ENNIO MORRICONE EL MAESTRO DE LAS BANDAS SONORAS DEL CINE
"El silencio es música, al menos tanto más. si quieres entrar en el corazón de mi música, busca entre las pausa." (Ennio Morricone)
"El silencio es música, al menos tanto más. si quieres entrar en el corazón de mi música, busca entre las pausa." (Ennio Morricone)
Víctor Rey
Este 6 de julio a los 91 años falleció el compositor italiano Ennio
Morricone. Inmediatamente vinieron a mi
mente imágenes y de películas vistas desde la niñez a esta edad adulta. Recordé las veces que nos fugábamos del Liceo
con algunos compañeros y nos íbamos a recorrer los cines del centro de Santiago
que en ese entonces era unos treinta. Las películas de los llamados “spaghetti western” eran nuestra preferidas.
Y nos reuníamos en torno a un café y unos cigarrillos en las noches o en las
esquinas en verano para comentar las películas que habíamos visto.
Cuando
vi en el cine Superman (1978), o mejor dicho, la escuché, y me
atrevería a decir que aquello cambió mi vida. Me convertí en uno de esos freaks que
coleccionaba compulsivamente música de películas y hablaba de ellas con la
misma pasión con la que mis compañeros hablaban de fútbol, política o religión.
Un compositor me llevaba al siguiente, muchas veces aún sin haber visto la
película. Así fue como un día descubrí La misión (1986), en un
recopilatorio de Morricone y pensé que el corazón me iba a salir por la boca.
Acabé rendido a uno y otro. Y nunca he podido evitar preguntarme –con cierto
morbo– cómo se verían ambos mutuamente.
Con la pérdida del más icónico y popular de los mal llamados “compositores
de bandas sonoras”, se va una forma de entender el cine y el arte popular del
siglo XXI. Ennio Morricone supo, como nadie, condensar la faceta de
compositor intelectual, músico popular y casi estrella del rock, capaz de
llenar estadios con sus conciertos cuando ya era un octogenario. Fue el hilo de
unión entre el cine comercial, de género, de autor y político. Pero, sobre
todo, fue un trabajador incansable, cartesiano, meticuloso y obsesivo: “La
inspiración no existe, solo existe el trabajo, el tesón, la constancia”, dijo
en una ocasión.
Clásico de formación y vanguardista de vocación, siempre estuvo fuera de
las modas. Tenía la capacidad para saltar de un género a otro casi sin inmutarse,
ya que su música era un género en sí mismo. Así fue como se mantuvo en primera
línea durante más de cinco décadas. Podía pasar de trabajar con Sergio Leone o
Bernardo Bertolucci a, inmediatamente después, escribir la música de un wéstern
de serie B o de un filme erótico japonés. Ni entendía ni se tomaba el éxito en
serio, tan solo le interesaba la música. Y para él, el cine era una fuente
inagotable de experimentación.
En su obra se puede llegar a una conclusión musical pasando por tres
películas anteriores, que muchas veces eran (geniales) borradores de una obra
final sublime. En su música pueden convivir con perfecta fluidez el
vanguardismo más arriesgado y la música concreta con la más comercial,
elegantes melodías con otras que sobrepasaban el límite de la cursilería, el
sonido más delicado y también el más vulgar. Y siempre era pretendido, buscado,
pensado milimétricamente, según las necesidades que él entendía que tenía cada
película.
Tenía la asombrosa habilidad para, como la energía, no crearse ni agotarse,
sino transformarse. Cuando llegaba a un punto donde parecía que su música se
anquilosaba o se repetía, Morricone ofrecía una obra totalmente nueva, y que
era el germen de un ciclo distinto. Nunca se quedó atrás. Inventó la música del spaghetti-western en Por
un puñado de dólares (1964), y la reinventó en Hasta que llegó
su hora (1968). Incluso se permitió el lujo de parodiarla en Mi
nombre es Ninguno (1973), cuando el género empezaba a agotarse. Al
mismo tiempo, alumbró la música de casi todos los subgéneros de la
cinematografía italiana, en una época tristemente irrepetible.
Su relación con Hollywood fue más bien agridulce. Aunque escribió la música
de algunos filmes a lo largo de los años, como Dos mulas y una mujer (Don
Siegel, 1970), El exorcista 2: el hereje (John Boorman,
1977), Días del cielo (Terrence Malick, 1978) —su primera
nominación al Oscar— o La cosa (John Carpenter, 1982), se negó
a seguir trabajando en EE UU, ya que se consideraba mal pagado. No fue hasta el
apabullante éxito de La misión (1986) cuando se asentó en la
industria y se convirtió en unos de los compositores mejor valorados y
remunerados. Obtuvo otras cuatro candidaturas al Oscar, que siempre le eran
arrebatadas. El codiciado premio le llegó tarde, en forma de galardón
honorífico, en 2008. Después consiguió otro a la mejor banda sonora por su
colaboración con Tarantino en Los
odiosos ocho (2015)
Se nos va el hombre que trabajó hasta el último aliento de su vida (sin ir
más lejos, hace unos año pasado ofreció varios conciertos multitudinarios en
Chile, que lamentablemente no pude asistir pues se agotaron las entradas. Mi hijo y su polola tuvieron más suerte y
pudieron asistir.), pero siempre nos quedará su obra, de un incalculable y
vastísimo legado, casi inabarcable, sus más de 500 películas y otros tantos
discos, que a buen seguro serán objeto de estudio, análisis y deleite para las
generaciones venideras. Aunque de momento, este placer es solo nuestro.
Los compases políticos de Morricone siempre se expresaron de forma sutil.
Apoyó Matteo Renzi cuando este emprendió un proceso de reformas para
modernizar el Italia. Alabó a Barack Obama cuando quiso construir un Estados
Unidos más justo a través de un sistema sanitario universal. Y criticó a Trump,
a su manera, cuando supo que uno de sus grandes amigos del alma y compañeros de
viaje le había apoyado. “Respeto la opinión de Clint Eastwood, pero con Trump
no estoy de acuerdo”.
La relación con EE UU siempre se consumó a distancia. Algunos creen que la
Academia que otorga los Oscar no le perdonó jamás que decidiese no cambiar
nunca su amada Roma por los bulevares y autopistas de Los Ángeles, como hicieron
tantos colegas de profesión que abrazaron rutinariamente las estatuillas
doradas. No lo logró por la imponente música de La misión (1986),
ni siquiera tampoco por Érase una vez América (1984), aunque
muchos dijesen que fue porque se entregó fuera de plazo. Morricone ganó su
primer Oscar, por la música de Los odiosos ocho, de Quentin
Tarantino. En 2007, había recibido el galardón honorífico de la Academia de
Cine. A sus 87 años, subió al escenario ovacionado, recogió la
estatuilla y dio las gracias a su esposa, María, por soportar su “ausencia”.
Hoy la sensación es más aguda y se extenderá por todo el mundo a medida que
pasen las horas. Su música seguirá sonando cada vez que su nombre desaparezca
de los títulos de crédito.
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