lunes, 9 de septiembre de 2013

La Biología del Amor. Humberto Maturana

Humberto Maturana, biólogo chileno, revolucionó el mundo de la ciencia con su teoría biológica del conocimiento, que afirma entre otras cosas, que no se puede hacer referencia a una realidad independiente del hombre. La epistemología de este biólogo chileno de 66 años, lo ha colocado entre los constructivistas radicales como von Foerster, Piaget y von Glaserfeld. Sin embargo Maturana se califica a sí mismo como un determinista ciento por ciento.
Una de sus discípulas, Sima Nisis, comenta que siendo alumna del Dr. Maturana, se sintió invitada a reflexionar sobre su propia existencia, y esto la inspiro a realizar un coloquio con el profesor y desear compartir estas preguntas cotidianas que surgían de ella, a través de las clases, leyendo sus libros, artículos y su aplicación en seminarios, talleres que iban surgiendo, pensó en la dimensión que adquiría su vida cuando la vivía en una realidad ‘sin paréntesis’, y cuando la vivía desde una ‘realidad entre paréntesis’.
EMOCION Y COMUNICACION:
S.N. -Doctor, mi deseo en este coloquio es llevarlo por un camino inusual, movida, tal vez, por mi deseo de ver lo que queda oculto en su ser cotidiano. En esta pregunta quiero responder a una inquietud mía: usted ha dicho que la expresión de la emoción niega la emoción que expresa, que quiere decir?
H.M. -La emoción es una dinámica corporal que se vive como un dominio de acciones, y se está en una emoción o no. La atención a la expresión de una emoción la niega porque establece una dicotomía entre el vivir y el parecer. Solo si no soy de una cierta manera quiero parecerlo ante otro. La emoción se vive y no se expresa. El otro que me mira puede decir: ‘te veo triste’, y hace una apreciación sobre mí emocionar distinguiendo el dominio de acciones en que me encuentro al hacer una distinción en el dominio del hacer. Si el otro me dice: ‘sientes pena’, hace una apreciación sobre cómo me siento en mí emocionar, y hace una distinción en el dominio de la reflexión. Confundimos frecuentemente emoción con sentimiento y en el proceso negamos nuestra emoción buscando la expresión de nuestro sentir.
S.N. -¿Que experiencias de su infancia fueron significativas para usted, y por qué?
H.M. -Hay dos experiencias de mi infancia que quiero relatar por las reflexiones a que ellas me condujeron. En una ocasión, cuando yo tenía once años acompañé a mi madre, quien era Asistente Social, Visitadora Social se decía entonces, en una visita a una familia de obreros del ladrillo, en lo que en esa época, 1940, era Punta de Rieles, al final
De Macul. Allí llegamos a una vivienda que era un hoyo rectangular en la tierra con un techo inclinado, y en cuyo interior se encontraba una mujer tendida en el suelo, enferma, cubierta de harapos. Junto a ella estaba un niño, menor que yo. Al verlo pensé: ‘Yo podría ser ese niño, pero no lo soy, y nada en mi justifica el que yo tenga una casa, pobre pero casa, que yo pueda ir al colegio y comer todos los días, y que este niño no. No es merito mío, es solo un regalo de la existencia; nada de lo que tengo me pertenece y solo me cabe estar agradecido mientras lo tenga’. Esta experiencia cambio mi vida porque desde entonces viví en la conciencia de que la vida que uno vive es solo un regalo del que no cabe otra cosa que estar agradecido, y las cosas buenas que uno viva no significan que uno sea mejor que cualquier otro que no las tenga y las cosas malas que a uno le pasan no significan tampoco que uno sea peor que otros que no las viven.
Ese niño y yo éramos igualmente dignos. La otra experiencia que quiero relatar la viví en el patio de mi casa, junto a un árbol de flores lilas. Allí me encontré pensando: ‘No me gusta obedecer. No quiero obedecer. Qué debo hacer para no obedecer? Si mi madre me pide que haga algo, tendré que hacerlo, no puedo decir que no, pero no quiero obedecer. Ah! ya se, lo que hare será tratar lo que deba hacer como mío, lo transformare en lo que yo quiero hacer, y gozare haciéndolo.
Siempre? No! Cuando se me ordene algo que no quiera hacer mío, no lo hare, y viviré las consecuencias; Desde entonces nunca mas obedecí, ni sufrí haciendo lo que no quería hacer.
S.N. -Como descubre uno en que emoción se encuentra el otro? Parece que comunicarse es un acto de sabiduría.
H.M. -Yo pienso que eso es fácil. Basta mirar sus acciones. Si queremos conocer la emoción del otro, debemos mirar sus acciones; si queremos conocer las acciones del otro, debemos mirar su emoción. Estas miradas solo son posibles en la medida en que no prejuzguemos lo que vamos a ver antes de mirar, y ese es un acto de sabiduría.
S.N. -Usted sostiene que encontrarse en la emoción con el otro es un asunto de ‘mirar’, pero que sucede con un ‘otro’ plural, en una conferencia, por ejemplo? Como aunar las emociones?
H.M. -La respuesta es en principio fácil. Uno puede encontrarse de dos maneras con la gente: desde la postura ‘ustedes no saben y yo sé’, o desde esta otra postura ‘ustedes saben todo lo que yo voy a decir, porque todo lo que les voy a decir tiene que ver con ustedes y conmigo’.
En el primer caso, el ‘ustedes no saben y yo sé’, puedo decirlo explícitamente o simplemente estar en ese pensamiento y, por lo tanto, en una dinámica que crea distancia porque mi pretensión cognoscitiva constituye la negación del otro. Cuando eso pasa el otro entra en una dinámica emocional propia que sigue un curso discordante con el del orador. En el segundo caso, el ‘ustedes saben todo lo que voy a decir.’ abre la posibilidad de un coemocionar armónico porque parte de la aceptación de la legitimidad del otro o los otros.
S.N. -Usted habla de distanciamiento o acercamiento Como entiende el desapego y el apego?
H.M. -Creo que el desapego surge en el momento en que uno se da cuenta de que no es dueño de la verdad. En ese momento uno puede poner sus creencias en la observación, y ver si uno quiere o no quiere sus consecuencias. Para mirar algo hay que soltarlo primero, y el acto de soltar constituye el desapego. En el acto de mirar mis creencias me
desprendo de ellas lo suficiente como para perderlas si el resultado de la reflexión así lo requiere. La verdadera dificultad está en generar esa mirada debido al miedo que uno tiene de perder lo que posee. En la amistad uno se encuentra con el otro sin apego. El otro es legítimo en si, uno no le exige, uno solo está en el placer de su compañía. Todos tenemos práctica en la amistad. Lo que tenemos que hacer, si queremos vivir en el desapego, es ampliar esa práctica, no solamente a estos seres que hemos escogido como nuestros amigos, sino a todo otro.
CONVERSACION Y LENGUAJE:
S.N. -Los seres humanos en el vivir hablamos, conversamos. Cuando estamos en el lenguaje y cuando estamos en la conversación?
H.M. -He hablado ya de esto en el libro Emociones y Lenguaje en Educación y Política, pero brevemente puedo decir que estamos en el lenguaje cuando nos movemos en las coordinaciones de coordinaciones de acciones en cualquier dominio que sea. Pero, el ‘lenguajear’ de hecho ocurre en la vida cotidiana entrelazado con el emocionar, y a lo que pasa en este entrelazamiento llamo conversar. Los seres humanos siempre estamos en la conversación, pero el lenguaje, como fenómeno, se da en el operar en coordinaciones de coordinaciones conductuales consensuales recurrentes. Lo que pasa es que nuestras emociones cambian en el fluir del ‘lenguajear’, y al cambiar nuestras emociones cambia nuestro ‘lenguajear’. Se produce un verdadero trenzado, un entrelazamiento de generación reciproca del ‘lenguajear’ y del emocionar. Eso es el conversar. Ahora mismo estamos en una conversación. Es una conversación por cuanto se da el entrelazamiento de que acabo de hablar. Estamos interesados, aburridos, alegres, enojados durante el fluir de nuestro ‘lenguajear’. A veces nos movemos en una monotonía emocional, lo cual no quiere decir que no estemos en el conversar y que no nos movamos en el fluir emocional.
