UNA ESPIRITUALIDAD PARA EL SIGLO XXI
Víctor Rey
Me encontraba en estos días en uno de los
lugares más hermosos de Quito, en Ecuador que es el Campamento Nueva Vida, un
espacio que queda en el pequeño pueblito de La Merced, a una hora de la
capital. Es un espacio verde, con
laguna, bosques, senderos, cabañas, piscina, canchas de fútbol, basquetbol y voleybol.
Es mi lugar preferido para meditar, leer, caminar, escuchar el canto de las
aves y escribir. Me encontraba en esta
tarea cuando se acercó una joven que estaba participando en un retiro
espiritual de un grupo religioso y me pregunto: ¿Qué entiende por
espiritualidad? y ¿cómo debería ser la espiritualidad para este tiempo? Tuvimos
una amena charla que se extendió por una hora y aquí comparto las conclusiones.
Y doy gracias a esa joven que me hizo pensar en teste tema tan necesario para
este tiempo.
En su sentido originario espíritu, de donde
viene la palabra espiritualidad, es la cualidad de todo ser que respira. Por lo
tanto es todo ser que vive, como el ser humano, el animal y la planta. Pero no
sólo eso, la Tierra entera y todo el universo son vivenciados como portadores
de espíritu, porque de ellos viene la vida, proporcionan todos los elementos
para la vida y mantienen el movimiento creador y organizador.
Espiritualidad es la actitud que pone la vida
en el centro, que defiende y promueve la vida contra todos los mecanismos de
disminución, estancamiento y muerte. En este sentido lo opuesto al espíritu no
es cuerpo, sino muerte, tomada en su sentido amplio de muerte biológica, social
y existencial. Alimentar la espiritualidad significa estar abierto a todo lo
que es portador de vida, cultivar el espacio de experiencia interior a partir
del cual todas las cosas se ligan y se religan, superar los compartimentos estancos,
captar la totalidad y vivenciar las realidades como valores, evocaciones y
símbolos de una dimensión más profunda. El hombre/mujer espiritual es aquel que
siempre p e r c i be el otro lado de la realidad, capaz de captar la
profundidad que se revela y vela en todas las cosas, y que consigue entrever la
relación de todo con la Última Realidad.
La espiritualidad parte no del poder, ni de
la acumulación, ni del interés, ni de la razón instrumental; arranca de la
razón emocional, sacramental y simbólica. Nace de la gratuidad del mundo, de la
relación inclusiva, de la conmoción profunda, del movimiento de comunión que
todas las cosas mantienen entre sí, de la percepción del gran organismo cósmico
empapado de huellas y señales de una realidad más alta y más última.
Hoy en día sólo llegamos a este estadio
mediante una crítica severa del paradigma de la modernidad, asentado en la
razón analítica al servicio de la voluntad de poder sobre los o t r o s y sobre
la naturaleza.
Necesitamos superarlo e incorporarlo en una
totalidad mayor. La crisis ecológica revela la crisis de sentido fundamental de
nuestro sistema de vida, de nuestro modo de sociedad y de desarrollo. No
podemos seguir apoyándonos en el poder como dominio y en la voracidad
irresponsable de la naturaleza y de las personas. No podemos seguir
pretendiendo estar por encima de las cosas del universo, sino al lado de ellas
y a favor de ellas. El desarrollo debe ser con la naturaleza y no contra la naturaleza.
Lo que actualmente debe ser mundializado no es tanto el capital, el mercado, la
ciencia y la técnica; lo que fundamentalmente debe ser más mundializado es la
solidaridad con todos los seres empezando por los más afectados, la
valorización ardiente de la vida en todas sus formas, la participación
como respuesta a la llamada de cada ser
humano y a la propia dinámica del universo, la veneración de la naturaleza de
la que somos parte, y parte responsable. A partir de esta densidad de ser,
podemos y debemos asimilar la ciencia y la técnica como formas de garantizar el
tener, de mantener o rehacer los equilibrios ecológicos, y de satisfacer
equitativamente nuestras necesidades de forma suficiente.
La ecología ahora está en el centro de las
discusiones y de las preocupaciones. De un discurso regional, como subcapítulo
de la biología, ha pasado a ser actualmente un discurso universal, tal vez el
de mayor fuerza movilizadora del tercer milenio. El actual estado del mundo
(polución del aire, contaminación de la tierra, pobreza de dos terceras partes de
la humanidad, etc.) revela el estado de la psique humana. Estamos enfermos por
dentro. Así como existe una ecología exterior (los ecosistemas en equilibrio o
en desequilibrio), también existe una ecología interior. El universo no está
únicamente fuera de nosotros, con su autonomía, está también dentro de nosotros.
Las violencias y las agresiones al medio ambiente lanzan raíces profundas en
estructuras mentales que poseen su ancestralidad y genealogía en nuestro
interior. Todas las cosas están dentro de nosotros como imágenes, símbolos y
valores: el sol, el agua, el camino, las plantas, los minerales viven en
nosotros como figuras cargadas de emoción y como arquetipos. Las experiencias
benéficas que la psique humana ha vivido en su larga historia, en contacto con la
naturaleza y también con el propio cuerpo, con las más diversas pasiones, con
los otros como masculino y femenino, padre y madre, hermanos y hermanas, dejan
marcas en el inconsciente colectivo y en la percepción de cada persona.
