CREER Y PENSAR
VÍCTOR
REY
A partir de los años sesentas esta expresión se
comenzó a cuestionar en los diversos círculos académicos ya que se postulaba
que la razón era la que guiaba y daba directrices y era la que se cuestionaba
en esos momentos. Está expresión hizo reflexionar a los cristianos y cristianas
que el fiel seguimiento a Jesús tenía consigo el pensar la fe y dar cuenta de
lo que se creía, que no bastaba solamente la emoción y el sentimiento en el
discipulado. Había que encontrar un equilibrio.
Hace un tiempo atrás la humanidad daba crédito
absoluto a lo que sus ojos veían y sus oídos escuchaban. Las cosas, la realidad eran tal cual uno las
percibía. Se trataba de un dogmatismo
ingenuo, por cierto irreal.
Poco a poco tardaron los hombres en pasar a una
actitud más crítica. Se tornaron
escépticos, en el sentido de suspender un juicio categórico sobre la realidad
de lo visto y oído, en espera ratificaciones indisputables.
La dificultad para encontrar tales ratificaciones y
coincidir en su evidencia probatoria condujo al tercer estadio: el
subjetivismo. Se podía conceder que tal
o cual afirmación fuera verdadera; pero solo el sujeto que así la veía y evaluaba.
Cada uno sería el juez, la norma y medida de la verdad.
La verdad sólo existiría en la subjetividad de cada uno.
Como la vida en sociedad es difícil de estructurar
en base a una suma de subjetivismos, el paso siguiente fue aceptar la existencia de verdades
obligatorias para todos; dejando sin embargo constancia de que tal obligatoriedad
sería exclusivamente relativa a es
período o fase de evolución de la sociedad.
Cambiadas las circunstancias y modificados los consensos sociales, lo
que ayer era verdad se trocaría en error o mentira; y el crimen de antaño se
legitimaría como derecho sagrado. Todo
era relativo.
Los estudiosos y amantes del conocimiento, y por
ello de la realidad no tardaron en percibir la fragilidad de un consenso basado
en el relativismo. Discurrieron entonces
un ulterior criterio para afincar la verdad.
Verdadero sería aquello que en la práctica se demostrara útil para el
perfeccionamiento. El pragmatismo se
erigió como metro ordenador y cualificador de la verdad o la mentira de las
normas éticas y jurídicas. Bajo su
sombra se fraguaron realizaciones históricas como un cierto capitalismo
orientado primordialmente al lucro sin freno, y una interpretación sociológica
y teológica del marxismo, que validaba como buena toda conducta y probablemente
eficaz para derrotar al enemigo.
A estas alturas, otros estudiosos y amantes de la
sabiduría se ocupan en escudriñar el apasionante misterio de la verdad, y
reflexionan sobre la capacidad que el hombre tiene de encontrarla. Ya tiene claro que el tema de la verdad no es
una cuestión bizantina. De la posición
que se tenga ante ella puede depender y de hecho ha dependido la vida de
millones de seres humanos. La pseudo
verdad del racismo sigue condenando a muerte
a todos los que tienen la desgracia de pertenecer a un grupo étnico que
algunos motejan como despreciable o inferior.
Se esboza, a la luz o a la sombra de lo anterior,
un desafío imperativo: resumir el esfuerzo personal y social por arribar a las
certezas de la verdad. La verdad libera,
y Dios quiere hijos y no esclavos. Error
y mentira son formas de esclavitud. La
ausencia de verdad, con mayor razón su grosera transgresión, auguran y preparan
la muerte del hombre.
¿Dónde ir a buscar esas certezas? El escenario actual no parece el más
apropiado. Nuestra época se caracteriza
por el miedo, la incertidumbre, donde la única certeza, es que no hay
certezas. No es sólo el miedo a volar, a
invertir, a perder el empleo. Hay miedo
incluso de vivir. A muchos se les
escaparon las certezas sobre las que solían construir sus proyectos. La caída de las torres gemelas en Nueva York
en el 2001, se parecen a la imagen de la torre de Babel: la fuerza humana es
incapaz de levantar una construcción que llegue al cielo y subsista. Con dolor, la humanidad retoma conciencia del
axioma bíblico: “Si el Señor no edifica la casa, en vano se esfuerzan los
albañiles. Si el Señor no cuida la
ciudad, en vano hacen guardia los vigilantes.” (Salmo 127:1). (NVI)
Todo apunta hacia Dios, generador, garante y meta
de nuestras certezas. El que creó la
vida es el mismo que afirmó y probó ser la verdad. Si su creatura predilecta, el hombre y la
mujer, quedan librados a sus propias luces, ya no son o no se sienten capaz de
conquistar una certeza, porque sus fundamentos colapsan y sus argumentos se
autodestruyen, entonces la supervivencia humana depende de una reconquista de
la fe. La fe puede y debe suministrar
esas certezas que, cual punto de apoyo, le permitirán a la humanidad de hoy
vencer la incertidumbre y el pánico.
Quitémosle al hombre y la mujer la fe, y lo habremos dejado en el umbral
de su aniquilamiento.
También el consejo bíblico de Filipenses 4:8 es
válido para creer y pensar en este tiempo: “Por lo demás hermanos, todo lo que
es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable,
todo lo que es de buen nombre: si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza,
en esto pensad.” (RV60)
John Stott quien escribió un libro con el mismo
titulo de artículo termina con estas palabras: “Dios nos creó para una vida
abundante en relación con él y con la creación.
Aunque el pecado afectó toda la persona, Jesucristo vino y venció al
pecado en la cruz, para así iniciar una nueva creación. Que la visión fresca de la verdad bíblica
inunde nuestra mente e inflame nuestro corazón para que sigamos a Cristo con
todo nuestro ser.”
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