S.N. -Es posible, según usted, que surja la creatividad en sujetos que comparten un espacio de convivencia a cargo de un guía, por ejemplo, alumnos en un laboratorio?
H.M -Cada vez que creamos un espacio de convivencia y reflexionamos en el a través de mirar las consecuencias de nuestro quehacer en el, puede surgir algo nuevo. Por ejemplo, lo que yo hago en mi laboratorio, con mis estudiantes, lo llamo taller renacentista, pues lo manejo como un espacio en el cual los estudiantes viven en el hacer y en la reflexión sobre su hacer, en el contexto continuo de la conversación sobre el hacer en el hacer. A si, si están estudiando algún problema particular de neurobiología o de conducta, están también en el hacer experimental que ese ámbito particular de estudio tiene, y están en las conversaciones de ese quehacer y en las conversaciones que son reflexiones sobre ese quehacer. En este proceso mis estudiantes adquieren las habilidades manuales y reflexivas de ese espacio. Yo digo que mi laboratorio es un taller renacentista porque es un espacio que se reconoce directamente como un espacio del vivir, como los talleres renacentistas donde existía un artesano o un artista, y los estudiantes se transformaban a su vez en artesanos o artistas, según sus preferencias, en el convivir con el maestro.
S.N. -Un proverbio francés dice: ‘Machacando se aprende el oficio’. De lo que usted dijo anteriormente parece desprenderse que para ser biólogo hay que ‘biologizar’, y así en todo orden de cosas.
H.M. -En el fondo ese pensamiento casi lo dice todo. La biología es un dominio de observación, de explicación y de reflexión sobre el vivir de los seres vivos. Si miro, por ejemplo, un fenómeno químico, ese fenómeno químico es biológico en la medida en que para comprenderlo debe mirársele en el contexto del vivir del ser vivo. El mismo fenómeno mirado en un tubo de ensayo no es fenómeno biológico sino que químico. Lo biológico tiene que ver con el vivir del ser vivo, por esto se aprende biología ‘biologizando’, en el mirar y amar a los seres vivos.
En general, todo quehacer se aprende en la realización de ese quehacer.
Si el quehacer es discursivo, se aprende en el discurso, si es manipulativo, se aprende manipulando. Todo conocimiento es un modo de vivir y, por lo tanto, es multidimensional y su multidimensionalidad debe adquirirse en el vivir. Por ello, por supuesto, es necesario aceptar la multidimensionalidad del dominio del conocimiento que interesa en toda su magnitud. Si usted me pregunta cómo se aprende a amar, la respuesta es: en el vivir las acciones que constituyen al otro como un legitimo otro en la convivencia. Naturalmente lo mismo vale si la pregunta se refiere a cualquier otro quehacer. Yo diría que aquello de lo que hay que hacerse cargo al educar, es de crear un espacio de convivencia con el niño, en el que él sea tan legitimo como el maestro o la maestra. El niño se transformara en su convivencia conmigo según la legitimidad que yo le dé a su convivir conmigo.
Si soy intransigente, el niño aprenderá a ser intransigente; si soy generoso, el niño aprenderá a ser generoso; si soy cuidadoso en lo que hago, el niño aprenderá a ser cuidadoso en su quehacer; si soy chabacano el niño aprenderá a ser chabacano. Y esto lo aprenderá no como algo externo sino como un modo de ser en el vivir. No es el ejemplo como un quehacer ajeno, lo que educa, sino que la participación en el quehacer que se aprende. El niño danza con el educador en el vivir. Si un niño al salir del colegio es un niño agresivo y peleador, quiere decir que ha vivido en un espacio en el cual la agresividad y la pelea son legítimas. Eso no quiere decir que el profesor ha estado diciendo que es legítimo pelear o ser agresivo, basta con que en el espacio de vivir que él o ella configura en todas sus sutilezas sea legítima la pelea o la agresión.
En términos generales podemos decir que uno aprende el mundo que uno vive con el otro.
S.N. -El convivir con el otro puede traducirse en la aceptación o en el rechazo del otro, pero como vivir en la aceptación? y, diría mas, como vivir en las acciones que constituyen al otro como un legitimo otro en la convivencia?.
H.M. Convivir en la aceptación del otro como un legitimo otro es facil? Como? Aceptando la legitimidad del otro. Por ejemplo, si pienso que un niño hace algo que está mal porque el niño es flojo, mi conducta va a revelar lo que pienso, y va a constituir la negación del niño como flojo, si pienso que el niño hace algo que está mal porque aun no tiene la practica adecuada que le permita hacerlo bien, mi relación con el niño va a reflejar mi darme cuenta de que la dificultad del niño en hacer lo que yo espero que haga tiene que ver con su práctica y no con su ser. En el segundo caso voy a corregir la práctica del niño, en el primero voy a corregir su ser.
En el primer caso, al corregir al niño, lo voy a negar; en el segundo caso, al corregir la práctica, lo voy a aceptar. En el proceso de formarse como profesor o en el proceso de ser profesor, uno tiene que darse cuenta precisamente de lo que acabo de decir y aprender y practicar la distinción de estas dos acciones: la de negar al niño y la de corregir su práctica.
Hay algo que uno siempre sabe aunque tal vez uno no se detiene a reflexionar en ello, o porque no quiere reflexionar o porque piensa que la reflexión va a tomar mucho tiempo. Me refiero a dos cosas: la primera, es que si uno se encuentra
con otro, el otro lo puede escuchar a uno solamente en la medida en que uno acepta al otro; la segunda, es que la aceptación del otro se da en la emoción y no en la razón. Esto podemos apreciarlo en los niños pequeños. Cuando uno se acerca a un niño y uno le habla fuera del espacio emocional en que el niño se encuentra, este no se acerca a uno.
Uno le ofrece la mano y el niño no la toma. Pero, en el momento en que uno se encuentra en la aceptación del niño, en su emoción, el niño toma la mano. Ese gesto de tomar la mano es una acción que constituye una declaración de aceptación de la convivencia. Es como si el niño dijera estoy dispuesto a convivir contigo y, por lo tanto, a transformarme en la convivencia contigo.
S.N. -Parece que la emoción invita a desear algo…
H.M. -No, no es que la emoción invite a desear algo. Uno se encuentra en el deseo o en el rechazo. El deseo aparece como algo que le sucede a uno en el vivir. Así, por ejemplo, estamos conversando sobre el conversar y en este fluir en las coordinaciones de las coordinaciones conductuales del “lenguajear” y del emocionar entrelazados, surge el deseo de saber sobre el deseo, como algo que nos pasa desde la nada, aunque después nos parezca justificable.
LA BIOLOGIA DEL AMOR:
S.N. -Usted ha hablado de la negación y de la aceptación del otro. Esto me hace pensar en el amor y en las condiciones que deben darse para que se pueda vivir en la biología del amor.
H.M. -Pienso que las condiciones para vivir en la biología del amor son señalables solo a posteriori, como un comentario intrascendente: el amor le pasa a uno. Así, simplemente. Lo que uno puede hacer es reflexionar sobre la negación cultural del amor, aun cuando se lo destaca o valora. El amor es el dominio de las acciones que constituyen al otro como un legitimo otro en convivencia con uno. Uno se encuentra con otro y, o se encuentra en las acciones que lo constituyen como un legitimo otro en la convivencia, o no. A uno le pasa eso. También le pasa a uno que se encuentra con alguien en las acciones de rechazo, negacion o indiferencia como algo que le sucede a uno porque si, desde la nada. El suceder de la experiencia le pasa a uno en el fluir del vivir. Así como el vivir humano se da en el conversar, el emocionar le sucede a uno en el fluir del conversar, y esto tiene una consecuencia fundamental: si cambia el conversar, cambia el emocionar, y lo hace siguiendo el curso del emocionar aprendido en la cultura que uno vive y ha vivido. Es debido a esto el efecto terapéutico de la reflexión como un operar que lo centra a uno en su cultura y en lo fundamental de lo humano que es el amor.
S.N. -En su libro Lenguaje y Emociones en Educación y Política usted comenta que las emociones han sido desvalorizadas por darle mayor énfasis a la razón. Que sugeriría usted para darle a las emociones el espacio que les corresponde?
