lunes, 28 de agosto de 2017

LA PROPUESTA POLITICA DE ERICH FROMM

Víctor Rey
Recientemente he vuelto a leer El arte de amar y Miedo a la libertad, de Erich Fromm. Encuentro que su mirada sobre el hombre, su naturaleza y existencia está completamente vigente hasta el punto de seguir resultando novedosa. También he encontrado una extraordinaria colección de herramientas en forma de miradas, observaciones, ideas, reflexiones, conclusiones y un extraordinario abanico de conocimientos que van de lo individual a lo civilizatorio y del presente absoluto a la perpectiva histórica.
De esos dos libros hay, como digo, docenas de aspectos que encuentran un interesante y exclarec
edor desarrollo y en el caso de hoy es su enfoque sobre la organización social, política y económica el que quiero compartir aquí. Como es habitual en Fromm lo que aporta es una mirada múltiple: nos propone cómo, qué, por qué. Y nos impele a hacer nuestra propia reflexión sobre las dinámicas emocionales e inconscientes que nos mueven. Una breve crítica política, completamente propositiva, como ayuda a la reflexión para todos los que estamos interesados hoy en contribuir a un cambio político y económico en nuestra sociedad.
En primer lugar, debe afirmarse lo siguiente: no podemos, sin sufrir grave perjuicio, enfrentar la pérdida de ninguna de las conquistas fundamentales de la democracia moderna, ya se trate del gobierno representativo —esto es, el gobierno elegido por el pueblo y responsable frente a él—, o de cualquiera de los derechos garantizados a todo ciudadano por la Declaración de los derechos del hombre. Ni podemos hacer concesiones con respecto al nuevo principio democrático, según el cual nadie debe ser abandonado al hambre —pues la sociedad es responsable por todos sus miembros—, ni al miedo y la sumisión, o bien condenado a perder el respeto de sí mismo a causa del temor a la desocupación y a la indigencia. Estas conquistas fundamentales no solamente han de ser conservadas, sino que también deben ser desarrolladas y fortificadas.
A pesar de haber alcanzado este grado de democracia (que, sin embargo, estamos aún muy lejos de haber puesto en práctica de manera completa), debe reconocerse que el mismo no es todavía suficiente. El progreso de la democracia consiste en acrecentar realmente la libertad, iniciativa y espontaneidad del individuo, no sólo en determinadas cuestiones privadas y espirituales, sino esencialmente en la actividad fundamental de la existencia humana: su trabajo.
¿Cuáles son las condiciones generales que permiten alcanzar tal objetivo? El carácter irracional y caótico de la sociedad debe ser reemplazado por una economía planificada que represente el esfuerzo dirigido y armónico de la sociedad como tal. La sociedad debe llegar a dominar lo social de una manera tan racional como lo ha logrado con respecto a la naturaleza. La primera condición consiste en la eliminación del dominio oculto de aquellos que, aun que pocos en número, ejercen, sin responsabilidades de ninguna especie, un gran poder económico sobre los muchos, cuyo destino depende de las decisiones de aquéllos. Podríamos llamar a este nuevo orden socialismo democrático, pero, en verdad, el nombre no interesa; todo lo que cuenta es el establecimiento de un sistema económico racional que sirva los fines de la comunidad. Hoy la gran mayoría del pueblo no solamente no ejerce ninguna fiscalización sobre la organización económica total, sino que tampoco disfruta de la oportunidad de desarrollar alguna iniciativa y espontaneidad en el trabajo especial que le toca hacer. Son empleados, y de ellos no se espera más que el cumplimiento de lo que se les ordene.
Solamente en una economía planificada, en la que toda la nación domine racionalmente las fuerzas sociales y económicas, el individuo logrará participar de la responsabilidad de la dirección y aplicar en su trabajo la inteligencia creadora de que está dotado.
Todo lo que interesa es que se restituya al individuo la posibilidad de ejercer una actividad genuina; que los fines de la sociedad y los suyos propios lleguen a ser idénticos, no ya tan sólo ideológicamente, sino en la realidad; y que pueda aplicar activamente sus esfuerzos y su razón en su trabajo, realizándolo como algo por lo cual pueda sentirse responsable en tanto representa una actividad que posee sentido y propósitos en función de sus propios fines humanos. Debemos reemplazar la manipulación de los hombres por la cooperación activa e inteligente, y extender el principio del gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo, desde la esfera política formal a la económica.
