, marchas, corridas, hay mucha arte y mucha política. Hay mucha energía, mucho entusiasmo que está
latente en la sociedad chilena.
Aunque
con ciertos matices interpretativos, hace rato que los estudios de opinión
pública y los cientístas sociales dan cuenta de una sociedad diferente. Esta es una ciudadanía que muestra distintos
tipos de liberalidad. Las encuestas
muestran tolerancia a la diversidad sexual, rechazo a la censura, desprecio por
la clase política, rechazo a las jerarquías, apertura a la no discriminación,
apertura a nuevas formas de cultura.
Un
punto de partida para este cambio cultural lo encontramos en junio del 2002
cuando a las siete de la mañana, con apenas dos grados de temperatura, a la
misma hora que Brasil y Alemania disputaban la final del Mundial, más de cuatro
mil personas festejaban desnudas en plena Costanera al lado del Parque Forestal. Un tal Spencer Tunick, ni político ni
cantante, ni líder de una secta, sino fotógrafo, los había convocado. Su invitación consistía en participar de una
acción de arte, pero terminó siendo mucho más que eso. Hay un deseo reprimido de expresarse, de
rebelarse contra las fuerzas que nadie sabe cuáles son y que reprimen. El sistema político, económico, las iglesias,
el gobierno. Un malestar que no se
canaliza solamente por la política.
Ya en
el informe de del Programa de Desarrollo Humano (PNUD) del año 2011 se
entregaba una exhaustiva mirada a los chilenos.
Se habla de que el país está viviendo un profundo cambio cultural, en
que la imagen de lo chileno se ha vuelto difusa y poco creíble. La sociedad no tiene imagen de sí misma,
pues para la mayoría de las personas los
referentes colectivos han dejado de ser verosímiles. Según la encuesta que realizó el 2011, el 28%
consideraba difícil decir que es “lo chileno” y el 30% que no se puede hablar
de “lo chileno” porque somos todos distintos.
Todo
lo que está pasando con el movimiento estudiantil que es un movimiento
ciudadano promueve una liberación y por eso es tan querido por todos. Participar de las marchas, las asambleas, los
conciertos, los recitales, los cabildos, los eventos producen un goce de la
gente de desprenderse de las exigencias morales y demandar libertad personal y
comunitaria.
Podemos
decir con toda certeza que Chile ya no será el mismo después de esta sorpresiva
primavera del 2019. Que para llegar a
este estado se ha necesitado mucha imaginación, y gracias a Dios los jóvenes es
lo que más tienen.
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