H.M. -Ante todo, creo que uno tiene que aceptar su legitimidad; es decir, reconocer que lo humano no se constituye exclusivamente desde lo racional. Es cierto que lo racional es importante en el tipo de vida que vivimos, pero el primer paso para revalorar la emoción seria aceptar que entrelazado a un razonar está siempre presente un “emocionar”. En el momento en que uno ve eso se da cuenta de que es así. Se podría invitar a alguien a una reflexión en cada momento: que te está pasando?, es una de las preguntas que muchas veces se hace en terapia o en talleres de desarrollo personal. Que te está pasando?, es una pregunta dirigida a mirar el propio emocionar y no a mirar el propio razonar.
Desde el momento en que la persona la contesta, se encuentra mirando su “emocionar”. Es decir, si la invitación a esa mirada es aceptada, entonces la presencia continua de la emoción y del fluir emocional se hace aparente. Pienso que en el momento en que uno acepta la presencia de la emoción y amplia su mirada reflexiva se da cuenta de que la emoción es el fundamento de todo quehacer.
El darse cuenta que trae la reflexión sobre las emociones no se puede negar. Las emociones tienen una presencia que abre un camino a la responsabilidad en el vivir. Pienso que al niño hay que invitarlo a respetar su “emocionar”, dándose cuenta de él, no pedirle que lo controle o niegue. Tenemos miedo de las emociones porque las consideramos rupturas de la razón, y queremos controlarlas. Creo que el deseo de controlar las emociones tiene que ver con nuestra cultura
orientada a la dicotomía de lo bueno y lo malo; se enfatiza, como línea central de la vida la lucha entre el bien y el mal, “lo bueno y lo malo”. Lo malo tiene una presencia enorme, no como una falla circunstancial o como un error, sino como algo constitutivo. Ahora, desde el momento en que uno mira a los seres humanos constituidos en lo bueno y lo malo, y se vive en la lucha entre el bien y el mal, se pierde la confianza en lo humano y lo natural. Los seres humanos son malos, se
dice, entonces no son confiables. La educación pasa a ser un modo de controlar la maldad, tal vez también de guiar hacia la bondad, pero sobre todo de controlar la maldad. En un momento histórico como el nuestro, descendiente del periodo histórico de la ilustración, parece que la maldad se controla con la razón y que la razón nos acerca a lo
bueno. El resultado es que vivimos en lucha contra las emociones en el supuesto de que ellas nos alejan de la razón, y nos acercan a lo arbitrario que es lo malo. Esta desconfianza yo no la tengo, porque creo que lo humano no se constituye en la lucha entre el bien y el mal.
La lucha entre el bien y el mal -pienso- pertenece a un momento de nuestra historia cultural, de modo que nosotros, culturalmente, estamos inmersos en esa lucha, pero ella no pertenece a la constitución de lo humano. Yo tengo confianza en la biología, en particular en la biología del amor que es el fundamento de lo social. Las relaciones humanas se ordenan desde la emoción y no desde la razón, aunque la razón de forma al hacer que el emocionar decide. Yo diría que lo que uno tiene que hacer es respetar las emociones de los niños con lo cual uno respeta su dignidad y les permite conocerlas abriendo paso a su ser responsable frente a ellas. En nuestra cultura patriarcal occidental creemos que las
relaciones humanas deben controlarse porque vivimos en la mentira de la apariencia y no en el respeto por nosotros mismos y por el otro que constituye lo social, precisamente porque vivimos en la dicotomía del bien y del mal como condición transcendente y, precisamente porque vivimos así, no vivimos en la responsabilidad de nuestros actos.
S.N. -Usted invita a la reflexión, postula que el amor se da desde la biología, como llego a esto?
H.M -En un sentido estricto, yo llegue a esto sin darme cuenta. Mi reflexión comenzó al mirar a los seres vivos como sistemas autopoieticos, como sistemas en los que todo ocurre en referencia a ellos en el proceso de vivir. Eso me llevo a pensar en la convivencia que dividí en dos tipos: uno que lleva a la destrucción del convivir y otro que lleva a la realización del convivir. Uno que lleva a la separación y, por lo tanto, a la no convivencia, y otro que lleva a la conservación de la convivencia. Y así me di cuenta de que aunque ambos tipos de convivencia se realizan a través del vivir, el que lleva a la realización de la convivencia, a la realización del vivir con otro, solamente se puede dar en la medida en que la convivencia se hace en la aceptación del otro como un legitimo otro. También me di cuenta de que
es solo a tal convivencia a la que nos referimos cotidianamente al hablar de lo social.
Mirando a los seres vivos y su convivencia social me hice en algún momento la pregunta acerca de las emociones. Que tengo yo que mirar para decir que hay una emoción?, o que criterio aplico para decir que hay una emoción?, me pregunte. Al hacerme estas preguntas me di cuenta de que el criterio que uno aplica es el de mirar las acciones. Descubrí
que las emociones corresponden a distinciones que un observador hace del dominio de acciones en que se encuentra el otro o uno. Empecé a preguntarme por el dominio de acción de las distintas emociones y descubrí que el amor es el dominio de las acciones que constituyen al otro como un legitimo otro en la convivencia con uno. Esto, naturalmente, no paso de la noche a la mañana, sino a lo largo de meses de conversar y reflexionar acerca del emocionar como fenómeno de la vida cotidiana. Al hacer esto miraba situaciones simples del vivir cotidiano como lo que pasa cuando uno sube a un bus. Uno toma el bus en un acto de confianza maravillosa, paga su pasaje, con lo cual expresa su confianza al chofer, este acepta la moneda que uno le da en un acto de confianza hacia uno como pasajero.
Mi confianza hacia el chofer implica que yo no dudo que el no va a manejar a tontas y a locas produciendo un accidente, la confianza del chofer hacia mi implica aceptar que yo no lo voy a asaltar o golpear por la espalda. Es cierto que él puede mirar para atrás a través del espejo retrovisor, pero ese espejo está destinado esencialmente a otra mirada,
no a la desconfianza. Y si uno mira a su alrededor descubre que todo el mundo social se funda en ese acto de confianza. Voy al banco a depositar mi dinero, encuentro una oficina que se llama “operaciones de confianza” -interesante el nombre- depósito mi dinero en la confianza de que el cajero no me va a robar y va a anotar lo que debe anotar. El cajero
acepta el dinero en la confianza de que no lo voy a engañar, es cierto que cuenta el dinero pero lo hace fundamentalmente por un asunto de orden, no de desconfianza, y aunque a veces pueda haber circunstancialmente desconfianza, todo el proceso se funda en la confianza. Visto de más cerca se ve que la “confianza” es el fundamento
del vivir mismo. Conversando hace poco con algunos amigos brasileños les decía que C.G. Jung habla de las sincronías como fenómenos especiales de coincidencias inesperadas. Pero si uno lo mira bien, ve que la sincronía es lo corriente, lo cotidiano, el fundamento de la coexistencia.
Que sincronía más maravillosa la que tiene lugar con el nacimiento de un bebe! Nace el bebe y se encuentra con la mamá lista para amamantarlo, y que sincronía más maravillosa que la madre se encuentre con un ser al que su leche alimenta y no envenena. Entonces toda esta maravillosa armonía del orden del vivir se funda esencialmente en que todo está en su sitio, es decir, en algo equivalente a la confianza. El bebe, nace, por asi decirlo, en la “confianza” de que va a haber una mamá, aunque no hay premonición ni reflexión acerca de esto. Pero uno se da cuenta de que esta condición de confianza, de disposición adecuada para la convivencia como un fenómeno legitimo que constituye lo social es un fenómeno mucho más amplio, no solamente humano, sino que pertenece a todos los seres vivos. No es acaso sincronía del vivir el que en una colmena, la larvita salga del huevo y se encuentre con una abeja que la alimenta, o el insecto que pone su huevo solitario sobre un árbol o flor lo haga de manera tal que al salir una larvita esta se encuentre con una hoja que será su comida? Esa extraordinaria armonía es lo natural del vivir.