La cultura del capital imperante hoy en el
mundo, ha elaborado métodos propios de construcción colectiva de la
subjetividad humana. En realidad los sistemas, también los religiosos e
ideológicos, solamente se mantienen porque consiguen penetrar la mente de las
personas y construirlas por dentro. El sistema del capital y del mercado ha
conseguido penetrar todos los poros de la subjetividad personal y colectiva,
determinando el modo de vivir y de elaborar las emociones, la forma de
relacionarse con los otros, con el amor y la amistad, con la vida y con la
muerte. Así se divulga subjetivamente que la vida no tiene sentido si no está
dotada de símbolos de posesión y de status, como un cierto nivel de consumo, de
bienes, de aparatos electrónicos, de coches, de algunos objetos de arte, de
vivienda en sitios de prestigio. Así la sexualidad viene proyectada como simple
descarga de tensión emocional a través del intercambio genital. Se oculta el
verdadero carácter de la sexualidad, cuyo lugar no es sólo la cama, sino toda
la existencia humana como potencialidad de ternura, de encuentro y de
erotización de la relación hombre/mujer. Otras veces se da satisfacción a las
necesidades humanas ligadas al tener y al subsistir; enfatizando el instinto de
posesión, la acumulación de bienes materiales y el trabajo solamente como
producción de riqueza. Por otra parte la ecología integral procura desarrollar
la capacidad de convivencia y de escucha del mensaje que todos los seres lanzan
con su presencia y de reforzar la potencialidad de encantarse con el universo,
con su complejidad, majestad, grandeza. Busca animar las energías positivas del
ser humano para enfrentar con éxito el peso de la existencia y las
contradicciones de nuestra cultura dualista, materialista, machista y
consumista.
La ecología integral procura habituar al ser
humano a esta visión integral y holística. El holismo no es la suma de las
partes sino captar la totalidad orgánica, una y diversa en sus partes,
articuladas siempre entre sí dentro de la totalidad y constituyendo esa totalidad.
Esta cosmovisión despierta en el ser humano la conciencia de su misión dentro
de esa inmensa totalidad. Él es un ser que puede captar todas esas dimensiones,
alegrarse con ellas, alabar y agradecer a la Inteligencia que ordena todo y al
Amor que mueve todo, sentirse un ser ético, responsable por la parte del
universo que le cabe habitar, la Tierra. Somos co-responsables del destino de
nuestro planeta, de nuestra biosfera, de nuestro equilibrio social y
planetario. Esta visión exige una nueva civilización y un nuevo tipo de
religión, capaz de re-ligar Dios y mundo, mundo y ser humano, ser humano y
espiritualidad del cosmos.
El cristianismo está llamado a profundizar la
dimensión cósmica siempre presente en su fe. Dios está en todo y todo está en Dios
(panenteísmo, que no es lo mismo que panteísmo, que afirma equivocadamente que
todo es indiferentemente Dios). La encarnación del Hijo implica asumir la
materia e insertarse en el proceso cósmico. La manifestación del Espíritu Santo
se revela como energía universal que hace de la creación su templo y su lugar
privilegiado de acción. Si el universo es una intrincadísima red de relaciones,
donde, todo tiene que ver con todo en todos los momentos y lugares, entonces la
forma como los cristianos llaman a Dios, Santísima Trinidad, constituye el
prototipo de ese juego de relaciones. La Trinidad no es un enigma matemático.
Significa entender el misterio último como una inter-relación absoluta de tres divinas
Personas, que emergen siempre simultáneamente en un juego de interrelaciones
hacia dentro y hacia fuera sin fin y eterno.
Según esta visión verdaderamente holística y
globalizante comprendemos mejor el ambiente y la manera de tratarlo con
respeto. Entendemos las dimensiones de la sociedad que debe ser sostenible y
ser expresión de convivialidad entre los humanos y de todos los seres entre sí.
Nos damos cuenta de la necesidad de
superar nuestro antropocentrismo a favor del cosmocentrismo y de cultivar una
intensa vida espiritual al descubrir la fuerza de la naturaleza dentro de nosotros
y la presencia de las energías espirituales que están en nosotros y que actúan
desde el principio en la formación del universo. Y, finalmente, captamos la importancia de integrar
todo, de lanzar puentes hacia todas partes y de entender el universo, la Tierra
y a cada uno de nosotros como un nudo de relaciones orientado hacia todas las direcciones.
Para llegar a la raíz de nuestros males, y
también a su remedio, necesitamos una nueva cosmología espiritual, es decir,
una reflexión que vea el planeta como un gran sacramento de Dios, como el
templo del Espíritu, el espacio de la creatividad responsable del ser humano,
la morada de todos los seres creados en el Amor, etimológicamente, ecología
tiene que ver con morada. Cuidar de ella, repararla y adaptarla a eventuales
nuevas amenazas, ampliarla para que albergue nuevos seres culturales y
naturales es su tarea y su misión.
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