domingo, 20 de agosto de 2017



Los cristianos y el arte


Víctor Rey
Cuando conocí a Dios a los 23 años en la Universidad de Concepción, varias cosas me llamaron la atención de la “cultura evangélica”. En ese tiempo estudiaba filosofía y Chile vivía bajo la dictadura militar de General Augusto Pinochet. Es bueno recordar que la mayoría de los evangélicos en Chile apoyaron el Golpe Militar y la violación a los Derechos humanos que se produjeron en esos 17 años. Los líderes del Grupo Bíblico Universitario (GBU) me dijeron que el grupo que se reunía todos los días al lado del campanil del foro universitario no era una iglesia y que yo debía congregarme en una iglesia local. Así fue como me puse a visitar las iglesias protestantes, evangélicas, pentecostales, católicas, mormonas, testigos de Jehová y hasta la única sinagoga que había en ese tiempo en la ciudad.
Así, participando en sus cultos, liturgias, escuchando sus discursos y cantos, comencé a conocer y entender esta nueva cultura. Justamente una de las cosas que me llamaron la atención fue la falta de estética en casi todo lo que se hacía. Ejemplo, los lugares de reunión llamados templos. Algunos eran casas, bodegas o garajes acondicionados para realizar cultos. Me parecieron feas y de mal gusto. Me recordaron la frase de Paulo Freire: “Cuando entro a un templo o un salón de clase, se inmediatamente donde se encuentra el poder”. Muchos de estos lugares se caracterizaban por ser más largos que anchos, con bancas duras y al fondo, en el lugar más alto, el púlpito, donde casi siempre había una persona, siempre un hombre cuyos discursos los hacía en un lenguaje duro, casi siempre gritando y retando a la audiencia que repetía dócilmente ¡Amén!, ¡Gloria a Dios!, ¡Aleluya!. Los cánticos con música repetitiva y las letras con falta de poesía y de relato.
Los lugares de reunión no invitaban a la reflexión y menos a la espiritualidad. Los discursos de los predicadores, me parecían faltos de belleza, sin contar lo fuerte del volumen, lo extenso y descontextualizado de sus exposiciones. Al conversar con los jóvenes, me llamó la atención la falta de información y conocimiento acerca de la realidad política, lo social y lo cultural. Muchos de ellos no les interesaba el cine, la literatura, la música y el arte en general. Yo que venía de ese mundo del arte, la política, la filosofía, la literatura, me parecía extraño este nuevo mundo al cual estaba ingresando. El humor era algo que casi no se percibía, ya que la santidad y la espiritualidad se expresaba en la seriedad. Mis cantantes y músicos preferidos eran (y siguen siendo): Joan Manuel Serrat, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Violeta Parra, Víctor Jara, Inti Illimani, Quilapayún, Los Jaivas, Santana, Led Zeppelin, Pink Floyd; y en literatura los ensayos de: Ernesto Sábato, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Pablo Neruda, Mario Benedetti, Erich Fromm, Jean Paul Sartre, Albert Camus; disfrutaba el cine de Claude Lelouch, Francois Truffaut, Luis Buñuel y todo el boom de la literatura y la canción latinoamericana.
¿Hay un lugar legítimo para la apreciación del arte y de la belleza en nuestra vida? ¿Cuál es la relación entre la cultura y nuestra vida espiritual? ¿Acaso el arte y el desarrollo de los gustos estéticos no son una pérdida de tiempo a la luz de la evangelización? Estas son preguntas que los evangélicos suelen hacer acerca de las bellas artes.
Lamentablemente, las respuestas que solemos escuchar a este tipo de preguntas, sugieren que el cristianismo puede funcionar bastante bien sin una dimensión estética. En el corazón de esta mentalidad está la afirmación clásica de Tertuliano (160-220 d.C.): “¿Qué tiene que ver Atenas con Jerusalén, la Academia con la Iglesia? No necesitamos curiosidad desde Jesucristo, ni de averiguación después del evangelio”.
Esta osada afirmación ha llevado a muchos a sostener que la vida espiritual es esencial, pero la cultural es irrelevante. Y hoy, gran parte de la comunidad cristiana parece inclinada a enfocar la estética de la misma forma precipitada y superficial que vivimos la mayor parte de nuestra vida.