S.N. -Lo que acaba de decir está relacionado con la enseñanza y el aprendizaje. Si en un momento usted dijo que se aprendía biología “biologizando”: cree usted que se pueda aprender a amar, amando? H.M. -Ciertamente, basta mirar lo que le pasa al niño cuando uno lo acepta en su intimidad y legitimidad. Creo que esa es la experiencia más
conmovedora que uno puede tener con un niño o con un animal. En el momento en que el niño acepta la mano que uno le ofrece, acepta la convivencia con uno, pero lo hace cuando está reconocida su dignidad, no como una reflexión, sino como una acción que lo trata como un legítimo otro en la convivencia. Si vamos por la calle y le damos una patada a un perro que tiene miedo y no nos damos cuenta de su emocionar nos muerde.
Pero acercarse a un ser que tiene miedo sin reconocer que tiene miedo y sin respetar su miedo, es negar su legitimidad, y cometer un acto de ceguera. La única forma de encontrarse con un niño o con un perro es aceptando su “emocionar”, no negándoselo. Pero como acercarse a un perro con miedo? le hablamos, el perro está asustado y nos ladra. Le hablamos sin acercarnos demasiado; le hablamos y el perro cambia su emocionar. Lo
mismo ocurre con el niño. Si el niño se siente reconocido en su legitimidad, nos da la mano y en ese momento acepta el espacio de convivencia que le ofrecemos.
S.N. -En muchas oportunidades usted ha manifestado que un alto porcentaje de enfermedades en el adulto tiene como causa la falta de amor.
H.M. -Y no solamente en el adulto! El organismo como sistema existe en una armonía o coherencia interna que se pierde cuando sus relaciones e interacciones dejan de ser congruentes con esta armonía. La negación del amor rompe esta congruencia y da origen a alteraciones fisiológicas que hacen posible procesos como alteraciones en la dinámica motora, endocrina, inmunitaria, neuronal, o tisular en general. Así, gérmenes que coexisten normalmente con nosotros se hacen patógenos porque nuestra relación con ellos se altera, o se alteran procesos de regulación de la dinámica celular que resultan en disfunciones orgánicas, o sea, por alteración de la biología del amor se altera la dinámica endocrina de modo que surgen alteraciones en la dinámica tisular o, por último, se altera la dinámica motora y de atención y surgen u ocurren accidentes por cegueras o esfuerzos desmedidos. Todos los fenómenos del vivir se pueden vivir en la armonía de su legitimidad desde la biología del amor, incluso una perdida. Pero para que esto sea así, el niño debe crecer en la dignidad del respeto por sí mismo y por el otro que trae consigo la biología del amor.
Pienso que la mayor parte del sufrimiento humano, y la mayoría de las enfermedades humanas tienen su origen en la negación del amor. Cuando el animal, humano o no humano, vive en congruencia con su circunstancia, salvo que tenga una alteración anatómica o fisiológica congénita que lo saque de lo normal, vive en armonía con su circunstancia, lo que implica una armonía fisiológica. No hay distorsiones en la tensión muscular, no hay desviaciones en los sistemas endocrino, nervioso e inmunitario, cualquiera sea el momento del vivir. La mayor parte del sufrimiento es por distorsión del cuerpo, y con esto quiero decir distorsión muscular, distorsión tensionar sobre los huesos, sobre los sistemas nervioso y endocrino. Se crea así un desbalance o distorsión del sistema inmunitario que crea a su vez toda clase de procesos internos que alteran la regulación normal de la constitución y estabilización de
procesos de expresión génica. La existencia de un ser vivo en armonía con su circunstancia se da en la armonía interna que le permite, como al esquiador que se desliza según la curvatura del terreno, moverse
adecuadamente en un espacio de existencia legitima, y la única circunstancia que hace que la existencia humana sea legitima, es la armonía con la circunstancia del otro. Somos humanos en tanto somos animales que vivimos unos con otros en el conversar y eso se da sin lucha y sin conflicto solamente en la aceptación del otro como legitimo
otro en la convivencia. Si el niño crece en el amor se respetara a sí mismo, y respetara a los otros.
El crecer con respeto por sí mismo y respeto por el otro, no asegura una conducta especifica ni una vida sin accidente ni dolor, pero asegura una vida en la cual el niño y luego el adulto pueden moverse en congruencia con su circunstancia y vivir los sucesos del vivir en legitimidad social, es decir, como seres responsables de sus actos
porque aceptan sus emociones.
S.N. -Si todo parece tan fácil por que la vida cotidiana no se da de esa manera?
H.M -Porque vivimos una cultura que niega el amor al darle un carácter especial subiéndolo al pedestal de la virtud. Vivimos una cultura que está centrada en la distinción entre el bien y el mal, en la exigencia de la obediencia y, por lo tanto, en la desconfianza, y no vemos que sin confianza no se constituye lo social. Por esto, aunque vivimos de actos de confianza, no lo vemos y solo vemos la desconfianza, el desamor, la competencia, la lucha. Nuestros niños crecen en un espacio pequeñísimo de confianza que es su hogar, escuchando hablar de una continua lucha con los demás, contra la naturaleza, contra los elementos, contra las enfermedades. Luchamos todo el tiempo y esa continua lucha es una continua enajenación en la desconfianza que va creando fracturas en la trama de la convivencia social. Un país es una red de pequeñas comunidades, sociales y no sociales, que configuran comunidades más grandes, no necesariamente sociales, como las comunidades de trabajo, o como las comunidades de cercanía que no tienen una trama social. Se requiere una trama social fundamental, sin embargo, para que el país no se desmorone del todo. Pero eso no es suficiente para evitar la deformación de nuestros niños que crecen continuamente expuestos a la negación de su dignidad en la negación de la dignidad del otro, cosa que los hace progresivamente parte de un
gran mundo en el que se niega lo social hablando de lo social.
S.N. -Si parece tan fácil comprender lo que usted propone, esto es, la biología del amor, porque nos cuesta tanto? o por que volvemos siempre a las conductas que la niegan? o acaso no hay esperanza? Como hacer de la comprensión de la biología del amor una posibilidad en el vivir?
H.M. -Vivimos una cultura que habla del amor pero lo niega en la acción. Esta es la cultura patriarcal europea u occidental a que pertenecemos. Esta cultura surge del encuentro de la cultura patriarcal indoeuropea que invade Europa cerca de 5.000 años antes de Cristo, y las culturas matristicas existentes allí. En este encuentro, la cultura
patriarcal invasora destruye o subyuga a las culturas matristicas, y cuando las subyuga, lo matrístico queda relegado a la relación materno-infantil, mientras que lo patriarcal se desenvuelve en la vida adulta, en el mundo del patriarca. Esta dualidad es aparente en la educación que damos a nuestros niños. En la infancia los guiamos en la colaboración, el respeto mutuo, la aceptación del otro, el respeto por sí mismo, el compartir y la legitimidad de la sensualidad. En el pasaje a la vida adulta los guiamos en la apropiación, la lucha, la negación del otro, la competencia, la dominación y la negación de la sensualidad valorando sobre todo la razón. Es decir, guiamos a nuestros hijos durante la infancia en la biología del amor, y en la juventud los guiamos a la biología de la agresión. Así como el amor es el dominio de las acciones que constituyen a otro como un legitimo otro en convivencia
con uno, la agresión es el dominio de las acciones que niegan a otro en la convivencia con uno. Los seres humanos de la cultura patriarcal europea vivimos permanente o recurrentemente en esta contradicción en nuestra vida adulta; aprendemos a amar en la infancia y debemos vivir en la agresión como adultos.
Por esto el amor para nosotros se ha vuelto literatura o, lo que es lo mismo, una virtud, un deber, un bien inalcanzable o una esperanza. Para vivir en la biología del amor tenemos que recuperar la vida matrística de la infancia y para ello tenemos que atrevernos a ser nosotros mismos, atrevernos a dejar de aparentar, atrevernos a ser responsables de nuestro vivir y no pedirle al o de sentido a nuestro existir. Pero hacer todo eso, en verdad, no es tan difícil si damos el primer paso recuperando nuestra dignidad al aceptar la legitimidad del otro, quienquiera que este sea. Si usted además me pregunta cómo se hace eso, yo diría: si vas por un sendero y se cruza una serpiente venenosa di: Ah, una serpiente venenosa, debo dejarla pasar! Si vas por un prado y ves una mariposa di: Ah, que bella mariposa, que hermoso como vuela de flor en flor! Si vas por la ciudad y ves un ladrón, y hay para ti la posibilidad de impedir su acción, impídela… es así de fácil.