No es posible establecer únicamente en función de factores económicos y políticos si un determinado sistema contribuye o no a la causa de la libertad humana. El único criterio acerca de la realización de la libertad es el de la participación activa del individuo en la determinación de su propia vida y en la de la sociedad, entendiéndose que tal participación no se reduce al acto formal de votar, sino que incluye su actividad diaria, su trabajo y sus relaciones con los demás. Si la democracia moderna se limita a la mera esfera política, no podrá contrarrestar adecuadamente los efectos de la insignificancia económica del individuo común. Pero tampoco son suficientes los remedios meramente económicos, corno el de la socialización de los medios de producción. No me estoy refiriendo ahora al empleo engañoso de la palabra socialismo, tal como ha sido aplicada —por razones de conveniencia táctica— en el nazismo. Me refiero a Rusia, donde el socialismo se ha vuelto un término ilusorio, pues aunque se ha realizado la socialización de los medios de producción, de hecho una poderosa burocracia maneja la vasta masa de la población. Esto necesariamente impide el desarrollo de la libertad y del individualismo, aun cuando la fiscalización gubernamental pueda salvaguardar efectivamente los intereses económicos de la mayoría del pueblo.
Nunca se ha abusado más que ahora de las palabras para ocultar la verdad. A la traición de los aliados se la llama apaciguamiento: a la agresión militar, defensa contra los ataques; la conquista de naciones pequeñas es tildada de pacto de amistad, y la supresión brutal de poblaciones enteras se efectúa en nombre del nacionalsocialismo. También las palabras democracia, libertad e individualismo llegan a ser objeto de tal abuso. Hay una sola manera de definir el verdadero significado de la diferencia entre fascismo y democracia. Esta constituye un sistema que crea condiciones políticas, económicas y culturales dirigidas al desarrollo pleno del individuo. El fascismo, por el contrario, es un sistema que, no importa cuál sea el nombre que adopte, subordina el individuo a propósitos que le son extraños y debilita el desarrollo de la genuina individualidad.
Por cierto que una de las dificultades mayores para el establecimiento de las condiciones necesarias a la realización de la democracia reside en la contradicción que existe entre la economía planificada y la cooperación activa de cada individuo. Una economía de ese tipo que tenga los alcances de un vasto sistema industrial, requiere un alto grado de centralización y, como consecuencia, una burocracia destinada a administrar ese organismo centralizado. Por otra parte, el control activo y la cooperación de cada individuo y de las unidades más pequeñas de todo el sistema, requieren un alto grado de descentralización. A menos que se logre fusionar la planificación desde arriba con la cooperación activa desde abajo, a menos que la corriente de la vida social consiga fluir continuamente desde la base hasta la cumbre, la economía planificada llevará al pueblo a ser víctima de renovadas manipulaciones. Una de las tareas principales de la sociedad es justamente la de resolver este problema: la forma de combinar la centralización con la descentralización.
Y, por cierto, se trata de una cuestión no menos soluble que los problemas técnicos que ya fueron superados y que nos han conducido a un dominio casi absoluto de la naturaleza. Podrá ser resuelto, sin embargo, tan sólo si reconocemos la necesidad de una solución y si tenemos fe en los hombres y en su capacidad de cuidar sus propios reales intereses en tantos seres humanos.
En cierto modo, estamos enfrentando una vez más el problema de la iniciativa individual. Ésta constituyó uno de los grandes estímulos del capitalismo liberal, tanto para el sistema económico como para el desarrollo personal. Pero con dos limitaciones: solamente desarrolló en el hombre dos cualidades especiales, la voluntad y la racionalidad, dejándolo, por otra parte, subordinado a los fines económicos. Era éste un principio que funcionaba muy bien durante una fase del capitalismo en la que predominaban en alto grado el individualismo y la competencia, y en la que había espacio para un sinnúmero de unidades económicas. Pero éste se ha ido restringiendo. Sólo un número reducido está en condiciones de ejercer la iniciativa individual. Si queremos realizar ahora ese principio y extenderlo hasta liberar completamente la personalidad, ello sólo nos será posible por medio del esfuerzo racional y consciente de toda la sociedad, y merced a un grado de descentralización capaz de garantizar la cooperación activa, real y genuina, así como la fiscalización por parte de las más pequeñas unidades del sistema.
Tan sólo si el hombre logra dominar la sociedad y subordinar el mecanismo económico a los propósitos de la felicidad humana, si llega a participar activamente en el proceso social, podrá superar aquello que hoy lo arrastra hacia la desesperación: su soledad y su sentimiento de impotencia. Actualmente el hombre no sufre tanto por la pobreza como por el hecho de haberse vuelto un engranaje dentro de una máquina inmensa, de haberse transformado en un autómata, de haber vaciado su vida y haberle hecho perder todo su sentido. La victoria sobre todas las formas de sistemas autoritarios será únicamente posible si la democracia no retrocede, asume la ofensiva y avanza para realizar su propio fin, tal como lo concibieron aquellos que lucharon por la libertad durante los últimos siglos. Triunfará sobre las fuerzas del nihilismo tan sólo si logra infundir en los hombres aquella fe que es la más fuerte de las que sea capaz el espíritu humano, la fe en la vida y en la verdad, la fe en la libertad, como realización activa y espontánea del yo individual.
Erich Fromm. Miedo a la libertad [309-314]. Ed. Paidós, 1941

No hay comentarios: