jueves, 12 de octubre de 2017

A 52 años de la Declaración Nostra Aetate

Víctor Rey


Este año he participado en los encuentros de la Confraternidad Judeo Cristiana que se realizan mensualmente en Santiago de Chile.  Ahí he representado a la Comunidad de Reflexión y Espiritualidad Ecuménica (CREE).  Uno de los temas que se han tratado en estas reuniones es relativo al cincuentenario de la Declaración Nostra Aetate, de fecha 28 de octubre de 1965, sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas.  Esto me ha motivado a leer esta Declaración que marca un hito importante en la historia de las relaciones entre judíos y católicos, y de alguna manera hacia todas las iglesias cristianas.  Fruto de esta lectura me ha motivado poner por escrito alguna de las impresiones que he recibido de este documento.

La Declaración está enmarcada en un contexto profundamente modificado por el recuerdo de las persecuciones y matanzas sufridas por los judíos en Europa inmediatamente antes y durante la segunda guerra mundial.

A pesar de que el cristianismo haya nacido dentro del judaísmo y haya recibido de él algunos elementos esenciales de su fe y de su culto, la fractura se ha hecho cada vez más honda, hasta el punto de llegar casi a una mutua incomprensión.

Al cabo de dos milenios, caracterizados demasiado a menudo por la ignorancia mutua y frecuentes enfrentamientos, la Declaración Nostra Aetate brindaba la ocasión para entablar o proseguir un diálogo con miras a un mejor conocimiento recíproco. Durante los nueve años transcurridos, a partir de la promulgación de la Declaración, se han emprendido numerosas iniciativas en distintos países. Estas han dado lugar a desentrañar mejor las condiciones, dentro de las cuales es posible elaborar y fomentar nuevas relaciones entre judíos y cristianos. Parece que ha llegado el momento de proponer, siguiendo las orientaciones del Concilio, algunas sugerencias concretas, basadas en la experiencia, con la esperanza de que sirvan para tratar de hacer realidad en la vida de las iglesias los propósitos expuestos en el Documento conciliar.

Partiendo de dicho Documento, aquí hay que recordar solamente que los vínculos espirituales y las relaciones históricas que unen a las iglesias con el judaísmo condenan como contrarias al espíritu mismo del cristianismo todas las formas de antisemitismo y discriminación, cosa que de por sí la dignidad humana basta para condenar. Con mayor razón estos vínculos y relaciones imponen el deber de una mejor comprensión recíproca y de una renovada estima mutua. De manera positiva es importante, pues, concretamente, que los cristianos procuren entender mejor los elementos fundamentales de la tradición religiosa hebrea y que capten los rasgos esenciales con que los judíos se definen a sí mismo a la luz de su actual realidad religiosa.

El diálogo presupone un deseo mutuo de conocerse y de ampliar e intensificar este conocimiento. Constituye un medio privilegiado para facilitar un mejor conocimiento mutuo y, concretamente en el caso del diálogo entre judíos y cristianos, para conocer más a fondo las riquezas de la propia tradición. Condición para el diálogo es respetar al interlocutor tal como es y, sobre todo, respetar su fe y sus convicciones religiosas.

Si bien es verdad que en este terreno reina todavía un clima de recelo bastante extendido, motivado por un pasado deplorable, los cristianos, por su lado, han de saber reconocer su parte de responsabilidad y sacar las consecuencias prácticas para el futuro.

Deberán recordarse los vínculos existentes entre la liturgia cristiana y la liturgia judía. La comunidad de vida al servicio de Dios y de la humanidad por amor a Dios, tal como se realiza en la liturgia, es una característica tanto de la liturgia judía como de la cristiana. Para las relaciones judeo-cristianas es necesario conocer los elementos comunes de la vida litúrgica (fórmulas, fiestas, ritos, etc.), en los que la Biblia ocupa un lugar esencial.

Aunque todavía queda mucho trabajo por hacer, se ha llegado en los últimos años a una mejor comprensión del judaísmo y de su relación con el cristianismo, gracias a las enseñanzas de las iglesias, a los estudios e investigaciones de los especialistas y también al diálogo iniciado. A este respecto merecen recordarse los puntos siguientes:

El mismo Dios, "inspirador y autor de los libros de ambos Testamentos" es quien habla en la Antigua y en la nueva Alianza.

El judaísmo de tiempo de Cristo y de los Apóstoles era una realidad compleja, que englobaba todo un mundo de tendencia, de valores espirituales, religiosos, sociales y culturales.

El Antiguo Testamento y la tradición judía en él fundada no deben considerarse opuestos al Nuevo Testamento, como si constituyesen una religión solamente de justicia, de temor y legalismo, sin referencia al amor de Dios y del prójimo.

Jesús, lo mismo que sus apóstoles y gran parte de sus primeros discípulos, nació del pueblo judío.  Y aunque la enseñanza de Jesucristo tiene un carácter de profunda novedad, no por eso deja de apoyarse, repetidas veces, en la doctrina del Antiguo Testamento. El Nuevo Testamento está profundamente marcado todo él por su relación con el Antiguo.

La historia del judaísmo no termina con la destrucción de Jerusalén, sino que ha seguido adelante desarrollando una tradición religiosa, cuyo alcance, si bien asumiendo, a nuestro parecer, un significado profundamente diferente después de Cristo, sigue, no obstante, siendo rico en valores religiosos.

La tradición judía y cristiana, fundada en la Palabra de Dios, es consciente del valor de la persona humana, imagen de Dios. El amor al mismo Dios debe traducirse en una acción efectiva en favor de los hombres. De acuerdo con el espíritu de los profetas, judíos y cristianos colaborarán gustosos para la consecución de la justicia social y de la paz, a nivel local, nacional e internacional.


Animo a los cristianos, judíos y amigos de otras religiones a leer esta Declaración que tiene una vigencia extraordinaria y que nos ayudará a vivir y aportar un grano de paz y armonía en este tiempo en el cual han vuelto a surgir los fundamentalismos y fanatismos religiosos y políticos.  El texto del Profeta Miqueas 6:8 es válido para este tiempo: “Se te ha declarado, hombre, lo que es bueno, lo que YAHVEH de ti reclama: tan solo practicar la justicia, amar la piedad y caminar humildemente con tu Dios”. (BDJ)

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