Lo recibí de un Boletín de Mediación Educativa de la Provincia de Chubut, Argentina
Humberto Maturana, biólogo chileno, revolucionó el mundo de la ciencia con su teoría biológica del conocimiento, que afirma entre otras cosas, que no se puede hacer referencia a una realidad independiente del hombre. La epistemología de este biólogo chileno de 66 años, lo ha colocado entre los constructivistas radicales como von Foerster, Piaget y von Glaserfeld. Sin embargo Maturana se califica a sí mismo como un determinista ciento por ciento.
Una de sus discípulas, Sima Nisis, comenta que siendo alumna del Dr. Maturana, se sintió invitada a reflexionar sobre su propia existencia, y esto la inspiro a realizar un coloquio con el profesor y desear compartir estas preguntas cotidianas que surgían de ella, a través de las clases, leyendo sus libros, artículos y su aplicación en seminarios, talleres que iban surgiendo, pensó en la dimensión que adquiría su vida cuando la vivía en una realidad ‘sin paréntesis’, y cuando la vivía desde una ‘realidad entre paréntesis’.
EMOCION Y COMUNICACION:
S.N. -Doctor, mi deseo en este coloquio es llevarlo por un camino inusual, movida, tal vez, por mi deseo de ver lo que queda oculto en su ser cotidiano. En esta pregunta quiero responder a una inquietud mía: usted ha dicho que la expresión de la emoción niega la emoción que expresa, que quiere decir?
H.M. -La emoción es una dinámica corporal que se vive como un dominio de acciones, y se está en una emoción o no. La atención a la expresión de una emoción la niega porque establece una dicotomía entre el vivir y el parecer. Solo si no soy de una cierta manera quiero parecerlo ante otro. La emoción se vive y no se expresa. El otro que me mira puede decir: ‘te veo triste’, y hace una apreciación sobre mí emocionar distinguiendo el dominio de acciones en que me encuentro al hacer una distinción en el dominio del hacer. Si el otro me dice: ‘sientes pena’, hace una apreciación sobre cómo me siento en mí emocionar, y hace una distinción en el dominio de la reflexión. Confundimos frecuentemente emoción con sentimiento y en el proceso negamos nuestra emoción buscando la expresión de nuestro sentir.
S.N. -¿Que experiencias de su infancia fueron significativas para usted, y por qué?
H.M. -Hay dos experiencias de mi infancia que quiero relatar por las reflexiones a que ellas me condujeron. En una ocasión, cuando yo tenía once años acompañé a mi madre, quien era Asistente Social, Visitadora Social se decía entonces, en una visita a una familia de obreros del ladrillo, en lo que en esa época, 1940, era Punta de Rieles, al final
De Macul. Allí llegamos a una vivienda que era un hoyo rectangular en la tierra con un techo inclinado, y en cuyo interior se encontraba una mujer tendida en el suelo, enferma, cubierta de harapos. Junto a ella estaba un niño, menor que yo. Al verlo pensé: ‘Yo podría ser ese niño, pero no lo soy, y nada en mi justifica el que yo tenga una casa, pobre pero casa, que yo pueda ir al colegio y comer todos los días, y que este niño no. No es merito mío, es solo un regalo de la existencia; nada de lo que tengo me pertenece y solo me cabe estar agradecido mientras lo tenga’. Esta experiencia cambio mi vida porque desde entonces viví en la conciencia de que la vida que uno vive es solo un regalo del que no cabe otra cosa que estar agradecido, y las cosas buenas que uno viva no significan que uno sea mejor que cualquier otro que no las tenga y las cosas malas que a uno le pasan no significan tampoco que uno sea peor que otros que no las viven.
Ese niño y yo éramos igualmente dignos. La otra experiencia que quiero relatar la viví en el patio de mi casa, junto a un árbol de flores lilas. Allí me encontré pensando: ‘No me gusta obedecer. No quiero obedecer. Qué debo hacer para no obedecer? Si mi madre me pide que haga algo, tendré que hacerlo, no puedo decir que no, pero no quiero obedecer. Ah! ya se, lo que hare será tratar lo que deba hacer como mío, lo transformare en lo que yo quiero hacer, y gozare haciéndolo.
Siempre? No! Cuando se me ordene algo que no quiera hacer mío, no lo hare, y viviré las consecuencias; Desde entonces nunca mas obedecí, ni sufrí haciendo lo que no quería hacer.
S.N. -Como descubre uno en que emoción se encuentra el otro? Parece que comunicarse es un acto de sabiduría.
H.M. -Yo pienso que eso es fácil. Basta mirar sus acciones. Si queremos conocer la emoción del otro, debemos mirar sus acciones; si queremos conocer las acciones del otro, debemos mirar su emoción. Estas miradas solo son posibles en la medida en que no prejuzguemos lo que vamos a ver antes de mirar, y ese es un acto de sabiduría.
S.N. -Usted sostiene que encontrarse en la emoción con el otro es un asunto de ‘mirar’, pero que sucede con un ‘otro’ plural, en una conferencia, por ejemplo? Como aunar las emociones?
H.M. -La respuesta es en principio fácil. Uno puede encontrarse de dos maneras con la gente: desde la postura ‘ustedes no saben y yo sé’, o desde esta otra postura ‘ustedes saben todo lo que yo voy a decir, porque todo lo que les voy a decir tiene que ver con ustedes y conmigo’.
En el primer caso, el ‘ustedes no saben y yo sé’, puedo decirlo explícitamente o simplemente estar en ese pensamiento y, por lo tanto, en una dinámica que crea distancia porque mi pretensión cognoscitiva constituye la negación del otro. Cuando eso pasa el otro entra en una dinámica emocional propia que sigue un curso discordante con el del orador. En el segundo caso, el ‘ustedes saben todo lo que voy a decir.’ abre la posibilidad de un coemocionar armónico porque parte de la aceptación de la legitimidad del otro o los otros.
S.N. -Usted habla de distanciamiento o acercamiento Como entiende el desapego y el apego?
H.M. -Creo que el desapego surge en el momento en que uno se da cuenta de que no es dueño de la verdad. En ese momento uno puede poner sus creencias en la observación, y ver si uno quiere o no quiere sus consecuencias. Para mirar algo hay que soltarlo primero, y el acto de soltar constituye el desapego. En el acto de mirar mis creencias me
desprendo de ellas lo suficiente como para perderlas si el resultado de la reflexión así lo requiere. La verdadera dificultad está en generar esa mirada debido al miedo que uno tiene de perder lo que posee. En la amistad uno se encuentra con el otro sin apego. El otro es legítimo en si, uno no le exige, uno solo está en el placer de su compañía. Todos tenemos práctica en la amistad. Lo que tenemos que hacer, si queremos vivir en el desapego, es ampliar esa práctica, no solamente a estos seres que hemos escogido como nuestros amigos, sino a todo otro.
CONVERSACION Y LENGUAJE:
S.N. -Los seres humanos en el vivir hablamos, conversamos. Cuando estamos en el lenguaje y cuando estamos en la conversación?
H.M. -He hablado ya de esto en el libro Emociones y Lenguaje en Educación y Política, pero brevemente puedo decir que estamos en el lenguaje cuando nos movemos en las coordinaciones de coordinaciones de acciones en cualquier dominio que sea. Pero, el ‘lenguajear’ de hecho ocurre en la vida cotidiana entrelazado con el emocionar, y a lo que pasa en este entrelazamiento llamo conversar. Los seres humanos siempre estamos en la conversación, pero el lenguaje, como fenómeno, se da en el operar en coordinaciones de coordinaciones conductuales consensuales recurrentes. Lo que pasa es que nuestras emociones cambian en el fluir del ‘lenguajear’, y al cambiar nuestras emociones cambia nuestro ‘lenguajear’. Se produce un verdadero trenzado, un entrelazamiento de generación reciproca del ‘lenguajear’ y del emocionar. Eso es el conversar. Ahora mismo estamos en una conversación. Es una conversación por cuanto se da el entrelazamiento de que acabo de hablar. Estamos interesados, aburridos, alegres, enojados durante el fluir de nuestro ‘lenguajear’. A veces nos movemos en una monotonía emocional, lo cual no quiere decir que no estemos en el conversar y que no nos movamos en el fluir emocional.