Creo que esa es la tarea hoy, o el protestantismo latinoamericano no tendrá mucho futuro. Si en los años 70 los profetas eran los teólogos, los sociólogos, los economistas, los políticos, hoy son los artistas y dentro de ellos los humoristas. Quizás una nueva forma de hacer teología es la que Rubén Alves describió sobre lo que el mismo hacía:
“Mi teología no tiene nada que ver con la teología. Es un vicio. Hace mucho que debería de haber dejado ese nombre y decir solo poesía, ficción, juego. Que descansen los que tienen certezas. No entro en su mundo y no deseo entrar. Los jardines de concreto me dan miedo. Prefiero las sombras de los bosques y el fondo de los mares, lugares donde se sueña… Allí habitan los misterios y mi cuerpo queda fascinado.”
Pablo dice en Filipenses 4:8: “En esto pensad”. Surgen dos proposiciones muy importantes. Primero, nos recuerda que el cristianismo prospera en la inteligencia, no en la ignorancia, aun en el mundo estético. Los cristianos necesitan sus mentes cuando se confrontan con las expresiones artísticas de una cultura. Para el existencialista y el nihilista, la mente es un enemigo, pero, para el cristiano, es un amigo. Segundo, vale la pena notar que Pablo haya sugerido un enfoque tan positivo de la vida y, por aplicación, al arte. No nos dice que todas las cosas que son falsas, deshonrosas, injustas, impuras, desagradables, de mala fama, mal hechas y mediocres deben ser el foco de nuestra atención. Aquí, de nuevo, se trasluce la esperanza del enfoque cristiano de la vida en general. Nuestras vidas no son para ser vividas en tono menor.
Hay tres palabras importantes a tener en mente al definir la responsabilidad cristiana en cualquier cultura. La primera es cooperación con la cultura. La razón de esta cooperación es que podremos identificarnos con nuestra cultura para que pueda ser influida para Jesucristo. Jesús es un modelo para nosotros en esto. No fue, en general, un anticonformista. Asistió a bodas y funerales, sinagogas y fiestas. Por lo general, hizo las cosas culturalmente aceptables.
Una segunda palabra es persuasión. La Biblia describe a los cristianos como sal y luz, los elementos penetrantes y purificadores dentro de una cultura. El cristianismo busca tener una influencia en una cultura, y no ser absorbido por transigir repetidamente.
Un tercer concepto es confrontación. Los cristianos podemos desafiar y rechazar aquellos elementos y prácticas dentro de una cultura que son incompatibles. Hay ocasiones en que los cristianos debemos confrontar a la sociedad.
Finalmente, los cristianos deberíamos ser alentados a involucrarnos en las artes.  Esto puede lograrse, ante todo, aprendiendo a evaluar y apreciar las artes con mayor habilidad.
La fealdad y la decadencia abundan en cada cultura y generación. De esto no podemos huir. Pero Jesús tocó al leproso. Hizo contacto con el enfermo necesitado. Como cristianos, ¡nuestro foco debería ser no lo que el arte nos da, sino más bien lo que podemos dar al arte! Por lo tanto, el desarrollo de la imaginación y un análisis sano y amplio -aun de las muchas obras contemporáneas negativas- es posible cuando se las considera dentro de los amplios temas de la humanidad, la vida y la experiencia de una cosmovisión verdaderamente cristiana.
Creo que la poesía es algo que necesitamos con urgencia hoy, no solo en las iglesias, sino en toda la vida. El poema del poeta costarricense Jorge Debravo resume muy bien la misión que tiene el cristiano:
El hombre no ha nacido
para tener las manos
amarradas al poste de los rezos.
Dios no quiere rodillas humilladas
en los templos,
sino piernas de fuego galopando,
manos acariciando las entrañas del hierro,
mentes pariendo brasas,
labios haciendo besos.
Digo que yo trabajo,
vivo, pienso,
y que esto que yo hago es un buen rezo,
que a Dios le gusta mucho
y respondo por ello.
Y digo que el amor
es el mejor sacramento,
que os amo, que amo
y que no tengo sitio en el infierno.

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