LOS DESAFIOS
DE LA EDUCACIÓN HOY
Víctor Rey
La
globalización de la economía exige a los países elevar su competitividad, y la
educación ha pasado a considerarse uno de los factores claves para incrementar
la productividad y para agregar valor a los productos de exportación. Es por
eso que tanto las naciones en vías de desarrollo como las que se encuentran en
avanzadas etapas de industrialización, hoy día están revisando y haciendo un
examen crítico de sus sistemas educativos. Pero, además, vivimos un dramático
cambio de paradigma. En estos momentos se opera la transición desde una
sociedad industrial –consagrada a elevar la escala, los volúmenes y la
velocidad de producción, para satisfacer a una demanda masiva-, hacia lo que se
ha llamado la sociedad postindustrial y postmoderna. En ésta, prima el valor
que aporta el conocimiento, y se orienta a responder a una demanda
diversificada, donde intervienen componentes cada vez más impredecibles, gustos
y necesidades vinculados con percepciones subjetivas, volátiles, alimentadas
por complejos sistemas de información. En la sociedad industrial, marcada por
la usina, el alto horno y la línea de montaje, las exigencias básicas de la
educación no iban más allá de un nivel de alfabetización compatible con la
comprensión de procesos mecánicos elementales y repetitivos. En la era
postindustrial y postmoderna, en cambio, el conocimiento y la creatividad son
fundamentales para generar permanentemente nuevos productos y servicios. Así,
cobran importancia creciente la capacidad de innovación, y la de manejar un
pensamiento abstracto y traducirlo a los términos de la informática. Este
desplazamiento desde las funciones mecánicas concretas y reiterativas hacia el
ejercicio de un pensamiento abstracto e innovador, crea exigencias nuevas de
las que los sistemas educativos deben hacerse cargo para contribuir eficazmente
con las transformaciones productivas. De esta forma, la educación es un factor
clave para la modernización de la sociedad. Pero, al mismo tiempo, debe
contribuir a resolver los problemas culturales que genera la modernidad y la
postmodernidad, como los derivados de la necesaria sustentabilidad del
desarrollo, la masificación de la vida en las grandes ciudades, la disgregación
de las comunidades básicas y núcleos de pertenencia. El otorgar sentido a la
vida individual, e identidad, coherencia y cohesión a nuestra sociedad, pueden
contarse también entre los objetivos educacionales más importantes para hoy y
el futuro. Otro de los desafíos que
plantea la postmodernidad a la educación es la rápida obsolescencia del conocimiento,
de manera que por sobre los contenidos cobran importancia los procesos formales
o conductuales que es necesario manejar para el aprendizaje: el aprender a
aprender. La pregunta inevitable, entonces, es la siguiente: ¿responde la
educación que hoy se entrega a la juventud ecuatoriana a todos estos
requerimientos y exigencias? Nuestro sistema escolar no parece ni equitativo ni
eficiente. Indudablemente lo fue en otro momento y en otra realidad, pero hoy
resulta anacrónico. Los modelos pedagógicos que se ocupan siguen insistiendo en
la clase expositiva, desprovista de encanto, saturada de contenidos
desvinculados de los verdaderos intereses de los jóvenes. Éstos, expuestos a
una comunicación de masas llena de estímulos y efectos espectaculares, perciben
la clase como algo arcaico, tedioso, inscrito en el área de las obligaciones
que deben cumplirse con las cuotas mínimas de entusiasmo y de energía. La clase
y la televisión, sin embargo, coinciden en una cosa: ambas propician una
actitud pasiva y desincentivan el pensamiento innovador, activo, divergente.
Así, nuestro sistema escolar no responde a los requerimientos de un país en
pleno proceso de modernización, y podría convertirse en un serio obstáculo para
cumplir la oportunidad histórica que tenemos en este momento de llegar a
convertirnos en una nación que mantenga un desarrollo sostenido, equitativo y
con capacidad para adaptarse a los cambios que se producen cada vez con mayor
aceleración en el mundo. Llama la atención, en este sentido, la inercia
que suelen tener los sistemas educacionales, que hace que éstos se vayan
quedando atrás respecto de las grandes transformaciones culturales y sociales.
En estas circunstancias, es la sociedad la que debe intervenir para reformular
la educación. Lo ideal sería invertir esta relación, de manera que fuera la
educación la que dinamizara y diera sentido a los cambios en la sociedad. Por
último, deseo destacar que nuestro sistema educacional fue, desde su creación,
un efectivo agente de desarrollo en el país. Él terminó con el analfabetismo y
creó una clase de trabajadores preparados y de profesionales que modernizaron
social, cultural y productivamente al Ecuador. Este sistema, en su momento, fue
formulado también como un proyecto nacional, que atrajo el compromiso de todo
el país, que destinó los recursos necesarios para desarrollarlo, y está probado
que ha sido una de las inversiones más rentables que hemos realizado en nuestra
historia. Éste no es sólo nuestro caso. Los países que han tenido las más exitosas
experiencias de desarrollo, como el Japón, lograron articular un proyecto
modernizador de muy largo plazo, donde la inversión en educación y la
valoración social del conocimiento y la solvencia intelectual fueron claves.
Sin embargo, hoy se pone en duda en el Ecuador la necesidad de proyectar o de
pensar a largo plazo, y se la califica como un ejercicio intelectual inútil y
autorreferente. El destino de la sociedad se considera asegurado por mecanismos
de autorregulación que no es conveniente interferir. Pero, precisamente, el
desfase de nuestro sistema educativo indica que es necesario seguir pensando
con perspectiva de futuro, y, por lo tanto, que hay que mantener esa capacidad
de proyección y de reformulación permanentes.
El asunto no es trivial pues puede probarse, y los ejemplos internacionales
así lo atestiguan: que el mejoramiento de la educación básica y media son
indispensables pero no suficientes para dar el verdadero salto “quántico” que
el país necesita. Es más, sin educación superior de muy alta calidad y sin
investigación científica innovativa y de frontera, el país no logrará los
mejoramientos en productividad y competitividad que necesita. Tampoco, y quizás
es esto lo más importante, los niveles culturales y la calidad de vida, a fin
de cuentas, es lo que finalmente justifica los mejoramientos económicos y
productivos.
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