S.N. -Es posible, según usted, que surja la creatividad en sujetos que comparten un espacio de convivencia a cargo de un guía, por ejemplo, alumnos en un laboratorio?
H.M -Cada vez que creamos un espacio de convivencia y reflexionamos en el a través de mirar las consecuencias de nuestro quehacer en el, puede surgir algo nuevo. Por ejemplo, lo que yo hago en mi laboratorio, con mis estudiantes, lo llamo taller renacentista, pues lo manejo como un espacio en el cual los estudiantes viven en el hacer y en la reflexión sobre su hacer, en el contexto continuo de la conversación sobre el hacer en el hacer. A si, si están estudiando algún problema particular de neurobiología o de conducta, están también en el hacer experimental que ese ámbito particular de estudio tiene, y están en las conversaciones de ese quehacer y en las conversaciones que son reflexiones sobre ese quehacer. En este proceso mis estudiantes adquieren las habilidades manuales y reflexivas de ese espacio. Yo digo que mi laboratorio es un taller renacentista porque es un espacio que se reconoce directamente como un espacio del vivir, como los talleres renacentistas donde existía un artesano o un artista, y los estudiantes se transformaban a su vez en artesanos o artistas, según sus preferencias, en el convivir con el maestro.
S.N. -Un proverbio francés dice: ‘Machacando se aprende el oficio’. De lo que usted dijo anteriormente parece desprenderse que para ser biólogo hay que ‘biologizar’, y así en todo orden de cosas.
H.M. -En el fondo ese pensamiento casi lo dice todo. La biología es un dominio de observación, de explicación y de reflexión sobre el vivir de los seres vivos. Si miro, por ejemplo, un fenómeno químico, ese fenómeno químico es biológico en la medida en que para comprenderlo debe mirársele en el contexto del vivir del ser vivo. El mismo fenómeno mirado en un tubo de ensayo no es fenómeno biológico sino que químico. Lo biológico tiene que ver con el vivir del ser vivo, por esto se aprende biología ‘biologizando’, en el mirar y amar a los seres vivos.
En general, todo quehacer se aprende en la realización de ese quehacer.
Si el quehacer es discursivo, se aprende en el discurso, si es manipulativo, se aprende manipulando. Todo conocimiento es un modo de vivir y, por lo tanto, es multidimensional y su multidimensionalidad debe adquirirse en el vivir. Por ello, por supuesto, es necesario aceptar la multidimensionalidad del dominio del conocimiento que interesa en toda su magnitud. Si usted me pregunta cómo se aprende a amar, la respuesta es: en el vivir las acciones que constituyen al otro como un legitimo otro en la convivencia. Naturalmente lo mismo vale si la pregunta se refiere a cualquier otro quehacer. Yo diría que aquello de lo que hay que hacerse cargo al educar, es de crear un espacio de convivencia con el niño, en el que él sea tan legitimo como el maestro o la maestra. El niño se transformara en su convivencia conmigo según la legitimidad que yo le dé a su convivir conmigo.
Si soy intransigente, el niño aprenderá a ser intransigente; si soy generoso, el niño aprenderá a ser generoso; si soy cuidadoso en lo que hago, el niño aprenderá a ser cuidadoso en su quehacer; si soy chabacano el niño aprenderá a ser chabacano. Y esto lo aprenderá no como algo externo sino como un modo de ser en el vivir. No es el ejemplo como un quehacer ajeno, lo que educa, sino que la participación en el quehacer que se aprende. El niño danza con el educador en el vivir. Si un niño al salir del colegio es un niño agresivo y peleador, quiere decir que ha vivido en un espacio en el cual la agresividad y la pelea son legítimas. Eso no quiere decir que el profesor ha estado diciendo que es legítimo pelear o ser agresivo, basta con que en el espacio de vivir que él o ella configura en todas sus sutilezas sea legítima la pelea o la agresión.
En términos generales podemos decir que uno aprende el mundo que uno vive con el otro.
S.N. -El convivir con el otro puede traducirse en la aceptación o en el rechazo del otro, pero como vivir en la aceptación? y, diría mas, como vivir en las acciones que constituyen al otro como un legitimo otro en la convivencia?.
H.M. Convivir en la aceptación del otro como un legitimo otro es facil? Como? Aceptando la legitimidad del otro. Por ejemplo, si pienso que un niño hace algo que está mal porque el niño es flojo, mi conducta va a revelar lo que pienso, y va a constituir la negación del niño como flojo, si pienso que el niño hace algo que está mal porque aun no tiene la practica adecuada que le permita hacerlo bien, mi relación con el niño va a reflejar mi darme cuenta de que la dificultad del niño en hacer lo que yo espero que haga tiene que ver con su práctica y no con su ser. En el segundo caso voy a corregir la práctica del niño, en el primero voy a corregir su ser.
En el primer caso, al corregir al niño, lo voy a negar; en el segundo caso, al corregir la práctica, lo voy a aceptar. En el proceso de formarse como profesor o en el proceso de ser profesor, uno tiene que darse cuenta precisamente de lo que acabo de decir y aprender y practicar la distinción de estas dos acciones: la de negar al niño y la de corregir su práctica.
Hay algo que uno siempre sabe aunque tal vez uno no se detiene a reflexionar en ello, o porque no quiere reflexionar o porque piensa que la reflexión va a tomar mucho tiempo. Me refiero a dos cosas: la primera, es que si uno se encuentra
con otro, el otro lo puede escuchar a uno solamente en la medida en que uno acepta al otro; la segunda, es que la aceptación del otro se da en la emoción y no en la razón. Esto podemos apreciarlo en los niños pequeños. Cuando uno se acerca a un niño y uno le habla fuera del espacio emocional en que el niño se encuentra, este no se acerca a uno.
Uno le ofrece la mano y el niño no la toma. Pero, en el momento en que uno se encuentra en la aceptación del niño, en su emoción, el niño toma la mano. Ese gesto de tomar la mano es una acción que constituye una declaración de aceptación de la convivencia. Es como si el niño dijera estoy dispuesto a convivir contigo y, por lo tanto, a transformarme en la convivencia contigo.
S.N. -Parece que la emoción invita a desear algo…
H.M. -No, no es que la emoción invite a desear algo. Uno se encuentra en el deseo o en el rechazo. El deseo aparece como algo que le sucede a uno en el vivir. Así, por ejemplo, estamos conversando sobre el conversar y en este fluir en las coordinaciones de las coordinaciones conductuales del “lenguajear” y del emocionar entrelazados, surge el deseo de saber sobre el deseo, como algo que nos pasa desde la nada, aunque después nos parezca justificable.
LA BIOLOGIA DEL AMOR:
S.N. -Usted ha hablado de la negación y de la aceptación del otro. Esto me hace pensar en el amor y en las condiciones que deben darse para que se pueda vivir en la biología del amor.
H.M. -Pienso que las condiciones para vivir en la biología del amor son señalables solo a posteriori, como un comentario intrascendente: el amor le pasa a uno. Así, simplemente. Lo que uno puede hacer es reflexionar sobre la negación cultural del amor, aun cuando se lo destaca o valora. El amor es el dominio de las acciones que constituyen al otro como un legitimo otro en convivencia con uno. Uno se encuentra con otro y, o se encuentra en las acciones que lo constituyen como un legitimo otro en la convivencia, o no. A uno le pasa eso. También le pasa a uno que se encuentra con alguien en las acciones de rechazo, negacion o indiferencia como algo que le sucede a uno porque si, desde la nada. El suceder de la experiencia le pasa a uno en el fluir del vivir. Así como el vivir humano se da en el conversar, el emocionar le sucede a uno en el fluir del conversar, y esto tiene una consecuencia fundamental: si cambia el conversar, cambia el emocionar, y lo hace siguiendo el curso del emocionar aprendido en la cultura que uno vive y ha vivido. Es debido a esto el efecto terapéutico de la reflexión como un operar que lo centra a uno en su cultura y en lo fundamental de lo humano que es el amor.
S.N. -En su libro Lenguaje y Emociones en Educación y Política usted comenta que las emociones han sido desvalorizadas por darle mayor énfasis a la razón. Que sugeriría usted para darle a las emociones el espacio que les corresponde?
H.M. -Ante todo, creo que uno tiene que aceptar su legitimidad; es decir, reconocer que lo humano no se constituye exclusivamente desde lo racional. Es cierto que lo racional es importante en el tipo de vida que vivimos, pero el primer paso para revalorar la emoción seria aceptar que entrelazado a un razonar está siempre presente un “emocionar”. En el momento en que uno ve eso se da cuenta de que es así. Se podría invitar a alguien a una reflexión en cada momento: que te está pasando?, es una de las preguntas que muchas veces se hace en terapia o en talleres de desarrollo personal. Que te está pasando?, es una pregunta dirigida a mirar el propio emocionar y no a mirar el propio razonar.
Desde el momento en que la persona la contesta, se encuentra mirando su “emocionar”. Es decir, si la invitación a esa mirada es aceptada, entonces la presencia continua de la emoción y del fluir emocional se hace aparente. Pienso que en el momento en que uno acepta la presencia de la emoción y amplia su mirada reflexiva se da cuenta de que la emoción es el fundamento de todo quehacer.
El darse cuenta que trae la reflexión sobre las emociones no se puede negar. Las emociones tienen una presencia que abre un camino a la responsabilidad en el vivir. Pienso que al niño hay que invitarlo a respetar su “emocionar”, dándose cuenta de él, no pedirle que lo controle o niegue. Tenemos miedo de las emociones porque las consideramos rupturas de la razón, y queremos controlarlas. Creo que el deseo de controlar las emociones tiene que ver con nuestra cultura
orientada a la dicotomía de lo bueno y lo malo; se enfatiza, como línea central de la vida la lucha entre el bien y el mal, “lo bueno y lo malo”. Lo malo tiene una presencia enorme, no como una falla circunstancial o como un error, sino como algo constitutivo. Ahora, desde el momento en que uno mira a los seres humanos constituidos en lo bueno y lo malo, y se vive en la lucha entre el bien y el mal, se pierde la confianza en lo humano y lo natural. Los seres humanos son malos, se
dice, entonces no son confiables. La educación pasa a ser un modo de controlar la maldad, tal vez también de guiar hacia la bondad, pero sobre todo de controlar la maldad. En un momento histórico como el nuestro, descendiente del periodo histórico de la ilustración, parece que la maldad se controla con la razón y que la razón nos acerca a lo
bueno. El resultado es que vivimos en lucha contra las emociones en el supuesto de que ellas nos alejan de la razón, y nos acercan a lo arbitrario que es lo malo. Esta desconfianza yo no la tengo, porque creo que lo humano no se constituye en la lucha entre el bien y el mal.
La lucha entre el bien y el mal -pienso- pertenece a un momento de nuestra historia cultural, de modo que nosotros, culturalmente, estamos inmersos en esa lucha, pero ella no pertenece a la constitución de lo humano. Yo tengo confianza en la biología, en particular en la biología del amor que es el fundamento de lo social. Las relaciones humanas se ordenan desde la emoción y no desde la razón, aunque la razón de forma al hacer que el emocionar decide. Yo diría que lo que uno tiene que hacer es respetar las emociones de los niños con lo cual uno respeta su dignidad y les permite conocerlas abriendo paso a su ser responsable frente a ellas. En nuestra cultura patriarcal occidental creemos que las
relaciones humanas deben controlarse porque vivimos en la mentira de la apariencia y no en el respeto por nosotros mismos y por el otro que constituye lo social, precisamente porque vivimos en la dicotomía del bien y del mal como condición transcendente y, precisamente porque vivimos así, no vivimos en la responsabilidad de nuestros actos.
S.N. -Usted invita a la reflexión, postula que el amor se da desde la biología, como llego a esto?
H.M -En un sentido estricto, yo llegue a esto sin darme cuenta. Mi reflexión comenzó al mirar a los seres vivos como sistemas autopoieticos, como sistemas en los que todo ocurre en referencia a ellos en el proceso de vivir. Eso me llevo a pensar en la convivencia que dividí en dos tipos: uno que lleva a la destrucción del convivir y otro que lleva a la realización del convivir. Uno que lleva a la separación y, por lo tanto, a la no convivencia, y otro que lleva a la conservación de la convivencia. Y así me di cuenta de que aunque ambos tipos de convivencia se realizan a través del vivir, el que lleva a la realización de la convivencia, a la realización del vivir con otro, solamente se puede dar en la medida en que la convivencia se hace en la aceptación del otro como un legitimo otro. También me di cuenta de que
es solo a tal convivencia a la que nos referimos cotidianamente al hablar de lo social.
Mirando a los seres vivos y su convivencia social me hice en algún momento la pregunta acerca de las emociones. Que tengo yo que mirar para decir que hay una emoción?, o que criterio aplico para decir que hay una emoción?, me pregunte. Al hacerme estas preguntas me di cuenta de que el criterio que uno aplica es el de mirar las acciones. Descubrí
que las emociones corresponden a distinciones que un observador hace del dominio de acciones en que se encuentra el otro o uno. Empecé a preguntarme por el dominio de acción de las distintas emociones y descubrí que el amor es el dominio de las acciones que constituyen al otro como un legitimo otro en la convivencia con uno. Esto, naturalmente, no paso de la noche a la mañana, sino a lo largo de meses de conversar y reflexionar acerca del emocionar como fenómeno de la vida cotidiana. Al hacer esto miraba situaciones simples del vivir cotidiano como lo que pasa cuando uno sube a un bus. Uno toma el bus en un acto de confianza maravillosa, paga su pasaje, con lo cual expresa su confianza al chofer, este acepta la moneda que uno le da en un acto de confianza hacia uno como pasajero.
Mi confianza hacia el chofer implica que yo no dudo que el no va a manejar a tontas y a locas produciendo un accidente, la confianza del chofer hacia mi implica aceptar que yo no lo voy a asaltar o golpear por la espalda. Es cierto que él puede mirar para atrás a través del espejo retrovisor, pero ese espejo está destinado esencialmente a otra mirada,
no a la desconfianza. Y si uno mira a su alrededor descubre que todo el mundo social se funda en ese acto de confianza. Voy al banco a depositar mi dinero, encuentro una oficina que se llama “operaciones de confianza” -interesante el nombre- depósito mi dinero en la confianza de que el cajero no me va a robar y va a anotar lo que debe anotar. El cajero
acepta el dinero en la confianza de que no lo voy a engañar, es cierto que cuenta el dinero pero lo hace fundamentalmente por un asunto de orden, no de desconfianza, y aunque a veces pueda haber circunstancialmente desconfianza, todo el proceso se funda en la confianza. Visto de más cerca se ve que la “confianza” es el fundamento
del vivir mismo. Conversando hace poco con algunos amigos brasileños les decía que C.G. Jung habla de las sincronías como fenómenos especiales de coincidencias inesperadas. Pero si uno lo mira bien, ve que la sincronía es lo corriente, lo cotidiano, el fundamento de la coexistencia.
Que sincronía más maravillosa la que tiene lugar con el nacimiento de un bebe! Nace el bebe y se encuentra con la mamá lista para amamantarlo, y que sincronía más maravillosa que la madre se encuentre con un ser al que su leche alimenta y no envenena. Entonces toda esta maravillosa armonía del orden del vivir se funda esencialmente en que todo está en su sitio, es decir, en algo equivalente a la confianza. El bebe, nace, por asi decirlo, en la “confianza” de que va a haber una mamá, aunque no hay premonición ni reflexión acerca de esto. Pero uno se da cuenta de que esta condición de confianza, de disposición adecuada para la convivencia como un fenómeno legitimo que constituye lo social es un fenómeno mucho más amplio, no solamente humano, sino que pertenece a todos los seres vivos. No es acaso sincronía del vivir el que en una colmena, la larvita salga del huevo y se encuentre con una abeja que la alimenta, o el insecto que pone su huevo solitario sobre un árbol o flor lo haga de manera tal que al salir una larvita esta se encuentre con una hoja que será su comida? Esa extraordinaria armonía es lo natural del vivir.
