La revista "Time" lo designó en el año dos mil, como la persona
del siglo XX, y nadie se atrevería a poner en duda la legitimidad de esa
elección.
Barry Parker, uno de sus biógrafos más recientes, se arriesga a decir que
Einstein fue tal vez, el más grande científico de la historia humana; luego
de recordar que tenía apenas veinticuatro años, cuando enunció en 1905,
hace algo más de un siglo, su Teoría de la Relatividad ("Energía,
igual a masa por velocidad de la luz al cuadrado"), que le cambió a
los hombres, como tantas veces se ha dicho, la concepción tradicional del
tiempo y el espacio.
Parker nos recuerda que Einstein pasó sus últimos treinta años, tratando de
reunir todas las fuerzas de la naturaleza, en una teoría del todo , tarea
que dejó inconclusa, dice el biógrafo, pero que está de alguna manera
contenida o anticipada en su espléndido legado científico y moral.
Quienes han estudiado la trayectoria y la personalidad de Albert Einstein,
aseguran que nadie en la historia llegó más lejos que él, en su afán por
darle una dimensión de totalidad a la ciencia física, en su intento de
diseñar una teoría unificada del universo.
Cuando exponía sus avances en esa dirección, solía repetir una frase que ha
circulado mucho y que los biógrafos han ido rescatando, en sus distintas
aproximaciones a su vida. Una frase que resume claramente su pensamiento:
"Dios no juega a los dados con el Universo". Qué otra frase más
elocuente, más profunda, podría haber elegido para transmitirnos su certeza
de científico, su confianza en la previsibilidad total del universo.
Todos los biógrafos de Einstein parecen coincidir en que su genio
intelectual, trasuntaba una concepción del mundo en la que confluían la
verdad científica, el rumbo ético, la preservación obsesiva de la dignidad
humana y hasta una pasión estética que no podía disimular.
Por eso dijo este genio alguna vez, "lo más hermoso que el alma humana
puede experimentar es el misterio", y agregó: "En la emoción que
suscita el misterio, está el origen del verdadero arte y de la verdadera
ciencia; quien no lo siente así, pierde para siempre su capacidad de
asombro. Y quien ya no se asombra de nada, quien ya no experimenta sorpresa
alguna, es como si estuviese muerto".
Einstein tenía una idea clara del proceso de la mente humana y de su
profunda integración con la totalidad, de los elementos que forman la trama
psíquica y emocional del hombre.
Por eso se preguntó en cierta ocasión "¿De qué modo surge una idea
nueva en la mente del investigador o del científico?" y él mismo dio
la respuesta con estas palabras: "La idea nueva surge casi siempre en
forma repentina y de una manera más bien intuitiva. Eso significa que la
idea no llega a nosotros como una conclusión lógica consciente; pero si más
tarde repasamos el proceso que hemos vivido, no tardamos en descubrir las
razones que nos fueron conduciendo inconscientemente a esa nueva idea, a
esa nueva conclusión".
Estas sabias palabras del maestro ayudan a entender el hecho admirable de
que la primera revelación de la Teoría de la Relatividad le haya llegado a
él, cuando sólo tenía veinticuatro años de edad. Creo que no está demás
recordar que cuando Newton en 1666, formuló las leyes del movimiento y
enunció la Ley de la Gravedad, tenía también esa misma edad.
La creatividad intelectual y el talento visionario, labrado a golpes de
intuición, se abrieron paso en lo más profundo de estos espíritus
superiores, que creaban desde la conciencia, pero también desde la intimidad
de sus almas en ebullición.
Ese mismo proceso fue, seguramente, el que llevó a Einstein a postular,
siendo aún muy joven, que la luz está compuesta de partículas, de la misma
manera que la materia está compuesta de átomos.
Su portentoso trabajo sobre el efecto fotoeléctrico, fue el que determinó
que se le otorgara el Premio "Nobel" (1921). Es cierto, que por
entonces, la Teoría de la Relatividad ya estaba elaborada y ya se tenía la
seguridad de que iba a revolucionar el pensamiento científico, pues
determinaba que las dimensiones espaciales y temporales no son absolutas,
según las concebía la física clásica, sino relativas al movimiento de los
sistemas en que se encuentran.
Pero el "Nobel" le fue dado por su investigación sobre la luz,
sobre el efecto fotoeléctrico, quizá, porque de las dos teorías, era la
menos polémica, la que menos perturbaba o dividía a los científicos de la
época.
Ninguna evocación acerca de Albert Einstein, estaría completa, sin una
referencia a su condición de humanista, a su incansable militancia a favor
de la paz.
Desde muy joven, fue un enemigo implacable de las guerras y de la
violencia. El se distinguió por ser un intransigente defensor de los
sistemas que privilegian la protección integral de la dignidad de la
persona humana.
Si como científico anhelaba construir una teoría unificada del universo,
cuanto más, quería incentivar una cultura fundada en la tradición del
humanismo, quería contribuir a edificar un sistema de convivencia, que
garantizara la paz duradera y trabajó siempre para llegar a construir una
sociedad auténtica de hombres libres; tanto en su Europa natal como en
Norte América, que fue finalmente su patria de adopción.
No había dos Einstein, uno comprometido con la ciencia y otro con el
humanismo y con la paz. Había un único hombre, en el que convivían
sólidamente entrelazadas como raíces, todas las vertientes del saber y de
la responsabilidad ética.
Así como el universo podía y debía ser visto desde una perspectiva de
unificación y de previsibilidad, la dignidad del hombre, como parte de ese
mismo universo, debía tener asignada su mirada esencial y ser también un
valor garantizado y previsible. El pacifismo de Einstein, fue transparente
e indestructible, pero el ejercicio concreto de su militancia, estuvo
sometido a duras presiones por las turbulencias trágicas del siglo
XX.
En 1921, publicó un lúcido escrito para expresar su oposición a todo acto
de guerra y para sostener que sólo se lograría un auténtico progreso
social, el día en que los hombres se organizaran a escala internacional,
para rechazar toda convocatoria a un servicio armado.
Más tarde, en 1930, pronunció un recordado discurso en el que afirmó que si
sólo el 2% de los ciudadanos del mundo, convocados al servicio militar,
proclamaran su negativa a enrolarse y exigieran que los conflictos
internacionales, se resolvieran siempre en forma pacífica, los gobiernos
quedarían impotentes para llevar a sus pueblos a la guerra. Ese noble
discurso se publicó en el "New York Times", y alcanzó en su
tiempo gran repercusión.
En 1933, al llegar Hitler al poder determinó que Einstein se viera obligado
a replantear en parte, su estrategia. Y cuando Bélgica afrontó la
inminencia de la invasión del nazismo, no vaciló en firmar un texto que
revisara su propia propuesta originaria, y escribió lo siguiente:
"Bajo las condiciones actuales, si yo fuera belga no rechazaría el
servicio militar, sino que lo abrazaría, para salvar a la civilización
europea". El gran científico no renunciaba a sus principios, que se
mantenían incólumes, pero comprendía que estaba llevando a los hombres
libres, a una terrible encrucijada; les planteaba, paradójicamente, la
necesidad de armarse, para defender a la paz.
Un conflicto de conciencia parecido se le planteó en 1938 cuando existía la
sospecha de que científicos alemanes, estaban ya trabajando en la
fabricación de armas atómicas. Ese hecho determinó que un grupo de hombres
de ciencia de los países libres dirigieran una carta al Presidente
Roosevelt, para pedirle que los Estados Unidos se movilizara a fin de
impedirlo, y hasta le pedían al presidente norteamericano que previera la
posibilidad de que las naciones democráticas desarrollaran estrategias,
para neutralizar esa amenaza. Einstein firmó algunas de esas cartas al
presidente Roosevelt.
Años después, cuando la guerra estaba concluyendo y los Estados Unidos
lanzaron bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki el gran científico
manifestó públicamente su arrepentimiento, por haber firmado en alguna
oportunidad esa petición.
Los movimientos del alma, también se revelaban relativos y adquirían
diferente valor moral, según los desplazamientos derivados, según las
imposiciones crueles de la historia. Pero por encima de los horrores que el
nazismo le impuso a la civilización en el siglo XX, los grandes sueños y
los grandes ideales de Albert Einstein, siguieron siendo los mismos.
El hombre de ciencia, el fervoroso defensor de la paz, el humanista
inclaudicable y hasta el artista sensible, que encontró siempre su mejor
refugio en el violín y en su amado Mozart, mantuvieron inclaudicables sus
ideales hasta el fin de su vida.
Albert Einstein había nacido en Ulm, Alemania, el 14 de marzo de 1879, se
doctoró en 1905 en la Universidad de Zürich, y en 1909 fue nombrado
profesor de la misma. Él se sentía orgulloso de ser judío, fue activo en el
movimiento sionista y miembro del Consejo de Gobernadores de la Universidad
Hebrea de Jerusalem, en cuyo acto de fundación participó (1918). En 1952,
luego del fallecimiento de Jaim Weizman, él rechazó la proposición de Ben
Gurion de ser presidente del Estado de Israel.
A más de sesenta y dos años de su muerte, el 18 de abril de 1955, su
ejemplo sigue siendo uno de los faros que iluminan la conciencia de los
hombres libres.
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