lunes, 13 de julio de 2020

Ennio Morricone el maestro


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ENNIO MORRICONE EL MAESTRO DE LAS BANDAS SONORAS DEL CINE

"El silencio es música, al menos tanto más. si quieres entrar en el corazón de mi música, busca entre las pausa." (Ennio Morricone)

Víctor Rey

Este 6 de julio a los 91 años falleció el compositor italiano Ennio Morricone.  Inmediatamente vinieron a mi mente imágenes y de películas vistas desde la niñez a esta edad adulta.  Recordé las veces que nos fugábamos del Liceo con algunos compañeros y nos íbamos a recorrer los cines del centro de Santiago que en ese entonces era unos treinta. Las películas de los llamados  “spaghetti western” eran nuestra preferidas. Y nos reuníamos en torno a un café y unos cigarrillos en las noches o en las esquinas en verano para comentar las películas que habíamos visto.
Cuando vi en el cine Superman (1978), o mejor dicho, la escuché, y me atrevería a decir que aquello cambió mi vida. Me convertí en uno de esos freaks que coleccionaba compulsivamente música de películas y hablaba de ellas con la misma pasión con la que mis compañeros hablaban de fútbol, política o religión. Un compositor me llevaba al siguiente, muchas veces aún sin haber visto la película. Así fue como un día descubrí La misión (1986), en un recopilatorio de Morricone y pensé que el corazón me iba a salir por la boca. Acabé rendido a uno y otro. Y nunca he podido evitar preguntarme –con cierto morbo– cómo se verían ambos mutuamente.
Con la pérdida del más icónico y popular de los mal llamados “compositores de bandas sonoras”, se va una forma de entender el cine y el arte popular del siglo XXI.  Ennio Morricone supo, como nadie, condensar la faceta de compositor intelectual, músico popular y casi estrella del rock, capaz de llenar estadios con sus conciertos cuando ya era un octogenario. Fue el hilo de unión entre el cine comercial, de género, de autor y político. Pero, sobre todo, fue un trabajador incansable, cartesiano, meticuloso y obsesivo: “La inspiración no existe, solo existe el trabajo, el tesón, la constancia”, dijo en una ocasión.
Clásico de formación y vanguardista de vocación, siempre estuvo fuera de las modas. Tenía la capacidad para saltar de un género a otro casi sin inmutarse, ya que su música era un género en sí mismo. Así fue como se mantuvo en primera línea durante más de cinco décadas. Podía pasar de trabajar con Sergio Leone o Bernardo Bertolucci a, inmediatamente después, escribir la música de un wéstern de serie B o de un filme erótico japonés. Ni entendía ni se tomaba el éxito en serio, tan solo le interesaba la música. Y para él, el cine era una fuente inagotable de experimentación.
En su obra se puede llegar a una conclusión musical pasando por tres películas anteriores, que muchas veces eran (geniales) borradores de una obra final sublime. En su música pueden convivir con perfecta fluidez el vanguardismo más arriesgado y la música concreta con la más comercial, elegantes melodías con otras que sobrepasaban el límite de la cursilería, el sonido más delicado y también el más vulgar. Y siempre era pretendido, buscado, pensado milimétricamente, según las necesidades que él entendía que tenía cada película.
Tenía la asombrosa habilidad para, como la energía, no crearse ni agotarse, sino transformarse. Cuando llegaba a un punto donde parecía que su música se anquilosaba o se repetía, Morricone ofrecía una obra totalmente nueva, y que era el germen de un ciclo distinto. Nunca se quedó atrás. Inventó la música del spaghetti-western en Por un puñado de dólares (1964), y la reinventó en Hasta que llegó su hora (1968). Incluso se permitió el lujo de parodiarla en Mi nombre es Ninguno (1973), cuando el género empezaba a agotarse. Al mismo tiempo, alumbró la música de casi todos los subgéneros de la cinematografía italiana, en una época tristemente irrepetible.
Su relación con Hollywood fue más bien agridulce. Aunque escribió la música de algunos filmes a lo largo de los años, como Dos mulas y una mujer (Don Siegel, 1970), El exorcista 2: el hereje (John Boorman, 1977), Días del cielo (Terrence Malick, 1978) —su primera nominación al Oscar— o La cosa (John Carpenter, 1982), se negó a seguir trabajando en EE UU, ya que se consideraba mal pagado. No fue hasta el apabullante éxito de La misión (1986) cuando se asentó en la industria y se convirtió en unos de los compositores mejor valorados y remunerados. Obtuvo otras cuatro candidaturas al Oscar, que siempre le eran arrebatadas. El codiciado premio le llegó tarde, en forma de galardón honorífico, en 2008. Después consiguió otro a la mejor banda sonora por su colaboración con Tarantino  en Los odiosos ocho (2015)
Se nos va el hombre que trabajó hasta el último aliento de su vida (sin ir más lejos, hace unos año pasado ofreció varios conciertos multitudinarios en Chile, que lamentablemente no pude asistir pues se agotaron las entradas.  Mi hijo y su polola tuvieron más suerte y pudieron asistir.), pero siempre nos quedará su obra, de un incalculable y vastísimo legado, casi inabarcable, sus más de 500 películas y otros tantos discos, que a buen seguro serán objeto de estudio, análisis y deleite para las generaciones venideras. Aunque de momento, este placer es solo nuestro.
Los compases políticos de Morricone siempre se expresaron de forma sutil. Apoyó Matteo Renzi cuando este emprendió un proceso de reformas para modernizar el Italia. Alabó a Barack Obama cuando quiso construir un Estados Unidos más justo a través de un sistema sanitario universal. Y criticó a Trump, a su manera, cuando supo que uno de sus grandes amigos del alma y compañeros de viaje le había apoyado. “Respeto la opinión de Clint Eastwood, pero con Trump no estoy de acuerdo”.
La relación con EE UU siempre se consumó a distancia. Algunos creen que la Academia que otorga los Oscar no le perdonó jamás que decidiese no cambiar nunca su amada Roma por los bulevares y autopistas de Los Ángeles, como hicieron tantos colegas de profesión que abrazaron rutinariamente las estatuillas doradas. No lo logró por la imponente música de La misión (1986), ni siquiera tampoco por Érase una vez América (1984), aunque muchos dijesen que fue porque se entregó fuera de plazo. Morricone ganó su primer Oscar, por la música de Los odiosos ocho, de Quentin Tarantino. En 2007, había recibido el galardón honorífico de la Academia de Cine.  A sus 87 años, subió al escenario ovacionado, recogió la estatuilla y dio las gracias a su esposa, María, por soportar su “ausencia”. Hoy la sensación es más aguda y se extenderá por todo el mundo a medida que pasen las horas. Su música seguirá sonando cada vez que su nombre desaparezca de los títulos de crédito.

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