S.N. -Lo que acaba de decir está relacionado con la enseñanza y el aprendizaje. Si en un momento usted dijo que se aprendía biología “biologizando”: cree usted que se pueda aprender a amar, amando? H.M. -Ciertamente, basta mirar lo que le pasa al niño cuando uno lo acepta en su intimidad y legitimidad. Creo que esa es la experiencia más
conmovedora que uno puede tener con un niño o con un animal. En el momento en que el niño acepta la mano que uno le ofrece, acepta la convivencia con uno, pero lo hace cuando está reconocida su dignidad, no como una reflexión, sino como una acción que lo trata como un legítimo otro en la convivencia. Si vamos por la calle y le damos una patada a un perro que tiene miedo y no nos damos cuenta de su emocionar nos muerde.
Pero acercarse a un ser que tiene miedo sin reconocer que tiene miedo y sin respetar su miedo, es negar su legitimidad, y cometer un acto de ceguera. La única forma de encontrarse con un niño o con un perro es aceptando su “emocionar”, no negándoselo. Pero como acercarse a un perro con miedo? le hablamos, el perro está asustado y nos ladra. Le hablamos sin acercarnos demasiado; le hablamos y el perro cambia su emocionar. Lo
mismo ocurre con el niño. Si el niño se siente reconocido en su legitimidad, nos da la mano y en ese momento acepta el espacio de convivencia que le ofrecemos.
S.N. -En muchas oportunidades usted ha manifestado que un alto porcentaje de enfermedades en el adulto tiene como causa la falta de amor.
H.M. -Y no solamente en el adulto! El organismo como sistema existe en una armonía o coherencia interna que se pierde cuando sus relaciones e interacciones dejan de ser congruentes con esta armonía. La negación del amor rompe esta congruencia y da origen a alteraciones fisiológicas que hacen posible procesos como alteraciones en la dinámica motora, endocrina, inmunitaria, neuronal, o tisular en general. Así, gérmenes que coexisten normalmente con nosotros se hacen patógenos porque nuestra relación con ellos se altera, o se alteran procesos de regulación de la dinámica celular que resultan en disfunciones orgánicas, o sea, por alteración de la biología del amor se altera la dinámica endocrina de modo que surgen alteraciones en la dinámica tisular o, por último, se altera la dinámica motora y de atención y surgen u ocurren accidentes por cegueras o esfuerzos desmedidos. Todos los fenómenos del vivir se pueden vivir en la armonía de su legitimidad desde la biología del amor, incluso una perdida. Pero para que esto sea así, el niño debe crecer en la dignidad del respeto por sí mismo y por el otro que trae consigo la biología del amor.
Pienso que la mayor parte del sufrimiento humano, y la mayoría de las enfermedades humanas tienen su origen en la negación del amor. Cuando el animal, humano o no humano, vive en congruencia con su circunstancia, salvo que tenga una alteración anatómica o fisiológica congénita que lo saque de lo normal, vive en armonía con su circunstancia, lo que implica una armonía fisiológica. No hay distorsiones en la tensión muscular, no hay desviaciones en los sistemas endocrino, nervioso e inmunitario, cualquiera sea el momento del vivir. La mayor parte del sufrimiento es por distorsión del cuerpo, y con esto quiero decir distorsión muscular, distorsión tensionar sobre los huesos, sobre los sistemas nervioso y endocrino. Se crea así un desbalance o distorsión del sistema inmunitario que crea a su vez toda clase de procesos internos que alteran la regulación normal de la constitución y estabilización de
procesos de expresión génica. La existencia de un ser vivo en armonía con su circunstancia se da en la armonía interna que le permite, como al esquiador que se desliza según la curvatura del terreno, moverse
adecuadamente en un espacio de existencia legitima, y la única circunstancia que hace que la existencia humana sea legitima, es la armonía con la circunstancia del otro. Somos humanos en tanto somos animales que vivimos unos con otros en el conversar y eso se da sin lucha y sin conflicto solamente en la aceptación del otro como legitimo
otro en la convivencia. Si el niño crece en el amor se respetara a sí mismo, y respetara a los otros.
El crecer con respeto por sí mismo y respeto por el otro, no asegura una conducta especifica ni una vida sin accidente ni dolor, pero asegura una vida en la cual el niño y luego el adulto pueden moverse en congruencia con su circunstancia y vivir los sucesos del vivir en legitimidad social, es decir, como seres responsables de sus actos
porque aceptan sus emociones.
S.N. -Si todo parece tan fácil por que la vida cotidiana no se da de esa manera?
H.M -Porque vivimos una cultura que niega el amor al darle un carácter especial subiéndolo al pedestal de la virtud. Vivimos una cultura que está centrada en la distinción entre el bien y el mal, en la exigencia de la obediencia y, por lo tanto, en la desconfianza, y no vemos que sin confianza no se constituye lo social. Por esto, aunque vivimos de actos de confianza, no lo vemos y solo vemos la desconfianza, el desamor, la competencia, la lucha. Nuestros niños crecen en un espacio pequeñísimo de confianza que es su hogar, escuchando hablar de una continua lucha con los demás, contra la naturaleza, contra los elementos, contra las enfermedades. Luchamos todo el tiempo y esa continua lucha es una continua enajenación en la desconfianza que va creando fracturas en la trama de la convivencia social. Un país es una red de pequeñas comunidades, sociales y no sociales, que configuran comunidades más grandes, no necesariamente sociales, como las comunidades de trabajo, o como las comunidades de cercanía que no tienen una trama social. Se requiere una trama social fundamental, sin embargo, para que el país no se desmorone del todo. Pero eso no es suficiente para evitar la deformación de nuestros niños que crecen continuamente expuestos a la negación de su dignidad en la negación de la dignidad del otro, cosa que los hace progresivamente parte de un
gran mundo en el que se niega lo social hablando de lo social.
S.N. -Si parece tan fácil comprender lo que usted propone, esto es, la biología del amor, porque nos cuesta tanto? o por que volvemos siempre a las conductas que la niegan? o acaso no hay esperanza? Como hacer de la comprensión de la biología del amor una posibilidad en el vivir?
H.M. -Vivimos una cultura que habla del amor pero lo niega en la acción. Esta es la cultura patriarcal europea u occidental a que pertenecemos. Esta cultura surge del encuentro de la cultura patriarcal indoeuropea que invade Europa cerca de 5.000 años antes de Cristo, y las culturas matristicas existentes allí. En este encuentro, la cultura
patriarcal invasora destruye o subyuga a las culturas matristicas, y cuando las subyuga, lo matrístico queda relegado a la relación materno-infantil, mientras que lo patriarcal se desenvuelve en la vida adulta, en el mundo del patriarca. Esta dualidad es aparente en la educación que damos a nuestros niños. En la infancia los guiamos en la colaboración, el respeto mutuo, la aceptación del otro, el respeto por sí mismo, el compartir y la legitimidad de la sensualidad. En el pasaje a la vida adulta los guiamos en la apropiación, la lucha, la negación del otro, la competencia, la dominación y la negación de la sensualidad valorando sobre todo la razón. Es decir, guiamos a nuestros hijos durante la infancia en la biología del amor, y en la juventud los guiamos a la biología de la agresión. Así como el amor es el dominio de las acciones que constituyen a otro como un legitimo otro en convivencia
con uno, la agresión es el dominio de las acciones que niegan a otro en la convivencia con uno. Los seres humanos de la cultura patriarcal europea vivimos permanente o recurrentemente en esta contradicción en nuestra vida adulta; aprendemos a amar en la infancia y debemos vivir en la agresión como adultos.
Por esto el amor para nosotros se ha vuelto literatura o, lo que es lo mismo, una virtud, un deber, un bien inalcanzable o una esperanza. Para vivir en la biología del amor tenemos que recuperar la vida matrística de la infancia y para ello tenemos que atrevernos a ser nosotros mismos, atrevernos a dejar de aparentar, atrevernos a ser responsables de nuestro vivir y no pedirle al o de sentido a nuestro existir. Pero hacer todo eso, en verdad, no es tan difícil si damos el primer paso recuperando nuestra dignidad al aceptar la legitimidad del otro, quienquiera que este sea. Si usted además me pregunta cómo se hace eso, yo diría: si vas por un sendero y se cruza una serpiente venenosa di: Ah, una serpiente venenosa, debo dejarla pasar! Si vas por un prado y ves una mariposa di: Ah, que bella mariposa, que hermoso como vuela de flor en flor! Si vas por la ciudad y ves un ladrón, y hay para ti la posibilidad de impedir su acción, impídela… es así de fácil.

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